So deep (Capítulo 1)

Primer capítulo de la novela erótica entre una madre y su hijo...

Capítulo 1

La semana pasada fuimos a la playa en la cala. Está a unos veinte minutos de la ciudad y casi nunca hay nadie. Es el mejor lugar del mundo y mis hermanos y mi madre piensan lo mismo. Por eso, cuando hace buen tiempo, lo aprovechamos para acampar todo el fin de semana o simplemente pasar el dia. Es un trocito de cielo entre el mar y el campo donde podemos retozar como Dios nos trajo al mundo, bailar alrededor de una hoguera, comer con las manos y un sinfín de ejemplos más de cosas que no se pueden hacer sin quitarse de encima metros y metros de ataduras de las normas morales de la sociedad. En cuando ponemos un pie en este lugar todos sentimos la bofetada del viento invitándonos a jugar con él. Nos desvestimos y corremos al agua. Es la sensación más maravillosa del mundo, nadar y sentir que formas parte de algo grande y poderoso. Te sientes vivo y en paz con el mundo, compartiéndolo con los seres a los que quieres y viendo en sus caras el reflejo de tu propia alma.

La semana pasada, sin embargo, fue diferente porque vino gente. Mis hermanos estaban en el agua buscando piedras rojas. Les había propuesto que luego las trituraríamos para hacer barro y después pintarnos el cuerpo con ellas. Mi madre estaba tumbada al sol, leyendo una novela con unas enormes gafas de sol estilo retro que cubrían casi toda su cara. Tan concentrada que podría estar dormida, incluso aguantando el libro en el aire.

Se me escapó las risa y giró la cabeza hacia mí. Agachó la cara y me miró por encima de sus enormes gafas. Sonrió.

-¿De qué te ríes?- preguntó frunciendo el ceño pero sin perder la sonrisa.

-Parecía que estabas dormida.

-Si no estoy babeando, es que no estoy dormida- rió –Además está muy interesante- Refiriéndose al libro.

-¿Por dónde vas?

-Por un niño muy malo que encierra animales en una nevera.

-Tranquila, luego le dan su merecido.

-¡Pero no me lo cuentes!- chilló enfadada mientras intentaba golpearme con el libro.

-Cuidado, eso es un buen tarugo- le advertí entre risas.

Entonces vi que se acercaba un coche.

-Viene alguien- dije.

Me puse los vaqueros y anduve hasta la orilla.

-¡Vic!- le llamé -¡Víctor, Carlos!- más alto.

-¿Qué?- respondió Víctor saliendo del agua.

-Ponte el bañador, viene gente.

-¿Y a mí qué?- respondió – esta playa es libre.

-Hay niñas de tu edad- le advertí.

Miro para cerciorarse. Venían dos muchachas de unos quince años acompañadas por otra mujer de unos treinta. Vic corrió al coche a buscar su bañador.

-¿Y de mi edad? ¿De mi edad hay alguien más?- preguntó Carlos ansioso.

-No- respondí –pero parece que tienen un perro.

-¿Un perro?- exclamó eufórico justo antes de correr hacia él. Alexis le siguió.

Odio cuando hace eso. Cualquier día le arranca la mano un perro. Me acerqué a Vic.

-Esas dos están en mi instituto.- dijo –Las llaman las Olsen.

-¿Y eso?

-Porque son gemelas y rubias- dijo como si fuera obvio.

-Ah. Es que es tan original que no había caído.- me burlé –Anda y ve a buscar a estos dos.

-¿Por qué no vas tú?

-Porque te estoy dando un buen motivo para acercarte a las Olsen.

-Siempre sabes lo que decirme para manipularme a tu antojo- se fue diciendo.

Me acerqué a mi madre y me recosté a su lado en la arena.

-¿No vas a vestirte?- sólo llevaba la parte inferior del bikini.

-No, no hay ningún hombre.

-¿Y qué? Esa mujer no ha parado de mirarte las tetas desde que ha llegado.

-¿En serio?- se giró para comprobarlo -¡Es verdad! Me estaba mirando y ha disimulado. ¿Crees que será lesbiana?

