Soledad (4)

Otro capítulo de la saga.

SOLEDAD IV

A partir esa primera vez, cuando cumplió 18 años, Soledad me solicitaba más a menudo que me derrame en su cola. Y por supuesto siempre tuvimos la precaución de que ese fuera el lugar del "final". Puedo decir que gozábamos una enormidad. Sólo la primera vez, tuvo algún atisbo de dolor, pero nunca volvió a repetirse. De manera que a partir de allí, se constituyó en otra forma de obtener placer para ambos. Me causaba mucha gracia ver a Sole venir de la cocina con la manteca, con esa cara libidinosa que la caracteriza, cuando tenía ganas de practicarlo por este nuevo recoveco de su hermosa figura. En lo posible trataba de ingresar por allí en la segundad vuelta, de manera tal que mi erección no contuviera todos los deseos acumulados en los juegos previos, para evitar hacerle daño, pues aunque mis medidas no son como para asustar a nadie, siempre tomé esa precaución.

Le gustaba mucho hacerlo con las piernas sobre mis hombros. Y la excitaba sobremanera que bese minuciosamente sus pies mientras la penetraba. Si bien es cierto que con el tiempo y mis indicaciones se iba transformando en una experta del sexo, también le enseñé a gozar de otras caricias y momentos durante el acto, que daban satisfacción a nuestra libido y a nuestro espíritu a la vez. Como por ejemplo los abrazos que nos dábamos pos coito, que eran superlativos. Ella tenía una forma de hacerlo, con brazos, piernas y siempre la dulce humedad de su almejita y la suavidad de su Monte de Venus sobre mi abdomen, que nos proporcionaba un enorme placer. Incluso las caricias en sus hermosos piecitos, en determinados contextos, podían encenderla hasta lo indecible.

Era tan así, que en numerosas oportunidades en que ingresé por allí, no necesité más lubricación que sus propios jugos, que extraía moviéndome dentro de su almejita hasta que conseguía su orgasmo, de manera que salía de allí y llevaba mi erección a su cola y entre la distensión propia del orgasmo y la buena lubricación, podía lograrlo sin mayor dificultad y con un gran placer para ambos.

En una de esas oportunidades, en que debimos contenernos durante unos cuantos días, pues no se presentaba la oportunidad propicia para hacerlo, al poder concretar nuestro encuentro, estábamos muy excitados ambos. Esa noche, habíamos llegado a casa y sin decir palabra, nos besamos y nos desvestimos mutuamente en el living y tuvimos nuestra primera llegada al paraíso en el sofá. Ya más calmada la ansiedad acumulada durante varios días, continuamos en el dormitorio. En un momento ella se colocó encima mío, guiando mi arma a su humedad ávida de mi y me cabalgó como sólo ella sabe hacerlo, hasta que tuvo un orgasmo fenomenal, pero en el más absoluto de los silencios. Sólo lo demostraba mediante gestos pero sin emitir sonido alguno. Como saboreando lo que a continuación tenía planeado.

Me desalojó de dentro suyo, acarició largamente el dorso de mi arma con su hendidura, rebosante de jugos hasta casi obtener un nuevo orgasmo. Sin que me percatase de nada, en un solo movimiento, me tomó con una mano y me puso en la puerta de su cola. Abrí desmesuradamente mis ojos, que hasta ese momento permanecían cerrados permitiéndome disfrutar al máximo sus juegos, temeroso que en esa postura fuera a provocarle algún daño. Tal como ocurría siempre, Soledad adivinó mis pensamientos...

-Quiero así- me dijo entre suplicante, caliente e imperativa.

Sin esperar respuesta, comenzó a sentarse sobre mi, haciéndome ingresar dentro suyo con extrema suavidad. No puedo decir que disfrutaba este momento, pues estaba verdaderamente temeroso de provocar algún daño. Sólo comencé a gozar, cuando noté que estaba casi por completo dentro de su cola y Soledad comenzaba a manifestar el placer de tenerme dentro suyo.

Cuando colmé su cavidad, comenzó a moverse lentamente, pero no ya por temor al dolor, sino en la búsqueda del máximo placer. Puso sus piecitos a mi lado, como más me gusta, logrando una penetración mucho más profunda, sin sentir dolor. Allí comencé yo a disfrutar habida cuenta que sólo el placer era lo que la guiaba en estas instancias. Así, tomando sus pies y sin moverme, permitiéndole a ella maniobrar a su gusto, derramé todo mi néctar en su interior, mientras ella seguía moviéndose rítmicamente hasta alcanzar su orgasmo, que manifestó a gritos e inundándome con sus jugos.

