Sobre la mesa de comedor...
Relato de como mi amante me regaló un show masturbándose para mí sobre su mesa de comedor...
Al entrar a su edificio de apartamentos siempre revisaba todos los pasillos, evitando cualquier testigo que pudiera delatarnos. Caminaba rápidamente pero sin hacer ruido, subiendo esa escalera hasta el segundo piso, abría la puerta con mucho cuidado y después de echar una mirada hacia todas las puertas, me dirigía a la de ella raudo. Tocaba y ella me abría prontamente y me hacía entrar, antes de cerrar, ella sacaba su cabeza y volvía a comprobar que el pasillo estaba libre de testigos.
Gajes del oficio de los amantes, pero que llenaban de emoción la relación. Vivir en lo prohibido, arriesgando todo en un instante. Era increíble lo que nos hacía sentir.
Hoy al entrar la encontré en su bata negra de seda, esperándome ansiosa. Nuestras bocas se encontraron y se llenaron la una de la otra, nuestras lenguas recorriendo todo el espacio posible, lamiendo y dejándose lamer. Nuestra respiración ya agitada comenzaba a convertirse en suspiros. Sentí sus manos buscar mis botones y abrir mi camisa, mi pecho sintió la punta de sus dedos y parecían pequeñas brasas que quemaban de la ganas contenidas.
Pero hoy, yo quería algo más, algo diferente. Y la detuve. La miré a los ojos y pregunté
-“ Me complacerías con algo?”
Ella un poco confundida me dijo rápidamente
-“ Lo que quieras, soy tuya y lo sabes”
La tomé de la mano y caminé hacia el comedor. Era un apartamento de dos cuartos, no muy grande y el comedor quedaba apenas entrabas y pasabas el pasillo, frente a la cocina. Solo lo separaba de la cocina el mostrador.
En el centro del comedor estaba su mesa. Era más alta que una mesa normal, de esas que llaman tamaño counter, era marrón con cuatro puestos. Uno para cada miembro de su familia, ella, su esposo y sus dos hijos.
La acerqué a la mesa y la volví a besar, profundo, sacando un par de suspiros más. Y le dije.
-“ hoy quiero que me regales un show, quiero que sobre esa mesa te masturbes frente a mi, mostrándome todo”
Sus ojos se abrieron al máximo, ella nunca había hecho algo así, sus labios comenzaron a musitar alguna excusa cuando mi beso la silenció. Mis labios volvían a encender ese deseo guardado que vivía dentro de su alma.
Y sin decir mas, me aparté, jalé el sillón de la sala y me senté frente a la mesa de comedor esperando mi show.
Ella quedó allí, frente a mi, un poco dubitativa pero con la malicia en sus ojos, ya se asomaba esa mujer sexual que yo había formado y a la que estos momentos la hacían feliz.
Sin decir nada se fue hacia su cuarto, yo me quedé en el sillón esperando su próximo paso. Cuando de repente sentí la música llenar el apartamento, era una música suave, romántica. Las luces del pasillo se apagaron y solo quedaba la luz que entraba por las cortinas de la sala, el apartamento quedó en medio de penumbras pero una vez que mis ojos se adaptaron a esto, todo era visible.
Ella salió de su cuarto, cubierta por la sabana de su cama, la traía como una capa cubriendo desde sus hombros hasta sus piernas. Suavemente caminó frente a mi y se me acercó, me besó con un beso pasional. Se me paró todo. Ella era la única mujer del universo que cubierta completamente con una sábana se veia sensual.
Al parar el beso me dijo.
-“ Solo quiero que recuerdes esto, que siempre haré todo para ti”
Y se dio media vuelta y se subió a la mesa. Sentada al borde, dejó caer la sabana y alli la pude ver que estaba completamente desnuda. Ella echó sus brazos hacia atrás apoyándolos en la mesa y sus senos saltaron con el movimiento, esos senos redondos, hermosos de piel tersa y pezones marrones. Los pezones estaban erectos ya, por la excitación de la situación, la aureola recogida y concéntrica alrededor del pezon. Esa piel bastante corrugada y más oscura de lo normal por la sangre que hervía dentro de ella.
Bajo esos senos venía su abdomen plano, marcado muy sensual. Seguí bajando con la mirada y me encontré su ombligo, hermoso y desafiante, cuantas veces mis labios habían dejado miles de besos en ese ombligo, pero hoy estaba aún más radiante.
Bajo su ombligo venía su cicatriz, esa cicatriz que marcaba su maternidad pero que se mostraba como una frontera entre el cariño y el placer. Debajo de esa marca lo que venía era celestial.
Unos centímetros bajo la cicatriz, comenzaba su monte de vellos, la muestra más grande de que me pertenecía, algo que sólo mantenía por mi y a mi me encantaba. Sus vellos negros, lisos cubriendo todo su pubis, arropando su sexo con una manta de sexualidad y allí en todo el centro, su sexo.
Su vagina era hermosa de contemplar, algo que ella nunca me creía, sus labios mayores eran gordos y estaban cubiertos por vellos negros, al abrirse un poco sus labios menores eran visibles. Siempre uno primero que el otro, ese labio que era más largo era su firma única, era su distintivo. Ese labio más largo salía y se curvaba un poco hacia afuera, mostrándome la diferencia de colores entre afuera y adentro. Afuera eran de color más oscuro y una piel mas corrugada. Adentro era un rosa fuerte, casi color sangre, y la piel era tersa, lisa y ahora brillando por la lubricación que ya tenia.