-O eso o es un hombre disfrazado- respondí.

Se habían asentado a unos diez o quince metros de donde estábamos nosotros. Vic había entablado conversación con las chicas, y Carlos y Alexis seguían corriendo detrás del perro. Le tiraban piedras para que las buscase, pero el animal solo corría de un lado para otro, persiguiendo a las aves y ladrándole al agua como un loco. A mí no me gustan los perros, es algo mutuo, pero Carlitos lleva pidiendo que le dejemos tener uno desde que sabe hablar. Alexis va por el mismo camino, es su joven padaguan.

Decidí no preocuparme más, no parecía peligroso. Me eché boca abajo y cerré los ojos. Los entreabrí un poco y delante de mí solo podía ver el muslo de  mi madre que seguía sentada a mi lado. Parecía tan terso y suave que no pude evitar alargar un dedo y acariciarlo. A través de él sentí como un remolino de aire caliente, que se apoderaba de mi cuerpo desde los pies hasta los pelillos de la nuca, y que me impedía respirar. Al mismo tiempo en que mi dedo sentía el calor aterciopelado, a ella se le erizaba la piel. Se giró y me miró. A los ojos, con la boca entreabierta, me miró de arriba abajo y me estremecí.

-Vas a quemarte con el sol- dijo –échate crema- alargó la mano hasta el bolso para cogerla. –Yo te la echo. Te voy a hacer un dibujito- dijo regulando el tapón.

Sentí el frío y el cosquilleo de la crema deslizándose por mi espalda. Yo tenía que adivinar qué estaba dibujando.

-Un sol- intuí

-No.

-Una… ¿flor?- de repente ya sabía lo que era

-No, no es una flor.

Lo había sabido desde el principio en realidad. El viento se paró a mi alrededor y todo se quedó en silencio. Solo podía oír el martilleante ruido de mi corazón desbocado.

-¿Qué?, ya lo sabes ¿no?.

-Creo que sí- Tragué saliva y contuve la respiración –Pero no sé cómo se dibuja eso. Me atreví a preguntar.

Sentí que estaba al borde de un precipicio por el que estaba a punto de caer. Me sentía sobrecogido, e incluso asustado.

-Pues te vas a quedar sin saberlo- dijo al tiempo que untaba la crema en mi espalda –Ya lo he borrado, para que nadie más lo viera- hablaba despacio y profundamente –Ahora lo está absorbiendo tu piel.

Me estremecí, por su forma de tocarme y por su forma de hablar. Me excité.

-Estás muy tenso, tienes la espalda cargada- decía mientras sus manos recorrían mi cuerpo de arriba abajo.

Me asfixiaba. Contenía la respiración al igual que el resto de mis impulsos. Me contenía para no explotar, pero iba a hacerlo de todas formas. Ella no paraba de tocarme así. Me masajeaba los hombros, me acariciaba la nuca…

-Date la vuelta- me dijo.

-No, que así estoy cómodo- no pensaba darme la vuelta por nada en el mundo. Ni loco iba a darme la vuelta.

-Date la vuelta- me susurró al oído.

Se me puso el vello de punta. Me agarró del brazo con suavidad, me hizo girar. Se acercó más a mí.

-¿Por qué no querías girarte?- preguntó burlonamente, como si ya supiera la respuesta. Sentía la boca seca. Me pasé la lengua por los labios y tragué saliva, con ella mi contestación.

-¿Era por esto?- dijo colocándome sobre mí y sentándose sobre el motivo en cuestión -¿Y si hago esto qué pasa?- dijo inclinándose sobre mí para lamer una oreja y a continuación morderme el cuello.

En ese momento dejé de contenerme. La agarré por el cuello y la cintura y la tumbé de espaldas contra la arena. Me puse encima suya y la contuve. Ahora yo tenía las riendas. Ahora era ella la que me deseaba, y yo no iba a hacerme de rogar.

Iba a besarla cuando me desperté. Estaba tumbado en la arena, pero mi madre no estaba. No sabía cuánto tiempo llevaba dormido. Ni estaba seguro de qué había sido real y qué un sueño.

