Soledad (3)
Continúan mis vivencias con mi bebota.
SOLEDAD III
Para este momento de nuestra relación Soledad había cambiado notablemente en todos los sentidos. Ahora vestía como una mujer. Y los demás atributos se correspondían más con 25 años, que con sus 17 largos.
Me gustaba hacerle pequeños regalos, de acuerdo con mis posibilidades que se encontraban totalmente abocadas al pago de mi BMW. Entonces, si bien en algunas oportunidades en que la sorprendía con algún obsequio era con una de esas cosas que le sientan mas bien al espíritu que a las necesidades inminentes, la gran mayoría prestaba mucha atención en cuales eran sus prioridades. Solía regalarle libros para la Escuela, en la que era muy aplicada, por ejemplo. Pero lo que verdaderamente me enloquecía era regalarle ropa.
Como su madre no tenía la más mínima sospecha de nuestro idilio y menos aún de las instancias a las cuales había llegado, en varias ocasiones le compraba ropa igual a la que tenía, un talle más grande, para hacer su reemplazo de la forma más disimulada posible. Es que nuestras sesiones amorosas habían hecho de Soledad un bocado muy apetecible. Desde que comenzamos a salir, había aumentado dos talles por lo menos y su altura se incrementó unos 5 centímetros.
Generalmente para comprar ropa, nos íbamos hasta alguna ciudad cercana bien temprano, hacíamos las compras allí, donde nadie nos conocía, tomábamos algo y volvíamos al mediodía. En esas ocasiones, nos hacíamos pasar por padre e hija, entonces ella se probaba la ropa, la elegía y yo la pagaba. Y siempre tenía la precaución de elegir ropa casi exactamente igual que la que tenía, de manera que reemplazase a la que ya le quedaba chica, sin despertar sospechas en la casa.
En otras oportunidades, hacíamos una especie de complot con las golosinas que vendía en la esquina de la Estación de Servicios donde la conocí, de forma tal que la madre quedara convencida que había vendido bien y que se compraría algo de ropa. Por supuesto que el precio era superior al que le decía a ella y de este modo estábamos todos en paz. Soledad recibía su ropa, la madre no se enteraba de nada y yo estaba satisfecho de poder obsequiarle algo más prosaico quizás, pero mucho más útil.
Cuando estábamos de compras, haciendo uso de su gracia y naturalidad innatas, tenía por costumbre poner en práctica algunas bromas subidas de tono que a mi me hacían enrojecer y a ella la divertían enormemente. Por ejemplo en una oportunidad estaba eligiendo un jean, entró a probárselo y a los pocos minutos me llama para preguntarme qué opinaba de cómo le quedaba. Entonces, al asomarme al interior del probador, estaba totalmente desnuda y acariciándose sus hermosas tetitas, en una especie de danza erótica. Yo, por un lado me ponía de lo más caliente al verla así. Pero por el otro, me ruborizaba por temor a que alguien pudiera sospechar el espectáculo del que estaba disfrutando. Pero ella, con su naturalidad y desembozo que la caracterizan arreglaba todo...
-Te parece que a mamá le va a gustar este color ?- decía en voz alta como para ser escuchada por el personal de la tienda y todo pasaba inadvertido.
Un par de veces, después de una función de esas que había calentado tanto a uno como a otro, fuimos a un hotel alojamiento y tuvimos unas sesiones de sexo de lo más espectaculares. Aunque evitábamos los hoteles por temor a que nos vayan a pedir documentos.
La cuestión que entre salidas a hurtadillas, compras y sexo, fue transcurriendo esta hermosa relación con mi bebota. Y llegó Noviembre, cuando cumplía los 18 años. Pero francamente, en los últimos días, la había notado un poco reticente a tener relaciones, cosa que me tenía algo preocupado. No se lo hice notar, pues pensé que eran alucinaciones mías y traté de descubrir yo solo el motivo, si es que en verdad existía.
