Sobrino, ¿Por qué has vuelto?

¿Cuál de los dos sobrinos decía la verdad?

Sobrino, ¿por qué has vuelto?

1 – Ese sobrino desconocido

Mi vida se había convertido en algo tedioso. La rutina había vuelto a mí. Trabajo por la mañana y casa por la tarde. Afortunadamente, me había instalado la TDT y me veía una película tras otra o leía libros que, algunas veces, no me interesaban en lo más mínimo. Los fines de semana los dedicaba a limpiar el piso. Aunque no estaba muy mal, decidí cambiar los colores por otros más suaves y puse una cama nueva, la más grande que encontré, en mi dormitorio. Pero estaba solo.

No me apetecía salir por las noches a conocer a gente nueva y, por lo tanto, no iba a tener la oportunidad de conocer a alguien que compartiese su vida conmigo; aunque fuese temporalmente.

Un día, en un impulso, llamé a uno de esos números de «relax» que vienen en algunas revistas. Me preguntaron que si iba a querer el servicio a domicilio y muchas más cosas, para saber qué tipo de servicio quería. Me iba a costar un ojo de la cara, pero pregunté por un chico con unas características parecidas a Feli, mi sobrino desaparecido. Me sorprendí. Aquella voz medio masculina y medio femenina que me atendía me dijo que tenía a Luís, que podría ser de mi gusto y que si no era lo que yo le estaba pidiendo, sólo tendría que pagarle los taxis de ida y vuelta. Me arriesgué y le dije mi dirección.

No pasó demasiado tiempo cuando llamaron al portero: «¡Soy Luís!». Le abrí y llamó a la puerta poco después. Me pidió permiso para llamar por teléfono y noté que sólo respondía «sí» o «no». La «madame» se estaría asegurando de que estaba en un sitio seguro o de que yo no era un tipo raro. Poco después, Luís y yo follamos bastante. Por la mañana nos duchamos y me lo llevé a dar una vuelta y a almorzar, pero cuando le insinué que si quería volver a casa, me insinuó que necesitaba dinero. Si quería volver a estar con él, tendría que darle, al menos, 70 euros. Ya había gastado demasiado y, con mucha desilusión, lo dejé en el lugar que me dijo ¡Qué frialdad!

Volví a casa y me eché a llorar ¿Por qué tenía que pagar algo que había dejado huellas en mí?

Me puse en pelotas y me di una buena ducha, pero cuando salía del baño, sonó la puerta. Me volví asustado ¿Venía Luís otra vez con otros pensamientos?

Me puse el albornoz y corrí hasta la puerta. Me asomé a la mirilla y casi golpeé con la pared de atrás. ¡No podía ser! A mi puerta estaba llamando Nicolás; el que se convirtió en mi nuevo sobrino, había vuelto. Estaba tan asustado que le dije que esperase un momento. Necesitaba reponerme. Cuando me relajé un poco, tiré de la puerta despacio. Nicolás se echó a mis brazos dejando caer su bolsa en el suelo.

  • ¡Tío Jorge! – sollozó -; mi tío Jorge ¡Cuánto me habrás echado de menos! ¡Cuánto me arrepiento de haber tardado tanto!

Tiré de él hacia dentro y cogí su bolsa.

  • ¡Nico! – lo abracé hasta hacerle daño - ¿Dónde has estado?

  • Tito, por favor – me dijo -, dame un poco de agua; vengo seco.

  • ¿Quieres una cerveza fría? – le acaricié la mejilla -.

  • ¡Vale! – contestó más tranquilo -, pero primero tengo que beber agua.

  • Te he buscado desesperadamente – le dije - ¡Creí que habías desaparecido del mapa! Te fuiste a Nueva York y pensé que no ibas a volver.

Me miró un poco reticente y me preguntó que si Feli, mi verdadero sobrino, había dado señales de vida. No le contesté. Sólo pude mover mi cabeza a un lado y a otro.

