Soledad 2: conociendo a mi amante
Sole me cuenta algunas cosas sobre su vida antes de conocernos.
SOLEDAD 2
En mi relato anterior ( https://www.todorelatos.com/relato/172282/ ) ya describí a los personajes que intervienen. No obstante, y para los que les dé pereza volver a leerlo, o simplemente no quieran, voy a hacer una breve descripción de nuevo:
Yo (el burro delante…): Alto, como unos 180 cm, cuarenta y un años, moreno, delgado (me muevo entre los 75 y los 78 kg) ni guapo ni feo, aunque según la protagonista de esta historia soy guapo a rabiar. Abogado de profesión, antes un abogado de la gran ciudad con un éxito profesional aceptable, actualmente residente en un pequeño pueblo en una zona rural y dedicándome a asuntos de menos entidad, pero con la misma complejidad.
Ella, mi musa, Soledad, también conocida en el pueblo como “la Sole”: alta, un metro setenta y muchos, 56 años, pelirroja (teñida, pero os aseguro que le queda de lujo), de rostro solemne, pero con una sonrisa que le ilumina la cara, recia de constitución, con abundancia de carnes, pero nada fofo, todo muy prieto. Dueña de las tetas más impresionantes que jamás haya tenido en mis manos, un culo redondo y grande, vamos un cuerpo que, para los amantes de las mujeres con “abundancias” resulta irresistible, aunque ella siempre lo disimula con vestidos holgados (sin embargo, por mucho que quiera disimularlo, ese par de melones destaca de forma inevitable). Franca y directa, sin tapujos, dice siempre lo que quiere decir, como lo quiere decir y cuando lo quiere decir. Es la veterinaria del pueblo y de los alrededores y, dado que en el pueblo no tenemos médico, ni enfermera, ni nada por el estilo, los primeros auxilios siempre corren de su cuenta (sólo hay un local habilitado en el Ayuntamiento en el que se instalan un médico y una enfermera un día de cada 15).
Ya conté la historia de cómo terminé en aquel pueblo, casi por casualidad. Pero Sole resultó que tampoco era de allí, y que también tiene su propia historia que contar. Vamos continuar desde el punto en el que lo dejé, porque ese día me contó toda su historia.
… Y, contoneando ese gran culo, encaminó sus pasos hacia el baño…
Me quedé mirando embobado como, desnuda, caminaba por el pasillo de mi casa con rumbo a mi habitación. Al llegar a la puerta, se giró y, con la misma sonrisa con la que había empezado a caminar, me dijo:
- No te quedes ahí pasmado, que me debes algo.
- Joder Sole, es que me he quedado pasmado mirándote el culo al caminar –le contesté yo, con una cara de bobo que en otras circunstancias me habría avergonzado–.
Era un culo, para mí, perfecto. Grande, redondo, blanco, con algunos hoyuelos propios de la edad y una muy leve celulitis, se hacía más oscuro hacia la parte interior. Ella, por toda contestación, se gachó sin flexionar las piernas, hasta agarrar con sus manos los tobillos (demostrando una flexibilidad que, con el volumen de sus tetas, es impresionante).
- ¿Te gusta lo que enseño, zagal?
- Acabas de hacerme correr como hacía años, y mira cómo me estás poniendo de nuevo…
Efectivamente, mi soldadito hacía ademán volver a ponerse en posición de firmes.
- Lo sé, lo veo desde aquí, y no creas que no es intencionado.
- Ahora mismo voy y te la meto así, tal cual estás…
- De eso nada muchachote, primero me vas a dar lo que me debes.
Se levantó y entró en el baño de mi habitación. Ya conté que, al reformar la casa, había abierto un ventanal enorme tanto en mi habitación como en el baño. Al fin y al cabo, por la parte de atrás, hacia donde daban ambas estancias, no tenía vecinos y la vista del monte era perfecta. Llamadme excéntrico, pero cuando lo decidí, pensé que sentarse a plantar un pino con esas vistas tenía que ser algo que mereciese la pena, y vaya si lo es.
