Sofía quiere ser esclava

Sofía ha sabido siempre que quería un amo que la dominara y la tratara como a la puta que sabe que es. Sebastián al fin se ha dado cuenta y va aprendiendo poco a poco como tiene que tratarla.

Uf! Me ha costado un montón escribir este relato. Quizás me haya quedado un poco largo pero no he querido separarlo en distintas partes. No obstante, lo he dividido en capítulos por si alguien no lo quiere leer del tirón. Espero que os guste. Como siempre espero vuestras opiniones.

Aprovecho para dar las gracias a todos aquellos lectores que me han dejado algún comentario en alguno de mis relatos anteriores (en especial a Corsario Negro, que ha dedicado unas palabras a todos y cada uno de mis historias). Comentarios como los vuestros hacen que siga publicando. Muchas gracias y a vosotros os dedico este relato. (joder!!, parece que estoy recibiendo un oscar).

Hoy, por fin, Sofía tuvo la certeza de que lo había encontrado. Había encontrado un amo implacable que la dominara y dirigiera su comportamiento. Asimismo, Sebastián tuvo la prueba definitiva de que esa zorra haría lo que él le ordenase, sin importarle qué, cuando o donde.

CAPÍTULO I: LA BÚSQUEDA

Sofía ni siquiera recuerda el momento preciso en el que decidió buscar un amo, cree que la sumisión ha formado parte de ella durante toda su vida, desde pequeña en su casa, donde era el blanco de todas las tareas que no quería hacer nadie. Simplemente piensa que no tiene voluntad, que necesita a alguien que guíe sus pasos. Por eso, desde poco después de tener consciencia de su sexualidad, se decidió a buscar un amo.

Se decidió a tomar esa tarea sin prisas, ya que pensaba que, al igual que ella debía de ser merecedora de su amo, su amo debía ser merecedor de ella (era en su capacidad como esclava en el único aspecto en el que Sofía no se subestimaba. Sabía que podía ser la mejor esclava que nadie hubiera podido tener). Se dedicó todos esos años a cuidarse físicamente (tenía que estar sexualmente apetecible para cumplir su labor) y a aprender a estar húmeda todo el día.

Realmente, su búsqueda no consistió en una búsqueda propiamente dicha, sino más bien a dejarse encontrar. Creía que solo debía tener su posesión aquel hombre o mujer que se diera cuenta de sus posibilidades como objeto de satisfacción. Por tanto su búsqueda consistió en dejarse hacer: jamás rechazó a ningún hombre o mujer que pretendía tener sexo con ella, alguna vez alguno se daría cuenta de su servidumbre y la tomaría en propiedad, como cualquier bien material.

No resultó nada fácil, rara vez tuvo más de tres citas con una misma persona, se aburrían de ella antes de llegar a comprender el verdadero motivo de su comportamiento. No entendían que en lugar de pasiva en el sexo (como la mayoría pensaba), ella era servil. También malinterpretaban su comportamiento fuera de la cama, confundían el ser aburrida con el tener un comportamiento comedido y poco excesivo, como corresponde a una esclava. Se aburrían de ella antes de tener tiempo de comprobar que nunca se negaba a nada, no aguantaban el tiempo suficiente con ella como para atreverse a pedir ciertas cosas y darse cuenta de que ella no las cuestionaría, simplemente las haría.

La historia con Sebastián empezó como muchas otras antes: se conocieron en una discoteca, él iba con un amigo y ella iba sola. Era frecuente que Sofía saliera sola a los bares desde que empezó con la búsqueda de un amo.

Después de un par de copas, el amigo de Sebastián se encontró con una chica con la que solía mantener relaciones sexuales cuando estaba en la universidad y se fue con ella a "recordar viejos tiempos", dejando solo a Sebastián en la barra, acabándose la copa que apenas acababa de pedir. Se la bebía con cierta prisa, no le gustaba estar solo en un bar, le parecía el principio de la decadencia. Se entretenía, mientras tanto, a mirar a su alrededor, prestando especial atención en las chicas guapas. Entonces la vio.

Rondaría los treinta años, aproximadamente la edad de Sebastián. Era guapa, no especialmente, pero sí bastante. Tenía una figura esbelta y unos pechos llenos y alzados que se adivinaban por el generoso escote. El culo era redondeado y respingón. Parecía estar en buena forma física, sus piernas y brazos eran fibrosos, se veía que se cuidaba. Pero no fue precisamente su físico lo que llamó su atención sino el movimiento de su cuerpo: con los ojos cerrados, se había abandonado a la música y su cuerpo se movía con movimientos suaves como llevado por la melodía. Dedicó un rato a observarla, no parecía estar con nadie y se acercó a ella.

¿puedo bailar contigo?

Claro – lo dijo sin abrir los ojos, como si ni siquiera le importara.

Sebastián la cogió por la cintura y pegado a su espalda empezó a contonearse con ella. Su polla empezó a ponerse dura con el contacto del culo de Sofía, pero a ella parecía no importarle. Le echó el pelo a un lado y empezó a besarle el cuello y la nuca. Ella inclinó un poco la cabeza para facilitarle el trabajo. Al rato, la excitación de él era tal que la invitó a ir a su casa.

Al polvo que echaron esa noche no merece la pena dedicarle mucho tiempo, ella se limitó a dejarse desnudar, besar, morder, chupar y penetrar. No intervino activamente en el juego, pero tampoco opuso ninguna resistencia. Se limitó a entregarse. A la mañana siguiente, Sofía le dio su teléfono y se fue, con la promesa de él de que le llamaría.

Tres días después él cumplió su promesa, quedaron en un bar a tomar una cerveza. Sebastián se aburrió tremendamente con ella, era aburrida e insípida y apenas hablaba. Solo se limitaba a contestar lo que le preguntaba (casi siempre con monosílabos) y nunca le miraba a los ojos. Cuando la invitó a subir a su casa, ya tenía claro que no la iba a volver a llamar, aunque no quiso desaprovechar un último polvo. También en el sexo le defraudó, no tenía iniciativa ni pasión, de hecho no pudo llegar a comprender como estaba tan mojada. ¡Por lo menos le hizo una mamada cuando se lo pidió! Cuando la despidió pensó que no la volvería a ver más. Ella también lo supo, otro más que no había sabido entenderla.

Pasaron más de seis meses cada uno con su vida. Seis meses en los cuales Sofía siguió acostándose con hombres, y alguna mujer, en la búsqueda del amo que la descubriera, mientras que Sebastián sufría un largo periodo de abstinencia sexual obligada, quizá el más largo periodo que había tenido nunca (en épocas anteriores mujeres no le habían faltado). Fue debido a esa abstinencia por lo que no se hizo el tonto cuando se encontró a Sofía en unos grandes almacenes. Fue directamente a saludarla.

En un principio, no tuvo el propósito de abordarla muy directamente, solo tenía la intención de saludarla y, quizá, tomarían un café y le preguntaría si la podía llamar algún día. Sofía, por el contrario, cuando lo vio acercarse tan condescendiente, supo al instante que ese día acabarían follando.

Hola Sofía, ¿te acuerdas de mí?

Claro. Hola – seguía siendo tan seca como antes, pero Sebastián no notó rencor en su voz por no haberla llamado.

Vaya! Estás preciosa!

Gracias

Como lamento no haberte vuelto a llamar, lo pasamos bien – intentó que eso sonara sincero.

Si

De verdad que lo lamento, si lo hubiera hecho, alomejor ahora estaría besándote en vez de mirarte como un tonto.

¿y por qué no lo haces?

Sebastián quedó atónito, pero no desaprovechó el momento de meterle la lengua. No tardó mucho en sugerir una visita a los probadores a la que ella asintió. Ella iba mojada. Siempre estaba mojada. Se la folló con ímpetu descargando en ella las ganas acumuladas durante más de medio año. Quedó en llamarla.

CAPÍTULO II: DESCUBRIENDO A UNA ESCLAVA

Los meses siguientes prosiguieron sin mucha novedad. Sebastián la llamaba a menudo, aunque solo cuando quería sexo. Ella siempre estaba disponible para él. Sofía nunca le pidió más de lo que él le daba. En la cama, él había aprendido a aceptar (incluso a disfrutar) la pasividad de Sofía. No hacía nada sin que se lo pidiese, pero no se negaba a nada de lo que le pedía. Disfrutaba follándosela a su antojo y, sobre todo, cuando le comía la polla y se tragaba el semen (nunca antes una mujer había tragado su semen). A cambio, él le comía el coño (a pesar de que ella no se lo pedía) hasta que la notaba convulsionar, ya que sus orgasmos eran silenciosos. Estaba cómodo con ella, se la podía follar sin tener que ocuparse luego de tener que mantenerla contenta. Y siempre estaba mojada y dispuesta.

Fue por pequeñas cosas por las que Sebastián empezó a darse cuenta de la tendencia sumisa de Sofía. Bastaba con que él sugiriera algo para que Sofía se lo aplicara al instante. De esta forma, la última vez que la vio con bragas y sujetador, fue cuando le contó que solía fantasear con mujeres sin ropa interior. De la misma forma, se depiló completamente el coño después de decirle él que le daba mucho morbo. Al principio Sebastián creyó que ella lo hacía por agradarle, pero cuando pasó un tiempo, se dio cuenta de que era extraño que siempre fuera tan complaciente.

