Smallbird y el enamoraputas. Capítulo 18.

Última entrega de la serie. Espero que os guste el final.

18

Dormí poco y mal. Cualquier ruido proveniente de la calle me despertaba y me impulsaba a tantear bajo la almohada y no me relajaba hasta que sentía el tranquilizador tacto del acero de la pistola. Nunca me había sentido tan vulnerable. En alguna ocasión me había visto en situaciones apuradas y había recibido amenazas, pero jamás había tenido las sensación de que alguien me quería muerto por encima de cualquier cosa. Eso requería una acción rápida.

Cuando amaneció ya estaba despierto de nuevo. Me levanté y me moví por el apartamento mientras pensaba que era lo mejor que podía hacer. Tras un par de horas sopesando las alternativas, finalmente me decidí por una y salí a la calle.

Fuera, el día era espléndido, se notaba que por fin llegaba la primavera. Cuando arranqué la moto miré a ambos lados con desconfianza y, a pesar de que no noté nada sospechoso, no me arriesgué y me dirigí a la oficina tan rápido como puede por una ruta distinta a la habitual y haciendo poco caso a las señales de tráfico. Si alguien hubiese querido seguirme las habría pasado canutas.

Entre en la oficina apenas para saludar a María y decirle que citase a Svtlana para última hora de la tarde. Estaba a punto de salir de nuevo cuando llamó Gracia para saber que tal me iba. Le dije que no tenía novedades y que no había conseguido nada. Ella dijo que habían puesto al sicario en busca y captura para interrogarlo, pero con pocas posibilidades de echarle el guante y menos aun de poder acusarlo de algo.

A parte de eso estaba hasta las orejas en un caso de sobredosis, en principio no era cosa suya, pero una de las víctimas era hijo de un secretario de estado y había puesto a toda la policía en pie de guerra. Le sugerí que hablase con Julito y ella me dijo que ya lo había hecho y le había dado un hilo del que tirar. Le deseé suerte y me despedí sin decirle nada de Malena.

Salí con la moto y me dediqué a dar unas vueltas por Madrid. Conducir la moto me ayudó a ordenar mis ideas y a alcanzar el estado de tranquilidad necesario para enfrentarme a Mirto. De paso me aseguré de que nadie me seguía.

Cuando llegué a la puerta de las oficinas respiré hondo. Necesitaba un trago, un cigarrillo... Sacudiendo la cabeza me armé de valor y entré en la recepción. Una nueva secretaría, de aspecto más vulgar, intentó detenerme, pero la ignoré y me dirigí directamente a la oficina del constructor.

Ignorando las amenazas de la secretaria, abrí la puerta y tras pasar la cerré ante sus narices. Jorge Mirto estaba estudiando un informe y levantó la mirada por encima de sus gafas. Parecía sorprendido, pero no demasiado.

—Buenos días, señor Smallbird. No tengo por costumbre admitir visitas sin cita previa.—dijo el empresario sin tratar de disimular su disgusto por mi presencia.

—Ya sé que no me esperaba, pero creo que tenemos un par de cosas que dejar en claro. —repliqué quedándome al lado de la puerta.

La verdad es que no esperaba que fuesen tan rápidos, pero en menos de un minuto estaban entrando un par de guardaespaldas por la puerta. Yo ya les estaba esperando y me había retirado quedando detrás de la puerta.

Los hombres entraron en tromba y se sorprendieron al no ver a nadie. Antes de que pudiesen interpretar los gestos de Mirto, di una patada a la puerta a la vez que sacaba la Walther del bolsillo y golpeaba al más cercano con la culata detrás de la oreja.

Saltando por encima del cuerpo inconsciente del primer guardaespaldas, le puse el cañón en la  sien al segundo, evitando que terminase de sacar el arma de su pistolera.

—Adelante, haz un solo movimiento más y esparzo tus sesos por el suelo. —dije con una sonrisa de lobo.

—Vamos señor Smallbird, no creo que todo esto sea necesario. —intervino el empresario.

—Teniendo en cuenta que estos dos tarugos son los que probablemente acabaron con la vida de su secretaria e intentaron darme pasaporte a mi también, lo considero totalmente necesario.

Diciéndole al empresario que dejase sus manos quietecitas sobre la mesa, le di un golpe en la sien al otro guardaespaldas  para dejarlo también K.O.