Ella había visto algo de la reforma de la casa, pero no había entrado a mi dormitorio, ni tampoco a mi baño, así que cuando entró, me comentó:
- Vaya, con semejante ventanal no tienes mucha intimidad en el baño ¿no? Aquí te puede ver cualquiera.
- Cualquiera que pase por detrás de la casa, pero la linde queda un poco lejos, así que no verían mucho. Además, por ahí atrás es todo campo, así que como no me vean los lobos cuando bajan de noche…
A todo esto, yo ya la había alcanzado y, rodeándola por detrás, me había hecho con sus tetas, agarrándolas como buenamente podía, porque me habrían hecho falta seis manos. Pero me dedicaba a darle pellizquitos en sus pezones.
- Mmmmmmm, qué manos tienes… me estás poniendo otra vez tontona.
- Ah, ¿pero habías dejado de estarlo?
- La verdad es que no, pero me gusta hacerme la decente, jejejeje.
- Abre el grifo de la ducha, que mientras sale caliente, ya te voy calentando yo…
- No, si mucho no vas a tener que esforzarte –dijo mientras abría el grifo–. Y veo que tú ya estás otra vez en plena forma.
- Te follaría ahora mismo tal y como estamos…
- Acabas de follarme no hace ni quince minutos… no seas ansioso, que me vas a tener todo el tiempo que quieras –dijo echando sus manos hacia atrás y acariciando mi pene con sus manos–.
Eran manos algo rasposas, cosa lógica teniendo en cuenta que su trabajo implica manejar animales vivos, y no siempre dispuestos a dejar que les curen. Pero, puede que precisamente por eso, la sensación me excitaba sobre manera. El agua, mientras tanto, ya comenzaba a salir caliente, como evidenciaba el vapor que empezaba a salir de la ducha.
Sin despegarnos, entramos los dos juntos a la ducha, una ducha grande, como para que la usen tres personas a la vez sin molestarse, así que no estábamos apretados para nada. Ella agarró el jabón, se dio la vuelta, me puso gel en las manos e hizo lo mismo.
- Déjame que te enjabone –me dijo–.
- Todo tuyo.
Empezamos a enjabonarnos el uno al otro, haciendo especial énfasis en las zonas erógenas de cada cual. Ella me miraba a los ojos y emitía ronroneos como una gata, mientras mi cara reflejaba, cada vez más, las ansias de poseerla que me embargaban. Me centré en acariciar su clítoris, a la vez que con la otra mano pellizcaba, ya con fuerza sus pezones. Así estuvimos unos minutos, hasta que me dijo:
- Me estoy corriendoooooooo…. Sííííí… ahora me viene… síiii, méteme todos los dedos ya!!!
Siguiendo sus órdenes, abandoné el clítoris para meter cuatro dedos en su vagina, y hacer un movimiento de meter y sacar. En ese momento, soltó mi polla y se colgó de mis hombros, mientras las piernas le temblaban de forma incontrolada. Tenía los ojos en blanco. Joder, por un momento incluso me asusté.
Volvió a abrir los ojos, me miró y volvió a comerme la boca con ansia, como agradeciéndome el regalo que acababa de hacerle. Me arrastró bajo el chorro de la ducha y, con delicadeza, nos quitó a ambos lo que quedaba del jabón que nos habíamos restregado por el cuerpo. Todo eso mientras nos devorábamos la boca. Una vez que no quedaba ni rastro de jabón, empezó a bajar besando y lamiendo por mi cuello, mi torso, por mi tripa, hasta llegar a mi polla.
Se había quedado en cuclillas y, en tal posición, empezó a lamer, pasando la punta de la lengua por el tronco, acariciándolo con los labios, llegando hasta el glande, al que le daba pequeños y húmedos besos. Cómo me estaba poniendo, me estaba volviendo loco.
Poco a poco, empezó a meterse mi miembro en la boca, lo hacía despacio apretando con los labios. Se fue metiendo cada vez más, y más, hasta que su barbilla tocó con mis testículos. Ahí se quedó un par de segundos, hasta que se notó que contenía una arcada, y entonces retrocedió, un poco más rápido de lo que había avanzado, sin llegar a sacársela de la boca, y volvió a meterla… y a sacarla, cada vez sólo una milésima más rápido que la anterior. Mientras eso hacía, yo miraba de vez en cuando el espejo del baño, en el que podía ver cómo se masturbaba a la vez que me hacía la mejor felación que me hayan hecho jamás.
