Sobreviviendo al morbo veraniego

Christian, un adolescente que pasa el verano lejos de sus amigos, descubrirá nuevas sensaciones junto a su prima, su tía e incluso su propia madre.

Sobreviviendo al morbo veraniego

1

Tumbado en la toalla sobre el césped maldije mi vida. Mis amigos en Ibiza y yo pasando calor en una urbanización cutre de Barcelona. ¿Cómo se podía ser pobre y tener piscina? Supongo que ese es el estado del bienestar del que hablan. Para eclipsarme la tarde, de manera casi literal, llegó la señora Martínez y se acomodó cerca de mí, saludándome primero con la mirada. Ciento diez kilos de humanidad, de vida, sostenida por solo dos estresadas piernas. A su paso patizambo, tardó casi cinco minutos en recorrer cincuenta metros hasta tumbarse, cual ballena que busca una orilla donde perecer, a mi lado.

—Buenas tardes, niño —saludó con la poca dignidad que le quedaba.

No me extrañaba que, en todas las juntas de vecinos, su marido y ella batallaran para colocar ascensores en los bloques, y eso que vivían en un primero.

—Buenas tardes —respondí sin ánimo de entablar una conversación.

Fue inútil.

—Qué, niño, ¿tas bañao? ¿Estás fresquito?

—Como un gazpacho.

No pareció entender la respuesta y a mí no me apeteció explicarle el paralelismo entre la típica comida veraniega refrescante y mi estado. Para colmo, por si el diálogo de cenutrios no fuera suficiente, fui salpicado por un par de seres pertenecientes a ese subgénero humano que sufre enanismo transitorio, más comúnmente llamados niños. Pensé en abandonar el lugar y retirarme a mi piso, no antes de subir a pie los cuatro pisos, claro. Ascensores no, piscina sí. ¿Quién querría un artilugio que te ayudaría cada día pudiendo tener una balsa artificial de agua utilizable dos meses al año?

A punto de recoger, angustiado por la fauna que me rodeaba, llegó una de las personas que podían mejorar mi tarde y me preparé para ver una de mis escenas favoritas. Pizpireta, hizo acto de presencia la señora Cabarrocas, una de las pocas que subían el nivel de aquella decadente y mal terminada urbanización en las afueras de Barcelona, una comunidad que era la perfecta definición de “quiero y no puedo”.

Llegó vestida con la parte de arriba del bikini y un pareo, unas gafas de sol desproporcionadas a lo socialité y armada con una toalla, pero lo interesante era su compañía. María, la señora Cabarrocas, era una MILF de catálogo, cuarenta y dos años de exuberante busto, tersas piernas y piel cuidada a base de cócteles secretos de mejunjes y cremas, e iba siempre acompañada de su inseparable Yazd. El perro en cuestión lejos de ser un bichón maltés o cualquier raza de los denominados “lame chuminos” se parecía más a un caballo que a un can, era un galgo afgano, esbelto, pletórico y orgulloso que, aun tener una apariencia de lo más afeminada, no perdía la ocasión de demostrar su varonilidad.

—Ya llegó la “Marquesita” y su perrito —anunció envidiosa la especialista de escenas de acción de Jabba el Hutt.

No le hice caso, relamiéndose pensando en lo que estaba a punto de suceder. No se hizo esperar, María extendió suavemente la toalla sobre el césped y, a la que su acompañante la vio en posición de semi-pompa , Se alzó sobre sus patas traseras y le aprisionó la cintura con las delanteras, moviendo las caderas a lo Nacho Vidal en un enésimo intento de montarla.

—¡Yazd! —exclamó ella intentando apartarlo con el brazo a la vez que se incorporaba, pero el repeinado perro no se dio por vencido, siguiendo con sus acometidas pélvicas acercándose poco a poco a su delicioso trasero.

—¡¡Yazd!! —insistió ella liberándose al fin de un manotazo.

—Qué bochorno —dijo entre dientes el jabalí de mi lado.

Era casi una rutina, no había semana en la que no pudiese ver al contrahecho cánido intentándose correr una juerga particular con su dueña, imaginándome qué podría pasar dentro de las cuatro paredes de su piso noté que incluso me empezaba a calentar y, disimuladamente, me recoloqué el miembro por encima del bañador.

La señora Cabarrocas se deshizo del pareo, pero antes de que pudiese tumbarse sobre la toalla, el perro lo intentó de nuevo esta vez con un ataque lateral, agarrándose en espalda y vientre y restregándose contra su muslo, habría dado lo que fuese por ser, por unos instantes, el dichoso animal. Ella volvió a forcejear, liberándose al fin del bicho que incluso gimió de frustración. Vi entonces que tenía la braga del bikini mal puesta por la lucha, mostrando más aún una de sus deliciosas nalgas y supe que el bulto de mi pantalón era inminente, así que decidí darme la vuelta para aplastarlo contra el suelo.

—Menuda bestia —insistió la ballena en un intento de terminar con mi libido.

Había sido, probablemente, el segundo mejor momento del día. El primero sería por la noche, cuando en la intimidad de mi habitación le dedicara una lenta, húmeda y tántrica paja a la susodicha.

—Primo —oí una voz femenina acercándose.

Era literal, Marta era mi prima. Un año menor que yo era la hija de la hermana gemela de mi madre. Deduje que habían pasado de visita. La pobre no había heredado ninguno de los rasgos ni físicos ni intelectuales de la familia, o lo que es lo mismo, era gorda y justita. No es que fuera un cachalote como la señora Martínez, pero con dieciséis años apuntaba maneras.

—Hola —fue lo único que dije sin darme ni siquiera la vuelta para mantener contacto visual con ella.

—Hemos pasado a veros y como llevaba el bikini me he bajado un rato —aclaró ella concisa, directa al grano, sin poesía de por medio.

Se colocó con su toalla a mi lado, con tan mala suerte que eligió justo el lado en el que mi cabeza apuntaba, obsequiándome con un improvisado desfile de sus rotundas formas. En un momento foca y minifoca me habían rodeado, pero ni siquiera con ese grotesco entorno fui capaz de calmar mi excitación, siguiendo boca abajo y con el falo apretujado. El efecto Cabarrocas me solía durar un rato. Me fijé en ella, creyendo que sería el antídoto a mi calentura, pero el verano era traicionero.

Tenía la cara redonda, las caderas anchas y las piernas gruesas aunque juveniles, y su vientre parecía un bongo agujereado, entiéndase el agujero como metáfora de su profundo ombligo. Eso sí, sus enormes pechos le daban cierta proporción al conjunto, siendo estos impropios de una chica de dieciséis años. A la ya de por sí dantesca escena se le sumó unos repentinos gruñidos provenientes del otro lado, ronquidos de la vecina para amenizar la tarde. Me sentí en un safari, rodeado de animales y hormonas.

—¿Qué te cuentas? Tu madre me ha dicho que tus amigos se han ido todos.

—Pues ya sabes lo que pasa en mi triste y efímera existencia.

—Bueno, podría ser peor —dijo ella en un intento por consolarme—. Yo lo he dejado con mi novio.

Me los encontré en el cine, Jordi era un Hobbit salido que no dudó en morrearla ya en los créditos de inicio, baboseándola el resto de la película como si fuera un helado de cucurucho.

—Vaya, lo siento —mentí.

—Es mejor así —respondió colocándose bien la parte inferior del bikini, como sufriendo por si se asomaba algo indebido.

Debía estar peor de lo que pensaba, pero sentí palpitar de nuevo mi falo.

—Sí que hace calor aún, ¿no? —dijo ella por hablar de algo.

—Pues sí —asentí tragando saliva.

Por un momento no le veía ni la tripa, ni las caderas, ni la cara de mazapán, tan solo sus enormes tetas luchando contra la gravedad para no desparramarse hacia los lados. Con un par de niños bañándose despistados, la señora Martínez dormida y la frustra-perros lejos, me envalentoné, sintiéndome algo travieso y dándome la vuelta para tumbarme boca arriba. Mi bañador era un espectáculo, un monte, un volcán a punto de entrar en erupción. Ella, al principio no se dio cuenta, pero una vez que sus ojos se toparon con el bulto la expresión de su cara cambió.

—Y … ¿tú? ¿Tienes novia?

—Nada serio, un poco de aquí y un poco de allí —respondí rozando maliciosamente mi erección.

—Hace calor —expresó claramente disimulando, sobrepasada por la situación.

—Si quieres nos bañamos —dije.

Ya en el agua conseguí esquivar a los pequeños demonios y jugamos a hacernos aguadillas en un intento de volver a la normalidad, pero yo no estaba dispuesto a consentirlo, aprovechando el juego para frotarme con ella, restregarle mi porra por las generosas nalgas y las piernas e incluso frotarle disimuladamente aquellos enormes melones. En una de estas, en la que ella se incorporaba después de que la hubiese sumergido, hábilmente le agarré la goma del bikini y, al salir, uno de sus pechos quedó libre y desprotegido.

—¡Idiota! —me dijo dándome un manotazo y adecentándose la ropa, más frustrada por la zambullida que sospechando sobre mi alevoso plan.

Fueron solo unas décimas de segundo, pero suficientes para que pudiera ver su pecho en todo su esplendor, decorado por un empinado pezón y una gran areola. Luchamos un poco más hasta que logré llevarla hasta el borde de la piscina, atrapándola entre la pared y mi propio cuerpo. Por encima de su hombro, veía como María tomaba el sol de espaldas, con su cuerpo perfecto y el calenturiento perro al lado.

Se detuvieron los forcejeos, pero no separé mi cuerpo de ella, buscando algo, un pequeño y barato alivio. Tenía su delantera contra mi pecho y el bulto del bañador presionando, descaradamente, contra su entrepierna. Ella se me abrazó como un koala, por instinto, y yo agradecí la complicidad del agua a la hora de no tener que soportar todo su peso. Sus piernas me rodeaban y me agarraba la cabeza con ambas manos, casi con romanticismo, era imposible que no notase mi pedazo de carne empujando contra su bikini.

—Pues tu novio es un poco gilipollas, si te ha dejado.

—Le he dejado yo —respondió sin ofenderse.

Me cercioré de que los niños siguieran a lo suyo y colé mis manos entre sus glúteos y la pared, manoseándolos por encima de la ropa y acercándolos más a mí en pequeños golpes, sintiendo mi sable chocar contra su sexo. No sé cómo había llegado a esa situación, y menos tan rápidamente, pero a un adolescente de diecisiete años tampoco se le puede pedir demasiada cordura. A ella, claramente, le pudo más el sentirse deseada por una persona atlética como yo que nuestra relación familiar, o quizás lo de ser primos le daba aún más morbo.

Liberé mi culebra dentro del agua y la presioné sobre su braga, mostrándole el efecto que había tenido en mí. Ella pareció dar un pequeño gemido y su mirada cambió. Es cierto que mi estado había empezado con el perro y la vecina, pero siendo sinceros las tetas de Marta habían hecho el resto, consiguiendo que olvidara incluso los siete kilos que le deberían sobrar. Estuve a punto de bajarle la parte inferior del traje de baño y penetrarla allí mismo, embistiéndola contra la pared de la piscina, pero una voz femenina y familiar me detuvo:

—¡Marta! ¡Nos vamos! ¡Hola Christian!

Reconocí la voz de mi tía, pero vi que estaba lo suficientemente lejos como para no haber podido interpretar la situación de ninguna manera que no fuera de lo más inocente. Ella se separó de mí dando un respingo y yo aproveché para colocarme bien el bañador.

—¿Puedo pajearme pensando en ti? —le susurré a mi prima antes de que se fuera sin dejar de saludar a su madre con la mano.

No contestó, pero sus ojos lo dijeron todo.

2

La mañana siguiente fui víctima de una de las peores emboscadas. Mi madre irrumpió en mi habitación anunciando la condena:

­­­—Chris, arriba, que nos vamos a la playa.

—¿A la playa? ¿Yo? —interrogué con voz narcotizada.

—Sí, tú. Va, espabila, que te irá bien un poco de aire fresco.

—Eso no existe, mamá.

—¡Va! Que vienen también tu tía y tu prima.

—¿Otra vez por aquí?

—Calla, idiota, que están ya en el salón.

—Vale, vale, ya voy…

Aceptando la sentencia me desperecé, aseé un poco y comencé a desayunar. Frente a mí las tres féminas-verdugo, ordenadas, al parecer, al estilo “Hermanos Dalton”. De izquierda a derecha mi madre, mi tía Gloria y mi prima Marta, mostrando una de sus mejores caras de paciencia mientras yo degustaba la última tostada. Era curioso jugar a las siete diferencias con mi madre y su hermana. Gemelas, pero distintas con los años. Muy parecidas de cara, pero Gloria, por complejos factores ambientales, o simplemente alimentación, era más…curvilínea. Tenía la tripa algo menos plana, pero también las tetas y el culo más desarrollados. Casi parecía una versión picarona de mi madre.

