Sol y sombra (rubia y morena)

Hacía años que no salía de copas con mi amiga. Éramos dos cuarentonas y lo sabíamos, pero no lo aparentabamos, y éso lo sabíamos también. Nadie diría que se trataba de esposas y madres ejemplares. Pero... esa noche habíamos salido a divertirnos... y divertirlos.

SOL Y SOMBRA (RUBIA Y MORENA)

Hacía años que no salía de copas con mi amiga, desde que me fui a vivir al extranjero, y me resultaba incierto lo que la noche pudiera deparar. Es verdad que siempre habíamos sido amigas del alma, la rubia y la morena, siempre juntas. Nos entendíamos bien, pero, con el tiempo, las circunstancias habían cambiado de forma considerable. Ya no se trataba de dos chiquillas que salían a descubrir el mundo y las relaciones entre sexos, sino de dos mujeres desesperadas por huir de la rutina y las obligaciones que les machacaban día a día. Éramos dos cuarentonas y lo sabíamos, pero podíamos permitirnos el lujo de dar el pego, y éso lo sabíamos también. Ropa modernilla, actitud desenfadada, y nadie diría que se trataba de esposa y madre ejemplar pero aburrida hasta la médula de las conversaciones de trabajo de su marido, de los viajes de negocio de su marido, de los polvos eficientes con descarga rápida de su marido... esta noche había salido a divertirme.

Iniciamos la noche en un bar de tapas contándonos nuestras penas. Yo no tenía muy claro cuáles eran las intenciones de mi amiga para esa noche todavía pero, de forma prudente, comencé a hacerle confesiones sobre mi vida sexual. Le conté que me había olvidado de lo que era el juego de seducción, mi marido pasaba directamente del telediario al polvo y, con la misma actitud con la que escuchaba las noticias de bolsa, me untaba de gel lubricante para no perder el tiempo y me la metía para correrse en menos de cinco minutos mientras decía jadeante: "lo siento, cariño, no podía esperar más". Me resultaba especialmente liberador el poder expresar con palabras todas aquellas frustraciones. También le conté a mi amiga que hacía meses que no me corría con un tío y que la situación se me estaba escapando de las manos. Le confesé que, cada vez de forma más frecuente y cuando todo el mundo se había acostado, me pasaba la noche en el salon pajeandome como una loca delante de una película porno. Le hable también de mis cada vez más frecuentes fantasías sexuales con extraños. No llegue a decirle que tenía unas ganas locas de cruzarme con una polla tersa y juguetona que me pegara un buen repaso, pero, francamente, creo que mi amiga lo intuyó perfectamente sin necesidad de hacerlo explícito. Es más, no sé cómo ni por qué, pero me pareció adivinar en sus ojos una elocuente mirada de complicidad, como si todo aquello que le estaba contando le resultara familiar.

Salimos del bar en busca de un local de baile. Tras un par de intentos dimos con lo que andábamos buscando. Buena música y sitio para bailar. Al principio nos quedamos pegadas a la barra tomando una copa y estudiando la gente. El ritmo comenzaba a infiltrarse por mis venas, las caderas se iban soltando y el cerebro se iba desenganchando de mi yo rutinario. Enseguida me di cuenta que las chicas en Madrid no saben bailar. Yo tampoco sabía bailar a los veinte. Qué desperdicio, pensé. La sala se fue llenando hasta alcanzar quórum, pero sin agobios. Nos fuimos desplazando hacia el centro de la pista y haciendo nuestro baile cada vez más sensual y desafiante. No tardaron en fijarse en nosotros un par de tipos desde la barra, pero a mi amiga no le debieron gustar y me pidió que la acompañase al baño. A la vuelta decidí perderme entre el gentío sudoroso e ininteligible de la pista de baile. Ignorando todas las manos ávidas que, intencionadamente desapercibidas, rozaban mi cuerpo, fui entregándome al ritmo y dejándome llevar por unos brazos anónimos que me agarraban fuertemente la cintura para determinar plácidamente su cadencia. Más tarde, me abandoné a una pelvis insistente que imponía movimientos circulares mientras rozaba ligeramente mi pubis. Un cuerpo pegado a mi espalda, sudor contra sudor, se meneaba acompasadamente mientras clavaba su aliento cálido y húmedo tras el lóbulo de mi oreja. Me estaba calentando y no hacía nada por evitarlo. Miré hacia donde estaba mi amiga. Le vi muy pendiente de un grupo de chicos que no le quitaba ojo y decidí echarle una mano. El discjockey me ayudó con un tema de merengue, fácil de bailar, distendido y sensual. Me quedé mirando a los ojos a uno de los del grupo y por fin se animó a sacarme a bailar. No conocía muchos pasos, pero llevaba bien el ritmo y le echaba imaginación, algo que aprecio mucho. Su amigo se puso a bailar con mi amiga y enseguida me di cuenta que bailaba mucho mejor que mi pareja. Mala suerte, me dije. De todos modos su amigo parecía estar más contento con la rubia así que decidí dejarlo como estaba y ver hasta dónde daba de sí las cualidades para la danza de mi compañero. Al acabar la canción me dijo que se llamaba David y confesó recibir clases de baile de su madre en la cocina de su casa. No me pareció un tema de conversación muy excitante y pensé en probar suerte con otro grupo, pero al ver a mi amiga muy pegadita a su conquista me di cuenta que ella ya había elegido.