Tras desarmarlos y maniatarlos con sus propias esposas me senté frente al constructor y coloqué las armas frente a él. Mirto miró los cañones que le apuntaban y tragó saliva disimuladamente.

—Tranquilo, no he venido a matarle, solo he venido a aclarar un par de cosas para que no haya más heridos.

—¿A qué ha venido exactamente? —preguntó el hombre mientras metía la mano en la chaqueta de su traje.

Inmediatamente cogí una de las tres pistolas y le apunté. Él, con un gesto un tanto chulesco, siguió hurgando en el interior de su chaqueta, eso sí, con movimientos lentos y pausados y sacó un cigarro que encendió a continuación.

Una vez dio la primera calada y volvió a poner las manos sobre la mesa yo deposité de nuevo la pistola frente a él y comencé:

—No me gusta mirar a mis espaldas cada vez que salgo a la calle y detesto la sensación de tener una diana dibujada a la espalda. Así que he venido a contarle una historia.

—Adelante no tengo nada mejor que hacer en este momento.

—Todo comienza hace unos años, cuando oliéndote que la burbuja estaba a punto de explotar, decidiste diversificar tus negocios. Compraste unas empresas por aquí, otras por allá e iniciaste grandes proyectos en el extranjero, sobre todo en Oriente Medio. Algunas de las inversiones te fueron bastante bien, otras no tanto. Concretamente un par de ellas dedicadas a la fabricación de armas no resultaron ser tan buenas como parecían. La infinidad de permisos que se necesitan para exportarlas hacían que los trámites fuesen interminables, incluso para un hombre como tú, acostumbrado a tirar de contactos a todos los niveles de la administración.

—Entonces, por medio de tus socios árabes,  conociste a Omar, un tipo elegante, forrado y un experto en eso de la importación y exportación de armas por canales no del todo legales, por decirlo suavemente. El caso es que os caísteis bien y os convertisteis en socios. Tu producías las armas y las enviabas, probablemente escondidas en los contenedores de maquinaria, a los países árabes y él se encargaba de moverlas luego a sus distintos destinos. ¿Me equivoco?

Mirto me miró hosco, pero no dijo nada. Yo sin hacerle caso continué.

—Pero entonces llegaron los problemas. En uno de sus viajes a España conoció a tu hija, probablemente en una de esas fiestas en las que Gemma mostraba sus excepcionales dotes con el violín. —el gruñido del empresario me reveló que había dado en el blanco.

—El flechazo fue instantáneo, los dos tortolitos no se despegaban ni para respirar, pero obviamente, aunque fuese un excelente socio, no te parecía tan bueno como yerno. ¿Que era peor? ¿Que fuese moro? ¿Traficante de armas? ¿Probablemente un asesino? ¿Y si se descubría todo ahora que empezabas una prometedora carrera política? No importa, el caso es que cuando las cosas se pusieron feas decidiste darle matarile. Contrataste a alguien que manipuló su coche o se las arregló para sacarlo de la carretera. Con lo que no contaba el asesino es que la que iba a los mandos era tu hija. Una verdadera lástima. —dije provocando una mirada asesina de Mirto— Supongo que al sicario no lo despachaste solo con una de esas miradas, pero vamos a lo nuestro. El caso quedó catalogado como accidente y tú seguiste con tu relación comercial con Omar, como si nada hubiese ocurrido. Total, los negocios son los negocios y con tu hija fuera del escenario, podías deshacerte de él cuando te viniese en gana.

—La relación se mantuvo, pero no volvió a ser la misma. En mi opinión Omar arregló el Ford GT porque sospechaba algo y quería que cada vez que lo vieses te acordases de la muerte de tu hija y tú a cambio lo tratabas como a un colega, pero sin dejar de vigilarlo.

—Entonces Omar te la jugó. No sé cómo te enteraste, pero lo hiciste. Había usado uno de tus contenedores para importar explosivos para una célula yihadista de la capital. Me puedo imaginar tu cabreo. Le dejaste hacer, pero contrataste a un asesino. Esta vez no reparaste en gastos, conseguiste el mejor, una lástima que por un despiste, Malena consiguiese verle la cara. —dije tirando la foto sobre su escritorio.