Llegó el día de su cumpleaños. Caía en viernes. Muy temprano fui hasta cerca de la casa, en el camino que habíamos combinado que siempre haría al salir, de modo de poder encontrarnos, y la esperé. Llevaba conmigo el regalo que le había comprado, que creo resultaría una grata sorpresa. Era una pulsera para colocar en su tobillo, no de oro macizo, pero de buena calidad. Para esa época ya comenzaba a hacer una temperatura que permitía vestir con ropas más livianas y calzado más abierto, lo que me a mi me fascinaba pues de ese modo podía embelesarme con sus piecitos. Y El regalo implícitamente llevaba la intención de poder verlos y acariciarlos nuevamente.
Pasó largo rato hasta que la vi. Ella notó mi presencia desde lejos e inmediatamente sonrió. Aceleró el paso y al llegar al auto subió casi furtivamente y me besó como sólo ella sabe hacerlo. Inmediatamente arrancamos y nos detuvimos en la costa, lejos de miradas indiscretas, para besarnos apasionadamente y allí le di su regalo. Recibí una hermosísima sonrisa a modo de agradecimiento y un beso en la boca, profundo y no menos hermoso.
-Esta noche dije en casa que unas amigas del Cole me festejan el cumple en lo de Romina- dijo con esa forma tan propia de ella, cargada de picardía y sensualidad.
-Entonces me podés esperar cerca de casa y nos vamos a festejar- agregó.
Yo por mi parte, estaba entre contento y caliente, pues pensaba en el festejo matutino y ya era portador de una semierección que se vio acrecentada por los besos de agradecimiento. Pero por el otro lado, inmediatamente comencé a disfrutar de lo que me esperaba esa noche.
La dejé en el centro y salí rumbo a cumplimentar algunas tareas que era menester realizar, habida cuenta que entre el regalo y los festejos de la noche, mi faltriquera tendría una notable merma de volumen.
Llegó la hora y me dirigí hasta el lugar cercano a su casa donde solíamos encontrarnos. Estaba muy ansioso de modo que planifiqué mentalmente el programa que había concebido para festejar la mayoría de edad de mi bebota, en un intento por calmarme. Por los festejos posteriores no me preocupé demasiado, sólo imaginé situaciones, pues hacía mucho tiempo que Soledad, de un modo u otro, siempre llevaba la voz cantante en la cama o en cualquier lugar en el que tuviéramos sexo.
Pocos minutos después la vi. Pese a la poca luz reinante y a la distancia, pude observar que estaba verdaderamente hermosa. Llevaba puesta una mini de jean no muy corta, pero lo suficiente como para que se luzcan sus bien formadas piernas. Para nada provocativa. Una camisa de seda blanca que cuando apuró el paso al verme, el bamboleo de sus tetitas me demostró que era lo único que las sujetaba. La bincha, tal como acostumbraba, pero en esta oportunidad, el cabello totalmente mojado. Y para completar su belleza, unas sandalias que dejaban ver sus piecitos casi totalmente.
-Feliz cumple...bebota- dije al tiempo que le obsequiaba una rosa roja.
-Gracias...papito- respondió junto con un beso y un abrazo fenomenales.
-Bueno, estos son los planes. Decime si te gustan- dije
-No me digas nada...si vos lo planeaste está bien- respondió mientras me impedía hablar dándome un rico beso en los labios.
Fuimos a cenar a un Restaurant recóndito, como era nuestra costumbre. Era bastante temprano. Había poca gente, pero igualmente nos ubicamos en la primer mesa que encontramos, sin andar eligiendo demasiado. Creo que nos sentíamos algo más liberados por sus 18 años.
Hablamos de mil cosas, pero extrañamente a lo que solía ocurrir, no se tocó el tema sexo, ni siquiera tangencialmente. Estaba de lo mas preocupado. Y a la vez noté que durante la cena, miró muchas ves su reloj. Me preocupó tanto que hasta le pregunté si tenía que volver temprano, recibiendo una negativa como respuesta.
