Sol de Medianoche

En plena Alemania nazi, Louis y su familia judía se ven obligados a esconderse cuando el joven recibe una citación para ir a un campo de trabajo. Entre los residentes de la casa que los acoge se encuentra Raymond, un atractivo chico que despierta en Louis su verdadera naturaleza...

Domingo, 20 de marzo de 1942.

Los rugosos dedos de la mano de mi padre agarran la aldaba y la golpean suavemente contra la lisa y dura superficie de la puerta, con temor a que alguien ajeno al interior de la casa oiga el ruido. Sin embargo, conforme transcurren los minutos, empiezo a dudar de que nos vayan a abrir, tan leve a sido el pequeño toque de la aldaba.

-Mamá, tengo frío-se lamenta Heidi, mi hermana pequeña. Como si pretendiese secundarla, Derek, el pequeño de la casa, comienza a gimotear.

-Aguarda un poquito más. cariño. Ya verás como enseguida entramos y nos calentamos junto a la estufa-susurra mi madre nerviosa, mientras sacude al niño de un lado a otro, intentando calmarlo; obviamente, sucede todo lo contrario-... Si es que, por lo menos, tienen estufa. ¿Verdad, Ferdinand?

La actitud tranquila y sosegada de mi padre es completamente opuesta a la impaciente de mi madre. Se limita a volver lentamente la cabeza hacia ella y asentir brevemente.

Entonces, por fin, se abre la puerta y asoma el rostro, poblado de una fina barba de tres días y con la coronilla cubierta de un escaso pelo entrecano, de un hombre que, con aplomo y haciendo gestos veloces con las manos para que nos apresuremos, nos hace pasar. Le seguimos, subiendo varias escaleras hasta que él abre una trampilla y ascendemos con dificultad por la escalera de mano.

Claramente, es un desván. El techo de vigas de madera tiene la forma característica del largo triángulo de la planta más alta de una vivienda. El mobiliario, algo polvoriento, aunque se nota que lo han limpiado, se compone de cuatro camas que ocupan casi todo el espacio, un armario, una lámpara, una estufa pequeña, la cuna de Derek que mandamos a través de nuestra vecina hace unos días y una puerta al fondo que supongo que conducirá a otra habitación.

-Sentimos mucho si no les agrada, lo hemos distribuido lo mejor que hemos podido. Nuestra situación económica no nos da para más, como comprenderán. Ah, la puerta del fondo da a un aseo para ustedes.

Mi madre mira a mi padre para que diga algo. Él tose para aclararse la garganta.

-No se preocupe, señor Kauffmann. Está todo a nuestro gusto. Le agradecemos mucho su ayuda... ya sabe.

El hombre sonríe aliviado, y añade que si necesitamos algo, que lo llamemos sin gritar, que ya estará él pendiente. Después, desciende al piso de abajo y cierra la trampilla.

Dos horas después, oigo pasos que se acercan al desván. Estoy sentado en una de las camas, leyendo un libro. Mis padres y Derek duermen, y Heidi se entretiene peinando a su muñeca.

-Hola. Uh, ehm... Me llamo Raymond. Soy el hijo del señor Kauffmann. Venía a ver si necesitaban algo.

La voz baja y grave no pertenece al señor Kauffmann, sino a un chico alto y fornido, calculo que dos años mayor que yo. Casi inconscientemente, me fijo en sus ojos verdes, que titilan con la escasa luz de la lámpara, en sus labios entreabiertos, en su rostro...

El rostro más hermoso que había visto en mi vida.