Fue entonces cuando la relación entre los dos cambió radicalmente: Sebastián empezó a probar hasta donde era capaz de llegar Sofía para complacerle.

Empezó por pequeñas cosas, primero comenzó a indicarle como tenía que vestir: siempre con falda por encima de las rodillas, eso la pondría siempre al alcance de su mano, ya que no llevaba ropa interior. A Sofía le resultaba muy excitante y humillante cuando él deslizaba su mano entre sus piernas sin importarle el sitio donde estuviera, ella contestaba a esa caricia abriendo un poco más las piernas para facilitarle a él la tarea. Sebastián siempre la encontraba mojada. No le costaba nada deslizar sus dedos por el interior de su húmedo coño. Ella siempre agitaba la respiración, todo de forma silenciosa.

Con el tiempo empezó a presionarla más, la hizo a ella parte activa del juego:

separa tus rodillas – se lo decía mientras estaban en el teatro viendo la ópera de la Traviata. Estaban sentados en los asientos del lateral, ella pegaba a la pared.

Sofía no respondió, se limitó a obedecer.

más, quiero que las abras lo máximo que te lo permita el asiento – eran asientos estrechos, pero aún así las rodillas le quedaban separadas como unos treinta centímetros.

Notó su propia humedad, obedecer le proporcionaba un infinito placer

ahora tócate – la mano de Sofía desapareció bajo su falda – mete tus dedos por tu raja…..muy bien…..ahora sácalos y enséñamelos…..bien……así me gusta, que tu coño esté mojado……..chúpatelos…..eso es, saborea tus flujos……frótate ahora el clítoris……..muy bien, así.

Sebastián empezó a meterle la mano en el pecho tras haber desabrochado un botón de la camisa, la respiración de Sofía comenzaba a agitarse. Sentía como su vientre entraba en calor por la excitación, era la primera vez que Sebastián le daba órdenes directas.

el señor que está a mi lado no para de mirarte, se está dando cuenta de que estás caliente, quiero que te sigas tocando pensando que él te mira…..muy bien…..sigue frotándote.

Mhh! – fue un gemido casi imperceptible.

Sofía sentía que sus flujos empezaban a resbalar desde su raja hacia su ano y empezaban a manchar su falda, sentía que tenía la cara encendida, estaba avergonzada pero sabía que la humillación y la vergüenza eran necesarias en una vida de esclava. Y ella se estaba entregando. El ritmo de su respiración se incrementó aún más, Sebastián lo percibió mientras jugaba a retorcer su pezón, que estaba tieso de excitación.

Para, no quiero que te corras – frustración para Sofía. Obedeció con lentitud, le costaba separarse de su placer ahora que lo tenía tan cerca – eso es……vuelve a chuparte los dedos……..no te he dicho que cierres las piernas.

Sebastián sabía lo que Sofía sufrió hasta que acabó la obra, aún así, fingió indiferencia y un súbito interés por el espectáculo, haciendo caso omiso a la respiración agitada que mantuvo Sofía durante el resto de la obra. La mantuvo así, con las piernas separadas y su sexo lubricando y escurriéndose en su falda mientras las lágrimas de humillación caían por sus mejillas. Cuando llegaron a casa esa noche, él le pidió que le comiera la polla. Se corrió en su boca, como siempre, se dio la media vuelta y se echó a dormir, aunque no sin antes decirle:

no quiero ver que te masturbas sin pedirme permiso ¿has entendido?

Si.

Episodios como este empezaron a repetirse con bastante frecuencia mientras que en privado también se originaron otros cambios: Sebastián había dejado de intentar darle placer a Sofía por métodos que no le proporcionaran a él placer, así dejó de comerle el coño y de frotarle el sexo (excepto en lugares públicos donde ejercía su dominio metiendo la mano a su antojo). La follaba como y cuando le apetecía, incluso había veces que, estando dormida, Sofía sentía una fuerte envestida a la que seguían violentas penetraciones de Sebastián. Sofía se abandonaba al dolor y el placer. Era en esos momentos cuando le sacudían los orgasmos, al sentirse repentinamente sometida. Entonces Sebastián, una vez que le había vaciado la leche dentro, se quedaba dormido sin ni siquiera salir de su interior, mientras su miembro iba perdiendo fuerza. En esas ocasiones, Sofía a penas se movía porque, si permanecía quieta, cuando iba amaneciendo, podía sentir como la polla adorada iba creciendo, empujando y haciéndose sitio entre las paredes de su vagina y, en ese caso, Sebastián volvería a hacer uso de ella y la volvería a llenar de leche que posteriormente ella limpiaría con su boca.

CAPÍTULO III: PERDIENDO EL CULO

Un buen día llegó el momento que Sofía había estado tanto tiempo temiendo. Cuando esa noche volvió de la cocina de fregar los platos, se encontró a Sebastián mirando lascivamente:

Sofía, hoy te voy a follar ese precioso culo que tienes.

Un suave temblor se apoderó de Sofía. Ella nunca había sido penetrada por detrás, ya que ningún hombre se lo había solicitado nunca. Sabía que ese momento tendría que llegar, pero lo esperaba con miedo. Alguna vez se había sentido tentada a introducir ella misma sus dedos, pero lo había guardado como un regalo a su futuro amo, su ano virgen.

Sofía ¿alguna vez alguien te ha penetrado por detrás? – él ya sabía su respuesta con solo ver su cara de miedo, pero quería llevarla al límite, ver hasta donde era capaz de llegar, hasta donde llegaba el dominio que tenía sobre ella.

No

No me puedo creer que con lo puta que eres nadie te la haya metido por el culo – ella bajó la cabeza. Era lo que Sebastián necesitaba para obtener la confirmación de que ella haría lo que a él se le antojara. Se creció entonces. – ven aquí, muéstrame tu ano. – dio entonces unas palmaditas sobre sus rodillas.

Sofía se acercó temblorosa. Sebastián la cogió del brazo guiando a Sofía para que se pusiera bocabajo sobre sus rodillas. Su culo estaba levantado encima de su regazo mientras el resto del cuerpo caía a los lados de la silla. El pelo le rozaba con el suelo al igual que las manos, que las dejó como muertas entregándose totalmente. Pero seguía temblando. Sebastián le levantó la falda y la echó sobre su espalda dejando su culo desnudo al alcance de sus manos. Le separó los cachetes y observó su ano pequeño y cerrado. Podía sentir los latidos del corazón de Sofía, que seguía temblando. Eso le excitó, tenía en sus rodillas a una mujer dispuesta a entregarse totalmente a su merced a pesar de su miedo, y además (le pasó superficialmente los dedos por la vulva para comprobarlo) estaba caliente. Con su dedo índice presionó levemente el hermético agujero, que cedía abrazándose a su dedo. No llegó a penetrarla con el dedo, apenas le metió la uña, quería torturarla.

Quiero subas a la cama, te quites la falda y me esperes tumbada bocabajo con el culo en pompa, usa la almohada o cojines. No me hace falta que te quites la camisa, solo necesito tu culo. Y mas te vale aplicarte algo que te lubrique porque si no te va a doler mucho. Subiré en un rato. ¿De acuerdo?

Si.

Sofía se apresuró a hacer lo que se le había ordenado. La falda se la quitó allí mismo, delante de él, como para demostrarle que iba a cumplir sus órdenes sin oponer ninguna resistencia. La dejó resbalar por sus piernas dejando al descubierto su sexo desnudo. Luego fue al baño, en busca de algo que le sirviera de lubricante. Lo ideal hubiera sido vaselina, pero no la encontró, así que buscó crema. Tampoco había (es increíble las pocas cosas que hay en el cuarto de baño de un tío). El jabón lo desechó porque seguramente haría mucha espuma, así que como último recurso se fue a la cocina y cogió el tarro de mantequilla. Con ayuda de un cuchillo cogió un pegote y se lo restregó groseramente en el ano, dejando pegotes alrededor de este. Subió entonces al cuarto, cogiendo varios cojines que encontró a su paso en el salón. Mientras iba andando, el movimiento de sus glúteos rozando entre sí hicieron que la mantequilla empezara a derretirse extendiéndose mejor alrededor de su ano y resbalando un poco por sus muslos.

Cuando llegó a la cama, hizo un montón con la almohada y los cojines que había cogido y se recostó sobre ellos procurando que su culo quedara lo más levantado posible. Con las manos no sabía que hacer, le hubiera resultado más fácil haberla tenido atadas, pero no las tenía, así que las dejó como muertas longitudinalmente a su cuerpo. Y a esperar.

A pesar de su erección, Sebastián consideró que era más excitante tenerla un buen rato esperando y se puso un rato a ver la tele, aunque sin concentrarse demasiado. Quería llevar a Sofía al límite, comprobar si realmente ella le pertenecía como estaba empezando a sospechar. Una hora y cuarto después se decidió a subir a la habitación.

Sus labios no pudieron ocultar una sonrisa cuando vieron a Sofía, tendida, entregada, impaciente, temblorosa. Su culo ofrecía una visión imponente sobre la montaña de almohadas y cojines. Empezó a desnudarse muy despacio controlando su propio impulso, le excitaba la situación de incertidumbre que le había creado a Sofía, que cada minuto de espera estaba más húmeda y más nerviosa.