Me toqué la espalda. Parecía que lo de la crema no había sido real, y después de pensarlo un rato, llegué a la conclusión de que ni siquiera le había llegado a tocar el muslo…

Aún así, yo seguía empalmado.

Me incorporé para buscarla. Se dirigía a la orilla. Posiblemente me desperté cuando ella se levantó. Ya se me estaban empezando a pasar los efectos del sueño. ¡Parecía tan real!, las sensaciones, su olor, su voz… Pero ahora todo se iba nublando, empezaba a olvidar los detalles que hacía unos segundos me estaban volviendo loco.

Me levanté y anduve hasta la orilla. Allí estaban todos reunidos en congregación. Los niños chapoteaban y salpicaban a las niñas, Vic trataba de impresionarlas, y esa tía… Se reía con mi madre. No sé de qué se reían, pero esa mujer me miraba de una manera extraña. No me gustaba.

-Este es mi hijo mayor, Pau- dijo mi madre mirándome y sonriéndome.

Hacía unos minutos estaba sentada sobre mi pene. En mi mente, claro.

-¿Tu hijo? No me lo puedo creer. Pareces muy joven- exclamó la otra.

-Y los otros tres también- reconoció –Ese es Víctor, que tiene quince años…

-Sí, mis sobrinas me han dicho que están en la misma clase o algo así- interrumpió.

-Creo que coinciden en un par de asignaturas- dijo mi madre para continuar –Y estos son Charlie Brown, Carlos- tocándole la cabeza y revolviendo su pelo mientras éste pululaba a su alrededor –que tiene diez años. Y el pequeñajo, Alexis, de cuatro añitos.

-¿Diez años?- reaccionó sorprendida una de las gemelas -¿Y no eres muy grande para bañarte desnudo en la playa? Tu hermano es más pequeño, ¿pero tú?- la otra rió.

-A mi me da igual- respondió Carlos indignado con los brazos en jarra –Yo siempre que vengo aquí me baño desnudo, porque es lo que me gusta, y solo porque venga gente no voy a dejar de hacerlo- Y concluyó saltando en plancha en el agua y salpicando a todo el mundo.

-Es mi héroe- dramatizó Vic.

Yo pensé lo mismo.

Todos se dispersaron, y Carlos vino hacia mí chapoteando y riendo.

-¿Me has visto?- buscando mi aprobación.

-Sí, ha sido muy sagaz- le reí las gracias.

A veces tiene unos prontos que no puedes evitar reírte. Es increíble que tengamos la misma sangre.

-Se han quedado todos alucinados- se fue riendo.

En la orilla seguíamos la mujer que le miraba las tetas a mi madre, mi madre y yo.

-¿Y tú cómo te llamas?, por cierto- pregunté con curiosidad.

-Mª José- respondió mirando a mi madre, cuando era yo el que le había preguntado -¿Y tú cómo habías dicho que te llamabas? Eva, ¿no?-

-Si- respondió ella y le sonrió tontamente.

-Yo es que conozco a varias Evas, pero todas son rubias. Tú eres la primera Eva morena que conozco- Contó estúpidamente como si fuese muy gracioso.

Las dos rieron…

-Oye, sigo sin creerme que todos estos sean tus hijo- insistió Mª José –No debes tener menos de treinta.

-Treinta y uno- Replicó mi madre y sonrió con pudor.

-Vosotros dos sólo os lleváis once años- dijo mirándome esta vez.

Iba a recordarle los casos de violaciones en que niñas de nueve años quedaban embarazadas. Pretendía perturbarla y cambiar el hilo de la conversación, pero Carlos, que a pesar de estar unos veinte metros más adentro se había enterado de todo, respondió.

-Es que somos adoptados- chilló desde la lejanía.

Vaya, ya lo había dicho, se había quedado a gusto.

A mi madre no le gusta hablar de ese tema. Para ella somos sus bebés, los que no pudo tener. Recordarle que no éramos sus hijos era recordarle cómo perdió a los suyos. Oí cómo una de las niñas le preguntaba a Vic.

-¿Sois adoptados? No lo sabía- sorprendida.

-Sí, ¿y qué?- respondió seco.

-Nada, que es guay- respondió la otra sonriendo abiertamente -¿Y sabes quiénes son tus padres?

-No, ni me importa.

Cambiaron de tema y dejé de oírlos.

Mi madre y Mª José seguían hablando y dándole vueltas al tema. Ahora hablaban sobre nuestras adopciones.

-Entonces, ¿ninguno son hermanos entre ellos?- preguntó sorprendida Mª José.

-No, ninguno son hermanos de sangre- mintió mi madre, como siempre.

-Eso me parece precioso. Tu marido y tú tenéis que estar muy orgullosos- dijo como si adoptar fuera lo mismo que recoger de la calle animales abandonados. Además introdujo como pudo la palabra marido, como el que no quiere la cosa.

-Mi marido- rió mi madre, por no llorar –Mi marido hizo un día la maleta y se fue sin avisar.

-Lo mejor que pudo haber hecho- repliqué yo.

-Pues sí- confirmó ella –Lo único que me disgustó fue que se llevara el coche. Pero mirándolo por otro lado, seguramente llegó más lejos que a pie- Ni se lo imagina.

-No digas más- dijo Mª José –el mundo está lleno de capullos- Hizo una pausa y añadió -¿Y te dejó sola con los cuatro niños?

-Con los tres- dijo mi madre –De esto hacen ya siete años, aún no teníamos a Alexis. Y tampoco estaba sola, Pau me ha ayudado siempre- dijo sonriéndome –Es mi ángel de la guarda.

-Dirás que soy tu chacha de la guarda, ¿no?- me reí  nervioso. Me da mucha vergüenza que mi madre me halague en público.

-¿Y después de eso adoptasteis a Alexis?- preguntó Mª José con curiosidad.

-¿Alguna vez te han dicho tus padres o tus hermanos, de pequeña, que tú eres la hija de unos gitanos que te abandonaron en un canasto, en la puerta de tu casa, y te recogieron?- le pregunté directo.

-Es posible- rió ella.

-Pues eso es lo que nos pasó con Alexis hace cuatro años- concluyó mi madre –Un día llamaron al timbre, de madrugada, y allí estaba en la puerta. Recién nacido. Buscamos a los padres pero nadie lo reclamó.

-Así que pensamos que si lo había dejado en nuestro puerta era porque los padres querrían que lo tuviéramos nosotros- expliqué.

-¡Qué fuerte!- soltó riéndose –Ya lo veía yo muy morenito- siguió riendo.

-A ver, que a lo mejor no es gitano- dije.

-A lo mejor es mestizo- rió mi madre –La cosa es que no lo sabemos, pero tiene ese aire.

-Dadle una guitarra flamenca y según el arte que tenga… os hacéis una idea- los tres reímos.

Tenía mucho calor. Quería darme un buen baño pero no tenía bañador y meterme en el agua con los vaqueros me parecía una idea asquerosa. Además ya tenía los pies arrugados y no quería seguir ahí en la orilla como un pasmarote cotilla que no se separa del lado de su madre. Aunque no quería dejarla sola.

-Mamá, voy a ir a por un bañador- le dije apartándola un poco.

-¿Ahora vas a ir? Vas a tardar, está lejos- me advirtió -¿No llevas ninguno en el coche?

-No- estaba seguro –Intentaré no tardar. ¿Quieres que traiga algo?

-Sí- dijo tras recapacitar un rato –Trae crema protectora que se me olvidó echarla al bolso esta mañana.

-Vale- respondí al tiempo que me tragaba el corazón, que acababa de subírseme a la garganta.

Me fui rápidamente, no quería tardar. Al recoger mis cosas (móvil, llaves, dinero) me di cuenta de que tenía una llamada perdida. Era de Claudia, una chica que conocí hacía un par de semanas. Seguramente querría quedar, pero yo en ese momento prefería no entretenerme. Incluso había pensado en comprar el bañador y la crema en una tienda que quedaba mucho más cerca que mi casa.

