Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 12
Smallbird por fin logra hablar con Monique.
12
A la mañana siguiente me presenté frente a la casa de Rosa a las siete de la mañana, rezando fervientemente para que aquel fuese el último día de vigilancia. El coche empezaba a oler como un calcetín sucio y mi espalda estaba empezando a resentirse al permanecer tanto tiempo sentado. Por no recordar los madrugones que me tenía que meter entre pecho y espalda.
Como siempre, el padre de la chica salió a eso de las ocho de la mañana. Bebí un trago de la petaca que llevaba conmigo y me dispuse a esperar. A eso de las diez y media, se abrió la puerta y observé con curiosidad como la chica salía de casa con un grueso abrigo que ocultaba sus formas.
Un segundo después salió su madre vestida con una bata y tirando del brazo de Rosa, intentó volver a meterla en casa. Hubo una discusión en el césped en la que la madre intentó convencer a la chica y tras unas pocas palabras cargadas de tensión la dejó ir.
La joven salió por la puerta del jardín y tras mirar un par de segundos mi coche, empezó a caminar calle arriba soltando grandes nubes de vaho en el aun gélido ambiente de aquella mañana. Salí del Toyota y la seguí desde el otro lado de la calle, pero sin ocultarme. Por las miradas rápidas que me echaba de vez en cuando para asegurarse de que le seguía, estaba convencido de que había leído el mensaje que le había colado en su pantalón, diciéndole que tenía información sobre John Smith y que quería hablar con ella.
Tras echar una última mirada hacia atrás, la chica dobló la esquina y se metió en una cafetería. Yo crucé la calle y entré un par de minutos después. El local era rectangular, amplio y espacioso, con una barra larga de acero inoxidable y unos taburetes a un lado y varias mesas con cómodos pubs y sofás en el otro. Rosa me esperaba subida a uno de lo taburetes con una menta poleo entre las manos.
Cogí el periódico de la esquina de la barra y me senté a su lado pidiendo un café con leche y desplegando el diario como si realmente me importara una mierda lo que pasaba en el mundo.
—Estos políticos van a acabar con lo poco que queda de este país. —dije yo meneando la cabeza con conmiseración.
—Vamos, deje de hacer el idiota y vaya al grano. —me espetó la joven— ¿Qué es lo que sabe de John?
—Que está muerto.
—Dígame algo que no sepa.
—Que no es el padre de tu hijo.
La joven acusó el golpe. Su rostro se crispó unos segundos confirmando lo que ya me imaginaba, que se había quedado embarazada a posta para intentar cazar a Omar.
—Claro que lo es. —dijo ella acariciándose la barriga que asomaba por la apertura de su abrigo y mirándome agresiva— No tengo mucho tiempo. ¿Quién demonios es usted?
—Como intenté decirle sin éxito el otro día, soy Leandro Smallbird y soy detective privado. —respondí mostrándole mi identificación a la vez que la tapaba para el resto de los clientes con el periódico— Estoy investigando la muerte de tu... cliente.
—Era algo más que un cliente. —replicó Rosa sin poder evitar subir la voz— Estaba enamorado de mí.
—Vamos, niña. Así no me ayudas. ¿O no quieres saber quién mató al hombre de tu vida? —le pregunté con sorna.
La joven me miró. Su expresión era hosca, pero en sus ojos podía ver la curiosidad y la duda. Como las demás, deseaba saber quién había acabado con el hombre del que estaba enamorada.
—¿Es verdad que lo mataron?
—Sí, le dieron un golpe en la cabeza y se ahogó en la piscina.
La joven bajó la cabeza y sollozó un par de minutos en silencio. Si no hubiese sido por su historial me podía haber compadecido un poco de ella. Pero solo un vistazo a aquella barriga me hizo recordar que aquella joven era capaz de todo... ¿Incluso de matar a su amante?
—Está bien. —dijo sonándose con un pañuelo de papel— ¿Qué quiere saber?
—Todo sobre vosotros.
La joven pareció dudar, pero finalmente pidió otra infusión y cogiéndola se sentó en uno de los sillones mientras yo me sentaba enfrente, deseando que la cerveza que había pedido fuese una infusión de bromuro.
Fue hace algo más de dos meses. Al parecer vio mi foto en la página del prostíbulo y llamó a mi madame solicitándome...
