Sobre Jose y lo que nos gustaba V

La resaca me obligó a dormir una siesta en aquella casa con la única compañía del hermano menor de Jose, Nacho.

Al llegar a la puerta de su casa llamamos al timbre, con mejor resultado que la vez anterior, una mujer de unos 45 años abrió la puerta, debía tratarse de su madre. Jose me la presentó, así era. Estaba terminando de hacer la comida, y tras algo  de conversación y poner la mesa, su padre llegó con su hermano y me los presentó casi entrando en el comedor.

Me senté a su lado, la mesa era ovalada y grande, por lo que a pesar de estar uno al lado del otro nos separaba una gran distancia. Echaba de menos la complicidad de su mirada junto a la mía y sobre todo el contacto de sus manos apoyándome. La situación era algo tensa y mi resaca no contribuía demasiado a la conversación.

Después de comer yo ya no podía más, así que me disculpé, dije que me sentía mal y necesitaba echarme un rato, y me fui a la habitación que me habían reservado. Era la habitación del hermano de Jose, Nacho. Tenía una cama nido que habían sacado y colocado junto a la principal. Era la habitación de un chico de unos trece o catorce años, llena de posters de Guns’n Roses y de películas de acción, con un pequeño escritorio y a penas sitio para entrar con las dos camas abiertas. Recogí como pude la mochila, me puse un “pijama” formado por una camiseta y un pantaloncillo de deporte y me acosté en la cama.

Aún estaba despierta cuando Jose entró en la habitación y me dijo que se iban a comprar a un Eroski, que descansara, que volverían a eso de las seis o siete, que Nacho se quedaba en casa y si necesitaba algo que seguramente estaría viendo la tele en el cuarto de estar. Me besó y se fue. Yo me quedé dormida.

Un ruido en la habitación me despertó. Estaba tan cansada que apenas podía abrir los ojos, los tenía completamente cerrados, creo que pegados por las legañas. Sorbí, la baba se me estaba cayendo y había hecho un charquito en la almohada a la que aún me abrazaba con fuerza. Supuse que era Jose en que estaba en la habitación, me estiré saliendo de las sábanas mientras preguntaba - ¿Qué hora es?.

  • Son solo las cinco, sigue durmiendo.

La voz no era la de Jose, me pareció nacho, e intenté abrir los ojos mientras seguía estirando mis brazos hacia arriba. Cuando conseguí abrirlos, la imagen fue deliciosa. Efectivamente era nacho, estaba hurgando en el armario en busca de ropa, llevaba puesto el albornoz y acababa de salir de la ducha. Me miraba boquiabierto, fijaba su mirada en mis pechos y me percaté que al estirarme las aureolas de mis pezones lindaban el borde de la camiseta y ésta se había levantado dejando al aire mi ombligo. Sin sujetador, mis pezones se marcaban de forma ostensible y fuera de las sábana refrescaba un poco, por lo que se habían endurecido y empitonado haciendo inevitable su ocultación.

Jose y yo hablábamos en ocasiones de su hermano Nacho y la conclusión que sacaba siempre era que se trataba del típico crío de 17 años, salido como el pico de una mesa y que sólo pensaba en beber y follar. Cuando al fin lo conocí, me pareció un chico tierno, con buen cuerpo, deportista, no me pareció que la imagen que Jose me había transmitido de el se correspondiera demasiado con la realidad. Pero nos habíamos reído tanto con los comentarios de Jose acerca de su hermano, que era difícil mirarle con ojos objetivos. Jose me contaba que guardaba revistas porno en su habitación, que se masturbaba casi todas las noches y que su madre se cabreaba porque lo hacía en el interior de los calcetines, lo que provocaba que alguna que otra mañana, al recoger la ropa se llevase más de una pringosa sorpresa.

Me había levantado juguetona, y Nacho era el objetivo ideal para reirme un poco de el, ponerlo nervioso y comentar con Jose lo ocurrido. En mi cabeza empecé a urdir un plan en el que Nacho terminaba nervioso y colorado por mis insinuaciones. Salí por completo de la cama y me senté, recostada sobre el cabecero de la cama, con las piernas entreabiertas y las manos recorriéndolas de arriba a abajo sin parar de mirarle.

  • Oye, Nacho, ¿Te vas a ir?
  • SI, he quedado con mis amigos, perdona que te haya despertado, nos vamos al centro, al cine.
  • Y ¿No van chicas?
  • Si, claro, alguna va.
  • ¿No hay ninguna que te guste? Tu hermano dice que estás hecho todo un galán.
  • Bueno, salgo con alguna de vez en cuando.
  • No te ates demasiado, a las chicas no gustan los chicos malotes.

Al oír salir esto de mi boca el albornoz de Nacho comenzó a abrirse a la altura de su entrepierna, a lo que el reaccionó rehaciéndose el nudo del mismo y abrochándolo a toda prisa.

