Sola en casa (1 Parte)

Una joven de 28 años se queda sola en casa con un vecino mirón madurito. El odio entre los dos hace que choquen mas de una vez hasta que en uno de ellos decide dar rienda suelta a sus pensamientos.El la observa desde su ventana bañarse en la piscina, ella lo desea en sus sueños. ¿Qué pasara?

Sola en casa

Vivo en una casa de dos plantas donde la planta baja tiene una piscina propia. Para haceros una idea, la puerta principal de la calle se abre en la planta de abajo, donde avanzas unos metros, giras y tienes un patio con la piscina, en un lateral con una mesa larga de cristal, seis sillas, una hamaca, un par de macetas en cada esquina y una pequeña barbacóa de obra. Todo el suelo es cesped, salvo el pequeño camino que lleva desde la puerta principal de la calle hasta las escaleras, que al subirlas, está la puerta de la casa.

Es un barrio pequeño, separado del centro y bastante soso en cuanto ambiente. La mayoría de mis vecinos son parejas que ronda como mínimo los 35-40 y el único ser más joven es un crío de unos 7 años, así a ojo. Es un barrio con mucha vegetación y un parque al final de la calle donde hace una pequeña rotonda y hay unos bancos en los que en más de una ocasión, están mis vecinos como únicos visitantes.

Yo tengo 28 años, aún vivo con mis padres aquí y conozco a casi todos mis vecinos desde que hicieron esta zona y nos mudamos todos aquí. Desde entonces hay uno con el que he tenido más de un encontronazo porque me mira más de la cuenta, me habla de manera, borde o simplemente a veces me ignora y no entiendo el porqué. Se mudó hace unos meses, es padre de ese niño que mencioné antes, el de los 7 años. Un crío insoportable que siempre está dando por culo en la rotonda del barrio donde la mayoría de vecinos se sientan a tomar el fresco por la tarde.

Ese niño se dedica a jugar con la pelota y molestar a todo ser viviente. Porque sí, porque así es él de cojonero.Ya he tenido varias veces el encontronazo con su querido padre. Un señor que pasará los 45 como mínimo, que estaba de muy buen ver, al que le he dicho en más de una ocasión que cuide un poquito más de su hijo y lo eduque mejor. El niño hace lo que le sale la real gana y la madre... la madre es harina de otro costal. Sencillamente nunca está. Sale por la mañana y llega muy tarde de noche.

Como cada día desde que empezó el verano me voy a la piscina a bañarme y a tomar el sol. Libro en mano me tumbo sobre la tumbona y me retuesto como un garbanzo mientras leo. Desde otras casas se puede ver mi patio y no sería ni la primera ni la última vez que eso pasa y he tenido que llamar la atención o pedir a mis padres que pusieran un toldo. Cosa que no consigo sacarles ni aunque frote la lámpara de Aladin.

Llevaba una semana siendo espiada por él. No importaba lo que hiciera, que estuviera en el agua, tomando el sol, tumbada, comiendo en la mesa que había bajo un techo en uno de los laterales, que estuviera tendiendo algo en el tendedero plegable... le daba igual. El caso era mirarme. Era cruzar miradas y salir chispas de ella. Yo creo que nos odiábamos tanto que cualquier día alguno de los dos sufiría un jamacuco en nuestros encontronazos. En los últimos días habíamos discutido un par de veces por las pelotas de su hijo, ya que el angelico no tenía otra cosa que hacer que tirarme pelotas a mi patio y que, llenas de barro, cayeran en mi piscina.

Era viernes, mis padres se habían ido de vacaciones una semana y tenía durante ese tiempo la casa para mi sola. Como tal mi único plan era ponerme hasta arriba de porquerías, tumbarme en bragas en el salón y ponerme Netflix a hacer un maratón de alguna serie a la que estaba enganchada. Iba a ser una semana de relax máximo, de mucha comida basura y mucha televisión.

