Sobre como me comí a mi médica en su consultorio.

Una consulta con una dermatóloga termina con una impresionante sesión de sexo que incluye una fellatio realmente profesional y una doctora de espalda con sus pechos recostados en la camilla y ofreciendo su cola para que la atiendan de la mejor manera posible...

SOBRE COMO ME COMI A MI MEDICA EN SU CONSULTORIO

Esta historia es real y por eso voy a tratar de relatarla tal como sucedieron los acontecimientos.

Hace un tiempo comencé con una molesta picazón y sarpullido en la pierna izquierda y por eso decidí hacerme ver en la guardia dermatológica de una clínica.

Estando allí, luego de los trámites de rigor en recepción del sexto piso, me quedé esperando en la sala a que llegara mi turno. De pronto veo que llaman a una mujer que estaba justo antes de mi, y veo salir a la médica que la convocaba.

Era una mujer rubia muy hermosa, con muy buenas curvas, de unos cuarenta y cinco años, pero muy bien conservada, evidentemente todo un culto a su profesión dermatológica, y lo que más me había llamado la atención, bajo su chaqueta blanca de médica llevaba una minifalda de cuero negro, medias negras y botas negras altas. Realmente no esperaba encontrarme con una médica así a quien mostrarle mi molesto sarpullido.

Mientras pasaba la chica y esperaba mi turno, pensaba si ese bombón sería la médica que me atendería a mi o finalmente aparecería el típico doctor anciano bigotudo. Transcurridos unos diez minutos veo salir a la paciente y escucho una voz de mujer que me convoca. Efectivamente era esa preciosa doctora convocándome.

Una vez en su consultorio me entero que su nombre es Romina y pude observar sus bellos ojos verdes, con pestañas delineadas, sus labios carnosos, pintados de rojo, su cabello rubio lacio, una piel tersa, marcada pero sin arrugas y sus uñas largas y pintadas de violeta. Su chaqueta blanca no dejaba ver demasiado, pero parecía tener unos buenos pechos bajo la misma.

El consultorio no era muy grande, pero tampoco pequeño. Un escritorio bien arreglado, varios diplomas, aparentemente de congresos de su especialidad, y por supuesto una camilla.

Apenas terminé de contarle mi molestia en la pierna, me pidió que le mostrara mi afección.

Me puse de pie al lado de la camilla, me desabroché el cinturón, abrí el cierre y comencé a bajarme el pantalón, no sin sentir un poco de vergüenza ante una mujer tan hermosa.

Ella, parada al lado mío, se inclinó un poco para ver mi muslo. Apenas vio el sarpullido notó que era una simple irritación que se iba a ir con una crema que me recetaría. Y fue en ese momento que recordó que tenía una muestra gratis en su escritorio, y me dijo que me quería mostrar como me la debía aplicar.

Así, mientras yo seguía parado junto a la camilla esperando escuchar sus indicaciones atino a querer subirme el pantalón que todavía tenía bajo por las rodillas, cuando Romina me dice que no, que esperara porque me quería mostrar ella misma como se aplicaba la pomada en cuestión.

Ahí se agachó un poco más frente a mi, se colocó un poco de crema en su mano izquierda con sus uñas pintadas y comenzó a esparcirla con ambas manos sobre la zona afectada en el muslo izquierdo. Solo sentir sus manos frotándome el muslo produjo inmediatamente el acto reflejo esperado en cualquier hombre que se precie de sí, y comencé a tener una erección.

Mientras Romina seguía colocando la pomada sin retirar la vista de mi pierna, me explicaba cuanta me debía poner y cuantas veces por día durante cuanto tiempo.

Ella, mostrando una gran simpatía, me preguntó que deportes practicaba para tener las piernas tan musculosas y deslizó un comentario respecto de lo velludas que eran, y que eso era una prueba de que debía tener mucha testosterona.

La conversación siguió hasta que mi erección se tornó indisimulable. Estaba totalmente al palo y mi tronco empujaba ostensiblemente mi slip de color gris hacia delante.

Cuando se dio cuenta de esta incómoda situación me miró pícaramente y me preguntó si allí también me picaba y si quería que me pasara crema en esa zona. Y fue entonces cuando todo comenzó.

Sorprendido por la pregunta, y encontrando una mirada distinta en sus ahora brillosos ojos verdes, le respondí que hiciera lo que a ella le pareciera, porque la médica era ella. Claramente se ve que Romina recibió mi respuesta como una luz verde a sus más bajos instintos, porque no tardó un segundo en tomar el elástico de mi slip y comenzar a deslizarlo hacia abajo. Me lo dejó por las rodillas, cerca de mi pantalón que ya estaba por el piso, y ahí sin ningún tapujo comenzó a frotarme la verga con el poco de crema que le quedaba en las manos con mucha dedicación y cuidado de no rasguñarme con sus largas uñas.

Increíblemente mi verga seguía creciendo mientras me la frotaba con sus dos manos, y el glande estaba tan rojo que parecía estar por explotar. En ese momento se arrodilló, me miró fijo y me preguntó si me había dado cuenta de que el ungüento no tenía olor, y que entonces ella iba a probar si tenía sabor. Automáticamente, tomo mi miembro firmemente con su mano derecha y se lo metió completo en su hermosa boquita. Lo saboreó unos segundos para luego sacarlo y jugar con su lengua alrededor de mi glande. A esa altura yo ya estaba por las nubes y la agarré fuertemente del pelo mientras la doctorcita comenzaba a gemir como una perra en celo y no se desprendía de su biberón que seguía chupando con fruición. Era una situación realmente increíble. Había ido por un sarpullido y estaba recibiendo una atención completa.

Entonces comenzó a masturbarme sacudiendo mi pija desde la cabeza hasta los huevos, para después seguir pasando sus carnosos labios gruesos sobre mi glande, y volver a abrir su boquita para tragársela nuevamente de un bocado metiéndosela hasta el fondo. En ese momento me abrazó y, con sus manos, tomó mis nalgas mientras su lengua hacía maravillas con mi pija que entraba y salía una y otra vez de su boca.

Después de frotarme el culo unos segundos, volvió a tomarme la verga y las bolas con las manos y, mientras la sacudía, me chupaba la cabecita pasándome su lengüita y raspándome con sus dientes. Era una fellattio realmente deliciosa, el éxtasis era total y trataba de contenerme para que mis gemidos no se escucharan en toda la clínica.

En medio de ese clímax brutal Romina se sacó mi verga de su boca para abrirse la chaqueta mostrándome brevemente su camisa negra que enseguida desabotonó para quitarse el corpiño, también negro y de encaje.

Así pude confirmar lo hermosos y redondos de sus pechos. Entonces, sin decir palabra, tomó nuevamente mi chota con su mano derecha y se la colocó en medio de sus pechos masturbándome con el bambolear de sus senos. Ese jueguito hermoso duró sólo unos segundos, hasta que nuevamente me clavó su mirada pícara y se dio vuelta dejándome allí. Por un instante no entendía nada, yo ahí parado con el pantalón y el calzoncillo por el piso con mi miembro a punto de explotar y ella con su camisa abierta y los pechos al aire buscando algo en su cartera. Entonces sacó de la misma un pequeño sobrecito conteniendo un condón.

Se arrodilló nuevamente ante mi, abrió el envoltorio con sus dientes y comenzó a desplegarme muy suavemente el condón en la verga, que seguía tan predispuesta como hacía unos segundos cuando hervía entre sus labios. La doctora no necesitó muchas palabras para explicarme que quería terminar esta consulta "como se debía" y entonces se dio vuelta dándome la espalda y apoyando sus manos sobre la camilla mirando a la pared.

Rápidamente, sin siquiera terminar de sacar su chaqueta, bajé el cierre de su minifalda de cuero y se la bajé hasta sus botas, para luego hacer lo mismo con sus medias y esa deliciosa tanga negra que me esperaba bajo la pollera. Al ver ese delicioso culito, sin una sola celulitis confirmé lo buena profesional que debía ser para tener una piel tan perfecta y me puse muy contento de haber elegido la guardia adecuada para curar mi afección… y otras cosas más.

Al tiempo que la aferré de sus caderas, la doctora se inclinó un poco más hacia adelante y abajo, hasta casi apoyar sus hermosos pechos en la camilla, para ofrecerme más cómodamente su hermoso chochito. Se veía como una conchita deliciosa, depilada lo justo y totalmente húmeda y lubricada para mi.

La tomé de las nalgas y se curvó un poco más para sacar su orto para arriba como dándome rienda libre a mis más bajos instintos, y mientras apretaba sus cachetes comencé a estimularle su orificio anal con mis pulgares. Romina comenzaba a gemir y ardía de excitación, su concha estaba muy roja y húmeda y su culito regordete era toda una invitación.

Coloqué mi pija justo a la altura de su hermoso orto y se la empecé a pasar por sus nalgas jugueteando con su culo y su conchita. La tomé de la cintura, tomé mi verga con mi mano derecha, le abrí los cantos y se la empecé a meter de a poquito en su conchita. Rápidamente sus labios vaginales le abrieron paso a mi glande, y se la metí hasta el fondo. Sentir como mi pija entraba en esa conchita fue uno de los placeres más grandes de mi vida.

Después la tomé de la cintura y ella comenzó a moverse frenéticamente, tanto que comenzó a mover y rechinar la camilla. Yo la seguía tomando de su cintura y con mis pulgares jugueteaba con su esfínter anal. Con cada movimiento Romina gemía más y más. A la vez que le apretaba las nalgas contra mi pija, ella se empujaba cada vez más hacia mí, como si quisiera que mi verga le llegara hasta la garganta. Mientras le seguía imponiendo el ritmo por atrás, entre cojida y cojida Romina parecía flotar en el aire y comenzó a sonar el teléfono del consultorio.

Sorprendido, me pidió que se lo pasara. Sin sacarle un segundo la pija de dentro suyo, estiré mi mano y le alcancé el tubo. El cable no llegó y el aparato cayó al piso al momento que la doctora respondió el llamado, y con la voz entrecortada y agitada le dijo a su interlocutora que "en este momento la estaban atendiendo a ella, y que cuando acabaran le avisaba". Entonces tiró el tubo y continuamos con nuestro zarandeo frenético.

El traqueteo era infernal y cuando ya no daba más mi verga explotó y comenzó a largarle toda la leche. Cuando la saqué, todavía chorreaba. Me recosté sobre ella y quedamos unos segundos los dos abrazados sobre la camilla, hasta que Romina se incorporó y comenzó a vestirse.

Finalmente, mientras me acercaba unas toallitas para que me limpiara, me dijo que la semana próxima me daba turno en su consultorio particular para continuar con el tratamiento.