  • Me tengo que ir llego tarde - Me dijo Nacho mientras abandonaba la habitación sujetando con fuerza en una mano la tela del albornoz contra su cuerpo, como si fuera a quitárselo alguien y en la otra la ropa que se iba a poner.

Cuando salió de la habitación escopetado vi caer lago al suelo. Me acerqué a la puerta y era un calcetín, al doblar la esquina dirección al pasillo, otra prenda lo decoraba, en esta ocasión sus calzoncillos. - Parece garbancito - Me dije en voz baja. Supuse que no tardaría en salir a reclamar las prendas, así que me apoyé en el pasillo, frente a la puerta del baño y con postura insinuante esperé a que la puerta se abriera con los calzoncillos y el calcetín en la mano. Después de medio minuto, la puerta no se abría y en el interior se oía un golpeo rítmico, así que pensé que se estaría masturbando sin ninguna duda. Dudé en entrar en ese momento y cortarle el rollo con la excusa de devolverle la ropa, pero decidí ser aún más mala. Me apoyé en la puerta, a escuchar el rítmico plop, plop en el interior, de vez en cuando le oía chistar y respirar hondo, yo seguía escuchando y empezaba a excitarme la escena, llevaba todo el día rondando mi orgasmo y aún seguía a dos velas. Decidí acariciarme un poco, con la oreja pegada a la puerta, mientras el plop plop se aceleraba y Nacho respiraba más y más fuerte. En un arrebato de ímpetu clavé dos de mis dedos en mi interior y me masturbé lo más rápido y fuerte que pude durante a penas cuatro o cinco segundos, notaba que iba a correrme y paraba, pasaba la palma de la mano por toda mi conchita, me secaba en los calzoncillos y volvía otra vez a perder mis dedos en mi interior y de pié, junto a la puerta volvía a taladrarme a toda velocidad, con impaciencia mientras imaginaba a Nacho, al otro lado de la puerta, sentado en la taza masturbarse pensando en mí. Iba a comenzar mi tercera embestida cuando oí que Nacho aceleraba su respiración y empezaba a gemir y rugir mientras el plop se había convertido en el ritmo de una locomotora al arrancar, sin pensarlo dos veces abrí la puerta del baño y entre.

La cara de Nacho era un poema, me miró, colorado como un tomate, estaba de pié, casi de puntillas, tenía la polla en la mano derecha y estaba masturbándose frente al espejo, sobre el lavabo y a pesar de verme, su corrida era tan inminente que no paró de masturbarse hasta que no se vació por completo. Dos o tres chorros de esperma salieron despedidos contra la loza blanca mientras yo arrojaba al bidé su ropa y salía del baño pidiendo perdón, como si mi entrada hubiera sido un accidente y yo estuviera avergonzada de lo ocurrido. Ni que decir tiene que a penas tardó un minuto en abandonar la casa sin decir ni palabra.

Y ahí estaba yo, sola, en casa de mi novio, abandonada por todos a mi suerte. Caliente e insatisfecha después de un lujurioso día de desfortunios y sin saber qué hacer por al menos una hora más. Estaba sobre todo excitada y me sobre excitaba el riesgo. Decidí desprenderme de la poca ropa que me quedaba y darme una ducha. Me sorprendió que no hubiera seguro en ninguna de las puertas, pero especialmente en el baño. Poco a poco, fija en el espejo del baño fui quitándome una a una las prendas que cubrían mi cuerpo a la vez que me acariciaba. Una vez desnuda pasé la mano por el baño y recogí entre mis dedos los restos de semen de Nacho, mientras oía el agua salir de la ducha y romper contra el fondo de la bañera. Me introduje despacio, dejando que mis pies comprobasen la temperatura del agua. Una vez dentro me dejé llevar.

El agua caía por mi rostro, se deslizaba por mi pelo y ahogaba mi respiración. Aspiraba por la boca, con dificultad, me gustaba la sensación de que me faltase el aire y de pié, bajo la ducha, mis manos recorrían mi cuerpo despacio, sin prisa, centrándose en aquello que mejor me hacía sentir. Pensé volver a masturbarme con fuerza, de hecho mis dedos rondaron mi pepitilla en dos o tres ocasiones, pero sentía profundamente el deslizar del agua caliente y eso hacía que retirase mi mano y tan solo la usase para abrir mis labios y facilitar el deslizar del agua entre ellos. En la encimera de la bañera había un bote de aceite, era loción para bebés, me encantaba su olor y hacía tanto tiempo que no la sentía sobre mi piel... Cerré el grifo y me embadurné las manos haciendo que el aceite se mezclara con las gotas de agua que quedaban sobre mi piel mojada... ¡Qué caliente me sentía!. Había perdido el control por completo.

