Sofía crece (1). El hombre del parque.
La joven e inexperta Sofia está acomplejada con su físico. Un encuentro fortuito mientras espía a un hombre mayor que ella la ayudará a superar sus complejos.
Sofía crece (1).
El hombre del parque.
La pequeña Sofia esta preocupada. Hasta hace muy poco tiempo nunca le había dado importancia a la forma de su sexo, pero desde que conoció a Jaime y comenzaron sus primeros escarceos amorosos, las caricias y los tocamientos propios de adolescentes, su mente no para de darle vueltas a un asunto, algo que nunca le dio la más mínima importancia: la forma, tamaño y apariencia de su almejita.
Ella ve imágenes y escenas de mujeres desnudas practicando sexo y masturbándose y compara esas hermosas vulvas, labios y rajas con su chochito, y cada día le gusta menos.
Es feo.
Parece una cosa de vieja, con los labios menores salidos hacia afuera, arrugados y con el borde muy oscuro. Además, no son iguales, uno es ligeramente más largo que otro. A veces le molestan cuando se sienta y otras veces le cuesta trabajo ocultar el bulto incipiente de su vulva, especialmente cuando viste ropa de baño. Le preocupa muchísimo que a Jaime le de asco cuando le enseñe su rajita, algo que tiene muchas ganas de hacer, sobre todo desde que él se envalentonó aquél día cuando se estaban besando y le acarició allí abajo.
Sofía sabe que Jaime es el amor de su vida. El amor primero de juventud que le durará eternamente. Lo sabe muy bien porque un millón de canciones de amor no pueden estar equivocadas.
Pero la duda la atormenta. ¿Qué pasará si Jaime le pide verle su chochito feo? ¿Qué cara pondrá cuando vea sus labios deformes y oscuros? Sofía se lo imagina riéndose de ella y quiere morirse allí mismo.
Sofía pasea por el parque cabizbaja y con la cabeza envuelta en estos oscuros pensamientos… pensamientos que al mismo tiempo la hacen vibrar por abajo, puesto que a veces su cabecita la lleva al otro extremo del asunto: ¿Y si a Jaime no le molesta en absoluto el aspecto de su sexo? Es más ¿Y si a Jaime LE GUSTA? Esa idea le arranca un suspiro y siente como el calor comienza a invadir su bajo vientre. Sus recuerdos viajan hasta dos días atrás, cuando Jaime y ella estaban sentados en un banco de ese mismo parque, dándose “piquitos” en la boca, jugando con las lenguas, tocando ella el pecho delgado y lampiño de Jaime bajo la camiseta mientras él le toca los pechos por encima de la ropa.
Sofía está muy desarrollada para su edad. Sus pezones adolescentes se enervan con tremenda facilidad en cuanto nota el contacto inexperto de su novio. Se le erizan, duritos y rabiosos dentro del sujetador, apuntando hacia afuera con arrogancia, como si quisieran rasgar la tela de la ropa y saludar al mundo con orgullo femenino.
Le gusta la forma en la que Jaime le acaricia sus tetitas; lo hace con delicadeza y suavidad pero a veces su amado le aprieta con más fuerza los pechos y a ella le duele. Sus senos están muy duros y sensibles y ella se queja dentro de su boca. Él se detiene algo avergonzado y retira la mano. Pero ella en seguida se la coge y la vuelve a colocar sobre sus tetas. Así estuvieron un rato, jugando con sus cuerpos, excitados y ligeramente avergonzados hasta que ella notó como la respiración de Jaime se aceleraba: una de sus manos abandonó el suave masaje de los pechos para deslizarse por su vientre, bajando lentamente para colocarla entre los muslos de ella.
Una queja intentó salir de los labios húmedos de Sofía, pero el instinto la retuvo. El calor de su vientre le pedía algo más que unos besos y unas caricias en las tetas. Algo escondido en lo profundo de su ser pedía salir y le decía que permitiera que los dedos inexpertos de Jaime, guiados por el instinto, siguieran su camino. Ella se dejó tocar, abriendo un poco las piernas.
Jaime, al notar que ella cedía a sus caricias, le dio un movimiento más firme y decidido a su mano, palpando con evidente interés toda la entrepierna de Sofía. En su inexperiencia, Jaime nunca llegó a imaginar que esa parte de las chicas pudiera estar tan caliente. Jaime apretó un poco más y pudo sentir la resistencia mullida de la carne de la vulva. Adelantó uno de los dedos y consiguió adivinar bajo la ropa la línea que separa los labios internos de la almejita.
Había encontrado la raja de su chica, la entrada a su Ser, el lugar por dónde se alcanza la gloria.
Ella gime levemente en los labios de su chico y nota cómo la humedad inunda sus entrañas, cómo el flujo rebulle en su chochito mojando sus braguitas, amenazando con empaparlas tanto que el líquido llegue hasta el pantalón. Eso la asusta ¿Y si Jaime se da cuenta y cree que se ha orinado encima? Con torpeza le aparta la mano y una queja sale de la boca de su chico, decepcionado. Ella le pide que espere. Le da besitos y caricias, pero algo entre ellos se ha roto. Ella baja la mirada y contempla arrebolada la hinchazón evidente que asoma entre las piernas de Jaime. En ese momento un ruido los sorprende.