Conocí a Soledad cuando hacía pocos meses que había cumplido los 16. Hoy, transcurridos casi dos años de nuestra relación, cada dos por tres, me tenía preparada una sorpresa como la que acabo de describir. Y digo así, porque según su costumbre, planeaba todo de antemano. Lo hizo el día de su cumpleaños, cuando decidió que sea el primer hombre que conozca su otro paraíso y del mismo modo en esta oportunidad, en que necesitaba y estaba deseosa de que le haga la cola pero ella sentada sobre mi. De este modo, según me enteré después por sus propias palabras, consiguió una penetración más profunda, con el consiguiente placer. Eso amparada en que yo no hubiese podido, aunque lo deseara, ir mas allá de donde fui.

Pero eso no era todo lo que me tenía preparado Soledad en cuanto a sorpresas se refiere. Es verdad que fui yo quien la modeló en las lides amatorias, pero no es menos cierto que su sapiencia innata, su intuición y su gran osadía, le han permitido formarse como una verdadera experta. Muchas veces pensaba cuan dichoso sería el hombre que se case con ella, de poseerla, no sólo en la cama, sino en todos los órdenes de la vida en pareja. Siempre deseé que tuviera la suerte de encontrar el hombre adecuado para saber valorar esas cualidades en ella. Todo esto, en la convicción que nuestra diferencia de edad no nos permitiría nunca formar una pareja.

De cualquier modo, estas ideas no formaban parte de nuestras preocupaciones. Disfrutábamos uno del otro y no pensábamos en el futuro, pues tácitamente estaba acordado que lo nuestro era el presente hasta cuando durase. No obstante, habíamos adquirido una cierta dependencia uno del otro. Nada asfixiante, pero dependencia al fin. Muchas veces, Soledad tenía reuniones con sus compañeros de estudios, para ir a bailar por ejemplo, pero prefería decir en la casa que iba y luego se quedaba a dormir en lo de Romina, nuestra cómplice, para poder pasar la noche juntos. Eso me alegraba y a la vez me generaba cierta culpa, por ser el motivo de su falta de integración con sus compañeros, pero ella, las veces en que lo planteaba, decía con absoluta convicción, que esto era lo que prefería.

También yo, declinaba ciertas salidas en pos de poder disfrutar su compañía. Ya sea con amigos, compañeros de trabajo o alguna cita con el sexo opuesto. También era mi elección, pero básicamente, quería retribuirle atenciones a Soledad. Incluso, cuando sabía que no nos podíamos ver, difícilmente salía. Prefería quedarme en casa en una especie de tributo.

Decía que Soledad era sorprendente. Y yo tenía la suerte de percibir cuando algo se avecinaba, sin llegar a descubrir qué era, pero si como para prepararme. Y esta era una de esas oportunidades. Ya hacía unos días que notaba ese aura en ella que me advertía claramente que algo se traía entre manos. Efectivamente, no fue necesario mucho tiempo para que se produzca el hecho.

Nuestra cómplice era Romina, compañera de estudios de Soledad. Ella lo sabía y a veces la encubría para posibilitar nuestros encuentros. Pero no conocía los pormenores. Sólo que salíamos, que yo era bastante mayor y que su madre no lo sabía, pues pondría el grito en el cielo. Pero la verdadera amiga de Soledad, Carolina, conocía nuestra relación con absolutamente todos los pormenores. Diría que paso por paso, cómo se fue dando nuestra relación y concretamente qué se fue dando en ella.

Una tarde, cerca de las cinco, estaba tomando un café para hacer tiempo hasta que se haga la hora de visitar un cliente y suena mi celular.

-Podés pasara a buscarme por el cole ?- dijo la inconfundible voz de Soledad.

-Andá al café que en cuanto me desocupe voy para allá- respondí calculando mentalmente como podría manejar mi entrevista a fin de abreviarla lo máximo posible.

-Bueno, no te demores, por favor- escuché a soledad suplicante.

Efectivamente, llegué a visitar a mi cliente y en poco más de diez minutos habíamos cerrado trato. De inmediato me dirigí alegremente, por haber cerrado un trato que me iba a ayudar a pagar mi auto, en pocos minutos y me encontraría con Soledad.

De la misma manera que hacíamos siempre, al verme estacionado salió rápidamente, pero esta vez no estaba sola. La acompañaba Carolina, su íntima amiga, a quien yo no conocía hasta ese momento mas que de nombre. Subió Sole adelante y Carolina atrás. Me besó como siempre provocándome cierto pudor, pues no conocía a su amiga y me la presentó.

-A dónde vamos- pregunté.

-A algún lugar donde no nos vean. Me estoy haciendo una rata- contestó Soledad.

-Por qué no vamos a tu casa ?- preguntó sin darme tiempo a que sugiera algún lugar de esas características.

