Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 8
Smallbird soluciona un problema con la fotocopiadora y descubre una nueva pieza del puzzle que esta investigando.
8
Entré en la oficina por sorpresa y vi a María agachada peleando con el cajón de folios de la impresora. Su culo tensaba el tejido de la falda hasta el punto de que podía ver la prominencia que hacía un ligero y las costuras de sus bragas sobre la fina tela.
No me pude reprimir. Aquel caso era una tortura y el relato de hacía unos minutos me había puesto tan cachondo que perdí el control sobre mí mismo. Me acerqué por detrás y cogiendo a María por las caderas acerqué aquel maravilloso culo a mi dolorosa erección.
Esperé un grito o un puñetazo mientras me restregaba, pero tras un instante de tensión, mi secretaria se volvió y me lanzó una mirada inequívoca de deseo. No necesité ninguna indicación más.
Apresuradamente le arremangué la falda descubriendo unas medias oscuras y un liguero. Acaricié los muslos blancos y abundantes mientras María se erguía y apoyaba sus manos sobre la fotocopiadora.
Tiré de sus bragas apresuradamente hasta que cayeron en sus tobillos. Mientras la mujer se libraba de ellas de dos patadas yo aproveché para pegarme a ella y rodear su torso con mis brazos.
Mis manos se apresuraron a abrir la blusa a ciegas y bajar las copas del sujetador para poder amasar su dos enormes y pálidos pechos. María se estremeció y se frotó su culo contra mi erección suspirando excitada.
Retirando una de mis manos me abrí la bragueta y la penetré de un golpe seco y apresurado. María soltó un largo gemido y separó un poco más sus piernas para hacer un poco más cómoda mi postura.
La sensación de alivio fue maravillosa. Hacia tanto tiempo que no echaba un polvo, que me había olvidado lo placentero que era. Cogiendo a María por las caderas comencé a follarla con movimientos amplios y pausados disfrutando de aquel acogedor coño y haciendo gemir a la mujer cada vez más fuerte.
Me aparté un instante para no correrme antes de tiempo y aproveché para darle la vuelta. Cogiéndola por la cintura, la senté sobre el aparato y le separé las piernas. Nuestras miradas se cruzaron. Observé durante unos instantes sus bonitos ojos verdes y la besé. En cuestión de segundos nos estábamos comiendo literalmente a besos. Solo apartaba mis labios de los suyos para chupar y mordisquear sus pezones grandes y oscuros mientras ella cogía aire.
Tras lo que me pareció una eternidad deshice el beso y cogiéndola por la nuca la miré a los ojos antes de volver a penetrarla con golpes secos, observando con atención hasta el más mínimo gesto de placer de la mujer.
María se agarró a la fotocopiadora que se encendió y comenzó a escupir fotocopias.
—Al fin arrancó este puto chisme. —dijo ella entre gemidos.
No aguanté mucho más y me corrí llenando su coño con el calor de mi semilla. Sin dejar de mirarla a los ojos saqué miembro y la masturbe con violencia hasta que en cuestión de pocos segundos su cuerpo se retorció víctima de un intenso orgasmo.
Seguí masturbándola, besándola y pellizcando sus pezones hasta que los últimos espasmos de placer cesaron.
María se bajó de la fotocopiadora y apagó el aparato. Yo abrí la boca para decir algo, pero con una sonrisa me la cerró con un dedo. Se agachó para recoger sus bragas, provocándome una nueva punzada deseo y tras una tímida sonrisa se fue a casa.
Yo me dirigí a mi despacho y conecté el ordenador. Mientras arrancaba, me serví un par de dedos de whisky y observé la lluvia caer desde la ventana. Estaba empezando a oscurecer. Apuré la copa de un trago y me serví otra medida, pensando en qué diablos iba a decirle a María al día siguiente.
El polvo no había estado mal, pero mi secretaria ya tenía bastantes problemas como para mantener una relación con el tipo más tortuoso y atormentado que probablemente había conocido en su vida.
Si algo estaba claro es que yo era un puto egoísta, que jamás podría mantener una relación estable con una mujer. Me senté frente al ordenador y traté de concentrarme. Las imágenes de María gimiendo de placer me venían una y otra vez a la mente. Afortunadamente, lo que tenía entre manos no era un trabajo de precisión y logré dar con la identidad del cliente de Penélope. Se llamaba Jorge Mirto y tenía fama de ser el cabrón más despiadado del IBEX 35.
