Smallbird y el enamoraputas: Capítulo 10

Nuevas pistas, nuevos sospechosos.

10

La mañana siguiente desperté inusualmente temprano y aunque no me apetecía nada, decidí aprovechar para ir a la oficina, adelantándome a María y que pareciese que el jefe también se implicaba en el trabajo. El buen tiempo se había esfumado. Cuando salí de casa una espesa y húmeda niebla hacía especialmente difícil la conducción sobre todo para un motorista.

Al entrar en mi despacho bostecé y apoyé los pies sobre la mesa mientras revisaba  los acontecimientos del día anterior. La verdad es que Gracia tenía razón, pero el  hecho de que encontrase la puerta de la casa de la victima abierta, indicaba que la conocía o por lo menos que sabía quién era y le había dejado pasar.

Repentinamente me acordé del guardia de seguridad de la urbanización. Aun no había hablado con él. Estaba reflexionando sobre las preguntas que le iba a hacer cuando llegó mi secretaria. Al principio no le hice caso, esperando que se diese cuenta de que la puerta estaba abierta y viniese a saludarme, pero solo oí el taconeo acompañado de unos apagados sollozos.

Paralizado, no supe que hacer. Si me presentaba la interrumpiría y la avergonzaría y si esperaba y finalmente caía en que no estaba sola quedaría como un capullo metomentodo.

Tras unos segundos de indecisión me incliné por salir de mi despacho ya que la segunda opción sería mucho peor. Levantándome del asiento carraspeé para que María se diese cuenta de que no estaba sola y sin apresurarme salí de mi despacho.

—Hola, María. Perdona, pero hoy he llegado pronto y no he podido evitar oírte. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Es solo que... —dijo la mujer dubitativa.

—Ya me conoces, no quiero que te sientas obligada a contarme nada. Sabes que no se lo diré a nadie. Ahora voy a ir a desayunar al bar de enfrente. Mientras tanto puedes pensar si quieres contarme lo que pasa o no. Espero no ser yo la causa de ese llanto.

—¡Oh! No, de veras, jefe. Son problemas personales.

—Vale, entonces tomate tu tiempo y tranquilízate un poco. Y recuerda que siempre hay una solución para todo.

A continuación salí de la oficina y me dirigí al bar. Desayuné con parsimonia un chocolate y unas deliciosas porras y leí el periódico. El rollo de siempre. El gobierno de nuevo estaba en crisis por las exigencias de la oposición.

El presidente, consciente de que no tenía apoyos suficientes para gobernar con la comodidad a la que estaba acostumbrado, se había visto obligado a destituir al Ministro de Hacienda por las protestas de la izquierda, que no dejaba de acusarle de hacer la vista gorda con los chanchullos de las grandes empresas, mientras se dedicaba a enchiquerar a futbolistas, actores y folclóricas para dar ejemplo.

Cuando terminé con los deportes, dejé el periódico a un ansioso vecino de barra y cuando estaba a punto de pagar al camarero y abandonar el local, sonó el móvil.

—Hola, Gracia. ¿Qué tal?

—Hola Smallbird. ¿Qué tenías pensado hacer hoy?

—La verdad es que no mucho, pensaba ir a la urbanización a ver si encontraba al guardia de seguridad que nos descubrió y por la tarde  ir a visitar a Jorge Mirto. ¿Por? —pregunté yo dejando unas monedas en el mostrador y saliendo a la calle.

—Bueno, resulta que hoy no voy a poder acompañarte. Tengo que hacer unos recados.

—Ajá. Ya, tienes que limpiar la jaula del canario. —dije yo notando el entusiasmo de la joven en la voz— No te preocupes hoy no creo que vaya a dar con nada digno de mención.

—Creo que tampoco voy a poder estar mañana...

—No te preocupes. —le interrumpí yo— Me gusta trabajar con alguien, me recuerda a los viejos tiempos, pero soy capaz de arreglármelas solo. Si te han ofrecido una misión más importante no te preocupes por mí.

—Me ha dicho Carmen que si quieres puede mandarte a alguien.

—¡Ni se te ocurra! Solo faltaba que me envíe a Arjona.