Serían las 9 de la noche cuando se me pasó por la cabeza darme un homenaje de tranquilidad y mimo en la piscina de noche, y llevándome el altavoz hasta la piscina, enchufé el móvil a el y subí el volumen. Sonaba You're My Heart, You're my Soul (mis gustos musicales son cosa aparte) cuando fui a la cocina a ver como iba la pizza del horno. La saqué, la puse en el plato cogí un vaso, una lata de té frío y con el pie abrí la puerta de la cocina que comunicaba al patio. Lo puse todo en la mesa, encendí la luz del lateral que alumbraba más y me senté a cenar mientras la música seguía sonando y yo pensaba en sepa dios qué que ni me acuerdo ya.

El caso es que había terminado de comer, había llevado todo a su sitio y había dejado el plato y lo demás en el fregadero cuando al volver, después de lavarme los dientes, me quité el vestido y me quedé en bikini.

Lo había comprado el día anterior, blanco y negro, con la parte de arriba sin cuerdas en el cuello por que un día iba ahorcarme con mis propias tetas. Creedme si os digo que una 110 copa D pesa como si tuviese ahí dos minimelones. Me encantó cuando lo vi en la tienda haciendo "Zapping" por la web online, pero al ser sin tirantes mi amiga me dijo "Mayka, se te van a salir las tetas" , así que sencillamente lo dejé para casa, donde se podían salir sin problema.

Y allí estaba, poniéndomelo bien y atándome el lazo de la braga a la cadera. Poco después metí un pie en el agua, probando con gusto la temperatura de la misma. Era una delicia ver lo templada y buena que estaba. Era ideal bañarse de noche cuando todo el día había calentado el agua el sol. Daban ganas de meterse para no salir.

Así que no lo dudé más, me tiré de cabeza sin pensar en las miles de veces que me han dicho eso de que "antes de meterse hay que hacer la digestión, no puedes meterte recién comida".

Permitir que os diga que esa leyenda urbana no iba conmigo. De toda la vida del señor me había bañado recién comida y ahí estaba, vivita y coleando. Sonaba

Another brick in the wall

cuando saqué la cabeza del agua y me pasé las manos por la cara echando el pelo hacía atrás.

Estaba en paz. Que armonia sin mis padres en casa, sin nadie que me diera por culo, sin vecinos mirando por que a esta hora estarían muy ocupados con sus vidas de pareja, sus niños, sus ganas de irse a dormir, que tranqu...

Se rompió la tranquilidad cuando el timbre empezó a sonar sin parar. Hice caso omiso porque por nada del mundo tenía intención de salir del agua. Pero el ding dong me estaba poniendo enferma y no me quedó mas remedio que salir, con mala gana y sin coger la toalla si quiera. Fui de muy malas maneras andando descalza y chorreando, parecía un gremlin un día de lluvia. Cuando vi por la parte de arriba de la puerta quien era mi rabía hizo que se me pusieran los pelos de punta cual personaje de manga en plena ira.

Abrí la puerta en bikini y con las gotas cayendo de mi pelo y cuerpo.

-¡¡¡¿Qué?!!! - Grité ante mi vecino, que puso cara de sorpresa y desagrado ante mi presencia.

  • Tienes la música muy alta. - Se quejó mirándome de arriba abajo y quedándose unos minutos mirando unas gotas que resbalaban por mi cuello.
  • Es viernes. No está tan alta. - Me crucé de brazos y eso hizo que mis pechos se movieran ligeramente. - No se queja Ramón que a estas horas estará dormido y te quejas tú.
  • Obvio. - Carraspeó. - Él está sordo, a mi me retumban los cristales.
  • Serás embustero. - Mi mecha de la paciencia estaba encendida, iba camino de consumirse. - Si ni siquiera está a tope.
  • Mi hijo no puede dormir.
  • Tu hijo es satanás, con esa conciencia tampoco podría dormir yo.
  • No te permito que hables así de mi hijo. - alzó el dedo apuntándome. Se empezaba a poner ya un poco rojo, igual la tensión...
  • Es verdad, la culpa es de sus padres, si lo educases mejor no sería un vástago de lucifer.
  • Mira quien fue hablar de educación, la que habrás tenido tu siendo como eres.

Esto último me puso más nerviosa de la cuenta, lo admito, y cogí lo primero que pillé, que fue el cesto de las pinzas de la ropa, y se lo tiré a la cara.

-¿Pero qué coño te pasa, niña? - Me había llamado niña. Ahora si íbamos a tenerla.

-Niña tu puta madre, fuera de mi casa.

  • Hablaré con tus padres. - Me dijo mientras le cerraba la puerta en la cara.
  • Y yo con los tuyos, a ver por que razón tu madre no te abortó hace 50 años.
  • ¿Me estás llamando viejo? - Gritó al otro lado de la puerta.
  • La edad no es la que tienes sino la que muestras, y pareces mas anciano que Bartolo. - Bartolo era el mas veterano de todos mis vecinos, tenía 78 años.
  • Maldita niña. - Otra vez la palabra niña.
  • Abrí la puerta echa una furia y cuando alcé la mano para darle un bofetón me sujetó sin esperarlo.

Yo le miré, él me miró... la tensión, la ira, la... espera... ¿estaba mirándome las tetas?. Claro que las miraba, como que se me había salido una y la otra amenazaba con hacer lo mismo. Me acordé de María,

"Mayka, se te van a salir las tetas

". En el esfuerzo y el cabreo había puesto tanto enfasís que no pensé en lo que llevaba.

  • Vete de mi puta casa, enfermo.
  • Un par de azotes a tiempo y no estarías tan resaviada, niña.
  • Aplicaló en el pequeño Lucifer. - le cerré la puerta en la cara, otra vez, y esta vez no volví abrir.

El me atacaba a mi y yo atacaba a su pequeño demonio. Era siempre igual. El criticaba mi educación y mis maneras y yo criticaba su falta de educación para con su hijo. No os confundáis, yo tenía muy buena educación, pero sólo los que son dignos merecen verla.

Me apoyé en la puerta de espaldas a ella y cerré los ojos ¿qué había sido eso? Ese enfrentamiento me había mosqueado tanto como excitado. Un cosquilleo muy tonto corría entre mis muslos y mis pezones estaban duros como para tallar diamantes sin estar en el agua. Qué calor hacía... madre de dios.

Volví a la piscina con más cuidado que antes, que casi me resbalo y me rompo la crisma, y fui al altavoz, agarré la rueda de volumen y... lo puse a tope. Sonaba

The unforgiven, c

asi me dolían los oídos a mi y pensé en el resto de vecinos que, pobrecitos, no tenían culpa de nada. Vi que se asomaba a su ventana y se quedó mirándome con cara de pocos amigos. Le sonreí y vocalicé un

"jodeté".

Cuando se metió para adentro bajé la música, no por él, sino por los demás, y la dejé como estaba al inicio cuando vino a quejarse.

Me metí en el agua otra vez, cerré los ojos y me relajé. Era ya noche cerrada, pasaban las 12 de la noche cuando estaba mirándome en la tablet un capítulo de Friends tumbada en la hamaca. La música la había quitado y pronto me iría para adentro. Cuando acabó me di otro chapuzón pero por la hora que era no pensé que nadie pudiera asomarse. Apagué las luces del patio y fui a la piscina. Una vez dentro del agua me quité la parte de arriba y la de abajo, me quedé desnuda, nadando dentro del agua tibia y zambullida en ella hasta que empecé arrugarme.

Estaba en una de las esquinas semitumbada, con los brazos y la cabeza echada hacía atrás apoyada en el borde y los ojos cerrados, cuando los entre abrí porque me sentía observada lo pillé ahí, mirándome como un pajillero de descampado, creyendo que no lo veía y ensimismado conmigo. Así que haciendo alarde de una sensualidad que no sabía que tenía y un valor que me había salido así, de repente, metí la mano en el agua y me agarré un pecho, luego bajé la mano despacio hasta ponerla entre mis piernas y abrí la boca, fingiendo gemir.

Abrí los ojos de par en paz y lo pillé de lleno mirando, haciendo que girase la cabeza y apartase la mirada. Yo también quité la vista de él y cuando volví a sentirme observada, por el rabillo del ojo comprobé que mis imaginaciones tenían fundamento. Así que me puse de pie, en el centro de la piscina y pegué un salto y cogí impulso para volver a zmbullirme en el agua, haciendo que mis tetas se movieran y que mi culo saliera a la superficie. Buceé hasta la otra punta para salir por las escaleras, empapada y desnuda. Me agaché, poniendo mi culo en primer plano y recogí la toalla del suelo, liándome en ella y metiéndome en la cocina. Reconozco que la escena de exhibicionismo me puso como una puta moto, algo que nunca imaginé.

Aquella noche soñé cosas. Cosas que no debería haber soñado y que me hiceron despertarme con la mano en las bragas y muy mojada. Recordaba haber sentido su lengua, sus manos, su cuerpo presionando el mio, embistiéndome contra la pared, agarrándome del pelo, pegándome azotes y poniendo mi culo rojo antes de follarme a cuatro patas. Desde que la palabra azote salió de su boca, un cosquilleo me recorría entera al pensar en él poniendo sus manos en mis nalgas.

Me desperté, eran las 5 de la mañana cuando miré el móvil y no podía volver a dormir, me metí en Twitter y en Instagram a mirar algunas publicaciones y a escribir algunas cosas un tanto profundas. En la noche me ponía filosófica. Era un efecto secundario del no dormir y del gilipollismo que me estaba dando con mi vecino. Yo le odiaba, ¿Por qué tenía que soñar con él?. Al final no se ni cuando ni como me quedé dormida cogida al móvil. Cuando volví a despertarme ya eran las 12 de la mañana, hice algunas cosas por casa y antes de comer me fui a darme un chapuzón en la piscina. Era algún tipo de ritual que tenía los veranos, bañarme antes de desayudar o de comer, nada más levantarme tarde, para despejarme.

¿Otra vez ahí? Ese tío se pasaba el día mirando por la ventana como el vecino más cotilla de la historia. Y así pasaron los días, siendo espiada cada vez que me bañaba y tirándonos miradas de odio cada vez que nos cruzábamos.

Era Miércoles estaba yo viendo la tele, un documental musical en Netflix, en el salón, cuando escuché el timbre. Eran las 4:30 de la tarde cuando me levanté de mala gana del sofá, me puse el vestido que tenía en uno de los sillones porque estaba en bragas y sujetador y fui descalza hasta la puerta. Y ahí estaba él, vestido con unos pantalones vaquero negro y una camisa color oliva abierta con una camiseta negra debajo, de nuevo en mi puerta mirándome pero sin querer quedarse en mis ojos. Apartaba la mirada al suelo o intentaba esquivar la mia ¿Pero qué...?.

  • Vengo a por la pelota de Dani, ¿Puedes echarla, por favor?
  • Si esa pelota a vuelto a caer en mi piscina yo misma la pincharé.
  • Es un niño, ha sido un accidente.
  • Tu pequeño Lucifer no para de tirar la pelota a mi lado del patio, ¿no tiene ese angelito otro sitio donde echarlas?
  • ¡Que no llames a mi hijo así! - Dijo cerrando los ojos intentando mantener la compostura. - No volverá a ocurrir.
  • Ya lo creo que no, cuando se quede sin una aprenderá la lección con las demás.

Me encaminé hasta el patio, pasando por el césped de la entrada y del tendedero plegable que estaba con ropa de la mañana anterior cuando había tendido y llegamos hasta la piscina, donde flotaba su pelota llena de tierra y había dejado una mancha enorme en el agua.

  • Puto niño. - Grité dándome la vuelta y mirándole con los brazos en jarras.
  • Dámela y no volverá a pasar.

No le hice caso, fui hasta la cocina y cogí un cuchillo, salí muy seria hasta el patio.

  • ¿Qué haces? ¿A dónde vas? - Gritó intentando agarrarme del brazo. - ¿Estás loca? Es un niño
  • Que me dejes. Estoy hasta el coño de tu niño, de ti y de su puta pelota.

La cogí y me fui hasta la pared, poniéndome de espaldas a él que intentaba quitármela de las manos.

