Sobre mi pecho
Dos hombres, una pena, y el deseo de amarse con el cuerpo y el alma.
Sobre mi pecho
¿Que te trajo hasta mi bar? El destino, sin duda. Creo firmemente que todo tiene un por qué, y en algún lado debía estar escrito que cruzases el umbral de mi local y así entraras en mi vida.
Apenas te vi me llamaron la atención tus ojos llorosos, tu voz apagada, tu aspecto abatido que hacía juego con los colores oscuros de la noche. Por eso no me sorprendió cuando me pediste whisky, seguramente con toda la intención de ahogar en el licor las penas que te estrujaban el alma.
Llevo años en este negocio, y he visto casi todas las emociones humanas: la alegría de los encuentros, el dolor de las despedidas, la melancolía de los recuerdos, la euforia del triunfo, la desazón de la derrota, la amargura del fracaso. Pero no puedo acostumbrarme a la tristeza de los borrachos. Es como si el alcohol desnudara el alma, y dejase al descubierto las heridas que la desgarran y causan un dolor infinito a su dueño. Por eso me conmovieron tu mirada perdida y esas lágrimas furtivas que tu mano limpiaba mecánicamente.
Las horas se escaparon una a una y poco a poco todos los parroquianos se fueron, dejándote solo en mi salón vacío. De nada valió mi rutina diaria que invita a la partida: acomodar las sillas, bajar las cortinas metálicas, apagar las luces. No acusabas recibo, y no tuve más remedio que acercarme a tu mesa para decirte que iba a cerrar. Entonces me miraste como quien no ve, perdido en un mundo melancólico saturado de whisky.
" Lo siento, pero voy a cerrar ."
" Sí, sí, entiendo . . . ¿Cuánto te debo? .".
" Ya te traigo la cuenta .".
Volví con el papelito de tu deuda y un café cargado para disipar la bruma de tu borrachera.
" Gentileza de la casa " te dije, y me miraste con esos ojos tiernos de niño dolido mientras balbuceabas un gracias entrecortado. Y entonces, lo inevitable. Entre sorbo y sorbo descargaste tu pena, y me contaste una historia triste de desengaños y un amor perdido. Y cuando el dolor te superó, la voz se ahogó en tu garganta y gruesos lagrimones rodaron por tus mejillas hasta acumularse en la comisura de tu boca y en la punta de tu nariz respingada.
Eso fue demasiado. No puedo ver llorar a un hombre. Creo que ningún hombre puede, y estoy seguro que esa tontería de "los hombres no lloran" lo inventaron otros hombres que no saben que hacer ante las lágrimas de sus congéneres. La verdad es que yo tampoco sabía que hacer en ese momento, y dejé que mi corazón me guiara. Por eso te abracé muy fuerte, y puse tu cabeza sobre mi hombro mientras tratabas de sofocar los sollozos que te sacudían entero. Después, cuando por fin se calmó el llanto incontenible que vino para aliviar tu sufrimiento, tomé tu rostro entre mis manos y lo acaricié tiernamente, y luego me animé a besar tus mejillas por las que todavía brillaban una lágrimas saladas.
Fue un roce. Mis labios apenas tocaron los tuyos sin querer, y lo que fue un contacto accidental se convirtió en un beso dulce y prolongado. Pero no me parecía justo aprovecharme de la situación. " Estás borracho " te recordé, tratando de ser honesto con los dos. " No " me respondiste negando con la cabeza mientras sonreías por primera vez. " Estoy lastimado, y necesito toda esta ternura ".
Después . . . ¡Qué puedo contar! En mi piel todavía está presente el calor de tus besos, la suavidad de tus caricias, la dulzura de tus mimos. En mi cuerpo aún late la presencia de tu miembro exquisito enloqueciéndome de placer, llenándome las entrañas con su jugo espeso y blanquecino. En mis oídos resuenan tus jadeos entrecortados, tus quejidos de gozo, tus gritos ahogados en medio de tus corridas copiosas. No importó el suelo duro, el mantel tendido como único lecho, el mobiliario extraño. Solamente importábamos nosotros, hambrientos de ternura, de placer. Por unas horas nos olvidamos del ayer y del mañana, y cada uno dio al otro lo mejor que tenía para gratificar el cuerpo y reconfortar el alma.
Y ahora, cuando la noche ya es historia y el sol del amanecer se cuela por las rendijas de la puerta, no puedo evitar preguntarme ¿Qué va a pasar cuando te despiertes? Tal vez te quedes, tal vez te vayas. No lo sé. Dejemos que el destino que te trajo aquí lo decida. Sólo me importa saber que te tengo aquí conmigo, dormido al abrigo de mis brazos.
Dormido, como un niño tierno.
Dormido, sobre mi pecho.