Sofá rojo - 1-elvira
En la segunda mitad de los años 80 dos amigos deciden abrir un bar que acaba siendo lugar de culto.
1.- Elvira
Ramón aparcó su “burra” sobre la acera y se acercó hasta la estación de Chamartín adonde llegaba su prima Elvira desde Guadalajara. En realidad ellos eran primos segundos y apenas se habían visto algún verano que otro.
La chica, con diecinueve años recién cumplidos, quería probar suerte en la conocida movida madrileña . Aunque nadie le había comentado que en el año 87 ésta iba de paso y su esplendor había comenzado su decadencia al ser todo mucho más comercial que en los primeros años ochenta cuando estaba en pleno apogeo.
A sus veintisiete años, Ramón se movía en la noche como pez en el agua. Él sí había vivido esa época dorada de principios de los ochenta y ahora acababa de abrir un bar de copas con su amigo Juanchi.
Ramón mantenía intactos sus característicos rasgos de rockabilly que le habían hecho muy conocido desde principios de la década. Su inseparable chupa de cuero negra con la bandera confederada y su Honda Shadow formaban casi un único ente. Además de su tupe y sus patillas.
Nada más bajar del tren, el chico vio las posibilidades físicas que tenía su prima Elvira. Era una chica de estatura media con una piel blanca casi angelical, en contraste con una melena azabache que traía recogida en una cola de caballo. Su mirada gris y su sonrisa inocente, que le provocaba dos hoyuelos en las mejillas, hacían de ella, a simple vista, un ser puro e inocente.
La chica se quedaría en casa de los padres de Ramón y éste se encargaría de encontrarle algún trabajo para empezar su aventura, la cual debería llevarle, según estaba convencida la joven, a poder hacer un casting para una película y lanzarla al estrellato.
Tras abrazarse en el andén a Ramón se le ocurrió el primer trabajo para su atractiva prima. Se la presentaría a su socio y amigo Juanchi para que sirviera copas en el nuevo bar.
Juanchi era dos años menor que Ramón. Desde muy joven tenía muy claro que lo suyo no serían los estudios sino la empresa. Esta vocación le venía de su padre, el acomodado dueño de una red de zapaterías repartidas por Madrid y la provincia.
La primera mitad de los años ochenta la había pasado viviendo la noche en compañía de su amigo Ramón. Desde los dieciocho años se había ganado un buen dinero sirviendo copas en distintos garitos. Esto, acompañado de su atractivo físico, le había convertido en un tipo conocido en los bares de copas. Aprovechando este tirón popular, a sus veinticinco años convenció a su amigo para abrir un bar de copas. El padre de Juanchi le facilitó un local que tenía cerrado en la zona de Huertas. Tan solo tendría que adecentarlo y sería perfecto. Así fue como nació Flying Golden Cat.
Aquella tarde del mes de mayo víspera de las Fiestas de San Isidro Ramón le presentó a su socio a Elvira.
Nada más verla los chicos cruzaron una mirada. Juanchi levantó la ceja izquierda, Ramón asintió con la cabeza. Elvira, un poco despistada aún, no supo interpretar aquel código masculino.
Tras los dos besos de rigor, Juanchi le invitó a sentarse y le pidió una cerveza. La chica nada más verle sintió una punzada en el estómago y un calor se apoderó de su nacarado cutis muestra indisimulable de la atracción que sintió por él desde el principio. Un tipo con pinta de malo, que marcaba músculo y algo más con su camiseta blanca y su pantalón vaquero Levi´s ajustado.
Después de una hora de charla-negociación en aquella terraza quedaron en que la chica serviría copas en el nuevo bar todas las noches. En principio por 2.500 pesetas la noche y dependiendo de como marchara el garito volverían a negociar el sueldo. Luego, Elvira, tomó un autobús y se marchó dejando a los dos socios en la cafetería:
-Uf, vaya polvazo que tiene tu prima -comentó Juanchi.
-Joder, ya te digo. Y encima es virgen todavía. -Apuntó lascivo Ramón.
Juanchi dio un trago directamente del botellín de cerveza antes de concluir:
-Pero le queda muy poco... -afirmó con cierta suficiencia.
-Que cabrón -rió a carcajadas Ramón.
FlyingGolden Cat era un local mediano y bien ambientado, con una gran pista de baile central al fondo de la cual, sobre una pared, aparecía el nombre de la discoteca con letras en relieve doradas rodeando una cabeza del personaje de dibujos animados Don Gato. Justo a la espalda de esta pared se encontraban los servicios. A la izquierda de la entrada y en forma de L la barra corría hasta una habitación al fondo que hacía de almacén.
A la derecha se encontraban un par de salas VIP´s y en la esquina más cerca de la entrada había un reservado exclusividad de los socios.
En cuánto a la música, era básicamente española así era frecuente oír al Último de la fila, Duncan Dhu, Gabinete Caligari, Nacha Pop, etc... En homenaje a Ramón y sus principios rockabilly las dos primeras canciones que sonaron en aquel joven bar fueron La mataré de Loquillo y Mescalina de Los Rebeldes.
Durante la semana de la feria de San Isidro el nuevo negocio había funcionado bastante bien. Con Elvira tuvieron que tener un poco de paciencia dada la inexperiencia de la chica. Ella ponía mucho interés y poco a poco fue cogiendo el ritmo.
Por recomendación de sus empleadores, Elvira aparecía a trabajar con zapatos de tacón, falda corta o pantalón ajustado sacándole partido a su buen culo y camisetas de generoso escote mostrando todo el esplendor de su maravilloso pecho veinteañero.
