Sofía, sometida por su nuevo jefe 3
El nuevo jefe de Sofía descubre la sumisa que ella siempre ha querido ser . Dedicado a mi amiga Sofía , lectora de todorelatos , que me ha inspirado esta historia contandome lo que más le gusta que le hagan
Sofía 3
Con los ojos tapados por un pañuelo Sofía se esforzaba por adivinar que dirección tomarían los pasos que escuchaba a su alrededor.
Aguzando el oído creyó estar segura de que las pisadas eran de unos zapatos de hombre.
Pudo darse cuenta de que los pasos de acercaban desde detrás de ella y se detenían.
Sintió como una mano bien cuidada le acariciaba las nalgas lentamente.
En aquella postura estaba completamente expuesta.
Había llegado a su trabajo aquella mañana pensando en que nuevos descubrimientos de ella misma le esperaban. Por que aquella situación vital se estaba convirtiendo en eso, en descubrir que cosas de ella misma descubriría ese día, que nuevas sensaciones exploraría, que cosas que ni ella misma sospechaba que le gustaran la volverían loca de placer hoy.
Y solo importaba hoy, mañana ya llegaría con sus nuevos descubrimientos.
Cuando entró al restaurante se sorprendió al no encontrar a su jefe.
Gloria le hizo una seña para que la siguiera, y sin más explicaciones la condujo a una habitación sin muebles, de unos cinco por cinco metros.
A esa habitación se accedía a través de una puerta disimulada tras un mueble corredero del despacho de Don X.
Las paredes lisas y blancas, el suelo liso y blanco.
Sin ventanas, una luz sin sombras de unos fluorescentes colocados a lo largo del techo iluminaba la habitación inundándola de una claridad casi cegadora.
En medio de la habitación, justo en el centro, descansaba un sencillo taburete cuadrado de madera de unos cuarenta centímetros de ancho y unos cincuenta centímetros de altura.
Las cuatro patas eran fuertes y redondas y estaban forradas con una especie de espuma.
Gloria hizo que la siguiera hasta situarse las dos al lado del taburete.
- Desnúdate. Ahora vengo
Sofía no preguntó, empezó a quitarse la ropa.
Cuando estaba casi terminando Gloria entró en la habitación empujando un carrito con ruedas cubierto con una sabana blanca donde descansaban varios objetos.
En un espacio libre sobre la superficie del carrito depositó la ropa que Sofía se había quitado.
Cogió unos zapatos de plataforma y tacones altos de un color negro intenso y brillante y se los alargó a Sofía.
No hicieron falta órdenes, con actitud sumisa se subió encima de las plataformas y se ató alrededor de sus tobillos las correas que sujetaban los zapatos en los pies.
Gloria la cogió delicadamente por las manos y la colocó frente al taburete.
Con ternura recogió su pelo en una cola en la parte posterior de la cabeza , ligeramente alzada, dejando su nuca desnuda.
Sofía se dejaba hacer entregada mientras Gloria realizaba todos sus movimientos con una destreza casi felina, conocedora de cada uno de los pasos.
Gloria cogió unas pinzas unidas por una cadena y sujetó una en cada pezón de Sofía. Hacía rato que estaba completamente empapada.
Cada caricia, cada movimiento acrecentaba su deseo.
Con un suave empujón Gloria le colocó una pierna paralela a cada lado del taburete, de modo que quedaban abiertas unos noventa grados. Pego las piernas al taburete, pero no sentía molestias por que el acolchamiento de las patas hacía que el contacto fuera confortable.
Una vez dispuesta así, Gloria le colocó unos grilletes que unían sus tobillos a las patas del taburete y la inmovilizaban.
Aún estaba incorporada y Gloria se puso frente a Sofía y tiró de ella suavemente haciéndola inclinarse hacia delante.
Llevó sus manos hasta las patas del taburete opuestas a las que sujetaban y separaban sus piernas y rodeó sus muñecas con unos grilletes iguales a los de los tobillos.
Puesta así, con sus extremidades como si fueran prolongaciones de las patas del taburete, su espalda arqueada, la cadena que unía las pinzas de sus pezones colgaba en el aire moviéndose al compás de sus tetas.