Quise ir a tomar una copa de champagne a algún boliche, pero...
-Y si lo tomamos en tu casa ?- preguntó con la sonrisa libidinosa que le era habitual y que ponía en práctica por primera vez en toda la noche.
-O.K.- dije por toda respuesta e inmediatamente tomé rumbo a mi casa.
Llegamos y nos besamos largamente ni bien entramos, mostrando ambos las ganas contenidas durante la cena. Y de paso a mi me volvió el alma al cuerpo, pues la había notado a Soledad un tanto extraña. Menos osada y espontánea que otras veces.
Pude notar al abrazarnos, que efectivamente no llevaba corpiño. Abrí un poco la camisa y le dediqué una caricias a sus tetitas y unos dulces mordiscos a sus pezones, que ya se correspondían con mi incipiente erección. Casi no llegamos al champagne. Pero nos contuvimos y fui a buscar la noble bebida, para disfrutarla junto a mi bebota.
Cuando llegué al living con el champagne, había puesto música, se había descalzado, poniendo los pies sobre el sofá y no volvió a prender los botones de su camisa. De pie frente a ella, mientras servía las copas, llevaba mi vista de sus piecitos desnudos a sus tetitas turgentes y sus pezones erectos.
-Feliz cumple- dije levantando mi copa y llevándola hacia la de ella para completar la ceremonia del brindis.
Un trago y nos besamos dulce y apasionadamente, mientras nos acariciábamos uno al otro. Sabiendo de su gusto, me dediqué a besar su cuello y a acariciar su oreja con mi lengua, deteniéndome largamente en el lóbulo. Al mismo tiempo fui desprendiendo su camisa hasta dejar frente a mi su pezones rosados y totalmente erectos y duros. A ellos también comencé a hacerlos motivo de mis caricias y besos, viendo como Soledad se dejaba llevar por el placer que le producía.
Me separé para brindar nuevamente y ella aprovechó para abrir mi camisa y besar mi pecho, también proporcionándome un tremendo placer. Volvimos a brindar. Ya quedaba la mitad en la copa y entonces, deliberada y lentamente volcó algo de la bebida en el surco que forman sus pechos, mirándome y dedicándome una sonrisa maliciosa para incitarme a tomar el champagne de su cuerpo.
Como es de suponer, no necesitó rogarme para que acceda a sus requerimientos. Inmediatamente adiviné su intención y me dediqué a beber todo lo que había derramado. Cuando terminaba con esas gotas, volvía a derramar otras y a mirarme ofreciéndome su cuerpo para tomar de él. Para ese entonces, estaba arrodillado frente a ella y la erección de la cual era portador, me molestaba hasta provocarme dolor, de modo que me puse de pie para desvestirme y levanté su cola para sacarle la mini. En el mismo movimiento traje mini y tanga. Quedó solamente con la camisa abierta por toda vestimenta. Mientras tanto, yo me desvestí completamente, en un santiamén, movido por los deseos de seguir disfrutando de ese cuerpo maravilloso, que se me ofrecía totalmente y que mis caricias habían llevado a esa temperatura.
Pero en el momento en que pretendía retomar mi posición de rodillas, se acercó a mi erección y de un solo bocado la puso dentro de su boca comenzando a moverse con los labios y la lengua deliciosamente. Cuando llegaba al glande se detenía un buen rato acariciándolo con la lengua por alrededor y luego posando su lengua sobre el ojo, haciendo fuerza como para introducirse dentro de él, lo que me provocaba un placer inusitado. Debí realizar un gran esfuerzo para contener la eyaculación. Al mismo tiempo noté que ella acariciaba su capullo con los dedos y de vez en cuando introducía uno dentro, proporcionándose un gran placer, que se traducía con mayor energía de sus labios y su lengua al acariciar mi arma.