Quince minutos después estábamos los tres en casa. En una situación de lo más extraña para mi, pues era la primera vez que permanecíamos con alguien. Excepción hecha de Romina, a quien algunas veces alcanzábamos hasta su casa, nunca habíamos estado en compañía de nadie.

Mi olfato me decía que algo extraño estaba ocurriendo. Pero conociendo a Soledad, dejaría que lleve las cosas a donde ella quisiera. Tomamos café, charlamos y allí me enteré que tenía un examen para el cual no había estudiado y que le confió a Carolina que iba a faltar entonces esta decidió que la acompañaría.

Carolina tenía la misma edad de Soledad. Había cumplido 18 en Agosto. Era más alta que ella, pero más delgada. A pesar de su vestimenta, un jean bastante suelto pero de tiro muy corto y una camisa holgada también, se adivinaba un muy lindo cuerpo. Pequeños pechos, que me pareció que no tenían mas soporte que la camisa y una hermosa colita, muy parada que según pude saber después, era el centro de todas las miradas masculinas. El cabello muy corto, casi como el de un hombre, morocha de tez blanca y ojos color café. Salvo la colita parada, no tenía nada voluptuoso. Por el contrario, su delgadez hacía que pase inadvertida hasta que se daba vuelta mostrando su mejor atributo. Calzaba un zapato casi sin tacos pero cerrado, lo que impedía que le observe los pies. En fin, a Carolina había que mirarla con mucho detenimiento para darse cuenta que era un hermoso ejemplar de bebota, por lo menos desde mi óptica. Y para completar la escena, creo que la situación la superaba un poco, de modo que casi no habló, salvo cuando alguno de nosotros le preguntaba algo. De cualquier forma no desentonó para nada en la improvisada reunión.

Cerca de las diez, hora en que salía del cole, Soledad me hizo saber que sería mejor que nos fuéramos. La llevamos a su amiga y luego nos fuimos a una calle mas oscura y nos despedimos efusivamente.

Mi intuición me decía que algo ocurriría pronto, pero no podía imaginarme qué podía ser. Soledad se mostraba un tanto extraña últimamente. Y me llamaba la atención, pero no quise preguntar nada, pues sabía perfectamente de las cualidades de Soledad para sorprenderme, así que me propuse dejar que las cosas transcurran.

El viernes de esa misma semana, por la mañana dejó su trabajo, yo el mío y nos encontramos en casa. Desayunamos frugalmente y luego tuvimos una sesión de las que nos gratificaban el alma y la libido, que me costó dos tazas y un vaso, pues el primer round tuvo como escenario la mesa de la cocina, inmediatamente después de terminado nuestro café y los pormenores del encuentro, una vez encendidos los ánimos hicieron que un brazo o una pierna de por tierra con dichos utensilios.

Entre carcajadas por lo ocurrido, besos y abrazos, nos fuimos a retomar las actividades en el dormitorio. Casi a plena luz, como a mi me gustaba, para así poder percibir claramente los atributos de mi bebota.

En esta oportunidad, después de los consabidos y gratificantes juegos amorosos previos, puse a Soledad boca abajo e ingresé por su almejita, haciéndola acabar un par de veces y conteniendo con gran esfuerzo mi eyaculación.

Después de su segundo orgasmo se movió de forma tal que me desalojó de su interior y puso en contacto el ojo de su cola con mi erección. Se dio vuelta para mirarme y pedirme que la penetrara. Mi calentura y los recuerdos del placer que obteníamos por allí, no me permitieron negarme, pese a que esa era una pose que nunca habíamos practicado y temía producirle algún daño.

Muy muy despacio fui ingresando, pero para mi asombro, casi sin dificultad y a medida que la penetraba comprobaba que se iba dilatando. Llegué al final de mi tamaño dentro de ella y comencé a moverme una vez que noté lo indoloro de la maniobra y sus movimientos para lograr la profundidad de la penetración y el placer supremo que nos brindaba a ambos la cola de Soledad.

Así fui moviéndome, hasta notar que iba a vaciar mi contenido dentro de ella y cuando estaba a punto, salí casi por completo, dejando sólo el glande dentro y con el primer estertor que anunciaba mi demorada eyaculación, comencé los movimientos nuevamente mientras llenaba su interior. Seguí así por varios minutos hasta que Soledad me acompañó con un orgasmo espectacular, que la hizo contorsionarse completamente.

Salí y nos quedamos abrazados largo rato, exhaustos como ocurría siempre que lo hacíamos por allí. Estos momentos los disfrutaba especialmente. Me gustaba acariciarla y recorrer todos su cuerpo con la yema de mis dedos y a ella le proporcionaba un gran placer.