Emprendimos el infernal viaje a la playa, con aquel coche destartalado que conducía mi tía, el calor y el poco espacio. Optamos por acercarnos a las del Maresme, huyendo de las infectas playas Barcelonesas, plagadas de extranjeros y gente de mal vivir. Ya instalados en la arena la fauna era de lo más diversa, con algún que otro topless interesante, garrulos preparados con sus sombrillas y los filetes empanados y abundantes seres gritones de baja estatura. Me disponía a darme mi primer chapuzón cuando me dijo mi madre:

­—Hijo, ponme un poco de crema en la espalda anda, que no llego.

De nuevo la familia Dalton respetando el orden, con las tres tumbadas de espaldas en idénticas posturas.

­—Valeee —respondí con paciencia.

Con patosería y desgana, extendí la crema por la espalda de mi madre, intentando ir lo más rápido posible y perderlas de vista un rato.

—Ale, ya está.

­­—Ponme a mí también una poca — pidió mi tía en un alarde lingüístico espero que más en broma que real.

Hastiado, cambié de sitio y me puse de rodillas entre ella y mi prima, dispuesto a terminar la ronda embadurnadora. Al notar los primeros goterones de crema en su espalda, y antes de que empezara a extenderla, mi tía se llevó las manos a la espalda con cierta dificultad y se desabrochó la parte superior del bikini. Comencé a esparcirla por la espalda, con un poco más de mimo y consideración que con mi madre. Desde mi perspectiva podía ver uno de sus generosos pechos apretujado contra la toalla, apenas tapado por el sujetador desabrochado. Me di cuenta entonces de lo mal que estaba ese verano, incrementándose el calor que sentía y no por los efectos del sol.

Le masajeé la espalda, protegiéndola entera, desde el cuello a las lumbares. Mis dedos incluso se aventuraban de manera casi imperceptible por el lateral del cuerpo, buscando el fugaz contacto con sus mamas.

­—Ya está, gracias —dijo ella al notar mis manos pasar por enésima vez sobre el mismo punto, ajena por completo a mi lascivia.

De espaldas, sin verle la cara, me deleitaba con su apetitoso cuerpo. Cuarenta y tres años de mujerona bien formada. Pensé que era una lástima que su hija hubiese salido al marido, un tipo tosco y rebosante de grasa. Pensé también como alguien tan grotesco podía haber terminado con ella, pero agradecí que la dieta familiar hubiera acentuado sus curvas.

—Te pongo también un poco en las piernas —dije poniéndole dos pegotes de crema en cada nalga, intentando olvidar que si se daba la vuelta su cara sería la misma que la de mi madre.

Dispersé la crema por sus cachetes, animado, moviendo los glúteos que eran rotundos pero firmes, con apenas un poco de casi imperceptible celulitis.  Para cuando bajé por sus piernas tenía ya la polla tiesa como un bate de béisbol. Me recreé entonces en sus muslos y pantorrillas, estaba vergonzosamente excitado. Le movía un poco las piernas con intención de ver bailar su culo, era director ahora de un improvisado twerking .

—Gracias niño, ya está, que me vas a acabar pelando como a una patata —dijo ella algo incómoda, pero sin sospechar mi estado.

—Tu turno —dije salpicando la espalda de mi prima con la crema.

No esperé ni su consentimiento y fui yo mismo quien le desabroché el sostén. Viendo que nadie se fijaba en mí, y que ella no me paraba los pies, seguí embadurnándola de crema, ansioso, nervioso, desasosegado. Apenas recorrían mis manos su espalda que se desviaban a sus pechos, igual que con su madre, pero de manera mucho más obvia, manoseándole las grandes mamas por los lados.

Repitiendo mis pasos, pero en su versión más burda, desparramé crema también en su gran culo y lo magreé a placer, moviendo con descaro su carne, joven pero excesiva. Mis dedos, juguetones, se colaron entre sus muslos para acariciarle el sexo por encima del bikini. Ella tuvo un espasmo, pero tampoco se opuso de ninguna manera. De nuevo, igual que había pasado en la piscina, intentaba aplacar mi lujuria en el cuerpo de Marta, sabiendo perfectamente que no era más que un sucedáneo, un tosco alivio. Le sobaba el culo y el lateral de los pechos, sin dejar de hurgar en su entrepierna por encima de la ropa, me excitaba ver cómo se tensaba su cuerpo con los tocamientos. Estaba a punto de explotar. Le propuse:

­—¿Nos vamos a bañar?

Ella asintió, se abrochó de nuevo el bikini y fuimos entonces hasta la orilla en un bochornoso paseo, en el cuál difícilmente pude disimular el descomunal bulto de mi bañador. Nos zambullimos enseguida, intentando yo que ningún bañista tuviera tiempo a reírse de mi circunstancia. Esta vez no hubo ni ahogadillas, cuando el agua nos cubrió lo suficiente la acerqué a mí y clavé mi bayoneta en sus partes, separados solo por la tela.

­—Mira cómo me has puesto —le dije, obviando la impagable participación involuntaria de su madre.

­Ella no dijo nada, evitando mirarme, ruborizada, pero mordisqueándose el labio.

—Eres una cerda, esta noche ya me he tenido que masturbar pensando en ti.

Sus enormes melones reposaban sobre mi pectoral y su mano, traviesa, me agarró el falo por encima del bañador.

­—Lo ves, ¿no? Me tienes cachondo perdido, joder.

­—Y tú a mí, ¿qué? —dijo ella al fin.

Mientras su mano jugaba con mi miembro decidí ser agradecido y hacer lo mismo, atacando de nuevo su sexo con mis dedos.

—¡Mm! —no pude evitar gemir cuando se coló por dentro de la ropa y comenzó a bajarme la piel sin impedimentos.

Aquel principio de paja prometía, y aunque conocía mis dificultades a la hora de correrme sumergido en agua, pensé que estaba tan caliente que nada lo podría evitar. Algunos bañistas revoloteaban no muy lejos de nosotros, pero me daba absolutamente igual. Imitando su estrategia, adentré mis dedos también por dentro de su ropa, buscando estimular su clítoris. Con ella pajeándome y notando yo su vello púbico entre mis yemas, sentí un morbo casi incontrolable.

­—¡Mm! ¡Mm!

Gemimos ambos, intentando no perder la concentración con el vaivén de las olas.

—¡Mm! Marta… ¡Marta! ¡Qué bien lo haces! —exclamé entre dientes, intentando no subir la voz demasiado.

—¡Oh! ¡Ah! ¡Ah! —maulló ella como una gata en celo mientras yo aprovechaba mi mano libre y le manoseaba una de sus tetazas por encima del sujetador.

—Me encanta, sigue, sigue... —supliqué.

Pensé incluso en llegar a algo más. En bajarle la braga y penetrarla, imitando los numerosos vídeos que había visto por internet de amantes en la playa. Estaba excitadísimo, pero entonces la voz de la censura llegó:

­­—Hola chicos, sí que habéis ido lejos —dijo mi madre.

Por el tono tuvimos claro que no había llegado a ver nada, pero ambos nos separamos prudencialmente. Me quería morir, y la cara de frustración de mi prima era un auténtico poema. Al darme la vuelta vi a mi madre y a mi tía. La última, por lo visto, no había llegado a ponerse la parte de arriba del bikini y lucía sus carnosas carnes descubiertas, grandes, jugosas. De nuevo, con mi madre perfectamente arreglada y ella en topless, se acentuaba mi pensamiento mañanero, era como una versión porno y desinhibida de su hermana.

Del resto de la mañana playera solo recuerdo chasco y dolor. El chasco de no haber llegado hasta el final con mi prima y el dolor de mis pelotas, que si seguía con interrupciones como esa terminarían hinchándose como sandías.

3

Algo me despertó muy temprano, y siendo sábado me fastidió aún más. Era como una vibración, un golpeteo. Revolviéndome en mi cama maldije a los vecinos, pero luego oí que los ruiditos iban acompañados de pequeños y secos gemidos, gemidos de mujer. Y lo peor, eran demasiado cercanos como para tratarse de los vecinos. Entendí entonces que se trataba de mi madre, y de uno de los turbadores polvos mañaneros de mis padres. Las paredes parecían ser de papel de fumar, y supongo que ellos nunca sospecharon que pudiera oírlos, sintiéndose a salvo a esas tempranas horas.

Los gemidos seguían, solo los de ella. Con cada golpe, reprimidos, lacónicos, pero audibles.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

La pared resonaba como si alguien estuviera dándose cabezazos en ella.

—¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

—¡Au! ¡Au! ¡Au! ¡Au! ¡Au!

—¡Clap! ¡Clap! ¡Clap! ¡Clap! ¡Clap!

Podría seguir reproduciendo las onomatopeyas que sacudían mi dormitorio, pero no es lo importante. Lo interesante del tema fue mi cambio de protocolo. Normalmente, cuando eso pasaba, me tapaba los oídos avergonzado o incluso me ponía los cascos con música alta para amortiguar el sonido de la cópula, pero esa mañana no lo hice. Escuché atento cada uno de los golpes, de las vibraciones y de los gemidos.

Sentí calor, y eso que aún no había salido el sol. Me imaginé a mi madre a cuatro patas, en pompa como una perra, y a mi padre embistiéndola agarrándole fuertemente de las caderas. Pensé que, a lo mejor, a varios kilómetros, mi tía estaba recibiendo también las acometidas de su marido gordo y sudoroso. Las dos en pompa, siendo utilizadas por los maridos como receptáculo de placer, con una botándole más los pechos que a la otra por el volumen de los mismos.

—¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ahhh! ¡Mm! Mmm.

No sé qué estaría pasando con mi tía, pero desde luego mi madre acababa de alcanzar el agónico orgasmo. Mi pantalón del pijama volvía a ser una tienda de campaña y me invadió la vergüenza. Aquel caluroso verano, alejado de mis amigos, las líneas rojas que dictan nuestra convivencia parecían cada vez más borrosas.

Masturbarme después de oír a mis padres follar me pareció demasiado grotesco incluso tratándose de mí, así que conseguí relajarme y seguir durmiendo. Unas horas después fue mi padre quién me despertó:

—Bribón, necesito que me ayudes.

­—¿A qué? —me quejé yo perezoso.

—Vienen tus tíos a comer, y no cabemos. Vamos a tener que redecorar un poco. Luego necesito que te acerques al restaurante ese de las paellas y encargues para seis, que al teléfono no me contestan.

—Claro que no papá, es demasiado pronto. ¿Y si pedimos para seis qué comerá el tío Paco? —ironicé yo.

—Bueno, ya está dicho eh, no me jodas luego.

—Que síiiii.

El resto de la mañana me lo pasé ayudando en los quehaceres del hogar y preparando el banquete. Esta vez estaba motivado a no “jugar” con mi prima, al final solo me producía frustración. De camino a buscar la paella me encontré con la señora Cabarrocas adecentándose el vestido veraniego y deduje que el perro acababa de intentar violarla, lástima no haber llegado unos minutos antes.

La comida transcurrió con normalidad, con todos acomodados en la mesa desplegable y mi madre sirviendo el arroz. La mirada de mi prima Marta era casi inquisitiva, pero la intentaba esquivar para no darle falsas ilusiones. Mi padre tenía sus ojos fijos en un punto desde hacía rato, más tarde comprendí que era el escote de su cuñada. ¿Por qué no? ¿Se podría considerar infidelidad? Al final, y sin ánimo de repetirme, sería como montárselo con la versión sucia de su mujer. Mi tío Paco, sin embargo, solo tenía ojos para la comida.

Ahora el canalillo de Gloria estaba vigilado por cuatro ojos libidinosos, los de mi padre y los míos. Ya me había fijado en su vaporoso y corto vestido antes de sentarnos, y ahora desde mi nueva perspectiva, aun habiendo perdido la interesante vista de sus piernas, seguía teniendo una visión deliciosa de parte de su anatomía. Su marido contaba algunos chistes casposos, desagradables y sin gracia mientras yo seguía hipnotizado con sus tetas, grandes y saltarinas con cada movimiento. Marta intentaba hablar conmigo de cualquier cosa, pero le contestaba con simples monosílabos. Para cuando terminó la comida mi bañador volvía a ser un volcán.

