Soldaditos calientes y enamorados
En la década del sesenta dos soldaditos completamente distintos pero muy calientes, conocen el sexo y el amor.
Soldaditos calientes y enamorados
Cumplía el servicio militar obligatorio en un destino de cierto acomodo, donde casi todos los soldados éramos estudiantes universitarios, y no la pasaba demasiado bien.
Cansado de las guardias extenuantes, de rasquetear y lustrar pisos de grandes salones, de llevar macetas a las amantes del oficial de turno, de pasarle el trapo con desinfectante a las baldosas de mi lugar de trabajo, y limpiar baños, no veía la hora de irme..
Odiaba a los militares argentinos, tan arrogantes , tan machistas, tan discriminadores de la plebe (los civiles) y aunque yo era mas educado y culto que la mayoría de ellos, tenía que soportar sus arranques, sus caprichos, sus desprecios, su consuetudinaria estolidez. Cuerpo a tierra , carrera maarchhhhhhhhhh. Los veía como niños grandes de bigotes crecidos, jugando a la guerra, con sus uniformes tan planchaditos, almidonados compuestos y aburridos.
El servicio militar obligatorio , que luego fue suprimido, era una especie de servidumbre civil que obligaba a todo aquel que tuviera que cumplirlo , a realizar tareas muchas veces humillantes, prácticamente impagas, durante un año para distintos cuerpos militares y a someterse a una disciplina y a unas reglas casi imposibles de soportar. Estoy hablando en tiempo de paz. En tiempos de guerra la cosa podría ser diferente.
Por aquella época , la hipótesis de guerra, para los militares argentinos, no era aún la subversión interna armada que llevaría años después a desapariciones y muertes, sino Chile. El país trasandino era nuestro "enemigo" y otro poco hicieron los militares chilenos que enseñaron a su pueblo a odiar a la Argentina, y a los argentinos sin demasiado motivo, o por la simple razón de tener un país mas angosto y mas pobre, y para mantenerse en el poder, comprar armas y obtener "comisiones". En eso eran iguales a mis militares compatriotas.
En una dependencia cercana a la que yo me desempeñaba , había un soldado que por su caradurismo, desfachatez, vulgaridad y simpatía a toda prueba, se había ganado la atención de toda la compañía. Rolando Mirras, alias el loco Mirras.. De él se decían muchas cosas: que había sido ladrón o contrabandista, que su madre era partera y bruja y que vivía de hacer abortos, que su hermano estaba preso, que el mismo vendía su cuerpo en la estación Pacífico del Ferrocarril, a automovilistas que pasaban por la zona. También que era un pajero compulsivo y que a veces acababa sin cuidarse. .en cualquier parte. Ladrón, pajero degenerado y taxiboy era lo menos que se decía de el.
Mirras era rebelde y contestador y por eso siempre se le aplicaban sanciones y quedaba preso dentro del cuartel , muchas veces trabajando, haciendo dibujos, pues se desempeñaba en un sector que diseñaba mapas y cartas geográficas.
A veces venía a mi oficina, que se encargaba del registro, archivo, custodia y préstamo de esos mapas y cartas geográficas, y yo lo trataba correctamente pero nunca le daba mucha confianza. Le temía a su lengua ordinaria y soez, a su forma de ser desfachatada, a su presunta locura, a que me hiciera cualquier cosa que me dañara : yo quería irme en la primera baja, y él era mal visto y catalogado.
Mirras no era lindo, era mas bien alto, de cabello castaño claro, piel blanca, ojos verdes muy claros, rastros de acné, boca enorme de labios muy carnosos, dientes desparejos, casi lampiño, bastante musculoso, muy agil y dinámico. Nunca había pensado en el como en un objeto sexual. Ni sus famas de taxiboy o de pajero compulsivo me parecían creíbles. Lo veía como un loquito, que siempre usaba palabrotas, y que exageraba su forma de ser, para ganarse las simpatías de los demás..
Había otros soldados que me quitaban el sueño, como uno de la sala de guardia , que solía pasearse desnudo con sus enormes bolas y pija por el dormitorio de los soldados, el fouriel que solía cambiarse todas las mañanas enfrente de todos su ropa civil por la de soldado, mostrando una dotación considerable y sexy., particularmente cuando se daba vuelta y por debajo de su culo asomaban sus huevos increíblemente llenos de leche. Estaba aquel chico alto de ojos azules que parecía un modelo de fotonovelas, y que era uno de los mejores soldados.
