Sofía lo sabía (5: Perdiendo el control con Sofía)

Sofía lo sabía, siempre lo supo. Narración de la sedución de un padre.

5: PERDIENDO EL CONTROL CON SOFÍA.

Intentaba dormir la siesta. Las mujeres habían dicho que se habían ido a la playa. Intentaba dormir la siesta, pero no podía. La imagen desnuda de mis hijas me lo impedía. Aún tenía fresco el recuerdo del recortado bello púbico de ambas, para evitar que se saliera por los bordes de sus braguitas del bikini. Sus pezones erectos, apuntándome, y las manos casi infantiles de ellas, bajándome el traje de baño, hasta dejar mi verga erecta señalándolas sin pudor. La quisieron tocar las dos. A la vez, y por separado lo hicieron, y yo ya no aguantaba más. Pero ellas estaban muy calientes también, así que no tardaron en llevar sus dedos a sus coñitos e iniciar el frotamiento de sus clítoris. Yo hice lo propio pajeándome salvajemente. No recuerdo quién se corrió antes. Sólo recuerdo los gritos ahogados de ellas, y mi eyaculación incontenible, entre mis roncos quejidos, chorros de semen se precipitaron.

— ¡Guau! Vaya corrida, papi –dijo una de ellas, contemplando como mi esperma era absorbido por la arena.

Abrí los ojos. Allí estaban las dos niñas, exhaustas, con sus vulvas palpitando aún y brillantes por la humedad. Jadeaban.

Ese era el repaso que no me dejaba dormir, y, de nuevo, al revivirlo, mi verga se había vuelto a endurecer. Decidí masturbarme otra vez, porque quería desahogarme del todo, que la calentura se me fuera para siempre. Mientras me levantaba al baño oí que alguien llamaba a la puerta de mi habitación. Yo estaba totalmente desnudo con la polla apuntando al techo. Me acerqué a la puerta, y pregunté:

— ¿Quién es?

—Soy yo, papá –oí decir a Sofía –.

Me extrañó que mi hija pequeña estuviera ahí, llamando a mi puerta, cuando yo la hacía en la playa con su hermana y su madre.

— ¿Qué sucede, hija? –Le pregunté mientras le abría la puerta –.

Ella clavó la vista en mi endurecido pene, antes de contestarme.

—Nada, que sólo quería decirte que no he ido a la playa con las otras… Vaya Papá, otra vez animado…, me encanta –concluyó sonriendo pícaramente –.

—Lo siento hija –acerté a decir –, no era mi intención que me vieras en este trance.

—No importa, papi, –me intentaba calmar ella –. No es la primera vez que la veo así ni escupiendo su fuego tampoco –continuó la más pequeña, mientras sus ojos eran deseo puro, mirando, sin perder detalle, mi inhiesta verga –. Además me enloquece verte así, –concluyó, mientras se acercó hasta mí, y la sujetó con su mano derecha –.

Me acariciaba todo su tronco, desde el escroto hasta el glande, haciendo resbalar su mano en toda su longitud. Mi respiración se volvió agitada, pero aún tuve fuerzas para argüir una muy débil defensa.

—No sé si está bien esto que hacemos hija… –Dije –.

—Ufff, Papá, no digas eso… Esto está muy bien… Adoro tu polla, además a ella creo que también le gusta.

Y se agachó y se la metió en la boca. Al sentir sus labios recorrer todo el tronco, y su lengua jugar con el capullo, ya no me quedaron fuerzas para argumentar nada más. Mi polla entraba y salía de su boca con total libertad, y la pericia con que la chiquilla me la mamaba, me dejaba atónito, con igual maestría que lo hiciera Lorena, ejecutaba la faena con destreza sublime. Notaba sus labios alrededor de la cabeza, y la lengua acariciarla, su mano la guiaba con firmeza y mi solidez era mayor cuanto más ejecutaba su caricia oral. Sólo se la sacaba de la boca, para mirarme fijamente a los ojos, y con una mirada lasciva que hasta entonces desconocía, me decía:

—Me embarga tu verga papi, sentirla tan dura dentro de mi boca, hace que arda de deseo.

Y se la volvía a introducir entre sus labios, para proporcionarme una felación tan extraordinaria como lo hiciera su hermana el día anterior. Así estuvo unos minutos, hasta que se la volvió a sacar, no sin dejar de menearla con su mano, para hablarme de nuevo:

—Ya te está saliendo el líquido preseminal, papi… Como me dijo Lorena, no sabe a nada, pero yo estoy tan caliente que no aguanto más.

Y con gran celeridad se desnudó del todo. No llevaba sujetador debajo de su blusa, y su pantalón y su tanga cayeron con extrema velocidad. Ella seguía con mi pija al límite de dureza en la mano, subiéndola de arriba abajo, brillando por su saliva. Sus pezones estaban más duros que nunca, y entre sus muslos ya escurrían algunas gotas de su flujo vaginal.

—Mi coño hierve papá. Apaga ese fuego –me suplicó –.

La tumbé en la cama. La niña abrió las piernas todo lo que pudo, y su sexo púber se ofreció a mis ojos. Un color blanquecino brillante asomaba en su vulva, y su clítoris hinchado asomaba entre sus labios menores. Empecé a acariciar con mi lengua su ano, recogiendo el flujo que se escapaba hasta ahí, para ascender hasta llegar a la entrada de su vagina. Mi lengua entró todo lo que cupo y los gritos de mi hija no tenían freno. Cuando llegué a su amoratado clítoris, ella se agarraba a las sábanas y se retorcía. Lo froté con ansia, hasta que no tardó mucho en conseguir su primer orgasmo.

—Fóllame Papá, por favor, no me hagas sufrir más, méteme toda tu dura polla hasta lo más hondo –me urgió ella –.

Y no me hice de rogar. Estaba tan lubricada, que mi pene entró resbalando con total facilidad en su coño. Ella me cogía por las nalgas y jadeaba envuelta en todo el gozo que mis bombeos le provocaban. Se corrió de nuevo entre convulsiones y gritos. Después se la sacó se colocó a cuatro patas, y me pidió que siguiera penetrándole la vagina. Así lo hice, hasta que de nuevo estalló en otro largo orgasmo, anunciándolo, igual que el anterior, antes de que llegara.

—Me corro otra vez, papá –dijo, un instante antes de que estallara de nuevo –.

Me hizo tumbarme boca arriba. Yo gustoso me dejaba hacer, y ella se clavó mi inhiesta verga hasta lo más hondo de su chocho. Ahí estuvo cabalgando, dueña de la situación, como una experta amazona. No recuerdo cuánto tiempo pasó hasta que de nuevo estalló en otro glorioso orgasmo. Esta vez no se quitó. Cuando pasaron las convulsiones del éxtasis, siguió moviéndose arriba y abajo, entrando y saliendo mi pija dura de su cueva. Igual que Lorena, notó cuando me llegaba mi turno, se la sacó de sus entrañas, y se la metió en la boca, para dedicarme una felación final apoteósica. Antes de que mi miembro se perdiera en su entrada, aún me dijo:

—Dame toda tu leche, papi, no te dejes ni una gota dentro, la quiero toda en mi garganta.

No pude aguantar mucho más. Mis espasmos anunciaron que me venía, y descargué todo mi semen en su paladar, mientras me retorcía y no dejaba de gritar. Ella había agarrado mi pene con firmeza para que ni una sola gota se escapara. Cuando todo pasó y la sacó de su boca, tenía el glande completamente limpio de esperma, y ella se lo había tragado todo.

—Ha sido fantástico –dijo –. Me ha encantado saborear tu semen salado. Quería hacerlo, ya tendrás tiempo de llenarme el coño con tu leche. Igual que Lorena tomo anticonceptivos por mi dolorosa menstruación. No tengas ningún miedo, papi –me dijo antes de irse –, confía en nosotras.

Y llenándome la boca con su lengua, se fue.