Con disimulo intenté ir al baño con la esperanza de que al orinar se me pasara la erección, pero fui interceptado en el pasillo por mi madre:

—Anda, ayuda a tu tía, que la muy tozuda le ha dado por fregar los platos.

Al entrar en la cocina la vi de espaldas, con los guantes de látex puestos y armada con la esponja, agarrando los primeros cacharros y enjabonándolos.

—¿Te ayudo? —le pregunté acercándome.

—No hace falta Rey , termino en un segundo. Luego si quieres te encargas de la paellera, que supongo que habrá que devolverla.

Fregando, su imponente culo se movía graciosamente, con el vestido que no le llegaba ni a mitad del muslo.

Maldito verano…

Me acerqué un poco más hasta pegar mi cuerpo al suyo, con disimulo, rozándola con mi bulto, pero sin que fuera obvio.

—¿Seguro? No me importa —insistí.

—Termino en un segundo —contestó ella concentrada en la tarea.

Haciendo ver que me fijaba en la pila le rozaba con mi mano el trasero, con mi erección la cadera y me fijaba de nuevo en su formidable escote. Me apretujé un poco más y ella giró la cabeza algo extrañada.

—¿Christian? —preguntó.

—¿Sí? —dije yo haciéndome el tonto.

—Te aviso cuando termine, ¿vale?

Mi cabeza se había amoldado a la situación de manera ya inequívoca, con mi cuello contorsionado, aprovechando la diferencia de altura para inspeccionar minuciosamente sus glándulas mamarias que parecían dispuestas a escapar de su sujetador negro. Tan evidente fue que ella, observándome de nuevo e invadida en su espacio personal, se separó un poco y se subió el escote del vestido con la enguantada y húmeda mano.

—¿Te vas o qué? —me dijo incómoda.

Yo, como poseído y aun consciente de que no era lo mismo jugar con mi prima que acosar a mi tía, volví a pegar mi cuerpo al de ella diciendo algo absurdo y ya repetitivo:

—¿Seguro que no te ayudo?

—Que no —reiteró empujándome con el codo—. Anda, vete ya.

En una especie de todo o nada le agarré el vestido y se lo subí lentamente diciéndole:

—Es que no puedo, tita.

Ella me dio un manotazo, incluso antes de conseguir ver las braguitas negras que transparentaban debajo del vestido, se dio definitivamente la vuelta y quitándose los guantes indignada me dijo:

—¿Se puede saber qué te pasa hoy, jomío ?

De frente aún me impactó más la escena, con la cara de mi madre, pero jaquetona de cuerpo, una porno-ama-de-casa en toda regla.

—Nada…yo… —titubeé incluso tembloroso—. Es que hoy estás radiante.

Ante tal cursilada ella me miró con incredulidad, me dio una pequeña y casi cariñosa bofetada y me dijo con una disimulada medio sonrisa:

—Anda, anda, vete ya que creo que te ha pillao una insolación.

En ese preciso instante entró mi madre y yo salí de la cocina al momento, abochornado, con taquicardia, pero erecto. Pensé en arreglármelas para quedarme con Marta a solas, pero me pareció cruel incluso viniendo de mí.

4

Al día siguiente me desvelé a las seis de la mañana y salí a correr. Vestido solo con las zapatillas deportivas, el bañador y una camiseta, noté incluso frío hasta que empecé a coger ritmo. Daba vueltas por mi urbanización y las colindantes, todas eran del mismo estilo. Decenas de vecinos apilados alrededor de una piscina, emulando una vida que solo podían tener a base de unirse y alejarse de la ciudad, una especie de decadencia organizada e inadmitida. Mientras corría pensaba en todo lo sucedido: en mi prima, en mi tía, en los ahogados gemidos de mi madre. Lejos de llegar a una conclusión que aliviara mi agitación, conseguí que me volviera la calentura.

Volviendo ya a la entrada de la zona ajardinada me encontré con María Cabarrocas intentando abrir la puerta de entrada a la urbanización, acosada, como no, por su inseparable galgo afgano. Bendecí que esas bestias peludas tuvieran necesidad de un paseo matutino temprano y decidí disfrutar de la escena desde una distancia prudencial.

—¡Yazd! —exclamó ella intentando parar al espigado bicho.

La vecina intentaba atinar en la cerradura mientras el perro le abrazaba la cintura con las patas delanteras y movía la pelvis como un taladro sobre sus glúteos, esta vez entablando incluso contacto con la ropa. Ella, vestida con una rebequita y una falda de tela ligera, movía la cintura como si sostuviera un hula-hoop intentando librarse de la mascota, incapaz de abrir la puerta.

—¡Estate quieto!

La escena era deliciosa, tanto que mi anaconda comenzó a reaccionar de manera acelerada. En la soledad de las primeras horas de agosto en una zona residencial, me envalentoné. Me acerqué con carácter amistoso, pero toda la malicia del mundo.

­­—Ya le ayudo —dije acercándome a la escena.

—Ay, gracias, gracias Cristian. Hoy Yazd está insoportable.

—Son perros muy cariñosos —comenté mientras me ponía la mano en el bolsillo simulando buscar mis llaves y acercándome un poco más.

—Este es joven aún, me sigue a todas partes.

—Sí, me he fijado señora Cabarrocas.

—Llámame María.

La conversación podría ser de lo más inocente si no fuera porque el perro seguía intentando poseerla por la fuerza.

—¡Yazd!

—Lo siento, no encuentro las llaves, espere que le ayudo con el perro para que pueda abrir.

Simulé en forcejear con el animal, pero no tenía ninguna intención de separarlo de su presa. Lo agarraba del cuello como si intentara que se bajase, pero a la vez le empujaba el culo para acercarlo más a su dueña que, agotada, ya ni intentaba abrir la puerta y se aguantaba con sus dos manos sobre la reja metálica. La señora Cabarrocas era una MILF de revista y yo lo estaba pasando en grande. Aproveché la lucha para acercarme yo también, consiguiendo frotar el bulto del bañador en sus perfectas caderas, beneficiándome de la confusión.

—Yazd no seas travieso —dije mientras ambos nos restregábamos.

El cuerpo de la vecina se movía como unas maracas, con su perro golpeándole el trasero, mi erección pegada a su cadera y mi mano rozándole un pecho por encima de la fina rebeca. Discretamente le subí incluso la faldita, descubriéndole incluso una de las nalgas. Fue en ese preciso instante cuando la señora Cabarrocas se dio la vuelta casi con violencia, apartando al perro de un empujón e invitándome a apartarme.

­­—¡Vale! ¡Ya está bien!

El perro emitió un gemido y, sollozando, se tumbó en el suelo. Se me quedó mirando. Primero a los ojos y luego bajó la vista para fijarse en mi bochornosa erección.

—¿No has encontrado las llaves y vas en bañador? —preguntó inquisitiva.

—Sí… bueno… supongo que me las habré dejado.

Ella siguió estudiándome.

—¿Y por dónde has salido?

—Suelo salir por un sitio donde la valla está baja —mentí.

Puso cara de incredulidad, se dio la vuelta y volvió a meter la llave en el cerrojo.

­­—¡Yazd! —exclamó al ver de reojo que la mascota hacía un amago de levantarse.

Su voz sonó mucho más autoritaria de lo normal, y ni el cánido ni yo tuvimos agallas de acercarnos. Una vez abierto sostuvo la puerta para que pudiéramos entrar los dos.

—Buenos días señora Cabarrocas —dije sin mirarla, acelerando el paso hasta mi bloque.

Antes de subir los tres pisos a pie que me separaban del piso, cambié de opinión y me fui a darme un baño a la piscina. Estaba agotado de dormir poco y del running, pero pensé que nadar un poco bajaría definitivamente mi calentura. Me enrollé después con la toalla y me tumbé en el césped, aunque aún hacía frío me quede incluso dormido hasta que la desagradable voz de la señora Martínez me despertó.

—Qué niño, ¿descansando?

—Lo intentaba, sí —contesté malhumorado.

—Si que has bajao pronto, ¿no?

Quise responderle que me había desvelado fruto de la calentura que sentía pensando en varios familiares de primer grado, y que luego me había entretenido manoseando disimuladamente a una vecina varias decenas de kilos más delgada que ella, pero no lo hice.

—Pues sí, muy pronto, por eso me voy ya.

5

Me levanté tarde, entre frustración y frustración conseguí dormir hasta las once y recuperar un poco las energías. Vestido solo con el pantaloncito del pijama me encontré con mi tía sentada en el sofá. Mi madre y ella ya estaban muy unidas desde siempre, pero en verano la relación se asemejaba a la de dos siamesas.

—Buenos días —dije desperezándome— ¿No ha venido Marta?

—No, me dijo ella, ha quedado con unas amigas.

—¿Y mi madre? —pregunté sentándome a su lado.

—Está en su habitación arreglándose, nos vamos al centro comercial de tiendas.

Daba igual qué llevara puesto, había entrado en una espiral de lo más peligrosa, incluso un simple top blanco y unos shorts vaqueros me parecían de lo más impúdicos. Un par de miraditas a su explosivo busto y un fugaz repaso a sus piernas eran suficientes para hacer reaccionar a mi entrepierna. Noté como se endurecía y me arrepentí de no haberme puesto una camiseta antes de salir de la habitación con la que poder disimular. Ella estaba concentrada en su móvil, ajena a mis libidinosas miradas.

Quizás no estaba a la altura de la exquisita señora Cabarrocas, pero desde luego era una mujer absolutamente deseable.

Tita , ¿tú crees en Dios? —le pregunté poniéndole la mano en su muslo, simulando que era un acto cariñoso.

—¿Y esa pregunta tan profunda a estas horas? —dijo ella extrañada sin separar los ojos de la pantalla.

—No sé —dije yo acariciándole la pierna.

—Estás rarito últimamente, eh. Será la edad.

—Será…

Movió la pierna que le estaba manoseando con disimulo, descruzándola para poner ambas en paralelo, pero no impidió que siguiera con el contacto.

—A ver… —comenzó al fin—. Pues no mucho no, la verdad, no somos en esta familia muy devotos, ay si me oyera tu bisabuela. En el pueblo nos habrían lapidao.

—Pues no lo entiendo —añadí incrementando el manoseo, recorriendo el muslo hasta acercarme un poco a su entrepierna.

Ella, que no era una mujer de gran cultura, pero no tenía un pelo de tonta, quitó la atención de su móvil y me observó frunciendo el ceño, fijándose enseguida en la tienda de campaña de mi entrepierna, algo que comenzaba a ser una costumbre entre las féminas que me rodeaban.

—¿Qué no entiendes? —preguntó desconcertada y algo mosqueada.

—No sé… —dije yo sobándole la extremidad y acariciándome con la otra mano el muslo—. Que alguien como tú pueda estar toda la vida con el tío Paco.

—¿Pero qué dices atontao ?

—Es buena gente, pero es un gordo que no merece tener una mujer como tú. Y si te casaste por amor lo que no entiendo es que le seas fiel toda la vida, manipulada por una moral impuesta por la Iglesia en la que ni siquiera crees.

Aquella era una afirmación no solo arriesgada, sino carente de fundamento, ya que no tenía ni idea de si mi tía le era fiel o no a mi tío, ni de qué es lo que le gustaba de semejante jabalí.

—¡¿Pero tú estás gilipollas o qué?! —exclamó apartándome la zarpa de un barrido con su antebrazo.

Me lo merecía, sobre todo por lo débil y precario de los argumentos, pero no era yo el que hablaba, sino mi calentón sostenido en el tiempo.

—Ay tita — respondí yo abalanzándome sobre ella, agarrándole uno de sus grandes pechos con la mano por encima del top e intentando besarla. Ella puso cara de asco y me empujó, pero yo volví como si fuera un imán incapaz de separarme, sobándole de nuevo las tetas e intentando atacar su cuello con mis labios.

—Por favor… —supliqué mientras forcejeábamos.

­­—¡Quita coño! —me dijo propinándome un empellón que me dejaría sentado en el suelo—. ¿Quieres que hable con tu madre o qué?

Con la rabadilla aún dolorida miré hacia arriba, esperando que siguiera el rapapolvo, pero ella se adecentó un poco, volvió a cruzar las piernas tal y como la había encontrado en un primer momento y estudió de nuevo su móvil. Pensé que dadas las circunstancias no me podía quejar, que se lo había tomado como una estupidez adolescente y poco más. Apareció entonces mi madre en el salón y yo conseguí, en un tiempo récord, sentarme de nuevo en el sofá y alcanzar un cojín con el que taparme la erección.

—¿Nos vamos? —dijo mi madre abriendo ya la puerta de la entrada.

—Sí —respondió su hermana guardando el móvil en el bolso y poniéndose en pie.

—Hijo, ¿has desayunado? —me preguntó antes de partir.

—Ahora voy mamá —contesté intentando aparentar la mayor normalidad posible.

—Vale. Luego comeremos aquí los cuatro, tu prima llegará antes supongo, ¿estarás aquí para abrirle?

—Sí, mamá, como mucho bajaré un rato a la piscina, que me busque allí.

Durante el transcurso de la mañana un mensaje al móvil me informó del cambio de planes, avisándome de que Marta se había unido con ellas a las compras y que llegarían juntas sobre las tres. Asqueado, me encerré en mi cuarto hasta la hora de comer. Salí cuando los ruidos en la casa ya eran evidentes, añadiendo a mi look mañanero tan solo una camiseta. Me encontré con mi prima en el sofá mirando la tele.

—Hola —dije yo.

—Buenas.

—¿Ya habéis vuelto?

La pregunta era tan absurda y obvia que cualquiera se habría burlado, pero Marta no lo hizo.

—Pues sí.

Estaba rara y cabizbaja desde que, el día de la paella, decidiera unilateralmente acabar con nuestros juegos.

—¿Y las otras? —pregunté.

—Tu madre me parece que ha ido a comprar algo y la mía está en la cocina.

—Vale.

Embrujado de excitación contenida, fui directo a la cocina y la encontré de espaldas cortando algo en una tabla para el sofrito. Ni siquiera lo medité, me acerqué a ella y pegué mi polla contra su culo mientras le agarraba ambos pechos desde detrás.

—¡¿Qué pasa?! —gritó ella cayéndosele incluso el cuchillo con cierto peligro —. ¿¿Pero qué haces??

Me di cuenta entonces del gravísimo error. Aquella mujer que preparaba la comida no era Gloria, sino mi madre, pero mi mente derretida por la calentura no se había percatado ni de que sus formas eran menos generosas ni de que su top no era blanco sino azul clarito. Mi progenitora me miraba horrorizada, intentando atar cabos. No era para menos, le acababa de meter mano su propio hijo. Había tenido, por un instante, sus senos entre mis dedos, apretujados por encima de la ropa. Y eso sin contar mi comienzo de erección clavada en su culo.

—Joder mamá, de verdad, casi me matas eh. Te quería dar un susto, no es para tanto —disimulé yo queriéndome morir.

—¿Pero tú estás loco? ¡Te podría haber clavado el cuchillo eh! Anda, poned la mesa tu prima y tú, que ahora viene la tía con el segundo.

Por su manera de reaccionar pensé que se había creído la explicación a pies juntillas. Al fin y al cabo, todo había sucedido muy rápido y la explicación real era demasiado siniestra. Me había salvado por los pelos, eso si mi corazón no sucumbía al susto y decidía pararse.

6

Después de un par de días tranquilos nos encontrábamos los cuatro tomando el sol en la piscina, mi madre, mi tía, Marta y yo. Al llegar hice un intento de embadurnarlas con crema solar, pero la única que accedió, para mi desgracia, fue mi madre.

­—¿Qué llevas allí? —me preguntó Gloria fijándose en una funda esférica.

—La pelota de baloncesto, pretendo hacer unos tiros después.

En verano, la concurrida canasta de la urbanización quedaba desierta, y me pareció buena idea entrenar un poco. No es que fuera un virtuoso, pero jugaba al baloncesto desde que tengo uso de razón.

—Bien pensao , ya sabes que tu madre y yo éramos muy buenas de chiquillas.

—Sí tita, sí, me ha contado la historia mil veces, que incluso el Joventut de Badalona os quiso para la sección femenina.

—Así es, muchacho —respondió toda orgullosa.

No sé cuánto de real tenían aquellas historias de las gemelas milagro, pero a mi tía se la veía tranquila, de buen humor, y eso me relajó profundamente. Mi madre, que tomaba el sol de cara, se incorporó un poco y se agarró la inexistente grasa de la tripa diciendo:

—Pues no me vendría mal entrenar a mí también, me empieza a pesar el verano.

Se incorporó mi tía también y se agarró el michelín, que sin ser tampoco muy destacable sí era mayor que el simple pellejo de mi progenitora. Dijo:

—Calla, calla, japuta, si tú necesitas ejercicio yo me voy directamente a que me hagan una lipo .

Mi prima permaneció en silencio, probablemente un poco avergonzada al saberse el patito feo, o, por lo menos, el patito engrasado para foie.

—Pues ya sabéis Globetrotters, a entrenar un poco conmigo luego.

—Te vas a sorprender, chulito —me picó Gloria que, sin dejar el tema, se acercó a mí y se sentó en mi toalla—. A ver, ¿quiénes son ahora los buenos?

Me incorporé también y agarré el móvil que reposaba debajo de la camiseta refugiado del sol. Su sola presencia, con su carnoso culo tan cerca de mí, me inquietaba.

—Dicen que este es el mejor —dije mostrándole la foto de LeBron James en la pantalla.

—¿Este? Joé qué feo es —respondió pasando con el dedo más fotos.

—A mí me gusta más este —afirmé mostrándole a Kevin Durant.

—Coño, parece un drogadicto —siguió ella divertida.

Mientras pasaba las fotos de los jugadores que le mostraba yo aprovechaba la cercanía y la altura para mirarle las tetas. Grandes, deseables, ligeramente abiertas hacia los lados por el peso y con la parte del bikini apenas tapándole los pezones.

—A ver, uno jovencito ahora —exigió.

—Jóvenes hay muchos que prometen —expliqué—. Mi favorito es este, Zion Williamson, mide un metro noventa y ocho y pesa unos ciento treinta kilos, es una puta bestia.

—¡Ostras! —exclamó al verlo—. ¡Este sí es un buen mozo! Jajajaja. Loli, tienes que verlo.

El comentario era de lo más jocoso, se la notaba realmente alterada. Mi madre, sonriendo, respondió:

—¿Ya estás con los negros o qué?

Ella, que seguía mirando fotos compulsivamente, siguió:

—Es que es pa verlo al morenito eh.

Tener a mi tía en plan “ama de casa necesitada” fantaseando tan cerca de mí fue demasiado, terminé retirando el móvil, me puse la camiseta y sacando la pelota de la funda dije:

—¿Qué, hacemos unos tiros?

Gloria parecía decidida, pero mi madre ofreció algo de resistencia:

—¿Yo? Pero si hace más de veinte años que no juego, nos vas a dar una paliza.

—Yo no he jugado nunca —dijo una tímida Marta.

—Que no mujer, podemos jugar de muchas maneras. Podéis competir solo entre vosotras. Yo me pongo de defensa y a ver quién es capaz de encestar. A ver si es verdad eso de las gemelas Jordan.

Después de un poco de discusión recogimos como pudimos y cruzamos la urbanización en dirección a la solitaria y dejada canasta. Limpié un poco como pude el suelo, sacando la arena para que pudiéramos botar mejor, todo mientras que las “señoritas” elegían el look más cómodo.

—Bueno, quién será la primera —dije al fin colocándome en medio de la antaño pintura.

—Yo misma —afirmó mi tía.

Se acercó a mí teatralmente, divertida. Me había robado la gorra y se la había puesto del revés emulando a cualquier rapero de los noventa y se pavoneaba.

—Pasa hermano —me dijo simulando ser una pandillera del Bronx.

El intento de caricatura, con la ridícula gorra puesta, no evitó que me fijara en el resto de complementos, o mejor dicho en la falta de ellos. Iba descalza y en bikini, nada más. La estúpida gorra era la única diferencia con la mujer que tomaba el sol minutos atrás. Le pasé el balón de baloncesto sabiéndome ya perdido.

Comenzó a botarlo desentrenada, pero con cierto estilo, más del que le presuponía. Me acerqué a ella levantando los brazos, evitando que pudiera hacer un tiro lejano. Ella interpretó perfectamente la jugada y se puso de lado, alejando el esférico de mí, protegiéndolo. La pelota no era lo único que se movía, con cada bote le acompañaban sus carnosas tetas y el respingón culo, ningún director de cine juvenil habría conseguido una escena tan demencial. En el bloque más cercano salió un abuelo a fumar a la terraza en calzoncillos y, al ver la escena, decidió quedarse a mirar.

—Gloria Rodríguez se dispone a atacar —relataba ella siguiendo con el cachondeo, ajena a las miradas obscenas.

Intentó entrar a canasta, pero se lo impedí, poniéndose entonces de espaldas para seguir protegiéndose. Sus melones seguían moviéndose descontroladamente, incluso parecía que el bikini cedía un poco, estando a punto de mostrar el pezón. Ella se dio cuenta y con la mano libre se lo recolocó, acabando así con mi ilusión. En un nuevo intento golpeó contra mí sin hacerme ceder, impactando su nalga directamente contra mi endurecida entrepierna.

—Tampoco seas abusón, eh —advirtió concentrada.

—Vas bien tita, vas bien.

Como un pívot experimentado, de espaldas fue posteándome con pequeñas acometidas, todas y cada una de ellas interpretadas por mí como acciones eróticas. Le agarraba la cadera con la mano mientras ella seguía impactándome con su culazo, luchando por cada centímetro.

—Gloria arrincona al defensa —siguió ella con su parodia de retransmisión.

Mantuve la posición y me pegué más a ella, clavándole descaradamente el bulto de mi bañador en los glúteos, pero ella seguía tan concentrada en el cuerpo que ni se dio cuenta. Con mi polla ensartada en su trasero haciendo de tope, alargué los brazos rodeándola, simulando intentar llegar al balón, pero aprovechando para rozarle las mamas con cada forcejeo.

—De aquí no te mueves —le susurré.

Ella seguía botando y… botando, poniéndose aún más en pompa en un intento más agresivo de posteo, separando su culazo y embistiendo contra mi repetidamente, pensé que si se despistaba terminaría ensartada por mi pedazo de carne. Finalmente se dio la vuelta saltando e intentó un gancho que tocó la madera y poco más. Se alejó de mí agotada diciendo entre suspiros:

—Casi. Vuestro turno.

Yo me quedé con las rodillas semi-flexionadas, no tanto por el cansancio o el calor, sino por disimular con mi postura lo que el bañador seguramente era incapaz. Se acercó entonces mi prima, botando el balón con las dos manos con auténtica patosería. Decidí obviar la infracción y acercarme a ella para cubrirle. En la parte de arriba llevaba solo el sujetador del bikini, y abajo se había puesto un poco práctico pareo que cubría su gran culo. Su figura no se parecía en nada a la de la madre, aunque sus enormes mamas no dejaban de ser llamativas, seguramente también para el viejo fumador que, asomado en la barandilla, seguía sin perder detalle.

Vino hacia mí de cara sin estrategia alguna y como no podía ser de otra manera me dejé avasallar un poco.

—¡Vamos hija! —le animó la madre.

Ella siguió ganando terreno ante mi pasividad, pero cuando llegó debajo del aro me aferré a ella como una garrapata evitándole la entrada a canasta. Podría haberle quitado la pelota en cualquier momento, pero preferí que nuestros cuerpos se frotaran un poco primero. Mi prima se giraba continuamente e intentaba acercarse de nuevo, rozándonos sin parar con todo. Tetas con pecho, culo con bulto, mis manos por todas partes cual pulpo…

Le sobraban kilos, sí, pero estaba tan caliente que nuevamente me la habría montado allí mismo sin pensármelo, pareciéndome otra vez un sucedáneo aceptable de algo mejor. De espaldas a mí le agarré las ingles y presioné mi bayoneta contra su pareo susurrándole:

—Me estás poniendo a mil.

Ella paró en seco, incapaz de botar el balón, y yo en un falso amago de robárselo le magreé ambos pechos. Se desconcertó tanto que se le cayó, alejándose de nosotros y con Marta rindiéndose distraída.

—Eres un abusón, macho —me increpó la madre—. Loli, pon a tu hijo en su sitio.

Mi madre recogió el balón con dignidad y vino hacia mí. Su look era inverso al de su sobrina, con el torso tapado por un top, pero solo con la braga del bikini en la parte de abajo.

—Ojo que te estás jugando la paga —bromeó ella acercándose.

Me vino entonces irremediablemente la imagen de días atrás, con mi rabo pegado en su culo y mis manos apretujándole las tetas, llevaba todo el verano tan caliente que definitivamente estaba perdiendo el oremus. Sus pechos se movían tanto como en el caso de las otras dos hembras, pero su culo, aun menos generoso que el de su hermana, era casi perfecto. Terso, fibroso y con una deliciosa forma de cereza.