La de pajas que me hacia en mi casa pensando en sus cuerpos esbeltos y bellos, en sus pijas grandes, en sus piernas largas , en su sexualidad masculina en el pico de esplendidez , pero en Mirras no, no me calentaba, no me generaba ninguna excitación, casi diría que me daba como cierta repulsión por sus dientes desparejos de vampiro, su mirada inyectada en sangre cuando se enojaba, su desprolijidad e higiene sospechosa, su figura payasesca.
Había un chico en el sector de los coroneles , empleado de un banco internacional., moreno y muy distinguido , con quien yo mantenía un romance casi platónico , salvo unos besos y tocamientos durante alguna que otra tarde, en un rincón alejado del edificio. Era peludito , bronceado como si el sol del verano, hubiese permanecido en su piel. Sus besos sabían a chicle globo y usaba una colonia inglesa que años después olería en Paris en un local de indumentaria masculina , y que me traería su recuerdo grato. Claro que el chico tenía novia, pensaba casarse y se declaraba heterosexual. Pero cada vez que nos veíamos nuestros ojos brillaban, nos hacíamos chistes, nos tocábamos incidentalmente y hasta nos costaba separarnos. Oh amores quasi platónicos de aquellos años....
Se llamaba Luis Carlos y el tiempo ha borrado su apellido, el sabor de su boca, el calor de aquellos besos, la pasión de las caricias de unos soldaditos perdidos en un mundo que no les pertenecía.
A Mirras casi no lo trataba : venia a mi sector, dejaba sus cartas geográficas y yo le daba el correspondiente recibo. El, que era juguetón con todos, intentó serlo conmigo, las primeras veces, escondiéndome la lapicera, o el papel carbónico , pero mi seriedad a toda prueba, la presencia del empleado mayor a quien yo asistía, le quitaban gracia a su broma y advertido de ello, no lo volvió a hacer.
Un sábado por la tarde yo estaba de guardia, y el Capitán de la compañía necesitaba un juego de llaves que Mirras se había llevado a su casa, por lo que me solicitó que fuera hasta el domicilio del soldado a buscarlas. Luego debería llevárselas al domicilio del oficial cerca de Palermo , en las proximidades del Jardín Botánico de Buenos Aires.
Tomé un ómnibus hasta la casa de Mirras que quedaba por Villa Urquiza y llamé a su puerta, esperé un largo rato, y por fín apareció él, con cara de dormido y algo asustado al verme.. Le dije que sólo necesitaba las llaves, que no era nada grave, pero insistió en querer ir conmigo a casa del Capitán. Se vistió el uniforme y volvimos juntos hasta el cuartel,
Desde su casa tomamos un ómnibus, y el saludaba a todos los conductores que lo conocían por su primer nombre, nos sentamos juntos y noté al rato que el rozaba con su pierna la mía pero yo fingí que no me daba por enterado, aunque sabía que era intencional. Sus piernas eran largas y musculosas y muy calientes. Cuando notó mi falta de respuesta, comenzó a preguntarme, asombrándose por mi progreso en la carrera, lo que llamó "tu buena onda", pues pensaba que yo era muy antipático y que siempre lo había despreciado. Traté de darle a entender de que nunca lo había despreciado sino que procuraba no tener sanciones para irme de alli , que eso era un infierno. Que no había nada en contra de él.
Ahh dijo, suspirando aliviado. Finalmente llegamos a Palermo.
Decidimos ir primero a la casa del oficial , y alli retornó las llaves al Capitán a quien explicó porqué las tenía, y satisfecho este, Mirras sintió otro gran alivio pues no lo sancionarían otra vez.
Salimos de lo del Capitán y me dijo de acompañarlo a comer algo a un bar de la Avenida Las Heras y yo le dije que no tenía dinero y que debía volver al cuartel pues a las nueve entraba de guardia otra vez.
Son las siete., no te vayas, . me dijo. Y yo acepté cruzar la avenida y entramos al bar. Buscó la última mesa, la que estaba cerca del baño de caballeros y mientras nos devorábamos medio sándwich de jamón crudo y queso cada uno, y compartíamos una gaseosa, que pagó el , me contó su vida y yo la mía , y en un momento sus ojos tan claros se llenaron de lágrimas , porque estaba harto del servicio militar y sólo saldría a fines de marzo del año entrante y faltaban mas de cinco meses.
Por momentos se convertía en el adolescente juguetón que escondía el azúcar, o me pateaba por debajo de la mesa y yo corría mis pies , y el se reía a carcajadas.
