Sobre un pueblo (5)

Historia de un pueblo fundado en el siglo XIX en el que los limites del sexo parecen no estar tan definidos. Una sociedad cuya base más firme parecen ser el sexo y la familia.

Se acercaron a una esquina y rápidamente Brianda se arrodilló para quedar frente a frente ante el bulto que la erecta verga de Claudio formaba. Desabrochó el cinturón, bajó el cierre y jaló el pantalón de Claudio con todo y calzoncillo, quedando ante ella el ansioso pene de su primo. Brianda comenzó lamiéndolo, de la punta a los testículos en donde de pronto se quedaba un rato, chupando los huevos de su primo que se sentía en las nubes. La muchacha devoró suave y delicadamente aquella verga, tragándose casi por completo los dieciocho centímetros de verga que Claudio poseía.

Era esa la única forma, por el momento, en que Brianda podía apaciguar la desesperación del deseo de follar que ambos compartían. Pero debían ser pacientes; hasta que Brianda no cumpliera los diecisiete años y hasta que su padre no decidiera romper su virginidad, lo cual esperaba que fuera lo más pronto posible, no podía ni quería hacerlo, por respeto a la tradición de aquel pueblo que tanto amaba. Claudio se conformaba por lo pronto con aquello mientras empujaba la cabeza de su prima suavemente hacia su verga; la boca de la muchacha era suave, fresca y dulce y su lengua masajeaba lentamente cada centímetro cuadrado de aquella verga. El muchacho disfrutaba cada segundo mientras Brianda iba experimentando y perfeccionando el arte del sexo oral.

En su casa, mientras tanto, sus padres y Carolina disfrutaban de un trió maravilloso. Patricia se encontraba sobre Carolina en un magnifico sesenta y nueve que ambas disfrutaban, mientras la verga del alcalde salía y entraba con encanto del dilatado esfínter de Patricia. La espalda de Patricia se doblaba constantemente cada que recibía una fuerte embestida de su esposo y transmitía ese placer a Carolina a través de sus labios que masajeaban la vulva de la chinita. La verga del alcalde disfrutaba el delicioso culo de Patricia y, tras varios minutos, dejo ir un buen chorro de leche sobre el recto de aquella preciosa mujer que se retorció de placer al sentir aquel líquido caliente en sus entrañas. Se mantuvieron un momento así, disfrutando apasionados las ultimas embestidas; el alcalde sacó su verga y unos segundos después, en un sesenta y nueve con los papeles invertidos, recibió el culo ansioso de su otra mujer. Carolina chupaba el clítoris de Patricia mientras ofrecía su culito, mucho más estrecho que el de Patricia, a un feliz marido que se deshizo ante la belleza de aquel orificio y comenzó a besarlo. La lengua del alcalde Gonzalo ayudó un poco en dilatar lo más posible el culito de Carolina y, cuando lo creyó conveniente, comenzó a abrirse paso a través de aquel esfínter que aparentemente no podría recibir aquella verga y que, sin embargo, termino por engullirla toda hasta se alojó en su recto. Gonzalo inició un lento bombeo que para la chinita significaba en un ligero dolor que iba convirtiéndose en un desenfrenado placer. El alcalde aceleró mientras los gemidos de Carolina interrumpían sus besuqueos sobre el coño de Patricia que jugaba con sus dedos el semen que fluía de su propio culo recién follado.

En el salón de cómputo, Brianda continuaba mamando la verga de su primo mientras este acariciaba los cabellos ondulados de la muchacha que jugueteaba con su lengua alrededor del glande del muchacho. De vez en cuando bajaba su dulce boca a los testículos del muchacho y les lanzaba algunos lengüeteos; regresaba lamiendo cada centímetro de aquel pene hasta volverse a tragar lo más que podía de aquella verga.

En casa, el alcalde dio las últimas embestidas sobre Carolina y, clavando su verga hasta el recto de la chinita, eyaculó dejando caer sus cálidos fluidos que Carolina disfrutaba. Se mantuvieron un rato así hasta que el alcalde Gonzalo dio cuenta de la hora que era y se puso de pie inmediatamente, pues tenía que ir a trabajar.

Entró al baño y en unos cuantos minutos se dio una rápida ducha para después vestirse. Se despidió de sus esposas a lo lejos pues estas aun continuaban provocándose orgasmos en un sesenta y nueve que siempre disfrutaban.

  • Por cierto – alcanzó a decir Patricia

  • Dime – dijo su esposo

  • Hoy es viernes, hoy llega Jimena – le recordó, refiriéndose a la mayor de sus hijas que estudiaba en una universidad de una ciudad cercana.

También su hija, Brianda, terminaba en aquel momento de saborear el caliente semen que su primo había descargado en su boca mientras el muchacho se guardaba su aun erecta verga ante el inminente riesgo de ser vistos. Salieron rápidamente, a tiempo para pasar desapercibidos.

Pasaron las horas y el alcalde ya iba de salida del horario matutino; no siempre se presentaba en la tarde pero aquel día tenía una reunión y regresaría después. En la escuela, Brianda terminaba sus clases y caminaba junto a su prima, Liliana. Liliana era un asunto a parte que requería un repaso de su biografía para comprender como un cuerpo tan fenomenal como el suyo podía tener un rostro no tan agraciado.

Liliana siempre había sido algo fea, tenía unos ojos grandes y saltones y una nariz larga y mal moldeada que le daban un aspecto de idiota que marco su niñez y su adolescencia. Sabiendo que su atractivo no podría nunca depender de la belleza, la pobre muchacha tuvo que superar su depresión convirtiéndola en una motivación que alimentaba con una frase que volvió suya: "no debo ser bonita para ser atractiva". Liliana comenzó a hacer ejercicio con una disciplina y un orden casi científico e hizo del gimnasio su segundo hogar, el resultado: un cuerpo y una silueta tan sensuales que no parecían tener igual. La muchacha, a sus diecisiete años ya ni siquiera era tan fea como en su niñez, pero ahora su cuerpo era tan perfecto que era inevitable compararlo con su rostro imperfecto. De modo que la muchacha se volvió codiciada por todos los hombres y descubrió en el sexo el mejor de sus hobbies. Había algo en especial que le gustaba a Liliana, que para entonces ya tenía fama de ser una verdadera puta, y que se tomaba la molestia en organizar: orgias.

  • Créeme Brianda – decía con ánimo Liliana – cuando dejes de ser virgen te invitaré a una orgia con los primos; estoy segura que te encantara.

  • No se – dudaba Brianda – quizás no me gusten tanto como a ti.

Liliana no insistía más, pero sonreía ante la seguridad de que todos, absolutamente todos, podían volverse adictos al sexo colectivo. Llegaron a casa de Liliana, más cercana a la escuela, y Brianda continuó hacia la suya seguido del resto de sus hermanos. Al entrar a su casa Liliana se encontró con su padre que cocinaba chuletas de cerdo.

  • ¿No tienes hambre, hija? – preguntó el hombre

  • Si, pero primero me bañaré, ¿dónde están todos? – preguntó la muchacha

  • En la casa de Paulina – respondió el hombre, refiriéndose a su otra esposa, tenía dos al igual que el alcalde y cada familia vivía en casas distintas dentro del mismo terreno; cosa normal en aquel pueblo.

La muchacha sonrió de pronto, con una mirada pervertida provocada por la repentina sensación excitante de saberse a solas con su padre. Bajó lentamente las escaleras mientras su padre apilaba las últimas chuletas de cerdo sobre un platón; el hombre sintió de pronto los brazos de su querida hija enrollados sobre su abdomen.

  • ¿No podrías estar un rato conmigo? – dijo con una tierna voz la muchacha – En mi cuarto.

Le verga del hombre reaccionó inmediatamente ante aquella idea, volteó y abrazó a su querida hija. Bajó sus manos y acarició suavemente las voluminosas y perfectamente redondas nalgas de la muchacha y, lanzándole palmaditas en el culo, aceptó aquella invitación.

  • Esta bien hija – nada más permíteme y les llevo estas chuletas al jardín, me andan esperando.

  • Si papi – dijo sonriendo la muchacha cuya hermosa silueta subía apresuradamente las escaleras – te espero aquí arriba.

El hombre, que era hermano del alcalde y se llamaba Santiago, salió al jardín de su casa, donde todos lo esperaban hambrientos. En su cuarto, por mientras, Liliana ya comenzaba a mojarse de solo saber que su padre la penetraría en breve y no podía decidir si esperarlo sobre la cama completamente desnuda o si permitir que fuera su padre quien la desvistiera. Optó por la segunda opción y, al ver por la ventana a su padre acercarse.

En casa del alcalde Gonzalo la comida estaba puesta; de pronto, acordándose, preguntó por su hija Jimena que supuestamente ya habría llegado.

  • Así es – respondió Patricia – ya llegó, pero apenas comió subió con mi hermano Rafael como una desesperada.

  • Me imagino – comprendió el alcalde – es lo difícil de estar toda la semana fuera.

Efectivamente, Jimena follaba con su tío en su cuarto de forma desenfrenada. La desventaja de estudiar fuera era no poder practicar relaciones sexuales durante cinco días, de modo que Jimena aprovechaba al máximo los fines de semana para desestresarse. Era una muchacha muy linda, idéntica a su madre en los rasgos hindúes, los ojos negros y preciosos, y el cabello liso y largo adornando un cuerpecito esbelto pero con unas curvas que le daban una sensualidad irreprochable. Tenía diecinueve años y cabalgaba en aquel momento a su tío de veintidós que disfrutaba divertido la desesperada forma en que la muchacha follaba.

  • Bueno, bueno – bromeó Rafael – Una cosa es que te urja coger pero pareces conejita.

  • ¡Ay tío! – exclamó la muchacha, sin dejar de saltar sobre aquella verga – No se imagina lo que es no poder hacerlo más que tres días a la semana; compréndame.

El mojado coño de Jimena se deslizaba con facilidad en los veinte centímetros de verga en los que se clavaba con urgencia. Las redondas y preciosas nalgas de la chica parecían ayudarle en aquella dura tarea de saltar mientras sus tetas redondas bailoteaban por los aires. Gemía como una verdadera putita mientras el sudor abrillantaba el color cobrizo de su piel.

En casa de su prima Liliana también comenzaba una sesión de sexo; el padre de Liliana abrió la puerta del cuarto de su hija solo para encontrar a la muchacha sobre su cama, ofreciendo su culo a su padre en un pantalón de mezclilla tan justo que parecía a punto de romperse ante el enorme culo que poseía y que había cultivado con horas de ejercicio. El hombre se acercó hasta la cama y de inmediato sus manos buscaron desabrochar aquel pantalón; tras eso, poco a poco sus manos fueron descendiendo mientras el pantalón de mezclilla desaparecía para dar lugar a una tanguita verde que permitía vislumbrar lo maravilloso de aquel culo.