Sofia

Sofia no era mi tipo... pero es muy lista.

Sinceramente, Sofia no es el tipo de mujer que me gusta. Su silueta abrupta y sus labios ásperos. Su ropa cara y su lencería da pena tocarla por si se rompe y encima te toca pagarla. Pero su voz lo cambiaba todo: era hipnótica, y aunque se que me sus palabras tienen cepos para atraparme yo no me puedo detener a pensar lo que me dice. Es muy lista.

Sofia trabaja en la cafetería-restaurante donde yo suelo ir a desayunar. A pesar de que el negocio es de su padre, ella trabaja bastante y su olor natural es de café con bollos, de cerveza y carne asada, chocolate, tabaco y champú, todo ello mezclado con su sudor de las largas jornadas de trabajo en verano. Aunque ella quiera escapar, ese es su olor, aunque lo niegue, su aroma es el gris, deliciosamente gris.

Por ello Sofia siempre busca salidas; abre la ventana para que los hombres la llenen de sus sabores. Yo soy uno de ellos. Solo Sofía sabe porqué me ha elegido a mí entre su corte, pero me tiene ahí, como en su catálogo. Organizando sus sonrisas y sus palabras para someterme.

Sus primeras palabras fueron sencillas y eficaces:

  • Me encanta la cara que tienes por la mañana, con tu pequeña sonrisa... entre tanta gente de mala leche, se agradece.

  • Eso es que han pasado mala noche...

Así es como Sofía me empezó a comentarme su gusto por la vida, por el cine, por el arte, ... por todo lo que no fuera la cafetería-restaurante. Fuera de él, cuando se las arregló para coincidir conmigo en el cine, su aspecto cambiaba: Olía a deseo, deseo caro y de lujo. Desprendía aromas de pasión con champán, jacuzzi y caviar.

Cuando me vió que estaba solo en el cine se sentó a mi lado, y ni siquiera disimuló sorpresa. Yo le había comentado que iría a ver esa película y ella acudió aunque no sabía que iría sin mi novia. Le excita el riesgo. Nos saludamos y ella permaneció en silencio y a mi lado. La situación era áspera. Se había vestido con falda y botas altas, tenía una camisa blanca y unos labios rojos. Yo tenía una camiseta y un pantalón vaquero. De vez en cuando ella cruzaba las piernas y me miraba. Mi imaginación me jugaba malas pasadas y me hacía pensar en sus pechos, en sus bragas, en su lengua y en la mía.... La situación era insostenible. Ella controlaba los tiempos, sabía que solo con esos pequeños mensajes me podía atrapar. Mi mirada me delataba y le decían de manera indirecta que deseaba pasar mi lengua por sus senos durante horas, deslizar mi mano por su sexo húmedo lentamente.

La película acabó y Sofía me dijo muy claramente: - Me gusta como me miras. Tus ojos hablan más que tu boca, pero no se porqué no te atreves a intentar seducirme. No eres tímido pero tus manos se bloquean...

Yo le contesté aun más desecajado: - Sofia, no se cual será el final de esta noche, pero de momento me gusta como va...

Ella detectó que esto era una huída y fue más allá: -Yo deseo ver tu sonrisa cuando nos despertemos.

Las siguentes palabras que pronunció fueron si quería zumo de naranja. Fuimos al Hotel que había sobre nosotros. Pedí una habitación y champán. Subimos en el ascensor y entramos en la habitación. Yo estaba detrás de su espalda y mientras le besaba el cuello iba desabrochando los botones de la camisa. Ella arqueaba su cuerpo. Yo le pasaba la lengua por su nuca y por la nuez.

Quería que la noche fuera larga y no había prisa. Metí mis manos por debajo de su sostén y jugué con sus pezones con la lengua y con los dedos. Pero ella quería más y se tumbó boca abajo en la alfombra. Acaricié su espalda con mi botella de champán y con mi lengua. Abrimos la botella y la derramamos. Su falda se habia mojado de champán y de sus propios jugos. A mi me gustaban ámbos y le quité esa falda como quien abre la puerta de la nevera cuando está hambriento. Su tanga era de seda fina. Su culo se me presentaba frío por el champán.

Yo me entretenía besándolo y mordiéndolo mientras le acariciaba su coño. Sofía estaba excitada y me ofrecía su culo arqueándose. Lanzaba pequeños sollozos mientras comenzó a quitarme los pantalones y los boxer. Mi miembro saltó mientras su boca lo buscaba. Se entretuvo en mis huevos un buen rato. Mi corazon no paraba de bombear para mantener la excitación. Sofía pasaba su lengua sobre mi miembro y solo después de un buen rato en el que rocé la locura lo introdujo en su boca. Sus movientos eran lentos y dulces. Se metió un dedo en el coño y con esa lubricación lo introdujo en mi recto. Yo no había hecho eso nunca pero fue excitante.

Queria corresponderle y también no correrme tan pronto. Mi lengua se deslizó entonces desde sus pezones por su vientre hasta su coño, totalmente húmedo y dispuesto. Mis labios se deslizaban por sus paredes húmedas, mi lengua las separaba y saboraba su sabor mezclado con el del champán.

Ella no podía más y se puso sobre mi. Mi polla entró despacio. Sofía apoyaba sus manos en mi pecho y cabalgaba despacio. Su pelo le tapaba la cara. Yo perdí contacto con la realidad y entré en un universo de placer donde Sofia era la reina. Cuando creía que aceleraba demasiado ponía sus manos en mis rodillas y echaba la cabeza hacia atrás con fuertes golpes de cadera sobre mi cuerpo desbordado de placer. Cuando nos corrimos, los gritos fueron intensos pero silenciosos. Trabamos nuestros gemidos y caimos sobre el sofá.

No les puedo revelar cuantas orgasmos tuvimos esa noche, ni cuantas posturas, ni cuantas caricias y besos. Pero todo mi cuerpo era suyo y toda Sofia era un mundo de disfrute. Su culo, su boca, su pelo, sus pechos, todo fue para nuestro disfrute.

Ahora tengo esas escenas gravadas en mi estómago y en mis labios. Ella las tiene en su agenda, junto a mi teléfono.