Yo también había visto la foto de la página. Rosa era una bomba, no mediría mucho más del metro sesenta pero su cuerpo tenía más curvas que el circuito de Mónaco. Sus culo y sus pechos solo podían ser operados de lo exagerados que eran y compensaba sus piernas cortas con unos tacones de infarto. Pero nada más ver la foto supe inmediatamente porque Omar la había elegido desde el ordenador; unos ojos grandes, del color del hielo miraban desde el otro lado de la pantalla, fríos y excitantes.
...Se presentó allí aquella misma noche para venir a recogerme. Tal como había indicado en la llamada, lo esperé con un vestido de cóctel que había recibido por mensajero aquella misma tarde. El vestido era precioso , de seda, negro y corto, con la falda por medio muslo, un escote en "V" y la espalda al aire.
La primera impresión que me dio al verle era que debía ser algún tipo de artista atormentado. Escrutó mi cuerpo con aquellos ojos grandes y oscuros, de mirada melancólica, que hicieron que me estremeciera hasta lo más profundo de mi ser. Llevaba un traje que debía costar más de tres mil euros y que le sentaba como un guante, adaptándose a todos sus movimientos como una segunda piel.
Al salir, un chófer nos esperaba con la puerta de un Mercedes enorme abierta. John me dejó pasar delante y aproveché para mostrarle toda la longitud de mi pierna al sentarme. El la miró un instante y luego se sentó a mi lado dejando reposar su mano suavemente sobre ella.
El viaje no duró mucho y tras dejarnos a la puerta del mejor restaurante de la ciudad, el Mercedes desapareció en la oscuridad de la noche.
La cena fue fantástica. Nunca he conocido un hombre tan dulce y generoso. La comida fue deliciosa y no hubo ningún momento en que no estuviese pendiente de mí. No me digas cómo lo supe, pero inmediatamente me convencí de que habíamos conectado. Aquella mirada me arrasaba con su intensidad e hizo que en los postres estuviese tan excitada que sin pensarlo deslicé mi zapato entre sus piernas, rozándolas con suavidad mientras degustaba el helado de mango con perlas de ron y lima.
John me miró, pero no dijo nada, así que yo tomé su silencio por aceptación y deshaciéndome del zapato fui subiendo con mi pie desnudo por el interior de sus piernas y sus muslos acariciando y presionando con suavidad a medida que subía hasta llegar a su entrepierna.
Noté crecer su miembro bajo los dedos de mis pies y apreté con un poco más de fuerza, intentando pasar el tallo de su polla entre el dedo pulgar y el índice y subiendo y bajando con suavidad por él mientras paladeaba el mango y le hacía mohines.
John se limpió la boca y aprovechó el momento de colocar la servilleta de nuevo en su regazo para acariciar mis pies y mis gemelos. Sus manos frías y suaves acariciaron los dedos de mis pies, recorrieron mis tobillos y masajearon los músculos de mis piernas estiradas al máximo para poder llegar a él desde el otro lado de la mesa, provocándome un escalofrío de placer.
El sonrió y sin dejar de acariciarme los gemelos con una mano, con la otra me masajeó las plantas de los pies.
Jamás había sentido nada parecido. Aquel hombre sabía exactamente donde tocar y presionar, haciendo que una grata sensación de placer se extendiese por todo mi cuerpo y aumentase mi deseo por él. Me moría por echarme encima, pero sabía que no podía hacerlo. Él era el cliente y por lo tanto solo podía esperar y morirme de deseo e impaciencia.
Tras el postre, John se tomó su tiempo con el café, supongo que disfrutando de mi impaciencia. Hablamos poco. Llevada por los nervios, intenté darle un poco de conversación, pero él se limitó a observarme tranquilamente, contestando a mis preguntas con monosílabos hasta que finalmente me rendí y me dediqué a juguetear con mi taza mientras John terminaba.
Después de lo que creí que había sido una eternidad, John pidió la cuenta. Cuando terminó de pagar, yo me levanté como una flecha, sin darme cuenta de que aun no me había puesto el zapato, haciendo que volviese a caer sobre la silla. Medio muerta de vergüenza, tanteé con mi pie bajo la mesa, buscando el zapato mientras John, gentilmente, esperaba de pie y sonreía divertido.
Tras medio minuto de lo más embarazoso, conseguí atrapar el escurridizo zapato y me lo puse apresuradamente. Mi cliente me alargó la mano para ayudarme a ponerme en pie y salí agarrada de su brazo intentando esconder mi nerviosismo con una sonrisa.