Investigué un poco más y apunté la dirección de su oficina y su número de teléfono antes de coger la botella y tumbarme en el sofá del despacho, sin fuerzas para volver a casa.
Las ráfagas de viento, haciendo temblar las viejas ventanas de la oficina, me despertaron a eso de las ocho de la mañana. Intenté dormir un poco más, pero el repiqueteo del granizo contra la ventana terminó de despejarme.
Bajé a la cafetería de enfrente para tomar un desayuno decente que acabase con mi dolor de cabeza. Desde mi desayuno, observé llegar a María entre la aguanieve que no cesaba de caer y la vi desparecer tras las puertas del edificio. Poco después llegó también Gracia con paso rápido, como si llevase algo importante entre manos.
Terminé el café de un trago, dejé unas monedas y salí de la cafetería rumbo a mi despacho.
Cuando entré, saludé tímidamente a María y entré en mi despacho donde Gracia me esperaba con una sonrisa que solo presagiaba buenas noticias.
—El ordenador ha resultado ser una mina de oro. Seguimos sin saber la identidad de nuestro hombre, pero tenemos información sobre movimientos en casi veinte compañías off shore en paraísos fiscales de todo el mundo a nombre de Omar Al Hariz, transacciones y envíos de armas a casi todos los países en guerra en los últimos diez años. Ese tío era uno de los mayores traficantes de armas de todo el mundo.
—¿Alguna de las pistas os llevan a los terroristas? —pregunté yo.
—Aun no las hemos encontrado, pero hay una cantidad ingente de información, tenemos a toda la división de homicidios y la de antiterrorismo trabajando día y noche.
—Eso está bien, pero no tendrías esa sonrisa si no hubieses encontrado algo más. —le interrumpí yo.
—Bueno en el historial del navegador te he encontrado otra prostituta a la que podría haber recurrido nuestro hombre. Hace cosa de cuatro meses contactó a través de internet con una tal Monique.
—¿Qué sabes de ella?
—Nada más que su nombre de guerra y la agencia de escorts para la que trabaja. —dijo mostrándome una página web dónde se veía a una joven rubia platino con unos ojos grandes y azules como el hielo.
Eché un rápido vistazo a la carpeta de fotos. La chica parecía más joven de lo que en realidad era y lo explotaba en sus fotos, alternando gestos y poses inocentes con poses más lascivas, haciendo que cualquier visitante sintiese una atracción inmediata por aquella Lolita de cuerpo pequeño y exuberante.
Fingí mirar críticamente aquellos pechos grandes y operados y el culo respingón como si intentase sacar de sus lunares algún mensaje oculto y finalmente cerré la página antes de que Gracia se diese cuenta de que me estaba excitando de nuevo.
—¿Qué te parece? —preguntó Gracia.
—Podría ser otra sospechosa, pero me parece demasiado bajita, no la veo arreando a la víctima un golpe capaz de hundirle el cráneo. De todos modos, hablaré con ella. Quizás sepa algo o me lleve a otra pista.
—Sí, bueno. —replicó ella ligeramente decepcionada por mi falta de interés.
Gracia se sentó a esperar mientras yo realizaba un pequeño informe para mi clienta. Sin poder evitarlo me echaba miradas divertidas, observándome teclear con los dedos índices en el ordenador mientas me mordía la legua en un gesto de profunda concentración.
—¿A dónde vamos hoy? —preguntó cuando hube terminado. —¿Buscaremos a la pequeña Monique?
—No, de momento eso no corre prisa. Prefiero dar primero con el constructor , me parece un tipo más capaz de matar a alguien que se ponga en su camino y me temo que va a ser más difícil de localizar.
Le conté la entrevista que había tenido con Penélope ahorrándole los detalles erótico-festivos y finalicé exponiéndole brevemente lo que había averiguado del Señor Mirto en mi investigación de la noche anterior
Sin más ceremonias me levanté y salimos del despacho. Le di a María instrucciones para que corrigiese mi informe y lo enviase al correo de Svetlana. Gracia no era tonta y enseguida notó la tensión existente entre nosotros. Bajamos por el ascensor en un incómodo silencio.
Hubiese deseado que hiciese un día espectacular para así poder usar la moto. El casco borraba las facciones e impedía mantener una conversación, pero el aguanieve de la madrugada había dado paso a una fina lluvia que no tenía pinta de amainar así que cogimos el coche de la detective, la cual no tardó mucho en dar rienda a su curiosidad.
—¿Ha pasado algo entre vosotros dos? —preguntó volviendo la cabeza hacia mí.
—Nada que te interese y vuelve la cabeza hacia el tráfico, si haces el favor. —respondí yo intentando dar por zanjada la cuestión.
—Vamos, no te vayas por las ramas, se ve a la legua que María y tú habéis tenido algo. —replicó con una sonrisa pícara.
—¿Estás celosa?
Gracia rompió a reír por toda respuesta. Yo puse cara de póquer mientras me hacía el ofendido intentando cerrar aquel tema, pero aquella chica era como un perro con un hueso. Nada la haría desistir. Si también resultaba ser así en su trabajo, le auguraba un brillante futuro.
—Vamos Smallbird. Me parece maravilloso. Hacéis una pareja genial. Tú la necesitas para no volverte una especie de anacoreta con el Whisky como único compañero de cama y esa mujer pide a gritos un pene que le ayude a olvidar al gilipollas de su ex.
—¿Sabes que eres un poco ingenua? —le interrumpí yo— No sé si te has fijado, pero esa mujer es una divorciada con dos hijos y un exmarido que es como un grano en el culo. María es una joya, trabaja bien y cobra una miseria, no voy arriesgarme, soy demasiado egoísta.
—Ja, así que vas de Philip Marlowe, menos lobos. Ni eres tan duro, ni eres tan buen detective. Créeme si te digo que esa mujer te conviene.
Sin dejar de darme la tabarra, Gracia aparcó frente a la sede de la constructora Mirto. Aquel lugar estaba diseñado para intimidar. Era un rascacielos todo acero y cristal, de cuarenta pisos que ellos mismos habían construido, ocupando las plantas treinta a la treinta y cinco y alquilando el resto.
En cuanto salimos del ascensor, una atmosfera de lujo nos envolvió. En la recepción había tres atractivas secretarias respondiendo a las constantes llamadas y desviándolas a sus respectivos destinatarios. Tras unos segundos, una joven recepcionista con acento sudamericano, nos preguntó que deseábamos con una sonrisa un tanto artificial.
—Buenos días. Queríamos ver al señor Jorge Mirto.
—¿De parte de quién? —preguntó la recepcionista frunciendo inmediatamente el ceño al escuchar el nombre de su jefe máximo.
—Philip Marlowe y la Celestina. —dije yo sin poder evitarlo.
—¿Perdón? —volvió a preguntar la joven sin un atisbo de sonrisa.
—Leandro Smallbird, detective privado y ella es Gracia, detective de homicidios. —respondí mostrándole mi identificación.
La secretaria no pareció muy impresionada, examinó un instante su ordenador y nos dijo que no teníamos cita. Nosotros le explicamos que eso ya lo sabíamos. En ese momento comenzó una discusión que podíamos habernos ahorrado si la joven hubiese empezado por el final. Al parecer Don Jorge, como lo llamaba ella, estaba de viaje supervisando la construcción de una vía de alta velocidad en Oriente Medio y no volvería hasta mediados de semana. Le di mi teléfono y le dije que nos llamase cuando el presidente estuviese de vuelta.
Cuando salimos era ya casi la hora de comer. Había dejado de llover, pero había vuelto a correr un aire frío de cojones. Gracia me dejó delante de la oficina y tras asegurarse de que no iba a hacer nada de interés por la tarde, volvió corriendo a sus amados ordenadores.
En el fondo la entendía. A pesar de que seguía convencido que la pista de los terroristas no iba a llevar a la resolución del homicidio, todas aquellas mujeres no me habían dado ni un solo indicio de quién podía ser la víctima y menos aun el asesino y me estaba empezando a desesperar.
