Sociedad limitada

Reuión de trabajo

Hacía apenas dos meses que había abandonado mi anterior empresa Para venir a trabajar a la actual; por petición expresa de los propietarios; como director técnico, cuando Ramiro, uno de los propietarios, me llamó a su despacho a través de la megafonía.

Ya sentado ante él, me dijo:

-Pasado mañana es la cena anual que tenemos los dos socios para comentar como marcha la empresa. Como tú eres ya una parte muy importante de ella, nos gustaría que asistieses.

-De acuerdo, sin ningún inconveniente –Contesté.

-Lo suponía, por eso ya está hecha la reserva. Aquí tienes –Dijo tendiéndome una tarjeta –El nombre y la dirección del restaurante. Por detrás te he apuntado la hora que, por descontado, es un tanto flexible. El vestuario es informal.

El restaurante era Zalacain; lo que ya suponía que les iba a costar un huevo; la hora, las 21:30 del viernes. Lo que pasa es que yo conocía ya el restaurante y lo “informal” allí es “de etiqueta” en cualquier otro sitio.

El día y la hora indicados me presenté en el restaurante y pregunté al recepcionista por la reserva. Me dijo que ya estaban allí y llamó a un camarero para que me acompañase.

Estaban en uno de los reservados especiales, a salvo de las miradas de los demás comensales. Me extrañó que estuviesen con sus mujeres y que Ramiro no me hubiese advertido para que yo fuese acompañado también. Aunque claro, un cubierto menos allí supone un ahorro importante.

Tras las presentaciones de rigor, pues a las mujeres yo no las conocía, nos sentmos a la espera de la llegada de el “maitre” con las cartas.

Cuando se hicieron las comandas, Ramiro Y Fernando; el otro socio; empezaron a hablar del negocio haciéndome a mí las preguntas técnicas que creían oportunas en cuanto a personal, maquinaria, productividad.

La distribución en la mesa era la siguiente: Fernando, Andrea; su mujer; Ramiro, Paula; la suya; y yo, con lo que Paula y Fernando quedaban a mis costados.

Experimenté una especie de sobresalto cuando sentí una mano que se posaba en mi pierna y subía hasta mi sexo para palparlo. Indudablemente era la de Paula, porque Fernando tenía las dos sobre la mesa.

Cuando la miré Me puso cara de complicidad y de que disimulara. Al momento me estaba ya masajeando el pene; que iba creciendo sin poderlo evitar; por encima del pantalón.

Pero mi asombro creció cuando noté un pie, al lado de la mano, tratando también de alcanzar mi polla. Indudablemente era el de Andrea, que se había desprovisto del zapato. Parece que ni Andrea ni Paula se extrañaron de que sus extremidades coincidiesen en tan concreto sitio.

Aún sin haber traído lo solicitado, Andrea dijo, dirigiéndose a su marido:

-Voy un momento al lavabo, pero, ¿te importaría cambiarme el sitio? El aire acondicionado me da de frente y me molesta un poco.

-¿Cómo no? –Respondió el marido.

-¿Me acompañas Paula?

-Sí, voy contigo.

Yo sabía que ni aire acondicionado ni leches, lo que quería era estar también a mi lado para que la competencia de la otra no fuese tan desproporcionada. Lo que sí me hubiese gustado saber es lo que hablarían entre ellas en los lavabos.

La cena para mí fue todo un poema. Las dos mujeres pugnando por meneármela a más y mejor; ni que decir tiene que se las habían arreglado para sacármela fuera del pantalón. Yo tratando de que no se me notase nada. Y los dos maridos que, efectivamente no parecían enterarse de nada pues estaban a lo suyo.

Tan agobiado estaba que no lograron entre las dos que me corriese.

Finalizada la cena, que a mí se me antojó eterna, Ramiro me dijo:

Nosotros tenemos todos los años, coincidiendo con esta cena, una partida de póker con unos amigos. Desgraciadamente no hemos llegado a tiempo para que contaran contigo, cosa que estará subsanada el año que viene. ¿Podrías tu llevar a las chicas a casa? Nos ahorrabas un viaje.

-Desde luego que sí –Contesté.

-¿Tienes tu coche, o te llevas uno de los nuestros?

-Tengo al mío.

-Pues muchas gracias por el favor.

Ni que decir tiene que sabía lo que me esperaba con aquellas dos leonas a solas.

Hicimos tiempo mientras los hombres se marchaban, con la excusa del último café, porque yo no podía levantarme con la bragueta desabrochada y la polla fuera.

En cuanto se fueron, las dos me dijeron casi al tiempo:

-Venga, vámonos, que te vamos a chupar hasta la sangre.

Cuando estuvimos ante el coche les dije:

-Ahora os sentáis las dos atrás, tranquilitas, y me decís a donde vamos.

-Mejor al chalet, ¿no? –Apuntó Paula-, hay más espacio para que éste intente escaparse de nosotras sin conseguirlo. Ja, ja.

Me dieron una dirección del Parque del Conde de Orgaz y puse el coche en movimiento.

En el asiento de atrás se sentaron, pero “tranquilas” no se estuvieron, porque sin importarles un pito que los ocupantes de los vehículos de al lado las pudiesen ver, se desnudaron prácticamente y se engolfaron en juego lésbico de besos, achuchones, tocamientos.

-Esto es para que te vayas poniendo a tono –Dijo Andrea.

-¿Más? –Contesté-. Pues tened cuidado no nos demos un hostiazo por mi falta de atención al camino.

El chalet, como todos los de la zona, disponía de una verja de seguridad y un camino adoquinado para llegar al garaje, en el que no metí el coche, sino que lo dejé en la misma puerta. Ellas ni se molestaron en vestirse, se limitaron a coger sus ropas y bolsos e ir hasta la puerta de entrada.

Sin darme tiempo ni a respirar me llevaron a una especie de “gimnasio” que estaba montado en una de las estancias del piso de abajo, semisótano o algo así. Enseguida me di cuenta que, pese a los muchos aparatos, no era un gimnasio, sino algo así como una sala porno. Era evidente que no era la primera vez que hacían aquello, ni era improvisado.

Había máquinas para masturbarse, era como un sex-shop, pero particular. En cuanto entramos me despojaron de la ropa como lobas hambrientas.

Tras unos momentos en que volvieron a tocármela como en el restaurante, y a hacerme unos atisbos de mamada, Andrea se subió en algo parecido a un columpio con las piernas muy abiertas y dijo:

-Anda ven, métemela. ¡Me encanta con el vaivén de este cacharro!

Lo hice. La verdad es que era excitante sentir como salía del todo y luego volvía a entrar hasta dentro. Y ella tenía una especial habilidad para que no fallase nunca en el agujero de su vagina.

Mientras tanto Paula se había tumbado en un camilla con un pene de látex y un motor que lo hacía ir de adelante a atrás y se lo estaba metiendo por el culo.

Ambas se corrieron casi al mismo tiempo entre voces desaforadas y yo esparcí mi semen por el vientre y las piernas de Andrea.

Tras unos momentos, cortos, de relax, Paula dijo:

-Ahora tienes que follarme a mí, pero yo soy más clásica, prefiero en la cama mientras le como el chocho a ésta.

De forma que en medio de toqueteos lascivos y roces, nos dirigimos a la parte “habitable” del chalet.

No voy a extenderme en la orgía de sexo que tuvo lugar durante toda la noche. Sólo diré que a las ocho de la mañana, cuando me fui, todavía no habían aparecido los maridos.

Más adelante pensé si todo aquello no habría estado perfectamente urdido por los cuatro.

FIN