Estuvimos así, no sé cuánto, puede que unos cinco minutos, pero podrían haber sido años. Una profesional del porno no podría habérmelo hecho mejor. Desde luego que yo estaba haciendo verdaderos esfuerzos para aguantar (y si podía hacerlos era porque me había corrido hacía poco tiempo, si no ni de coña hubiera aguantado) porque notaba que ella quería volver a correrse.
Cuando notó que su orgasmo era inminente, aceleró el ritmo de la mamada y la presión que hacía con la lengua y los labios. Era delicioso. Empezó a proferir sonidos inarticulados, a la vez que se masturbaba con más velocidad. Estaba claro que se estaba corriendo, así que yo ya no tenía motivo para aguantar más, y le dije:
- ¡Me corro Sole! Me corrooooo.
Se lo dije para que le diera tiempo para retirarse, pues, aunque había dejado claro que quería que me corriera en su boca, aún no la conocía lo suficiente para saber hasta qué punto eso era cierto o sólo una forma de hablar.
Pero no se retiró, sino que se tragó hasta la última gota que salió de mi cuerpo, hasta que, cuando por fin se retiró, me la había dejado tan limpia que parecía que no me hubiese corrido.
- ¿Qué te ha parecido? –preguntó, con una sonrisa en la cara… estaba claro que sabía la respuesta, pero quería oírla–.
- Si te soy sincero, te juro por todos mis muertos que es la mejor mamada que me han hecho en la vida –y lo era, vaya que sí lo era–. Y parece que tú te has vuelto a correr otra vez.
- Es que no lo puedo evitar… me pongo cachondísima haciendo una mamada. Eso sí, la próxima vez, quiero que hagas una cosa, que es lo único que me ha faltado.
- Lo que tú me pidas.
- No me va el sexo violento, ni el sado, ni nada de eso… pero me pone muchísimo que cuando el hombre se vaya a correr en mi boca, me agarre fuerte del pelo, y que sea él el que me folle la boca. En ese momento te aseguro que me corro a chorros, como si me estuviera meando. Y si además me dices cosas muy cerdas mientras te corres, me pongo mucho más aún.
- Caray, con lo decente que pareces, jajajajaja
- Ya te he dicho que me gusta hacerme la decente.
- Pues por mí no va a quedar, eso te lo aseguro. ¿Nos salimos al jardín y nos tomamos una cerveza?
- Uuuf, qué buena proposición… hala, vamos.
Salimos de la ducha, le di una toalla limpia, y yo cogí otra. Miraba su cuerpo mientras se secaba. No se dio la vuelta, aparentando un falso pudor, sino que se secó junto a mí, de frente, como si lleváramos años haciéndolo. Siempre me han gustado las mujeres maduras, pero lo cierto es que ella no sólo me gustaba, es que no podía dejar de mirarla. Su cuerpo me fascinaba, la blancura de su piel en las zonas que el sol no alcanza, los pequeños lunares estratégicamente distribuidos por su cuerpo, la abundancia de pelo en su pubis y su entrepierna, sin recortar, lo que hacía que pareciese aún más cantidad. Su barriga, un poco redonda, pero no demasiado abultada, sus piernas recias como columnas, ese par de tetas, blancas y con pequitas, coronadas por una aureola rosada, la forma de colgar que tienen al agacharse…
Era para quedarse todo el día mirando el espectáculo, sin duda. O, al menos, lo era para mí.
Nos vestimos y le dije que me esperara en la mesa que tengo junto a la barbacoa. Yo mientras abrí unas cervezas y las acompañé con unas patatas fritas, mejillones y aceitunas. Lo puse sobre la mesa, y me senté a su lado. En ese instante me lanzó una mirada, no sé cómo describirla, era una mezcla de ternura y deseo, o quizá fuesen imaginaciones mías.
- Gracias –me dijo–.
- Mujer, qué menos que sacar un par de cervezas y algo para acompañarlas, –contesté yo– que si lo hago para cualquier visita, contigo con más razón. Además, hoy pienso cocinar para ti.