En cuanto estuve en el coche suspiré aliviada. John volvió a poner su mano sobre mi pierna, pero esta vez no la dejó inerte sino que la metió bajo el vuelo de la falda acariciando el interior de mis muslos desnudos. Yo le miré y sonreí y él, acercando su cabeza, me besó.
Nuestros labios se tocaron, unos instantes, con tanta suavidad que apenas lo noté. A continuación fui yo la que acercando mi boca cogí su labio inferior entre los míos y lo saboreé con mi lengua. John respondió abriendo la boca y besándome, esta vez con intensidad, invadiendo mi boca y dejando en ella un intenso sabor a café.
Nuestras lenguas pelearon y se entrelazaron como dos serpientes en celo mientras la mano de mi cliente ascendía hasta rozar mi pubis. Yo abrí ligeramente las piernas, dejando que explorase mi sexo inflamado por el deseo.
Sin poder evitarlo, empecé a moverme electrizada por sus caricias, ahogando a duras penas los gemidos de placer. El chófer lanzaba fugaces miradas por el espejo, lo que me ponía aun más cachonda. Afortunadamente el coche llegó a su destino antes de que me corriese gritando como una loca.
Estábamos a las puertas del Madrid Tower. Tras ayudarme a salir del coche, me cogió por la cintura y prácticamente en volandas me llevó hasta los ascensores. Mientras el tipo del ascensor charlaba amigablemente con John yo pasé mi mano por detrás de él acariciándole el culo mientras fingía poner mi atención en la conversación.
Salimos atropelladamente del ascensor y en cuanto se cerró la puerta me acorraló contra la pared del pasillo y besándome con violencia volvió a meter la mano entre mis piernas. Yo gemí excitada deseando que me follase allí mismo mientras a trompicones nos dirigíamos a su habitación.
Me moría de ganas de hacerlo. Jamás había sentido una atracción tan brutal hacia una persona, su elegancia, su educación, el lujo que le rodeaba me volvían loca. Era el hombre que había estado buscando y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de hacerle mío para siempre.
Una vez en la habitación, me separé de un empujón y me planté frente a él desafiante. John me miró mientras se sacaba la corbata y jugueteaba con ella mientras yo me sacaba el vestido, quedando totalmente desnuda frente a él salvo por los zapatos.
Se acercó y me rodeó, observando mi cuerpo con intensidad, pero sin rozarme siquiera. Finalmente se quedó a mis espaldas. Noté como se acercaba, sentí el calor de su respiración, cada vez más cerca, hasta que sus labios contactaron con mis hombros y mi cuello.
Excitada me volví y apreté mi cuerpo contra el suyo, desabrochando botones y tirando de su ropa hasta dejarle desnudo. Vi que aun tenía la corbata entre sus manos y con una sonrisa traviesa se la cogí y con ella le até las muñecas a la espalda.
John no se resistió cuando lo empujé contra la pared. Su polla se balanceaba semierecta cuando me di la vuelta y comencé a restregar mi culo contra ella. No pude evitar sonreír al notar su miembro crecer entre mis nalgas. Me puse de puntillas e inclinándome, moví las caderas furiosamente. Dejando que su glande acariciase la entrada de mi sexo pero impidiendo que pasase de allí.
Me volví y lo empujé de nuevo. Indefenso, clave mis uñas en su pecho y tironeé del vello que lo cubría mientras me acercaba a sus labios y lo besaba con suavidad. John gruñó, pero se dejó hacer.
El suave golpeteo de su polla contra mis mulos me devolvió a la realidad. Sin separar mis labios de los suyos bajé mis manos y comencé a masturbarle procurando que la punta de su pene me tocase los muslos y el pubis totalmente rasurado.
Poco a poco fui agachándome. A medida que lo hacía lamía, chupaba y mordía; sus hombros, sus tetillas, su ombligo... hasta que llegué a su polla.
Cogiéndola por el tallo la golpeé suavemente contra mis pechos, haciendo que su cuerpo vacilase. Antes de que se recuperase de la impresión, tiré de su polla y me la metí en la boca. John se volvió a estremecer y vi como luchaba con las ligaduras. Sus brazos y sus hombros se crispaban deseosos de acoger mi cabeza y atraerla hacia sí para hacer mis chupadas más profundas.
Yo cerré los ojos y me concentre en mi tarea. Saboreé su polla, chupando con fuerza, notando como la sangre corría apresurada por su interior, haciéndola palpitar en mi boca. Un gemido me indicó que estaba a punto de correrse. Me aparté y acariciando suavemente su glande con mis dedos, le chupé los huevos hasta que se corrió con un gemido.
Cuando cesó la eyaculación, volví a chuparle el miembro impidiendo que se relajase. Sabía a semen caliente. De nuevo la sensación de que quería a ese hombre para siempre y que lo quería para mí sola me abrumó. Tirando de él lo empujé hasta una silla y lo senté en ella. La verdad es que estaba un poco ridículo allí sentado con la polla tiesa.
Ahogando una risa tonta, me acerqué a él y poniendo mis piernas a ambos lados me senté sobre él y sobre su erección. Me moví, esta vez con suavidad, disfrutando del contacto con aquella estaca dura y caliente y sintiendo como mi sexo se empapaba y rezumaba, impregnándola con mis jugos.
John me miraba y miraba mi cuerpo. De vez en cuando golpeaba su cara con mis pechos y él aprovechaba para lamer y chupar mis pezones arrancándome grititos de placer.
Con un último gemido, me levanté y cogiendo su polla con la mano, la acerqué a mi coño hambriento. Al ver que no tomaba precauciones me dijo que me pusiera un condón. Yo, con una sonrisa le cerré la boca con un dedo y le dije que no había problema, que estaba limpia y tomaba anticonceptivos mientras me metía su miembro.
Lo admito, le mentí, y disfrute de la mentira, pero nada comparado con el placer que me produjo aquella polla incrustándose en lo más profundo de mi sexo.
Gemí y me agarré a sus hombros antes de volver a izarme y dejarme caer. Deseaba que aquel hombre sobase mis pechos sudorosos y mis piernas contraídas por el esfuerzo, pero sabía que él lo deseaba más aun, así que no lo solté y me dediqué a saltar sobre John mientras me estrujaba los pechos y los acercaba a su boca.
El placer me envolvía como una tormenta haciendo que me olvidara del cansancio y siguiese apuñalándome con aquella ardiente herramienta. Quería que aquello no acabase nunca, pero cada vez estaba más cerca del clímax.
Con unos últimos y violentos golpes de cadera me corrí. En ese momento John se soltó las manos y acercó mi torso contra él dándome salvajes chupetones en mis pechos y mi cuello y prolongando mi placer unos instantes más.
Arrasada por el salvaje placer dejé que me diese la vuelta. Volví a meterme su polla y comencé a moverme de nuevo esta vez sin tanta urgencia. Las manos de John se deslizaron por mi vientre hasta mis muslos y me obligó a separarlos y a echar mi cuerpo hacia atrás, quedando con mis piernas totalmente abiertas y en el aire.
Yo comencé a mover mis piernas en el aire para que su polla entrara y saliera de mi sexo mientras las manos del hombre me exploraban y acariciaban mi clítoris poniéndome frenética.
Sin separarse, me cogió en el aire y me llevó a la cama. Apenas tuve tiempo de apoyar mis manos sobre el colchón cuando empezó a darme una serie de salvajes empujones. Yo gemía y gritaba, mordiendo las sábanas e hincando las uñas en el colchón.
Con un grito primitivo se descargó dentro de mí. Su semen caliente me inundó mientras él seguía acometiéndome con una violencia salvaje hasta que finalmente me corrí. Mientras las oleadas de placer me asaltaban, yo rezaba para que aquella semilla enraizase en mi interior. Le deseaba, deseaba que aquel hombre me hiciese el amor de aquella manera salvaje todos los días de mi vida.
Tras un gruñido se acostó de lado, aun con su polla menguando dentro de mí, acariciando mi cuerpo mientras yo jadeaba agotada.
Nos dormimos y unas horas después me despertó diciendo que el coche estaba preparado. Me vestí y un conserje vino a buscarme a la habitación para llevarme al coche, y esa fue la última vez que lo vi.
—Muy bonito. —dije cuando la chica calló finalmente— Luego fuisteis felices y comisteis perdices. Ahora déjate de cuentos. No me creo que un hombre tan prudente lo hiciese sin protección.
—Es la verdad...
—Mira, niña, —le interrumpí bruscamente— si puedo jactarme de algo, tras años de dedicarme a este trabajo, es que sé cuando alguien me miente y sé perfectamente que ni follasteis a pelo, ni el niño que llevas dentro es hijo tuyo.