—¡Que voy eh! —anunció encarándome.

Apenas me moví, tan cachondo como abochornado me limité a dejarla pasar, pero en su intento de dribling , al pasar por mi lado, restregó toda su nalga contra mi descomunal erección, haciendo que casi me doliera el roce. Con la posición ganada se sintió demasiado escorada a un lado y, en vez de tirar, volvió hacia mí para encararme de nuevo.

—No te dejes que no lo necesito eh, defiéndeme como a estas —ordenó.

Lo mío no era favoritismo ni amor de hijo, simplemente estaba tan excitado que necesitaba huir de allí antes de hacer una barbaridad. De nuevo imágenes de sus peras entre mis dedos, de mi polla en su trasero e incluso de sus agónicos gemidos al ser penetrada por mi padre. Levanté los brazos disimulando, simulando que cubría un posible tiro, y ella, igual que su hermana poco antes, se puso de espaldas con la intención de postearme.

Me golpeó varias veces el nabo con sus posaderas haciéndome retroceder un poco y en la última acometida las incrustó contra mi entrepierna, pude notar perfectamente mi polla entera verticalmente apoyada en su nalga derecha, igual que un sable apoyado en la pared desde la empuñadura hasta la punta.

—¡Voy eh! —dijo dándome un último empujón que me dejaría sentado en el suelo y lanzando a canasta.

—¡Chúpate esa! —exclamó al ver el resultado positivo del tiro, dando incluso pequeños e infantiles saltos de alegría.

Joé , no vale —se quejó Gloria—. No te ha defendido ni una cuarta que a mí.

—Calla envidiosa —siguió ella celebrándolo.

—Qué escándalo, me vuelve a tocar —insistió mi tía.

Me sentí incapaz. Llevaba ya un rato restregando mi anatomía en ellas, manoseándolas con disimulo. Estaba a punto de explotar. La escenita con mi madre me había superado por completo, me parecía increíble como habíamos vivido dos realidades distintas, con ella celebrando una canasta y yo conteniéndome para no tomarla por la fuerza sobre el suelo de la cancha. Me levanté como pude, agarré la pelota y comencé a abandonar el sitio.

—¿No juegas más? —me preguntó mi hiperactiva tía que ya me quedaba detrás de mí.

—No, me he hecho daño en el tobillo, me voy a casa —mentí.

—¿Estás bien? —se interesó mi madre.

—Sí, sí, no es nada. Me voy a poner un poco de hielo.

—Te dejas el móvil, la funda, la toalla… —advirtió mi tía sorprendida.

—Subídmelo luego por favor —pedí sin darme la vuelta, consciente de que la bragadura de mi bañador era un poema.

De lejos, pude oír como cuchicheaban:

—¿No se habrá enfadao, no? Pero si es solo un juego…

Una vez en casa hice lo único que podía hacer, encerrarme en el baño y pajearme furiosamente. Supuse que mi madre ni sospechaba qué me había pasado, quizás sí mi tía después de nuestros últimos encontronazos, y probablemente mi prima pensara que mi reacción tenía que ver con ella. Yo solo sabía que cada vez estaba más frustrado y desubicado, y que las pajas ya no eran un buen desahogo a mi situación.

7

Desperté con el falo tieso como una barra de acero, acalorado y con la erección más descomunal que era capaz de recordar. La noche anterior había hecho una inmersión en una página de relatos eróticos, devorando decenas de escritos sobre amor filial. Llegué a la conclusión de que todos tenían en común lo fantasiosos que eran, con hermanas con vocación a actrices porno o madres en picardías dispuestas a satisfacer a sus hijos por un bien mayor o, simplemente, por placer. Tenía claro que la mía me cortaría la polla antes de dejar que me propasase con ella, pero aun así era incapaz de sacarme su culo de la cabeza, menos generoso que el de su hermana, pero más elegante y firme.

Me bajé el pantalón del pijama y liberé el puñal, duro hasta el dolor. Me di cuenta de que, si antes satisfacía mi deseo masturbándome pensando en modelos, actrices, compañeras de clase, vecinas o profesoras, ahora llevaba tiempo que en mis oscuros pensamientos solo habitaban mujeres de mi familia.

Agarré el móvil y me hice una foto de la volcánica erección, tenía el corazón acelerado pensando en lo que estaba a punto de hacer. Abrí el Whatsapp y le envié la foto a mi tía Gloria y a mi prima Marta, respirando casi con dificultad por los nervios, consciente de que madre e hija iban a recibir una foto de mi polla simultáneamente. La espera se me hizo interminable. Mi prima fue la primera que el programa me avisó de su conexión, estuvo online unos segundos y volvió a desconectarse. En aquel momento me entró el miedo y pensé en rectificar, borrar por lo menos el mensaje a mi tía aprovechando que aún no lo había visto. Minutos después recibí un mensaje de vuelta, una foto “aérea” de su descomunal canalillo, con la camiseta blanca escotada que mostraba perfectamente sus dos montañas aprisionadas bajo un sufrido sujetador rosa. Sonreí. Pensé en escribirle algo, pero entonces vi que se conectaba también la madre y, tras unos segundos, comenzaba a escribir algo. Recibí entonces solo dos símbolos, un emoticono de esos ojipláticos acompañado de un interrogante.

Gloria: ÷(  ?

Christian: Me he despertado así pensando en ti.

Escribiendo…

Gloria: ¿Tú estás bobo?

Christian: Sé que te da igual. Que probablemente te parezca repulsivo. Pero siento algo por ti que no soy capaz de controlar y lo estoy pasando fatal.

Escribiendo… … … … …

Gloria: Para ya de decir tonterías.

Christian: Me da igual lo que digas, te deseo, te amo, y me importa una mierda que se lo digas a mi madre o lo que sea, no tengo ganas ni de vivir.

Escribiendo… … … … … … … … … … … … …

Gloria: No se lo diré a nadie, POR TU BIEN. Anda, anda, date una ducha de agua fría, a ver si se te pasa ya la edad del pavo.

Usuario Desconectado

Fue una conversación breve, pero la consideré todo un éxito. Pensé que sus opciones serían ignorarme o insultarme, pero mi calentón disfrazado de absurdo enamoramiento adolescente creo que había calado en ella, mostrándose, cuanto menos, piadosa conmigo. Volví la conversación de mi prima y me encontré con otra agradable sorpresa, una foto de sus muslos, con las piernas abiertas y la minifalda vaquera por las ingles, asomándose incluso parte de sus bragas blancas. Eran piernas más gruesas de lo debido, pero a los dieciséis años seguían estando lo suficientemente firmes, y mi excitación se había convertido en un filtro que todo lo embellecía.

Christian: Mi madre se va a ir por la mañana a hacer unos recados, vente a casa.

Marta: Ok

No necesitaba una respuesta más elocuente, estaba decidido a usarla como alternativa a algo mejor. Al fin y al cabo, era un buen intercambio, yo saciaba mi forzada abstinencia sexual y ella estaba con un chico con el que no podría soñar en la calle. Me duché y me puse mi habitual uniforme veraniego, el bañador y la camiseta, pero entonces mi madre me informó de la peor de las noticias, los planes que tenía se habían cancelado por no sé qué, y el caso es que no tenía intención de salir de casa en toda la mañana. Pensé en seguir con el plan, encerrarnos en la habitación y disfrutar de la abundante anatomía de mi prima, pero recordé que las paredes eran demasiado finas para eso.

Esperé a mi prima en la puerta de entrada de la urbanización, erecto ya incluso antes de que llegara solo por las expectativas. De camino me había pasado por la piscina, pero estaba especialmente concurrida. Cuando llegó se quedó delante de mí algo cohibida y me saludó con un simple “hola”.

—Mi madre al final no se ha ido —informé directo al grano.

—Ah —fue lo único que me dijo cabizbaja.

El verano le había sentado bien a Marta, estaba morena y creo que incluso algo más estilizada. Pensé que incluso había hecho algo de dieta para gustarme más, pero me sentí demasiado egocéntrico con la idea. Llevaba unas sandalias, una minifalda vaquera y un top algo ajustado que resaltaba sus desmesuradas mamas. Sus piernas casi descubiertas me parecieron atractivas, gordizuelas pero duras. Sin expresarle ningún plan alternativo, la agarré de la mano y me la llevé hacia mi bloque. Comenzamos a subir los pisos por las escaleras y cuando pasamos por delante de la puerta del mío me dijo retirándome la mano:

—Con tu madre no.

Yo la agarré de nuevo y le dije:

—Tranquila, no vamos a casa.

Pasamos de largo y subimos un piso más hasta el último del edificio, uno en el que no había viviendas, tan solo los trasteros de todos los vecinos. La coloqué contra uno de los armarios y comencé a besarle el cuello y los labios mientras mis manos se despachaban con sus enormes melones, apretujándolos por encima de la ropa con ansia.

—¿Aquí? —preguntó ella algo reticente, pero sin oponer resistencia.

—No te preocupes, casi nunca viene nadie —le susurré sin dejar de sobarla.

Estaba tan caliente que no tenía ni ánimos para demasiados preliminares, seguí manoseándole las tetas mientras llevaba mis dedos hasta su entrepierna, subiéndole la escasa minifalda y frotándolos contra su sexo por encima de las bragas.

—Mmm, Marta, qué buena que estás joder.

A ella le costó un poco más entrar en situación, pero pronto comenzó también a restregarme su mano por encima del bañador, jugando con mi pétreo miembro.

—Llevo todo el verano pensando en ti —le dije magreándole tetas, coño y culo desesperadamente, lamentando no tener un par más de manos.

—Y yo, y yo… ­—respondió con voz queda.

—Es que no puedo aguantar más —informé.

Me quité el bañador patosamente, mostrándole mi anaconda dispuesta y traviesa. Ella me agarró el pedazo de carne y lo sacudió un par de veces, pero yo la agarré por los hombros, invitándola a bajar al suelo. De rodillas, mostrándome su superlativo escote, se llevó mi polla a la boca improvisando una felación, entendiendo que eso es lo que le pedía. Con su lengua recorriendo mi tronco me supe demasiado caliente, la aparté nuevamente y, intentando ser delicado, la tumbé sobre el frío suelo poniéndome sobre ella.

—Lo siento prima, pero es que estoy a punto de explotar.

Le agarré la goma de la ropa interior y conseguí quitarle las bragas con su inestimable ayuda, restregué un par de veces mi glande contra su sexo y la penetré lentamente, pero hasta el fondo, hasta que mis testículos toparon contra su cuerpo.

—¡Ohh! ¡Ahh!

Ambos gemimos. Ella parecía aún un poco incómoda, sobrepasada por la rapidez de los acontecimientos, y yo decidí meter y sacar con cuidado, intentando salvar el precipitado y poco romántico polvo.

—¡Ah! ¡Ah! ¡¡Ahh!!

A medida que subía el ritmo su cara se relajaba y sus enormes tetas botaban al son de las acometidas.

—¡Mm! ¡Mm! ¡Mm! ¡¡Mmm!!

La postura era incómoda, pero la excitación conseguía que me olvidase de todo. No era como me había imaginado que sería, y menos después de haber dado tantas vueltas y preámbulos en días anteriores, pero aquella mañana lo único que necesitaba era un coño amigo en el que descargar.

—¡Mm! Marta. ¡Marta! ¡Oh sí! ¡¡Mm!! ¿Tu novio te follaba así? ¿Eh? ¡Mm! ¡¡Mm!!

—No, no, ¡ah! —respondió ella entre dientes, complaciéndome.

Le agarraba la parte posterior de los muslos para ayudarme a penetrarla más profundamente, subiéndole incluso las piernas.

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!

—¿Y tu madre? ¿La oyes follar? ¿Oyes como Paco se la tira?

Ella, que tenía los ojos cerrados concentrados en el placer, cambió la expresión de su cara diciéndome asombrada:

—¿¿Qué??

—Nada, nada. ¡Oh! ¡Ohh! ¡¡Oh!! —disimulé yo subiendo el ritmo de las embestidas.

Me pareció que mi inapropiada pregunta la había desconcentrado por completo, cortándole incluso el rollo, pero seguí disfrutando de su cuerpo sin demasiada consideración. La follaba ahora con furia, casi violentamente ante su absoluta pasividad y resignación.

—Dentro no —dijo casi en un susurro.

—¿Qué? —pregunté yo.

—No llevas condón, dentro no eh.

La oí perfectamente, pero en el que fue probablemente el acto más egoísta que había hecho hasta la fecha, se la metí hasta el fondo y me corrí, inundándola de mi leche y alcanzando un notable y agónico orgasmo.