No le dijo nada. Se acercó por detrás e introdujo sin más un dedo en su ano. Tardó en reconocer que lo que lubricaba a Sofía era mantequilla, cosa que le excitó más de lo que pensaba. No sabía por qué pero supuso que usaría cualquier jabón o crema que llevara en el bolso. Movió el dedo dentro de su ano introduciéndole por este parte de la mantequilla que pringaba sus cachetes. Metió otro dedo. Sofía empezó a relajarse, le estaba gustando la penetración, además, Sebastián lo hacía con bastante cuidado. Todavía estuvo él varios minutos jugueteando con sus dedos hasta que decidió que ya era hora de meterle la polla. Ya le dolían hasta los huevos de tanto contenerse.

Sebastián separó los cachetes del culo de Sofía y apuntó directamente a su ano. Quería ver bien como el estrecho agujero negro de esa puta se tragaba su tronco. Cuando Sofía sintió la presión de su capullo, contrajo involuntariamente el esfínter, que luchaba frente a ese objeto extraño que se abría paso, lo que únicamente le sirvió para producir un fino dolor, ya que Sebastián seguía aumentando gradualmente la presión para colonizar su intestino. Le estaba excitando mucho ver como toda su polla se iba introduciendo despacio en el culo de Sofía. Ella no se quejó, ni siquiera se movió, solamente demostraba su dolor por pequeñas contracciones en su cuerpo. No quería defraudar a Sebastián.

Sofía supo que su cuerpo se había tragado toda la polla de Sebastián porque sintió los huevos de éste chocar con su chorreante sexo. Ahora empezaría lo peor. No sabía si podría soportar tan estoicamente las envestidas. Sebastián se recostó encima de ella, que sentía su aliento en su nuca. Empezó entonces a susurrarle al oído:

Disfrutas con que te humille ¿verdad zorra?

Si – Sofía estaba avergonzada. Sebastián había descubierto por fin su verdadera naturaleza, cosa que le excitaba a la vez que le avergonzaba.

Pues a partir de este momento te consideraré mi puta particular. Quiero que me obedezcas en todo lo que yo te diga, si no estás de acuerdo, lárgate y no vuelvas nunca más

Le metió entonces una envestida que la pilló por sorpresa. Su ajustado esfínter se resintió.

lo primero que quiero hacer contigo es dejarte el culo bien abierto, por tanto solo te follaré por atrás hasta que lo consiga.

Otra envestida. Eran empellones violentos que le producían a Sofía un intenso dolor.

tienes prohibido tocarte a menos que yo te de permiso.

Envestida

responderás a los calificativos de puta..

Envestida

zorra

Envestida

perra

Envestida

cerda

Envestida

guarra

Envestida

y esclava

Envestida

¿me estás entendiendo, perra?

Si

Tú a partir de ahora deberás dirigirte a mí como amo ¿de acuerdo?

Si, amo

Tras oír esas palabras, Sebastián empezó a hacer continuas sus envestidas mientras que las lágrimas de Sofía resbalaban por sus carrillos, rojos por la humillación y el dolor. Eran sentimientos contrapuestos los que en ese momento abordaban a Sofía. Por un lado el dolor empezaba a hacérsele insoportable y deseaba que Sebastián cesara en sus empellones, pero por otro, tras años de búsqueda, por fin lo había encontrado: un amo. Sebastián la estaba tratando como lo que era: una perra. Una perra que disfrutaba con la humillación y la vergüenza, sintiéndose dominada y poseída. Por eso, a pesar del dolor físico, no podía dejar de seguir excitándose, de segregar fluidos, de sentir vergüenza por ello, de desear otra envestida, y otra, y otra, hasta que Sebastián se derramó en su dolorido y maltratado interior desplomando su cuerpo encima de ella.

Sebastián sacó su polla despacio, dejando tras de sí un hilillo de semen que salía del culo de Sofía. Cogió una mano de Sofía y guiándola le hizo meterse un dedo en su abierto agujero. Sintió dentro el líquido viscoso que su amo le había regalado.

Quiero que tengas ese dedo dentro hasta que yo te diga. Y ahora límpiame la polla.

Sofía se movió con dificultad hasta llegar con su boca al regazo de Sebastián, donde su polla chorreante de esperma y mantequilla le estaba esperando. Empezó a lamerla con dedicación, limpiando delicadamente todos sus recodos, paladeando el sabor de su amo y el suyo propio. Una vez limpia, Sebastián se la quitó de la boca, puso la almohada en su sitio, tiró los cojines al suelo y apagó la luz. Sebastián en seguida cayó en un profundo sueño. Sofía, sin embargo, apenas logró conciliar el sueño esa noche. Se sentía excitada y, como le había ordenado su amo, no tenía permitido tocarse. Además, temía que si se quedaba dormida, se despertaría con el dedo fuera de su culo. Eso no le gustaría a Sebastián.

Cuando Sebastián se despertó se encontró a Sofía en posición fetal. Todavía tenía la camisa de la noche anterior puesta y su dedo metido en el culo. Había restos de esperma seco de la noche anterior resbalando por su culo y por su mano. Sebastián no pudo reprimir una sonrisa. Realmente había encontrado una esclava. Dándole la vuelta le desabrochó la camisa dejándole las tetas al descubierto y empezó a morderlas, aprisionando sus duros pezones entre sus dientes, tirando y aflojando de ellos. Cuando se cansó de sus pechos, volvió a ponerla de costado. Metió dos dedos en su raja para comprobar de nuevo que Sofía estaba muy mojada, esa puta estaba siempre cachonda. Sacó los dedos y los acercó a la boca de Sofía, que diligentemente los chupó mientras Sebastián la penetraba lentamente por su coño. No la folló, simplemente esperó a que su polla se impregnara de los fluidos de Sofía y, cuando consideró que estaba suficientemente lubricada, sacó el dedo de Sofía de su culo (ya arrugado después de toda la noche) y lo sustituyó por su polla. Se mantuvo un rato ahí dentro sin moverse, amasándole las tetas, dándole tiempo a su ano a que se acostumbrara a estar empalado. Cuando empezó a moverse lo hizo con más suavidad que la noche anterior, procurando no dañar mucho a Sofía, que aceptaba sin rechistar la violación a la que estaba siendo sometida. Mientras la penetraba, su mano se perdió por la entrepierna de su esclava en busca de su clítoris, que empezó a frotar. Cuando Sofía se contrajo, Sebastián supo que había tenido un orgasmo. Unos minutos después, los intestinos de Sofía se llenaron por segunda vez en su vida.

Puedes ir a ducharte. Y después puedes pedirme algo como recompensa a lo bien que te estas portando. Si lo considero adecuado te lo concederé.

CAPÍTULO IV: LA PERRA DE SOFÍA

Sofía se duchó prestando especial atención a su ano, que limpió cuidadosamente de restos de esperma y mantequilla lavando cuidadosamente sus heridas. Se secó rápidamente con ayuda de la toalla y se acercó al espejo desde el cual se podía ver entera. Se contempló desnuda, con su coño depilado y sus pezones empitonados por el efecto refrescante de las gotas que no se había secado bien con la toalla. Sintió deseos de tocarse las tetas, pero se reprimió. Ahora no le pertenecían, su cuerpo ya no era suyo. Quería ver su ano, así que se dio la vuelta flexionando su espalda, de forma que su culo y su sexo se reflejaban perfectamente en el espejo. Sin duda estaba más abierto, y bastante enrojecido. Se excitó. Repitió para sí "mi amo me va a abrir el culo", "eres una perra y te mereces que te rompan el culo". Le gustó como sonaba en su mente y lo dijo en voz alta, quería oírse: "eres una perra y te mereces que te rompan el culo". La excitación iba en aumento: "cuando tu amo termine de abrirte el culo no vas a poder ni sentarte". Le hablaba a su reflejo en el espejo que se enrojecía de vergüenza por lo que ella misma estaba diciendo. Estaba muy excitada: "eres tan puta que estás deseando que tu amo te la meta por el culo". Sus propias palabras mientras contemplaba su ano abierto, rosado y herido la estaban llevando a un estado de excitación extremo, contempló el líquido viscoso que manaba de su sexo resbalando por sus muslos: "y para colmo estás caliente, pues ya sabes que tu amo te ha prohibido tocarte". Se volvió a incorporar dándose de nuevo la vuelta para contemplar por última vez su silueta de frente: "eres una guarra y no mereces correrte". Y salió del servicio desnuda y excitada.

Ya había pensado lo que le iba a pedir a su amo. Había descartado pedirle que le comiera el coño, era demasiado osado y estaba fuera de lugar, nunca se le hubiera ocurrido pedirle algo así, no podía olvidar que ella no era más que una esclava. Distinto hubiera sido que le pidiera que la follara. Pero eso tampoco se lo pidió a pesar de la excitación que tenía. Además, ya se lo había dicho él bien claro: "solo te follaré por detrás hasta que tu culo esté bien abierto". Por tanto pedir que la follara hubiera sido como oponerse a los planes que Sebastián tenía reservados para ella. La última opción que rechazó fue pedirle que la dejara masturbarse. Casi se decidió por esa posibilidad mientras se miraba en el espejo del cuarto de baño y empezó a aumentar su calentura, pero al final la rechazó. Él ya le había regalado un orgasmo esa misma mañana y, en cierto modo, a ella también le gustaba castigarse ("eres una guarra y no mereces correrte"). Así que cuando se acercó de nuevo a él, con la cabeza baja, desnuda y todavía un poco húmeda, le dijo con un hilillo de voz:

si mi amo me lo permite me gustaría comerle la polla.

Esto era demasiado para Sebastián que no era todavía consciente de la clase de sumisa que tenía entre las manos. Él, que se había sentido antes culpable por ser muy duro con ella, se daba ahora cuenta que ese era el comportamiento que Sofía esperaba de él. Ni siquiera había pedido algo para su propio beneficio. Se conformaba con tener la polla de su amo en la boca.

está bien, sígueme – a pesar de su sorpresa inicial intentó que su respuesta fuera contundente y controlada. Ella le siguió hasta su despacho. – métete debajo de la mesa. – lo dijo señalando su escritorio donde solía trabajar.

Le obedeció inmediatamente. Se introdujo bajo la mesa y se tomó la licencia de ponerse a cuatro patas. Así sería su perra. Sebastián al verla así se le ocurrió una idea, fue al trastero donde guardaba las herramientas y cogió un trozo de cuerda y unas mazas que una vez le regaló una amiga que era gimnasta. Si alguien no sabe como son unas mazas, estas son unos utensilios alargados como de unos 40 cm que tienen una parte ancha que pesa más y otra estrecha, tienen forma como de botella pero más estilizada. De forma parecida a las que se usa para golpear el bombo. Si Sofía quería ser una perra la trataría como una perra. Le hizo a la cuerda un nudo corredero ajustándoselo a Sofía alrededor del cuello. La cuerda era fina pero áspera. El otro extremo lo ató a una pata de la mesa dejándole apenas un metro de cuerda. Este gesto era simbólico, pues Sofía tenía las manos libres y podía librarse cuando quisiera de sus ataduras, pero no parecía disgustada con su nueva condición de perra.

Está bien, como veo que no te importa portarte como una perra, hoy vas a ser mi perra y te portarás como tal. Vas a ir a cuatro patas y vas a estar atada ¿de acuerdo?

Si amo. Seré tu perrita siempre que quieras.

Y ahora muéstrame tu culo. Voy a ponerte una colita.

Sofía se dio la vuelta a cuatro patas ofreciéndole su trasero. Sebastián contempló su ano todavía enrojecido de la penetración de esa mañana. No había duda que ya se veía algo más abierto que hace un día. Cogió la maza por la parte ancha y la restregó un par de veces por su chorreante coño para que se humedeciera y después empezó a introducírsela por el ano. Sofía gruñía lastimeramente como una perra a causa del dolor que le estaba causando la introducción de ese objeto que no alcanzaba a ver pero que sospechaba bastante grueso.

Tranquila mi perrita, un poco más y ya podrás mover tu colita.

Poco a poco su esfínter fue dejando pasar a ese objeto hasta de su ano se tragó la parte más gruesa y empezó a estrecharse hasta quedarse en un grosor de poco más de un dedo. Entonces Sebastián cesó la presión y contempló a Sofía: su perra se veía estupenda a cuatro patas atada a la mesa y con un palo de unos 20 cm sobresaliendo de su ano que hacía las veces de cola. La propia forma de la maza impediría que ésta se saliera del culo de Sofía dejando a su perra sin cola. Sonrió satisfecho. Sofía movió el culo (y por consiguiente la cola) como gesto de conformidad. Ahora le dolía el ano pero con su nueva cola estaba más cerca de ser como un auténtico animal. La perrita de su amo.

Sebastián se sentó entonces en la silla del escritorio, se desabrochó los pantalones y se sacó el miembro que volvía a estar erecto debido al alto contenido erótico de la escena. Acercó la silla a la mesa y cogió la cuerda que asía a Sofía tirando de esta hasta acercar su cabeza a su polla.

Ven aquí perrita. Abre la boca.

Sofía abrió la boca y enseguida Sebastián le metió dentro su polla como el que le da el biberón a un niño.

Aquí tienes mi polla como te prometí, pero no quiero que me la mames sino que la tengas en la boca.

Sofía entendió de inmediato que la iba a tener un buen rato allí atada con su polla en la boca. Era su perra. Se la metió lo más dentro que pudo hasta casi llegar a la base. Era su perra. Tenía que mantener la boca bastante abierta para poder albergar en su cavidad bucal todo el aparato de Sebastián. Era su perra. Sentía la cuerda áspera abrazada a su cuello. Era su perra.

Sebastián encendió el ordenador en un intento de ocupar su tiempo para poder completar sus planes: tener a Sofía toda la mañana con su polla en la boca ¿no quería polla? Pues se iba a hinchar. En principio pensó en terminar unos informes del trabajo pero con ese panorama era imposible. Tenía a una mujer atada a su mesa, a cuatro patas y con su polla en la boca ¿Quién se podría concentrar en ese plan? Y no era solo eso, estaba empezando a darse cuenta de que con esa mujer podría hacer casi cualquier cosa ¿Dónde estaban los límites? ¿Hasta cuando duraría esta situación? ¿Cómo tenía él que comportarse? Lo que sí estaba claro es que él disfrutaba humillándola. Y ella por lo visto también disfrutaba con la humillación (seguro que estaba caliente la muy puta). Pero esta experiencia era totalmente nueva para Sebastián. Se la había encontrado sin buscarla, al contrario que para Sofía que había estado buscándola durante mucho tiempo.

Al final se decantó por entrar en todorelatos y acceder a la categoría de dominación. Alguna vez antes había entrado en la página de relatos pero nunca le había atraído esta categoría, aunque ahora los relatos le parecían tremendamente morbosos. Era excitante leer un relato de la entrega de una sumisa cuando tienes una bajo tu mesa con la boca llena, porque desde que Sebastián le introdujo a Sofía su verga, y ya hacía más de una hora, ésta no se había movido ni un ápice. Solo de vez en cuando sentía una leve succión que correspondía a cuando a ella se le acumulaba la saliva en la boca y tenía que tragarla. Sebastián la acariciaba de vez en cuando como se acaricia a una perra, pasando la mano por su cabello y por su espalda, y toqueteando sus tetas que le colgaban sin detenerse mucho en ellas. También de vez en cuando le soltaba un comentario apremiante del tipo "muy bien mi perrita", "eres una perrita muy buena y obediente", "me gustan las perritas bien adiestradas que obedecen a su amo". Todo eso hacía humedecerse más a Sofía que respondía moviendo su cola. Se sentía como una auténtica perra y disfrutaba comportándose como tal, a pesar de que ya empezaban a dolerle las rodillas de la postura y la mandíbula de alojar dentro la polla de su amo.

También a veces su amo la cogía del pelo sacándole la polla de la boca y retiraba un poco la silla del escritorio para decirle "¡ven aquí perrita! ¡Coge tu polla!" y entonces Sofía intentaba acercarse inútilmente, con la misma desesperación de un perro, haciendo fuerza hasta lastimarse el cuello, ya que la cuerda tiraba de ella. Eso divertía y excitaba profundamente a Sebastián, que al instante volvía a acercarse y le volvía a meter la polla en la boca que ella devoraba con ansia.

Todavía se tiró Sebastián cerca de una hora más leyendo relatos de amos y sumisas que cedían su cuerpo y su voluntad al capricho de sus amos, llegando hasta situaciones hasta ahora insospechables para Sebastián. De todos esos relatos Sebastián sacaba ideas sobre lo que podía hacer con Sofía, que parecía tener una entrega sin límites. Lo que más le atraía de esos relatos era la humillación, mientras que el castigo físico no le gustaba demasiado.

Cuando ya habían pasado más de dos horas, a Sebastián empezaron a dolerle los huevos de estar tanto tiempo empalmado sin correrse, así que asió la cabeza de su perra por el pelo y empezó a moverla de arriba abajo, hasta que la cara de Sofía chocaba con su regazo. Sofía era una puta ejemplar y no se quejaba, incluso había empezado a succionar con fuerza al darse cuenta de que su amo ya quería correrse. Tampoco dejó escapar una sola gota de la generosa corrida que Sebastián llevaba acumulando poco más de dos horas y que descargó en su garganta. Lo tragó todo con gula y lamió después el miembro, ya debilitado, con dedicación. Cuando Sebastián se apartó de su alcance, Sofía apenas podía cerrar la boca. Más de dos horas conteniendo la polla de su amo habían hecho que la mandíbula se le quedara casi dormida.

Entonces Sebastián desató a su perra de la pata de la mesa y la hizo subirse a ella:

arriba perrita, súbete a la mesa – Sofía se colocó encima a cuatro patas – siéntate

Le resultó tremendamente difícil sentarse como una perra, ya que su cola no era nada flexible y cada vez que se iba a sentar se le introducía un poco más. Al final encontró una postura en la cual pudo echarla hacia atrás, aunque produciéndole un considerable dolor en su ano. Estaba sentada sobre sus talones, con sus rodillas todo lo separadas que pudo, mientras que las manos se apoyaban adelante. Imitaba la posición de espera que adoptaban los perros cuando se sentaban. Sebastián empezó entonces a hacerle preguntas con una doble intención: humillar más a Sofía (si es que eso era posible) y saber hasta qué punto ésta disfrutaba con dicha humillación (recordemos que Sebastián todavía estaba explorando el terreno y calculando los límites del juego).

Veo que estás mojada. – lo dijo mientras que le acariciaba suavemente el coño. – Parece que mi perrita está en celo. ¿Te gusta que te trate como a una perra?

Si amo. Me gusta mucho ser tu perra.

¿Y también te gusta que te tenga atada?

Si amo. Es normal que un amo ate a su perra. Y más cuando está en celo. Me merezco que me ates, estoy siempre tan mojada que cualquiera podría montarme si me escapo. Así me controlas mejor. – Sebastián estaba tremendamente satisfecho con las respuestas de su perrita, a pesar de que ambos sabían que ella nunca se escaparía.

Muy bien mi perrita, así me gusta, que seas una perrita fiel a su amo. ¿y qué te parece tu colita?

Me duele un poco. Pero me gusta llevarla para complacerte. Además, quiero tener el culo totalmente abierto para ti. Me excito cuando usas mi culo, aunque me haga daño.

Entonces Sebastián cogió su mano llena de los fluidos vaginales de su perra y se la acercó a la boca de Sofía que inmediatamente empezó a lamer.

Pues mi perrita va a lamer ahora todos los flujos que segrega, como las demás perritas que se lamen el coño. – Sofía lamía vorazmente – Si no fueras tan puta no tendrías que lamer tanto – llevó de nuevo la mano a su coño para seguir recogiendo fluidos (que eran muy abundantes) y volvérselos a dar. – además, esto y la leche que has comido antes va a ser tu comida de hoy. – Sofía no replicaba, solo lamía – muy bien, traga, traga, eso es. – Sebastián iba alternativamente del coño a la boca de Sofía de forma que ésta ya estaba empezando a acercarse al orgasmo.

Amo, no puedo más ¿me das tu permiso para correrme?

Que vergüenza! Ni la humillación de ser una perra hace que seas menos puta! Por supuesto que no puedes correrte! – A Sebastián no se le hubiera ocurrido negarle un orgasmo hasta que ella se lo preguntó. Aún así no cesaba de darle a comer sus flujos. Sofía aguantó un poco más intentando concentrarse para no desencadenar en un orgasmo.

Amo, no puedo más, estoy a punto.

Y entonces Sebastián paró en seco dejando a Sofía al borde de un tremendo orgasmo.

En esta ocasión no te correrás. Si sigues siendo una buena perrita alomejor te dejo correrte al final del día. ¿De acuerdo?

Si amo. Soy tuya y tienes derecho a controlar mis orgasmos. – lo dijo con la voz entrecortada y la respiración agitada presa de una gran excitación.

Sabía que se iba a pasar el resto del día en una intensa agonía de excitación sin desahogo, pero no le importaba. Se merecía que su amo la dejara sin correrse. Por puta. Su amo la dominaba con la maestría de quien lo había estado haciendo toda su vida y eso a ella le llenaba de gozo. Ella no era más que su juguete. Él podía disponer de su cuerpo para lo que quisiera, ni siquiera tenía la obligación de satisfacerla sexualmente. Y, por supuesto, sus orgasmos le pertenecían. Ella no tenía ningún derecho a reclamarlos. Lo único que podía hacer es mostrarse tremendamente agradecida cuando su amo decidiera regalarle uno.

Sebastián la hizo otra vez bajar al suelo y tirando de la cuerda obligando a Sofía a seguirlo a cuatro patas por toda la casa. Tenía ciertas dificultades al andar por culpa la cola, que iba moviéndose y estirando su esfínter todavía dolorido. Cuando pasaron por el espejo de la entrada, Sebastián la obligó a mirarse en distintas posturas: moviendo la cola, sentándose como una perra e incluso lamiéndole otra vez los dedos llenos de sus flujos. A Sofía esta humillación no hacía más que excitarla, le gustó especialmente ver como ese palo salía de su ano quedando tieso como una cola. Finalmente la ató a la parte baja del radiador que había en la entrada de la casa, dejándole poco más de un metro de cuerda (lo suficiente como para tener un poco de movilidad pero no tanto como para poder ponerse de pié). Y desapareció.

Aproximadamente media hora después volvió a aparecer arreglado como para salir. Llevaba en las manos dos recipientes, uno con agua y otro vacío. Se los puso al alcance de Sofía, que inmediatamente se acercó al del agua metiendo el hocico y dando lengüetazos como los perros. El otro era por si le entraban ganas de orinar.

Me voy. Comeré fuera. Te dejo atada aquí en la entrada que es donde una perrita tiene que esperar a su amo. – Y se fue dejando sola a Sofía.

Si Sebastián hubiera pedido ver el comportamiento de Sofía después de irse él, se hubiera sorprendido gratamente. Sofía no tomó ninguna postura impropia de un perro: daba vueltas a cuatro patas hasta donde la cuerda le permitía, se sentaba como un perro a pesar del dolor que su cola ejercía sobre su maltratado ano y se tumbaba como un perro (igual que sentada pero sacando más el culo, recostando el pecho en el suelo y con los brazos extendidos hacia arriba). Ninguna de estas posturas eran cómodas para ella, pero era las únicas que podía permitirse como perra. Hoy sería la perra de su amo y lo haría bien. Incluso cuando tuvo ganas de orinar lo hizo a cuatro patas sobre la palangana agachando el culo, como lo hacen las perras.

Sebastián tardó un montón en llegar. Había quedado con unos amigos que hace mucho tiempo no veía y llegó al anochecer. Cuando abrió la puerta su perra lo recibió a cuatro patas moviendo la cola. No hay nada mejor que el recibimiento que le da un perro a su amo.

muy bien perrita. – dijo acariciándole la cabeza y la espalda mientras su rabo que salía de su culo se balanceaba de derecha a izquierda.

Sebastián le retiró el recipiente del agua y al cabo del rato volvió con él, pero esta vez lleno de comida: un puré que tenía de la otra noche en el frigorífico. Sofía estaba realmente hambrienta por no haber comido al medio día (a excepción de los fluidos sexuales de su amo y los suyos propios), así que cuando le depositó el plato delante se abalanzó a meter el morro. Estaba frío, pero eso no era inconveniente.

Mientras ella comía, Sebastián se acercó por detrás y empezó a tirar de la cola que empezó a salir dilatando mucho su esfínter. Se lo sacó con cuidado, no quería lastimarle más de lo necesario. Cuando Sofía estuvo libre de su colita, se bajó los pantalones y le introdujo su polla por el lugar que antes había ocupado el otro rabo. Sofía paró entonces de comer.

Será mejor que sigas comiendo, porque cuando acabe de montarte te voy a retirar el plato.

Volvió entonces a enterrar la cabeza en el plato intentando comer todo lo rápido que podía, a pesar de la dificultad que le suponía comer sin manos y con su amo empujando por detrás. Empujaba con fuerza. Con la fuerza que le daba la excitación de la escena.

perra, si quieres puedes masturbarte, pero más te vale correrte antes de que yo me corra porque cuando yo te riegue tendrás que dejar de tocarte. Y no creo que quieras quedarte a medias otra vez.

Con la mano derecha Sofía empezó a frotar con furia su clítoris mientras que con la izquierda apoyada en el suelo amortiguaba los empujones de su amo, que le rasgaban el culo y la precipitaban a hundir más la cara en el plato donde seguía comiendo. Sebastián la montaba con ímpetu, lo que obligaba a Sofía a acelerar su masturbación, hasta que una oleada de placer le sobrevino y se contrajo su vientre. Poco después Sebastián vació sus huevos dentro de ella y sustituyó de nuevo su polla por la colita, dejando dentro todo su esperma.

Separó el plato y lo colocó a dos metros de ella. Sofía intentó llegar a él pero un tirón de su cuello le indicó que estaba fuera de su alcance. Entre la excitación y las embestidas de su amo no había podido comer mucho. Sebastián se puso entonces delante de ella dando una palmada en su muslo.

Ven aquí perrita! Aquí tienes tu postre. – Sofía se acercó a él y empezó a lamerle la polla limpiándosela de los restos de esperma. Mientras, Sebastián le quitaba con su pañuelo los restos de comida de la cara. – Buena chica – Se volvió a meter la polla en el calzoncillo y se abrochó el pantalón.

Desató entonces a su mascota del radiador poniéndole el extremo de la cuerda en la boca y echó a andar. Sofía le seguía a cuatro patas donde él iba, a pesar de no estar ya sujeta a él. Una buena perra siempre sigue a su amo. Sebastián fue a la cocina, donde se preparó la cena y se la llevó en una bandeja al salón, para comérsela en el sofá viendo la tele. Sofía se tumbó a sus pies, otra vez como los perros.

