Sol de Tormenta

Relato editado. Mellizos que la tempestad resguarda.

.

S

ol d e T ormenta

Fin de semana de un invierno escandaloso, el gris de lluvia hace vibrar a las paredes y sus rayos estremecen los cristales. La tormenta los obliga a encerrarse y esconderse entre cortinas azules, mientras esperan que la tempestad cese y de lugar a un sol de turno.

Es sábado por la mañana y no hay nadie en las calles, sólo el ruido de la lluvia golpeando sobre el pavimento y el revolotear de algunas aves perdidas. Una única ventana de persianas abiertas, dos jóvenes mellizos cuya única gran diferencia se destaca en sus sexos, duermen serenos. Son las 10 p.m. y sus padres no están. Ella despierta con dulce satisfacción de empezar un nuevo día y el sonido de las gotas golpeando a través de las ventanas acarician sus párpados, dándole un destello de encanto al recuerdo de los sueños recién despertados. Gozando de esos pocos segundos de soñolencia, abraza la almohada, y, despacio, las lagañas se desprenden como una tela vieja. El suave hechizo de una mañana silenciosa.

Se incorpora levemente y la sensación de frío con la calefacción al máximo la acoge, gira la cabeza y ahí está su hermano; durmiendo bajo una cobija compartida; en camas unidas para ver televisión. Se destapa cuidadosamente, pero en vez de levantarse y preparar el desayuno, se queda arrodillada sobre la cama admirando a su hermano.

Él duerme profundamente boca arriba y ligeramente inclinado; ella permanece quieta muy aproximada a él, hasta que se decide, y, con mucho cuidado, lo destapa completamente. Para su deleite, su hermano está cubierto solamente con un simple bóxer, dejando al aire todo el hermoso cuerpo de un joven dios; delgado, esbelto, con cintura fina y músculos suavemente marcados.

Con curiosidad acaricia su mejilla apenas rozándolo y recorre sus labios ligeramente entreabiertos con la punta del dedo índice, mojándose con la humedad de su aliento. Desciende por su mentón y bajando al cuello sobrepasa el relieve de su nuez de Adán; continúa por su pecho y en su mano experimenta la magia de sentirlo respirar.

Sus manos ya se mueven ligeras por el cuerpo de él, olvidándose del riesgo… aún así, sin despertarlo. Acaricia su vientre cálido y desde su ombligo sigue el camino marcado por el principio de su vellosidad, que, elegantemente, la guía hacia su sexo. Juega sobre los límites del bóxer, corriendo un poco la prenda para acariciar piel menos tostada; haciendo que los sueños del joven cambien por la estimulación de su cuerpo: su respiración se profundiza, su rostro empieza a acalorarse y su sexo comienza a reaccionar a causa de la continua exploración sobre su bajo vientre.

La adrenalina sube alzando sus pestañas; un largo suspiro por parte de él la asusta y aparta sus manos. Toma conciencia, lo que estaba haciendo estaba terriblemente mal; la palabra ‘incesto’ se imprime en letras rojas…pero su excitación la distrae y se deja llevar por su fantasía. Rápidamente desliza su mano por debajo del suave camisón de seda; moviendo el débil pliegue de su braguita y se toca el clítoris con parsimonia. Fuera de sí; no pensó en las consecuencias… cerró los ojos al incrementar el placer, y, las ganas de orgasmo, hicieron que se olvide de que a su lado estaba él. En silencio, callaba su placer, con una respiración un poco dificultada

Su hermano despierta sin que ella se de cuenta. Imaginen la sorpresa del muchacho cuando luego de incorporarse levemente, se encuentra con su hermanita, tan cándida como siempre, claramente masturbándose a su lado.

Se queda inmovilizado… sensaciones en la piel parecen revivir por todo su cuerpo en un escalofrío. Su corazón golpea fuertemente bajo su pecho y su mente da vueltas; Pero… ¿Cómo sentirse rechazado ante esta situación?

La prohibición lo seduce; la sorpresa lo incendia.

Su perfecto rostro acalorado tan curiosamente parecido al suyo, su cuello vibrando entre susurros agitados, sus senos erguidos que son cubiertos por un infantil camisón de seda rosa, su vientre alterado en numerosos pliegues, descubriendo sus muslos y una mano que se desvanece entre ellos.