—Yo... —intentó defenderse Rosa bajando los ojos y fijándolos en la brillante superficie de la mesa.
—Ahora deja que te cuente lo que creo que pasó en realidad. Tú lo intentaste, pero él no se dejó, así que lo que hiciste fue cepillarte a cualquier borrico de la facultad con la intención de ir con el cuento a John de que había ocurrido un accidente. Seguiste trabajando hasta que tu estado era más que evidente y entonces volviste a casa, contando a tu familia como aquel hombre te había seducido y se había aprovechado de su inocencia. —dije yo con una mueca sardónica—Cuando tu padre se enteró montó en cólera. Lo que no entiendo es cómo dio con él.
—Aquella noche me fijé que el móvil de John se desbloqueaba con la huella dactilar así que aproveché que John dormía para cogerlo y desbloquearlo sin que se enterase y me llamé para obtener el número de teléfono y así poder llamarlo después. —respondió ella evitando mi mirada inquisitiva—Cuando quedé embarazada el teléfono estaba desconectado así que se lo di a mi padre pensando que no podría hacer nada con él, pero aprovechó las bases de datos de su empresa y averiguó su dirección y su verdadero nombre...
—Eso también lo sé, Se llama Omar Al Hariz. Tú padre parece un hombre muy estricto.
—Sí, es un hombre religioso y no se lo tomó muy bien, se enfadó un poco.
—Me estás mintiendo otra vez. —le dije yo obligándola a mirarme de nuevo.
—Está bien, se enfado mucho y me dijo que no iba a volver a salir de casa hasta que él arreglase las cosas con aquel cabrón.
—¿Y qué pasó luego? —pregunté.
—No lo sé. No me volvió a mencionar el tema y yo tampoco le pregunté. Luego vi las noticias de su muerte y todo me dio igual.
—¿Crees que fue tu padre el que lo hizo?
—Por supuesto que no. Mi padre puede ser hosco y tiene el genio rápido, pero no es ningún asesino. —respondió Rosa levantándose ofendida.
—¿Dónde estaba la noche que mataron a Omar? —insistí mientras dejaba unos euros sobre la mesa y salía tras ella.
—En casa. Llegó de trabajar como todos los días, cenó y se fue a la cama. —dijo ella sin volver la cabeza mientras se alejaba camino de su casa.
Desde la acera la vi alejarse cabizbaja sin saber que creer. Estaba claro que aquella muchacha era una mentirosa compulsiva. Cuando le pregunté por su padre no pareció dudar, pero tampoco me preguntó qué día había sido el asesinato. No era imposible que lo recordase, pero también podía haber mentido por reflejo. En lo único que creía que había sido totalmente sincera fue cuando dijo que su padre no era un asesino, aunque por una hija se hacen locuras, ¿No?
El resultado es que aquella entrevista no había sido tan útil como me imaginaba. Estaba claro que el padre de Rosa era un sospechoso, pero tendría que averiguar algo más. Quizás en el trabajo pudiese hacerme una mejor idea de aquel individuo. Incluso con un poco de suerte podían tener un GPS en la furgoneta y ver dónde había estado el día de la muerte de Omar.
Con estos pensamientos rondando mi cabeza subí al coche de alquiler para devolverlo y después de comer me volví a la oficina.
Me encontré a María en su puesto con la misma cara de funeral que había tenido los últimos días.
—Hola, jefe, ha llamado un tal Antonio Ferreiro. Quiere que vigiles a su mujer, cree que se la pega con su vecino. —Dijo alargándome una nota.
—¡Estupendo! Más trabajo, más dinerito. —dije intentando animarla.
Ella se limitó a asentir, pero no dijo nada. Así que como odio ese tipo de situaciones cogí el toro por los cuernos.
—Mira, no sé qué te pasa pero creo que es la hora de que me lo cuentes. Ven a mi despacho.
La verdad es que estaba dispuesto a escuchar las cuitas de la pobre mujer, pero cuando le abrí la puerta de mi despacho dejándola pasar ante mí, el aroma de su perfume penetró en mis fosas nasales obligándome a reprimir mis más primitivos impulsos.
La dejé avanzar delante mío, aprovechando para observar sus tacones y sus piernas asomando por debajo de una falda que le llegaba por las rodillas, haciendo que tuviese que hacer un esfuerzo para concentrarme.
Siempre me ha resultado complicado escuchar a una mujer cuando esta me provoca una erección, pero me senté y me dispuse a escucharla o por lo menos, poner cara de atención mientras me imaginaba bajándole la bragas y amasando aquel culo pálido y redondo como la luna llena.
—Lo siento, jefe. Es solo que mi ex ha vuelto a mi vida, —dijo desorientada— Bueno no ha vuelto, pero aunque no le hemos visto más que un par de veces es como un miasma, su perniciosa presencia se extiende y lo corrompe todo.
—¿No estás siendo un poco melodramática? —le pregunté escéptico.
—Tú no eres la madre de un chico de quince años al que su padre le parece un tipo genial y su madre un muermo que no le deja verle.
—Bueno, eso es normal. Hacía un motón de tiempo que no lo veía. Es la novedad. Se le pasará y luego verá que su padre es un robaperas de tres al cuarto y lo odiará.
—Creo que no lo entiendes o no te acuerdas de cuando tenías esa edad. Las personas que te rodean es esta época de tu vida influyen de manera determinante en tu futuro.
—Sí, es verdad, —convine yo— pero no te puedes olvidar de la genética...
—No me la nombres, cada vez que recuerdo como es su padre se me pone el estómago malísimo.
—También es hijo tuyo. Y tú eres un pedazo de pan. —le dije intentando tranquilizarla— Todas las madres tendéis a subestimar a vuestros hijos y a pensar siempre en lo peor. No conozco mucho a tu chico, pero parece espabilado, deberías confiar un poco más en él.
—No sé.
—Vamos, tu ex es un tonto del culo, si algo detectan los adolescentes al instante es a los pringaos. Te aseguro que le va durar la tontería hasta que tu exmarido haga la primera idiotez, y no tardará mucho. Ahora te voy a servir un copazo y vas a dejar de torturarte. Eres una madre estupenda y tu hijo sabrá apreciarlo antes de lo que crees. —dije levantándome y sirviendo un par de dedos de whisky en dos vasos.
Le alargué uno de ellos y ella rozó mis dedos al cogerlo. Fue un toque tan sutil que en otras circunstancias me hubiese pasado desapercibido. Levante la vista y vi sus ojos verdes y cálidos fijos en mí. Toda ella rezumaba un erotismo tan intenso que casi podía palparlo...
O eso me parecía a mí. Después de la charla con aquella chica estaba más caliente que el mango de una sartén y a duras penas podía contenerme.
—Gracias por escucharme, —dijo ella inclinándose hacia adelante y permitiéndome otear en el profundo canalillo que asomaba de su escote— no me has convencido demasiado con tus argumentos, pero la verdad es que tenía que contárselo a alguien, solo eso me ha aliviado un montón y me ha permitido ver las cosas desde otra perspectiva.
—De nada, María. Sabes que siempre que sea gratis, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ti. —dije con una sonrisa socarrona.
—Quizás haya algo más —replicó ella levantándose y acariciando mi mejilla con sus manos antes de inclinarse sobre la mesa y besarme levemente.
Dios, ¿Cómo iba a resistirme? Mientras le devolvía el beso, torpemente, desde el otro lado de la mesa, no paraba de decirme a mí mismo que aquella era una idea horrible y que pronto me quedaría sin secretaria.
—Perdona, María. —dije separándome y dando gracias a Dios por tener una mesa entre ella y yo— Lo que ocurrió el otro día entre nosotros fue... maravilloso, pero creo que dos personas que trabajan juntas deberían tener un relación más profesional. Yo no soy un tipo del que te puedas fiar, ¡Qué demonios! Soy un detective. Vivo de husmear, mentir, robar y amenazar.
—Vamos, no seas tan duro contigo mismo. Sé que tras esa fachada de rufián hay un buen hombre agazapado. —dijo María rodeando la mesa con un meneo de caderas hipnotizador.
—Aunque tuvieses razón, que no la tienes. Ni siquiera soy un hombre completo. —dije levantándome la camisa y enseñando la cicatriz como último recurso.
María la vio y se detuvo abriendo mucho los ojos. La verdad es que era una cicatriz verdaderamente impresionante. Un enorme costurón en forma de "U". Donde debían estar las dos últimas costillas había una concavidad en la que cabía un puño entre el hígado y la siguiente costilla.
La mujer se acercó y la observó. Rozó la cicatriz aun pálida y de aspecto tierno y siguió su sinuoso recorrido con la uña mientras yo procuraba controlar mi excitación.