—El señor Copal fue ingenioso y eficiente, en realidad lo considero un artista, hasta yo estuve a punto de creerme que aquel gilipollas de López era el culpable del asesinato. Pero cometió un error, no me mató. Probablemente opinó que yo solo era un curioso que pasaba por allí y nadie le pagaba por matarme. A partir de ahí seguí las miguitas que fue dejando hasta identificarlo. Pero eso solo era una parte del caso, en realidad José Fernando solo era el instrumento. Me costó un poco más seguirle a usted, pero logré atar cabos hasta lograr relacionarle con el asesino y tener el móvil del asesinato. Desgraciadamente mientras lo hacía no me di cuenta de que me vigilabas y te las arreglaste para que mataran a tu secretaria y casi hicieses lo mismo conmigo.

—Una bonita historia, pero sin pruebas no te sirve de nada, soplapollas, en cuanto te vayas por esa puerta me encargaré de que Copal termine el trabajo. —replicó el constructor furioso.

—Yo no tendría tanta prisa. Esta misma historia está por triplicado en manos de mi abogado. —mentí—En cuanto yo expire, sea por causas naturales o no tan naturales, tiene orden de enviarla a la prensa.

—No conseguirás que me procesen, no tienes pruebas. —dijo el constructor.

—Es cierto, no las tengo. Pero tampoco las necesito. Ya sabes cómo son los periodistas; con mucho menos se han cargado carreras políticas tan prometedoras como la tuya. Creo que a esto en el ajedrez se le llama tablas. —dije con una sonrisa satisfecha.

—¿Qué quieres? —preguntó.

—Nada, solo que cada uno continúe con sus respectivas vidas y que cuides de que no me pase nada. Seguramente te habrás informado sobre mí y sabrás que tengo una salud muy frágil.

Por toda respuesta el empresario se limitó a soltar un gruñido.

—¡Ah! Y otra cosa. —dije inclinándome sobre él hasta que nuestros rostros quedaron separados por apenas unos centímetros— Lo que le hiciste a Malena fue una marranada. Quiero que te encargues de que a ese niño no le falte de nada. Ya sabes, comida, ropa, asistencia médica y los mejores colegios que el dinero pueda pagar.

A continuación descargué las armas de los guardaespaldas y cogiendo la mía me dirigí a la salida. Al abrir la puerta descubrí a la nueva secretaria tras ella intentando descubrir que estaba pasando.

—Si quieres un consejo para seguir viva, querida, será mejor que escuches menos y la chupes más. —dije sin dejar de caminar en dirección a la salida.

En cuanto salí, lo primero que hice fue ir al bar más cercano y beber un chupito de Whisky de un trago. Tras unos minutos conseguí controlar el temblor de mis piernas mientras recordaba con una sonrisa como el médico, al darme el alta me aconsejaba que evitase las situaciones de estrés.

Más calmado, pedí una cerveza y me senté a comer. Sabía que todo lo que le había contado no pararía a Mirto. Solo había ganado tiempo. Cuando ocupase un lugar en el futuro gobierno estaba seguro de que intentaría utilizar todos los recursos del estado para arruinarme la vida o algo peor. Mientras comía,  sabía que no había más remedio que seguir adelante con mis planes. Si algo había aprendido de aquella  hiena era que jamás se rendiría.

Comí tranquilamente y conduje a la oficina sin mirar a mis espaldas  por primera vez en veinticuatro horas. Disfruté del sol que brillaba con fuerza haciendo que por fin el ambiente fuese templado. Decidí dar un rodeo y disfrutarlo. En Madrid se pasaba del frío congelador al calor sofocante en cuestión de semanas y el tiempo primaveral había que aprovecharlo.

Cuando llegué a la oficina le di la tarde libre a María y me senté en mi despacho a terminar el informe  para Svtlana. Me llevó casi toda la tarde, pero para cuando llegó, ya lo tenía todo empaquetado en una gruesa carpeta.

Se presentó como siempre. Tan elegante como fría. Solo sus ojos brillaban con intensidad deseando saber el resultado de mis investigaciones. Entró en el despacho y se sentó sin esperar invitación, llevaba puesto un vestido de algodón estampado, muy primaveral que ella rellenaba con sus curvas hasta hacerlo tremendamente sensual.  No pude evitarlo y cuando me di cuenta estaba intentando vislumbrar aquellos cremosos pechos por las rendijas que formaban entre los botones.

—Hola, Svtlana. ¿Cómo estás? Dije levantándome y tendiéndole la mano lo más profesionalmente que pude.

—Hola, Smallbird. —dijo ella posando el bolso sobre mi escritorio— ¿Es cierto que has resuelto el caso?