Es el hombre del parque.
Ella lo conoce de vista, vive cerca de ella e incluso alguna vez intercambiaron un dubitativo saludo. Es viejo, aunque a los ojos de la joven Sofía cualquier persona mayor de veinticinco años ya es “mayor”, así que “viejo” quizás no sea el calificativo más adecuado para este hombre maduro. El tipo hace deporte a diario por el parque y en ese mismo momento pasa cerca de ellos corriendo, el cuerpo empapado en sudor, ligero de ropa, mostrando unas poderosas piernas, robustas y musculosas. El hombre gira levemente la cabeza al pasar junto a ellos.
Una breve mirada y una sonrisa pícara en sus labios le hacen saber a Sofía que el hombre se ha percatado de todo. Jaime, con la cabeza aún llena de deseo frustrado ni se entera. Ella se aparta avergonzada de Jaime, dispuesta a irse de allí con una mezcla de sentimientos en su cabeza: excitación, vergüenza, deseo, curiosidad y una pizca de odio hacia ese “viejo”…
Todo eso fue hace dos días. Desde entonces no volvió a ver a Jaime, que estaba fuera visitando a unos familiares. Todos estos recuerdos y pensamientos obtenían una respuesta evidente en su cuerpo. Está excitada, algo que en los últimos meses le ocurre con tanta frecuencia que incluso le llegó a preocupar. ¿Es normal que una chica se excite tan de seguido? ¿Será ella una de esas enfermas “ninfómanas” de las que tanto hablan por ahí? Desde que descubrió la masturbación hace unos pocos años nunca se había tocado tantas veces, a pesar de que nunca logró llegar al orgasmo (ella, en su inocencia, piensa que eso es algo que sólo se puede alcanzar cuando llevas mucho tiempo practicando sexo o cuando conoces al hombre de tu vida, y opina que las amigas de su edad que dicen que ya lo han alcanzado mienten) .
En ese momento le hubiera gustado no haber interrumpido los masajes que Jaime le prodigaba en su chochito hace dos días. En ese momento no le importaría nada enseñarle todo su sexo a Jaime, labios feos y deformes incluidos; estaba tan excitada que se arriesgaría a las burlas y al rechazo de Jaime. Nada le importaba ya. El flujo vaginal estaba apareciendo entre sus muslos y unas terribles ganas de frotarse le provocaban un hormigueo constante en el bajo vientre. Fue en ese momento cuando le entraron unas ganas incontenibles de orinar. Con presteza se apartó del camino para introducirse entre el follaje espeso que crecía a uno de los lados. Pisando hojas secas, apartando arbustos y metiéndose entre frondosas ramas, encontró un pequeño rincón oscuro, caldeado y bastante limpio dónde poder hacer sus cositas…
Está terminando de limpiarse con un pañuelo de papel cuando escucha un fuerte ruido de ramas cerca del camino. Asustada y avergonzada se paraliza, aguantando la respiración. Aún tiene el coño al aire, húmedo y excitado. Los sonidos (inconfundiblemente son pasos de una persona) se acercan. Sin atreverse a hacer un solo ruido, con el pantalón y las bragas bajadas hasta los tobillos y su almeja secándose al aire, Sofía intenta ver entre las hojas de los arbustos la procedencia de esos pasos.
Al poco consigue distinguir a un par de metros la figura de un hombre. Viste ropa ajustada deportiva. Es Él. Lentamente Sofía, conteniendo la respiración, se incorpora un poco y consigue mirar por entre el follaje. La curiosidad es superior a su miedo e intenta apartar una o dos ramitas para poder mirarle…
Al parecer, el hombre, al igual que ella, ha tenido un “apretón” y se ha apartado del camino para orinar entre las matas. Sofía abre unos ojos como platos cuando descubre que “la cosa” que sostiene el hombre entre sus dedos es su polla.
Jaime le enseñó una vez una foto de la suya por internet. Era muy bonita: lisa, muy larga y delgada y con una cabeza redondita muy roja asomando por entre el pellejito de la punta. No se parece en NADA a lo que este hombre sostiene en su mano.
La está agarrando por la base del tronco y Sofía puede contemplarla en toda su longitud. La cosa es muy, muy gruesa y tiene unos pliegues arrugados rodeando la base del glande. No está erecta, pero así y todo tiene un grosor considerable, mucho mayor que la de Jaime, aunque la pija de este hombre se la ve algo más corta que la de su chico. La cabeza del pollón es enorme, con una forma de seta muy marcada y con un color morado muy brillante. Una vena gruesa recorre casi todo el tronco, gordo y pesado. El chorro de pis que sale del orificio de la punta es muy fuerte. Sofía siente como la cabeza le da vueltas, mareada y confusa.
Tiene miedo de que la descubra, pero al mismo tiempo siente una extraña euforia al saber que está contemplando la intimidad de un desconocido a escondidas. La combinación de sentimientos la embarga: está cachonda, asustada y avergonzada. Le gusta mirar a esa cosa tan masculina y descubre que hay algo más que la diferencia de la picha de Jaime: la verga de este hombre no tiene el pellejito que cubre el glande, como la de su novio.
Sofía aparta la vista del cipote del hombre y recorre su cuerpo para contemplar la cara. Está sudando. Unos surcos húmedos recorren su rostro cuadrado, enmarcado con una ligera barba de pocos días que rodea una boca de labios generosos y lascivos. Los brazos, fuertes y algo velludos están cubiertos también por una capa de sudor brillante.
De repente uno de esos brazos da una sacudida enérgica. Y otra. Y otra más. El hombre a terminado de mear y se está sacudiendo las últimas gotas que cuelgan de la punta de la verga. Sofía contempla con avidez cómo tiembla la carne viril, como el miembro vibra levemente tras cada sacudida, desprendiendo gotitas de pipí de la punta. Un insecto enorme se posa en el cuello de Sofía.
El asco y la sorpresa la obligan a dar un manotazo impulsivo, dando un gritito y agitando la cabeza de un lado a otro, haciendo que el cabello se le enganche en las ramas. Asustada y asqueada tira hacía atrás, rompiendo ramitas y gesticulando con las manos. El bicho, más asustado que ella, sale volando. Sofía intenta recular hacia atrás, pero olvida que tiene la ropa bajada hasta los tobillos y trastabilla, cayendo de espaldas y golpeándose el trasero desnudo contra la hierba. Un grito se le escapa de los labios y unas pisadas fuertes y enérgicas se oyen a menos de un metro.
El ruido de ramas rotas y arbustos apartados inunda el claro dónde está paralizada Sofía. El hombre entra en el pequeño y oscuro rincón con el ceño fruncido, la mandíbula apretada y el puño cerrado. Cuando ve a Sofía un gesto de sorpresa se dibuja en su cara. Su boca es una “O” perfecta cuando contempla a la pequeña chica tirada en el suelo, con las bragas bajadas y el coño al aire perfectamente visible. El tipo pensaba encontrarse a algún “voyeur” tomándole fotos mientras meaba, pero esto…
En cuanto pudo desviar la mirada de esa hermosa almeja y vio la cara de la chica la reconoció. Era la chica de tetas bonitas que vivía en su barrio, la que estaba empezando a salir con chicos, la misma que hace poco sorprendió dándose el lote con un chaval en este mismo parque. Al momento se giró, no sin antes volver a echarle un buen vistazo al coño de la chica, para retenerlo en la memoria. Dándole la espalda le preguntó si se encontraba bien. Sofía, muerta de vergüenza sólo atinaba a sollozar y gemir. Entre lágrimas se incorporó, tapándose y subiéndose la ropa de cualquier manera.
Sólo quería salir corriendo de allí y tirarse de cabeza contra un camión en marcha. No podía adivinar que tipo de hombre era éste, qué pensamientos le podían estar pasando por la cabeza ni que era lo que el tipo iba ha hacer. ¿La violaría? ¿Le pegaría? ¿Qué pensaría de ella? ¡La había sorprendido espiándole con las bragas bajadas! ¡Pensaría que se estaba masturbando mientras lo miraba meando! ¡Qué horror!
El hombre volvió a preguntarle si estaba bien. Ella no podía ni hablar, sólo farfullar unas breves palabras sin sentido mientras la vergüenza convertía su llanto en un torrente incontenible. El hombre se giró y la sonrisa pícara que dibujaba sus labios la enfurecieron. El hombre le pidió que se tranquilizase, que no pasaba nada, preguntando si se había hecho daño al caer. Sofía, sin atreverse a mirarlo a la cara, pasó junto a él haciendo caso omiso a sus palabras, corriendo asustada y avergonzada; furiosa consigo misma y con el hombre, pero también excitada.
Arrastrando a su paso ramas y arbustos salió al camino. Comenzó a correr justo cuando la voz del hombre, jocosa y divertida, le llegó a sus oídos:
-¡Tienes un coño precioso, nena!
Esa noche, en la soledad de su habitación, Sofía alcanzaría el orgasmo por primera vez en su joven vida. Y no lo hará pensando en el amor de su vida, Jaime, si no pensando en los brazos fuertes, la mirada pícara y la sonrisa morbosa del hombre del parque. Esa noche sus dedos lograrían hacer que se corriese imaginando una y otra vez qué aspecto hubiera tenido la gruesa y hermosa polla del hombre si, en lugar de salir corriendo, se hubiera acercado a él para agarrársela y tomarla entre sus manos; qué aspecto hubiera tenido erecta, tiesa y dura.
Intentó imaginar hasta qué punto podría crecer ese glande hermoso y viril que coronaba la verga y cómo se sentiría esa cosa dentro de su boca…
Pero sobre todo Sofía se regocijó infinidad de veces en esas últimas palabras gritadas por el hombre del parque. Algo en su instinto femenino le decía que habían sido dichas con una sinceridad total, auténtica y verdadera. Por primera vez en mucho tiempo se sintió orgullosa de su cuerpo.