Tras disculparse de nuevo, Gracia se apresuró a colgar. Dejándome con un sabor agridulce. Por una parte me gustaba tener una joven hermosa acompañándome a todos los sitios, pero por otro, la soledad me permitía llevar a cabo mis investigaciones con más libertad.

Lo que estaba claro era que Carmen había dejado de creer en la pista de las putas y prefería emplear a una agente muy válida en tareas más provechosas. Entendía a la teniente y las presiones que debía sufrir para resolver un caso tan enrevesado con tan pocos medios, pero debería tener un poco más de fe en mí, sobre todo teniendo en cuenta que las mejores pistas del caso se las había proporcionado yo.

Una punzada de mi costado  me sacó de mis pensamientos. El frío me había calado hasta los huesos mientras hablaba por teléfono en la calle. De una corta carrera crucé la calle y me dirigí a la oficina donde María ya se había recompuesto el maquillaje y haciendo de tripas corazón me sonreía tristemente.

No hizo falta que hablásemos, ambos supimos que no me hablaría de sus problemas, al menos no aquel día. Rompiendo un silencio que amenazaba con volverse incómodo, le pedí que concertase una cita con Jorge Mirto, si era posible aquella misma tarde y que le dijese que era muy importante, pero que no le entretendría más que unos pocos minutos.

Entré en mi despacho mirando el reloj. Aun era un poco pronto para ir a la urbanización así que opté por investigar un poco al constructor, más por pasar el rato que porque verdaderamente pensase que podía encontrar algo interesante sobre él.

Lo primero que hice fue recurrir a Wikipedia donde descubrí que tenía sesenta y dos años, una esposa y tres hijos, de los que una, la más pequeña había muerto en un extraño accidente de tráfico.

Al parecer era un hombre hecho a sí mismo, había empezado teniendo un pequeño negocio de albañilería que había pertenecido a su padre y lo había hecho crecer por todos los medios a su alcance hasta convertirlo en una constructora primero a nivel nacional.

Anticipándose a la explosión de la burbuja inmobiliaria, se centró en el negocio internacional, sobre todo en el medio oriente y en los emiratos  y había diversificado sus intereses, con lo que ahora tenía participaciones en empresas de  todo tipo, desde tecnológicas hasta de alimentación.

La muerte de su hija había sido un duro golpe, y durante un tiempo estuvo apartado del mundo dejando a su hijo mayor el control de sus negocios, pero desde hacía un año se había entregado en cuerpo y alma a un nuevo interés, la política y con bastante éxito por cierto.

Tras unos minutos leyendo algo más sobre sus manejos políticos, me entró la curiosidad e intente buscar más información sobre la hija desaparecida. Hice una rápida búsqueda entre las imágenes del empresario ya que al parecer no le gustaba mucho salir en los medios y ni siquiera aparecía su nombre.

Cuando veía al hombre acompañado de una mujer joven entraba en la página e intentaba averiguar quién era la chica.

Cuando llegué a su foto, supe inmediatamente que era ella. De su padre había heredado el pelo pajizo y aquellos ojos azules y penetrantes que parecían atravesarte y llegar hasta tu alma.  Su nariz pequeña, su boca amplia y su cuerpo esbelto y deliciosamente curvilíneo, hicieron que un sutil hilo de sospecha creciera en mí hasta convertirse en una tenue convicción.

La joven era una apreciable interprete de violín y la página hablaba de la fiesta benéfica que celebraba su padre todos los años, en la que ella  había participado tocando el instrumento, según el periodista, de una forma magistral.  Entre las fotos del evento se podía distinguir el patio dónde había tenido lugar, con un antiguo claustro y una fuente, lo que no hizo sino reafirmarme en mis sospechas.

Fue su último concierto, pocos días después moría cuando el deportivo que conducía se salía en una larga recta, a gran velocidad y acababa empotrado en la columna de un paso elevado.

Busqué más detalles del accidente, pero no encontré nada, su padre se había encargado de que los medios callasen lo que podía haber sucedido.

Eran casi las once. Apagué el ordenador y sin muchas ganas de salir a la niebla matutina, me despedí de una María que miraba al techo melancólica y bajé a la calle.