Decidí seguir bailando y dejar que la noche me guiara, sin precipitar los acontecimientos. David se me acercó y, de nuevo, empezamos a bailar juntos. Amparada en el anonimato, bailaba de forma provocativa y descarada. David se acercaba cada vez más a mí, empezó a pasar la mano tentativamente por mi cintura. Le dejé hacer. Con un baile sensual me fue empujando sutilmente hasta arrinconarme contra la pared y me metió la lengua hasta la garganta, lo que me pareció más interesante que su conversación. No besaba mal, un poco apresurado, personalmente, me ponen más los besos dulces. Se pegaba bien a mí, pero no podía notar su polla dura contra el monte de Venus, lo que me resultó decepcionante y decidí zafarme de él. Una leve insinuación fue suficiente y me dejó ir, lo que le agradecí sobremanera pues no hay nada que más me desagrade que in tipo insistente. Se veía que era chico sensible y bien educado. Un punto a su favor. Entretanto, mi amiga ya se colgaba del cuello de su pareja con esa sonrisa picaresca que tan bien conozco. Había que reconocer que su pareja tenia mejor ritmo y presencia, pero intente apartar este pensamiento de mi cabeza. Excitada y divertida, fui yo esta vez la que agarré a David para bailar, bien pegadita, restregándome todo lo que podía sin que, en mi opinión, fuera demasiado descarado. Aunque al parecer no debía ser la opinión generalizada, a juzgar por las miradas de desaprobación que me lanzaban otras chicas de la pista. Otra ventaja de los cuarenta, pensé, es que puedo permitirme bailar tan descaradamente como me dé la gana y con quien quiera sin sentir vergüenza. David seguía morreándome, metiéndome la lengua en la oreja, sobándome entre baile y pregunta. Quería saber de mí, de mi vida privada, de mis circunstancias, sin darse cuenta que efecto psicológico de sus preguntas era ponerme cada vez más caliente, impulsándome a un modo insolentemente trasgresor y desvergonzado.