La respiración de ella se hace cada vez más intensa y al intentar callarla, se convierte en una serie de quejidos irregulares. Él no puede evitar emitir un prolongado suspiro.

Ella se despabila un poco de su fantasía. Despacio abre los ojos y al bajar la cabeza, se extraña al ver que la erección de su hermano había crecido vigorosamente. Voltea para verle la cara y en un salto que libera un pequeño grito tipo hipo, se queda paralizada reteniendo el aire. Sus miradas los empalidece a ambos. Se quedan sin habla y poco a poco la sangre brota sus rostros intensamente.

Ella desvía su mirada humillada, bajando la cabeza para finalmente percatarse de que su mano todavía persiste en su sexo, apretando. En sus labios esboza un << ¿qué hice?>>desgarrador, sin sonido alguno. El caos de culpa e insultos abaten su mente y hace brotar lágrimas sumamente pesadas. Suspira y solloza humillada al apartarse de su tibieza. Durante ese sutil movimiento, él solo fue capaz de seguir aquella mano empapada.

Luego de unos segundos, perplejo ante sus propios pensamientos, la boca de él tiembla tratando de articular palabra. Se incorpora sentándose sobre la cama para tratar de manejar la situación y aliviar la profunda culpa que su hermana sentía. Éste posa su mano en el rostro de ella, caliente como brasa, y acomoda su pelo detrás de su oreja.

Vuelven a mirarse, pero en el momento en que sus labios llegan sólo a susurrar sus nombres, un potente rayo que los encandila callan sus sílabas con un gran estruendo, despertándolos, al fin, de su hipnotismo.

Él se levanta de un empujón y se dirige por poco corriendo hacia el baño; abre la ducha y entra casi desesperado, sintiendo como el agua caliente relaja sus músculos y en ellos se forman innumerables ríos. El vapor golpea sus suspiros y dificulta aún más su respiración… la excitación se mezcla con la adrenalina y volviendo a tensar músculos, comienza a masturbarse desenfrenadamente, en busca de un orgasmo rápido. No era la primera vez que se masturbaba pensando en ella, ni tampoco fueron pocas las veces que la espió desnuda o que aprovechó su sueño profundo. Lo que nunca imaginó, es que ella hiciera lo mismo. En ese estado de alta excitación, agradeció el infortunado descuido de su hermana.

*

Luego de unos instantes sentada en la cama, ella se levanta confundida; lo único que se escucha es la lluvia retumbando en toda la casa. Persistía la irrealidad que se vive en los sueños… Inquieta, cierra la persiana tras otro trueno, nunca le gustaron las tormentas eléctricas. Fuera de la habitación, escucha el sonido de una regadera al fondo del pasillo, y, a través de los resquicios de la puerta, nubes de vapor.

A medida que se acerca más y más, una respiración entrecortada golpea sus oídos. Se acerca a la puerta y viendo a través de la cerradura, percibe la silueta de su hermano moviéndose frenéticamente, logrando adivinar fácilmente lo que estaba haciendo.

Su corazón da un vuelco, su entrepierna late bajo sus bragas mojadas; después de todo, no había podido descargarse antes. Se arrodilla sobre el suelo, corre las bragas a un lado y empieza a frotarse su hinchado clítoris con fuerza. En unos segundos parece que su fraternidad desaparece completamente, y, estando a una puerta de distancia, las respiraciones se aceleran. El principio del orgasmo hace encorvar sus espaldas, impidiéndolos de frenar, obligándolos a apurarse. Ambos gemidos de clímax fueron callados por el suyo propio en sus oídos. El semen se limpia con el caer del agua; y los flujos de ella, recorren su dedo medio hasta la palma.

Recuperan su aliento al mismo tiempo que se vuelven concientes y todas las recriminaciones sobre su actitud vuelven a atropellarlos. Él termina de enjuagarse y cierra la ducha; detrás de la puerta, escucha pasos apurados y más sollozos.

