Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 9

Smallbird conoce a Monique, pequeña, rubía y explosiva.

9

La noche transcurrió entre pesadillas. Soñé que la criatura blanca y monstruosa del libro me perseguía. Yo corría, pero con un pulmón poco podía hacer, pronto empezaba a jadear. Mis jadeos se volvían estertores hasta que ya no podía más y acababa cayendo de bruces sobre el hielo, con la boca muy abierta, intentando tragar todo el oxígeno que me faltaba.

Con un último esfuerzo me di la vuelta, solo para mirar aquellos ojos rojos y malignos, justo antes de ser devorado por la bestia...

Me desperté cubierto de sudor con la mirada del comisario Negrete aun clavada en mi mente. La cosa tenía gracia. Había tenido muchas pesadillas alcohólicas, pero ninguna había sido tan intensa y vívida como la que me había producido aquel libro.

Para cualquier otra persona, las pesadillas son causa de desazón, pero yo ya he aprendido a vivir con ellas. Durante las largas sesiones de quimioterapia me dediqué a crearlas con todo lujo de detalle. Mientras aquel veneno goteaba dentro de mi organismo, me  imaginaba consumido poco a poco por el cáncer, hasta que de solo quedaba el dolor. Un dolor tan intenso y agudo que ni los opiáceos podían calmar.

Luego la muerte, pero no como una liberación sino como una condena. Un funeral solitario, con unas pocas personas que me conocen, pero que nunca me han apreciado demasiado. A continuación la oscuridad y soledad de un cementerio. Sentir como la carne se desprende de mis huesos y la tierra se filtra a través de las grietas que se abren en la madera podrida de mi ataúd...

En fin, que desde ese momento me he tomado las pesadillas como una especie de películas de terror de las que  disfruto cuanto más truculentas y reales me parecen.

Así que tras mi primer momento de agobio traté de recordar el sueño intentando disfrutar de la historia que mi mente había creado.

Tras unos minutos más en la cama, me levanté y me hice un café bien cargado. Por fin había salido el sol y a pesar del frío de la mañana hacía un día espléndido.

Me vestí apresuradamente y fui a la oficina en la moto, disfrutando por fin de un asfalto seco. Me deslicé entre el tráfico con la sensación de que nada podía fastidiar aquel día. Pero encontrarme a Gracia charlando e intercambiando miradas cómplices con mi secretaria me devolvieron a la cruda realidad. Tenía la impresión de que el error de la noche pasada me iba a perseguir durante mucho tiempo.

Entré en mi despacho seguido por Gracia, que entró aun sonriendo.

—Me gustaría que no te entrometieses en mi relación con María. —le dije sin dejar que tomase asiento.

—Vamos, Smallbird. No seas tan capullo. ¿Por qué crees que aguanta esa mujer en un trabajo tan mugriento?

—¿Por qué tiene casi cuarenta y cinco, dos hijos que mantener y un exmarido que más que una ayuda es un grano en el culo?

—Vamos, Leandro. No seas así. —repitió la detective— María y tú sois una pareja perfecta.

Siguió hablando del futuro, de que éramos almas gemelas, de que los niños se irían a la universidad y pronto dejarían de ser un problema... Recordando viejos tiempos me dediqué a asentir lentamente sin escuchar nada de lo que decía la joven mientras buscaba la manera de contactar con Monique. En la web encontré un teléfono de contacto para "urgencias" e interrumpiendo la perorata de Gracia con un gesto de la mano, marqué el número en mi smartphone.

La elegante página web resultó ser la fachada de un putiferio normal y corriente, que además se dedicaba a los servicios a domicilio. El encargado no puso demasiados reparos al hablar de Monique. Dijo que era una puta muy  guapa, y una puta pesada. Al parecer tenía los humos muy subidos y no paraba de decir que no iba a pasar mucho tiempo allí. Que iba a pillar a algún tipo forrado y se iba a casar con él y dejar aquel antro de mierda. Y según parecía, lo había conseguido. Incluso le dijo que estaba embarazada. Así que de la noche a la mañana dijo que se iba, y lo hizo tan precipitadamente  que se  dejó parte de sus cosas y el tuvo  que mandárselas por mensajero.