Estaba a punto de entrar en el edificio cuando decidí que por aquel día había tenido suficiente. Aunque en realidad lo que estaba haciendo era huir de mi secretaria. Llamé a María, le dije que cerrase pronto y cogí la moto para volver a casa.
Comí una pizza congelada y me senté en el sofá del salón. Acaricié la tapicería recordando las tardes que había pasado allí recostado, con Vanesa entre mis brazos y traté de imaginar a María tumbada a mi lado con sus hijos disfrazados de indios bailando a nuestro alrededor. Sacudí la cabeza, me revolví nervioso en el asiento intentando exorcizar aquellas imágenes y deseando que el desliz de la noche anterior no acabara en desastre.
Me recosté en el sofá y estiré la mano por el suelo buscando la botella de Whisky, pero mis manos tropezaron con otra cosa. Era un libro. Tiré de él pensando que era el tratado de criminología que había empezado a leer, pero era la novela que había encontrado en casa de Omar. En un acto casi mecánico la cogí y empecé a leerla.
En pocos minutos me había sumergido en la atmósfera claustrofóbica de un barco atrapado en el hielo. Hacía tiempo que una novela no me absorbía tanto. Cuando me di cuenta, estaba leyendo en la penumbra. Interrumpí la lectura en uno de los pasajes subrayados y encendí la luz para seguir leyendo.
Cuando volví a la novela me di cuenta de repente. Algo no cuadraba. Los pasajes subrayados eran cortos y algunos no tenían sentido, incluso llegaban a ser una o dos palabras sueltas que parecían ser elegidas al azar.
Entonces se me ocurrió que podían ser algo más que meras anotaciones y empecé a estudiarlos con más detenimiento. Comencé por los fragmentos que parecían tener menos sentido y los junté sin encontrar ningún mensaje coherente, pero me fije en una cosa; Casi todos los capítulos estaban encabezados por unas coordenadas que casi siempre eran las mismas, salvo los capítulos donde estaban subrayadas las palabras sin sentido.
Además, al principio, en los dos primeros capítulos, había dos frases más largas marcadas una con una W una G y una S y otra con una T.
WGS. —pensé— ¿Donde había oído yo esas siglas?
De repente se me encendió la luz. Conté el número de palabras subrayadas... ochenta y cuatro; ¡Eran unas coordenadas del sistema UTM! Un sistema de posicionamiento global por satélite.
Durante una temporada había compartido un caso con un guardia civil que me explicó las ventajas con respecto al sistema de longitud y latitud sobre todo a la hora de hacer los cálculos de las distancias.
El sistema tenía varios datum. El que se utilizaba en Europa occidental era el WGS 84.
Lo siguiente necesario para localizar era un huso que dividía una porción del globo terráqueo y que siempre terminaba por una T. Conté las palabras que resultaron ser treinta.
Los siguientes fragmentos tenían todos entre una y nueve palabras, obviamente eran las coordenadas X e Y.
Hacer el resto de las cuentas no me llevó más de dos minutos. Las coordenadas resultantes, 30T X 446959 e Y 4432363, tras pasarlas por un programa de navegación del móvil me dieron una dirección a apenas media hora en coche de dónde me encontraba, cerca de la estación de contenedores.
Examiné la zona con el Google Earth. No parecía ser un objetivo importante para un atentado, pero si era un lugar con mucho trasiego de gente y mercancías, donde los grandes bultos no llamaban demasiado la atención.
Al observar con detenimiento, pude comprobar que una de las líneas de metro que acababan en la estación pasaba por la parada dónde Omar había sufrido el robo. Todo encajaba. La cita para el intercambio debía de haberse producido allí y estaba seguro de que los presuntos terroristas no debían de andar muy lejos.
Con una sonrisa de triunfo cogí el teléfono:
—Hola jefe, ¿Cómo va eso? —dije yo al oír descolgar al comisario Negrete.
—Hola Smallbird. ¿Qué coños quieres? —preguntó policía con aire molesto.
—¡Oh! Nada. Me preguntaba como ibas con la investigación.
—Sí y yo llevo ropa interior de mujer. Desembucha de una puñetera vez, no tengo mucho tiempo. Este caso es desesperante. Cada vez que parece que avanzamos un poco nos encontramos en un callejón sin salida.
—Creí que a estas alturas ya tendríais a un sospechoso.