Ella abrió las piernas aún más y comenzó a acariciar sus senos, los levantaba y llevaba sus dedos hasta los pezones. Y allí se pellizcaba en la punta. Luego se metía los dedos a la boca y los llenaba de saliva y volvía a acariciar los pezones. Esto hizo que sus pezones se pusieran más duros. Y la aureola se contrajo todavía más. Ella seguía acariciando sus pechos. Le estaba gustando y yo disfrutando de ese show.
Mientras seguía tocando sus senos con la punta de sus dedos, levantó los pies y los puso sobre la mesa, eso hizo que sus caderas se levantaran más y su vagina quedara mas expuesta, mostrándome ya los hilos de jugos que salían, estaba muy excitada.
Levanté mi mirada de su sexo y pude darme cuenta que ahora se estaba llevando sus senos a la boca, los estiraba hasta que el pezon llegaba a sus labios y allí sacaba su lengua para lamerlo todo. Eso era especial. Algo que solo hacía para mí. Se paseaba de un pezon al otro. Lamiendo y apretando con sus manos. Solo paraba para soltar un suspiro y seguía con sus caricias.
Ahora sus dedos comenzaron a bajar por su abdomen, mientras una mano se quedaba aún sobre sus senos. La mano que bajaba lentamente recorría toda la piel de su vientre provocando aún mas excitación en sus poros. Los gemidos ahora eran mas fuertes. Sus dos manos no eran suficientes para cubrir la extensión de su cuerpo. Ella seguía bajando con su mano hasta entrar en la selva de sus vellos, los jalaba hacia arriba así como yo le hacía, y luego los aplanaba con su palma.
Su mano en los senos seguía aprisionando sus pezones uno a uno, alternando, ya estaban casi morados de la erección que tenían. Eran un espectáculo. La otra mano seguía abriendo surcos sobre los vellos, hasta que al fin llegó al borde de su vagina. Ese punto en donde el pubis se convierte en sexo. Al tocar allí un pequeño “ahhh” salió de su garganta, y su cabeza se echó aún más hacia atrás.
En ese momento ella detuvo las caricias en los senos, acomodó mejor su trasero en la mesa, abrió aún más la piernas y levantó su rostro. Nuestros ojos se encontraron y pude ver toda la lujuria que emitían los de ella, fijamente mantuvo la mirada y me dijo: “esto es sólo para ti, por que te pertenezco completamente “
No terminó de decir eso cuando su espalda tocó la mesa y sus manos se encontraron sobre su sexo, y cada una abrió esos labios vaginales hacia un lado. La imagen era fantástica. Su vagina abierta frente a mi, empapada, rosada, brillante de la excitación. Sus manos seguían jalando los vellos hacia afuera para lograr abrir completamente su sexo. Y ahora eran los labios menores los que se abrían ante mi. Esos labios que tantas veces había besado, allí expuestos completamente frente a mi.
Ella estaba disfrutando esta experiencia, en sus gemidos y gestos lo demostraba. Sus manos ahora recorrieron su sexo de arriba a abajo, acariciando los bordes de la empapada vagina. Los jugos comenzaban a caer sobre la mesa después de pasar por sus nalgas. Era un diluvio.
Su mano derecha se colocó sobre su clitoris que y había salido a jugar mientras la izquierda se ubicó sobre la entrada de la vagina y dos de sus dedos la penetraron de un solo. Era tanta la humedad que prontamente un tercer dedo les hizo compañía.
Tres dedos dentro de ella y su otra mano rozando su clitoris a una velocidad desenfrenada, no iba a durar mucho. Sus gritos llenaban el apartamento. Eran una mezcla de súplicas y demostraciones de amor.
-“ esto es para ti mi amor”
-“ que deliciaaaaa”
-“ soy tuya, mirameeee”
Ella seguía metiendo y sacando los dedos de su encharcado sexo, haciendo un ruido delicioso, sus vellos estaban sumergidos en sus jugos, la mesa era un pantano de placer, su cabeza hacia atrás, su cuello tensado, su clitoris hinchado de las ganas y de las caricias fulgurantes de su mano.
Era la masturbación más hipnótica que había presenciado. Ya el orgasmo se veía venir. Sus nalgas elevadas, sólo apoyada con su espalda que ya había caído completamente sobre la mesa. Su vagina abierta y con esos dedos adentro que seguían achicando los jugos que no paraban de salir, el ritmo era infernal.
De repente su espalda se crispó aún más y un grito profundo salió de su garganta, “yaaaaaaaaa tomaloooooooo” mientras que su vagina comenzó a disparar chorros que se estrellaban sobre la palma de su mano. Ella temblaba sobre la mesa. Levantando la espalda aún más y luego dejándola caer. Comencé a preocuparme por la mesa, que no fuera a aguantar tanto movimiento. Ella no paraba de temblar, era un orgasmo interminable, sus manos seguían sobre su vagina, una acariciando el clitoris, la otra aun dentro de ella.
Duró mas de un minuto convulsionando de placer, hasta que de repente cayó fulminada sobre la mesa. Al retirar los dedos de su vagina, un chorro salió y terminó de caer sobre la el charco que había en la mesa. Sus nalgas empapadas. Era un caos sexual. Pero ella estaba feliz.
Lentamente se levantó, se sentó al borde de la mesa y me miró con esos ojos tiernos y preguntó: “te gustó?”
Yo me levanté del sillón, me acerqué a ella y la besé suavemente, muy tiernamente, como amaba yo a esa mujer, la tomé de la mano y la ayude a bajar, ella se viró a mirar la mesa y un grito de estupor salió de su boca: “ noooooo, que desastre hice por Dios”. Yo me reí y solo le dije, “de ahora en adelante cada vez que te sientes a comer te vas a acordar de mi”