-Te gustó Carolina ?- me espetó sorprendiéndome.

-No sé...no me fijé mucho en ella...y aparte yo solamente tengo ojos para vos...- respondí al tiempo que la besaba en los labios.

-Pobre !!!, ella no tiene la misma suerte que yo- dijo a continuación.

-Y cuál es la suerte que vos tenés y ella no ?- pregunté sin entender a qué quería llegar.

-Bueno, yo te conocí a vos y me enseñaste todo lo que sé- contestó.

-Gracias por considerar que haberme conocido fue una suerte para vos, pero no entiendo la comparación con Carolina- dije.

-Es que Carolina es virgen, todavía- explicó.

-Y vos podrías ser quien le enseñe como lo hiciste conmigo-

-Sole, vos me estás pidiendo que inaugure a tu amiga Carolina???!- dije asombradísimo porque jamás hubiese esperado que me pida eso.

-Siii...papi....- contestó y me abrazó efusivamente como para asegurar una respuesta afirmativa.

-No...Sole...vos estás loquísima...-contesté aún sorprendido.

-Pero sería bárbaro...Vos a ella le gustás y sabe de toda nuestra relación con los más mínimos detalles- respondió con esa sonrisa libidinosa que tanto me gustaba.

-No...Sole...- repetí, pero con menor convicción, pues a mi Carolina también me gustaba.

-Y yo sé que ella a vos también te gusta...te vi cómo la mirabas- me dijo dejándome de una pieza.

-Bueno..es muy bonita...pero de ahí a que tenga sexo con ella hay un trecho muy largo. No lo tengo con todas las mujeres que me gustan- respondí sin salir de mi asombro.

-Entonces hacelo por mi...papi...- me inquirió junto con otro beso y abrazo.

-De ningún modo, Sole- respondí enérgico.

-Por lo menos prometeme que lo vas a pensar- dijo como para dejar la cosa en suspenso.

-No sé. No es tan fácil. Uno no tiene relaciones con alguien de este modo- conteste.

-Pero ella las tendría con vos- me contestó.

-Es más. Te diría que está ansiosa por tenerlas. Cada encuentro nuestro que le contaba, terminó en sus habituales prácticas solitarias- me confió.

-Bueno, pero eso no es suficiente Soledad. Hace falta otro montón de cosas que no se pueden lograr con sólo haberla visto unos cuantos minutos- dije con énfasis.

-Entonces te dejo el celular de Caro. Un día la llamás y salen a tomar un café y a hablar del tema- me pidió al tiempo que me abrazaba y me besaba.

-Prometeme que la vas a llamar!!!. Dale!!!-

-Dejame el Teléfono, pero no te prometo nada- respondí, y me levanté para ir a darme una ducha, en la esperanza que al volver se hubiese olvidado de seguir con el tema.

Volví de la ducha y me recosté junto a ella, envuelto en mi bata y seguimos con nuestros arrumacos.

-Ves, ya te estás poniendo duro otra vez- me espetó Soledad, al tiempo que tomaba mi semierección en sus manos para acariciarla.

Ya no podía seguir concentrado en el diálogo y me dejé llevar por las maravillosas caricias manuales, que al poco tiempo se convirtieron en orales, calentando tanto a uno como a otro. Y cuando estuve a punto nos trenzamos en otra sesión llena de lujuria tal como acostumbrábamos. Esta vez acabamos al unísono y debo confesar que en algún momento se me cruzó la figura de Carolina en medio de nuestros juegos sexuales.

No se volvió a tratar el tema. La llevé hasta su casa y nos besamos efusivamente al despedirnos. Me recordó que sobre la mesa del living había dejado el número de Carolina, que no lo pierda y que piense lo que habíamos hablado. Sonreí por toda respuesta y la besé en los labios.

No podía dejar de pensar en la propuesta de Soledad. Esa noche, pese a estar muy cansado, me costó mucho conciliar el sueño y debo confesar que después de mucho pensarlo, cada vez me desagradaba menos la idea. Carolina me gustaba de verdad. Tenía un físico muy atractivo, desde mi punto de vista. Sus muy pequeñas tetitas se veían deliciosas. Y una cola paradita que daban ganas de mordérsela. Pese a que casi no se expresó, en las pocas oportunidades en que lo hizo mostró congruencia y madurez. En fin, Carolina me gustaba mucho, si no fuera por lo que Soledad me había propuesto, seguramente hubiese tratado de seducirla. Pero francamente sentía que acostarme con ella era serle infiel a Sole y eso me contenía para concretarlo. Pero en el fondo de mi espíritu, en el mismo límite donde se une con la libido, tenía la certeza que en algún momento la iba a llamar...