Arranqué el coche y me dirigí campo a través hasta la carretera.

Conduje unos minutos hasta que vi el primer coche. Un todoterreno negro me adelantó con brusquedad y se colocó delante de mí, para a continuación aminorar la velocidad y frenar en seco. Estuvo a punto de hacerme chocar, el frenazo me levantó del asiento. Paró el motor. El conductor abrió la puerta. Me di cuenta de que era una mujer cuando bajó la primera pierna del vehículo. Llevaba unas botas negras de tacón, de esas que parecen altas pero como si se hubieran enredado en los tobillos. Me encanta la forma que le dan esos zapatos a los pies de las mujeres. Es como si alargaran las piernas, y éstas en concreto parecían infinitas, delgadas y estilizadas. Terminó de bajarse del coche con un saltito y se colocó la falda pasándose las manos por el trasero. La falda era tan corta que seguramente al alisarla se puede llegar a tocas el culo.

Se dio la vuelta con soberbia y cerró de un portazo.

Llevaba unas gafas de sol oscuras y una coleta alta con una gran nata de pelo negro y liso. Me sonrió con picardía quitándose las gafas, y vino hacía mí.

Se apoyó en mi puerta y fue entonces, teniéndole a unos centímetros de mi cara, cuando me dí cuenta de que la conocía. Era una compañera de clase, pero no estaba seguro de qué clase era la que compartíamos. En realidad tampoco recordaba su nombre.

-Hola Pau, ¿cómo estás?

-Bien- Parecía que ella sí se acordaba del mío, así que no era plan de preguntarle -¿Y ese coche?

-Es nuevo, ¿te gusta?- exclamó –Me lo han comprado mis padres porque por fin he aprobado bioética.

-La verdad es que te pega, se ve fuerte y potente.

-¡Qué descarado!- me dio un empujón -¿Tú no habías quedado en llamarme?

-¡Pero si al final no me diste tu número!- Supongo que si me lo hubiera dado la recordaría mejor.

-Es verdad- Qué suerte –Se me olvidó.

-Pues dámelo ahora- le dije con una gran sonrisa y guiñándole un ojo.

-¿Y cuándo piensas llamarme?- Me dijo mirándome a los ojos de una manera muy sensual.

Salí del coche y la enfrenté. La miré de nuevo de arriba abajo. Me apoyé con una mano en el coche y la acorralé de espaldas contra él.

-Si quieres puedo llamarte ahora, ¿tienes algo que hacer?- le pregunté muy serio.

Me lanzó una sonrisa pícara y al instante me agarraba del pelo y me besaba con furia. Me rodeaba el cuello con sus largos brazos y pegaba su pelvis a la mía. La rodeé por la cintura y la estreché más contra mí. Deslicé mi mano por su culo hasta el borde de su falda y la introduje debajo. Era tan fácil como parecía.Levantó una pierna y me rodeó con ella, ya sólo la ropa se interponía en el camino de mi polla. Al sentirla gimió con suavidad y se separó de mí.

-¿Quieres que vayamos a mi casa?- dijo cogiéndome el paquete.

Me pareció tremendamente sexy. Me miraba el bulto del pantalón y se mordía el labio con lujuria. ¿Cómo podría decirle que no?

-Me encantaría- contesté –Pero no puedo.

-¿Estás de broma? Tú eres el que me ha dicho que ahora.

-Pero ahora es aquí y en este momento. No puedo ir a tu casa, está lejos y tengo cosas que hacer- expliqué.

Resopló e hizo un chasquido con la lengua, me miró de nuevo de arriba abajo y finalmente sonrió. Se dirigió a su coche, balanceando sus caderas y a mitad de camino se giró para mirarme. Me hizo un gesto con el dedo para que le siguiera, y entró en su coche por la puerta de atrás.

Me acerqué y la encontré recostada en el asiento trasero.

-Vamos, ven aquí- me dijo haciendo de nuevo ese gesto con el dedo índice –Y acuérdate de cerrar la puerta…