Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 5
Recuperaciones, descubrimientos y tratos.
5
Al día siguiente desperté sin dolor de cabeza por primera vez en aquella semana, pero no estaba seguro de que la intensa necesidad de echar un polvo que sentía fuese mucho mejor. Me levanté con una dolorosa erección que ni siquiera una prolongada ducha fría logró aplacar.
Tras claudicar y masturbarme como un quinceañero granujiento con los pechos de Svtlana rondando en mi cabeza, me sentí más aliviado y pude dirigirme al trabajo.
Cuando llegué al trabajo, María estaba en la pequeña recepción, con una sonrisa en los labios, como siempre, aunque hoy la sonrisa era un poco más abierta y alegre.
—Hola, jefe. Me encanta verle de nuevo en plena forma.
—Gracias, María. Si llama alguien estaré dentro, terminando el informe del enamoraputas.
Al entrar en mi despacho vi el fajo de billetes que había quedado sobre la mesa desde la noche anterior. Lo observé durante unos momentos antes de cogerlo y meterlo en uno de los cajones del escritorio junto con unos lápices y una caja de clips.
A una lentitud desesperante conseguí terminar el informe y se lo pasé a María para editarlo. Era media mañana y pensé que era la hora perfecta para hacer una visita a mi viejo amigo Fermín.
En el lugar de trabajo de Fermín reinaba el silencio, un silencio profundo y respetuoso. Nadie levantaba la voz ni corría apresurado por aquellos pasillos fríamente iluminados. El trabajo siempre era metódico y pausado; los muertos no tenían prisa y se necesitaba tiempo y paciencia para conseguir que hablaran.
Lo encontré como siempre, encorvado sobre una mesa metálica, con un mono de hule blanco sorprendentemente limpio para el trabajo al que se dedicaba y con ese aire de abstracción que tiene cualquiera que está profundamente concentrado en su tarea.
—Hola Fermín, ¿Cómo va eso?
—Leandro —aquel hombre era uno de los pocos que me llamaba por mi nombre— ¡Cuánto tiempo! Me han contado que casi consigues convertirte en cliente mío. Déjame ver ese tolondro.
Aguantando la broma me giré y le dejé curiosear detrás de mi oreja. Fermín se ajustó los lentes con aire de entendido y fijo aquellos ojos grises y ligeramente saltones en la ya bastante menguada contusión.
—Un buen sitio para recibir un toque de calidad. —dijo con sorna— Menos mal que tienes la cabeza bien dura. No me haría mucha gracia tener que abrir esas costillas para ver esa patata que tienes por corazón.
—La verdad es que no te daría mucho trabajo, —dije palpándome el hueco que tenía en el costado con ironía— otra cosa es que encontrases algo dentro.
—Me imagino que no has venido a hacerme una visita de cortesía. —dijo el patólogo volviendo a acercarse a su paciente con un escalpelo.
—Verás, me preguntaba si podría echar un vistazo al cuerpo que apareció en la piscina.
—¡Ah! ¿El que encontraron en tu insigne compañía?
—El mismo.
—¿Desde cuándo los detectives privados se encargan de resolver asesinatos? —preguntó Fermín sin dejar de fijar la vista en la báscula donde estaba pesando el corazón que acababa de sacar de su supertranquilo cliente.
—Desde que les pagan una pasta por ello. Además yo solo quiero echar un vistazo, no quiero que pienses ni por un momento que voy a meterme en medio de una investigación oficial, solo voy a asegurarme de que la policía va por buen camino.
El patólogo se irguió y frunció el ceño. Esas últimas palabras no le habían gustado demasiado.
—Deberías decirle a tu cliente que debería confiar un poco más en la policía y tu tendrías que saber de sobra que a pesar de tu ausencia, los maderos siguen resolviendo los casos con la eficacia de siempre.
Yo aguanté el chaparrón con cara de penitente, esperando no tener que verme obligado a suplicar. En el fondo Fermín era buen tío y ambos llevábamos haciéndonos favores desde que nos conocíamos, de eso hacía casi una eternidad.
Tras unos segundos de suspense, el hombre dejó sus instrumentos sobre la mesa de autopsias, al lado del cuerpo a medio inspeccionar y tras quitarse los guantes, salió de la sala indicándome que le siguiera.
Entré en el depósito tras él y después de echar un vistazo a una portafolios que colgaba de la puerta, abrió uno de los nichos que ocupaban la pared de la izquierda.
—Ahí lo tienes, todo tuyo. —dijo dando un tirón a la bandeja que sostenía un cuerpo tapado con una sábana.
Me acerqué con el punto de aprensión del que ha estado a punto de estar sobre aquella bandeja y levanté la sabana. Por fin veía su rostro. Tal como habían dicho las mujeres, era un rostro anodino, alargado y algo descarnado, con el pelo abundante y oscuro y los ojos grandes con unas cejas espesas y ligeramente curvadas, en lo que parecía un gesto de incredulidad.
Cogiendo unos guantes que me tendió Fermín gire ligeramente la cabeza para observar detenidamente le herida que tenía en la cabeza. Inconscientemente me toque el chicón a la vez que observaba el golpe en la sien. Evidentemente aquel hombre se había contenido a la hora de atizarme. Si hubiese aplicado la misma fuerza conmigo ahora sería su vecino de nicho.
—Yo diría que es la misma arma. —dijo el patólogo echándome un nuevo vistazo— Creo que has tenido bastante suerte.
—Eso parece. —repliqué yo tirando hacia atrás de la sábana y observando el resto de la anatomía de aquel hombre sin descubrir nada relevante más que una pequeña contusión en el antebrazo izquierdo. Al parecer John había conseguido desviar el primer golpe.
Antes de volver a colocar el lienzo y devolver al cuerpo de John a su lugar de descanso provisional, saqué un par de fotos a su cara, una de ellas al natural y otra con un filtro de color para que pareciese un poco más vivo.
—¿Podría pedirte un último favor? —pregunté yo tentando a la suerte.
Sin responder me llevó hasta su despacho y me dejó delante el expediente de la autopsia.
—Creo que voy a tomarme un café, cuando vuelva espero que te hayas ido y el expediente este tal y como lo he dejado.
Le di las gracias y le dije que teníamos que quedar un día para tomar unas copas. Le dejé marchar después de decirle que si encontraba o sucedía algo más, por insignificante que fuese, me lo contase y sumergí mi nariz en aquel tesoro. Mientras lo fotografiaba con el móvil tuve tiempo de echarle un vistazo rápido. A primera vista no había nada de interés Al parecer le habían golpeado con un objeto romo. En la sien izquierda había una pequeña esquirla de una aleación metálica presente en muchas herramientas.
Por la cantidad de agua que había en los pulmones había caído a la piscina aun vivo. La causa final de la muerte fue declarada por ahogamiento al caer la víctima inconsciente a la piscina aunque la herida hubiese acabado con él igualmente.
Debido a la hora de la muerte estimada por Fermín, pensé que había llegado con el cadáver aun caliente. Tardaron más de tres horas en encontrarnos, así que todo aquel tiempo en el agua clorada había acabado con la mayoría de las pruebas. Solo había encontrado una sustancia pastosa debajo de la uña del dedo corazón de la mano derecha. Podrían ser restos de piel humana o simplemente roña, de todas maneras. debido a la larga exposición al cloro de la piscina, sería difícil conseguir algún resto de ADN viable.
Miré el reloj. Habían pasado casi siete minutos. Cerré la carpeta y la dejé tal como la había encontrado. Tras asegurarme de que no me había dejado nada, apagué la luz y cerré la puerta mientras le daba vueltas a la nueva información que había conseguido. A pesar de no ser un portento, John no parecía el tipo de persona que queda aturdida esperando la muerte. O su asesino le causó una gran sorpresa o era un tipo bastante fuerte.
Encontré a Fermín en el vestíbulo, charlando con un policía uniformado al que no conocía. Aun así, procuré escurrirme por el ángulo ciego de este y tras guiñar un ojo a mi viejo amigo a modo de saludo, salí a la calle.