Su ano y su sexo estaban completamente expuestos, debido a la postura inclinada y a la separación de las piernas.
La seda de su sexo depilado brillaba con los fluidos que la excitación provocaba.
Por último Gloria tapó los ojos de Sofía con un pañuelo atado en la nuca.
Sofía pudo escuchar como Gloria abría un bote de aceite corporal.
El frío de las gotas de aceite cayendo sobre su piel hizo que se le pusiera la carne de gallina y que sus pezones se pusieran erectos, notando como las pinzas aumentaban la presión a medida que sus pezones se hinchaban.
Sofía se sorprendía a si misma con su actitud, se dejaba manipular por Gloria sabiendo que ella no hubiera hecho nunca nada como aquello por iniciativa propia y por lo tanto estaba obedeciendo a Don X a través de Gloria.
Sumisamente obedecía todas las órdenes sin palabras que Gloria le daba.
Una profunda serenidad la inundaba sabiendo que hacía lo correcto, obedecer a su amo. Toda responsabilidad estaba en el lado de la balanza de Don X y por tanto ella sentía como la liberaba la imposibilidad de equivocarse.
Las manos de Gloria comenzaron a extender el aceite sobre la piel de Sofía.
Sus manos se desplazaban lentamente por la espalda y las nalgas de Sofía, casi como en un masaje relajante.
Con suavidad fue buscando cada rincón de su cuerpo para dejarlo impregnado de una gruesa capa de aceite.
Su dedos buscaban sus agujeros resbalando desde sus nalgas hasta su ano, penetrándolo suavemente y dejándolo bien untado.
Después se acercó con sus caricias hasta su sexo, donde se entretuvo un rato mezclando el aceite con sus jugos. Mas tarde desplazó sus manos a lo largo de las piernas de Sofía subiendo y bajando muchas veces, para llegar más tarde hasta su vientre y subir hasta sus pechos, hasta que quedó absolutamente segura de que toda la piel de Sofía estaba impregnada en aceite.
Cuando hubo acabado dejo el carrito a un lado de Sofía y se marchó.
Sofía estuvo unos minutos sola, con los ojos tapados, en aquella postura que la mantenía con su sexo y su ano expuesto, inmovilizada.
Era como estar en otro mundo y una experiencia que no había tenido hasta ahora. Después de lo que la había excitado la aplicación del aceite sobre su piel, su postura no había dejado que bajara su calentura.
Si pudiera juntar las piernas y mover su piercing se abría corrido como una loca.
De hecho, pensaba que al mínimo roce en su sexo lo haría , dada la excitación que tenía.
Estaba en esa reflexión cuando oyó como la puerta se abría lentamente y unos pasos la cerraban tras sí.
Aquellos pasos se acercaron lentamente a donde ella estaba y se detuvieron.
Pudo sentir como una mano le acariciaba las nalgas lentamente, muy lentamente, pasando los dedos apenas acariciando su sonrosado ano.
Su sexo sucumbió a la excitación acumulada cuando esos mismos dedos rozaron su clítoris con suavidad y tuvo un orgasmo que le hizo temblar las piernas tal como estaban atadas al taburete mientras sus jugos resbalaban muslos abajo.
La mano del dueño de los pasos recorrió su piel hasta las pinzas de sus pechos y la cadena que las unía para comprobar el efecto que provocaba en ella.
Oyó como lo pasos se alejaban y enseguida temió que aquella dulce tortura, aquel juego divino se acabara.
Se tranquilizó cuando oyó detenerse los pasos donde suponía que Gloria había dejado el carrito.
Los pasos volvieron y cuando llegaron a su lado oyó como empezaba a zumbar un ruido de vibrador.
Sintió una presión simultánea en su ano y en su sexo y empezó a notar como era penetrada por los dos sitios a la vez. La vibración facilitaba que el doble consolador entrara.
Cuando lo sintió completamente dentro, y por lo que parecía era de gran tamaño, la palma de una mano se estrelló contra sus nalgas.
La saliva resbalaba de su boca hasta el suelo, ella no podía dejar de jadear, gozando con la doble vibración.
Sin previo aviso sintió un tirón de su coleta que hizo que levantara su cabeza. Su boca abierta por el jadeo se lleno con la polla del que reconoció como su amo, a pesar de que hasta ese momento no había dicho una sola palabra.
Ella no podía moverse, estaba rendida absolutamente a la voluntad de su amo y eso la excitaba aún más. Ella había descubierto que lo que más le gustaba en la vida era servir de juguete sexual a su amo.
Don X comenzó a follarle la boca mientras los vibradores seguían estimulándose el sexo y el ano. No podía dejar de correrse una y otra vez. Su coño emitía tantos jugos que había un charquito en el suelo bajo sus piernas.
Siempre sus corridas eran abundantes, era de esa clase de mujeres que cuando se corren pueden llegar a emitir un chorro de ciprina a veinte centímetros de su coño, pero el placer que estaba sintiendo multiplicaba ese efecto. La polla que le llenaba la boca ahogaba sus gritos que aún así retumbaban en la habitación.
En el momento de sentir su enésimo orgasmo y sin dejar de ser penetrada por la boca y con los consoladores en el culo y en el coño, unos azotes con algo plano se descargaron sobre sus nalgas.
Cortos y secos multiplicaron el placer de su orgasmo hasta el punto de sentirse desvanecer. Las piernas se le aflojaron, pero como estaban solidamente atadas a el taburete no podía dejarse ir. La sensación de estar al límite de sus fuerzas incrementaba más aún la excitación, creía que iba a volverse loca cuando sintió como su boca se inundaba de semen. No pudo tragarlo todo y rebosó por encima de sus labios sin sacarse la polla de la boca. Cuando su amo decidió sacarle la polla de la boca ella hizo esfuerzos por lamer y limpiar de semen el sexo del hombre que le había proporcionado más placer en la vida.
Los dos vibradores seguían a toda velocidad cuando sintió un calor intenso en un punto de su espalda.
- ¡Cera caliente!, pensó .
EL dolor estaba justo en la frontera de lo que no deja marcas gracias al aceite en el que estaba impregnada.
Las gotas caían lentamente por toda la superficie de su espalda provocándole en cada ocasión una punzada de doloroso placer.
Sentía como si alfileres la pincharan suavemente y la sensación la enervaba hasta el punto que volvió a correrse como una loca.
Justo después de correrse unas manos retiraron los consoladores de su sexo y su culo lentamente y pudo escuchar como los pasos se acercaban hacia la puerta, la abrían y la cerraban tras de si.
Ella quedo en la habitación en silencio salvo por su jadeo.
Su cuerpo estaba empapado en sudor y aceite , por sus muslos chorreaba sus jugos derramados una y otra vez , la boca llena de gusto a semen y sus pezones hinchados por la excitación y presionados por las pinzas , su espalda llena de goterones de cera solidificada y ella con una sensación se plenitud y calma que nunca había sentido . Seguramente no había tenido nunca una concentración de endorfinas en sangre como aquella.
La puerta volvió a abrirse y pudo escuchar los pasos de los tacones de Gloria acercarse. Sentir el frescor del paño húmedo con el que le estaba limpiando la piel era gratificante. Incrementaba la sensación de paz.
Cuando Gloria ya había limpiado toda su piel le liberó las manos y la ayudo a incorporarse, sentía sus agujeros dilatados y le costó un poco volver a andar con normalidad cuando le liberó los tobillos, debido al rato que había permanecido en la misma postura.
Gloria le acercó su ropa. Se vistió y se dispuso a marcharse.
Nada más salir por la puerta estaba deseando que el día siguiente llegara, a ver que nuevas sensaciones y placeres le traía.
Era feliz, pertenecía a su amo, el tomaba las decisiones por ella y eso la liberaba del estrés de decidir.
Cuando llegó a casa se ducho largo rato recreándose en su clítoris , recordando lo vivido , se secó , se puso el albornoz y se quedo dormida en el sillón con una sonrisa en la boca y una sensación de paz infinita.
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