Sentí que en cualquier momento iba a acabar, entonces desocupé su boca, saqué su mano de su almejita y me arrodille para reemplazar sus dedos con mi lengua. Sin temor a exagerar, puedo decir que casi inmediatamente que apoyé mi lengua allí, comenzó a tener un orgasmo silencioso, profundo y prolongado, al tiempo que levantaba sus piernas y me tomaba de la nuca. Bebí sus jugos a la vez que continuaban mis caricias linguales disfrutando cada gota. Me posé sobre el clítoris, que ya asomaba entre sus labios ávido por ser atendido, tomándolo entre mis labios y estimulándolo hasta que sobrevino otro orgasmo sin solución de continuidad con el anterior regando nuevamente mis labios.
Mientras Soledad estaba recostada sobre el sofá con los ojos cerrados, me levanté para fundirnos en un apasionado beso. Y aprovechando este momento de relax post orgasmo para acariciarnos mutuamente en todas nuestra partes. Estábamos así y se movió de tal manera que quedé sentado con ella arriba y con una mano guiándome para que la penetre. Se tomó de mi cuello y fue descendiendo lentamente hasta que estuve totalmente dentro suyo. Permaneció así unos minutos, acariciándonos y besándonos hasta que comenzó a cabalgarme muy despacio. Yo mientras tanto, besaba sus pezones que estaban a punto de reventar y los pellizcaba suavemente y a veces tomaba sus tetitas con mi boca para chuparlas, percibiendo claramente aquí, el desarrollo que había adquirido su cuerpo. Cuando la conocí, prácticamente no dejaba nada fuera de mi boca en esta maniobra. En cambio ahora, creo que era mas lo que quedaba afuera que lo que era capaz de introducirme.
Sabía perfectamente que cuando se movía así, encima mío, mis posibilidades de contener el orgasmo se reducían notablemente, pues me excitaba muchísimo. Conciente de ello, comenzó con lo que más me calentaba. Contraer el interior de su nidito. Así empezó y entonces me di cuenta que mi primera explosión no tardaría en llegar.
Efectivamente. Unos pocos movimientos ascendente y descendente dentro de ella, combinados con las fabulosas contracciones y pronto mi néctar la iba a inundar. Después de todo este tiempo que llevábamos con esta relación, Soledad me conocía perfectamente y adivinó, sin ningún esfuerzo, el momento exacto en que comenzaba a acabar. Se deslizó hacia arriba, casi hasta desalojarme de su interior y comenzó a contraerse sobre el glande. Ni bien comencé a explotar me hundió dentro suyo, recibiendo todo lo que tenía acumulado hasta que no quedaba ni una sola gota. Y nuevamente comenzó a moverse para pocos minutos después tener otro orgasmo que manifestó casi gritando.
Era fantástico lo que gozaba de estos momentos. Mas allá del coito en si, me fascinaba y a ella también, besarnos, acariciarnos y mimarnos lentamente, sin los apremios propios de la calentura, una vez que ambos habíamos alcanzado el momento culminante.
Así, sin salir de dentro de ella, nos besábamos suavemente, acariciábamos nuestros cuerpos explorándolos. En la misma posición alcanzamos nuestras copas y brindamos nuevamente. Y mientras me estaba deleitando con este placer sólo reservado para los hombres que han tenido la suerte tener una mujer satisfecha en sus brazos, noté nuevamente que miraba la hora. No era muy tarde. La diez pasadas.
Sin darme tiempo a nada y negándose a que lo hagamos juntos, fue al baño a ducharse. Pese a mi desilusión, gocé largamente de verla caminar desnuda delante de mí y para continuar, fui hasta el baño y la observé mientras se duchaba. Me excité observando detenidamente todas y cada una de las partes de su cuerpo. Y no me refiero sólo a las eróticas, sino a otras que muchas veces pasan inadvertidas para el ojo libidinoso masculino. Sus pies, por ejemplo, su naricita respingada, sus orejas perfectas, pequeñas y por supuesto, las partes de su cuerpo que me habían transformado en un veterano baboso y caliente.
Posteriormente me duché yo y cuando salí estaba en el living con la bata que le comprara para cuando se duchaba en casa, el pelito mojado y descalza. Fue hasta su cartera, sacó un papel que guardó en un bolsillo, volvió a mirar la hora y llevando una copa de champagne para cada uno, me tomó de la mano y me guió hasta la habitación. Dejó sobre la mesa de luz el papel que había guardado en el bolsillo de la bata. Se desnudó, me desnudó y brindamos de pie. Luego nos besamos y sin despegar nuestros labios, literalmente me tiró sobre la cama quedando ambos de costado, cara a cara. Mientras, yo no entendía muy bien qué era ese papel y cual era el objeto de tenerlo allí mientras nos amábamos. Igualmente no pregunté nada. Conociéndola a Soledad, seguramente pronto lo sabría.
Seguimos besándonos y comenzamos a acariciarnos mutuamente con la clara intención de encender el fuego, uno del otro, que habíamos apagado en el living. Ya comencé a tener una nueva erección y ella me correspondió con la humedad se su almejita, corroborada al momento de introducirme con un dedo dentro de ella.
Entonces ya no pude contenerme. Cuando la noto así de mojada me desespera saborear sus fluidos, por lo que la moví de forma que pueda beberla largamente y ella a la vez tenía mi arma a su disposición.
Qué placer !!!. Además de percibir claramente las contracciones propias de comenzar a encenderse, gozaba una enormidad bebiendo sus jugos a medida que mi lengua iba provocando su inevitable salida. Cuando noté que iba a acabar, en un movimiento único y firme, la penetré, moviéndome ágilmente dentro suyo hasta que tuvo su primer orgasmo. Y ella, correspondiéndome, llevó mi erección entera dentro de su boca. Así. Sólo eso. Hasta que terminó de disfrutar su orgasmo.
La semipenumbra de la habitación permitía que nos veamos, de modo que pude observar sus facciones y, sin pecar de petulante, puedo decir que se condicen perfectamente con las de una mujer satisfecha. No sólo por el reciente orgasmo, sino, tal como ella muchas veces me hizo saber, por la delicada atención que le prodigaba para que lo alcance. Demás está decir lo orgulloso que esto me ponía.
Me atrajo hacia si y nos besamos y ya muy calientes ambos. Estaba encima suyo y levantó sus piernas hasta posar sus piecitos en mis hombros, invitándome a que la penetre. De rodillas frente a ella, puse mi lingam a la entrada de su almejita y comencé a complacer su solicitud. Entré lentamente. Primero el glande y me quedé allí. Luego comencé a entrar lentamente, disfrutando cada milímetro de penetración profundamente, que a decir verdad no son muchos, percibiendo el calor de su interior.
Comenzamos a movernos muy despacio. Salía casi totalmente para luego entrar todo. Repetía la maniobra produciendo en Soledad, el mismo placer que yo. Así estuvimos largamente, tratando yo de contener mi orgasmo. Pero al cabo de unos cuantos minutos ambos estábamos al borde del abismo, por lo que me incitó a acelerar el ritmo al tiempo que ella se contraía en su interior, como a mi me gustaba y después de unas cuantas idas y venidas más enérgicas comencé a acabar. Ella me pidió que siga y yo le obedecí hasta que también comenzó a sentir la llegada del clímax.
-Así como estás quiero que entres en mi cola- me dijo repentinamente.
-Pero Sole, ahora me tenés que esperar un poquito...y además tengo miedo de hacerte daño- contesté.
Entonces estiró su mano, sin permitirme salir de dentro suyo, tomó el papel de la mesa de luz, me lo mostró...
-Esta es mi partida de nacimiento. Nací a las 23.13 hs. Por lo tanto, siendo las 23.17 hs, ya soy mayor de edad y en uso de mis atribuciones te lo pido. Ahora no vas a ser un corruptor- me dijo sonriendo maliciosamente, como sólo ella podía hacerlo y acercándose para besarme.
Mientras se producía este diálogo, donde la excitación había dado paso al asombro, comencé a declinar hasta permanecer con la flaccidez propia de estos momentos.
-Ves lo que te decía- dije presa del pánico, pues sabía de la estrechez de Soledad, cuando alguna vez acaricié su cola con mis dedos.
-No importa, yo voy a hacer que puedas- respondió con los ojos brillosos de lujuria, mientras tomaba mi inerte arma en sus manos y la acariciaba.
Fue hasta la cocina y trajo la manteca. La dejó sobre la mesa de luz. Me besó apasionadamente y a continuación comenzó a mostrar sus condiciones de concertista de oboe que había desarrollado durante nuestra relación, siguiendo mis indicaciones. A ella le gustaba saborear la mezcla de sus fluidos y los míos, disfrutando del mismo modo que yo cuando tomaba de su almejita.
Así, y contrariamente a lo que esperaba, comencé a sentir que una nueva erección se haría presente de un momento a otro. Mientras Soledad hacía mis delicias con su boca, yo me imaginaba dentro de su cola y esto me excitaba más todavía.
Para mi sorpresa, en unos cuantos minutos de concierto y de mis caricias sobre su erecto clítoris, ya estaba a punto para explorar la cola de mi bebota. Al notarlo, se puso boca arriba, me llevó encima de ella y apoyó los piecitos sobre mis hombros. Estiró el brazo y alcanzó la manteca y me la dio, con una mirada entre imperativa e implorante. Tomé un poco y unté la entrada de su cola delicadamente e introduje muy despacio la yema de mi dedo. Así estuve largo rato. Untando y excitando. Y notaba perfectamente que Soledad no sólo estaba dispuesta mentalmente para gozar por allí y hacerme gozar, sino que además estaba excitándose mucho con las maniobras previas. Cada vez podía entrar mas. Casi había metido todo mi dedo y lo movía dentro de ella. Periódicamente recurría nuevamente a la manteca para no perder lubricación, lo que me fue permitiendo dilatarla y penetrar más profundo. Al mismo tiempo, acariciaba su clítoris para reemplazar por placer un eventual dolor.
Creo no mentir si digo que tuvo un orgasmo durante la exploración. Y se vio corroborado por su mirada cuando me pidió que lo haga ahora.
Unté nuevamente manteca en su cola, pero ahora también en mi arma enhiesta y ansiosa. Por fortuna para ella, no para mi, yo no soy de esos superdotados sino un tipo normal, de modo que las posibilidades de hacerle daño eran bastante remotas.
Me apoyé en su entrada que ya había dilatado con mi dedo y comencé a pujar lentamente, pudiendo, al cabo de unos minutos, entrar con mi glande. Soledad no daba muestras de dolor, pero tampoco de placer. En cambio yo estaba en una nube, teniendo que contener mi desesperación por perderme dentro de su cola. Pujé otro poco y entré algo más. Luego salí casi totalmente. Me quedé en la entrada y volví a la carga tratando de percibir la menor señal de dolor de su parte para retirarme al momento. Por el contrario, no manifestaba dolor y creo que en esta oportunidad que me sentía más adentro comenzaba a excitarse.
Así continuaba, entrando y saliendo muy despacio y cuando entraba lo hacía mas profundo, al tiempo que Soledad comenzaba a mover la pelvis, invitándome a la penetración. Al profundizar, noté un gesto de dolor, motivo por el cual me retiré casi con violencia. Ella abrió los ojos y me pidió que siguiera. Que era más el placer que comenzaba a sentir que el dolor.
Comencé nuevamente y sus movimientos pélvicos me invitaban a ir más profundo y su excitación era ahora, mas ostensible. Mis dedos exploraron su almejita y noté que estaba muy mojada, señal que su excitación crecía junto con la mía.
Seguía moviéndome muy lentamente. A cada introducción, Soledad respondía con un movimiento de sus caderas, profundizándola, hasta que hubo un momento en que sentí cómo terminaba de dilatarse, ambos abrimos los ojos a la vez y allí supimos que era el momento de estar totalmente dentro de su cola.
Sin dudarlo, pero con lentitud, salí casi por completo y comencé a entrar hasta llegar al fondo. En ese momento comenzó a suspirar y a exclamar lo mucho que estaba disfrutando. Su almejita ahora estaba pletórica de jugos que mostraban claramente que lejos de sentir dolor, estaba disfrutando.
Nos movíamos acompasadamente y muy despacio. Sentía cada milímetro del recorrido que hacía dentro suyo y me producía un placer inusitado. Estaba al borde de inundar su virginal trayectoria, debiendo hacer un gran esfuerzo por evitarlo. Ahora, espontáneamente, ambos aceleramos el ritmo y ella comenzaba a acabar, entonces abrió los ojos y suplicante me pidió que la acompañe.
Aceleré aún más el ritmo y cuando estaba apunto me retiré hasta dejar sólo el glande dentro y cuando sentí la primera contracción de mi interior que abría paso a mi oro blanco, penetré lentamente todo lo profundo que mis modestas medidas me permitían y allí me derramé totalmente, fundiéndonos ambos en un orgasmo simultáneo como jamás he tenido otro.
Nunca la incité a Soledad a que me permita penetrarla por la cola. Cuando hacía mis excursiones linguales o digitales por esa zona, noté su estrechez. Esto me dejó completamente absorto, pues nunca pensé que ella me lo pidiera. Y menos aún que pudiera hacerlo, prácticamente sin dolor. Siempre creí que en caso de intentarlo, iba a tener mas sufrimiento que placer. Sin embargo las cosas no fueron de ese modo y me sentía muy complacido, no solamente por el placer que me dio su cola, sino por no haberle provocado dolor.
-Te gustó ?- preguntó una vez que nos recostamos.
-Nunca gocé tanto un orgasmo, Sole- contesté mientras la besaba suavemente.
-Y a que se debe esto ?- pregunté inquisidor
-Bueno, estuve hablando con Romina y me contó que había leído algo acerca del sexo por allí y me gustó la idea. Entonces planeé que el día en que me hacía mayor de edad me regales tu lechita en la cola. Por eso estuve un poco alejada estos últimos días. Porque tenía muchas ganas y quería reservarme para el día de mis 18, así no te vas a sentir un viejo depravado y corruptor de menores- dijo con mucha naturalidad y me dio un abrazo y un beso memorables.
-Y a vos que te pareció ?- pregunté a mi vez.
-Al principio me asusté, sentí un poco de dolor, pero lo hiciste tan bien que terminé gozando casi más que por donde lo hacemos habitualmente- contestó.
Para esta altura del diálogo, estaba totalmente en las nubes. No sólo que sus palabras llenaban mi ego, sino que además había planeado todo como una especie de tributo. Y eso de mostrarme la partida de nacimiento en el preciso momento en que me disponía a penetrarla, sólo ella, con su fino humor podía hacerlo. Verdaderamente, aún hoy, que han pasado unos cuantos años, no he tenido un orgasmo como aquél. No por la sensación sexual en si sino por todo lo transcurrido. Su forma de pedírmelo, el humor manifestado mostrándome la partida de nacimiento y como fue llevando la situación al punto donde ella quería.
-Yo sé que esta relación no puede ser muy duradera. En algún momento se va a terminar. Por eso quiero que vos seas el primero en todo y por todas partes- dijo con los ojos brillosos a punto de llorar y abrazándose a mi con todo su cuerpo, y besándome de una forma diferente a todas las anteriores.
No contesté. Sólo me limité a abrazarla y acariciarla lentamente. Como yo sabía que más le gustaba y de la forma en que ella buscaba que lo haga. Así quedó dormida en mis brazos. Yo demoré una eternidad en conciliar el sueño. Me gustaba disfrutar de tenerla así en mis brazos y mirarla, comparando su cuerpo de mujer, con el que yo conocí. Y me tomé mi tiempo para pensar qué otra sorpresa me tendría preparada Soledad...