Agarrando el móvil con fuerza le pregunté si aun conservaba la dirección a la que le había mandado las cosas y me dio unas señas cerca de la universidad.

Tomé nota y le di las gracias a la vez que buscaba las gafas de sol en el bolsillo de la chaqueta.

Vamos, Celestina. Aunque no lo creas, trabajo para ganarme la vida. Cuando salimos me ofrecí a llevarla en la Ducati, pero ella insistió en llevarme en su coche.

El piso estaba en un viejo bloque de finales de los setenta. Casi todas las viviendas estaban ocupadas por estudiantes. Subimos en un ascensor que por la cantidad de pintadas y frases soeces que lucía en todas sus superficies, parecía más la letrina de una cárcel de seguridad.

El pasillo del cuarto piso era tan oscuro y mugriento como los demás. Había cuatro puertas a cada lado y una al fondo. Pasé ante las puertas de contrachapado, que parecía que hasta un soplido de los míos las podía derribar y me detuve ante la letra D.

Presioné el timbre y tras un tercer intento, una chica que no debía pasar de los veinte, con trenzas castañas y vestida con una camiseta de tirantes y unos pantalones diminutos, se asomó a la puerta.

Aquella chica no era Monique, evidentemente. Tenía un cuerpo delgado, todo huesos sin apenas pecho y un rostro vulgar con unos labios finos y unos ojos pequeños y muy juntos.

Sabiendo que en estos casos lo mejor era la intimidación, le mostré la identificación sin darle tiempo a leerla y entré dentro del piso, seguido por una Gracia que no podía evitar dejar de hacer continuos gestos de asco al ver la roña y el desorden que reinaban en aquel cuchitril.

—¿Qué es lo que queréis? —preguntó la joven con gesto hostil.

—Estamos buscando a tu compañera de piso. —dije yo sentándome en una silla de la cocina tras apartar del asiento un montón de ropa sucia.

—¿Buscas a Rosa, esa zorra mentirosa? Pues buena suerte. No tengo ni idea de dónde esta.—dijo la joven meneando las coletas.

—Vamos, mujer. No me creo que no sepas nada de ella. Échame un cable.

La joven siguió con los brazos entorno a sus pequeños pechos y un gesto de obstinado mutismo en su cara. Iba a intentarlo de nuevo cuando Gracia se me adelantó.

—Mira, niña estúpida. Puedes contestar a nuestras preguntas aquí o puedes hacerlo en comisaría. Tú decides. Y no tienes mucho tiempo. Estoy empezando a cansarme del hedor de este establo.

La joven no se lo pensó dos veces y se sentó en la silla restante haciendo un mohín.

—Está bien ¿Qué queréis saber?

—Tu nombre, para empezar. —dije yo aprovechando para ordenar mis pensamientos.

—Carolina Lindo. —respondió lacónicamente.

—Ahora me vas a decir todo lo que sepas de tu amiga.

—Está bien, pero que quede claro que esa puta no es mi amiga.

La conocí en la facultad, estaba matriculándome cuando ella se acercó, me cogió del brazo y comenzó a hablarme como si me conociese de toda la vida para saltarse la larga cola. La verdad es que su desparpajo me hizo gracia y la dejé seguir con el cuento.

Cuando salimos de la facultad me  preguntó si ya tenía sitio para vivir. Le dije que mis padres me habían buscado una buena residencia de estudiantes, cerca de la facultad. No sé muy bien cómo, pero me convenció de que lo más barato era compartir piso y que ella tenía uno barato y que estaba muy bien.

Yo me dejé llevar por su entusiasmo y al final esa hija de puta terminó liándome. Al principio todo fue muy divertido, pero pronto se convirtió en una pesadilla. Las noches se convirtieron en vorágines de alcohol y sexo. Y por las mañanas dormíamos la mona.

