Sobre elegir....¿Es tan fácil?

Luché mucho para evitarlo, pero al fin...

A mis veintitrés años mi vida era un verdadero desastre.

Desde aquella fiesta, o mejor desde el último intento de Lidia, mi tía ¿recuerdan? redoblé mi empeño por hacer coincidir mi vida con la genitalidad que me había sido dada. Fui a trabajar a Buenos Aires, me fue más o menos bien económicamente hablando, porque en cuanto a cualquier ilusión que hubiera acariciado sobre la relación con mi padre se fue bien pronto al demonio. Realmente éramos dos ilustres desconocidos uno para el otro, y desde su rol de empleador mío, no hizo el menor esfuerzo por buscar una aproximación hacia mi y se ocupó de destruir con su indiferencia cualquier intento de mi parte.

Logré cierta cómoda independencia material, vivía en un pequeño pero lindo departamento en una buena zona de la ciudad, pero no lograba salir del ámbito de mi conflicto de base.

Había tenido relación con alguna que otra chica, pero mi sexo con ellas era menos que cero.

En lo afectivo, mis necesidades apenas eran cubiertas por Sergio, mi amigo de la infancia, siempre capaz de compartir conmigo una salida a la cancha, de discutir largamente sobre la política, de dejarnos sorprender por el amanecer arreglando el mundo en cualquier mesa de café, pero absolutamente reacio a aceptar el tema de mi drama íntimo como motivo de un acercamiento.

Alguna vez había dictaminado que no le molestaría que yo me asumiera como homosexual y viviera conforme a ello. Pero sostenía que todas esas historias sobre mis presuntas tendencias femeninas, eran toda una construcción hipócrita sobre la cual no valía la pena ni hablar.

Pero tal vez lo más grave a esta altura es que ni siquiera yo lo tenía claro. O si, tal vez. ¿Porqué sino mi enorme resistencia a dejar que las cosas fluyeran como en el lejano día en que el pene de Roberto me había dejado atisbar el mundo tan pleno del placer sexual como nunca lo logré en mis intentos posteriores?

Cierta vez se dio la posibilidad de tener sexo con un hombre. Pero fuimos dos hombres y no me sirvió. Ni tan sólo para aproximarnos a un instante cumbre.

Pero hace unos días comenzó lo que creo será la escaramuza final. Y como se puso todo patas arriba, hablé, al iniciar este relato, del desastre que es hoy mi vida.

Ya bastante tarde hablaba en mi oficina con Daniel, el representante de una firma que estaba cerrando un negocio con nosotros. Soy más bien parco en mi trabajo, pero Daniel resultó ser una persona extremadamente agradable y cálida y prolongó la conversación más allá de lo estrictamente formal. Incluso, mencionó en un tramo que deberíamos encontrarnos fuera de las horas de trabajo, porque le resultaba interesante el habernos conocido ¿?.

Ni sé bien como, pero el hecho es que en algún momento nombró a su amiga Lidia N.

Mi sorpresa fue tan evidente que él se detuvo y me preguntó:

-¿Qué? ¿La conocés?

-Bueno, creo que si. Si se trata de quien yo pienso, es familiar mía. Hace años que no sé de ella y no tenía idea de que pudiera estar en Buenos Aires.

Y entonces fue el balde de agua helada:

-¿Vos sos aquella René?

El trato en femenino me dejó sin habla. Me parece que por un instante, me abrumó una especie de sensación diría, fatalista, en la que asocié a Lidia con hitos en mi vida.

Daniel se corrigió de inmediato

-Perdón, perdoname….No quise ser indiscreto… Es que Lidia me ha hablado tanto de vos, y tantas veces tu historia ha convocado ciertos aspectos de la mía

Lo noté realmente incómodo y me apresuré a procurar su alivio.

-Pero decime, ¿dónde está Lidia? Me encantaría verla, saber un poco de ella.

Pero él había cambiado. Comentó algo sobre dejarme un teléfono, y con el gesto de reunir sus papeles y guardarlos en su cartera manifestó su deseo de irse tan rápidamente como las cortesías habituales se lo permitieran.