—¿Sabes lo que esa cicatriz significa? —pregunté yo.
—Significa que un día, puede que no hoy, ni tampoco mañana, pero un día, el hijoputa que se llevó esas costillas vendrá a reclamar el resto. —continué sin dejarle replicar—No tengo nada en contra de un buen polvo, pero no quiero que nadie esté a mi lado cuando el cangrejo que tengo dentro vuelva a despertar. Ya he pasado una vez por las lágrimas, los ruegos, las miradas de conmiseración. Si el cáncer vuelve, quiero estar solo, quiero decidir yo solo si quiero luchar o pegarme un tiro entre los ojos, sin nadie que influya en mi decisión o la tome por mí.
María me miró largamente. Sin decir nada se sentó de lado encima de mí. La presión de su culo sobre mis muslos y mi ingle me provocaron una nueva erección.
—Todo eso me suena a excusas. No querer vivir porque hay una posibilidad de que mueras pronto es una estupidez. Entiendo que una experiencia como la tuya te cambie la perspectiva que tienes sobre tu vida. Entiendo que te vuelvas más egoísta, pero no que te encierres y te aísles de la gente que te rodea.
Yo iba a replicar, pero ella me tapó la boca con un nuevo beso mientras con la mano libre acariciaba mi mutilado pecho.
Finalmente me rendí y sintiéndome un pelele sin voluntad le devolví el beso mientras acariciaba su pelo. Medio asfixiado aparté mi boca y la hundí en el hueco que formaban su cuello y sus hombros besando su suave piel y aspirando el aroma que desprendía su cabellera.
Con una sonrisa de triunfo, frunciendo sus bonitos labios, se levantó y se desvistió ante mí, con naturalidad, dejando que las curvas de su cuerpo se fueran clavando en mis retinas. Finalmente se quedó allí, de pie, sobre unos tacones negros esperando que fuese yo el que diese el siguiente paso.
Ahogando un suspiro de excitación, me levanté y me puse frente a ella. Gracias a sus tacones, sus ojos quedaban ligeramente por encima de los míos. Alargué mi mano derecha y la posé sobre su cadera, mirando aquellos iris verdes que resplandecían lujuriosos. Recorrí su flanco, acariciando aquella piel suave y subí por su busto hasta llegar a su nuca.
Tiré de ella y la obligué a inclinarse para besarla de nuevo. Un beso lento y profundo. Nuestras lenguas se entrelazaron y pelearon con intensidad, haciendo que nuestros cuerpos se atrajesen y se pegasen como los polos opuestos de un imán.
Agarré el culo de María con ambas manos y tire de él hacia mí. Durante unos instantes me quede quieto, en el centro del despacho, besándola y amasando su culo grande y redondo hasta que finalmente la invité a tumbarse en el sofá.
Esta vez fui yo el que se desvistió mientras ella sonreía haciendo muecas al observar mi cuerpo delgado y moreno con la polla erecta bamboleándose hambrienta. Sin hacer caso me senté a sus pies y cogí una de sus piernas. La atraje hasta mi boca y la besé con suavidad, acariciando la pantorrilla y el muslo, observando como la mujer suspiraba, tensaba sus piernas y arqueaba sus pies dentro de los zapatos.
Inclinándome, separé un poco más las piernas y enterré mi cabeza entre ellas. Todo el cuerpo de María se combó cuando mis labios se cerraron sobre su sexo. Enterrando sus manos en mi pelo, me atrajo hacía ella gimiendo y retorciéndose.
Incorporándome ligeramente, me coloqué entre sus piernas y la penetré. María cerró los ojos solo por unos instantes, concentrada en la avalancha de sensaciones que le asaltaba. Yo comencé a moverme en su interior, sin apresurarme, mientras agarraba sus pechos y besaba su cuello y su mandíbula.
Cuando volvió abrir los ojos, me miró y alargó sus brazos, hincando sus uñas en mis nalgas y acompañando cada uno de mis empujones. Inclinándome, la besé de nuevo mientras aumentaba el ritmo de mis penetraciones.
Me dejé llevar, perdiéndome en aquel cuerpo acogedor y aquel sexo hirviente, disfrutando de cada empujón hasta que no estuve a punto de correrme.
Gruñendo me aparté y María se apresuró a salir de debajo de mí y sentándome en el sofá cogió mi polla y la chupó con fuerza prolongando mi deseo. Su boca envolvía mi miembro subiendo y bajando tan rápido como podía y chupando con fuerza.
Cuando empecé a gemir de nuevo se sentó sobre mí y volvió a besarme, frotando su sexo contra el mío y envolviéndolo con sus jugos y su calor. Yo me limité a suspirar y dejarme hacer mientras mi mirada se desplazaba de sus pechos sudorosos a sus ojos brillantes de deseo y de nuevo hacia sus pechos.
Advirtiéndolo aproximó su torso a mi boca que golosa se cerró en torno a sus pezones lamiéndolos y mordisqueándolos suavemente hasta sentir como se ponían tan duros como mi polla.
Sin esperar más y aun con mi boca cerrada en torno a uno de sus pechos cogió mi polla y se la metió de un solo golpe. Gimiendo con fuerza, comenzó a mover sus caderas, primero lentamente, alternando los movimientos de vaivén con amplios movimientos circulares.
Yo solté sus pechos y entrelacé mis dedos con los suyos, observando cómo se bamboleaban, cada vez más violentamente, a medida que sus movimientos se hacían más apremiantes. En cuestión de minutos estaba saltando sobre mí, empalándose con todas sus fuerzas, jadeando por el esfuerzo hasta que un brutal orgasmo la asalto.
María dejó caer su torso hacía atrás gimiendo y temblando mientras yo acariciaba su cuerpo hasta que los relámpagos de placer se aplacaron.
Suspirando se separó y se puso en pie y esta vez fui yo el que no le dio tregua. Abrazándola la besé, haciéndole sentir mi erección contra su vientre para a continuación empujarla de cara a la pared. Apartando su melena besé su espalda recogiendo las perlas de sudor que corrían por su columna y separando sus nalgas.
Obediente, separó las piernas e inclinó su torso mostrándome su sexo aun palpitante. Lo acaricié con suavidad, recorriendo los labios mayores y menores y jugueteando con su clítoris hasta que la mujer comenzó a jadear de nuevo.
Poniéndome en pie, acaricié sus muslos tensos y dirigí mi polla a su interior. Mi miembro penetró lentamente mientras enlazaba su cintura con mis brazos y atraía su cuerpo contra el mío. Con mi polla profundamente enterrada, tire de su cabellera y le obligué a volver la cabeza. Nuestros labios se juntaron y nuestras lenguas se exploraron apresuradamente hasta que la violencia de mis acometidas nos obligó a separarnos.
Arañando la pared María mantuvo como pudo el equilibrio desde lo alto de sus tacones mientras yo la penetraba con todas mis fuerzas disfrutando de aquel coño indescriptible.
A punto de correrme, me separé y la tumbé sobre el suelo, sin darle tiempo, volví a enterrar mi pene en aquel cuerpo vibrante y rodeando su cuello con mis manos la follé, no sé cuánto tiempo, hasta que me corrí de nuevo.
Con las fuerzas que me quedaban me separé y la penetré con mis dedos masturbándola hasta que en medio de una sinfonía de ruidos húmedos se corrió también.
Agotados, nos tumbamos el uno junto a otro. Observé su torso subir y bajar intentando coger aire y mi polla se estremeció de nuevo a pesar de que estaba totalmente exhausto.
—¿Qué piensas? —preguntó María tras dos minutos de silencio.
—Que necesito desesperadamente un cigarrillo. —dije yo recordando lo ricos que sabían después de un buen polvo.
Aparté la mirada hacia el techo, preguntándome qué demonios estaba haciendo y sin saber que decir. Antes de que la situación se volviese realmente incómoda María se levantó y comenzó a vestirse. Yo la imité, en mi estado no me convenía permanecer demasiado tiempo tumbado sobre el suelo frío.
Una vez vestidos nos miramos incómodos...
—Es una suerte que no haya entrado ningún cliente por la puerta. —dije yo consciente de que no era aquello lo que la mujer quería oír.
Ella me miró pero no dijo nada. Yo me acerqué, consciente de que tenía que hacer algo para no parecer un cabrón insensible y besé suavemente sus labios tras decirla que podía tomarse el resto del día libre.
María pareció darse por satisfecha en esta ocasión y abandonó mi despacho con una media sonrisa. No era para estar orgulloso, pero por lo menos contribuyó a disminuir mi mala conciencia.
Ya recuperado del esfuerzo, me senté en mi escritorio y apoyando los pies en él, me dediqué a dormitar el resto de la tarde.
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