Smallville X
La cotilla de Cloe descubre algo sorprendente en el modoso Clark Kent
Clark disfrutaba de uno de los escasos momentos de tranquilidad de su vida en el instituto. Estaba en la redacción de “La Antorcha” repasando algunos apuntes de Cloe sobre noticias que al final había desechado o que no le había gustado su redacción.
Sólo de pensar que Cloe, siendo la cotilla mayor del Instituto, todavía no hubiera descubierto sus “peculiares” habilidades sobrehumanas le resultaba algo paradójico. Más bien una mezcla de suerte y bastante teatro por parte de Clark.
La muy zorrona de ex novia, Lana, había empezado a tontear con todo tipo que se le ponía a tiro. Aun pensaba que tenía que haber sido más lanzado, pero prefería no pensar en ella.
De repente, una exhalación rubia entró por la puerta como si fuera un huracán murmurando algo que sonaba como obscenidades poco habituales en ella.
- ¿Puedo saber qué te ocurre?
Cloe se detuvo frente a su mesa, arrojó su pesado bolso con todas sus fuerzas y apretó los puños.
Lo tenía. Tenía la noticia del año. Iba a hacer temblar los cimientos de este pútrido y conservador instituto de pueblo. Iba a ser la bomba…
Pero…
Pero mi cámara se había quedado sin pilas. Fui testigo de algo aberrante que me puso los pelos de punta…- resopla secándose el sudor de la frente.- Y me puso más cachonda que un reactor nuclear.
Clark alzo su ceja con una clara expresión de desconcierto. A ella no le fue difícil leer la expresión de su amigo. Sonrió relajándose y se dejó caer sobre la silla de su mesa.
Tenías que haberlo visto. El club de natación practicando una orgía gay después de su último entrenamiento. Esos viriles cuerpos musculosos, esos soberbios sexos, sudor, jadeos… Joder. Sólo de pensarlo se me mojan las bragas.
No te hubieras atrevido a publicarlo…- bromeó intentando alejarla de tan febriles pensamientos.
Tienes razón. Seguramente hubiera chantajeado a todos ellos y me habría convertido en la diosa del instituto. Adorada por los tipos más macizos en decenas de kilómetros a la redonda. Docenas de esclavos para mi disfrute…
Inconscientemente se llevó su derecha a los pechos y empezó a masajearlos, mientras su izquierda rozaba la entrepierna a través de la tela. Clark se sintió confuso ante el comportamiento de su amiga, y dijo intentando quitar hierro al asunto.
- Ya. Seguramente.
.No podía evitar que su propio sexo creciera y empezara a abultar bajo los pantalones. Discretamente disimuló la erección ocultándola al sentarte detrás de otra mesa.
Clark. Puede que parezca una cotilla modosa que sólo busca curiosidades, rumores y sucesos. Pero también soy una mujer. Y tengo necesidades como otra cualquiera. Si me ponen delante de mis narices mi pastel preferido y no hay nadie a la vista, pues me lo como. Todo para mí. – suspiró colocando las dos manos entre sus piernas sin disimulo.- Si pudiera controlar a esos tipos… Te aseguro que lo aprovecharía al máximo.
¿Cómo es que has ido tú sola? ¿No sueles delegar en…?
Esta noticia era algo especial. No podía compartirla con Lois. Ella hace lo que quiere con los hombres. Basta con ver como te maneja. – Se pone en pie y no disimula una mancha húmeda que ha aparecido en sus pantalones y que parece crecer.- Lo siento. Necesito ir a un lugar tranquilo y acabar esto. No puedo seguir así.
Si puedo ayudarte en algo… - se ofrece Clark con buena fe.
Sí. Bájate los pantalones y fóllame como si fuera la última cosa que hicieras antes de morir.
No sé…
Cloe se coloca delante de él. Se gira, se baja los pantalones y el tanga, coloca el culo en pompa delante de los sorprendidos ojos de Clark, mostrando como la raja del sexo babea mojando el suelo.
- Chúpamelo.
Clark mira aun lado y a otro. Comprueba con su súper oído que no hay nadie cerca y sin pensarlo mucho, hunde su rostro entre las piernas de su amiga. Su lengua trabaja con rapidez recorriendo todos los rincones húmedos. Clava las manos en las piernas de ella para sostenerla mientras la oye gemir y morderse los labios para no gritar.
No sabe porqué actúa así, pero le gusta. Siente como su sexo late bajo la tela de los vaqueros mientras hunde su lengua dentro del peludo y empapado coño de Cloe. La siente retorcerse, acariciarse con desesperación sus pechos, pidiendo unas veces, exigiendo otras, que la lleve a un orgasmo ya; pero él disfruta alargando aquella agonía.