Ese mismo día llamé por teléfono y encontré a Lidia.

Hablamos largo rato en esa ocasión y mucho más al día siguiente cuando nos encontramos en su casa.

Continuamos hablando luego de comer y ya bien entrada la madrugada recién pude abandonar aquel lugar.

De la misma forma transcurrieron dos días más. Naturalmente, tantas palabras, tantas emociones tenían un eje central. El firme convencimiento de Lidia de que yo debía prepararme para un cambio total de mi vida, como único camino para empezar a buscar la porción de felicidad que según ella, y yo pensaba, me correspondía.

Pero el camino que me proponía aparecía como terriblemente difícil, sino imposible para mi.

Finalmente accedí, como lo había hecho aquella vez, a jugar el tan contradictorio juego, y ese sábado, temprano en la tarde, llegué a su casa con ese cosquilleo en la boca del estómago y la ansiedad que yo había conocido.

La idea era apenas otra noche de copas y conversación, pero yo asumiría el rol femenino que según Lidia era mi verdadera naturaleza. El plan no iba más allá de dos mujeres contándose todas sus cuitas. O una contando y la otra prestando su oreja. Lidia se encargaría de todo.

Y por cierto, no había perdido el tiempo. En su casa ya me esperaban Mirta y Adriana. La primera era depiladora profesional, la segunda, peluquera y experta en belleza.

Me sometí largo rato al trabajo de Mirta. Cuando terminó, totalmente desnudo, me asombraron mi cuerpo, mis brazos, mi cara, total y prolijamente depilados. Lidia, que estaba atenta a todos los detalles, me alcanzó una bata de seda negra, larga hasta los tobillos y ya con ella, experimentando desde ese instante la inefable sensación de la suave textura enredándose entre mis piernas al caminar, fuimos a una salita donde Adriana me esperaba para hacer su parte.

No bien me senté, utilizó unos abridores para agujerear los lóbulos de mis orejas. Luego se abocó a mi pelo que lavó, tiñó y luego peinó con un muy bonito estilo de tal modo, que el corto pelo de mi nuca que sentí extrañamente sedoso y suave quedaba levantado graciosamente hacia arriba, y por delante me inquietaba una especie de corto flequillo más largo del lado derecho.

Ya para ese momento, yo no sabía como acomodar mi bata para que no se notara la erección que no cesaba. Lidia lo había advertido y la muy guacha, además de sonreir, le advertía a Adriana, decía, del peligro inminente.

Ya con una tanguita puesta y el portaligas ciñéndome la cintura me puse unas magníficas medias negras y no sé bien si por la excitación que ya me inquietaba, o sencillamente por torpe, Adriana misma tuvo que ayudarme a prender las medias al portaligas.

Siguió luego el maquillaje. Durante largos minutos Adriana se dedicó a dibujarme el rostro. No pude resistir mirarme al espejo luego de pintados los ojos, porque el cuidado y la concentración que les dedicó Adriana a mis cejas me tentaron. Y por cierto que el asombro con que contemplé su obra estaba totalmente justificado. Me maravilló la sugestión que la iluminación de las cejas, la línea de rimmel le dieron a mis ojos.

Nos interrumpió Lidia que me colocó un par de aros dorados y gruesos de argolla, ¡preciosos!.

Finalizó su parte Adriana con la pintura de labios, encantadoramente rojos.

Por más que estaba pendiente de mi gradual transformación, pude advertir que algo raro sucedía. Ciertas miradas, entre las chicas, alguna sonrisa que prontamente disimulada alcancé sin embargo a distinguir en Lidia. Su carita, sus ojos chispeando con picardía, me causaron una vaga inquietud, que de todos modos, pronto quedó olvidada o en segundo plano porque llegó el momento de vestirme.

Quien no haya vivido algo como lo que cuento nunca podrá saber sobre las sensaciones que produce el tan sencillo hecho de ponerse el corpiño. El tul de lycra rozando los pezones mientras los breteles se deslizan por mis brazos, el gesto de llevarlos hacia atrás para buscar los broches y unirlos; todo el movimiento resultaba en un placer que sumado al de pasar el vestido por mi cabeza y hacerlo deslizar por mi cuerpo moviendo las caderas para hacerlo quedar en su sitio, cada milímetro de la seda en contacto con cada uno de los de mi cuerpo, todo el acto era en si mismo un deslumbrante anticipo de los minutos que seguirían ya totalmente poseído por mi aspecto femenino en su plena ostentación.

Me puse zapatos negros abiertos, sujetos por dos largas tiras de cuero que enrollé y até en los tobillos y a partir de allí, siguiendo la indicación de Lidia comenzó la que sería la noche definitiva de mi vida.

La seguí a la sala, con las chicas detrás de mí que me saludaron con un beso y se retiraron. Lidia se dirigió a su habitación y en el momento en que iba a sentarme, quedé paralizado por el sonido del timbre.

No atiné a hacer movimiento alguno y creo haber dirigido algo así como una mirada suplicante hacia la puerta por la que había salido Lidia, quien en ese mismo instante me pidió que abriera.

¡Pero, Lidia…es que

¡Ay por favor querida!, ¡No te quedes ahí parada y abrí la puerta que es Daniel!

¿Daniel? ¿Cómo Daniel?

¡Si, dale, apurate por favor!

Aún tratando de recuperarme de la sorpresa y sin tener la menor idea de que actitud adoptar, me dirigí al pequeño hall, abrí la puerta y me quedé allí parado frente a un sonriente Daniel, que con total naturalidad me besó en la mejilla y entró. Se dio vuelta y me miró apreciativamente.

Querida René, nada de lo que me contó Lidia te hizo justicia. ¡Estás bellísima!

Gra…gracias Daniel, pero es que yo….

¡Ay querida! – Intervino Lidia con una sonrisa y arreglando algo en su cartera, se encaminó a la puerta. – ¡No te paralices porque me voy a ir preocupada dejándote así con Daniel!

¡Lidia! ¿Te vaaas?

¡Claro que si! ¿Qué suponés? ¡No me voy a quedar a arruinar tu noche!

Andá tranquila Lidia que tenemos mucho que conversar hoy con René.

¡Gracias Daniel! ¡Sos un amor! - Respondió Lidia, besándolo ligeramente en los labios al pasar y cerrando la puerta tras ella luego de dedicarme un guiñe de sus ojos, esbozó una divertida sonrisa ¿endiablada? Esto pensé, en tanto me dirigía hacia uno de los sillones. Pero antes de llegar, ya Daniel estaba detrás mío reteniéndome suavemente por el brazo. Me hizo girar y quedé enfrentado a él que ahora apoyaba sus manos en mis brazos, para luego deslizarlos atrayéndome hacia él.

Nos miramos a los ojos y lentamente acercó su boca hasta apretar mis labios contra los suyos. Y fue en ese instante cuando supe definitivamente de mi. Ese fue el momento en que hice mi elección. Entreabrí la boca y me entregué sin reservas al placer de seguir los designios de Daniel.

Me besó largamente y respondí con todas mis ganas tanto tiempo contenidas y ahora ya libres para llevarme al mundo que había entrevisto hacía muchos años, reprimidas en todo aquel tiempo perdido, pero que comenzaba a recuperar.

Apretada contra su cuerpo, me moví para liberar mi mano y busqué su entrepierna. El besaba ahora mi cuello, la nuca, apretaba mis pezones, acariciaba mis nalgas y abandonaba su miembro en mis manos ansiosas que al fin lograron abrir su pantalón.

¡Ya tenía esa verga palpitante, sentía su piel, acariciaba el glande para sentir a Daniel estremecerse con cada nueva presión de mis dedos.

Ni sé bien como, pero un segundo después estaba acostada sobre la alfombra, Daniel encima mío levantándome el vestido y mis muslos luchando por ganar un lugar entre sus piernas.

Ahora recostado a mi lado, apretando con uno de sus brazos mi cuerpo para mantenerlo adherido al suyo, mientras su mano libre, luego de bajarme la bombacha, se metía entre mis nalgas buscando mi agujerito. Creo que hice un primer gesto para contraer el trasero pero enseguida hice un movimiento sacándolo hacia fuera indicándole que continuara. Casi sin sentirlo, apenas un pequeño dolor inicial, y su dedo mayor ya estaba venciendo la resistencia del músculo, introduciéndose más y más. Lo movía, no sólo hacia adentro sino girando, quebrándose para hurgar con la yema. Pareció que lo retiraba, pero fue sólo para dar cabida a otro dedo. Eran ahora los dos que se movían, se apoderaban totalmente de mi culo y me preparaban para el deleite que sentía llegar. Seguíamos besándonos, nuestras lenguas estaban inundadas cada una con la saliva del otro, nuestros labios mojados, golosos, buscando más y más placer. Me parece que advertimos juntos que yo estaba por eyacular, ya no podía contenerme más, ya mi excitación era locura sin freno. Entonces él se detuvo.

Lo miré extasiada y doblé mi cuerpo para poner mi cabeza entre sus piernas. El me dejó hacer y se recostó sobre uno de los almohadones.

Entonces llegó mi turno. Su verga era exquisito caramelo en mi boca. La dejaba entrar hasta la garganta, la sacaba, besaba y lamía la cabeza, reptaba mi lengua por el tronco buscando sus huevos que lamí e introduje en mi boca con suavidad. Volví a meterla entre mis dientes que jugaron a ser amenazantes, mordisqueando livianamente el venoso tronco tremendamente hinchado. Desparramé con la lengua mi saliva a esta altura algo teñida con el color de mis labios por toda esa hermosa verga de la cual era absolutamente dominadora, hasta que Daniel me detuvo, y ahora con movimientos casi algo torpes por las urgencias, se subió encima mío, levantó mis piernas que sin más apoyé en sus hombros y encontró muy rápido el camino otra vez de mi agujero. Lo tenía ya tan dilatado que pudo empezar a penetrarme sin mayor dificultad. Yo contuve por un instante la respiración y luego, por fin, relajé totalmente mi cuerpo para adueñarme de ese hierro candente que me entraba cada vez más profundo. Mis quejidos iniciales, eran ya casi gritos reclamando más de todo. Su voz por momentos acariciaba mis oídos con palabras dulces y un instante después tronaba con los más abyectos insultos ¡Yegua! ¡Puta de mierda! ¡Te voy a hacer mi esclava para siempre! ¡Te voy a dejar el culo como una flor abierta! Y las respuestas:¡Si mi amor, si mi cielo, mi vida, mi dueño! ¡Rompelo todo, dame todo el dolor del mundo! ¿Para qué soy tu esclava? ¿Para qué sos mi dueño? ¿Para qué soy tu puta? ¡La única! ¡La mejor! Cuando mordía mis pezones creía aullar de goce. Entonces los lamía, luego los pellizcaba, los chupaba, me mordía con furia en el cuello, me besaba hasta quedar sin respiración. El me bombeaba con frenesí, las paredes de mi culo apretaban su verga para gozar y hacer gozar, Llegaba tan adentro que sus huevos, aplastados en la abertura parecía que iban a ser absorbidos por mi demandante culo.

De pronto contrajo durante un instante todo su cuerpo y en un segundo, sentí como todo su semen se derramaba en mi interior y luego chorreaba por mi nalga.

Con un quejido me abandoné en sus brazos y Daniel derrumbó su cuerpo sobre el mío.

Luego de unos minutos empezamos a volver a la tierra. Pero no nos quedamos aquí por mucho tiempo.

Todo empezó de nuevo, pero tal vez deba dejar por ahora mi historia. Recordarla para ustedes es como estar viviendo de nuevo aquello. Dejo por un instante el teclado, me toco los muslos, veo como mis pezones se marcan levantando la gasa de mi camisón y siento que tengo que dejarlos a ustedes. Por hoy.