—¡¡Uohhh!! ¡¡Ahh!! ¡¡Ahh!! ¡Ah!

Me quedé relajado sobre su cuerpo, pero poco después ella consiguió salir de debajo, librándose así de mi falo que seguía, reblandeciéndose, en su interior.

—Perdona, cuando me lo has dicho ya era demasiado tarde, ni lo he pensado —mentí.

Mi prima, insatisfecha y probablemente enfadada por todo, se puso las bragas sin contestar. Era normal su actitud, la había avasallado desde el principio sin preocuparme de sus necesidades, le había hablado de su madre en pleno acto y encima había eyaculado en su interior. Pensando en posibles hijos con hidrocefalia confié en que fuera lo suficientemente madura como para tomar medidas, pero tenía claro que no era el momento de sacar el tema.

—Marta…de verdad, perdona. Me pones tanto que no me he sabido controlar —me excusé, ahora sí, arrepentido.

Ella estaba ya de pie, poniéndose bien la arrugada minifalda y el top.

—Vale.

—Joder, te lo juro que no me quería correr dentro.

—No te preocupes —dijo aún seria.

—¿Me perdonas?

Reflexionó unos instantes, me miró fijamente y me preguntó:

—¿Qué me has dicho de mi madre?

—¿Qué? —disimulé yo—. Ah, no, no sé. Es que algunas mañanas oigo a los míos, me ha entrado curiosidad.

—¿Curiosidad? —insistió ella.

—Sí, no sé, ¡yo qué sé! —me defendí.

Marta puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y se fue sin despedirse. Yo aún sentía las reminiscencias del orgasmo, sabiendo que me había ganado la medalla al cerdo del año. Me miré el miembro, había perdido gran parte de su vigor, pero brillaba lubricado por los flujos de ambos. Le hice una foto y se la envié a mi tía acompañada de un escueto mensaje:

Christian: Ha sido pensando en ti.

8

Por la noche, tumbado en la cama, decidí dramatizar al ver que no sabía nada de mi tía después de haberle enviado, por lo menos, diez mensajes.

Christian: Si no me contestas soy capaz de hacer una estupidez.

Escribiendo…

Gloria: No digas tonterías, ¡eh!

Me mataban las esperas, incluso cuando veía que ya estaba escribiendo. Odiaba que los adultos fueran tecnológicamente tan lentos.

Christian: Joder, si es que ni me hablas.

Gloria: ¿Y qué quieres que te diga?

Christian: Que me ayudes. Yo te hablo en serio y me ignoras, lo estoy pasando fatal, FATAL.

Escribiendo… … … … … … … … … … … … … … … … …

Gloria: Estás agilipollao por la edad, de hormonas hasta las orejas. Cuando vuelvas al instituto se te pasará. ¡NO ES TAN GRAVE!

Ahora fui yo el que tardé un poco en responder, hablaba de falsos sentimientos con ella mientras me acariciaba maliciosamente el glande.

Christian: Necesito verte.

Gloria: ¿Más? Jajajajaj. Si vivimos en vuestra casa casi.

Christian: No. Tú y yo a solas.

Escribiendo…

Gloria: Chris…

Christian: LO NECESITO.

Escribiendo… … … … …

Gloria: Para ya con esto, antes me has enviado una foto tuya y casi la ve tu tío. TE MATA. ¡TE MATA!

Christian: Me da igual el gordo, mi madre, tu hija y TODO. Lo siento, pero es así. Necesito hablar contigo para aclararme un poco las ideas.

Gloria: No.

Christian: ¡Joder!

Gloria: Que no, cenutrio, que no. Y no lloriquees. ¿Te das cuenta que soy igualita a tu madre?

Christian: Que más querría ella, nadie es como tú. ¿Nos vemos?

Gloria: NO.

Christian: Por favor… te lo suplico, te lo imploro, te lo ruego, te pido desesperado ayuda. Desayunemos juntos mañana.

Escribiendo… … … … … … … … … … … … … … … … … …

Dejó de escribir un momento y volvió a aparecer el mensaje en la pantalla:

Escribiendo… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

Un nuevo parón hasta que finalmente apareció:

Gloria: Bueno.

Deduje que me había puesto una parrafada rechazándome, pero arrepentida o piadosa había acabado por cambiar de opinión. No quise tentar la suerte y contesté al instante.

Christian: Perfecto, mañana a las diez en la cafetería esa americana que hay en el centro comercial, allí no nos verá nadie.

Apenas dormí. Ni siquiera tenía un plan que fuese mucho más allá de la súplica.

Llegué el primero a la cita y me senté en uno de los bancos de una mesa para dos, era la típica réplica de Café de Estados Unidos, con bancos fijos en vez de sillas, decoración hortera y chicas más o menos guapas uniformadas como camareras.

—¿Te pongo algo? —me preguntó una de ellas.

—Un batido de fresa, por favor.

A las diez y diez ya comencé a ponerme nervioso, poniéndome en lo peor, pero justo apareció por la puerta. Pensé que quería jugar conmigo o simplemente era incapaz de ponerse algo que no pareciera sexy, pero su vestido corto y escotado me pareció una provocación, por muy verano que fuera.

—Hola atontao —me dijo poniéndose en frente.

—Joder, ya te empiezas a parecer al tío de Gran Torino —respondí.

La apertura del vestido me dejaba entrever sus pechos, cubiertos con un sujetador rojo que le restaba clase al vestido blanco, transparentándose incluso por la parte cubierta. Viniendo hacia la mesa vi claramente también la sombra de sus bragas, y me pregunté si serían también rojas. La camarera vino con mi batido y le tomó nota a ella, pidiéndole mi tía un simple café con leche.

—Aquí estoy —anunció subiendo los brazos, exhibiéndose.

—Te veo, sí —dije sonriendo.

—Pues ná, cuéntame esos problemas gravísimos que tienen tu vida en un pozo sin fondo —bromeó.

—Vale. Creo que ya lo empiezas a saber, te quiero.

—Coño, y yo a ti, ¿y?

—No. Yo te quiero en el más amplio sentido. Como mujer.

—Tú no me quieres jomío, tú estás muy confundido. Por la edad, simplemente. La edad.

—¿Pero es que no has visto las fotos?

Ella puso cara de paciencia.

—Sí. Desagradables, por cierto. Y te diré algo, tengo cuarenta y tres años, estoy ya criada, no me voy a sorprender viendo un pito. Tienes diecisiete años, reaccionarías a la vibración de una lavadora.

Estuve a punto de reírme con esa expresión que me sonaba añeja, pero mantuve la compostura.

—Ya no soy un niñato pajillero —mentí—. No sé cómo ha pasado, pero me he enamorado de ti, solo hago que pensar en ti, solo quiero estar contigo.

—Para de decir gilipolleces sobrino, simplemente pierdes el norte por dos tetas y estas te quedan cerca —dijo agarrándoselas—. Nada más. Como todos los hombres.

Se resistía a mis argumentos, pero por su actitud pensé que se sentía halagada con la situación. Al final era un joven de diecisiete años, deportista y no del todo feo el que la deseaba, por mucho que fuéramos familia. Me mantuve en silencio hasta que contraatacó:

—¿Lo ves? Un calentón.

—Que no tita, que no. Que me he obsesionado, la mayor parte del día me lo paso deprimido, estoy fatal joder.

Venga, venga —le quitó hierro ella mientras removía su café con leche recién servido—.  En unos días te olvidarás de todo esto y te darás cuenta de lo estúpido del tema, de lo loco de todo lo que está pasando. Pero no te preocupes, no hablaremos nunca del tema.

Me levanté y me senté en su banco, a su lado, teniendo ella incluso que acercarse un poco a la pared para dejarme espacio. Coloqué mi mano en la cara interna de su muslo y acariciándolo le dije:

—Imposible. Daría lo que fuera por estar contigo. Me cambiaría por ese mamut que tengo como tío, con sus chistes casposos y sus venas obstruidas, solo por estar una vez contigo.

—Estate quieto, muchacho —me dijo ella dándome un manotazo a mi zarpa, pero sin conseguir separarla de su pierna.

Seguí acariciándola, manoseándole la extremidad y excitándome a pasos agigantados. La magreaba mientras le miraba el escote, menos generoso que el de su hija, pero mucho más bonito. Le di un pequeño beso en el cuello y subí mi mano, subiéndole a su vez el vestido un poco. Ella retiró la cabeza y me bajó la mano con movimiento rápido diciéndome:

—¿Estás tonto? ¿Loco? ¿O gilipollas? Hay gente eh, que la sangre salga de tu picha y vuelva al cerebro.

Mi tía siempre había sido más basta que mi madre, y eso me ponía aún más. Subí de nuevo por el deseado muslo, colé mis dedos por dentro del vestido y conseguí rozarle el sexo por encima de las bragas, que se asomaban ahora ligeramente y efectivamente eran rojas como el sujetador.

—Nadie nos conoce, para ellos solo soy un jovencito que se quiere follar a una MILF.

De nuevo me retiró la mano de un golpe e incluso me empujó, desplazándome ligeramente y haciendo que casi me cayera del banco.

—Qué MILF ni que niño muerto, te estás pasando y mucho eh, ¡muchísimo!

Su café se había derramado sobre el pequeño plato de debajo de la taza con el forcejeo, parecía algo enfadada, más que cuando solo tonteábamos de palabra.

—No lo entiendes joder, me da igual perderlo todo, ¡te amo!

Ella me dio una bofetada, más marcándome que intentándome hacer daño igual que había pasado días antrás. Me dijo:

—¡Basta Christian! Por el amor de Dios, necesitas ayuda. Que soy tu tía coño, y encima igualita a tu madre.

Ataqué de nuevo con movimientos combinados tierra-aire, sobándole una teta por encima del vestido mientras que mi otra mano atacaba su entrepierna, ella volvió a separarme con fuerza y esta vez sí me cruzó la cara con decisión.

—¡Hasta aquí eh niñato! ¡¿Pero qué coño te has creído?! ¿Qué me puedes meter mano en una cafetería?

Me empujó de nuevo haciéndome levantar de golpe para no caerme al suelo y aprovechando el camino libre se levantó y se fue diciéndome:

—Pagas tú, guarro.

9

Hoy a las 23:00:

Christian:(Foto de mi polla).

Christian:(Foto de mi mano sacudiendo mi polla).

Christian:(foto de mi vientre salpicado con mi lefa).

Hoy a las 00:05:

Christian: ¿¿¿¿¿¿¿¿ TITA ?????????

Christian: ¡JODER NO SEAS ASÍ!

Christian: Me la he cascado pensando en ti y la vuelvo a tener dura.

Christian: POR FAVOR NO ME IGNOREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEES.

Después de mis múltiples y chabacanos intentos de contactar con ella me rendí. Desistí prudencialmente antes de acabar bloqueado en la aplicación. No tenía plan B. Por un maravilloso instante me pareció, tomando café en el centro comercial, que en el fondo disfrutaba sabiéndose deseada por mí, pero ya no lo tenía tan claro. Mis intentos por acercarme físicamente a ella habían terminado todos en pequeños actos violentos de rechazo.

De nuevo me despertó mi madre para que le ayudara con algunas tareas, informándome al rato de que Gloria y Marta vendrían a comer. Con los maridos trabajando ya, volvería a ser una reunión de féminas y yo.

—Creo que no está bien con Paco —me comentó mi madre—. Estaba rara, me ha costado convencerla de que se viniese. ¿A ti Marta te ha comentado algo?

—No, que va.

—Con lo animosa que es ella y hoy estaba bastante seca por teléfono.

—Ni caso, tendrá la regla —dije.

—¡No seas bruto!

Mis ojeras y yo nos sentamos un rato a descansar en el sofá mientras mi madre seguía arreglando la casa y hablando por los codos.

—Le he dicho que se vinieran antes para ir a la piscina y me ha dicho que no tenían tiempo, ya me dirás tú que tendrá que hacer esta en agosto.

—Ya…

Mi madre divagaba mientras limpiaba la mesa del sofá, pasándole la bayeta y abrillantándola. La tenía de frente, inclinada y mostrándome sin querer sus pechos por la abertura del cuello de la ancha camiseta de ir por casa. Aún no se había duchado, lo que significaba que iba con escasa y cómoda ropa y, en este caso, incluso sin sujetador. Sus tetas, menos generosas que las de su hermana, pero mejor puestas, se movían graciosamente con los movimientos circulares del paño.

—Y a Martita tampoco la veo muy animada últimamente —siguió ajena a mi lasciva mirada que seguía, como podía, la perspectiva de sus melocotones.