Lo que yo tenia en la cabeza era coger a David de la mano y meterme con él en el baño. Así, mirándole fijamente con los ojos llenos de deseo, desabrocharme lentamente el vaquero, darme media vuelta y apoyar mis manos contra la pared. Mostrarle mis nalgas duras y mi coño bien mojado, y que me metiera la polla con ímpetu, hasta las entrañas, para hacerme gritar el placer de mi primera corrida de la noche. Después, desabrochando mi blusa, ofrecerle mis pezones puntiagudos para que me los comiera ávidamente, mientras me frotaba el clítoris con un dedo ágil pero firme, haciéndome sentir debilidad en las piernas mientras me corría por segunda vez. Apoyarle de espaldas contra la pared, agachándome lentamente hasta llegar con mi boca a la altura de la polla para tragármela de una vez hasta los huevos, arrancándole un gemido inconsciente e irremediable. Y pasear la punta de mi lengua por su glande, pajeándole el resto de la polla hasta ponérsela grande, gorda y tiesa para, sentándole sobre el váter, clavármela en un grito y cabalgarle violentamente, dentro y fuera, hasta sentir estremecerse mis pezones en mi tercera corrida de la noche. Y escuchar con agrado que su amigo entra tambien al servicio e invitarle a que se arrodille a comerme el coño mientras estoy sentada encima de David, su polla bien clavada y las piernas apoyadas en las paredes del cuchitril. Un amigo con buen ritmo era justo lo que necesitaba, sí. Y así, delirio en trance, sentir el espasmo de una contracción brusca e involuntaria, corriéndome por cuarta vez. Y medio exhausta pero sabiendo que no había acabado todavía, apoyarme contra la pared y sentir sus lenguas a la vez paseándose por mi cuello y por mis muslos, encendiéndome de nuevo. Sentir como me arrancaban un gemido de dolor y placer al morderme el coño y los pezones al mismo tiempo, estimulando ese eje vertical de placer que me hace perder el orgullo y demanda cada vez más, la gran corrida, la definitiva. Por fin, echarme de rodillas al suelo, chupar una polla y pajear la otra, y cambiar, una detrás de otra, con ansia, con alevosía, hasta tener las dos bien gruesas y dispuestas. Sentar al amigo de David y metérmela hasta bien dentro, a buen ritmo, y sentir como aún me quedaba con ganas de más hasta que por fin David se decidiera a metérmela por detrás, abriéndome en dos, arrancándome el gemido más profundo y un escalofrió que me recorriera todo el cuerpo. Y escuchando sus gemidos mientras me regaban por dentro, yo, ahora sí, terminar en el quinto y brutal orgasmo de sentirme toda llena, de pollas, de leche, de placer... saciada.

Me hallaba yo en estos pensamientos cuando se encendieron las luces sobre la pista de baile y nos dimos cuenta de la hora que era. El reloj de las cenicientas modernas toca a las seis y no a las doce. Mi amiga llegaba tarde a trabajar y teníamos que irnos corriendo. Me despedí de David mientras mi amiga intercambiaba números de teléfono con su amigo y pusimos rumbo al coche.

Salimos del parking y paramos en el semáforo de una calle adyacente. David y su amigo montaron entonces en el coche sin avisar ni pedir permiso. "La primera a la derecha", dijo David en tono convincente. Mire a mi amiga a los ojos y, tras su gesto de aprobación, viré a la derecha. Al cabo de diez minutos aparcaba el coche a la puerta de casa de David, que nos invitaba a subir. El amigo de David se ocupó de la música y David de las copas.

Me pidió que le acompañara a la cocina a por el hielo y, cuando me agache a abrir el congelador, me agarró por las caderas y me envistió potentemente por detrás. Esta vez sí noté su polla bien dura restregándose contra mi culo y me estremecí. Me incorpore, cerré la puerta del congelador y David me colocó violentamente contra ella mientras me envestía desde atrás. No puede evitar soltar un profundo suspiro, poniendo en evidencia que su actitud no solo no me disgustaba, sino que esperaba más. Así que no se hizo de rogar. Me dio media vuelta y, agarrándome ambos brazos por las muñecas, me los colocó sobre la cabeza y comenzó a descender sus labios desde mi cuello hacia el escote. Atrapada entre la frialdad de la puerta de la nevera y la calentura de David sentía las idas y venidas de ondas y calambres recorriendo mi cuerpo. Con su mano libre, David me apretaba el pubis y me agarraba fuertemente el coño por encima del vaquero, que ya empezaba a sobrarme. No podía contenerme y mis gemidos debían resultar evidentes para la pareja del salón. Comenzaron a reclamarnos aquel hielo que no llegaba nunca y David me soltó para atender sus demandas. Al llegar al salón vi a mi amiga sentada sobre las piernas de su conquista, morreándole. Parecía satisfecha. Dejé el hielo sobre la mesita y me senté en un sillón contiguo. David se sentó en el suelo a mi lado y comenzó a meter la mano por la pata de mi pantalón, acariciándome la pantorrilla y subiendo hacia la corva. La conversación se debatía ahora sobre si era mejor vivir sólo o con amigos. El amigo de David defendía que era mejor con amigos, ya que, según él, se prestaba a juegos más interesantes. Sin tiempo para reflexionar a lo que se refería exactamente, noté como la mano de David subía por mi entrepierna y acababa presionando, exactamente calculado, sobre mi clítoris. No pude evitar pegar un respingo y mi acaloramiento se hizo evidente. "Me haces cosquillas", acerté a decirle nerviosa y evidentemente cortada por la presencia de la otra pareja. Se hizo evidente que era la primera vez que me veía en semejante situación y ni siquiera sabía si éste era el caso también para mi amiga.

David, lejos de cortarse, echó mano de la hebilla de mi pantalón y, antes de darme cuenta, deslizaba sus dedos entre mis braguitas y mis labios. Para mi sorpresa, mi reacción no fue la de tensarme, sino todo lo contrario, de acomodarme y facilitarle a David la exploración. Miré de reojo a la pareja que estaba a mi lado y vi como miraban con curiosidad. El tener allí a mi amiga viendo como me metía mano un desconocido me hizo recordar su mirada de complicidad en el bar de tapas y me abrí más de piernas para gozarla mejor. David me fue bajando los vaqueros y las braguitas lentamente mientras pasaba su mano por mis muslos ahora desnudos. El primer contacto de sus dedos sobre mi piel me hizo estremecerme y noté un borbotón de fluido invadir mi vagina. Voy a estar bien mojadita para ti, murmuré. Se acercó a mi coño mirándome a los ojos y clavó la punta de su lengua entre mis labios presionándome el clítoris y arrancándome un grito incontenible. La pareja de al lado parecía disfrutarlo tanto como nosotros. David colocó las manos en mis rodillas y, presionando suavemente, me fue abriendo las piernas mientras aumentaba la intensidad de sus lamidas. Su amigo entonces invitó a mi amiga a desabrocharme la blusa. Mi amiga no se cortó un pelo, me desabrochó la blusa y comenzó a acariciarme los pechos mientras su amigo le iba sacando el pantalón. La cosa iba más allá de lo que me había esperado, pero lejos de hacerme sentir incómoda, me proporcionaba una gran excitación. Mi amiga pasó a chuparme los pechos visiblemente excitada mientras su pareja le metía el dedo desde atrás. Verla mover el culo pajeándose contra el dedo de su pareja mientras me mordía lascivamente los pezones me puso muy cachonda y al primer mordisco de David en mi coño me corrí irremediablemente. Lo malo fue que, después de correrme, me quedé más caliente de lo que ya estaba, con unas ganas enormes de sentir dentro una buena polla.

David se puso de pie para cambiar de postura y aproveché para tirarle el pantalón abajo. Puse mis manos en sus cachas y me metí su polla en la boca, tragándomela con ansia hasta la garganta. David soltó un quejido que me incitó a continuar disfrutando con mi mamada hasta levantarle la polla bien tiesa. Cuál fue mi sorpresa cuando, en esas condiciones, David se dirigió a mi amiga y se la clavó sin vacilar, haciéndole beneficiarse a ella de mi felación, lo que me resultó una gran provocación. Agarré entonces a su amigo y comencé a comerme su polla con mayor avidez de lo que lo había hecho con David. Su amigo tenía buen ritmo al bailar, quizás lo tuviera también fuera de la pista de baile, pensé. Éste me agarró la cabeza, forzando su polla dentro y fuera de mi boca hasta desarrollar una anchura irresistible. Me di la vuelta y, apoyando los brazos sobre le sillón, se incité a clavármela sin mas demora, lo que realizó al instante, soltando un grave aullido que me hizo estremecer. El placer de aquella polla entre mis piernas era inmenso, me arrancaba los más incontrolados gemidos y me incitaba a un movimiento de vaivén descontrolado y violento. David seguía beneficiándose a mi amiga, que, a base de embestidas, estaba lista para correrse. Verle el rostro desencajado de placer me ponía incluso más. Así, cuando giró la cabeza y nos miramos, no pudimos evitar irnos las dos a la vez en un grito conjunto. David y su amigo se sorprendieron de ello. Para ser la primera vez no se nos estaba dando nada mal.

Nos sentamos todos en los sillones y por fin nos tomamos la copa que habíamos preparado con anterioridad entre comentarios desenfadados y jocosos. David tomó uno de los hielos que quedaban y me lo puso en la mano. A tu amiga le va a poner mucho, me dijo, guiándome la mano con el hielo entre los muslos de mi amiga y hasta sus labios. Ella se dejó hacer, visiblemente excitada por el tratamiento, y fue abriendo lentamente las piernas. David me empujó suavemente la cabeza hacia su coño. Nunca le había comido el coño a una tía y me sentía insegura. "Le va a gustar", me dijo David en tono convincente. Mire a mi amiga y leí su deseo en los ojos, con lo que empecé a lamerle los labios, presionando fuertemente con la punta de mi lengua al llegar al clítoris. Mi amiga gemía como un animal y yo me encendía cada vez más, incrementando la frecuencia de mis lametones. De repente noté como David me metía un dedo en el culo, luego dos, y después su polla gorda. Despacio pero con firmeza. Sentía su polla me abrirme lentamente el culo, pasando cada vez más dentro y poniéndome los pezones tersos. Yo seguía chupándole el coño de mi amiga, más violentamente a medida que David me iba embistiendo por detrás. Veía a su amigo acariciándole los pechos y morreándole, forzando en ella una respiración irregular y desesperada. Una última embestida brutal de David me hizo correrme aferrada a los muslos de mi amiga, mientras le atestaba un potente mordisco el coño que le hizo soltar un grito agudo de dolor. Caí rendida al suelo mientras el amigo de David se follaba a mi amiga hasta terminarla.

Yo pensaba que había tenido bastante y me quedé allí sentada con los ojos cerrados y disfrutando de la música. Mi amiga también parecía bastante satisfecha y tumbada en el sillón recuperaba lentamente una respiración más pausada. David comenzó a decirme que le había encantado mi mamada y que le había puesto la polla gorda como hacía tiempo que no la tenía, cosa de la que alegremente se había beneficiado mi amiga. Estaba claro que David quería provocarme. Decidí seguirle el juego y empecé a sobarme los pechos y masturbarme obscenamente mirándole a los ojos, diciéndole que él no me hacía falta para consolarme. Su amigo vino en mi ayuda, invitándome por fin a bailar aquella noche. Sí tenía buen ritmo, ¡con lo que a mí me pone un tío que baile bien!. Nunca había bailado con un hombre desnuda y el roce de su piel contra la mía me resultaba muy excitante. Se restregaba bien contra mí y, agarrándome por las caderas, me llevaba en un movimiento sumamente sensual. Pegada a él, en esta cadencia musical, notaba su polla crecer entre nuestros cuerpos. La otra pareja nos observaba desde el sillón, David se masturbaba lentamente mientras con su otra mano le pajeaba el coño a mi amiga. Mi pareja de baile sabía como llevar a una mujer, metía bien su pierna entre las mías, bailando de forma cada vez más sensual. Me hacía caer en sus brazos y volcar cabeza hacia atrás exponiendo mis pechos que él acariciaba, bajando lentamente su mano hasta el pubis. A David parecía gustarle el espectáculo, tenía una mano el pecho de mi amiga y con la otra se frotaba la polla cada vez con mayor violencia. Me pareció que quería terminárselo el sólo y no lo pude consentir. Me acerque a él, sentado como estaba en el sillón, me abrí de piernas y me senté insolentemente sobre él. Me la clavé hasta dentro. David tenía razón, el volumen de su polla era inmenso y me sentí completamente llena, invadida de placer. Como una loca, completamente fuera de mí, comencé a cabalgarle como ya llevaba tiempo imaginándome, resoplando como una bestia, gritando de placer. No le quitaba los ojos de encima y le veía gozar y gemir a él también, lo que me daba más energía para continuar haste que me corrí, gritando con agonía "me voy, tío, me voy", facilitándome el más intenso orgasmo de la noche. Sólo entonces me di cuenta que el amigo de David, con la polla en la boca de mi amiga y agarrándole el pelo con las dos manos, se pajeaba con ella y se terminaba en su boca entre espasmos y gemidos. Su leche le escurría a mi amiga por la comisura de los labios. Ante semejante espectaculo, David no pudo menos que acabarsela sobre mis pechos, regandomelos con su abundante descarga. Los cuatro caímos rendidos sobre los sillones y nos quedamos dormidos en una amalgama de carne y fluidos. Yo estaba rendida y, por fin, saciada.

Pronto me despertó mi amiga, ya llevaba varias horas de retraso para llegar al trabajo. Nos vestmos rápidamente y le dejé a la puerta de su curro. No cruzamos palabra en todo el trayecto. No era necesario. Puse rumbo a casa dónde, probablemente, ya se habrían despertado los niños. Era el comienzo de un nuevo día, pero bajo una nueva perspectiva...