Además era una mentirosa compulsiva. Me contó que solo estaba allí de paso y que tenía un novio forrado con el que se iba a casar después de navidades. La mentira la adornaba con todo tipo de detalles que hacían que fuese la mar de entretenido, pero tras dos semanas follando con toda criatura de tres patas me quedó claro que Rosa no era de fiar.

Ni siquiera los trimestrales impidieron que continuase con su desenfreno, pero la gota que colmo el vaso fue cuando se presentó con un viejo de tu edad. Era un tipo repelente, calvo y de ojos amarillentos. Sus labios se fruncían en una expresión torva mientras miraba nuestros cuerpos. Yo intenté reprimir el escalofrío que recorría mi espina dorsal y le pregunté qué hacía aquel hombre allí.

Susurrando al hombre al oído se acercó a mí y con aire conspiratorio me dijo que aquel hombre estaba dispuesto a darnos mil euros si nos los montábamos delante de él.

Sin darme tiempo a decirle que se fuese al carajo, se abalanzó sobre mí y me besó. Aun no sé por qué, pero abrí la boca y le devolví el beso mientras aquel hombre se ponía cómodo. Cuando fui consciente de lo que estaba haciendo ya no podía parar. El cuerpo de Rosa era pequeño pero tenía unas curvas de infarto y en cuanto sus pechos enormes y pesados se frotaron contra mi supe que me daría igual quién estuviese mirando.

Cabreada y excitada a un tiempo, cogí a Rosa por su melena rubia y la tiré despatarrada encima de la cama. Sin soltar su pelo la besé de nuevo, obligándola a mirarme, quería que viese mi enfado. Quería asustarla un poco, pero ella se rio, cogió mis pechos y me pellizcó los pezones con sus uñas color coral.

Pegué un respingo y apartando las manos de su melena la inmovilicé por las muñecas. Rosa no se inmutó y se limitó a mirarme despreciativamente con sus ojos grandes y grises como el acero y a fruncir los labios haciendo que su nariz pequeña y afilada me desafiase.

Sin soltarle las muñecas la besé con violencia. Saboreé su boca y mordisqueé sus labios gruesos y jugosos antes de comenzar a explorar su mandíbula y su cuello. En cuestión de segundos estaba gimiendo suavemente, aunque por su mirada sabía que lo estaba haciendo de cara a la galería.

Eso me cabreó aun más. Me sentí despreciada y cegada por la ira, le cogí la camiseta y se la rasgué dejando a la vista unos enormes pechos operados. Metí sus pezones en mi boca y los mordí tirando de ellos hasta hacerla aullar. El desconocido soltó un suspiro bronco a nuestras espaldas al ver a mi amante retorcerse indignada.

Al fin había conseguido hacerla reaccionar y con un punto de malicia me lancé a besar y lamer aquel cuerpo pálido y sensual mientras desabrochaba sus pantalones cortos.

Tenía el pubis totalmente depilado y un pequeño piercing atravesando su clítoris. Me incliné sobre aquella brillante bolita y la chupé con fuerza haciendo que Rosa abriese instintivamente sus piernas para acogerme entre ellas.

Mi lengua recorrió los labios de su vulva y la entrada de su vagina comprobando que por fin su excitación no era fingida. Libé con fruición los flujos que escapaban de su coño sintiendo como los míos empapaban mi ropa interior.

Me aparté un instante para quitarme la ropa y  monté sobre una de sus piernas. Deslicé mi sexo por aquellos muslos suaves, disfrutando del placer que me provocaban, dejando una marca de humedad sobre ellos. Rosa gimió de nuevo y con un gesto me pidió que me inclinase. Nuestros labios  se fusionaron de nuevo, Rosa apretó mi boca contra la suya a la vez que golpeaba su pierna contra mi pubis..

Nuestros labios se separaron y sus dedos entraron en mi boca sustituyendo a su lengua unos instantes antes de me dejase vencer hacia atrás con nuestras piernas entrelazadas y nuestros pubis besándose suavemente.

Al tumbarme mi mirada se dirigió hacia atrás. Aquel tipo desagradable se había abierto la bragueta y se estaba masturbando con una mueca que me causó un escalofrío.

Desvié mi mirada y la fijé en la vulva hinchada y ligeramente enrojecida de mi amante. Nuestros cuerpos chocaban cada vez con más violencia causándonos un intenso y mutuo placer. En cuestión de segundos me había vuelto a olvidar del extraño individuo que nos observaba y gemía cada vez más excitada.

Enseguida Rosa notó que estaba a punto de correrme y separándose se abalanzo sobre mí y comenzó a comerme el coño. Su lengua recorrió todos mis recovecos acariciando y golpeando, chupando y lamiendo, haciendo que me volviese loca de placer hasta que un violento orgasmo recorrió todo mi cuerpo, crispándolo y cortando mi  respiración por unos instantes.

Apenas recuperada, me liberé de su abrazo y me tumbé a su lado a la vez que la penetraba con dos de mis dedos. No me costó mucho encontrar su punto G y lo asalté con violencia haciendo que se corriese en cuestión de segundos.

La actuación de la chica fue de Oscar. Rosa comenzó a retorcerse como si alguien estuviese aplicándole una descarga eléctrica mientras gemía y gritaba a la vez que yo seguía masturbándola hasta que un chorro de líquido salió de su vagina salpicándome las manos y los brazos.

Nos derrumbamos las dos con una sonrisa en los labios y cerramos los ojos jadeando. Escuchamos a aquel hombre levantarse y acercarse. Preferí no abrir los ojos y fingir que no estaba allí. Sentí su respiración agitada y sus manos acariciando su polla hasta que con un gemido eyaculó.

Una lluvia de leche salpicó nuestros pechos, haciendo que tuviese que reprimir una arcada de asco al recordar la cara viciosa de aquel viejo. Cerré los ojos con más fuerza mientras oía como el hombre se subía la bragueta, contaba el dinero y lo dejaba caer sobre nuestros torsos sucios y jadeantes antes de abandonar el piso.

Creí que era la primera y última vez que haríamos aquello, pero Rosa no estaba dispuesta a renunciar a una fuente de dinero fácil.  La noche siguiente me lo volvió a proponer y le dije que se fuese a la mierda. Ella me dijo que yo me lo perdía  y comenzó a traerse hombres a casa, cada vez con más frecuencia hasta que la dije que o se iba o le decía al casero a lo que se dedicaba.

No le gustó nada y reaccionó intentando pegarme. ¡Puta gilipollas! Le di unos sopapos y un par de patadas en el culo y le dije que recogiese sus cosas. Se fue diciéndome que cuando estuviese forrada compraría todo el edificio y lo reduciría a cenizas conmigo dentro.

Al día siguiente, cuando volví de clases, no la encontré ni a ella ni a sus cosas y no la volví a ver.

—¿Y las maletas? —pregunté pensando que por fin llegábamos a alguna parte.

—Hace cosa de tres meses se presentó en casa un tipo con un par de maletas grandes. Me dijo que había encontrado al hombre de su vida y que necesitaba que le guardase aquellas maletas un tiempo hasta que volviese por ellas. Antes de que le dijese que ni hablar, se había largado sin darme siquiera las gracias.

—¿Qué hiciste con las maletas?

—Abrirlas. Estaban llenas de lencería, condones, lubricantes y pastillas. Cogí las pastillas y los lubricantes y dejé el resto en ese armario.

—¿Volvió por ellas?

—No. No he vuelto a tener noticias de ella. De hecho me canse de que ocupasen espacio en el armario y lo que no pude vender lo tiré a la basura.

—¿Sabes dónde puedo encontrarla? —pregunté.

—Ni idea.

—¿Ni la dirección de su familia?—insistí.

—Lo siento, pero nunca me habló de su familia.

—Por lo menos sabrás sus apellidos y en qué carrera estaba matriculada. —intervino Gracia.

—Estaba en Filología Inglesa, se llama Rosa López Ruíz y no sé nada más.

—Bien. —dije yo mientras me levantaba de la silla— Muchas gracias, señorita. ¿Ve cómo no era tan difícil? Si se le ocurre algo más que pueda sernos de utilidad, por favor no dude en llamarnos. —dije alargándole una de mis tarjetas de visita.

—Un momento —gritó la Carolina indignada— ¿Solo eres un puto detective privado? Eres un cerdo...

Salimos del edificio ignorando los gritos de la joven y procurando no pisar los montones de basura que salpicaban el pasillo.

—¿Crees que estaba embarazada de nuestro hombre? —preguntó  Gracia entrando en el coche.

—No lo sé. Pero si la mitad de lo que ha contado esa chica es verdad, podría estar embarazada. Lo que no me cuadra es que Omar se dejase liar. No sé lo que busca ese hombre en todas estas mujeres, pero está claro que no las escogía al azar. Sabía lo que quería y tenía un método. Todas son bellas, de ojos grandes y claros y nariz pequeña.

—Y todas son prostitutas.

—Sí. —repliqué yo— Es como si quisiese revivir un momento, pero sin tener que dar ningún tipo de explicaciones o tener ninguna responsabilidad. No creo que realmente quisiese dejar a esa chica embarazada, aunque siempre ocurren accidentes.

—¿Y ahora qué? —preguntó Gracia mientras arrancaba el coche.

—A  la Facultad de Filología, por supuesto. —respondí yo.

Gracia me miró con escepticismo, pero no dijo nada. Yo la ignoré. Si la chica era tan lianta como parecía, lo más probable es que hubiese vuelto a casa y les hubiese contado alguna milonga a sus padres para poder arreglar el lío en el que se había metido.

En la facultad tendrían la dirección de su familia, el caso era cómo conseguirla.

Me arreglé la cazadora, me peiné el pelo hacia atrás y, seguido de cerca por Gracia, me dirigí a la sección administrativa de la facultad. Tras el mostrador, una señora de mediana edad se limaba las uñas con la precisión y paciencia de un pulidor de diamantes. Solo al tercer carraspeo la señora levantó la mirada frunciendo el ceño.

—Perdone que le moleste señora. —dije yo ensayando mi mejor sonrisa de disculpa.

—¿Qué desea? —preguntó la mujer sin cambiar de postura.

—Vera, me llamo Leandro Fernández, trabajo para Beade Seguros y está es mi compañera Mariela.—dije mostrando mi identificación de detective fugazmente y confiando en que desde aquella distancia no apreciara el engaño— Tengo un problema y quizás usted podría ayudarme.

La mujer frunció el ceño un poco más por toda respuesta. Yo volví a sonreír intentando parecer lo más inocente posible.

—Una de sus alumnas fue testigo hace un año de un accidente de tráfico. El caso es que para nosotros su testimonio es clave para que nuestro cliente reciba una justa y por qué no decirlo abultada indemnización.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó la mujer escéptica.

—Bueno, hemos intentado localizarla por todos los medios a nuestra disposición, pero nuestras pesquisas terminan en un piso alquilado cerca de aquí, donde su compañera de piso nos dijo que estaba matriculada en esta facultad. Nos preguntábamos si podría proporcionarnos su dirección actual...

—Supongo que no es tan estúpido como para no conocer la ley de protección de datos. —dijo la funcionaria levantando por fin el culo de su asiento y mirándome reprobadoramente.

—Soy muy consciente, pero tendrá que entender que es una situación de vida o muerte. Un joven a quedado paralítico por culpa de un conductor imprudente que puede salir impune si no encontramos a esa chica.

—Le entiendo perfectamente, —dijo la mujer mirándome con tristeza— pero no puedo hacer nada.

—Le juro que no diré a nadie que ha sido usted la que nos ha proporcionado la información. Seguro que tiene hijos y me entiende. Es usted nuestra última oportunidad. —repliqué mintiendo con toda el alma.

La mujer dudó y lo pensó durante un minuto que se hizo eterno.

—De acuerdo. —dijo la mujer finalmente— No puedo permitir que algo así suceda. Pero quiero que me prometa que no va a decir de dónde sacó la información.

—Se lo juro por la tumba de mi madre.

—¿Qué necesita?

Deshaciéndome en agradecimientos le di el nombre y apellidos de Rosa y le pedí las direcciones que tenía en su archivo. Tras mirar unos segundos en el ordenador copió algo en una hoja de papel y me lo pasó diciéndome que no volviera a acudir a ella.

Le di las gracias una vez más a la mujer que nos despidió con una sonrisa maternal, convencida de que había hecho la buena acción del día.

—¿Qué le pasó a su madre? —preguntó Gracia al salir de las oficinas del rectorado.

—¿Qué? —pregunté sorprendido antes de darme cuenta a qué se refería la detective— ¡Ah! Nada, aparte de ser una pesada que cree que si sigo todas las instrucciones de los matasanos viviré eternamente.

—Joder, que manera de mentir. ¿Cómo eres capaz de dormir por las noches? —preguntó Gracia mientras entraba en el coche de nuevo.

—Muy fácil, con el Whisky que me permiten comprar mis mentiras. —respondí con una sonrisa irónica.

Me moría de impaciencia por ir a ver a la chica, pero eran casi las tres de la tarde y no había probado nada desde el desayuno. Nos dirigimos a la cafetería de la facultad y pedimos unos bocadillos.

Era ya tarde y los alumnos ya habían desalojado el local camino de las clases. Solo unos pocos quedaban en las mesas del fondo jugando la partida. No podía evitar pensar que muchos de ellos habían escapado de sus casas, buscando un futuro distinto al de sus progenitores, para repetir en aquel lugar las rutinarias partidas de tute vespertinas de sus padres.

Comimos los pequeños bocadillos rápidamente y en silencio. La camarera nos sirvió un par de cafés aguados con una sonrisa y mientras esperábamos a que aquel agua sucia se enfriase, el silenció continuó haciéndose cada vez más incómodo. Gracia lo rompió con una pregunta que probablemente llevaba rondando varios días en su cabeza:

—¿Por qué te hiciste detective privado?  La pensión de un teniente no es tan mala como para que no pudieses retirarte y dedicarte a la pesca o a escribir un libro.

—En este trabajo hay dos tipos de personas. —respondí revolviendo el café— Los que se lo toman como si hubiesen obtenido un puesto de funcionario y quieren pasar la vida lo más cómoda y holgada que les sea posible y los que disfrutan resolviendo los casos.

—Y tu eres de los segundos...

—Desde que tengo uso de razón siempre quise ser policía. Crecí viendo viejas películas americanas de detectives en la tele y leyendo novelas de Dashiell Hammet, Raymond Chandler... Me metía en la piel de los protagonistas e intentaba descubrir al asesino antes de que el autor me los desvelase, la mayoría de las veces sin éxito.

—Cuando entré en la policía, descubrí que la mayoría de los crímenes eran más sencillos, que apenas necesitaban más que un poco de trabajo, pero siempre había alguno especialmente enrevesado. Esos eran los que más me gustaban. Los analizaba y desmenuzaba parte a parte, para luego volver a montarlos después, una y otra vez, hasta encontrar la pieza que encajaba. No siempre tenía éxito, pero de todas formas disfrutaba devanándome los sesos. Poco a poco la mejora de los medios de investigación ha hecho más fácil el trabajo, pero el placer de buscar pistas, interrogar a los sospechosos y conseguir el detalle que me permitía resolver el caso nunca desapareció y cada vez que resolvía uno especialmente difícil era mejor que el sexo.

—Entiendo. Yo siento algo parecido.

—Me lo imagino, si no, hubieses seguido echando culo en la sección de informática. Pero  entonces llegó el cáncer y la operación. Cuando me presenté en el tribunal médico me dijeron que no podía seguir en mi puesto. Yo, que jamás había corrido veinte metros detrás de un sospechoso, no podía realizar mi trabajo con eficacia porque me faltaba un cacho de pulmón.

—Podía haber intentado recurrir, pero  finalmente acepté mi nueva situación con resignación. Durante un tiempo el alcohol y mi tortuosa relación con Vanesa me bastaron, pero al final el gusanillo volvió a roerme las entrañas.  Así que con el poco dinero que tenía ahorrado monté la agencia de detectives, saqué la licencia y me puse a desenmascarar a  maridos capullos y  a robaperas. No es lo mismo, pero de vez en cuando me encuentro un caso interesante que hace que la sangre vuelva a correr por mis venas.

—Un caso como este...

—No, este es el gordo de la primitiva, probablemente no vuelva a encontrarme con un caso parecido y encima bien pagado.

—En fin, además de disfrutar de él, pienso resolverlo, así que deberíamos salir ahora. —dije apurando el café de un trago—Aun nos queda una hora de viaje para llegar a Brihuega.

Gracia insistió en ir en el Corolla, así que tardamos casi una hora y cuarto en llegar al domicilio de Rosa que resultó ser un adosado con vistas al Tajuña. El coche paró frente a la verja que acotaba el minúsculo jardín que había en la parte delantera del hogar de nuestra testigo y salí del vehículo estirándome con aire cansado.

La verja estaba abierta y pasamos para a continuación llamar a la puerta. Tras un par de timbrazos oímos unos pasos apresurados que se aproximaban a  nosotros.

Una joven bajita y de rostro angelical se asomó por el resquicio de la puerta.

—Hola, tú debes ser Rosa. —dije yo mostrándole mi identificación para presentarme.

La puerta se abrió, dejando a la vista un cuerpo tan exuberante que podría pertenecer al de un personaje de un hentai. Cuando conseguí bajar la vista de los grandes pechos, pude constatar que no había mentido. Una barriguita más que incipiente, que la gruesa bata de algodón no podía ocultar, desató mis elucubraciones, haciendo que por un momento perdiese el hilo de mis pensamientos.

—¿Qué desea? —dijo la joven ante mi silencio.

—Ejem... —dijo saliendo de mi estupor— Estamos investigando la muerte de una persona con la que por lo visto ha tenido relación. —dije sacando mi móvil y mostrándole la foto de Omar— Nos gustaría saber...

—¿Qué coños les gustaría saber? —dijo un hombre de unos cincuenta años, calvo, de rostro rudo y ojos tan fríos como los de su hija, saliendo de no se sabía dónde y apartando a la chica de la puerta— Ese hombre, prometiéndole el oro y el moro, deshonró a mi hija, —dijo señalando la foto con cara de profundo desagrado— la dejó embarazada y luego la abandonó como un trapo viejo. Ese tipo merece estar muerto...

—Papá, por favor...

—¡Tú te callas!  No quiero que vuelvas a abrir la puerta a esta gente ¿Me has entendido? —dijo el hombre cerrando la puerta con violencia en nuestras narices.

—¡Qué tipo más desagradable! —dijo Gracia entrando en el coche.

—Sí, me parece que hoy no vamos a poder hacer nada más. —repliqué poniéndome el cinturón— Tendremos que abordar a la chica en otro lugar. Está claro que con ese gorila rondando, Rosa no va a decir ni mu y ahora que sabemos que está realmente embarazada es aun más importante que hablemos con ella.

—¿No quedamos en que Omar era demasiado listo para ser el padre?

—Y sigo convencido de ello. —respondí pensativo— Pero no puedo dejar de pensar que si es capaz de quedarse embarazada para embaucar a alguien, también puedo verla vengándose de Omar si se siente rechazada.

—¿Crees que ese retaco es capaz de matar a alguien de un golpe? —preguntó Gracia.

—Personalmente no, pero ya has visto como es capaz de manipular a las personas para conseguir lo que desea. Tenemos que hablar con ella.

—No sé, una cosa es liar a una compañera de piso corta de pasta para que se monte el numerito delante de un mirón y otra es convencer a alguien para que mate a otra persona.

—Hasta que no hable con ella no lo sabremos. —le interrumpí yo— Ahora arranca de una vez este trasto si quieres que lleguemos a casa antes de la semana que viene.

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella