Sobre locos y locuras

No hay historias mas sórdidas que las de sadismo. Esta solo trata de ser algo mas que locura humana. Y lo peor que puede ser cierta.

De locos y Locuras

No hay historias de sexo más sórdidas que las de sadismo. Esta solo trata de se ser algo mas de locura humana. Y lo peor que puede ser cierta.

"La policía desconcertada" rezaba el titular del diario. Mas abajo, relataba que no tenía pistas sobre el asesino serial. Enumeraba los diez casos anteriores al último secuestro, donde las víctimas, luego de un tiempo, aparecían mutiladas de forma aterradora.

La undécima víctima se llamaba Marisol. Había desaparecido el último jueves, por la tarde, al regresar del colegio. De dieciséis años, elogiada por todos los medios de comunicación como una estudiante brillante, por sus compañeras como la mejor amiga, por sus padres, como la mas dulce y tierna de las hijas. Por los retratos, podía apreciarse como una menudita chica común y corriente, sin ningún signo distintivo a las demás.

El porqué de cómo había sido elegida, era otro de los misterios.

Roberto, tras dejar a sus dos hijos adolescentes en casa de su madre, se dirigía hacia su propio hogar en su coche, escuchando las noticias por la radio. El tema que escuchaba le resultaba conocido. Una sonrisa involuntaria cubrió su rostro. Nunca pensó en ser el centro de tanta atención, pero era como un juego de niños, donde el era el único buscado.

La residencia donde vivía, un caserón de principios del siglo pasado, que al ser herencia familiar, fue lo único que retuvo tras el divorcio.

Al entrar, rápidamente se dirigió al húmedo sótano, donde Marisol se hallaba amordazada y encadenada a una cama. Tras dos días de estar desnuda, sin comida y sin bebida, y fundamentalmente, sin visitar un baño, la escalofriante habitación hedía. Con una manguera de presión barrió los pocos excrementos del suelo. Se detuvo a verla. Se veía tan pequeña y desvalida. Con los ojos vendados, su largo pelo revuelto y sucio, su palidez extrema. Aún no la había tocado, era una especie de virgen sublime.

Saliendo del sótano, y al subir las escaleras, iba diagramando en su mente lo que gozaría con ella. De descambió metódicamente, como hacia todas sus cosas. Mañana, domingo, sería el comienzo.

Pero cuando el sueño comenzó a ser acto de presencia, recordó a su primera niña. Hija de un colega, el cual vivía cerca de su casa, a la cual había visto prácticamente crecer. Su sexo impúber, sus senitos apenas florecientes. La deseo durante mucho tiempo, hasta que un día hizo su sueño realidad.

Se despertó con la luz del sol. El día era largo pero debía aprovecharlo. En su cabeza todavía rondaban los sueños de la noche pasada. Todas sus niñas bailaban con él, hermosas, ideales.

Preparó un suculento desayuno para dos. Arregló con algunas rosas de su jardín una bandeja de plata, allí lo dispuso todo y bajó a ver a su sirenita.

-Marisol, voy a desatarte, sacarte la venda y la mordaza, quiero que te quedes quieta y callada, ¿comprendes?- A lo que la adolescente contestó con un signo afirmativo con la cabeza.

-Muy bien mi niña.- Dijo el, cumpliendo con lo dicho. Marisol restregó sus ojitos color miel, y con gesto aterrorizado vio por segunda vez a su captor.

Ofrecida la comida, Marisol bebió y comió apresuradamente, tocando él solo algún bocado. Una vez finalizado el acto del desayuno, el, dulcemente la condujo hasta un viejo caballete de madera, recostando el pequeño torso de Marisol contra la áspera madera. Ató sus muñecas a las patas del caballete, y en sus piernas ató un largo palo de madera, quedando a su total merced. Lentamente pasó su dedo índice por la comisura de la vagina, se adentró solo unos milímetros recorriéndola toda a su largo, deleitándose más a cada segundo.

Le llamó la atención que Marisol, no digiera palabra, no se resistiera, ni siquiera se moviera. Decidió forzar la situación. Metiendo el dedo más adentro, hurgando, buscando el himen, el cual a veces, en sus otras capturas, había pensado en acariciar. Lentamente se fue adentrando cada vez mas, buscando, palpando, gozando. Hasta que sus nudillos chocaron con los labios externos de su vulva.

Al darse cuenta de lo que ello significaba, retiró la mano, no viendo vestigio de sangre, confirmó la peor de las sorpresas.

Enfurecido, y con todas sus fuerzas, le aplicó un puñetazo a la altura del riñón, arrojándola a ella y caballete todo al suelo.

Dio media vuelta y subió corriendo las escaleras. No podía ser, esa maltita muchacha lo había engañado. Tan pequeña, tan dulce, tan inocente. Ella no era virgen, no era merecedora de su amor.

Por que las amaba, a su manera, aunque otros no lo comprendieran. El las amaba más que a la vida. Vivía pensando en ellas, en todas, en las pasadas y en las por venir. Recordaba a la perfección cada pequeño momento con todas. Cada temblor, cada estremecimiento, cada aullido de dolor. Besos dulces con sabor a lágrimas.

Y esta maldita chiquilla lo había engatusado. Se sintió el hombre más estúpido del mundo. Dejarse traicionar por una torpe niña.

Se tranquilizó un poco y trato de razonar como seguir. Se aprovecharía de ese pequeño cuerpo hasta el hartazgo, para luego deshacerse de el.