Salí desnuda y chorreando del baño y fui directamente a la cocina. Al llegar a la puerta abrí mis brazos y piernas apoyándolas en las jambas y el dintel. Meneaba mi culo y repasaba mentalmente los armarios, los cajones... Segundo cajón de la encimera, utensilios de madera. Cogí una cuchara grande pero algo ruda, pasé mi lengua por ella  y azoté mi trasero un par de veces; no me valía. Seguí rebuscando en el cajón y encontré lo que buscaba, un mortero de suave madera de raíz, de los de tamiz, con punta y estrías. Repetí ritual, la lengua; suave, aprobado. Lo deslicé entre mis pechos, por mi vientre, mi entrepierna, con l apunta acaricié entre mis labios e ice ademán de penetrarme con el, pero la visión de la familia entrando por la puerta de la cocina me echó hacia atrás. Necesitaba un sitio más íntimo.

Desnuda recorrí el pasillo apoyándome metro a metro en las paredes y tocándome sin parar. Llegué a la puerta de la habitación de Nacho pero decidí seguir pasillo adelante hasta el dormitorio de los padres de Jose. La puerta estaba entreabierta y una cama enorme dominaba el centro de la habitación, me estaba llamando a gritos. Con el mortero en la mano decidí entrar y sin remilgos me lancé sobre la cama abierta de piernas y acariciando mi conchita con aquel instrumento de madera.

Me sorprendió ver que en la habitación no hubiera televisión, pensaba en cómo estimularme y decidí abrir uno de los cajones de la mesilla en busca de ropa interior o algo así. Rebusqué en el cajón y me encendió sentir entre mis dedos el inconfundible tacto del latex de un consolador. Lo saqué y me quedé mirándolo, era morado y transparente, no tenía vibrador, pero era de un tamaño más que considerable. Dejé el mortero sobre la cama y decidí cambiar de amante. Fantaseaba a partes iguales con la idea de que esa era la polla de Luis, el padre de Jose y que su madre, Inma se habría metido ese consolador hasta el fondo una y mil veces.

Decidí buscar algo de estímulo visual, así que empecé a hurgar en los cajones de la cómoda en busca de alguna revista o algo así mientras en cuclillas  seguí acariciando con el consolador mi sexo de arriba a abajo. Mi búsqueda obtuvo su fruto y encontré bajo unas camisetas de Luis unas revistas, Lib o algo así. Había imágenes de parejas amateurs, era muy excitante, me penetré por primera vez. El plástico del consolador se introdujo en mi conchita húmeda con total facilidad.

Bajo las revistas había un álbum de fotos, estaba impaciente por abrirlo, deseaba que las fotos que en él se contuvieran fueran tan subidas de tono como las de las revistas y parece que mis deseos se cumplían, lo que al principio eran fotos de la boda en el hotel, todas en blanco y negro, reveladas seguramente por él mismo, poco a poco se convirtieron en insinuantes posados ligeros de ropa, insinuantes y provocativos de la madre de Jose, Inma, su noche de bodas. Cada vez estaba más excitada y me imaginaba vestida de novia frente al objetivo del padre de Jose, posando, desnudándome poco a poco en nuestra primera noche. El consolador a estas alturas entraba y salía de mi cuerpo a ritmo de samba mientras mi mano libre pasaba las hojas de aquel álbum cada vez más subido de tono.

Al llegar a la cuarta parte más o menos, era el turno de Luis. Aquel hombre lucía un chaqué clásico, del que con más prisa que el vestido de Inma las fotos dieron fe. Me quedé mirando una en la que él salía de semiperfil, de cuerpo entero, junto a un espejo, completamente empalmado, la siguiente parecía una “autofoto”, en la que parte del brazo de Inma aparecía en un plano en el que lo principal era ver a la madre de mi novio engullir  el pene de su marido; no había duda de a quién había salido Jose. Pasé una nueva hoja a la vez que aceleraba el ritmo del mete-saca del consolador en mi interior.

Esta nueva entrega del álbum recogía lo que parecía la siguiente escena, Luis tomaba de nuevo la cámara e Inma estaba tendida en la cama, con la cabeza reposando sobre el borde del colchón, con los pechos al aire, la foto la había tomado de pié, frente a ella. En la foto aparecía lo que se intuía como el capullo de Luis asomando. En la siguiente su polla tapaba parte de la cara de su mujer y finalmente una serie de tres o cuatro más en las que devoraba literalmente su miembro. Me tumbé en la cama y emula do su postura alterné entre mi boca y mi conchita, excitándome cada vez más.

De repente un ruido en la entrada de la casa me hizo respingar. Eran Jose y compañía que habían vuelto. Se les oía en la cocina. Asustada y a toda prisa devolví cada publicación a su lugar de origen y mi plastificado amante al cajón de la mesilla, no sin antes descubrir, entre la ropa interior unas cintas de video - ¡Qué pena no tener algo más de tiempo  - Pensé. Lo importante era recoger todo antes de que terminaran de colocar la compra y por los pelos puede volver al baño, corriendo desnuda por el pasillo antes de que salieran a mi encuentro. Abrí nuevamente la ducha y volví a meterme bajo el agua intentando calmar mi corazón a punto de estallar, mi conchita tendría que esperar nuevamente a mejor vez.

Continuará...