  • Te vas hacer daño, dame eso.
  • No. Esta pelota no cae más aquí.
  • ¡¡¡Que me la des!!!
  • ¡¡¡Que no!!!

La tensión del momento quizás fuera la culpable de que una de sus manos me diera un manotazo en el culo. Pero lejos de lo que esperaba de mi misma no reaccioné con mi ira habital.

  • -¿Pero qué haces? - Escupí más bajito de lo que que hubiera hecho yo.
  • -Lo siento. No sé que me ha pasado. - Levantó las manos.

  • Si vuelves a ponerme la mano encima... - Me estaba calentando. Y en el doble sentido de la palabra además.

  • Quizás el problema es tuyo por no saber controlarte con un niño, es una simple pelota.
  • ¿Eres imbécil? Ese niño lleva amargándome desde que llegó, no es mi culpa que no sepas educarle y enseñarle a respetar a sus vecinos.
  • No es que tu me tengas mucho respeto. - Hizo una mueca.
  • Porque no te lo mereces.

Agarró la pelota y dio un par de pasos adelante, arrinconándome contra la pared con la pelota en las manos y el cuchillo sobresaliendo de una de ellas. Me quitó el cuchillo de las manos y lo puso sobre la mesa de cristal que había al lado. Volvió la mirada hasta a mi y solté la pelota a la vez que él. Ésta cayó al suelo y rodó hasta el borde de la piscina haciendo amago de volver a caer. Apoyó sus manos en la pared, alrededor de mi cuerpo. Su cara estaba a escasos centímetros de la mía, yo miraba a su boca y el sacó la lengua y se la pasó por los labios mientras me miraba de arriba a bajo.

Tragué saliva, casi podía sentir sus manos rozarme la cintura, y sus ojos penetrando por debajo de mi ropa, desnudándome con la mirada. El silencio que me pareció eterno se vio rompido por una música prominente del salón. Se escuchaba

Nothing Else Matters

cuando su mano se posó en mi cadera y descendió hasta mi muslo pegándose a mi cuerpo, agarró el filo del vestido y cerrando la mano aferrada a la tela ascendió rozando sus nudillos por mi piel.

Nuestra respiración se aceleró mientras yo me mordía el labio conteniendo los nervios y la excitación del momento. Puse las manos en su pecho intentando, falsamente claro está, quitármelo de encima. Subió lo suficiente la tela como para ver mis braguitas blancas de algodón con un lacito en el centro y encaje en los bordes. Daleó la cabeza y me miró a los ojos sonriendo. Con la otra mano deslizó el tirante de mi vestido rosa de cerezas por mi hombro y dejó a la vista mi sujetador del mismo color que las bragas. La mano que tenía en la parte baja de mi vestido se movió hasta mi ombligo y con un dedo fue bajando, clavándose en mi piel, hasta llegar a mi sexo.

  • Niña mala. - Susurró en mi oído. - Estás empapada.

Y por primera vez fui incapaz de rechistar porque era verdad que lo estaba y la situación me estaba poniéndo muchísimo.

Los pezones se estaban endureciéndo bajo la tela, y su dedo pasando una y otra vez por mis labios vaginales no era de mucha ayuda.

  • Se diferenciar cuando alguien quiere y cuando no. - Dijo en mi boca.

Sus manos agarraron mis pechos y los apretó, juntándolos, como hizo con su cuerpo presionando el mio haciéndome ver su grado de excitación. Estaba tan empalmado que pude sentirla claramente en mi vientre, deseando salir de su ropa.

  • Dime que es lo que quieres... - Me dijo cuando me soltó las tetas y llevó su mano entre nuestros cuerpos hasta el interior de mis muslos. - dimelo, niña.

Pero cuando iba abrir la boca para decir algo, que no sabía ni lo que iba a decir, se escuchó unos pasos y una vocecita.

  • ¿Papá? - Los dos miramos con los ojos abiertos como platos. - Papá ¿y mi pelota? ¿Porqué tardas tanto?

Y juro por dios que en ese momento no sabía si amar a ese niño o meterlo en la piscina.