Desde que abrieron en mayo y hasta el treinta y uno de julio, el negocio había funcionado a las mil maravillas con lo que la chica pasó a cobrar 5.000 pesetas por noche trabajando cinco noches a la semana. Durante el mes de agosto Madrid se quedaba vacío así que aprovecharon para darle descanso a su camarera mientras los dos se harían cargo de la barra.
El cambio que se había ido produciendo en Elvira era bastante notable. Su carácter confiado e inocente con el que llegó a Madrid había desaparecido. Su mirada ahora encerraba más maldad y su sonrisa era más perversa. Su vestuario era mucho más provocativo que cuando bajó del tren en la estación de Chamartín. Pero el salto definitivo de su cambio se produjo durante las navidades del 87 y año nuevo del 88.
En estos meses el local se había convertido en un referente de la zona. La música española de la época provocaba la afluencia en masas de una clientela joven con muchas ganas de divertirse. De manera que el ritmo de trabajo era brutal al tiempo que los socios empezaban a hacerse de oro. El horario de apertura era sobre las once de la noche y se prolongaba hasta las seis, siete u ocho de la mañana si coincidía en festivo. Este ritmo estaba haciendo mella en el físico de los tres responsables de Flying . Era agotador y empezaban a tener un horario de vida exclusivamente nocturno.
Ramón propuso una solución para soportar el cansancio. Juanchi enseguida supo a que se refería su amigo ya que era un recurso que ambos habían utilizado antes. Una noche antes de abrir, los amigos le ofrecieron a Elvira una pastilla de anfetaminas. La chica en su afán por experimentar no tuvo reparos en probar. En media hora los efectos ya se dejaban notar y la chica sentía la fuerza de un potro desbocado capaz de pasarse las horas que fueran necesarias al pie del cañón.
Su primo Ramón y Juanchi, viendo lo bien que había encajado Elvira aquel remedio no se preocuparon por las posibles consecuencias. Así que durante las vacaciones de navidad los efectos eufóricos de las anfetaminas corrieron tras la barra como el resto de bebidas que servían cada noche.
La noche vieja del año 87 fue muy larga y por lo tanto hubo que tirar de euforia máxima. Sobre las ocho de la mañana del día uno de enero del 88 los tres chicos se disponían a cerrar Flying . Estaban como motos, así que decidieron buscar un after donde desfogarse y disfrutar del recién estrenado año.
Cada chico montó en su “burra”. Ramón en su Honda Shadow y Juanchi en su Yamaha Virago. Elvira iría de paquete con este último. No se cortó al arrimarse y apretar sus tetas contra la espalda de él antes de dejar caer su mano izquierda sobre la entrepierna del motorista y agarrarle el paquete.
Las dos monturas salieron a toda velocidad hacia Delicatessen un local de reciente apertura y con un extenso horario diurno. Los tres amigos entraron dispuestos a desfasar durante horas. Bebieron, bailaron se volvieron a meter “anfetas” y perdieron por completo la noción del tiempo. Para entonces Elvira alternaba morreos y achuchones con los dos socios que decidieron que el año debían estrenarlo con una fiesta algo más privada.
Sobre las cinco de la tarde volvieron a Flying Golden Cat. En un incontenible estado de excitación se dirigieron hacia el reservado privado.
La habitación, de unos veinte metros cuadrados tenía las paredes pintadas de rojo y espejos en las columnas y en el techo. Un gran sofá de cuero rojo frente a una pared en la que se suspendía, sobre un soporte, una televisión. A cada lado del sofá un sillón de orejas también de cuero rojo. En una de las paredes un pequeño mostrador de granito soportaba un botellero. Y debajo de la piedra, un frigorífico con refrescos.
Mientras Juanchi preparaba unas rayas de cocaína para mantener el estado eufórico, en el mostrador, la pareja se desnudaba entre apasionados besos.
El desnudo de la chica era espectacular. Su piel suave y nacarada contrastaba con la negra mata de vello púbico. Su cuerpo perfectamente proporcionado. En sus turgentes y duras tetas redondas sobresalían puntiagudos el conjunto de areola y pezón rosado de virgen veinteañera.
Su estrecha cintura daba paso a unas curvilíneas caderas a las que su primo Ramón, desnudo y sentado en el sofá, se agarraba atrayéndola hacia sí. Elvira en un irreconocible estado de excitación se acercó hacia él mirándole el pene erecto.
Colocó una rodilla a cada lado de su primo y dejó que su cuerpo descendiera sobre la ardiente barra de carne. Al sentir como el falo la iba penetrando centímetro a centímetro hasta romper su himen soltó un gemido de placer.
Su primo Ramón siguió aferrado a sus caderas mientras impulsaba su pene cada vez más adentro.
Juanchi, que acababa de esnifar su correspondiente dosis se acercó a ellos masturbándose hasta colocarse de rodillas junto a su amigo. Elvira se sorprendió al comprobar el tremendo pene de éste:
-Joder, es enorme.
-Pues venga, cómetela.
La chica fue agachando su cabeza hasta poder chupar la polla. Cosa que hizo con ganas mientras seguía empalada por Ramón. Juanchi le agarró del pelo marcándole el ritmo hasta que los dos hombres se corrieron dentro de ella. Así fue como la joven Elvira perdió su virginidad con su primo y su jefe.
La fiesta continuó durante horas alternando posiciones y dosis de polvo blanco.
La chica puesta a cuatro patas fue recibiendo las continuas embestidas de los dos socios en su su recién desvirgado coño e incluso su primo Ramón terminó sodomizándola.
Aquella noche Flying Golden Cat no abrió y ninguno de los tres supo a que hora salieron de allí.