  • Tengo una semana para estar contigo – me dijo -; eso depende de cuál sea tu situación ahora.

  • Tienes aquí tu casa – le dije -; lo sabes. Nada ha cambiado. Feli desapareció, también lo sabes, y tú has tardado más de la cuenta en volver. He cambiado un poco el piso. Creo que te gustará.

Se abrazó a mí y acarició mi cuello.

  • Hice una tesis bastante rara y curiosa – dijo -. Ahora estamos estudiando detalles. Todo me va de puta madre. No pensaba que siendo tan joven me saliesen conferencias y cursos en sitios muy distintos. Ahora vengo de Frankfurt, pero la semana que viene vuelvo a Nueva York. Estaré un mes, pero

  • ¡Dime! – miré sus ojos - ¿Siempre vas a estar fuera?

  • ¡No! – ladeó su cabeza -, es que estaré algunos días más. Me pagan muy bien y quiero conocer mejor la ciudad.

  • Es decir – me senté desesperado -, que vas a estar conmigo una semana y te vas más de un mes.

  • ¡Es mi trabajo! – dijo -, pero he vuelto para quedarme. Si quieres, para quedarme contigo. Te quiero y eso ya lo sabes. De vez en cuando tendré que viajar a esas conferencias, pero no durante un mes.

  • ¿Y quieres que yo decida?

  • Yo lo veo muy claro – dijo -, pero todo depende de ti.

  • ¡No! – contesté -, no todo depende de mí, Nico. Necesito un compromiso. Aunque te vayas de viaje el tiempo que sea. Pero no quiero desapariciones que me matan. O te quedas conmigo como mi pareja o echamos un polvo y… ¡hasta la próxima!

  • Vengo para decirte que me quedo aquí – me miró confuso -; pensaba que me acogerías. Mi deseo es estar contigo. No hay nadie más en mi vida.

Lo miré con desconfianza y me acerqué a él.

  • Todo eso está muy bien – le dije -; por mi parte, aquí tienes tu casa y aquí tienes a alguien que te quiere más que a nadie, pero quiero saber lo que pasó con Feli.

Lo noté asustado. Se incorporó y tomó aire.

  • Fue él el que me ligó. Me di cuenta de te dejaba tirado, pero ya habíamos hecho planes. Le enseñé mucho. Yo comencé a salir a algunos viajes cortos – explicó -; y él, poco a poco, fue desapareciendo de casa. No sé dónde está, me abandonó como hizo contigo, pero alguien me ha dicho que se fue con una mujer, se casó y que tiene un hijo.

  • Me da lástima de mi sobrino Feli – abrí otra cerveza -; me da la sensación de que no sabe lo que quiere y de que su carácter está cambiando como el de su madre. Pero está haciendo mucho daño a otra gente.

Me acerqué a él despacio, lo abarqué con mis brazos y nos besamos sinceramente.

2 – La corta estancia

Esta vez, no parecía eludir las conversaciones donde aparecía Feli. En realidad, si se había casado y tenía un hijo, lo habíamos perdido para siempre. Pero noté claramente que Nico estaba empezando y necesitaba hacer esos viajes. El hecho de decirme que me quería y que quería quedarse conmigo, ya era algo importante.

  • Aguantaré la soledad cuando no estés – le dije -; al menos, sabiendo que vas a volver, tendré esa esperanza.

  • Voy a volver hasta quedarme – respondió -; no voy a estar mucho más tiempo viajando. Me agoto y soy más hogareño que viajante. Tengo un buen puesto aquí, en una clínica con laboratorio para seguir estudiando. Los datos nos los enviaremos por Internet.

  • ¿Por Internet? – me dio una idea -; no me gusta chatear ni nada de eso, pero podría darte mi dirección y escribirnos mientras estés fuera.

  • ¡Aún mejor! – dijo -; podríamos conectar todos los días y contarnos cosas y, si tienes cam, vernos.

  • Tengo cam y auriculares con micrófono – me ilusioné -; podemos vernos y hablar un poco. Si algún día no pudieras, déjame un mensaje.

