Sofía lo sabía (7: Ellas llevan la iniciativa)

Sofía lo sabía, siempre lo supo. Narración de la seducción de un padre.

7: ELLAS LLEVAN LA INICIATIVA.

Después de haberme corrido entre gritos aquella tarde, mi confusión había aumentado hasta tal punto, que no sabía ni qué hacer ni qué pensar, por lo que estaba a plena merced de lo que mis hijas quisieran hacer. De regreso al hotel, para prepararnos para la cena, yo caminaba en absoluto silencio, desconcertado y sin saber que decir. Mis hijas lo notaron, y caminando a nuestro lado, Sofía, la más precoz, me lo hizo notar.

—Estás muy callado papá, ¿todo va bien? –Preguntó –.

No supe qué contestar. Intentaba buscar las palabras adecuadas que explicasen mi caos, para que ellas lo entendieran bien, pero Teresa se adelantó.

—Vuestro padre no se puede encontrar mejor, niñas, –les dijo a sus hijas –, se ha corrido bien a gusto. Lo que sucede es que está un poco cortado porque vosotras le habéis visto eyacular.

Ellas me miraban, y las palabras de mi mujer, no hacían más que nublarme mis pocos recursos de comprensión que aún me quedaban. Ambas niñas, afectadas por mi sentimiento de turbación por haber ellas asistido a la masturbación, se pusieron una a cada lado, desplazando a su madre, me cogieron de la mano, y Sofía, que llevaba la iniciativa, ante la aquiescencia de las otras dos, me dijo:

—No debes preocuparte por nosotras, papá. Eso sólo servirá para un mejor aprendizaje por nuestra parte. Además, personalmente tengo que confesar que me vuelve loca tu verga.

No me lo podía creer. Había follado con cada una, Teresa me había hecho una paja ante la expectación de ellas; y todo era normal. Mi sentimiento de perdición se acentuaba allí donde yo sentía que todo aquello me gustaba, no en el mero hecho de los acontecimientos.

Cenamos. En las mujeres había una amplia felicidad perceptible en todo el ámbito, justo mayor cuanto más grande era mi consternación. Mis hijas notaban mi estado, y con caricias aisladas en mis manos, encima de la mesa, intentaban tranquilizarme, y que yo también percibiese el grado de normalidad que todas ellas entendían que existía.

Después de cenar dimos un paseo nocturno, envueltos en la tibieza de esa noche estival. Me tomé una copa con Teresa, mientras que las chiquillas desaparecieron por algunos minutos. Acabada mi conmsumición, y ellas de vuelta, nos fuimos ya a dormir. Nos acostamos cada cual en su cuarto sin que ocurriese nada, afortunadamente. Todos dormimos bien.

A la mañana siguiente, Teresa tenía planeadas unas compras. Quería tener algún recuerdo de aquellas extrañas vacaciones. Tanto a mí como a mis hijas, nos agobiaba la idea de ir de tiendas, y ella lo sabía.

—Nos os preocupéis por mí, puedo ir perfectamente sola. Las niñas querrán ir a la playa, y tú debes acompañarlas –me decía, aún ambos en la cama –.

Dudé unos segundos, pero al fin le dije que iría con ella.

—No debemos ser egoístas –me replicaba –. Tenemos que pensar en nuestras hijas, así que has de acompañarlas tú a la playa, mientras yo dedico la mañana a comprar.

Su razonamiento era lógico, y contrariarla sería estúpido.

—De acuerdo, cielo. Voy a decírselo –dije, levantándome, y poniéndome una camiseta y un pantalón corto, para no salir desnudo –.

Salí de mi habitación, y me dirigí a la contigua, en donde estaban las niñas

—Soy papá, abridme –dije, mientras tocaba con mis nudillos a su puerta –.

Enseguida se abrió la puerta. Sólo un poco, lo justo para que yo entrase. Traspasado el umbral, Lorena, que estaba detrás, cerró. Mi hija mayor estaba de pie, delante de mi totalmente desnuda, igual que Sofía, que se desperezaba destapada encima de la cama.

—Buenos días papi –me dijo la mayor, mientras se lanzaba a mi cuello y me besaba sin pudor ninguno los labios. Los abrí instintivamente, y sentí su lengua caliente llenarme la boca.

—Hola, buenos días papi –me saludó la otra desde la cama –. ¿No me das un beso a mí? –preguntó inquieta –.

Me acerqué hasta ella y quise besarle la mejilla. Pero de nuevo, esta vez la pequeña, buscó mi boca y también sentí su lengua jugando en mi paladar. Los besos de ambas, y sus caricias acertadas, habían hecho que de nuevo me hallase erecto. Lorena se había acercado desde la puerta hasta situarse junto a nosotros, y las manos de las dos se fueron a mi erecto pene.

—Hmmmmmmm, papi –decía Lorena –, me gusta que te animes al vernos –.

—Es agradable sentir que te podamos animar así, papá –comentaba esta vez Sofía, mientras las manos de ellas no dejaban de acariciarlo.

Yo me sentía resignado. Sabía quiénes eran las dominadoras y quién el dominado. Así que me dejaba hacer, como una simple marioneta.

—No creas que eres el único que está excitado –me hablaba al oído Sofía, pero con el volumen suficiente como para que la oyese Lorena –, mi coño se ha empapado –continuó, mientras llevó mi mano a su sexo calado –.

—El mío también –aludió Lorena, que no quería ser menos, y me puso mi mano libre en su también regado sexo –.

Mi cabeza no quería, pero mis dedos sí. Así que acaricié sin pensar ya en nada, ambos chochos, que rezumaban flujo. Mientras notaba como la respiración de las dos se agitaba, ellas hábilmente me habían quitado los pantalones cortos que llevaba, y ya manoseaban mi pija desnuda, dura y recta al máximo. Las dos se agacharon, por lo que dejé de tocarlas, me tumbaron boca arriba en la cama de Sofía, y ya me tenían a su merced, con mi pene empinado, apuntando al techo, listo para su libre hacer.

No me hicieron esperar demasiado. Sus bocas se lanzaron ávidas a su presa y mi bálano se perdió en la de Sofía primero, que la mamaba con maestría, mientras se turnaba con su hermana, que no se quedaba atrás en el arte de chupar. Yo ya gemía, y el ver que me estaban llevando a un placer máximo, las excitaba aún más. De pronto sentí como una y otra me la recorrían con sus lenguas, juntándose en el capullo, sin importarles que eso sucediera. Aquello no hacía más que ponerme más cachondo aún.

Sofía, que siempre era la que actuaba primero, se subió encima de mí y se clavó mi polla hasta el fondo, comenzando a cabalgarme. Podía sentir su vagina chorreante y blanda, y mi verga llena de todo el placer que me daba. Lorena, aprovechó para ponerse encima de mi cara, y dejarme su coño a mi disposición, que lamí sin perder la ocasión. La noté aullar, cuando mi lengua atrapó su clítoris. Su hermana también gemía, mientras perforaba mi pistón al ritmo que ella quería.

Primero a una y luego a otra, las penetré por detrás. Cuando lo hacía a Sofía, ella, ante mi absoluta sorpresa le devoraba el coño a Lorena, para invertirse los papeles cuando se la clavaba a Lorena. Sentí los orgasmos de las dos. Los que yo les provoqué al follarlas, y los que ellas se provocaban mutuamente cuando se lamían sus sexos.

Y yo ya no aguantaba mucho más. Y ellas lo supieron.

—Córrete en nuestras caras, papá, por favor –suplicó Sofía –.

Situé mi cimbel entre sus caras, y derramé en ellas toda mi leche. Ellas la compartieron besándose, mezclando sus salivas y mi semen.