<<¡¡No puedo estar haciendo esto!!>>


La calefacción está al máximo y la lluvia resuena en toda la casa en un ritmo constante que causa tal satisfacción como si le dieran a uno un masaje en la espalda. Sin embargo, ellos están completamente tensos y se evitan todo el tiempo.

Llega la noche quitándole a las nubes el derecho de brillar. Por fin se encuentran en la cocina para cenar; solos porque sus padres estaban con sus amistades y sentados uno frente al otro como era costumbre. El silencio los perturba profundamente, a tal punto, que un sonido tan familiar como es el timbre del teléfono, los asusta con su familiar tintineo. Eran sus padres que llamaron para saber como estaban, comunicarles sobre la alerta meteorológica; el viaje se vería afectado y no sabrían la exacta fecha de regreso, pórtense bien, hay comida hecha en la heladera.

Los mellizos intercambian pocos comentarios acerca de ellos, y, después de comer, deciden ir a ver una película y poder distraerse hasta que sus padres volvieran y los ayudara a olvidar su incidente con los regaños cotidianos.

Abren la puerta del cuarto, pero se detienen en seco, completamente turbados, al darse cuenta de que ninguno de los dos se preocupó en hacer la cama en todo el día; Tal es así, que cuando ven las camas unidas y desordenadas como si fuera una matrimonial, las imágenes de lo que había pasado aquella mañana los derrumba, a cada uno con sus propios tormentos. Se acuestan vacilantes, encienden la Tv. y recorren los canales hasta que encuentran una película que está por empezar.

La película comienza y transcurre gran parte de ella; y como es de esperar, todas las situaciones llevan a cabo a una escena de sexo… que los agita aún más.

Se escuchan gemidos y aunque no pueden mantenerse completamente quietos, ninguno se atreve a hacer nada, limitándose a verse de reojo y morderse los labios esperando a que la tortura acabe.

De repente, las imágenes se cortan y ahora todo es negro; la ruidosa calefacción calla, las luces de la habitación se extinguen y un rectángulo en la nada reflejando la última escena antes del corte, se queda en sus retinas por unos momentos y luego desaparece. Las sábanas se tensan y pierden su color claro; sus ojos se pierden en la oscuridad que no deja ni adivinar si la puerta está abierta o cerrada y sus oídos se llenan de ruidosos pensamientos por un instante. De golpe, el silencio los calla abruptamente y lo único que se percibe es su agitado respirar.

Lentamente se tranquilizan, los músculos se calman y la sabana cede. Creando un intento absurdo por disimular su sorpresa, los púberes se acomodan con la intención de dormir sin sueño.

Inevitablemente, la falta de calefacción se nota rápidamente y ambos comienzan a temblar bajo sus prendas finas. Una ola de frío los abraza y por más que ella intenta quedarse callada, no aguanta la baja temperatura y finalmente lo llama en un susurro, sintiéndose incapaz de hablar en voz alta –Ey.. ¿Estás despierto?– y lo exalta, despejando su espesa nube de pensamientos azulinos – Sí... ¿Qué pasa?– contesta en otro susurro. –Tengo frío –, –Yo también, vení conmigo –, – ¿D… dónde estás?– pregunta nerviosa y estúpidamente, mientras mueve su mano tímida rebuscando en el vacío.

<> escucha su respuesta e inmediatamente siente la tibieza de su mano en su muñeca, dejándola muda mientras aquella mano se desliza hasta su hombro y hace un gesto de traerla hacia él. Ella comprende luego de unos instantes y se acomoda, apoyando la cabeza sobre su brazo izquierdo. Él se estremece al sentirla sobre su piel desnuda, y, quedando sus rostros tan cerca, pueden saborear sus alientos cálidos. Es increíble como la oscuridad, literalmente, opaca sus sentimientos turbios e hipócritas.

La joven empieza a temblar y él instintivamente la toma de la cintura aproximándose más, sin dejar espacio alguno entre ellos. Brazos que encajan perfectamente sobre sus cinturas, contemplan su misma altura.