  • Me gusta la idea – rió -, aunque espero no tener que usarla mucho tiempo y estar aquí contigo.

  • Vamos a cenar fuera – le dije -; te invito. Cuando volvamos, estaremos todo el tiempo que quieras a mi lado; toda la noche, todo el día. No importa que te vuelvas a ir un mes si vamos a estar en contacto y vas a volver.

Nos besamos y me fue empujando hasta el dormitorio.

  • ¡Joder! – exclamó -, cama nueva y nuevo look.

Nos dejamos caer despacio y se abrió mi albornoz. Su mano recorrió mi cuerpo de abajo arriba y volvió a bajar hasta agarrarse a mi polla mordiéndose el labio de abajo.

  • La tendré siempre para mí.

Follamos como locos y nos fuimos a la ducha, nos vestimos y salimos a cenar.

Así pasamos juntos toda la semana. Pensé que yo no tenía punto medio; o estaba solo completamente o acompañado por quien verdaderamente me hacía soñar despierto.

Llegó el día de la despedida. Lo acompañé al aeropuerto, aunque no quería. Me dijo que lo dejase allí, que era buena hora y que volviese. Nos despedimos en el coche, se bajó y desapareció despacio hacia la terminal internacional.

3 – El mensajero

Pasó un tiempo y tuve que hacer unos cálculos para saber a qué hora se iba a conectar Nico en NYC. Comenzamos a escribirnos, a hablar, a vernos. Me gustaba esa sensación de que estaba en el espacio. Veía su imagen ralentizada y su voz un poco atrasada, pero lo tenía allí; delante.

Trabajaba por la mañana y estaba deseando de volver a casa y de que llegase la hora para conectarnos. Los días se me iban pasando rápidamente. Una tarde, bastante antes de conectar, llamaron a la puerta: «¡Vaya, que nadie cierra el portal!». No me di cuenta y abrí la puerta sin mirar. Ante mí encontré a Feli. Me miró muy triste y lo noté envejecido. No quería dejarlo afuera a pesar de todo lo que había ocurrido, así que le dije que entrase. Tiró su bolsa y se echó a mis brazos, pero éstos no respondieron a su abrazo.

  • ¡Tito Jorge! – me dijo - ¿No te alegras de verme?

  • Me alegro porque al menos sé que estás vivo – le dije -, pero espero que no vengas pensando en encontrar al tío Jorge que te acogió y te ayudó.

  • ¿Has cambiado mucho? – me miró extrañado - ¿Tienes pareja?

  • Sí, tengo pareja – dije – y soy muy feliz. No quiero pasar otra vez por momentos tan tristes como los que me tocó vivir. Me di cuenta de que era mejor que te fueses con un chaval más joven y que además te iba a ayudar, pero dice un amigo mío que el mundo es un pañuelo y ese pañuelo es muy pequeño.

  • ¿Qué intentas decirme?

  • Estuvimos bastante tiempo conectados por teléfono – comenté – y fuisteis desapareciendo poco a poco hasta esfumaros. Tuve que asumir que os había perdido. Me costó mucho trabajo, un accidente y soledad; mucha soledad.

  • Es que he tenido que hacer trabajos importantes – agachó la vista -; he estado en el extranjero mucho tiempo.

  • Supongo que explotando los conocimientos que te regaló o le robaste a Nico – fui claro -, porque él también se fue al extranjero.

  • ¿Cómo sabes eso?

  • Nico volvió – me volví y me senté -; estuvimos algún tiempo juntos y tuvo que irse de viaje. Pensé que lo había perdido, pero volvió.

  • Vuelve cuando se acuerda de ti – dijo -; está contigo unos días, echáis unos polvos y se va con su pareja a Alemania.

  • ¿Alemania? – pregunté extrañado -. Está en Nueva York dando unos cursos.

  • ¿En Nueva York? – se echó a reír - ¡Demuéstramelo!

  • Yo mismo lo llevé al aeropuerto – le dije -; cuando vuelva, se quedará aquí y sólo viajará cuando le sea imprescindible.

  • Te has equivocado, tito – dijo cabizbajo -; me abandonó y he trabajado mucho para salir adelante. Deseaba volver para tenerte para siempre.

Lo miré furioso. Me parecía estar hablando con mi hermana. Saber la verdad hablando con ella es imposible.

  • Me ha dicho un pajarito que te has casado y tienes un hijo – ataqué - ¿También vas a abandonar a tu mujer? ¿También me vas a abandonar a mí cuando te hartes?

  • ¿Quién te ha dicho que me he casado? – se le descompuso el rostro - ¡Soy gay!

  • Nico sabe más de ti que yo – le dije – y algunos amigos míos saben más de Nico que tú mismo.

  • Te está engañando, tito – se echó a llorar - ¡No sabes no le que me hizo y el trabajo que me ha costado volver para verte! Me engañó. Ahora viene a engañarte a ti.

Se levantó enfadado, cogió su bolsa y se dirigió a la puerta. Sobre la mesita dejó caer una tarjeta.

  • El día en que te engañe y te haga un daño irreparable para toda tu vida, llámame.

Abrió la puerta y salió dando un portazo.

Estuve unos minutos reflexionando ¿Quién tenía razón? En la tarjeta que dejó en mi mesa estaba su nombre completo, decía que era doctor y mencionaba una clínica de aquí.

Cuando conecté con Nico me notó enseguida algo especial y, después de hablar un poco, corté la comunicación como si hubiese habido un error.

4 - Hasta la vuelta

Estuve reflexionando más de una semana. Nico me dejó llevarlo a la terminal internacional, es verdad, pero no quiso que entrase allí y esperase a que embarcase en el vuelo a Nueva York ¿Se habría ido a Alemania?

En la tarjeta que me dejó Feli, había datos suficientes para saber que esa podría ser la clínica con laboratorio a la que hizo referencia Nico. Quizá Nicolás estaba suplantando a Feli impidiéndole así que se acercase a mí. Tracé un plan. Volví a conectar con Nico y le pedí perdón por no haber podido vernos en algunos días. Intenté por todos los medios averiguar si estaba en Nueva York o en Alemania. Trataba de oír las conversaciones de fondo; ver algún detalle. Un día, me pareció ver una bandera alemana al fondo. Podría ser la prueba de que Feli decía la verdad. Iba a acabar histérico. Necesitaba poner una trampa donde cayese el embustero. Seguí pensando.

Poco antes de volver Nico, me pareció que hablaba con alguien una frase extraña; en alemán, tal vez. Tenía que mantener a los dos separados de mí hasta descubrir la verdad.

Pasaron algunos días más y no pude conectar otra vez con Nico. Se suponía que estaba conociendo la ciudad antes de volver, pero recibí un mensaje de texto en mi teléfono: «Tito, llegaré el lunes temprano. Espérame».

Era el momento de hacer averiguaciones, pero había varios vuelos desde Nueva York y otros desde Alemania. No podía irme a la enorme terminal a ciegas a esperarlo. Pedí permiso en el trabajo y esperé en casa pacientemente.

La mañana se me hizo muy larga y no apareció nadie. Almorcé lo que pude; no podía tragar. Bebí bastante cerveza y llegó la tarde. El sopor me fue venciendo hasta quedar casi dormido en el sofá y fue entonces cuando llamaron a la puerta.

Me levanté con desgana y como pude y, sin mirar quién era, abrí la puerta. Un Nico lleno de vitalidad y alegría se coló por la puerta hasta el salón. Lo seguí despacio y me puse frente a él.

  • ¿Pasa algo? – preguntó asustado - ¿Estás bien?

  • Estoy bien jodido, Nico – le respondí -. Llevo toda la mañana esperándote ¿Qué tal por… Alemania?

