Sofía

Hay una amiga a la que quiero por encima de cualquier otra.

Lo cierto es que Sofía y yo nos conocemos desde hace ya algunos años: ella era compañera de universidad de mi exmujer. Siempre nos llevamos bien y mucho más desde mi divorcio. Y que nadie me entienda mal, somos amigos, los mejores amigos. Por suerte o por desgracia, justo en la época en el que me tocó mi separación ella se acababa de ir a vivir a Madrid por lo que me tragué toda la mierda esta de la separación solo. Sofía me escuchaba por teléfono y se leía mis cartas, larguísimas y supongo que tediosas, como alguien que sabe estar a la altura. Pero nunca, en ningún momento hubo por parte de ninguno algún tipo de acercamiento más allá de la profunda amistad que nos une. Yo, en esa época, tampoco tenía ganas de ninguna historia. Y con ella menos, la apreciaba demasiado.

Pasados unos meses, decidimos que sería agradable viajar y conocer lugares. El plan era el siguiente: acordábamos una ciudad y ella, siempre ella porque era realmente buena en eso, buscaba una pensión o fonda barata y acogedora para pasar el fin de semana. Siempre nos acompañaba alguna amiga común, o bien desde Madrid o bien desde Cantabria. Llegábamos siempre en autobuses diferentes y a horas diferentes, pero siempre en viernes por la tarde y estábamos visitando la ciudad hasta el domingo por la tarde o noche, dependiendo del horario de autobuses. Granada, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Toledo, Cáceres, Teruel…cada dos fines de semana nos veíamos así; hubo quien pensó que éramos pareja por la frecuencia de nuestras visitas y por la intimidad que teníamos, pero jamás se nos ocurrió semejante idea. Estábamos bien así.

Un día, en Ávila, ella llegó antes y me estaba esperando en la puerta de la pensión; estaba un poco nerviosa. Ese fin de semana viajamos solos y, como siempre, ella había alquilado una habitación, una sola para ahorrar dinero, que, la verdad, no nos sobraba. Me dijo que había habido un mal entendido y que nos habían reservado una habitación doble pero con cama de matrimonio; ella había intentado que nos cambiaran a otra con dos camas pero no tenían ninguna disponible. Se nos ofrecía la posibilidad de dejar la pensión y salir a la aventura de buscar otra cosa o quedarnos allí. Yo le pregunté a ella y me dijo que la habitación era agradable y el baño limpio, pero que el daba un poco de corte lo de la cama. Yo el contesté que si quería que nos buscábamos otra cosa, sin problemas: no me apetecía que ella se sintiera violenta. Se rió y me dijo que estaba bien, que parecíamos niños, y que nos quedábamos allí.

La habitación era pequeña y la cama, no muy grande, como de uno veinte, pero era verdad que era bonito el sitio y el baño estaba muy limpio. Dejamos nuestra cosas y salimos ha hacer turismo. Visitamos la cuidad de noche, cenamos un bocadillo y seguimos paseando hasta bien entrada la madrugada. En algún momento ella me dijo que estaba cansada y que nos fuésemos al hotel.

Como ya he dicho no era la primera noche que dormíamos en la misma habitación: yo, aunque siempre duermo desnudo, por cortesía hacia ella lo hacía con el calzoncillo puesto y ella siempre con pijama; le conocía los tres o cuatro que tenía y siempre le descubría cuando se compraba uno nuevo. Se había acostumbrado a estrenarlos en nuestros viajes. Hacía calor y levanté las sábanas de la cama y me tumbé encima, sólo con la ropa interior, mientras que ella se cambiaba en el baño. Dejó la puerta entreabierta para poder seguir la conversación que manteníamos sobre cualquier tontería que se nos ocurriera en ese momento. Yo, tumbado en al cama, estaba muy contento, relajado. Me sentía a gusto. Ella, como siempre, salió del baño y se acercó para ponerse unas cremas en la cara y en las manos: decía que tenía que cuidarse porque ya tenía treinta años; yo siempre la reñía amablemente por ese comentario. Se acercó con la cara expectante: pijama nuevo. Lo cierto es que eran todos muy similares, cambiaba la tela, dependiendo si era verano o invierno. Este era de verano, de hilo, ligero, con un pantalón ancho y una chaqueta también ancha, como toda su ropa: no le gustaba nada la ropa ajustada y nunca llevaba falda. Le sonreí y le dije lo guapa que estaba con se nuevo conjunto. Ella rió satisfecha y comenzó a echarse la crema.

Pero entonces pasó algo que me dejó, primero perplejo y después horrorizado. Ella estaba de perfil y yo, a través de la tela del pijama, podía notarle perfectamente los pezones, oscuros, duros: la tela se colgaba de ellos y caía acariciando suavemente sus pechos. Siempre ha tenidos los pechos un poco grandes para su estatura, pero asombrosamente firmes. Yo no podía dejar de darme cuenta de este hecho y, sin poder remediarlo, mi polla se disparó. Ella me seguí hablando de no se qué y yo, espantado de la situación, y más espantado de que se diese cuenta de lo que me estaba pasando, intenté mantener la charla lo más tranquilo posible. Desvié la mirada, pero justo en ese momento ella me mostró algo que la molestaba en la parte de atrás del pantalón, volviéndose de espaldas hacia mi y subiendo un poco la parte de atrás de la chaqueta. Su culito era precioso: nunca me había fijado en él, y ahora lo veía perfectamente protegido por su braga, una de esas grandes y cómodas, a través también de la tela del pijama. Para mi la cosa se estaba poniendo realmente difícil. Ella seguía con la charla y la crema. Iba a inventar alguna excusa para salir al baño pero noté con temor como mi polla estaba en una posición realmente erecta: pensé que era mejor quedarme tumbado que pasearme con ella así por la pequeña habitación. Y di gracias al cielo por llevar el calzoncillo.

Cuando terminó de darse crema, se sentó en la cama mirando hacia a mi. Era una postura frecuente entre nosotros antes de dormir, para hablar un rato. Ella me sonreía tranquilamente, pero notó algo extraño en mi forma de actuar, poco natural: yo casi no hablaba concentrado como estaba en intentar bajar lo levantado. En ese momento ella se dio cuenta de la situación: se calló y se tumbó a mi lado en silencio. Estuvimos así unos minutos, yo odiándome con mi polla a punto de reventar dentro de mi slip: no había forma de bajar aquello.

Lo siento- le dije casi con lágrimas en los ojos.

Ella no se movió durante un momento y luego se giró hacia a mi y apoyó su cabeza en mi hombro.

No pasa nada,- me respondió- tranquilo

Yo pasé mi brazo por detrás de su cabeza y ella se recostó mejor sobre mi, eso si, sin acercarse al problema en cuestión.

¿Hace mucho que no estás con una chica?

Yo lancé un suspiro y le dije que la última vez había sido con mi ex, antes de la separación; pero que tampoco había sentido ninguna gana de hacerlo. Ella se rió y me dijo:

Hasta hoy

Yo intenté justificarme diciendo que no había sido consciente y que desde luego no tenía intención de hacerla nada y que no quería que por nada del mundo se sintiera violenta. Ella se volvió a callar durante un momento en el que yo estaba como loco intentando conseguir que mi polla se relajara, pero no había manera.

¿Quieres montarme?

Casi lo dijo en un susurro; yo apenas entendía lo que me decía: quiero decir, si la oía pero apenas daba crédito a sus palabras. Le pedí que me lo repitiera. Esta vez se incorporó un poco en la cama y con decisión, mirándome a los ojos, me dijo:

Que si quieres montarme

Yo estaba como alelado, apenas podía decir palabra. De lo único que me daba cuenta es de que mi polla ya cabeceaba dentro del slip porque las palabras que había usado me excitaron sobre manera. Pero mi cabeza se negaba a admitirlo.

Ella es encogió un poco y en un solo movimiento se quitó el pantalón, pero, en un acto encantador, se estiró el faldón de la chaqueta para taparse lo mas posible la braga. Se tumbó otra vez a mi lado. En ese momento me di cuenta que la cosa iba en serio y entonces fui yo el que se incorporó y la miré a los ojos.

¿Estás segura?

Ella asintió lentamente con la cabeza y sonrió tímidamente. Yo le puse una mano sobre uno de sus pechos y ella dio un respingo. Inmediatamente la quité.

No es nada. Es que no me lo esperaba y me asusté. Ponla otra vez. Haz lo que quieras.

Yo, uno a uno, le desabroché los botones de la chaqueta, y se la abrí dejando las tetas tapadas por la tela, pero con el centro de su cuerpo desnudo. Le acaricié la barriguita y el ombligo. Su braga era grande, azul celeste, con una nube bordada en un lateral.

Siento no llevar unas bragas más eróticas, pero es que no tengo

Yo me reí y la abracé con ternura. Le abrí completamente el pijama y le besé los pezones y las tetas, preciosas, suaves, con un ligero perfume a colonia infantil. Ella tenía los ojos cerrados y respiraba hondamente. Bajé mi mano hasta su braga y, despacito, la fui recorriendo entera. Al llegar a su coñito abrió un poco las piernas.

Eso es, abrete cosica preciosa

Poco a poco la comencé a masturbar y, a los pocos segundos se corrió lanzando un gemido profundo y prolongado y tensando todo su cuerpo. Luego se relajó. Seguí acariciándola por los muslos durante un momento y luego, con calma, le fui bajando la braga. Ella me ayudó levantando el culo para que pudiera sacarla mejor. Tenía el pelo liso, negro pero poco abundante: es la mujer con menos vello púbico que he conocido. Volví a acercar la mano suavemente hasta su coño y ella gimió de placer. Lentamente volví a masturbarla haciendo círculos con los dedos sobre su clírotis; tardó tan poco como antes en correrse.

Aquello me puso sobre las nubes. Me quité rápidamente el calzoncillo: mi polla se liberó, dura como hacía tiempo que no lo estaba. Enseguida me subí encima de Sofía y ella abrió un poco los ojos.

¿Me la vas a meter?

La pregunta me dejó parado. Mi polla cabeceaba y rozaba su coñito: yo casi no podía controlar mi deseo de penetrarla.

¿Quieres que lo deje?- y doy mi palabra que si me hubiera dicho que si yo la habría dejado.

No- me dijo cerrando los ojos, muy seria, casi asustada- pero, por favor, fóllame pronto, termina pronto.

A mi aquello no me gustó mucho. Mi polla casi tiraba de mi cuerpo para enterrarse en el de ella, pero su actitud me extraño un poco

¿Estás segura?

Si, si; fóllame

Que me lo pidiera ella y de esa manera casi me enloquece de deseo. Sin más empujé mi polla y se hundió un poco en su coño. Estaba muy mojado, casi su flujo mojaba la cama, pero aun así me costaba metérsela: no era virgen pero lo tenía muy estrecho. Le metí el glande con un poco de esfuerzo mientras notaba su líquido caliente que me resbalaba por la polla; esta cabeceaba dentro de ella: sentía las pulsaciones por el tronco, casi a punto de reventar. Ella apretaba los ojos con fuerza. Yo era consciente que la estaba haciendo daño pero ya no podía parar. La fui empujando poco a poco, para hacerla el menor daño posible, pero tenía el coño muy estrecho y apenas lograba avanzar a pesar de lo lubricada que estaba. Yo estaba a punto de dejarlo porque ella lo estaba pasando realmente mal. Ella se dio cuenta

¡No te pares!- me pidió- Por favor, sigue.

Yo no sabía qué hacer: no quería hacerla daño, pero me estaba gustando más de lo que pudiera llegar a admitir; no el hacerla daño, claro, sino su coño estrecho y mojado. Le dije que se la iba a clavar entera de un golpe si podía, para abrirla. Ella me dijo que sí con la cabeza. Empujé duramente y se la metí hasta casi la mitad. Sofía gritó. Me salí un poco y se la volvía a clavar. Esta vez mis huevos golpearon su culito. Esperé un poco, sintiendo como su coño se apretaba contra mi polla. Le acaricié la cara y la besé en la mejilla. Ella, en medio del dolor, me sonrió.

Fóllame rápido, por favor.

Ella quería que no tardara en correrme. La comencé a cabalgar despacio, sacándola prácticamente entera y volviendo a enterrarla en ella: el placer era máximo. Sofía seguía con una expresión de dolor en su cara pero ya era menor. Estuve así, alargando el momento del orgasmo hasta que no pude más: me corrí empujando dentro de ella lo más posible. Cuando terminé me dejé caer sobre ella, junto a su cara, oliendo su perfume de bebé que siempre me gustó en ella. A los pocos minutos ella me susurró al oído que había notado cómo la llenaba. Yo la sonreí.

Mi polla seguí dura dentro de ella, no tanto como cuando la penetré, pero dura. Yo la deseaba todavía, pero viendo lo mal que lo había pasado, me dispuse a sacársela. Ella me retuvo.

Sigues empalmado- me dijo con su vocecita- Cabálgame otra vez. Yo me he corrido dos veces, ahora te toca a ti.

La miré. Ella sonreía, y comencé de nuevo a follarla. Ella inmediatamente volvió a poner expresión de dolor y me pidió que me corriera lo antes posible. Hice lo que me pidió y en pocos minutos me corrí de nuevo.

Luego dormimos abrazados el uno con el otro, yo cogiéndola por detrás, sintiendo su precioso culito. Al día siguiente por la mañana volvimos a hacer el amor.

Luego, cuando paseábamos por las murallas de la ciudad, me contó que había perdido la virginidad a los dieciséis años de una forma muy traumática y que desde entonces ningún hombre la había tocado; de vez en cuando se acostaba con alguna amiga de su hermana que, a la sazón, es lesbiana. Me sorprendió mucho que entonces tuviera sexo conmigo y me contestó que era con el único hombre con el que tenía la suficiente confianza para dejarse penetrar y que, al verme en aquella posición tan violenta por la noche, le dio lástima y, sobre la marcha, sin pensar, decidió que se dejaría hacer; lo que no se imaginó es que yo primero la masturbaría, al igual que por la mañana. Le dije que no podía ser de otra manera, que ella también se tenía que correr si no yo no podría hacer nada.

Esa noche volvimos ha hacerlo todo de nuevo. Ella seguía con esa expresión de rechazo cada vez que la penetraba, pero me contó que no habría forma de evitarlo y que por favor no dejara de montarla. Cuando el domingo, antes de despedirnos, le pregunté porqué usaba ese lenguaje, que ninguna de mis anteriores parejas sexuales lo usaba me dijo que era porque sabía que en el fondo nos excitaba y que por eso lo usaba y que otra cosa le parecería de cursis. Durante el año y medio que duraron nuestros viajes, ahora siempre en habitaciones con cama de matrimonio y sin invitar a nadie a venir con nosotros, nunca dejó de usar ese lenguaje ni de pedirme que la "follara pronto".

Después me confesó que se había echado una novia y, aunque seguimos con nuestra aventura tres meses más, decidimos que era mejor dejarlo porque ella estaba realmente enamorada y no queríamos que se fastidiara su relación. Ahora Sofía y Elena se van a casar y yo voy a ser su "madrino" de bodas. Y las quiero muchísimo.

P.D. nunca nos llegamos a besar en la boca.