Sebastián no logró concentrarse en la tele. La miraba. Estaba preciosa. Tenerla ahí, sumisa, entregada, le producía cierta ternura. En todos los meses que llevaba con ella nunca la había mirado así, con tanto cariño. Ahora no entendía como había llevado su relación con indiferencia, con apatía. Ahora, ahora que la veía tan hermosa no lo entendía. Ahora que la veía postrada a sus pies, en esa postura tan deliciosa, con esa colita improvisada saliendo tiesa de su culo en pompa y los pechos tocando el suelo, los brazos extendidos… ¡era tan deliciosa! Le arrebató la cuerda de la boca y tiró de ella hasta subirle al sofá. Quería tenerla en su regazo. Se acomodó en la misma postura que tenía un rato antes a sus pies, pero con la cabeza y los brazos extendidos sobre sus rodillas. Empezó a acariciarla: el pelo, la espalda, los glúteos… sentía como la piel de Sofía se erizaba bajo sus caricias…las axilas, el principio de los pechos... sentía sus jadeos casi imperceptibles… el cuello, le gustó acariciarle el cuello pasando sus dedos bajo la cuerda que la ataba a él, tenía una piel realmente suave, la acariciaba con ternura, como nunca antes la había acariciado.

Eres una perrita preciosa. – se lo decía casi en un susurro – Cualquiera querría tener una perrita como tú – movimientos ondulantes en el cuerpo de ella empezaron a acompañar las caricias de él – tan obediente y servicial.

Le hubiera gustado darle placer, llevarla hasta el cielo, desencadenarle un orgasmo detrás de otro. Pero no lo hizo. Le hubiera gustado regalarle todo, dedicarse a ella, entregarse a su cuerpo. Pero no lo hizo. Le hubiera gustado sentir su sabor, lamer sus placeres, recoger sus jugos. Pero no lo hizo. Hubiera podido hacerlo sin dificultad, solo tenía que estirar una mano y seguir el camino de sus flujos, recorrer sus pliegues, tocar sus resortes. Sabía bien como hacerlo. Pero no lo hizo. Ya le había permitido antes correrse y no quería pecar en exceso. Todavía no tenía experiencia como amo y quería ser respetado, y para eso tenía que empezar siendo inflexible. También él era esclavo de su condición de amo. Y la veía allí, sufriendo, agitándose de excitación, acompañando sus caricias con el cuerpo, sumisa, sin ruidos, sin exigencias, sin reproches. No sabía todavía que para ella esa era la felicidad.

CAPÍTULO V: UNA CENA MUY ESPECIAL

Sofía llevaba toda la tarde cocinando, esa noche había cena especial. Iba vestida con un vestido de tirantes finos bastante veraniego que el mismo Sebastián había elegido. Ya lo había comprobado otras veces, era un vestido fácil de quitar y tenía un escote generoso por el cual se podían sacar los pechos, o bien bajar los tirantes y dejar el torso al descubierto. Una fina cuerda ataba su cuello a un cajón de la cocina, permitiéndole tan solo moverse en un radio de 1.5 metros (suficiente como para desarrollar su tarea en la cocina).

Estar atada se convirtió en algo habitual en su vida desde el día que fue su perra. No siempre lo estaba, tan solo cuando Sebastián lo disponía porque quería que permaneciera en algún sitio un cierto tiempo, o cuando le encargaba alguna tarea (como era el caso), o simplemente cuando se le antojaba. Siempre la ataba del cuello, rara vez le había atado las manos. Le complacía saber que Sofía tenía la posibilidad de desatarse si quería y que nunca lo había hecho, eso le hacía estar seguro de que realmente le pertenecía. A Sofía, por su parte, le encantaba estar atada. Le gustaba pensar que la única libertad que tenía correspondía a la longitud de cuerda que le dejara su amo. En ocasiones, intentaba sobrepasar el alcance de la cuerda tan solo por el placer de sentir el tirón en su cuello que le indicaba que allí acababa su libertad, sintiéndose más esclava. Cuanto más corto le ataba, más suya se sentía, y pertenecerle era lo único que le importaba en la vida. Le gustaba sentir el tacto áspero de la cuerda en su cuello. Era una cuerda vulgar y rudimentaria, de esas que se usan en el campo. Una cuerda perfecta para ella, que tan solo era una vulgar puta. Que merecía estar atada como las bestias. En una ocasión Sebastián le ofreció la posibilidad de comprarle un collar de perro, pero ella la rechazó. Un collar era demasiado sofisticado para ella. Un collar embellece a un perro. Una cuerda simplemente lo ata. Un collar se le compra a un animal cuando es especial, y ella era tan solo una esclava, una mas de las posesiones de su amo. Una cuerda era suficiente.

Sebastián entró en la cocina a ver como iban los preparativos de la cena. Allí estaba Sofía de pié frente al mostrador de la cocina preparando los últimos entremeses. Se acercó a ella por la espalda y le bajó un tirante del vestido. De inmediato un pecho quedó al descubierto y empezó a masajearlo. Ella seguía con su labor. Sebastián metió una mano por debajo del vestido avanzando por sus muslos hasta su sexo impregnado y viscoso. Ella abrió más las piernas para facilitarle el acceso. Empapó la punta de sus dedos con sus fluidos y los restregó en su ano donde metió de inmediato dos dedos. Entraron sin dificultad. Después de casi un mes penetrándola por detrás había conseguido que su ano diera bastante de sí.

Cuando Sofía sintió los dedos de su amo en su interior supo de inmediato lo que pretendía. Retiró los platos a un lado y recostó el pecho sobre el mostrador de la cocina, levantando a continuación su falda que echó sobre su espalda. Separó también sus glúteos con sus manos, dejando su agujero aún más abierto si cabe. Así su amo tendría una buena visión de su ano. A éste le gustaba contemplarlo antes y después de penetrarlo para observar su obra. Sintió como el glande de su amo se apoyaba en su esfínter y un instante después ejercía una presión leve que hizo que la totalidad de su tronco se perdiera dentro de ella sin ninguna dificultad.

Sofía había aprendido a sentir placer del acto físico de la penetración anal (independientemente de que siempre había obtenido un placer mental). Ahora su cuerpo se estimulaba con ese tipo de intrusión, encontrándolo una práctica muy satisfactoria y excitante, llevándola a límites insospechados. El problema era ese, que solo había conseguido llegar al límite sin llegar a caerse del precipicio, vamos, que no conseguía correrse por vía anal si no se acompañaba la penetración con caricias. Y su amo no siempre le deleitaba con caricias o le permitía tocarse. Por otra parte, a Sebastián le gustaba el hecho de que Sofía todavía no fuera capaz de llegar al orgasmo por esa vía (digo todavía porque Sebastián estaba seguro que en poco tiempo podría llegar a correrse, dado el nivel de calentura que alcanzaba), porque de esa manera podía tener un total control de sus orgasmos, dado que por vía vaginal era imposible. Y eso es lo que pretendía ahora mientras la penetraba, dejarla al límite (además de prepararle el culo para lo que vendría después).

Sofía empezó con un tímido gemido. Nunca se permitía más. Una esclava debía ser comedida en sus manifestaciones de placer, ya que el objetivo de todo acto sexual era el placer del amo, y no el de la esclava. Pero es que realmente estaba muy excitada. Como siempre que la follaba por el culo, estaba rozando con los dedos el orgasmo sin llegar a conseguirlo. La excitación que le venía desde atrás se distribuía por todo su cuerpo, de forma que notaba su piel erizada, sus pezones erectos, su coño mojado. Hasta el último momento tuvo la esperanza de que su amo la dejara correrse, pero la perdió cuando sintió un mar cálido en sus intestinos.

Cuando su amo le sacó la polla intentó cerrar el esfínter para no perder su leche, pero era una tarea difícil, lo tenía demasiado abierto como para no dejar escapar nada. No obstante, con esfuerzo, logró retener la mayoría de la lefa apretando el culo, tan solo un hilillo de semen resbaló por sus muslos. A continuación, sin que él le dijera nada, se arrodilló ante él para limpiarle la polla. Era una de las órdenes permanentes de Sebastián: limpiarle la polla siempre que se corriera. Y ella la aceptaba con gusto, le encantaba tener ese trozo de carne cálido entre sus labios, sentir su tacto con la lengua, degustar su esperma. Lo limpiaba con suavidad y cariño hasta que él se lo quitaba de la boca como quien le quita un caramelo a un niño.

Llamaron a la puerta. Llegaban los invitados. Con rapidez Sebastián desató a Sofía del cajón y le ordenó que subiera y se atara al cabecero de su cama.

Nada sabía Sofía de lo que planeaba su amo esa noche, no tenía ni idea de que esa noche sería cedida, de que ella sería el postre de esa cena especial que estaba preparando para sus amigos. Y no era este un capricho espontáneo de Sebastián, no, ya llevaba más de una semana pensándolo, sopesando si eso era llegar demasiado lejos. Aunque aparentaba ser muy seguro a los ojos de Sofía, todavía no tenía claros los límites a los que ella estaba dispuesta a llegar, y no quería dar un paso en falso. Ella era como un sueño y no estaba dispuesto a perderla. Cierto era que ella hasta ahora no había puesto objeción a ninguno de sus antojos, pero por otro lado todavía no habían implicado a nadie más. Si al final se decidió a hacerlo, fue más por la curiosidad de saber si ella cedería que por el morbo de la situación (que también tenía bastante peso). Era como la prueba definitiva. Si ella cedía en esto, cedería en cualquier cosa.

Durante la cena estuvo bastante ausente a pesar de ser el anfitrión. Solo podía pensar en que había dejado a Sofía atada del cuello a la cabecera de su cama sin cenar. Todavía le asaltaban las dudas acerca de lo que estaba a punto de hacer, incluso decidió un par de veces que no seguiría adelante, pero la erección que ocultaba bajo el pantalón era poderosa tan solo con imaginarse la escena. Tenía que saber si ella le pertenecía, sabía que tarde o temprano tenía que llegar al punto donde se encontraba esa noche. Al final se decidió.

Ricardo, ¿te importa ir sacando el ron y el wisky? Ve poniendo unas copitas, que yo voy a por el postre.

Vaya con Sebas! Se lo ha currado hoy, nos ha preparado hasta postre. – dijo mientras se levantaba a por los vasos.

Sebastián se dirigió a su cuarto. Le temblaban las piernas. Nada tenía que ver con los amos que se reflejaban en los relatos que había leído: él estaba realmente nervioso. Cuando entró al cuarto vio la imagen de Sofía postrada en la cama. Ésta le miró con sorpresa. Normalmente, cuando Sebastián tenía visita no aparecía por el cuarto hasta que no hubiera despedido a todo el mundo y, por las risas que venían del salón, sabía que todavía había gente en la casa. Sebastián se acercó a ella y desató la cuerda del cabecero de la cama tirando de ella para que Sofía se incorporara. No dijo ni una sola palabra. Pensaba que si hablaba ella notaría enseguida su nerviosismo, cosa que no se puede permitir un amo.

Sofía iba dócilmente hacia donde su amo le dirigía, que era hacia el salón. Ahora era ella a la que le temblaban las piernas. Empezaba a sospechar lo que iba a ocurrir. Estaba claro que su amo estaba tomando posesión total de ella y, por supuesto, eso también incluía cederla y exhibirla a quien le viniera en gana. ¿No había querido siempre un amo? Pues eso significaba tenerlo: perder por completo el dominio sobre sí para entregárselo a su amo. SU AMO. SU DUEÑO. No estaba dispuesta a echar todo a perder por una tonta rebeldía. Le pertenecía. Haría que él se sintiera orgulloso. Ni una sola protesta saldría de su boca, ni un solo grito de dolor, ni un solo gemido de placer. Le iba a demostrar que realmente era suya.

Al entrar en el salón Sofía pudo ver como cinco hombres entre los treinta y los cuarenta charlaban y reían animadamente con sus copas en la mano. Las risas se fueron tornando poco a poco en un absoluto silencio en cuanto los invitados se fueron percatando de la entrada de Sebastián, poniendo caras de absoluta sorpresa. La verdad es que no era muy normal ver a su amigo tirando de una chica atada al cuello. Sebastián se detuvo delante de ellos.

Bueno chicos. Os presento a Sofía, mi esclava. Este es el postre que os prometí.

Lejos de lo que había imaginado Sebastián, ninguno de sus amigos se abalanzó hacia Sofía, ni hizo ningún comentario soez, ni le hicieron ver su envidia, sana, por supuesto, porque joder macho, que bien te lo montas y que suerte tienes. No. Nada de eso. Seguían atónitos sin articular palabra, sin mover un músculo de esa cara de pasmados que se les había quedado. Perfecto. Perfecto para mostrar su dominio sobre Sofía. Era aquí donde se la iba a jugar, donde comprobaría hasta que punto ella quería seguir con el juego.

Sofía, enséñales a estos señores tus tetas.

Sofía se bajó inmediatamente los dos tirantes del vestido quedando el torso al descubierto y apareciendo frente a todos sus turgentes pechos desnudos con sus morenos pezones ya excitados. A pesar de su considerable tamaño, parecía que estos desafiaban la ley de la gravedad.

Muy bien Sofía ¿estás excitada? – Sebastián había empezado a coger seguridad al ver que Sofía se dejaba manipular, como siempre. Estaba disfrutando mucho viendo la cara de sus amigos.

Si amo. – tenía la mirada baja y la voz le salió casi en un susurro.

No te he oído bien Sofía. – le encantaba saber que ella disfrutaba de la humillación.

Si amo. Estoy muy mojada. – lo dijo elevando el tono de la voz hasta tal punto que a ella misma le sorprendió oírse.

Las caras de sus amigos empezaron poco a poco a transformarse en caras de excitación. Ya era claramente visible el bulto de la entrepierna de algunos. Mario había empezado a tocarse por encima del pantalón.

Pues enséñale a mis amigos lo puta que eres. Enséñales como tienes el coño.

Sofía dejó deslizar el vestido hacia sus pies, quedando totalmente desnuda y haciendo visible su depilado sexo. A continuación se dio la vuelta y, agachando su espalda hasta formar un ángulo de 90°, dejó totalmente expuesto su coño que además abrió con ayuda de sus dos manos para que los invitados pudieran contemplarlo en todo su esplendor.

Era una visión preciosa, o al menos excitante: el coño depilado de Sofía brillaba con una fuerte intensidad a causa de los jugos que éste estaba segregando. Desde donde estaban sentados, los invitados advertían perfectamente un pegote viscoso de fluidos que ya empezaba a querer abandonar el interior de su sexo y a deslizarse hacia el clítoris, que aparecía hinchado ante ellos. Tampoco pasaba inadvertido un surco blanquecino seco que salía de su ano y se perdía a mitad de sus muslos, correspondiente a la lefa que no pudo contener en su interior hace a penas una hora cuando su amo le abrió el culo en la cocina.

Ahora quiero que abras bien tu culito.

Las manos de Sofía se dirigieron ahora a separar bien sus glúteos y relajó la contracción que hasta ahora tenía en su esfínter, lo que hizo que su agujero se abriera dejando escapar el poco esperma que sus entrañas todavía no habían absorbido, siguiendo este el mismo camino por sus muslos que el que ya tenía seco.

Como podéis comprobar, mi furcia tiene el culo bien abierto. La verdad es que mi trabajo me ha costado, hace a penas un mes tenía un prieto agujerito virgen. ¡imaginaos cuantas veces le he tenido que dar por culo para dejárselo así!

Los amigos de Sebastián seguían sin decir palabra, aunque ya no ocultaban su excitación. Miguel incluso se había desabrochado los pantalones por la molestia que le ocasionaba la presión de su erecta polla. Miraban a Sofía como perros de caza a una presa. Sebastián ya estaba seguro que se lanzarían a por ella en cuanto él les diera la oportunidad.

Bueno cariño – dirigiéndose a Sofía y dándole de nuevo la vuelta para que estuviera otra vez de frente a sus amigos – y ahora te voy a dejar aquí para que estos caballeros te follen por donde quieran. ¿Has cenado? – de sobra sabía que no.

No amo.

Pues entonces no te vendría mal pedirles a estos señores educadamente que te dieran de cenar.

Si no es molestia... yo… yo no he cenado todavía y… siempre y cuando no deseen hacerlo en otro sitio… yo… agradecería que vertieran su leche en mi boca y me dieran de comer.

Miguel ya no aguantó más y sacó la polla de su pantalón. Sería el primero que diera de comer a esa preciosa zorra. Raúl sin embargo, solo podía pensar en el culo de Sofía chorreando esperma.

Sebastián tiró de Sofía hacia la mesa auxiliar del salón que se encontraba al lado del sofá. Era una mesa de pequeñas dimensiones que ya había usado en otras ocasiones para follarse a Sofía. Tenía unas medidas perfectas, ya que, cuando su esclava recostaba su pecho sobre ella, la mesa se acababa justo en su barbilla, haciéndola perfecta tanto para acceder a su sexo y su culo, como para meterle el pollón en la boca. Perfecta. La recostó y le ató el cuello a un clavo que había puesto esa misma mañana bajo la mesa a la altura de donde tenía la barbilla. Así la dejaba pseudoinmovilizada, ya que, como siempre, no había atado sus manos. Se apartó un momento de ella y la miró recostada en la mesa con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo y las piernas abiertas para dejar más expuesto, si cabe, sus agujeros. Perfecta.

Es toda vuestra

Mario se abalanzó a Sofía adelantándose a Raúl y poniéndose detrás de ella, mientras que Miguel se puso delante, ya con la polla fuera.

Vamos preciosa. ¿no tenías hambre? Pues aquí tienes comida.

Sofía empezó a pasar la lengua por el capullo de Miguel mientras sentía la polla de Mario deslizarse dentro de su coño sin ningún esfuerzo.

Joder, esta puta tiene el coño demasiado abierto. Mejor me la voy a follar por el culo.

Entonces sacó la polla de su agujero vaginal impregnada de fluidos y se dispuso a meterla en su agujero anal empezando con una tímida presión y aumentándola gradualmente al comprobar su ano podía tragarse su polla sin ningún esfuerzo y finalmente, contento con la presión que el esfínter de Sofía ejercía sobre su polla, empezó a bombear.

Sofía estaba intentando hacerle una buena mamada a Miguel pero la verdad es que era realmente difícil independizar el movimiento de su boca con los envistes que desde atrás le estaba propinando Mario, así que finalmente decidió aprovechar esos impulsos para tragar la polla de Miguel, de forma que cuando Mario empujaba, ella sentía el roce del glande de Miguel en su campanilla. Así consiguió acoplar las dos penetraciones hasta que Mario se detuvo en un último empujón llenando los intestinos de Sofía de leche y seguidamente (casi a la vez), Miguel le llenó la boca de un líquido viscoso y dulzón que Sofía recibió con gusto. Le gustó especialmente el sabor de su semen.

Mientras Sofía limpiaba con la lengua los restos de la corrida de Miguel, Mario intentó recoger en su capullo la mayor cantidad posible de su leche, que resbalaba por los muslos de la esclava, ofreciéndosela luego a Sofía para que la limpiara tal y como lo había hecho con Miguel.

Para cuando Sofía empezó a lamer el esperma de Mario, ya tenía la polla de Raúl bombeando en su culo. Y al instante de acabar con Mario, su boca tuvo que volver a abrirse para dejar pasar la polla de Ricardo, al que no tuvo que esforzarle en hacerle una mamada, ya que él mismo empezó a bombear en su boca utilizándola como un agujero más empujando en sentido contrario del que lo estaba haciendo Raúl desde atrás, penetrándoles los dos profundamente por sentidos opuestos hasta vaciarse dando de comer de nuevo a Sofía, que lamía gustosa, ya que realmente estaba hambrienta y, aunque no la saciaban, esas dosis de leche ayudaban a matar un poco el hambre.

Sebastián mientras tanto miraba con satisfacción como sus amigos hacían esa primera ronda pasando por Sofía. Todos excepto Alejandro, que estaba sentado en un rincón del sofá contemplando la escena con un evidente bulto en el pantalón. Alejandro se había casado hace apenas un mes y esta situación suponía una violenta lucha interna entre su excitación y su conciencia. Apenas un mes antes él dijo lo de "prometo serte fiel en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida hasta que la muerte nos separe". No, en esa primera ronda no colaboró.

Las siguientes rondas fueron más desordenadas. Habiéndose corrido ya una vez, no estaban tan impacientes. Se levantaba alguno de vez en cuando a usar su boca o su culo (a veces se levantaban dos, por el placer que les suponía verla ocupada por delante y por detrás a la vez) mientras el resto contemplaba mientras bebían una copa y charlaban animadamente. Todos menos Alejandro, que no podía retirar la vista del ano de Sofía resbalando esperma.

Todos los que usaban la boca de Sofía se corrieron dentro de ella atendiendo a su petición de darle de cenar, y todos los que se corrieron en su ano, le dieron luego su polla a lamer con el fin de que ingiriera los restos de esperma y dejaran sus pollas limpias.

Fue después de una hora y media, cuando ya todos se habían corrido dos veces (Miguel incluso tres), cuando Alejandro decidió levantarse. Sin decir una palabra se acercó a Sofía por detrás y con sus dos manos le separó sus glúteos abriendo más su ya de por sí estirado ano, lo que hizo que su agujero vomitara un poco más de esperma de su interior y resbalara por su sexo. No podía contenerse. La visión de ese esfínter rosado y dilatado chorreante de esperma le tenía hipnotizado. Se creó en el salón un clima tenso silencioso a la espera de la reacción de Alejandro que observaba inmóvil como el hilo de semen se perdía entre sus labios vaginales. No pudo más.

No pudo más y lo pagó con ella. Se bajó los pantalones apresuradamente y, con una inusitada torpeza, le insertó el miembro hasta el fondo. Y empezó a empujar. Pero no como antes habían empujado los demás, ni como empujaba su amo cuando la montaba. No, él empezó a empujar con una violencia que Sofía nunca antes había sufrido. En cada empujón él le hacía pagar su infidelidad, echándole la culpa de su mala conciencia y su falta de voluntad. Ni siquiera Alejandro parecía estar disfrutando con la penetración.

Puta… Puta… Puta

Lo decía entre dientes. Con auténtica ira. Empujaba mientras Sofía intentaba hacer fuerza para que no la precipitara más contra la mesa aplastándole las piernas contra el borde. Pero él era mucho más fuerte y la resistencia de Sofía tan solo servía para que le dolieran los músculos. A cada nuevo empujón ella se precipitaba hacia alante sintiendo como se le clavaba (además de la polla de Alejandro) el borde de la mesa, y como la cuerda que la sujetaba del cuello le daba un fuerte tirón. Eran tan fuertes los empujones que Sebastián estuvo a punto de pararlo. A Sofía (y a Sebastián), se le hizo el tiempo eterno hasta que Alejandro explotó dentro de ella y la dejó con el culo abierto y drenando su leche. Alejandro no le dio a Sofía a lamer los restos, simplemente restregó la polla en glúteos de la esclava para limpiársela y se la volvió a meter en el pantalón.

Todavía Alejandro se levantó dos veces más a lo largo de la noche a penetrar a Sofía. Siempre por el culo y siempre de la misma forma violenta. Sebastián sufría cada vez que éste la usaba. No quería que le hiciera daño, pero tampoco quería echarse atrás en lo que había emprendido esa noche. Veía como poco a poco Sofía se iba quedando sin fuerza con los empujones de Alejandro, que cada vez aguantaba más tiempo sin correrse. Al final, las piernas abandonaron a Sofía, quedando muertas y con los pies arrastrando en el suelo. Si no resbaló al suelo fue por la fina cuerda que ataba su cuello.

Cuando los invitados se fueron, a Sofía se la habían follado entre los cinco siete veces por el culo, seis por la boca, más las tres devastadoras enculadas de Alejandro. Nadie se la folló por el coño, simplemente no les interesaba, era demasiado vulgar, eso podían obtenerlo cuando quisieran con sus novias, mujeres o amantes. Sin embargo, encontrar un culo que se dejara follar no era tan fácil. De hecho, de los cinco, tan solo Miguel lo había probado alguna vez, y no le duró mucho el chollo, ya que fue con una dominicana que conoció en su viaje a Santo Domingo y que, acabada su semana de vacaciones, no volvió a saber de ella nunca más. Estando el culo de Sofía abierto para ellos, a ninguno le preocupaba su coño. Nadie se preocupó de que ella se corriera.

Cuando cerró la puerta tras ellos Sebastián se sintió bastante aliviado. Quería ocuparse de su princesa. Se había pasado toda la noche sin intervenir, como un mero espectador, contemplando con satisfacción como Sofía cedía su cuerpo sin rechistar a aquellos a quienes su amo le había entregado. Sabía también, que a pesar de estar muy excitada, no había pretendido en ningún momento placer alguno para ella. Había merecido la pena comprobar que era suya, a pesar de lo que había sufrido viendo a Alejandro cabalgarla violentamente. Era suya.

Cogió una toalla húmeda y le limpió cuidadosamente los restos de esperma que tenía alrededor de su ano y en sus glúteos. Luego le desató y le quitó la cuerda del cuello, que estaba bastante enrojecido y por último le dio la vuelta poniéndola boca arriba sobre la mesa.

Comenzó a besarle los pechos, humedeciendo sus pezones con los labios, dejando un rastro húmedo de saliva por donde pasaba. Le besó su cuello, lamiendo la marca enrojecida que le había dejado la cuerda. Todo lo hacía con movimientos suaves recorriendo el cuerpo de seda de Sofía, que permanecía desfallecida sin apenas moverse y con los ojos cerrados. Sintió entonces la necesidad de penetrarla, pero no como un acto de dominación, sino de infinita ternura. Le introdujo entonces su pene lentamente en su coño. Sintiendo como este se deslizaba en su interior. Todo muy suave. Muy despacio. Disfrutando de cada sensación. Nunca le había penetrado con esa suavidad. Con esa lentitud. El orgasmo de Sofía fue sereno, sin grandes explosiones (estaba demasiado agotada), pero continuado, dejando al finalizar el cuerpo de Sofía sumido en una inmensa paz, a pesar del dolor de sus miembros. Fue un orgasmo delicioso. Sin gemidos ni gritos, sin contracciones ni sacudidas. Fue como sentarte a descansar después de un duro día de trabajo o desabrocharte el botón del pantalón después de haber comido mucho. Fue, con diferencia, el orgasmo más sedante y placentero que había tenido nunca.

EPÍLOGO

No podía dormir. A pesar del cansancio y de que tenía el cuerpo dolorido, no había podido conciliar el sueño. Todavía ahora, después de varias horas, sentía sus músculos agarrotados y doloridos. Sebastián le había dado un baño y le había acostado. "Estoy muy orgulloso de ti" le había dicho mientras le frotaba suavemente con la esponja. Ahora esas palabras resonaban en su cabeza.

Sebastián estaba dormido junto a ella, desnudo y destapado. Podía verlo perfectamente, ya que agosto estaba siendo bastante caluroso y tenían que dejar la ventana abierta sin cerrar del todo la persiana, lo que permitía que entrara algo de luz al cuarto. Su pene estaba semierecto, puede que estuviera reviviendo entre sueños escenas de esa noche. A Sofía le entraron ganas de metérselo en la boca, pero no lo hizo. No se le ocurriría jamás meterse la polla de su amo en la boca sin su permiso.

Ojala mañana se despertara con la polla de su amo en la boca. Ojala la usara por la mañana. Ojala. "Estoy muy orgullosa de ti", le había dicho. Esa sola frase había hecho que todo el dolor mereciera la pena. "Estoy muy orgullosa de ti". "Estoy muy orgullosa de ti, "estoy muy orgullosa de ti", "estoy muy orgullosa de ti"…..

Y, repitiéndose esa frase una y otra vez se durmió. Húmeda. Feliz.