La encontró tirada en el suelo, en una postura sumamente incómoda, pero inmóvil. Su cara se encontraba tapada por sus pelos. Los separó delicadamente, para encontrarse con en seño duro e inexpresivo.¿.Lo estaría desafiando?

Apretó bruscamente el pezón de su tetita izquierda aumentando cada vez más la presión, estrujándolo, exprimiéndolo. Las facciones de Marisol se endurecieron, los ojos cerrados con fuerza, la boca muy apretada, pero nada más. Duplico el suplicio aplicado el mismo tratamiento a su otro seno. Nada varió.

Decidió penetrarla, acomodándola nuevamente de pie sobre el caballete. Así, su vagina ofrecida, le resultaría muy fácil. Pero no cantaba con un problema. Sacado de sí mismo, no se percató de su falta de erección. Mil veces maldita niña. Jamás había tenido un problema semejante. El las dominaba, las poseía a su antojo.

Castigarla, esa era la solución. No le gustaban los estereotipos vanos de látigos y cadenas. Le encantaban el contacto de piel a piel, la cercanía, oler el miedo. Eso era lo mejor.

Con la palma abierta, la golpeaba en las nalgas, con la otra mano tiraba sus cabellos. De su boca salían las obscenidades mas violentas. Poco a poco su hombría fue creciendo, mas cuando llegó al tope, se acomodó con torpeza, y de un solo movimiento de cadera, la empujó hasta el tope.

Por un momento se quedó quieto, como sopesando la situación. No había manera que arrancarle un gemido. La penetración fue dolorosa. Si lubricación, a ella debería de haberle dolido mucho mas.

Pero en ese instante no le importaba, lentamente fue moviéndose, gozando de aquella cavidad caliente y estrecha. Aceleró el ritmo, y en menos de un minuto, se derramó. Descanso su peso sobre ella, hasta que sus sexos se separaron.

Encendió un equipo de audio, el sonido era atronador, y escuchó con detenimiento los primeros acordes de música clásica. Era sin dudas lo mejor. No esas sonatas dulzonas y vanas, sino las altas notas de paroxismo musical. Y para ello, indudablemente Wagner era superior.

Su ánimo cambió. Olvidándose del lugar y la situación donde se encontraba, y se transportó hacia algún lugar imaginario. El término del primer movimiento lo devolvió al presente.

Descansaría por un rato, para luego volver a tomarla. El juego final, el más preciado, sobrevendría mas tarde.

Tomó el cuchillo de caza, aserrado en el filo superior. Solamente lo cortaría los pezones, en forma circular como a el le gustaba. ¡Y la vagina, falta más! No merecía ninguna atención especial.

La desató, y tirándole de los cabellos la llevó hasta la cama. Encadenó un tobillo y la ubicó como para poseerla de manera tradicional. Quería verla la cara cuando la penetrara, cuando vaciara su semilla en su interior.

Ella se dejaba hacer sin oponer resistencia, como si ya estuviera muerta. En realidad le falta poco tiempo para estarlo. Su vista esta fija en sus ojos, los que miran como sin ver, vacíos.

-Maldita- Comenzó a decir mientas con su mano izquierda la tomaba de ambas muñecas llevándolas por encima de la cabeza y con la otra ubicaba el cuchillo debajo de la almohada –¿Es que nunca reaccionas a nada? Se sorprendió a si mismo hablándole.

Como respuesta, Marisol, delicadamente comenzó a acariciarle el escroto con una rodilla. Al darse cuenta de que en vez de golpearlo en su descuido, esta lo estimulaba, descubrió que a la casi niña lo que le gustaba era el sexo.

Porqué no aprovechar el momento entonces. Dejó libres sus manos, y estas fueron llegando a su miembro, lo tomaron, lo mimaron, y comenzaron el vaivén típico.

El sabía de su corta retención, así que retiró las manos ajenas, y comenzó a ubicarse para penetrarla.

-No, por ahí no, por acá.- Habló por primera vez Marisol, señalándose su entrada posterior.

Flor de prostituta era esa chica. Pero, aunque no fuera de su gusto, y nunca hubiera penetrado a nadie por le ano, decidió darle el gusto. La giró para ponerla de espaldas a si mismo, ¡era tan fácil mover a ese cuerpo tan menudo!

Quedó el de rodillas, y con sus manos fue levantando las caderas de Marisol, hasta quedar a la altura apropiada. Abrió un cachete con una mano, mientras que con la otra, guiaba a su pene hacia la entrada. Pero este no cedía.

-¡Maldita perra! Relájate o no podré entrar.- Dicho esto, trató en vano de avanzar cuanto Marisol giró con velocidad, esgrimiendo la daga asesina, para incrustarla en el flanco descubierto de Roberto.

Este abrió desmesuradamente los ojos, y sin emitir sonido, aún de rodillas, observó como ella la retiraba, lentamente, y mirándolo a los ojos, tomo su pequeño pene y lo cortó. Pocos minutos tardó en morir, siendo visto atentamente por Marisol. Y murió pensando que ni en ese momento la muchacha demostraba gesto de emoción.

Marisol, con ayuda del cuchillo, pudo liberarse. Subió a la casa, y calmamente se duchó en un baño. Se vistió con las mismas ropas con las que fue secuestrada.

Y sin mostrar emoción, empezó a caminar hacia su casa. A sus espaldas, sin saberlo, la música en el oscuro sótano cesaba.