- No, tonto, no, no me refería a eso, aunque también se agradece ¿eh? Quería decirte que gracias por toda la mañana que me has hecho pasar. Hacía demasiado tiempo que no me sentía deseada.
- No será tanto tiempo, que no soy el único soltero de por aquí.
- Sí, claro, que te crees tú que me voy a meter en la cama con un tío que huele igual que sus ovejas. O con el guardia civil que me tira los trastos a mí y a todo lo que se mueve.
- Pues que sepas que me encanta haber sido el afortunado.
- Gracias solete… pero en serio, llevaba desde que me divorcié, bueno, en realidad desde algún tiempo antes de mi divorcio, sin sentirme así.
- ¿Divorcio traumático?
- Sí, o no, no lo sé. Sólo fue la consecuencia lógica de una historia triste, trágica para mí.
- Si quieres contármelo, ya sabes que puedes.
- Nunca se la he contado a nadie de aquí. Lo único que saben de mi vida anterior a instalarme en el pueblo es que estuve casada.
- Coño, yo creí que eras de aquí.
- Jajajajajaja, nooooo, qué va, eso lo has pensado porque ya parezco una lugareña más. A ti también te ocurrirá con el tiempo. Te voy a contar la historia, y a lo mejor eso me sirve para expulsar los demonios:
Ésta es su historia, tal como recuerdo que me la contó:
Soy de Salamanca, una señorita de buena familia de la capital. Mi padre era madrileño, como tú, era juez en Salamanca cuando conoció a mi madre, que sí era salmantina. Lo típico, se conocieron, se gustaron, se casaron, y allí se quedó mi padre, porque mi madre, que era de armas tomar, nunca se quiso marchar de allí, así que mi padre nunca pasó de magistrado de la audiencia provincial en Salamanca. Tampoco es que le importase mucho, porque sé que allí fue feliz.
Y allí nacimos y nos criamos mis hermanos y yo. Yo soy la mayor. El más pequeño tiene tu edad, y entre medias hay otro chico y una chica. Salvo yo, son todos abogados. Yo, desde pequeña, ya vi que iba para ciencias, y que me gustaban más los animales que las personas, así que cuando llegó el momento, decidí estudiar veterinaria, sólo que además quería ver algo de mundo, porque mis padres no eran precisamente de viajar, así que le dije a mis padres que quería estudiar veterinaria y que quería hacerlo en Madrid. Dicho y hecho, para allá que me mandaron mis padres, a un colegio mayor regentado por las monjas.
En mi segundo año conocí a Antonio, Toni para los amigos. Venía de Sevilla. Era tío arrebatador, alto, más que tú, delgado, guapo como un san Luis, moreno, con unos ojos azules que traían de cabeza a media facultad. Simpático, gracioso, y no sólo por el acento sevillano, sino que además tenía gracia; era capaz de llamar hijo de puta a cualquiera y que el otro se sintiese halagado. Y yo, por aquel entonces estaba mucho mejor que ahora, no vayas a creer que siempre he tenido este cuerpo.
Total, que empezamos a tontear y, poco a poco, dejó de ser un tonteo para ser algo serio, nos enamoramos el uno del otro hasta las trancas. Cuando terminamos la carrera, en el acto de graduación, en el que dio el discurso, no por ser el primero de su promoción, sino porque entre todos los graduados le elegimos por mayoría absolutísima, desde el estrado me pidió matrimonio. Él era así de original.
Ya te puedes imaginar que dije que sí.
Nos casamos, y nos instalamos en Sevilla. Adoro esa ciudad. Abrimos una clínica veterinaria a las afueras de Dos Hermanas. Mi especialidad eran los animales de granja, y la de Toni los animales domésticos. Éramos un buen equipo, y la clínica funcionaba bien. Nos iban bien las cosas, hacíamos viajes juntos cuando podíamos… éramos felices.
Como a los tres años de habernos casado, me quedé embarazada. No era un embarazo planificado, pero sí era deseado, por mí, por él, por sus padres, los míos, por todo el mundo. Tuve una niña, Macarena le pusimos, por su madre, que también fue su madrina.
Aquí tuvo que hacer un alto en la narración para secarse las lágrimas.
Era una niña preciosa, una cosita morena, de ojos grandes, negros como el azabache, una niña sana y feliz. Y nuestra vida pasó a girar en torno a ella. Toni vivía por y para su niña. No es que me olvidase o que me apartase, para nada.
Pero un día volvió a casa del colegio, y estaba algo más cansada de lo habitual, en la cena nos dijo que le dolía la cabeza. No sé porqué no le di mayor importancia, le di una aspirina y le dije que se acostase, que ya vería cómo se le pasaba enseguida. Le di la pastilla y la acosté, la arropé, como todas las noches, le di un beso y luego, también como todas las noches Toni entró para leerle un cuento. Se tumbaba en la cama con ella y le leía, casi siempre el mismo cuento. Ya ves, era una noche como todas, y como todas transcurrió con normalidad hasta la mañana.
No te voy a dar los detalles, porque me duelen demasiado como para revivirlos. Sólo te diré que cuando fui a despertarla, había muerto.
Cuando por fin un forense nos dijo qué había pasado, resultó que mi niña había fallecido por una meningitis que no se le había diagnosticado. Ni Toni ni yo somos médicos, pero sí sabemos lo suficiente como para saber advertir que algo raro ocurre, deberíamos haber notado la rigidez en el cuello, pero al no notarle fiebre, ninguno de los dos pensó que fuera nada grave, y resultó que esa puta bacteria era de una variedad especialmente agresiva.
A partir de ahí, todo empezó a ir de mal en peor, no nos culpábamos directamente, pero cada uno de nosotros se sentía culpable de la muerte de Macarena, y proyectábamos nuestra culpabilidad en el otro. Hasta que llegó un momento en el que la situación era insostenible.
Una noche Toni me dijo que no podíamos seguir así, que debíamos separarnos antes de que terminásemos por odiarnos. Le di la razón.
Al día siguiente recurrimos a un amigo abogado y le pedimos que tramitase el divorcio. Nos despedimos como amigos (y seguimos siéndolo).
Yo no quería volver a Salamanca, me parecía como volver con el rabo entre las piernas tras un fracaso, pero tampoco quería quedarme en Sevilla, porque allí todo me recordaba a mi niña, y el dolor me partía el corazón.
Conocía este pueblo por haber pasado por aquí en alguna de las escapadas que habíamos hecho Toni y yo. Recordaba que me había gustado por lo pintoresco del pueblo. Así que investigué y resultó que aquí no había clínica veterinaria, y esto es zona ganadera… vamos, trabajo seguro.
Y aquí estoy, desde que me vine, hasta el día de hoy. Alguna vez me acerco hasta Salamanca para ver a la familia, y un par de veces he sido capaz de volver a Sevilla a visitar a amigos. Toni se volvió a casar, con una amiga común, que enviudó con tres niñas (yo soy la madrina de la pequeña). Hemos vuelto a ser felices, cada uno por su cuenta.
- Ésa es toda mi historia, así en resumen ¿qué te parece? –me dijo.
- Coincido contigo, es trágica. Sólo puedo decirte que ojalá no me hubieses conocido nunca, si eso significase que tu hija siguiese contigo.
- Sí, pero no todo en la vida puedes elegirlo ¿verdad? Es la primera vez que se la cuento a alguien desde que me instalé aquí. Gracias por haberla escuchado, y por haberme secado las lágrimas. Me ha servido de mucho poder contarlo.
- No quiero que pienses que eres sólo un trozo de carne para mí.
- No lo pensaba, pero viene bien que lo digas, y mejor aún que lo hayas demostrado.
- Entonces, ¿te viniste para el pueblo hace cuánto?
- Pues ya va para 18 años que estoy aquí. Si lo tomamos como si hubiese vuelto a nacer, es como si fuese a cumplir la mayoría de edad, jajajajaja.
- Menos mal que legalmente ya eres mayor de edad, que si no, menudo cargo de conciencia, jajajajaja.