A pesar de que la mañana era brumosa y fría, decidí que no podía dejar a mi amor por más tiempo en manos de esos bárbaros. Cada minuto que pasaba me la imaginaba tirada de cualquier manera, entre coches abollados y polvorientos, sin poder evitar escalofríos de terror. Me dirigí a la boca de metro más cercana y tomé la línea cuatro. El tren me dejó a apenas dos manzanas del depósito de vehículos. Me subí las solapas de la cazadora y caminé por las calles oscuras y mojadas.
Odiaba el invierno, era casi mediodía y parecía que estaba anocheciendo. El sol a duras penas lograba atravesar la gruesa capa de bruma bañándolo todo con una luz mortecina.
Cuando llegué al depósito me encontré con que Ruíz estaba tomando un café en el bar de la esquina y como la moto no estaba depositada como prueba, ni como resultado de una infracción, no figuraba en el ordenador y no podían ayudarme hasta que él llegase.
Al principio pensé en quedarme a esperar, pero Ruíz era un funcionario de pura cepa y sus ausencias para tomar el café podían oscilar entre los cuarenta minutos y la hora y media. De perder el tiempo, prefería hacerlo en la brigada antiterrorista que estaba a menos de cinco minutos a pie. Así podría asegurarme de que la información que Fernando les había dado era cierta y averiguar cuándo le soltarían.
La comisaría donde estaba el grupo antiterrorista no era tan cutre como la de homicidios. La pintura era más reciente y el mobiliario parecía menos baqueteado. Atravesé con suficiencia la recepción y me fui directamente al despacho del capitán. Di dos suaves golpes en la puerta y entré sin esperar respuesta.
Encontré a Méndez leyendo atentamente un informe. Levantó un instante la mirada y tras posar la abultada carpeta sobre la mesa, me saludó con una inclinación de cabeza y me indicó una silla.
—Buenos días capitán. —le saludé— Solo quería saber si vais a soltar pronto a ese mequetrefe.
—¿Tanto interés tienes en su libertad? —preguntó el capitán súbitamente interesado.
—No te creas. —respondí yo— Por mi podías encerrarlo y tirar la llave, pero mi cliente le tiene un especial e inexplicable cariño, vete tú a saber por qué.
El capitán puso un gesto de ligera incredulidad antes de coger las gafas y hurgar en un montón de expedientes. Sacó uno especialmente grueso y lo abrió para echarle un vistazo.
—La verdad es que el tipo fue totalmente sincero. Sabiendo el día, la hora y el lugar del incidente, no nos costó conseguir las imágenes del metro y encontramos al tipo trajeado de la mochila fácilmente. Lo de la visera no era un capricho. El sospechoso llevaba la cabeza baja y las cámaras no lograban captar una imagen decente de su rostro.
—Vaya. Que putada.
—Eso pensamos nosotros, hasta que tu amigo Fernando entró en escena. —dijo el policía con un gesto de triunfo— Fue solo un segundo, pero al robarle tu cliente la mochila, la sorpresa le hizo cometer un error y durante un instante levantó la cabeza, indeciso, sin saber qué hacer.
Méndez sacó una foto del expediente y me la mostró. Gracias a Dios no soy un tipo muy expresivo, porque al ver la cara de John, granulada y ligeramente desenfocada, pero inconfundible, con esos ojos grandes y oscuros más abiertos, y esas cejas aun más arqueadas por la sorpresa, casi me caí de la silla.
—Entonces, ¿Dejaréis a ese imbécil pronto en libertad? —dije yo cogiendo la foto y fingiendo echarle un vistazo desinteresado.
—Bueno tiene que presentarse ante el juez. Nos haya sido útil o no, el hombre ha cometido un delito.
—Vamos, ese tipo os ha dado un hilo del que tirar. Lo más justo es que le deis un par de patadas en el culo y le soltéis. Sabéis perfectamente que el juez lo va a soltar con una fianza que Fernando no va a pagar ni a devolver.
—Está bien. Lo dejaremos pasar y le soltaremos sin cargos en un par de horas, pero avísale de que si vuelve a pasar por estas dependencias, va a recibir hasta en el cielo de la boca.
—De acuerdo, Capitán. Muchas gracias. Me encargaré de darle el mensaje. —dije levantándome y dándole la mano, consciente de que si se enteraba de que le estaba ocultando un dato crucial me despellejaría— A propósito, ¿sabéis algo del explosivo? —pregunté ocultando bastante bien mi interés.
—Poca cosa, por el numero de serie sabemos que proviene de un envío de material para el nuevo ejército iraquí hace casi diez años, en plena vorágine de atentados. Ni siquiera se sabía que ninguna fracción de esa partida se hubiese perdido. No creo que consigamos mucho más por ese lado.
—Vaya, parece un caso difícil. Suerte. —dije haciendo mis cálculos.
Podía haber hablado con Méndez y contarle todo lo que sabía, pero cuando perteneces a este gremio, lo primero que aprendes es que lo más valioso que tienes es la información y que jamás la debes ofrecer gratis. Tenía dos posibles destinos para esa información y debía meditar con cuidado a quién debía ofrecérsela.
En esta ocasión Ruíz estaba al pie del cañón, bebiendo un refresco light. Con cada trago su gloriosa papada temblaba como la gelatina. Cuando terminó el refresco, bajó al fin la cabeza y me observó con esos pequeños ojos porcinos.
Me observó durante unos segundos, como intentando rascar olvidados recuerdos entre las telarañas de su mente. Esperé pacientemente hasta que al fin abrió aquellos pequeños ojillos.
—Smallbird, cuánto tiempo. Me contaron que estuviste a punto de diñarla. Te veo en buena forma.
—Sí, bueno, los excesos nunca son buenos. —repliqué yo aunque el hombre no pareció darse cuenta de que lo decía con segundas.
—Bueno me alegro de verte de nuevo. —dijo levantando su enorme corpachón— ¿Qué puedo hacer por ti?
—Creo que hay una Ducati ahí dentro que solo tú me puedes entregar.
—¡Ah! Sí. ¿Era la tuya? —preguntó el policía sacando las llaves de un cajón— Pasa y dile al chaval que está de guardia que te lleve hasta ella y te abra la puerta de entrada. Me alegro de verte, hombre, y da recuerdos a esa chica tan mona...
Me despedí con un gesto de la mano sin ganas de dar explicaciones a un casi completo desconocido, recogí la que ahora era mi chica y me fui a comer algo.
Llené el hueco que había dejado la última pregunta de Ruiz con unos espaguetis carbonara y un par de san jacobos no demasiado malos, mientras meditaba a quién debía contarle todo lo que sabía. Cuando terminé con el postre ya me había decidido. Llamé a la oficina y tras decirle a María que su ex saldría en unas horas de la comisaría, le pedí que hiciese una copia del informe de la investigación sobre John, quitando toda referencia a nuestras clientas.
Tomé el café tranquilamente, dándole tiempo a María para que hiciese el trabajo y para asentar la copiosa comida.
Montar en la Ducati era ahora lo más parecido que tenía a la felicidad. Acelerar y deslizarme entre el tráfico, sentir los aguijonazos del frío traspasando el grueso cuero de la cazadora me hacían sentir vivo de nuevo.
A pesar de haber cogido el camino más largo, llegué al despacho en menos de veinte minutos. María, con su eficiencia habitual, ya tenía el informe preparado. Estaba a punto de llevármelo, cuando recordé algo y pidiéndole un rotulador permanente, taché a conciencia un par de frases de la declaración de Luz la Luminosa dónde hablaba del viaje de John a Ammán.
Después de hacer memoria una última vez y asegurarme de que no me dejaba nada más, me despedí de María y le dije que podía cerrar e irse a recoger a los chicos al colegio.
Al final elegí homicidios, primero porque conocía a la gente y sabía que no me la jugarían y segundo porque necesitaba que me permitiesen seguir husmeando para cumplir la nueva misión que me había encomendado Svetlana.
Al principio pensé en eludir a el comisario Negrete y hablar directamente con Carmen, pero sabía que tarde o temprano terminaría enterándose y preferiría no cabrearle.
—¿Qué cojones haces aquí otra vez Smallbird? —rugió el comisario al verme—Creí haberte hablado claro la última vez. No pienso dejar que andes merodeando por esta comisaría cada vez que se te antoje.
—Calma jefe, esta vez no he venido a pedir nada, he venido a ofreceros información.
—¿Cómo? —preguntó el comisario frunciendo el ceño— ¿Ahora vas de Teresa de Calcuta?
—No tanto, pero creo que puedo ayudar a Carmen con el caso del desconocido de la piscina y de paso a meterle el dedo en el culo a los de antiterrorismo. —dije consciente de la rivalidad entre las ambas divisiones.
Negrete pareció pensarlo durante una eternidad, me observó como a un zorro al que no sabía si acariciar o despellejar para hacerse un abrigo. Finalmente gruño y con un movimiento de cabeza me indicó que fuese a hablar con mi sucesora, no sin antes recordarme que no quería saber nada del trato al que llegásemos y así mantener, al menos de cara a la galería, una fachada de imparcialidad entre las brigadas rivales. Estaba seguro que cuando Méndez le interrogara al respecto argumentaría que me había despachado a Carmen porque pensaba que mi información era totalmente irrelevante.
Imaginaba que mi despacho habría cambiado algo más, pero el único toque femenino era un cactus esmirriado en el lugar donde antes tenía el pesado cenicero de bronce rebosante de colillas. Los expedientes amontonados por todas partes, el viejo ordenador aun con el Windows 98, incluso los estantes atestados de tratados de legislación y criminología, acumulando polvo, sin abrir por falta de tiempo, le daban el mismo aire de desorden y agobio.
—Hola Smallbird. —me saludo Carmen con cautela— ¿Sabe Negrete que estás aquí?
—Precisamente vengo de su despacho.
—¿Y qué demonios quieres ahora? —preguntó la teniente con aire cansado.
El cargo se había cobrado su peaje. Rodeando los bonitos ojos de Carmen había unos cercos oscuros que ni siquiera el maquillaje podía ocultar. Supuse que un puesto como aquel y dos niños dejaban poco tiempo para el descanso. Afortunadamente, su marido la ayudaba lo suficiente para poder permitirse seguir al frente.
—Vengo a ayudarte. —dije dándole el expediente que me había dado María.
—Y supongo que aquí está todo.
—Bueno, para serte sincero, no todo. —dije yo esperando una reprimenda.
—Vamos Leandro, no tengo tiempo para tonterías. —replicó ella con tono hastiado— Han pasado veinticuatro horas y ni siquiera conocemos la identidad del muerto. ¿Qué es lo que quieres?
—Solo un pequeño favor del que ambos saldremos beneficiados y para que veas lo sincero de mis intenciones te voy a adelantar algo de lo que sé.
—Vale cuéntame algo que no sepa y luego hablamos.
—Tu fiambre es objeto de otra investigación en la división antiterrorista.
—¿Cómo? ¿Qué coños? —dijo Carmen incorporándose en la silla.
—Parece ser que el sujeto en cuestión no era trigo limpio. Un robaperas le quitó una mochila en la que resultó que había una cantidad indeterminada de explosivo plástico de alta potencia.
—¡Joder! ¿Lo sabe la división antiterrorista? —preguntó Camino con una nueva chispa de luz en aquellos bonitos ojos mientras echaba un vistazo a mi expediente ahora mucho más interesada.
—Aun no. Voy a dejar que seas tú la que elija el momento para decírselo. —respondí con una sonrisa— Por supuesto, sin mencionar tu fuente.
—Por supuesto, Smallbird.
—Incluso podría conseguirte una identidad.
—Ahora es cuando me vas a pedir ese pequeño favor. —dijo la teniente torciendo el gesto.
—Me gustaría compartir información con vosotros.
—Estás de coña. ¿Es que te crees Richard Castle? ¿Puedo preguntar por qué razón?
—Por un montón de razones verdes, suficientes para empapelarme el despacho con ellas. —dije yo intentando parecer despreocupado.
—Ya veo. De acuerdo, si la información que me das es tan buena como dices, te daré acceso a nuestra investigación.
—De acuerdo, John cogió un vuelo para Amman, vía Estambul, el 8 de Diciembre. Si consigues la lista del pasaje de los dos vuelos, comparando los nombres comunes en ambas listas no te resultará demasiado difícil averiguar el nombre de nuestro desafortunado amigo.
Camino escuchó y apuntó la fecha mientras meditaba el asunto. Finalmente tuvo que reconocer que era la mejor, bueno, la única pista decente que tenían hasta ahora.
—¿Piensas compartir la información con la brigada antiterrorista? —le pregunté con malicia.
—Por supuesto, somos un equipo y aun anda por ahí un grupo de piraos buscando un poco de dinamita para hacerse unos bonitos chalecos de diseño. Está claro que ese tipo suministraba explosivos a una banda terrorista y al perder el cargamento se lo cepillaron.
—No sé, yo no lo veo tan claro. —repliqué yo— Sí yo hubiese sido terrorista me hubiese limitado a sacudirle un poco para obligarle a traerme otro cargamento. Muerto no les sirve de nada.
—Quizás le pagaron por adelantado.
—¿Podrían llegar a ser tan lerdos? No lo creo. —dije yo rascándome la barbilla pensativo— ¿Y por qué me dejaron a mi vivo? De momento voy a seguir otra línea de investigación.
—¿La de las putas? —preguntó la teniente ojeando mi informe sin poder ocultar el tono de sorna.
—Yo que tú, no me reiría tanto. Todo lo que tienes hasta ahora se lo debes a ellas. —repliqué categórico— Lo único que quiero es que me tengas informado por si por casualidad tú tuvieses razón con tu línea de investigación.
—De acuerdo, es más, creo que te voy a poner un enlace, para que te acompañe. Quizás te sea útil.
—¡Eh! No te pases. No necesito ninguna niñera. Olvídate de eso. —dije levantándome para salir del despacho.
—Entonces, está todo arreglado. —dijo como si no me hubiese oído— Gracia se acercará por tu oficina... a eso de las nueve de la mañana o no hay trato.
—Policías, sois todos una pandilla de trileros. —sentencié sin poder evitar recordar la cantidad de veces que había oído decir ese tipo de frases a un montón de sospechosos.
Por lo menos no me había puesto a Arjona. No podía imaginarme interrogando a las putas y la vez apartando las manos de Arjona de sus cuerpos. Gracia, en cambio, era una joven policía a la que había ayudado a promocionar desde el departamento de informática. Era guapa y bastante más inteligente que la media de los maderos de por allí. Si no metía la pata, llegaría lejos.
Salí de la comisaría con un incipiente dolor de cabeza y la lluvia que caía fina, pero de modo constante, no hizo nada por mejorarlo.
Mientras me dirigía a por la moto, pensé detenidamente en todo lo sucedido y cada vez estaba más convencido de que mi tesis era la correcta. Si hubiesen sido terroristas, no hubiesen utilizado un instrumento romo, lo lógico es que nos hubiesen descerrajado un tiro a cada uno y a otra cosa mariposa.
Sin embargo el asesino había utilizado un instrumento romo como una barra de hierro con una especie de relieve en el extremo. Eso parecía más bien un arma de oportunidad. Como si el crimen hubiese sido producto de una discusión que se hubiese salido de madre y yo hubiese recibido por estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado. El asesino no quería que le descubriese, pero tampoco quería cargar con otro crimen a sus espaldas, estaba convencido de que no era un profesional.
Con estos pensamientos me monté en la Ducati y me dirigí a casa. Dejé la moto frente a la puerta, pero no entré en el portal. No estaba suficientemente cansado como para poder enfrentarme a la soledad de mi piso vacío. Entre en el bar de la esquina y pedí un Whisky a Toñin, el camarero, con la esperanza de que si no acababa con mi dolor de cabeza, lo alejase a hasta volverlo soportable.
Tras un par de horas y dos copas más me dirigí tambaleante a mi casa y me tumbé en la cama, sin molestarme en descalzarme siquiera.
Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:
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Un saludo y espero que disfrutéis de ella