No puede resistirlo más. Se levanta, tumba bocarriba a la rubia sobre la mesa, la levanta las piernas y se abre el pantalón mostrando su cipote. Veintiséis centímetros de carne dura y vibrante, recorrida por gruesas venas que parecen dotarlo de vida propia.
- ¡Oh, Dios mío! Clark, por favor, ten cuidado. Aun soy…
No la da tiempo a acabar. Siente como aquel pedazo de carne taladra su coño y se hunde hasta lo más profundo de su cuerpo. Se queda sin aire, sin fuerzas con las que reaccionar. Se siente llena. Un dolor parece clavarse en su columna, seguido de una catarata de placer como nunca había saboreado. Su cuerpo escupe por la raja jugos mezclados con algo de sangre.
Clark ha tenido que detenerse porque le ha faltado muy poco para correrse dentro de su amiga. Necesita toda su voluntad para controlar el cuerpo y poder reanudar su mete saca con más delicadeza.
- Sí… ¡Oh, Sí! Esto es… Increíble.
La rubia se retuerce sujetándose a la mesa. Cierra los ojos e intenta centrar su cabeza por un momento. Sus pezones le duelen de excitación. Su cuerpo parece un volcán a punto de estallar, y de su coño manan ardientes fluidos como si fuera una fuente. Ni en sus mejores noches de masturbación habría alcanzado una décima parte de lo que sentía.
- No puedo… No aguanto… Me voy… Me corro…
Fue como una noche de fuegos artificiales dentro de su cuerpo pero concentrada en breves segundos primero, y luego un largo y plácido descenso embobada por el placer del orgasmo.
Él sintió claramente como se derretía Cloe. Pudo notar como chorreaba de la mesa al suelo buena parte de la corrida. Pero su polla necesitaba descargar o explotaría. La giro para colocarla con los pies en el suelo, con el culo frente a sus ojos. Colocó su hinchada polla entre las piernas justo en aquel lindo coñito, deslizándola entre los chorreantes labios y apretando contra ellos continuó con un mete saca hasta que una docena de embestidas después supo que se venía. La sacó y apuntó justo a la peluda raja de ella, por donde aun babeaba fluidos en abundancia. Entonces se olvidó de todo control y explotó.
Para la rubia, fue como si un bombero la hubiera colocado la boca de una manguera a un palmo del culo y hubiera disparado el chorro más potente. Fue algo increíble. Sintió esa fuerza chocar contra su todavía muy sensible coño, y de nuevo su mundo se volvió loco. Se deslizó hasta quedar de rodillas en el suelo con el rostro frente al sexo de su amigo, rodeada por un charco de sus fluidos mezclados con semen. Clark jadeaba y a cada disparo que lanzaba, Cloe lo recibía contra su cara como si fuera una cura milagrosa para la piel. Le parecía increíble todo lo que estaba echando aquel pánfilo. De verdad que su polla era una manguera inagotable. La cogió entre los dedos y con la lengua comenzó a limpiarla, pero su amigo la cogió de la cabeza y la hundió en su boca hasta que estuvo a punto de ahogarla.
Como si fuera la continuación del coño, usó la boca para continuar desfogándose y antes de que ella pudiera reaccionar, una nueva descarga inundaba su boca y garganta. Casi se ahoga, toda aquella leche se le escapaba de la boca mientras intentaba tragarla. Una parte de aquella catarata había entrado a presión en su garganta y le parecía milagroso que hubiera sido capaz de tragarlo, el resto se había escapado de entre sus labios cayendo sobre su camisa empapándola por completo. Su coño, irritado pero ansioso de más sexo, le sentía como hierro fundido, latiendo ansioso de más marcha. Necesitaba tenerlo de nuevo allí…
El timbre de fin del descanso interrumpió el momento, y devolvió a la pareja a la realidad.
Mierda. No vamos a llegar a clase.- Exclamó Clark subiéndose los pantalones.
Ve tú. Creo que necesitaré adecentarme un poco antes de ir.
Respondió Cloe algo embotada y sonriente. Como si estuviera medio borracha… Pero de placer. Deslizó un par de dedos por el charco que había a sus pies y se llevó a la boca algunos restos de fluidos que había. Los saboreó y paladeó como si fueran el más lujoso de los manjares.
Tenía que repetirlo de nuevo. Se dijo. Pero esta vez le obligaría a follarla hasta que uno de los dos se agotara…
Autor: Jorge R. Quinto