Un trueno los espanta aunque su luz no logra filtrarse a través de las persianas hoy cerradas. El susto hace que sus piernas se enreden y sus manos colocadas en sus espaldas aprieten todavía más sus cuerpos; descubriendo un monte de Venus hundiéndose en el principio de un sexo aprisionado. Dos pezones que se endurecen al tacto se clavan directamente sobre sus tetillas descubiertas y las rodea de una suave y erótica sensación acolchonada.

Posesos de sus cuerpos, sus narices chocan en su intento por unirse aún más, haciendo que entren en pánico por un instante. Aguantan la respiración inmovilizados. Cae otro rayo, el trueno los despabila.

Volvieron a respirar al mismo tiempo, por la boca, respirando el mismo aire y acercándose infinitamente. Los labios apenas se tocan… vacilan, pero vuelven, se cierran y vuelven a rozarse. Las respiraciones se pelean, el corazón retumba. Él no lo resiste, la toma de la nuca, se incorpora levemente sobre ella, y, con su lengua, le lame el labio inferior y luego el superior. Se sumergen en un beso ciego y profundo.

Pasa un rato y ella cede la tensión de sus piernas. Él aprovecha y se inclina un poco más sobre ella, poniendo el muslo directamente sobre su vulva, mientras roza su clavícula con los dientes. Ella suspira y lame su cuello, ávida.

Suavemente, ascienden dibujando cada detalle en la palma y él le quita la prenda por arriba de la cabeza, sin dejar de besarla a medida que la descubre. Sus pechos quedan desnudos y aunque no puede verlos, la esencia de su desnudez lo entorpece. Su pierna baila por encima de la entrepierna de su hermana mientras con sus manos, analiza la forma, textura, calidez y peso de aquellos pechos, aprendiendo rápidamente como enardecerla.

De pronto, uno de sus pezones es atrapado por una ola de intenso calor, una lengua juguetona y dientes ansiosos. Se turna entre mano y boca con cada seno. Los gemidos se le escapan de la garganta y pudiendo figurar su cuerpo en la oscuridad, se abandona expuesta a las perversiones de un fantasma cálido.

El calor de la excitación la sofoca y en un movimiento ligero, se levanta sentándose sobre él… sintiendo como se desprende esa boca de su pezón y besa la suya. Se destapan tirando la gruesa colcha al suelo y se dejan llevar por el placer de las caricias.

En un momento dado él dice algo y aunque ella no entiende lo que dice, sólo escuchar su voz la enciende de tal manera, que hace que lo abrase con profundo desahogo. Lo enmudece.

Luego de unos minutos así, se acuestan, nuevamente mirándose sin verse. Él busca la boca de ella con la punta de los dedos y con la mano libre reconoce su cuerpo. Ella imita sus movimientos, divertida. Rostros, nucas, pechos, labios y manos. Sonríen con tanta facilidad, al juego que ya no es más inocente. Ahora sus manos juguetean por debajo de su ropa interior enredando sus dedos entre los vellos rizados. Bajan la prenda hasta quitarla completamente, no sin antes tropezarse varias veces en el intento.

Ella toma su sexo muy cuidadosamente, como si de una hoja quebradiza se tratara y él se abre paso entre sus labios vaginales con el mismo cuidado. Suavemente recorren arriba y abajo sin cesar, en un ritmo lento y sensual, bañándose de aromas y calidez muy particulares. Aumentan la velocidad y la presión a medida que desesperan ante la oportunidad de regularizar sus gustos, ya que ambos imitan los movimientos del otro. Gemidos entrecortados; sus labios se acarician sin juntarse.

Sus sensaciones estallan en un orgasmo intenso que canta al unísono, empapándolos de néctares, manchas invisibles y brillantes como sol de otoño. En su vientre ella siente el semen cálido y él, el elixir en su mano. Ambos llevan el liquido a sus bocas y exploran el sabor nuevo de un secreto sólo suyo y delicioso de un amor prohibido.

El sabor es extraño pero la encanta. La adolescente se arrodilla frente a su hermano que yace relajado boca arriba, y, algo mareada, vuelve a tocarle el vientre para encontrar su sexo aliviado. Con decisión se agacha y apoyando tímidamente sus labios en su falo, lo despierta ante la sorpresa de una limpieza profunda.

Una sensación increíblemente deliciosa se apodera de él, su espalda se arquea en respuesta, boquiabierto, sin respiración. Su miembro que no se había agotado del todo, comienza a agrandarse de nuevo dentro de la boca de su hermana, que no da a basto para tragarla toda. Ella juega con su lengua; concentrándose en el glande, abarcando el espacio que no alcanza con una mano y jugando con sus testículos con la otra. Él acaricia su cabello como solía hacer cuando niño y delicadamente guía todos sus movimientos, agradeciéndoselo en una serie de gemidos violentos que la fanatizan.

Se detiene. Algo los ciega de repente y son bañados por luz blanca. Sus ojos encandilados hacen que olviden todo lo ocurrido por un instante e intentan dificultadamente acostumbrarse a una nueva vista. Pequeñas lágrimas se sueltan y manos tapan los ojos inconscientemente. La energía había vuelto y consigo trajo a todas las luces y la TV encendidas, calefacción al máximo y el débil recuerdo de una fantasía lejana.

De a poco, todo toma su forma otra vez y sus miradas recobran su funcionamiento. Se ven en la misma posición que aquella mañana y reviven todo, poniéndole color. Él vuelve a recorrer su hermosa figura arrodillada frente a él, llena de marcas rojas por todas partes; sus piernas abiertas dejan ver su vagina cubierta por un perfecto triangulo de vello, y sus juveniles pechos se ven cubiertos de marcas de dientes al igual que su cuello y rostro. Su rostro, que sostiene una mirada de niña antes de que le den el regalo.

Ella lo admira entusiasmada ante la sorpresa de ver por primera vez a un hombre totalmente desnudo y excitado; observando cada centímetro de piel húmeda de sudor que se acomoda perfectamente en tan atractiva escultura de sangre y músculo. Observa varias marcas de uñas y dientes alrededor.

Se miran nuevamente a los ojos y la impotencia de aquella mañana ¡otra vez! Ella se despega rápidamente de aquella mirada que la corrompe y para salir de la situación incomoda, se da vuelta y apaga la molesta televisión. Cuando vuelve a enfrentar la situación, ya inventando excusas en la mente; se asusta al verlo tan cerca de su rostro, El hielo al fin se rompe con el más dulce de los besos en los labios. Ambos tardan en abrir los ojos que se cerraron al acto y ahora, que por fin pueden utilizarlos, se dicen todo con la mirada. Ríen descubiertos ante la complicidad de poseer un secreto tan íntimo, y se abrazan para sentir pieles, olerse y vestirlo todo de dorado. Exploran bocas, pechos y ombligos con mil palmas, sintiendo la suavidad del ocre y el blanco de las sabanas de algodón; la calefacción sube y sus mejillas se tiñen de ocaso.

Juguetean como de pequeños mientras rozan sus frentes enardecidos, recordando pequeños viejos detalles. Entre besuqueos, se prometen cosas absurdas que sólo los adolescentes que se sienten amados prometen, lejanos a cualquier engaño.

La pantalla totalmente negra refleja una película tan soñada como imposible. Toda la habitación es testigo, impregnando cada comisura con sus fragancias y grabando para siempre un hecho del cual no se van a escapar jamás.

Se detienen momentáneamente y él reflexiona para sí <>; mira en ese rostro ajeno sus mismos rasgos y un sentimiento puramente desconocido se apodera de él, una mezcla entre ansia, alegría y nostalgia. Se coloca encima de ella y se apodera de sus senos; el recuerdo de su soledad compartida acompaña cada mordisco; en el cabello siente esas caricias tan familiares de toda la vida: costumbres simples, pero tan indispensables para la frágil vida de cualquier niño descuidado. Baja hasta su ombligo con la punta de la lengua, y, llegando al monte de Venus, tira de sus vellos con los dientes haciendo que ella se retuerza.

Acerca su rostro a la entrepierna de su hermana y abriendo delicadamente sus labios vaginales, besa, lame, succiona y aprende. Ella incansablemente revuelve su pelo, acompañándolo con leves tirones y aprisionándolo contra su vulva a medida que sus gemidos aumentan de volumen y su nota musical se agudiza anunciando sus orgasmos.

Se detiene en su faena y encuentra alegre al brillo de un hilo de saliva que se forma del clítoris hasta los indicios de su boca. Vuelve a mirarla y ella la devuelve con una mirada encandilante. El vacío de su pecho se llena un poco, creyendo ése el día en que conoce la verdadera felicidad, luego de que la inocencia abandonó su cuerpo.

<>, sus labios inyectados de carmín tejen esa frase con un tono de voz tan melodioso, que hace que la palabra más vulgar se oiga ingenua.

Se desliza sobre ella, hasta su boca… y se desata un escalofrío en ambos, cuando la punta de su sexo toca el de ella. Algo asustada, lo guía directamente a su virginidad; y, una vez en la entrada, comienza a penetrarla lentamente en un movimiento de pelvis.

Su himen se queja y en un golpecito doloroso, la cerradura es finalmente abierta, para el placer de ambos. Una pequeña mancha de sangre deja su rastro en las sábanas y el placer en su interior vence al dolor, a medida que sus paredes vaginales se acostumbran a la nueva sensación. Se mueven en círculos, experimentando. Despacio, él comienza el bombeo instintivo, saboreando la fricción en sus sexos, aumentando el ritmo con cada gemido, metiendo todo su sexo dentro del de ella y golpeando con fuerza su hinchado clítoris.

Mismos ojos, mismo cabello, mismos rasgos y distintos relieves que encajan perfectamente; crean las más bellas onomatopeyas. El ritmo se eleva a un punto desenfrenado, friccionando hasta hacer fuego, deseando siempre más. De sus interiores brota el comienzo del orgasmo. Las caricias en su espalda comienzan a rasguñarlo dejando marcas que no cicatrizan y él tira fuertemente de las sábanas, por miedo a romperle las costillas. Besándose fuertemente, dejan escapar el último gemido por sus narices en una serie de "mmm"s embriagadores. Tensándose y revolviéndose intensamente, degustan los últimos segundos y caen exhaustos. Sincronía perfecta, irreal.

Es el fin de su noche y duermen, él abrazándola de atrás. La luz continúa encendida, iluminando cada movimiento de sus iris bajo sus párpados, mientras sueñan algo menos curioso de lo que acaban de vivir.

La cerradura de la puerta ríe y la ventana detrás de las persianas se estremece al sentir el primer destello de sol de aquel invierno, dejando en el cristal, todas las huellas grises de había una vez una tormenta.


Y ahora sueños ahogados, gritos desenfrenados tan curiosamente familiares perforan tus oídos, huellas digitales que se entierran en tu piel quedan grabadas como tinta al papel y dedos de uñas mordidas intentan rasguñarte tratando de castigar un pecado que no es más que un daño a su propio orgullo al ser desobedecidos.

Piel y palmas, no se atreven a golpearte con puño cerrado, sin embargo, la mano de dedos rígidos golpea tu rostro; de tu labio inferior corre un hilo color rubí y tu boca sabe a sangre. Intentas zafarte pero por tu cabeza no corre la idea de escaparte de ese lugar del que tanto te ves acostumbrado, sino que intentas salvar a la persona cuyos ojos te miran con tormento, al verse en tu misma situación de desasosiego. Sólo buscando su último abrazo, son privados de cualquier contacto.

Sonreís de lado buscando acogerla, y su profunda melancolía deja brotar una lágrima tan salada que deja la marca en su mejilla cuando finalmente asimila lo inaceptable. Nunca odiaste tanto al sol por brillar ese día luego de tanta tormenta, lo maldecís por resplandecer tan radiantemente sobre su cuerpo desnudo, vistiéndola de dorado, cubriéndola de músculos tensos e iluminando sus precisos labios… los cuales nunca tuviste tantas necesidades de besar como en ese momento.

Tu dolor y tortura desaparecen cuando la única persona que realmente quisiste, desaparece tras esa puerta. Ambos se despiden con un <> apenas audible pero que se repite sin cesar en sus oídos como un disco rayado.

Un descuido de sabor amargo, la mirada inmersa en la infinita ausencia de aquella lagrima suspendida en su mejilla, y ya nada importa; Nadie te quita lo bailado, diría alguien.


.

marzo2007 editado.