—Sí, aquí está todo lo que he averiguado con fotocopias de las pruebas más relevantes. —dije ofreciéndole el informe con todo lo que había averiguado, salvo el incidente del todoterreno.

La joven lo abrió y lo estudió mientras yo le contaba la historia, indicándole las pruebas que había recopilado con la ayuda de la policía a medida que avanzaba en mi relato. Sus ojos observaron el informe y  hacían alguna pregunta de vez en cuando para aclarar algo. Yo hablaba y la observaba recordando aquel encuentro fugaz que había tenido con ella e intentando imaginar que hubiese sido capaz de hacer con ella hace veinte años.

—Bien, un trabajo excelente. —dijo  la prostituta cuando terminó la lectura— Aunque no tienes pruebas suficientes para enviarlo a prisión.

Sus manos temblaban tanto que apenas pudo cerrar la carpeta. Observé como pugnaba por contener las lágrimas. Bajó la cabeza unos instantes y yo, incapaz de contenerme, me levanté y le rodeé los hombros intentando inútilmente darle consuelo.

El contacto de mis brazos hizo que finalmente se derrumbase. Se levantó y se abrazó a mí llorando con desconsuelo yo le devolví el abrazo intentando ignorar sin mucho éxito su magnífico cuerpo y el mareante aroma de su piel y su cabello.

Tras unos minutos Svetlana consiguió dominarse y cogiendo unos pañuelos de papel se limpió el rostro. Ahora que la veía sin maquillaje me resultaba más atractiva aun. Cuando terminó, me miró. Su gesto era de tristeza, pero en aquellos iris extraordinariamente azules pude ver como se desataba una tormenta.

—Has cumplido la primera parte del trato, ahora que sabes que ese cabrón va a quedar impune. ¿Cumplirás con la otra? —me preguntó rozando mi mejilla con una uña cuidadosamente pintada de rojo sangre.

Antes de que pudiese contestar un no rotundo, la mujer se soltó un par de botones dejando caer el vestido a sus pies. Debajo estaba totalmente desnuda.

Joder lo difícil que es tomar un decisión cuando tienes un par de pechos grandes, hermosos y perfectos temblando ante tus ojos. Afortunadamente uno ya tiene edad suficiente como para saber que se estaba metiendo en un jardín del que le iba a resultar difícil salir. Así que me limité a observar el glorioso cuerpo de la joven antes de contestar.

—La verdad, querida, es que es una tentadora oferta. —respondí rozando su cadera con el dedo— pero no he salido de milagro de un cáncer para acabar mis días en la cárcel.

—¿Estás seguro de que esa es la decisión que quieres tomar? —dijo acercándose aun más y abrumándome con su perfume.

—Con ese cuerpo, seguro que no te faltarán voluntarios capaces de matar por una de tus sonrisas. —dije sin poder reprimir un cachete en aquel culo que parecía esculpido por Miguel Ángel.

—En serio, ¿No crees que ese cabrón no debería estar muerto? —preguntó Svtlana volviendo a ponerse el vestido.

—Desde luego. —respondí yo— Otra cosa es que yo sea el tipo indicado para realizar ese trabajo.

—¿Y si apareciese muerto? —me tanteó la joven.

—Brindaría por que se pudriese en el infierno. La policía, evidentemente conoce mis sospechas sobre el constructor, pero si el señor Mirto apareciese muerto yo no tendría nada que contarles. Si les hablase de esta conversación, me convertiría automáticamente en sospechoso, por lo que me conviene mantener la boca cerrada. Por otra parte, no les he dado ningún nombre durante la investigación y tampoco lo haría ahora, te protege el secreto profesional. La única copia que hay de ese informe la tienes tú. Además si lo deseas puedo borrar todos los archivos referentes al caso para que no quede constancia de que has estado aquí.

—¿Y ella? —dijo la joven señalando a la puerta.

—No te preocupes por mi secretaria. Sabe que este negocio se basa en la confidencialidad. Sus conocimientos sobre el caso son fragmentarios y no dirá nada que se refiera a uno de mis casos.

Al fin  pareció relajarse, en el fondo me gustaba aquella joven. Sabía lo que quería y no dudaba que Jorge era hombre muerto, aunque él no lo sabía. Me levanté y abrí el cajón donde guardaba el Whisky. María había cambiado la botella vacía por otra nueva. Saqué la botella y dos vasos y serví dos generosas medidas.