—Pues no. Ahora sabemos por los servicios secretos israelíes que el tal Omar es Mark Antonescu. Rumano, hijo de diplomáticos destacados en Beirut, Moscú, Piong Yang y Ho Chi Mihn. Creció en esta ambiente e hizo multitud de contactos, empezando a hacer negocios bajo el paraguas del pasaporte diplomático que le proporcionaban sus padres. Pero tras la caída de Ceausescu, desaparece del mapa.
Después solo rumores. Hemos seguido el rastro del dinero por multitud de empresas fantasma y cuentas ocultas por todo el mundo hasta un entramado societario de los Emiratos. Y ahí se ha quedado todo. Los árabes han levantado una cortina impenetrable que le arropa e impide cualquier pesquisa.
—Quizás yo pueda ayudaros un poco...
—Smallbird, no me toques los cojones. Si sabes algo dímelo.
—Por supuesto que te lo voy a decir, pero necesito que me hagas un favor a cambio.
— ¿Y si te detengo por obstrucción a la justicia y no te suelto hasta que me lo digas?
—Vamos, jefe, sabes perfectamente que esas tonterías no valen conmigo. Tengo un montón de formas de evitarte. Llamaré a un abogado y no diré ni pío.
—¡Maldito tullido hijo de puta! ¿Qué quieres ahora? ¿Uno de mis riñones?
—De lo que ando corto es de pulmones, pero de momento me sirve el que me queda. No te preocupes. No te pido tanto. Solo quiero estar presente en los interrogatorios cuando encontréis a alguien.
—¿Es que has cambiado de opinión y has desechado la pista de las putas? —preguntó el comisario interesado.
—No, pero si soy tan buen detective es porque nunca paso nada por alto.
—Está bien, trato hecho, Smallbird, pero solo si esa pista es buena y nos lleva a alguna detención.
—Bien te voy a dar unas coordenadas, están cerca de la estación de contenedores...
—¿De dónde las has sacado?—le interrumpió Negrete.
—De un libro que encontré en el chalé de Omar.
—¿Has sacado pruebas de una escena de un crimen? —le interrumpió de nuevo el comisario, esta vez a grito pelado.
—Cálmese jefe. Ni siquiera sabía que fuese importante. Lo cogí con intención de leerlo porque me interesó la contraportada y luego descubrí que escondía un mensaje entre sus páginas. —respondí apartando ligeramente el auricular para que los insultos de mi exjefe no reventasen mis tímpanos.
—¡Serás cabrón! Bien, quiero que cojas ese libro, lo metas en una bolsa limpia y se lo des a Gracia en cuanto la veas. Obviamente ni se te ocurra volver a tocarlo. Ahora cuéntame.
—Las coordenadas corresponden a un lugar a unos cientos de metros de la estación de contenedores. Allí no hay ningún objetivo destacable para un atentado, pero es un lugar dónde hay mucho trasiego de gente y mercancías de todo tipo. Un lugar donde un bulto no llamaría la atención y además la estación de metro más cercana está comunicada por la línea 1 con la estación en la que robaron a Omar.
—Entiendo, así que tiene que ser el lugar del intercambio. —dijo Negrete que no había llegado a comisario porque fuese tonto.
—Y... —añadí dejando que el comisario terminase su razonamiento.
—Probablemente ese lugar este cerca del escondite de los terroristas. Ellos elegirían un lugar que dominasen. En el que no llamasen la atención y en el que poseyesen varías rutas de escape por si Omar les tendiese una trampa. La zona del puente de Vallecas es perfecta multitud de vías de escape. Cercanías, Metro, Mercancías, la M 30, la A3. Va a ser una pesadilla, pero creo que podremos dar con la célula terrorista.
—De nada y buena suerte, jefe. Recuerde llamarme cuando detengan a alguien.
Tras darme las gracias a regañadientes, el comisario colgó. Como todos los Smartphones, el del comisario tardó un par de segundos en cortar la comunicación y por los insultos y las ordenes a grito pelado que escuché pude percibir su ilusión.
Ignorando las órdenes de Negrete, volví a tumbarme en el sofá con el libro en el regazo y continué leyendo durante toda la tarde y la noche hasta que el sueño me venció.
Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.