- Jajajajajaja
- Y, desde que te viniste ¿ninguna relación? Sentimental, quiero decir…
- Nada serio. A ver que tengo mis necesidades, ya lo has visto. Algún rollo de vez en cuando, nunca con nadie del pueblo. ¿Recuerdas el guardia civil que te he nombrado? Pues con ese tuve un rollo, que me duró un par de semanas. Está en el SEPRONA. Cuando pasaba por el pueblo de patrulla me hacía una visita. Hasta que me enteré de que está casado y hace el mismo tipo de visitas en varios pueblos.
- Joder, menudo figura.
- Le dije que me lo había pasado en grande con él, y es verdad, pero que no quiero joderle la vida a ninguna otra mujer, y menos a una que no me había hecho ningún daño. La verdad es que se lo tomó con deportividad. Me dijo que lo comprendía, y que no había problema. Aún le veo de vez en cuando, pero desde entonces, como conocidos y ya está. Un poco de charla amigable y punto.
- ¿Y nada más que eso?
- Un poco preguntón tú ¿eh? –aunque eso lo dijo sonriendo–.
- No mujer, que no es por cotilleo –contesté–. Para decírtelo en plata, es que una mujer que folla como tú, está claro que le gusta mucho. Y contentarse con un rollo ocasional… pues qué quieres que te diga, que me parece muy poco.
- Es que es muy poco, pero qué le vamos a hacer. Hasta que has llegado tú, la oferta es la que es, es decir, lamentable.
- No te imaginas lo que me estoy alegrando ahora mismo de que mi competencia sea casi inexistente.
- Zalamero.
- Para nada. Ni te imaginas la cantidad de pajas que me he hecho imaginando tus tetas.
- A ver si te crees tú que yo no me hecho ninguna imaginando cómo me follabas.
- Sole, mira que me estás poniendo burro otra vez. Que me pone mucho que hables así. –y diciéndole eso, le mostraba la tienda de campaña que se me empezaba a levantar en el pantalón–.
- ¿Y cómo te crees que me estoy poniendo yo viendo ese bulto? Que no soy de piedra zagal.
- A ver, enséñamelo.
Muchas otras mujeres habrían dicho que les daba vergüenza (aún a pesar de haber follado hacía poco), o que cualquiera que pasase por detrás de la valla nos podía ver perfectamente, cualquier excusa. Pero ella no, ella no tenía ese tipo de inhibiciones, era consciente de su cuerpo y sabía cómo manejarlo. Se subió la falda y abrió las piernas. Sólo se había puesto el sujetador debajo del vestido, no las bragas (que seguían tiradas en el suelo de la cocina).
- ¿Te gusta lo que te estoy enseñando?
- Ya ves que sí –dije abriendo los botones de mi pantalón, pues necesitaba liberar mi miembro de la presión que éste le ocasionaba–. Parece que tienes ganas de tocarte.
- Sí, quiero que veas lo puta que me pones.
Levantó las piernas apoyándolas, una sobre la mesa, y otra sobre la barbacoa. La tenía frente a mí totalmente abierta. Con su dedo índice empezó a acariciar su clítoris, mirándome con la boca entreabierta y su lengua rozando sus labios.
- Quiero ver cómo te tocas tú también, quiero que me enseñes lo cachondo que te pongo. Quítate toda la ropa y siéntate desnudo frente a mí.
- Redios Sole, eres una auténtica donante de morbo.
- Pero no quiero que te corras. Eso lo vas a hacer dentro de mí.
Cuando me desnudé y me quedé sentado frente a ella, con mi estaca en la mano, tiesa como si tuviese quince años, y empecé a masturbarme, Sole intensificó la velocidad con la que se estimulaba el clítoris, y a la vez introdujo en su vagina dos dedos de la otra mano.
- Mira que paja me estoy haciendo para ti, ¿te gusta cómo me meto mis dedos?
- Siiiiii, me gusta. Me estás trastornando con el ruido de chapoteo que hacen tus dedos.
- ¿Quieres beberte mi corrida?
- Claro que quiero. No quiero desaprovechar ni una gota.
- Pero no quiero que te corras tú aún, prométemelo.
- Te juro que aguantaré hasta que me digas.
- Ya me viene nene, ya me viene… aaaaaah síiii, ven a beber, ven ya.
Me agaché y puse mi boca sobre su coño lo más rápido que pude (que fue bastante, porque estaba a menos de un metro de ella), y casi inmediatamente salió expulsado un chorro que me llegó directamente hasta la garganta, obligándome a hacer esfuerzos para no atragantarme y poder tragar tal cantidad.
- Síiiii!!! Bébetelo todo, hasta la última gota mi niño!!! Todo para ti.
Mientras decía eso, soltaba chorros de forma intermitente. Así soltó tres chorros de un líquido con una densidad muy similar a la del agua. Salado y amargo a la vez, aunque dejaba en mi paladar un regusto dulzón. Me estaba gustando más que la cerveza.
- Ahora voy a hacer que te corras tú.
- Puedes hacer conmigo lo que quieras Sole.
- Pues quiero que me la metas por el culo. Ensánchame el agujero un poco con un par de dedos y saliva, que hace tiempo que no me lo trabajan, y fóllame por el culo que hoy no me voy de tu casa sin que me hayas llenado todos mis orificios.
Así lo hice, claro. Se puso de pie, con la falda arremangada, y en tal posición, se dio la vuelta y se inclinó hacia abajo hasta abrazar, al igual que la otra vez, sus tobillos.
Todo su culo quedaba así expuesto, por lo que me lancé a lamerlo. Estaba totalmente impregnado de los fluidos de su corrida, que recogí gustoso con mi lengua. Le metía la punta de la lengua en su ano, y notaba que no costaba mucho meterla. Ella volvía a estar cachonda y yo no había dejado de estarlo.
Metí el dedo índice, y de vez en cuando le echaba saliva para lubricar. Al minuto de estar así introduje el dedo corazón junto con el índice.
- Aaaaaaaaah, síiiiii, cómo me pone de burra que me trabajes el culo. Dios cómo me voy a correeeeer. Méteme la polla ya, que no me queda mucho y quiero correrme contigo.
- ¿Quieres mi polla?
- No me hagas suplicártelo, no seas cabrón, fóllame el culo yaaa!
Me levanté de donde estaba. Apoyé su cuerpo sobre la mesa, con las piernas bien abiertas, situé mi polla en la entrada de su culo e hice fuerza para entrar.
No tuve que hacer mucha fuerza, porque ya estaba un poco dilatado. Aún así, algo sí que le costó entrar. Pero entró. Cuando llegué todo lo hondo que podía, me dijo:
- Déjala quieta un momentín, que se me acostumbre de nuevo, que este culo lleva ya unos años sin recibir visita –y levantando su torso de la mesa, añadió– tócame bien las tetas mientras tanto, ponme aún más cachonda, cabrón.
Al cabo de menos de un minuto, me dijo:
- Ahora, ahora sí, dame polla, sí sí sí, dame toda tu polla.
Comencé a bombear, no fuerte, pero sí hasta el fondo, una y otra vez. Cuando llegaba al tope, ella echaba su culo hacia atrás, como queriendo meterse aún más. Fui incrementando el ritmo poco a poco. Al poco tiempo de estar así dándole ya con todas mis fuerzas, notaba que no iba a poder aguantar mucho más, y se lo dije:
- Sole, te voy a llenar el culo como a una puta… pero ya!
- Un segundo, no te corras aún, aguanta un pocooooo… ya, ahora sí, ya! Síiiii, lléname, dámelo todo en mi culo… aaaaaaah! Síiiii!!!
- Síiiiiiii!!! Me estoy corriendo en tu culooooo aaaaah!!!!
Entre espasmos de placer, me derramé dentro de su culo.
- Joder Sole, parece que no tienes límite. Tenía que haberme mudado aquí mucho antes.
- Hubiera estado bien, sí. Pero ahora que estás aquí, me voy a hinchar. Si tú quieres, claro.
- Vaya si quiero. Pero por ahora, necesito recuperarme.
- Yo también, ¿nos vamos a tu cama? A descansar ¿eh?
- Anda, vamos.
Y, abrazados, empezamos a caminar hacia mi cama… a por un merecido descanso.
Como ya empieza a ser costumbre, sois libres de hacer cualquier comentario. Me gusta recibirlos y me ayuda a mejorar.