Sofocante verano madrileño
Por un momento pensé que vendrías hacia mí cuando tu rostro pecoso se giró y tus ojos camuflados tras esas gafas de sol que protegen tu timidez pueril me descubrieron.
SOFOCANTE VERANO MADRILEÑO
Parece que hubiera recorrido no un largo camino, sino toda una vida para llegar hasta aquí y contemplarte espléndida sobre el asfalto candente del Paseo de la Castellana, bajo el sol del sofocante verano madrileño. Sin embargo, a ti la solana no parece afectarte. Tan dulce tu imagen y no te derrites.
Comienzan a menearse tus estrechas caderas al ritmo de tus pasos largos, esos que terminan en sandalias de colores de suelas planas. Los volantes de tu falda corta revolotean al ritmo de tus brazos dejando inmóvil el pedazo de tela que queda atrapado por tu bolsito bandolera. La correa te cruza el torso marcando los relieves de tus tetitas, que libres de toda atadura superflua a tu edad, se armonizan con los brincos alborotados de tu despreocupado caminar, ahora con ritmo incrementado.
Por un momento pensé que vendrías hacia mí cuando tu rostro pecoso se giró y tus ojos camuflados tras esas gafas de sol que protegen tu timidez pueril me descubrieron disfrutándote. Qué va..., has pasado de largo dejándome tan sólo un exquisito fotograma de tu perfil.
Dos trenzas con origen en tu nuca siguen tu agitación. Al final de tu espalda se acentúan las curvas de tu airosa silueta enmarcadas en un tanga que intuyo colorido, salpicado de corazones o estrellitas, piolines o snoopies. La complicidad del sol de la hora punta brilla por su ausencia enviándome un destello que me sugiere desviar la mirada. ¡Quién fuera una de esas colillas aplastadas contra el pavimento para saciar mi curiosidad con un vistazo entre tus delgados muslos!
Ahora admiro tu dorso y sé que en tan sólo unos segundos más perderé tu rastro entre la muchedumbre y las sombras perpendiculares del boulevard. Acompasas de nuevo tus piernas y brazos, tus trenzas recuperan la estabilidad y los volantes de tu falda se acomodan unos bajo otros hasta la próxima sacudida.
El bramido de una moto me saca a empujones de mi embeleso. Un coro de cláxones chirriantes, lejanos y contiguos, enojados e impertinentes, retumba en mis oídos. Verde. El semáforo está verde.
Espir4l,
Julio 2005