En un momento tomó mis pies con los suyos y los atrajo hacia si, en un gesto que me pareció muy intimo y tierno.
Cuando me quise levantar para irme, me imploró no lo hiciera y me escondió el birrete. No te vayas, quedate me decía.
Finalmente pareció aceptar mi partida y por debajo del mantel me devolvió el birrete, pero reteniendo mis manos con las dos suyas... Le saqué el birrete y me lo puse y volví mi mano hacia abajo del mantel y encontré las suyas y disimuladamente nos acariciamos, las palmas, los dedos, las uñas de los dedos, y ese tocamiento tan ingenuo y casi infantil entre nuestras manos jóvenes, bajo el mantel en un lugar público, tuvo una fuerza erótica increíble , a ambos se nos paró la verga y debimos esperar largo rato hasta que nuestras jóvenes miembros estuvieran en posición de descanso.....
Nos dirigimos a la parada del ómnibus que me llevaría al cuartel y caminamos una cuadra oscura y tranquila con olor a jazmines del país, y en un descuido me dio un beso en la boca de esos que no se olvidan.
Un beso fuerte, que desarma y condena, un beso osado para aquella época en el medio de la calle, sin importar si alguién pudiere vernos.
Antes de que pudiera reacciones me dijo . "Quiero que seamos ..... amigos , , y yo contesté con la cabeza, si, sintiendo todavía su saliva en mi boca y el calor de sus labios en los míos, y su cuerpo apretado a mi cuerpo, desafiando al mundo.
A la mañana siguiente me enteré que saldría a las 9 de la guardia pero que debería regresar esa tarde . Como yo vivía lejos no me convenía irme a mi casa.
A las 9 menos cinco Mirras llegó al cuartel , venia con su auto desde la casa del Capitán y enterado de que debía quedarme en la Capital, me invitó a desayunar a su casa.. Hacia mucho frío y lloviía por lo que acepté. Además estaba caliente con el , y eso no lo podía negar.
El desayuno fueron sus besos calientes y húmedos
Dios, como besabas Mirras, con esa lengua gigantesca y llena de saliva, qué hermoso placer le daban tus manos a mi cuerpo, acariciando mi culo deseoso y dispuesto, tocando mi pija endurecida y llorona y mis huevos llenos de mi leche, sobando mis piernas, mi pecho, mi vientre, recorriendo la raja de mi culo con ternura, . Y qué hermosos eran tu pija enorme y tus huevos lampiños, tu culo redondo y grande, tus brazos cariñosos y fuertes..
Obsesionado por tu pija grande y cabezona me lancé a ella con toda brutalidad pues me pareció que era de goma.
La besé desde el glande descubierto hasta los huevos peluditos y colgantes, y mamé la pija despacito suavemente , como dice la canción, en camara lenta , hasta que acabaste muchos chorros de leche que parecían haber estado guardados por años en tu alcancía . Ahí dudé de tu fama de pajero y taxiboy. .
Y te quedaste abrazado a mi. los dos desnudos, casi lampiños, satisfechos.
Nos quedamos dormidos por un rato y me despertó tu voz susurrándome una canción, en el oído, mientras lamías mi cuello, mi cara y mis orejas, y cuando abrí los ojos buscaste mi boca y me besaste tiernamente , eran besos dulces que nunca imaginé podrías dar pero yo estaba tan caliente con vos Mirras, que metí mi lengua entre tus labios y nuestros besos se hicieron apasionados, largos, húmedos, desesperados.
Me pusiste boca abajo, y levantaste mi culo con una almohada y comenzaste a chupármelo con suaves estocadas , cada vez mas profundas y yo empece a gritar del deseo , y vos entrabas y salías de mi culo enloquecido, con tu lengua gigantesca e hirviente y parecía que ibas a seguir por horas mientras mi esfínter se dilataba . Mi culo era como un helado de vainilla que saboreabas cada vez con mas apetito. Y yo te rogué que me cogieras y lo hiciste y esa pija me hizo doler , doler como no te imaginas y luego me hizo gozar a los gritos y en mis gemidos estaba tu nombre..
Nos quedamos separados para refrescarnos un poco, y al rato Mirras me entregó su culo marmóreo y sensual,, y me gritaba que me lo cogiera y lo hice y, cogí, cogi hasta sentir que me elevaba al cielo.
Allí donde estés, te digo Mirras, nunca te pude olvidar.
galansoy
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