Por un instante me sentí un poco miserable porque el que más ganaba con la muerte del constructor era yo. No dudaba que tarde o temprano aquel hijoputa se cansaría de tener una espada de Damocles colgando sobre él y decidiría matarme, pero así era la vida.

Brindamos en silencio. Svtlana no dijo nada más y yo tampoco  No había podido acusar a aquel hombre de nada, pero tampoco pensaba hacer nada por salvarle.

La joven terminó el trago y depositó el vaso sobre el ajado escritorio, procurando no dejar un cerco en la madera. Me hizo gracia y pensé que con todo el dinero que había ganado con ese caso quizás debiese darle un repaso al despacho, un escritorio nuevo, un sillón más cómodo, quizás una mano de pintura...

Svtlana recogió el dossier y tras darme la mano se volvió a vestir y la vi salir del despacho para siempre. La observé alejarse admirando aquel cuerpo que podía haber sido mío, una vez más, antes de que saliese de mi oficina y de mi vida para siempre.


Por fin había solucionado el tema de Copal. Apenas una pequeña columna en un periódico local de Medellín daba cuenta de la muerte de un hombre sin identificar. La noticia decía que tras pegarle un tiro en la cabeza habían rociado el cuerpo con gasolina y le habían prendido fuego. Dados los medios de identificación del país, la INTERPOL jamás se enteraría de que aquel hombre había desaparecido. Seguirían buscándolo hasta que el infierno se congelase.

Era una lástima, pero al no cargarse al entrometido de Smallbird, había sellado su destino.  Ahora solo quedaba ese jodido cabrón. Esperaba que el cáncer se lo comiese por dentro, pero si no lo hacía, se encargaría de él a su debido tiempo. Estaba casi seguro de aquel cabrón había jugado de farol, pero ahora no podía arriesgarse. De momento le bastaba con saber que el detective no se entrometería en sus planes, luego, cuando tuviese suficiente poder como para amordazar a los medios, le daría su merecido, sobre todo por haberle obligado a deshacerse de Malena, eso nunca se lo perdonaría.

Cristina no era igual que Malena, su belleza era más burda. Tenía el pelo teñido de rubio ceniza y el rasgo más relevante de su cara era aquella boca grande rodeada de unos labios exagerados, evidentemente operados.  Su cuerpo no era tan esbelto aunque lo compensaba con unos pechos y un culo grandes que le encantaba amasar y pellizcar.

Además era una guarra. Cogiendo uno de sus pechos lo metió en la boca y le dio un mordisco despertándola.

—¡Vaya! Veo que vuelves a tener ganas de guerra. —exclamó la mujer agarrándole el rabo.

La nueva secretaria le sacudió la polla lentamente mientras le miraba a los ojos y se relamía lujuriosa.

—Deja que cuide de ti. —dijo la mujer besando su torso y apartando las sabanas para poder acercar los labios a su polla.

Con una sonrisa abrió la boca  y se metió su nabo hasta el fondo, chupando con fuerza al retirarla. Mirto agarró a la joven por el pelo y la obligó a bajar de nuevo la cabeza a la vez que elevaba su pelvis para alojar su polla en el fondo de la garganta de la joven.

Mantuvo su pene allí incrustado hasta que Cristina puso las manos sobre sus muslos intentando a hacer fuerza para separarse. El constructor aun lo mantuvo unos instantes para demostrarle quién mandaba y la soltó. Ella se apartó tosiendo con un grueso hilo de saliva colgando de su boca.

Incorporándose jugueteó con la saliva, dejando que resbalase por entre sus pechos y llegando hasta su pubis. La secretaría sonrió y un intenso deseo de borrarle la sonrisa de su cara asaltó al empresario. Cogiéndola por el pelo la obligó a ponerse a cuatro patas y le recorrió el sexo con la polla.

La joven se agitó y ronroneó expectante, pero no contaba con lo que le esperaba. Con una sonrisa malévola acercó su miembro al delicado agujero del ano de Cristina y le metió la polla de un solo golpe.

La chica pegó un grito de angustia y se puso rígida, pero no dijo nada mientras él se follaba aquel estrecho agujero con todas su fuerzas. No sabía de que disfrutaba más, si de la estrechez de aquel culo o de los gemidos de dolor que la mujer trataba de apagar mordiendo las sábanas.

Resoplando,  tiró de la abundante melena a la vez que le daba una tregua a aquel jugoso culo. Le besó el cuello y le comió la oreja mientras ella sonreía momentáneamente aliviada.

—Uff, que duro. —dijo la joven entre jadeos— Me gusta.

Sin decir nada le hundió la  cabeza en el colchón y reanudó su salvaje cabalgada hasta correrse y rellenar aquel culo con su semen. La joven gritó y se derrumbó debajo de él estremeciéndose, justo en el momento en el que fuera del pabellón se oyeron unos sonidos parecidos a  petardos estallando.

—Esos jodidos inútiles, ya vuelven a practicar el tiro al blanco con las abubillas. —dijo el constructor pensando que sus guardaespaldas eran tontos— Un día de estos se van a pegar un tiro en el pie.

Mientras tanto la joven había logrado salir de debajo del cuerpo de Mirto y se había dirigido al baño.

Un par de minutos después oyó un golpe seco en la parte delantera del edificio, unas carreras y unos gritos en un idioma que no conocía.

—Maldito Smallbird. —dijo Mirto revolviendo en la mesita en busca de su arma.

No le dio tiempo, aun estaba revolviendo en el cajón cuando dos hombres irrumpieron en la habitación armados hasta los dientes. La secretaria apareció en ese momento por la puerta del baño aun desnuda, pero contrariamente a lo que esperaba no pareció sorprendida.

—¡Qué coños! —exclamo Mirto indignado mientras ponía las manos sobre las sabanas como le indicaban los encapuchados.

—Podíais haber llegado un poco antes. He tenido que dejar que ese cerdo me diese por el culo. —interpeló la mujer a uno de los atracadores.

—¡Tú calla, puta! —replicó uno de los asaltantes con un fuerte acento de Europa del Este— Ya has cobrado. Ahora apártate antes de que cambiemos de opinión.

Jorge no podía creérselo. Su secretaria le había vendido de mala manera. Sin darles tiempo a que le hiciesen nada les ofreció el doble y el triple de lo que les habían pagado, pero hasta en eso no era su día de suerte, había dado con unos asesinos honestos.

—¿Sigues teniendo ganas de darme por el culo?—dijo la joven ignorando la orden de los sicarios y acercándose con una sonrisa satisfecha.

Jorge se incorporó ligeramente y la escupió en la cara. La mujer se limpió el salivazo con la cara y alargó una mano hacia uno de los asaltantes que le dio un tubo de plomo que llevaba colgando del cinturón.

—¡No me vuelvas a escupir, gordo  cabrón! —exclamó la mujer subrayando cada palabra con un golpe del tubo en el abdomen y la entrepierna del empresario.

El hombre gritó y se retorció agarrándose los testículos. Sabía que estaba acabado y que le esperaba una noche larga antes de que alguno de esos hijos de puta lo matase, pero no pensaba suplicar...

Epílogo

Me encantan las tardes de verano en mi ciudad. A pesar del calor infernal, no hay nada como sentarse en la terraza de una cervecería de la Plaza Mayor, viendo pasear a las mujeres con sus alegres ropas veraniegas. Me gusta ver sus rostros e intentar imaginar que pasa por sus cabezas. Estaba observando con interés un grupo de jovencitas orientales, por sus caras chatas y redondas me parecieron coreanas, cuando Gracia se sentó a mi lado.

Esta vez era ella la que había llamado, en realidad esperaba aquel encuentro desde que vi las truculentas imágenes del candidato Jorge Mirto cuidadosamente troceado en su picadero de la sierra.

La verdad es que esperaba que Svtlana cumpliese su venganza, pero no me imaginaba la ira que albergaba en su seno. Realmente Omar parecía haberse llevado su alma con su desaparición.

—Hola, querida, hace calor. ¿Eh? —dije yo pegando un trago a mi cerveza.

—Me pregunto por qué rayos no podemos quedar en un lugar con aire acondicionado.

— ¿Y perderme esa lágrima de sudor resbalando por tu escote?

Gracia estaba tan guapa como siempre. Al fin había hecho caso de mis consejos y vestía ropa cómoda, pero sexy como correspondía a una joven de su edad. Mi mirada resbaló desde sus ojos atraída por el escote de su camiseta por el que asomaba el nacimiento de unos pechos jóvenes y jugosos del tamaño de pomelos.

—Smallbird... otra mirada como esa y te pego un tiro.

—Casi estoy por tentar a la suerte, solo para saber dónde demonios escondes el arma —dije apreciando los ajustados vaqueros que se ceñían a sus piernas como una segunda piel.

Gracia gruñó y cruzó las piernas mientras pedía una clara de limón en una jarra bien grande. Se la notaba un poco incómoda. Sabía que yo conocía todos sus trucos, así que había renunciado a llamarme a comisaría e intimidarme con toda la parafernalia de cámaras, muebles incómodos y miradas intimidadoras. Ni siquiera fue directamente al tema.

—¿Qué tal el trabajo?

—Bastante aburrido últimamente, —respondí yo, dando otro largo trago a mi cerveza— Ya sabes, cuernos de distintos tamaños, tetrapléjicos erectos en uno o más sentidos, esas cosas. Me dan de comer, pero  son demasiado sencillos, no hay aliciente.

—¿Y lo tuyo con María? ¿Cómo va?

—Bueno, tuvimos un roce. Digamos que tenemos distinta opinión sobre cómo se debe educar un hijo y aun no me ha perdonado del todo. A pesar de que ahora el chaval ha dejado de comportarse como un imbécil, no creo que volvamos a ser nada más que jefe y empleada. —dije encogiéndome de hombros— Solo trabajo. Nada más.

—Hablando de trabajo, creo que deberíamos tener una conversación, ya sabes sobre qué.

—De acuerdo, pero el cuerpo paga las birras. —dije con un guiño— ¿Qué quieres saber?

—Supongo que sabes que el señor Jorge Mirto ha muerto. —dijo Viñales poniendo una grabadora sobre la mesa.

Miré el aparato y luego a la gente que paseaba por la plaza y tras unos segundos asentí con un gesto, solo para irritarla un poco.

—Por favor. —dijo Gracia señalando la grabadora.

—Está bien. Sí. —respondí pegando los labios al aparato con una sonrisa.

—De acuerdo, ¿Qué sabes del caso?

—Lo que he leído por los periódicos, que apareció muerto dando un nuevo significado a la palabra picadero, por las fotos le debió costar bastante morir. Armas automáticas, torturas brutales... todo me huele a  que es obra de una de las mafias del este.

—¿Y por qué esos tipos iban a querer verle muerto?

—No sé. Ya intenté deciros una vez que es probable que ese tío estuviese metido con Omar en el tráfico de armas. Pudo ser un trato que salió mal.

—Puede que tuvieses razón, pero dudo que en plena carrera electoral se dedicase aun a esos chanchullos. Pensaba más bien en el caso de la muerte de Omar, quizás una de tus clientas tenga algo que ver.

—Vamos, Gracia, eran putas, no jefas de la mafia, su especialidad son las pollas, no las armas automáticas.  Y de todas maneras. sabes que no puedo contarte nada de ellas, me obliga el secreto profesional.

—¡Mierda! Sabía que me saldrías con eso.

—No sé. Puedes decirles a tus jefes que si hubiesen investigado los negocios de Mirto o la muerte de su anterior secretaria, en vez de acojonarse por las repercusiones políticas del caso, podrían haber evitado su muerte.

Gracia me miró y echó un trago. Sabía perfectamente que tenía razón, así que no insistió demasiado. Me pidió que le contase  todo lo que supiese sobre Mirto y así lo hice. Cuando acabé de relatar a la grabadora todo lo que les había dicho de viva voz anteriormente, terminamos las cervezas tranquilamente y ella apagó la grabadora.

—También han muerto inocentes... —dijo dejando claro que no la había convencido.

—Sí y no te creas que  no me importa. Pero también pienso en la cantidad de vidas que se han salvado. No me imagino la de sufrimientos que causó ese hombre y los que podría haber seguido causando llegando a un puesto de poder. Y como ya te he dicho, yo no he tenido nada que ver.

—¿No es esa una actitud un poco cínica?

—No soy cínico, soy práctico.  No estoy orgulloso, pero hay algo que te conviene aprender rápido, querida, en la vida no hay blanco y negro es todo de un uniforme y asqueroso tono grisáceo.

—Hice una seña al camarero y pedí otras dos cervezas. Las bebimos tranquilamente, probablemente sin saber muy bien qué pensar el uno del otro. A nuestro alrededor los turistas seguían paseando y haciéndose fotos, intentando olvidar por unos días las vidas aburridas y monótonas que les esperaban en casa.

FIN

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella