Sol Naciente. Capítulo 09
El momento más duro de la vida de Jorge, la partida de su novio Diego, deberá ser valiente y afrontar la realidad.
Capítulo 09.
¡¡Dios mío no!! ¡¡Esto no puede estar pasando!! – la voz de Mario se quebraba en llanto al otro lado – no…
Mi Diego…
Eso fue lo único que alcanzó a decir Jorge antes de sucumbir a sus sentimientos y echarse a llorar del dolor, la angustia y la tristeza de saber que nunca más en su vida volvería a ver a Diego. Sentía que su mundo se podría, se partía en pedacitos y caía sobre él como trozos de vidrio roto hiriéndolo por todas partes.
- Jorge, cariño – tocaba la puerta su madre – ¿Estás ahí? Sal que ya se va a servir la cena.
No obtuvo respuesta pero escuchó sollozos, por lo que se decidió por entrar a ver qué pasaba con su hijo.
¡Jorge! ¿Qué te pasa? – se admiró al verlo en el suelo llorando como nunca antes lo había visto.
Está muerto mamá – decía – ¡Está muerto! Diego…
¿Có-cómo? ¿De qué hablas? – se asustaba.
Chocó... y se fue... murió ¡Lo están pasando en las noticias!
Tranquilízate – le decía levantándolo – solo que termine la cena y le diré a tu padre que te lleve a su casa ¿Vale?
¡No mamá! – gritaba – no puedo esperar más, Diego es MI NOVIO y tengo que verlo.
Jorge dijo eso último sin pensarlo mucho, se le escapó inconscientemente decirlo. Rita se quedó pasmada unos largos segundos luego de escuchar la confesión de su hijo, esto era toda una sorpresa para ella.
¿Tu... tu qué? ¿Novio? – preguntaba reaccionando por fin.
Sí mamá – se soltaba – mi novio y debo ir a verlo.
Jorge salía corriendo de su habitación y bajó las escaleras lo más rápido que pudo. No sabía cómo pero debía llegar al hospital lo antes posible. Su celular volvió a vibrar, era otra llamada, era de Christine.
¿Bueno? – contestó.
Jorge – ella lloraba desconsolada – ha pasado una desgracia…
Lo sé... lo acabo de ver en las noticias, voy para allá ahora mismo – cortó la llamada.
Salió de la mansión hacia la calle, donde tenía pensado tomar un taxi, pero desde el bulevar sur apareció una motocicleta a toda velocidad, la cual se detuvo frente a él.
¡Jorge! – se quitaba Reynaldo su casco y se bajaba de la moto – en las noticias estaban pasando el accidente de Diego, vine lo más pronto posible.
Rey… mi Diego – lo abrazaba llorando.
Lo siento mucho – le susurraba palmeando su espalda.
Llévame al Hospital Santa Gertrudis por favor – se separaba – necesito verlo y ver a su madre.
Vale, póntelo – le pasaba el otro casco.
Reynaldo se subió a la motocicleta, luego subió Jorge y se fueron.
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Mientras tanto en el hospital, Christine atendía una llamada de la abuela paterna de Diego en Estados Unidos; ella estaba sentada en una fría banca viendo a enfermeras y doctores correr de un lugar a otro.
- I don’t know what to do… – lloraba – losing a son is horrible and you perfectly know how it feels…
En eso aparecían por la puerta Jorge y Reynaldo, a quien ella no conocía.
¡Sra. Christine! – corrió el chico al verla.
Oh, sorry Loretta, Diego’s boyfriend has come; I’ll call you after, ok? Good bye - cortaba la llamada.
Sr. Christine... – repetía él su nombre abrazándola fuerte – ¿Cómo es que ha pasado esto? ¿Por qué Diego andaba en carro?
Yo aún no me explico cómo pasó – decía – solo salí por unos minutos a comprar unas cosas al mini súper y cuando regresé él ya no estaba, se había ido con mi camioneta.
Es que no puede estar pasando esto… – se sentaba en la banca tapándose la cara – este es el peor día de mi vida, primero nos peleamos, luego la borrachera y ahora esto ¡Joder, que Dios me odia! ¿Por qué mi Diego ha tenido que morir? ¡¿Por qué?!
Diego NO ha muerto… aún vive – espetó Christine, ante la sorpresa de él – se ha quebrado cinco costillas, su espina dorsal se fracturó y su cabeza quedó en medio del hierro retorcido… – cerraba sus ojos, Reynaldo le pasaba un pañuelo – gracias… lo-los doctores dicen que harán lo posible para que se salve p-pero me dicen que no me haga ilusiones, que lo más probable es que muera…
●●●
Mario estaba con los nervios de punta desde que vio la noticia sobre Diego. Estaba en la sala de su casa caminando de un lado a otro con su celular en la mano a la espera de la llamada de Jorge, pero como después de dos horas esta nunca llegó, decidió llamarle él. Lo intentó tres veces pero él no le contestó, sintiéndose más preocupado por cómo estaría de mal Jorge para que no le contestase. No pudo esperarse más y decidió ir al hospital. Al llegar, Mario se encontró en la puerta de entrada a Pablo. No se dijeron nada, solo se abrazaron fuerte.
Aún no puedo creerlo – sollozaba Pablo.
Yo tampoco…
Luego entraron al hospital y se dispusieron a buscar a Jorge. Una enfermera con cara de pocos amigos se les acercó y les preguntó que a quién buscaban, Pablo le dijo que eran primos del chico estadounidense accidentado hace unas horas, ella solo asintió y les señaló hacia el fondo de la sala, donde estaba Jorge junto con Christine en una banca, ella estaba recostada en el hombro de él.
¡Mario! ¡Pablo! – espetó Jorge al verlos.
¿Qué haces aquí Pablo Rojas? – inquirió muy seria Christine ante la mirada de extrañez de Jorge y Mario – ¡Vete!
Sra. Barkley... sé que no le caigo bien por lo que le hice a Diego pero estoy aquí de corazón, porque él y yo estábamos recuperando nuestra vieja amistad perdida.
Mmm… – dijo ella viéndolo de pies a cabeza – no me consta.
Mario y Jorge estaban sorprendidos de lo que acababan de escuchar. Ellos no sabían que existía un pasado no muy grato entre Diego y Pablo.
¿Y tú quién eres? – preguntó ella viendo a Mario con desconfianza.
Es Mario, mi mejor amigo – intervino Jorge – él nos presentó a Diego y a mí y también es amigo de Pablo.
Sé que no es el mejor momento pero es un gusto conocerla Sra. Barkley – le daba la mano.
Ah... bueno, igualmente – decía menos tensa.
Descuide – decía - ¿Aún no dan el… ya sabe… Diego... cuerpo? – tartamudeaba.
Jorge les explicó que Diego estaba vivo aún pero que era muy probable que muriera en las próximas horas si los cirujanos no lograban controlar las hemorragias internas y sanar las diversas fracturas. Mientras tanto, Christine miraba con mucho desprecio a Pablo, no lo soportaba y no creía lo que le había dicho sobre su reconciliación con Diego; el chico se sintió tan incómodo que optó por darse la vuelta e irse.
- Ve a hablar con él – le dijo en voz baja Jorge a su mejor amigo viendo a Pablo alejándose.
Mario asintió y se fue detrás de Pablo, mientras Jorge se quedaría para tratar de convencer a Christine que fuera un poco más tolerante con este.
No te vayas – le dijo Mario poniendo su mano en su hombro.
No soy bienvenido acá, no quiero amargarle más el momento amargo a la Sra. Barkley.
Mario no supo qué decirle, en eso vio una señalización de cafetería al fondo de un pasillo a su izquierda.
- Vamos por un café ¿Vale? - propuso.
Pablo estaba viendo al suelo y se soltó en llanto al pensar que su amigo estaba por morir; la conciencia lo carcomía porque creía que si él no hubiera aceptado su invitación a su casa y aceptado emborracharse con él, quizá en ese momento Diego estaría en su casa, triste y peleado con Jorge, pero con vida. Mario lo envolvió con sus brazos, y lo pegó a su pecho con fuerza para que se sintiese reconfortado; se fueron caminando a paso lento hacia la cafetería.
La cafetería era una sala amplia, de paredes azul pálido y lámparas colgantes blancas, habían muchas mesas y sillas y al fondo una barra, donde estaban dos mujeres atendiendo. Mario sentó a Pablo en una mesa cerca de una ventana con vista a la ciudad y se fue a comprar; regresó luego acompañado por una de las vendedoras, la cual llevaba una bandeja con dos cafés y dos pequeños pasteles, se los sirvió en la mesa y se fue. Mario se sentó frente a él.
Tranquilízate – dijo poniendo su mano sobre la de Pablo en la mesa – trata de comer algo.
Lo siento, no tengo hambre – cabizbajo alejaba su pastel. Justo en ese momento algo en su barriga crujió delatándolo de su mentira.
Hazme caso – insistió Mario – pruébalo – cortaba con el cubierto un pequeño trozo y lo acercaba a su boca – si no comes te enfermarás.
No Mario, no quier… – no terminó de hablar porque él introdujo el cubierto con pastel en su boca. Sabía muy bien.
Mario volvió a cortar otro trozo de pastel y se lo dio en la boca a Pablo, y luego otra vez y otra... así fue como logró hacer que se comiera toda su porción y parte de la suya.
Eres el mismo testarudo de siempre – sonrió melancólico Mario – no cambias.
Jejeje y tú el mismo preocupón – se secaba las pocas lágrimas de sus ojos – solo recuerdo cuando comíamos helado en el piso la sala de tu casa mientras veíamos ánime y tú me lo dabas en la boca…
Jejeje eran buenos tiempos… – suspiraba.
Tú siempre me consentiste jejeje eras atento, cariñoso, alegre… eras maravilloso, eras el mejor novio del mundo – decía haciendo sonrojar a Mario – y yo te traté tan mal… te traté peor que como traté a Diego – bajaba la mirada.
¿Fuiste novio de Diego? – inquirió curioso por saber qué había pasado entre ellos.
No – repuso – yo le gustaba a él y me lo dijo una vez, en ese tiempo no me gustaban los hombres y odiaba a los gays, entonces lo rechacé y lo insulté de la peor forma. Me enojé tanto porque él era mi mejor amigo y me asqueaba que fuera gay, de la rabia una vez le di una paliza junto con otro amigo mío, Salvador, creo que ya te he hablado de él – Mario asentía – después de eso pasaron muchas otras cosas, recapacité y le pedí disculpas… Diego me las aceptó pero me pidió que no me acercara más a él.
Ahora entiendo por qué su madre no te soporta.
Síp…
Se quedaron callados.
- Iré por otro pastel, Jorge debe estar hambriento – Mario se paraba y se iba.
Pablo se paró y lo siguió. Mario compró lo mismo que hace un rato, dos cafés y dos pasteles, esta vez fue Pablo quien le ayudó a llevarlos; caminaron por un largo y oscuro pasillo hasta llegar a la sala de espera. Christine y Jorge estaban en la misma banca de antes, ella estaba con la cabeza recostada en la pared y él con la suya sobre las piernas de ella. Las frágiles y delicadas manos de la rubia mujer jugueteaban con el cabello del chico; sus rostros, con mejillas húmedas y ojos llenos de lágrimas, reflejaban a kilómetros la tristeza y el dolor que les embargaba. Pablo y Mario se acercaron a ellos y les dieron lo que llevaban para que comieran.
- ¿Hay novedades? – les preguntó Mario. Ambos negaron con la cabeza – vale…
En eso sonó el celular de Pablo y se alejó un poco para contestar. Era su abuelo muy enojado preguntándole dónde estaba con el auto, Pablo le explicó a la ligera lo ocurrido y él anciano se tranquilizó pero le pidió que regresara a la casa a descansar, él aceptó y terminó la llamada.
Me tengo que ir – les dijo – tal vez venga mañana, claro, si me lo permite usted – se dirigió a Christine. Ella aún seria lo miró fijamente y asintió – gracias…
Gracias por venir Pablo – Jorge lo abrazó.
¿Andas en carro? – le preguntó Mario a Pablo – porque si no yo puedo irte a dejar.
Sí, ando el de mi abuelo, gracias – respondió.
Vale, te acompañaré al estacionamiento – le dijo Mario.
Los dos chicos se fueron de la sala hacia el estacionamiento del hospital, un edificio viejo de tres niveles ubicado pasando la calle de enfrente. Entraron a este y subieron al segundo nivel, donde Pablo había dejado el carro, muy cerca de la entrada/salida.
Me tienes informado por favor – le dijo Pablo a Mario mientras abría la puerta – estaré pendiente.
Vale, te escribiré en Whatsapp, solo desbloquéame.
Ok, lo haré cuando llegue a casa – entraba al carro – mi celular está muerto ahora mismo jejeje.
Jejeje ok, adiós – sacudía su mano en el aire.
Adiós.
Mario se dio la vuelta y se iba de regreso, pero lo frenó un sonido seco a sus espaldas, miró hacia atrás y todo se volvió confuso para él, solo cerró sus ojos... sintió unas manos tomarlo por la cintura, un cuerpo delgado pegarse al suyo y unos labios suaves y fríos colisionar con los suyos con delicadeza y ternura. Él conocía perfectamente el sabor de esa boca y el tacto de esas manos que lo sostenían, no podía ser nadie más que Pablo, quien había tomado valor de exteriorizar sus verdaderos sentimientos con ese beso, con el que quería expresarle a Mario el amor que sentía por él.
Poco a poco, Pablo cesó su beso y trató de ver a Mario a los ojos pero él se separó bruscamente.
¡Joder Pablo! – gritó Mario enojado limpiándose sus labios – ¡Que tu amigo se está muriendo y tú con estas mierdas! ¡No es el momento para tus juegos!
Perdón… – agachó su rostro – yo solo quería agradecerte por lo de hace un rato…
Vale, pero me pudiste haber dicho gracias y ya – argumentó – además si querías besuquearte con alguien hubieras buscado a Tamara, tu noviecita de pacotilla.
Se hizo un silencio incómodo.
- ¿Me quieres aún? – preguntó Pablo.
Mario se descolocó al oír esa pregunta. Obviamente la respuesta era sí, porque a pesar de todo lo amaba con locura, pero a la vez estaba cansado de su indecisión y estaba ya decidido a poner fin a esa relación de “te busco - follamos - huyo de ti”.
- Sí – respondió seguro – pero solo como amigo y nada más.
Esa respuesta acabó con las esperanzas de Pablo. Sintió ganas de llorar pero se las contuvo, pensó que sería tonto hacerlo, al fin y al cabo había sido él el culpable de que Mario ya no lo quisiera como algo más.
Ok, me alegra jejeje – sonrió forzadamente – hoy sí, ya me voy, adiós.
Adiós.
Pablo entró al carro de regreso y se fue con un nudo en la garganta y el corazón hecho añicos como sus esperanzas de volver con Mario.
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Había transcurrido ya la tarde del domingo y las cosas no mejoraban; Christine y Jorge seguían esperando que los doctores les dijeran algo nuevo sobre Diego, esperando que les confirmaran su muerte. En la mañana llegó Rita, la madre de Jorge, y se lo llevó por un par de horas a la mansión para que se bañase y cambiase de ropa, regresando al mediodía cuando Mario ya se iba; en la mañana también llegaron dos amigas de Christine y hasta el mismísimo embajador de Estados Unidos en el país. Ahora, solo estaban ellos dos en la misma fría banca de anoche.
- Me quedaré sola… – sollozaba Christine – mi niño, mi Dieguito es mi único familiar en el mundo, mis padres ya murieron y no tengo hermanos…
Jorge la abrazó fuerte. En ese momento de un pasillo apareció un doctor vestido de celeste.
¿Familiares del paciente Diego Steven Barkley? – preguntó en voz alta.
¡Acá, nosotros! – se paraba Christine.
Vengan por favor – les dijo y se fue por donde había venido.
Christine y Jorge lo siguieron por aquel largo pasillo, se podía escuchar claramente los latidos de sus corazones nerviosos y angustiados. Caminaron siguiendo al doctor hasta llegar a un consultorio, donde este se detuvo y abrió la puerta, les hizo de seña que entraran y tomaran asiento frente al escritorio. Christine y Jorge se sentaron y vieron con detenimiento a aquel doctor alto y escuálido que se sentaba en su silla quitándose su gorro y secándose el sudor de su frente.
- Yo le dije a usted ayer que se preparase para lo peor ¿Cierto? – preguntó viendo a la mujer, ella asintió – vale, que ya estaba advertida – suspiró profundo el hombre, aumentando la tensión.
Jorge estaba ya preparado para saber que su chico había muerto.
- Iré al grano – continuó el doctor, Christine tomaba de la mano a Jorge y se la apretó fuerte – hemos logrado salvar al paciente de la muerte pero ha quedado en un estado de coma del que no sabemos si va a despertar.
Jorge y Christine se abrazaron al escuchar eso, ella no sabía si llorar de la alegría porque Diego no había muerto o de tristeza porque estaba inconsciente y con pocas esperanzas de ver la luz del sol otra vez.
¿Por qué doctor? – preguntó el chico – ¿Por qué no sabe?
Se dio un golpe en la cabeza muy fuerte, estuvo cerca de la muerte cerebral – repuso – ah, y también se dañó la cadera y parte de la columna, por lo que en caso de despertar quedaría cuadripléjico.
Por Dios… – no pudo Jorge contener más su llanto.
¿Hay alguna forma de hacerlo despertar? – preguntó Christine en un gran esfuerzo.
Mmm… sinceramente acá no, acá lo que vamos a hacer es tenerlo metido en una camilla por quién sabe cuánto tiempo pero en otro país tal vez puedan hacer más por él… – se quedaba pensativo – hay un hospital muy bueno en Corea del Sur, ahí le pueden dar un tratamiento con medicina muy avanzada que podrían hacerlo despertar y hasta tratar su problemas motrices. Lo único negativo de esto es que es un tratamiento muy caro, puede costarle miles de dólares…
No me importa – dijo ella decidida y segura – ¿Está mi hijo en condiciones de viajar?
Tendríamos que tenerlo en observación de una a dos semanas, de acuerdo a cómo marche su salud le podemos dar la autorización para que vuele.
Entendido - dijo ella muy pensativa.
Bueno, si me disculpan debo ir atender a otros pacientes – se paraba – pueden ir a su casa y volver mañana en la mañana para verlo.
Gracias doctor – dijeron ellos dándole un apretón de manos.
Jorge y Christine salieron del consultorio y se dispusieron a salir de hospital.
¿Sabías que el padre de Diego murió en un accidente muy similar a este? – le preguntó ella de pronto mientras pasaban por la puerta de salida. Jorge le contestó que no y ella prosiguió: – murió de inmediato, no hubo nada qué hacer por su vida… lo contrario a ahora.
¿Qué está pensando hacer? – inquirió intuyendo la respuesta.
Me lo voy a llevar.
¿En serio? – ella solo asintió, a Jorge se le llenaron los ojos de lágrimas por enésima vez; se sentía muy contrariado, en parte no le gustaba la idea porque eso implicaría que no vería a Diego por quién sabe cuánto tiempo, pero por otra parte pensaba que era lo mejor para él. Con mucha dificultad pudo contestar – de acuerdo, todo sea por su bien.
No me importará gastarme toda la herencia que me dejó mi padre con tal de ver a mi hijo sano y sonriente como siempre – proseguía ella – y no voy a descansar hasta lograrlo… TE LO PUEDO JURAR: VOLVERÁS A VER A DIEGO DE PIE.
* (Continuará…) ***
¡Hola chicos! Les agradezco mucho por seguir leyendo, me alegra que la historia les siga gustando, aprecio mucho eso de ustedes, estoy muy agradecido, en especial con aquellos que valoran y comentan además de quienes me escriben por correo. Espero que les haya gustado este capítulo jejeje a mí en lo personal no mucho pero bueno, ya se viene el final de temporada con el capítulo 10, lo tengo casi terminado y tengo pensado publicarlo en los próximos diez días.
No olviden valorar y comentar por favor ¡Saludos!
Atte. Neuchâtel