—Supongo que si tuvieran algún problema en casa me lo habrían dicho.

—Sí mamá, no le des tantas vueltas —participé como pude de la repetitiva conversación.

Dio la vuelta a la mesa para atacar otras partes, poniéndose en pompa a escaso medio metro de mí. Ya no le veía las tetas, pero sí su envidiable culo cubierto solo por un culotte negro. Mientras noté como se endurecía mi entrepierna maldije haber nacido en el seno de una familia de porno-chachas. Movía el trasero como salido de un videoclip de reggaetón, si hubiera puesto la escena en una película erótica me la habrían censurado los críticos por poco creíble. Era la menos voluptuosa, la que tenía la belleza más clásica y además era mi madre, pero a mi falo no parecía importarle, alcanzando un tamaño que tuve que disimular con un cojín.

—Bueno, pues , a ver qué se cuentan este par en la comida.

Llegó mi tía sola sobre las dos de la tarde, le abrió mi madre diciéndole:

—Hola guapa, ¿y Marta?

—Al final no se ha venido, dice que no se encuentra bien.

—Hola —saludé yo con dos besos, cosa que no solía hacer al vernos tan seguido.

Se había puesto, seguramente, su conjunto veraniego más recatado. Con un escote del vestido que, aunque profundo, era bastante estrecho y la parte inferior terminando casi por las rodillas. Tela ligera, elegante, pero menos sensual que otras veces. Los pies iban vestidos con unas cuñas, haciéndole ganar algún centímetro y torneando sus piernas.

Al ser solo tres nos acomodamos en la pequeña mesa circular de la terraza, quedándome mi madre en frente y mi tía a la izquierda, bastante juntos los tres. Hicimos un poco de vermut y hablamos de cosas sin importancia, con mi tía realmente más seria de lo normal, hasta que mi madre dijo:

—Bueno, voy a por el gazpacho.

Casi sin que tuviera tiempo de perder de vista a mi madre puse mi mano en el muslo de mi tía, comenzando uno de mis ya habituales acercamientos.

Tita

Esta vez no me dio un manotazo, me miró fijamente con el rostro más enfadado que le recordaba y me dijo con autoridad:

—O paras ya o voy a hacer un escándalo que terminarán internándote tus padres en un centro.

—Me da igual —dije ya subiéndole el vestido para recorrer su pierna.

Curiosamente, cuando volví a pensar que su reacción sería violenta, se limitó a poner los ojos en blanco y cara de paciencia. Seguí despachándome con su muslo, manoseándolo a placer. Ella miró hacia arriba suspirando, asqueada. Con el vestido ya por la cintura rocé su sexo y entonces pasó algo aún más inesperado:

—¿Esto es lo que quieres? —me dijo abriendo ligeramente las piernas—. ¿Así?

Yo, lejos de cohibirme, le froté la entrepierna con ganas, presionando incluso su raja por encima de las bragas.

—¿Ya está? ¿Contento? Ahora cuando llegue tu madre se lo cuentas a ver qué le parece —insistió ella separando incluso más las rodillas—. Ya verás que pronto termina esto.

Continué metiéndole mano, agarrándole ahora incluso una de sus tetas por encima del vestido con la mano libre y estrujándola. Ella seguía impasible, suspirando y mirando al horizonte. Introduje incluso dos dedos por encima de la ropa interior pero justo en ese momento oí los pasos de mi madre que volvía de la cocina, me separé de ella susurrándole:

—Terminará solo cuando consiga estar dentro de ti.

Tomamos el gazpacho entre silencios incómodos y monosílabos, teniendo yo una mano en la cuchara y otra acariciándome el bañador. No fui capaz de terminar el primer plato y esperar que mi madre volviera a irse a la cocina, con disimulo, tapándome con el mantel, coloqué de nuevo mi garra sobre su muslo, sobándolo a placer. Mi madre hablaba sin parar, intentando que nos animáramos a intervenir, pero no lo conseguía. Finalmente dijo:

—Bueno, ya veo que se os ha comido la lengua el gato, voy por los filetes empanados.

—Muy bien mamá —dije yo aprovechando la ocasión—. Aprovecho para enseñarle una cosa a la tita, tengo un póster del jugador ese que le gustó en mi habitación.

—Vale, os doy un grito cuando estén. No están cocinados, pero los frío en un momento.

La agarré de la mano y casi la arrastré hasta mi cuarto, en cuanto cerré la puerta detrás de nosotros la empotré contra la pared y seguí manoseándola, el culo, las tetas, el coño, deseaba con todas mis fuerzas arrancarle la ropa.

—Pero quieres estarte quieto ya —me dijo en una especie de gritito apagado.

—¡Shh! Cuidado, que se oye todo.

—Peor para ti, loco.

Yo le besaba el cuello y la cara e intentaba hacer lo mismo con los labios, pero me los conseguía retirar siempre en el último momento. Tenía mi erección clavada contra sus braguitas.

—Mira cómo me pones.

—Para… para. Para o grito.

—Me da igual, ¿vale? No mentiré. Diré que te amo y te deseo más que a nada en el mundo.

Intenté quitarle el vestido, pero me fue imposible, probé entonces bajarle las bragas patosamente, pero me lo impidió.

—¡Que pares!

—¡Joder! ¡Pero mírame! —exclamé bajándome el bañador y enseñándole mi polla dura como una barra de acero, esperando que el ruido de la fritura hubiera evitado que mi madre nos oyera.

—¿Y qué? ¿Eh? ¿Me bajo las bragas y ya está?

—¿No dices que me quieres tanto? —increpé yo a la desesperada.

—¡¿Y?! ¿Le digo a Loli que me he revolcado contigo por pena?

—Mejor eso a que me corte las venas —dije yo atacando con todo sus tetas, manoseándolas hasta descolocarle el vestido y el sujetador.

Avasallada, me separó los brazos como pudo y fui de nuevo a por sus bragas, probando a quitárselas por la fuerza, pero era imposible. Le di varios empujones con mi falo desnudo contra su sexo, insistiendo:

—¿Ves cómo estoy? ¿Lo ves? ¡Voy a explotar joder!

—Que vendrá tu madre a buscarnos —se defendió ella separándonos.

—Te deseo. Te amo. Te quiero.

Forcejeé una última vez hasta que ella me separó, puso sus manos en forma de “espera un momento” y me dijo:

—Vale, vale, joder…

Tenía ella aún los ojos en blanco por la paciencia cuando noté como su delicada mano me agarraba el manubrio y comenzaba a sacudirlo, movimientos lentos pero largos, profundos. Sentir sus dedos aprisionando mi miembro era maravilloso, por un momento pensé en quejarme, exigir algo más que unas improvisadas caricias, pero no me atreví a tentar la suerte. Siguió masturbándome, los dos de pie, ella sin apenas ser capaz de mirarme y yo aprovechando para volver a sobarle las tetas, colando incluso las manos entre el sujetador y el vestido para estrujarlas a placer.

—¡Mm! ¡Mm! ¡Mmm!

—Baja la voz —ordenó en un susurro.

La manoseaba con tantas ganas que ella incluso se apoyó en la pared para no perder el equilibrio, sin dejar de subir y bajar la piel ni por un momento.

—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!

—¡¡Shh!!

—Déjame tita, yo también la oigo follar a veces y me tengo que aguantar —me defendí refiriéndome a mi madre—. ¡Mm! ¡Mm! ¡Oh!

—O te callas o te acabas solito —me dijo seria, pero sin subir la voz.

Intenté reprimir mis gemidos, apretando los labios y convirtiéndolos en una especie de quejidos, lamentaciones, aunque el placer era descomunal. Saciado con sus tetas, fui al culo y la entrepierna, agarrándole las nalgas y frotándole el sexo con fruición.

—Te amo tita, te amo…mm… ¡Mm!

Subió el ritmo de la paja, justo en el momento que oímos la voz de mi madre desde el pasillo:

—¡El segundo ya está!

—¡Voy! —dije yo con voz temblorosa.

—Venga, termina ya —dijo mi tía con la mano en programa de centrifugado.

—¡Mm! ¡Mm! ¡¡Voy!! ¡Voy! ¡Ahh!

Me masturbaba frenéticamente y, aunque no podía estar más cachondo, conseguí no correrme aún.

—¿Terminas?

—Sí, sí… es que solo con la mano me cuesta.

—¿Cómo? —preguntó ella como indignándose.

—Nada, nada. ¡Oh! ¡Oh!

Los movimientos eran furiosos, rápidos y largos, incluso me acariciaba el orificio de la uretra con el pulgar de vez en cuando, de manera magistral.

—¡Ah! ¡Ahh! ¡Ah!

Ella empezó a inquietarse, tapándome incluso los labios con la mano.

—Pero te quieres correr ya —me ordenó.

—¡Oh! Lo intento, lo intento, mm. ¡Mm!

—¿No te gustaba tanto? —me regañó.

—¡Que sí joder! Pero es que no estoy acostumbrado a que me toquen solo con la mano —reiteré sobándole por enésima vez las tetas.

Ella repitió su cada vez más habitual cara de paciencia, hizo un ruidito de desaprobación frotando la lengua con el paladar y bajó el ritmo de la paja paulatinamente.

—¿Qué? ¿No me dejarás así no? —pregunté realmente asustado.

—Que no coño, concéntrate.

Me agarró entonces la base del tronco, sacudiéndome solo esa parte con movimientos cortos y, como pudo, se inclinó hasta llegar con su boca a mi polla. Con solo notar sus labios rozar mi piel estuve a punto de eyacular. Se introdujo mi herramienta y comenzó aquella incómoda felación.

—¡Ahh! ¡¡Ahh!! ¡¡Ahhh!!

Recorría mi falo con su lengua y sus labios mientras que su mano no dejaba de acompañar el movimiento en una especie de paja-mamada exquisita. Gracias a mi envergadura alargué el brazo y conseguí subirle el vestido hasta la cintura, descubriendo su despampanante culo y sobándoselo a placer, la imagen de ella en pompa chupándomela y yo metiéndole mano era deliciosa.

—Te amo tita , te quiero. ¡¡Ohhh!!

Conseguí bajarle la ropa interior y manosearle las nalgas, pero para cuando me decidí a meter mis dedos en su madriguera el placer era tanto que no me pude aguantar. Ella notó al momento que llegaba al clímax y salió en un alarde de experiencia, alejando su cara, pero sin dejar de masturbarme, haciendo que me corriera entre numerosos espasmos y vaciando los chorros de mi simiente en el aire. Siguió con los movimientos de muñeca hasta cerciorarse de que no me quedaba ni una gota en el interior, se adecentó entonces la ropa, con las bragas bajadas, el sujetador mal puesto y el vestido descolocado, y me dijo:

—Recuerda bien esta tarde porque es la última vez, la próxima te dejo de hablar para siempre. Límpiate y vente a comer.

Me pareció justo, pero sabía que no podría cumplir con tales exigencias. Reflexioné un poco sobre los demenciales últimos días, follándome a mi prima, metiéndole mano a mi tía en cafeterías, terrazas y cocinas e incluso excitándome con mi madre, estaba recién vaciado y tenía claro que no estaba satisfecho aún.

10

Llegó el día más curioso del año, la fiesta de la urbanización de despedida de agosto. Era sencilla, poníamos cerca de la piscina una mesa muy alargada, estilo mesa corrida, con comida y bebida, y nos juntábamos vecinos e invitados. Normalmente, al terminarse ya el verano, solía acudir bastante gente. Los representantes de mi piso fuimos los de siempre: mi madre, mi padre, mi tía gloria, mi tío Paco, mi prima Marta y un servidor.

Nos reunimos con mis tíos ya en el jardín al informarnos estos de que alguien les había abierto la puerta de la urbanización y pronto empezamos todos con el cava. Era pronto y ya deberíamos ser unas treinta personas. Las gemelas iban despampanantes, con sendos vestidos cortitos y escotados, eclipsando incluso a la señora Cabarrocas que acudía con el estirado de su marido, pero sin el pendenciero perro. La señora Martínez me saludó amablemente, dándome mi segunda copa de cava antes incluso de empezar a cenar.

—Yo me bebo la última, a ver quién sube luego por las escaleras —me dijo ella sonrojada por el alcohol.

Achispados, nos sentamos a la mesa y comenzamos a comer, siempre con la copa llena. Me fijé en mi prima, entre indignada, pero intentando llamar la atención. No había elegido su mejor look, con pantalones blancos que resaltaban su desmesurado pandero.

—¿Alguna vez te han contado, chaval, que en la primera que me fijé fue en tu madre? —me dijo mi tío paco poniéndome la mano en el hombro y apestando a champán.

—¡Paco! —se quejó mi madre ruborizada.

—Si no pasa nada mujer, todo acabó bien. Pero me acuerdo perfectamente entrar en la peluquería y pensar que estabas más buena que todas las cosas, luego conocí a Gloria y me di cuenta de que era igual que tú, pero más guarrilla, jajajajaja.

—Para ya animal —le dijo mi tía pegándole una colleja—. No bebas más, anda.

—Que no pasa hombre, que el chiquillo sabe que estoy de cachondeo, a ti no te importa, ¿verdad Teo? —preguntó alzando la copa en dirección a mi padre.

Él le devolvió el saludo sonriendo, no era un hombre fácil de escandalizar.

—Además —continuó mi tío hablando de mi padre—. Este y yo somos amigos desde los cinco años, amigos de verdad.

—¿Y yo no tengo nada que decir? —preguntó mi madre teatralmente, con falsa indignación.

—¿Qué vas a decir tú? Estabas y estás buena, jajajaja, y esta —dijo señalando ahora a su mujer—. Esta sigue siendo una guarrilla, jajajaja.

—Paco que te perdemos —dijo mi padre divertido.

Él alzó los brazos en son de paz, dejó al fin la copa y se puso un enorme trozo de jamón serrano en la boca. Mi tía parecía avergonzada, pero sin exageraciones, animada también por la ingesta de alcohol. Se levantó señalando su cuerpo y diciendo:

—Habrías soñado tú llevarte semejante hembra a casa, tarugo.

Todos rieron, incluido mi tío, todos excepto Marta que no parecía disfrutar de nada, ni de la comida, ni de las copas ni de los secretos familiares. Siguió la comida y siguió la bebida hasta que la subida del volumen de la música que sonaba de fondo nos invitó a todos a levantarnos y bailar.

—Coño, si nos ponen música de jovencitos ahora —dijo mi padre al escuchar las primeras notas de electro latino.

Gloria no se lo pensó y dando palmas se fue hasta la parte del césped improvisada como pista de baile, danzando y diciendo:

—A ver, los jóvenes, ¿cómo va esto?

Estaba animada, divertida y algo borracha. Me alegré que no siguiera enfadada por lo acontecido en mi habitación. De nuevo, como en el día del baloncesto, sus curvas se movían sensualmente, pensé que en cualquier momento llegaría el viejo fumador.

—Hay que mover mucho el culo —le dije acercándome a ella e intentando seguir el ritmo.

Enseguida estuvimos rodeados del resto, de vecinos, amigos y nuestra familia. Todos bailando sin demasiado estilo, con más guasa que otra cosa.

—A ver hija, enséñame —le dijo la madre.

Marta, que llevaba toda la noche ausente, sorprendentemente se puso en pompa, con las rodillas flexionadas y las manos apoyadas sobre ellas, y comenzó a mover el culo con bastante estilo.

—¿Eso es el turning ? —dijo mi madre intentando imitarla.

—Twerking mamá, twerking —la corregí a gritos para que me oyera pese a la música.

Enseguida se animó Gloria, incluso mi padre y el grotesco Paco, todos moviendo el culo. La visión de mi tía moviendo sus carnes era un auténtico deleite, pero curiosamente fue mi madre quién se llevó la atención, rodeándose enseguida de mi padre y su cuñado.

—Vamos Loli, que lo has pillao —la animaban.

Apareció incluso el marido de la señora Martínez, dejando a Paco como un tipo esbelto en contraste con sus sebosas formas.

—¡Eso es vecina!

—¿Y ya está? ¿Solo es eso? —preguntó mi madre sin dejar de mover el culo, intentando seguir a mi prima con movimientos distintos a cada rato.

—Ahora tienes que elegir pareja —dije yo agarrándole de las ingles y apretando la bragadura de mi pantalón contra sus posaderas, esperando que la embriaguez colectiva pintara la escena como una broma y no como un acto obsceno.

Ella, inocente ante cualquier mala intención, restregó su perfecto culo por toda mi entrepierna como si fuera una bailarina de Beyoncé, consiguiendo que me empalmara en tiempo récord.

—¿Así hijo?

—Eso es —contesté notando mi polla tiesa como un pote de laca apretujada contra el espectacular culo en movimiento.

Seguro de que no se estaba dando cuenta, pretendí disfrutar un poco más de su anatomía, pero mi tío me separó diciéndome:

—Déjame probar un poco, a ver cuñada, ¡muévete! ¡Muévete!

Restregó entonces su codiciado cuerpo contra el hipopótamo, dejándome a mí en fuera de juego. No era el único, Marta había desaparecido de la escena, imagino que frustrada por la pérdida de atención hacia ella. La vi poco después sentada en un extremo de la mesa comiendo compulsivamente.

Mi madre se incorporó, pero no consiguió librarse del pulpo de mi tío, que seguía bailando pegado a ella. Se unió mi padre, convirtiéndola en una especie de sándwich. De reojo vi a mi tía, se había detenido entre todos los bailones y parecía enfadada. Fue hacia mi madre y le gritó al no oírle ella la primera vez:

—¡Tengo que ir al baño! ¿Dónde tienes las llaves?

—¡En el bolso! ¡En la mesa! —contestó ella teniendo a los dos machos cada vez más apretados contra ella.

Fue al bolso, agarró las llaves y marchó hacia el bloque. Yo, que no había perdido detalle de la escena, aceleré el ritmo y, rodeando nuestro edificio, la intercepté delante de la puerta principal.

—Voy a hacer pis, déjame eh —me advirtió bastante borracha y malhumorada.

—Yo solo tengo ojos para ti —le dije.

—Anda, cállate y vuelve con los demás, que te conozco.

—Es que me he quedado con ganas de perrear contigo —ataqué.

—Venga niñato, estabas ocupado restregándosela a tu madre, como todos.

—Sí, pero ella no tiene ni tus tetas ni tu culo —contesté acercándome, fijándome en que uno de los tirantes del vestido se había deslizado sensualmente por su brazo.

Ella se quitó los zapatos, incómoda, y los tiró sobre el césped.

—Tiene más éxito, ya lo has visto, así que esta noche te la puede chupar ella.

Tita…

—¿Qué pasa? Pero si es la verdad, siempre fue así. Ella era la rompecorazones y yo la hermana facilona, por lo menos con los años se me han puesto estas tetas —dijo agarrándoselas con fuerza, exhibiéndolas.

—A mí me gustas tú —le dije casi con romanticismo, consolándola, manteniendo a raya mi calentón.

Fue ella la que se acercó, me agarró con cariño la cara y me dijo:

Joé, cómo te pareces a tu padre de joven.

Yo le agarré el culo con delicadeza, con mimo, y la acerqué a mi preguntándole:

—¿Y eso es bueno o malo?

Nunca le había visto esa mirada, siempre pensé que en la cafetería coqueteó un poco, pero nada parecido a eso.

—Tu tío era gracioso y echao pa lante , pero tu padre era un cañón.

—¿Follasteis? —pregunté sin remilgos.

Hubo un pequeño silencio.

—No, pero me habría gustado.

Sonreí y ella añadió:

—¿Te imaginas? Que fuera yo tu madre. O que se hubiera montado un trío con las dos gemelas.

—Creo que genéticamente eso no funciona así —respondí haciendo alusión a su primer comentario.

—Ya…

La besé en los labios y ella me correspondió, eran besos narcotizados, pero de amor, dulces, húmedos. Le acaricié el trasero y la espalda, todo con la máxima ternura posible. Nos morreábamos, pegué mi cuerpo al de ella y enseguida pudo notar el bulto de mi pantalón, lo agarró con la mano por encima de la ropa y separando su lengua de la mía dijo:

—¿Ya estás así?

—Desde que te he visto.

—Eres un cerdo.

—Mejor, los cerdos se emparejan con las guarras.

Ella se separó un momento, estudiándome, pero con el brazo extendido para no dejar de frotarme la erección.

—Guarrilla yo, ¿eh?

Miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie y me ordenó que me tumbara en el suelo. Obedecí. Se quitó las bragas y me las enseñó antes de arrojarlas junto a sus zapatos, aproveché yo para deshacerme del cinturón y bajarme los pantalones y el bóxer hasta las rodillas, era como si estuviésemos mentalmente conectados. Se puso encima, a horcajadas, atrapando mi polla con sus muslos y luego frotándola contra su sexo, pero sin penetrarse.

—¿Cuánto te gusto? ¿Eh?

—Mucho, muchísimo —respondí mientras ella se movía hacia adelante y hacia atrás con mi miembro atrapado.

—¿Mucho? ¿Cuánto? ¿Cuánto niñato salido y pajillero?

—¡Mm! Mucho. ¡Mucho! Mucho tita

—Así que te la cascas pensando en mí, ¿eh? Puerco. Me metes manos por los rincones, ¡me has obligado a chupártela! ¡A mí! ¡A tu tía! A la gemela de tu madre.

—Sí, sí, eso es… —contesté algo desconcertado, pero disfrutando de su cuerpo rozando el mío.

—¿Y ahora qué? ¿Eh? ¡¿Eh?! —decía moviéndose más rápido aún—. ¿Me quieres follar? ¿Es eso? ¿Me la quieres meter?

—¡Ah! ¡Ah! Joder. Sí. ¡Sí!

—¿No me quieres tocar un poco las tetas primero? —dijo mientras me agarraba las muñecas y llevaba las manos sobre sus pechos que se movían al ritmo de sus caderas.

—Sí, sí, quiero…quiero.

Las estreché con fuerza, manoseándolas, cuando ella liberó el tirante que aún seguía en su sitio del vestido y lo dejó caer convirtiéndolo en una especie de faja. Se quitó también el sujetador y me mostró sus mamas en plenitud, carnosas, deseables y botando sobre mí.

—Agárramelas con fuerza, cabrón.

Las apretujé casi con violencia, pellizcando sus erectos pezones. Levantó entonces la pelvis y con un hábil movimiento, ayudándose solo un momento de la mano, colocó mi glande en la entrada de su coño y ella misma se ensartó hasta el fondo, hasta lo más profundo, gimiendo de puro placer al notar mi carne atravesando su lubricado conducto.

—¡¡Ah!! ¡¡Ahh!! ¡¡Ahhh!!

Comenzó entonces a moverse, de adelante hacia atrás, arriba y abajo e incluso de manera circular, produciéndome el placer más inmenso de mi vida y disfrutando ella también de manera más que visible.

—No me sueltes las tetas, joder, apriétalas. ¡Destrózame!

—¡Ahhh! ¡Ahhhh! ¡Ohhhhahhhh!

Empezó a hacer pequeños saltitos encima de mí, calculando a la perfección no elevarse lo suficiente como para que mi falo saliera de su interior y cayendo con todo el peso sobre mis ingles, alargando al máximo cada penetración. Era una máquina, parecía saber en cada momento cuando estaba a punto de correrme y actuaba en consecuencia, disminuyendo la velocidad, la potencia o cambiando los movimientos, era mucho mejor de cualquier fantasía que podía haber tenido.

Ahora, con mi polla hasta el fondo, me embestía hacia abajo, como intentando hundirme en el suelo, pequeños golpes, pero contundentes.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh! ¡¡Oh!!

—Chris, sobrino —comenzó a decir en un susurro, exhausta y con la respiración disparada—. Tengo que decirte algo… no aguanto más, te tienes que correr ya.

Sin darme tiempo a respuesta, contorsionó su cuerpo hacia atrás con la cabeza mirando al cielo, sintiendo yo mi miembro forzado dentro de su cavidad y comenzó a moverse hacia arriba y adelante para regresar bajando y hacia atrás, repitiendo la acción cada vez más rápido, con sus tetas botando como nunca ante mis ojos.

—¡¡Ahh!! ¡¡Ahh!! ¡¡Ahhh!! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡¡Ah!! ¡¡Ahh!! ¡¡¡Ahhhhh!!!

En menos de dos minutos eyaculé, expulsando toda mi leche en un torrente incontrolable, teniendo más de media docena de espasmos y alcanzando un indescriptible orgasmo, lloriqueando incluso al expulsar las últimas gotas. Ella permaneció unos instantes sobre mí, recuperando las fuerzas y la respiración para salir finalmente y tumbarse a mi lado. Mirándome a los ojos me dijo:

—Yo también me he corrido.

Estábamos tan agotados que apenas podíamos hablar, yo volví a controlar las inmediaciones para asegurarme de que nadie nos hubiera visto.

—Te amo —dije, esta vez, patéticamente en serio.

—Nunca volverá a pasar, y nunca volverán a follarte así.