  • ¿Por Alemania? – me miró extrañadísimo - ¡Tito, por Dios! ¡He esperado horas porque sabía que estabas trabajando por la mañana! ¡Nos hemos estado viendo casi todos los días!

  • No sé – dije indiferente -, a mí me pareció que había una bandera alemana al fondo y que hablabas con alguien en alemán.

  • ¡Tito! ¡Había gente de 20 países! – se le notaba confuso -.

Tomé la tarjeta de Feli y se la entregué.

  • ¿Este eres tú o es Feli? ¿Quién se va a venir? ¡Poneos de acuerdo!

Se quedó muy serio y casi con las lágrimas saltadas se agachó y abrió su bolsa. Sacó una caja y me la entregó.

Cuando abrí la caja y desenvolví el contenido, encontré una farola de Wall Street con luz y, en el pié de ésta, ponía: «To My Love Jorge from NYC».

Lo miré asustado y dejé la lámpara sobre la mesa.

  • Ahora, tito – me dijo -, llama a ese teléfono de la tarjeta y pregunta por el doctor Nicolás Salas.

Tomé el teléfono con mucho miedo, marqué y esperé una contestación.

  • ¿El doctor Nicolás Salas?; por favor.

La respuesta fue impresionante y rápida.

  • Lo siento, señor, tendrá que llamar dentro de unos días, el doctor Salas está en Nueva York ¿Quién le digo que le ha llamado?

  • ¡Ven, amado mío! – lo tomé de la mano -. Sé que el vuelo de vuelta de Nueva York te descontrola el sueño. Estarás rendido. Toma algo si quieres y duerme; duerme hasta que descanses y te repongas. Yo iré intentando buscar la manera de pedirte perdón por escuchar y hacer caso de ciertas mentiras.

Me miró asustado, se acercó a mí y nos abrazamos y nos besamos.

  • ¿Cómo he podido dudar de ti?

5 – La otra vuelta

Nico descansó hasta dos días seguidos. Le preparé alguna cosa de comer y volví a dejarlo en la cama tapándolo con todo mi cariño. Me pedía que hiciéramos el amos, que lo necesitaba, pero le dije que descansase bien antes de comenzar nuestras vidas.

Un día se levantó por la tarde y se acercó a mí sonriente. Me besó como nunca. Se fue a buscar algo y trajo muchas fotos. Le dije que me esperase y que se preparase un sándwich y me fui a imprimir las fotos. No imprimí nada más que dos donde se veía a Nicolás claramente en Nueva York.

Cuando volví a casa, Nico me seguía a todas partes sin saber qué estaba haciendo. Del pequeño estante que había justo en la entrada del piso, tiré al suelo todo lo que había y coloqué la farola de Wall Street con el mensaje de amor de Nicolás y las dos fotos a los lados en sendos marcos.

Nico seguía sin entender qué estaba haciendo, hasta que un día, llamaron a la puerta. Abrí sin mirar y, allí delante, con sonrisa burlona, estaba Feli. Lo dejé entrar y su sonrisa se fue borrando poco a poco al ver la farola y las fotos.

  • Sobrino – de dije - ¿Para qué vuelves ahora? ¡Ya tengo pareja! ¿Has abandonado ahora también a tu mujer y a tu hijo?

Pasó al salón decidido y encontró allí a Nico. Se descompuso su rostro y, sin decir palabra alguna, dio la vuelta y se fue.

Nicolás y yo nos fuimos despacio a la cama y comenzamos a quitarnos ropas, a besarnos, a acariciarnos cada vez con más fuerzas hasta que mi sobrino se fue deslizando poco a poco por encima de mi pecho buscando mi pene y lo fue introduciendo dentro de sí. El placer le hizo correrse antes de que yo le tocase. Nos abrazamos empapados en leche y nos fumamos un cigarro hasta el próximo polvo. Así, pasaron muchos días.

«¡Jorge! ¡El jefe dice que si no apareces por aquí mañana te despide!»

«¡Dile que he cogido un virus!»