A pesar de haberme puesto varias capas de ropa, la humedad se me colaba por todas las rendijas obligándome a ceñirme al carenado de la moto y a no ir demasiado rápido. Cuando llegué a la barrera que impedía el paso a la urbanización, dos hombres se acercaron a mí con aire disciplente.

—Buenos días. —dijo el hombrecillo gordo con el que había charlado hacía un par de días.

—Hola, ¿Qué tal? ¿Te acuerdas de mí? —dije sacándome el casco para que me conociera.

—¡Oh! Sí claro. Eres tú. —dijo el hombre sonriendo al reconocerme— Aparca ahí la moto y entra en la oficina... ¡Agustín! —llamó al hombre que al ver que no había problema, se estaba retirando a la pequeña garita— Ven, este es el hombre del que te hablé. El que quería hacerte unas preguntas.

El hombre se volvió y se acercó con tono dubitativo. Era alto y esmirriado, con la cabeza pequeña y redonda y una perilla tan rala como la cabellera que cubría su cuero cabelludo. Me saludó con timidez, apretando mi mano blandamente y mirándome con prevención.

Tras unas palabras para presentarme y decirle que todo lo que me contara quedaría entre nosotros dos, nos dirigimos a la pequeña oficina, seguidos muy de cerca por su compañero que no se quería perder nada.

La garita era un pequeño espacio con un archivador, un par de monitores apagados, una mesa y dos sillas, que tenían pinta de no ser excesivamente cómodas. Agustín me invitó a sentarme y me ofreció un café de un termo que reposaba sobre el mueble archivador.

—Tu compañero Laureano me ha contado que estabas tú de guardia el día que ocurrió el asesinato. —dije yo tras charlar un rato sobre el tiempo tan asqueroso que estaba haciendo a aquellas alturas de año.

—En efecto. —replicó el hombre revolviéndose ligeramente en el asiento.

—¿Viste algo, o pasó algo extraño aquella noche? —le pregunté cruzando los dedos.

—No, la verdad es que no pasó nada digno de mención.

—Laureano también me ha contado que durante las noches solo queda un guardia en la garita.

—Es cierto. —respondió el guardia asintiendo.

—¿Y cómo os arregláis? A mí se me harían las noches eternas.

—Pues lo típico. —dijo el hombre encogiéndose de hombros— Libros, juegos de móvil, la radio y bidones de café.

—¿Y no salís de la garita para que os de un poco el aire? —pregunté procurando parecer inocente.

—La verdad es que a veces es la única manera de mantenerte despierto, el frío nocturno en la cara, además, a pesar de que se lo hemos pedido a nuestros jefes, siguen sin darnos un WC portátil, así que tenemos que aliviarnos en ese descampado de ahí fuera.

—Ya veo. —dije observando el lugar que me había indicado, un descampado rodeado por arbustos de dos metros de altura a unos cincuenta metros del camino de acceso.

Si alguien esperaba el momento adecuado podía colarse por la puerta principal sin que nadie le viera. Eso sin tener en cuenta la vía de acceso que había utilizado yo. Me parecía que aquellos hombres hacían el mismo efecto que un espantapájaros en un maizal, solo ahuyentaban a los cuervos más tontos.

—Gracias, Agustín. Has sido de mucha ayuda. —mentí con una sonrisa— Ahora tengo otra pregunta, esta vez para los dos. ¿Cuánto hacía que vivía aquí el señor Smith?

—No mucho, yo diría que un par de años, más o menos. ¿No? —respondió Laureano mirando a su compañero que asentía dándole la razón.

—¿Pasaba mucho tiempo aquí?

—La verdad es que no mucho, solía pasar largas temporadas fuera. Había meses en los que solo estaba tres o cuatro días, lo sé porque cuando no están los inquilinos tenemos la obligación de pasar dos o tres veces al día por su casa para confirmar que no hay ningún problema. —respondió Agustín.

—¿Recibía el señor Smith muchas visitas?

—La verdad es que casi nunca. Una vez vino acompañado de una mujer que parecía una actriz de cine,  pero aparte de eso... a sí un par de veces vino un hombre al que me sonaba mucho su cara, aunque no sé muy bien de qué.

—¿Sería este por casualidad? —le pregunté mostrándole la foto del constructor.

—Sí, ese mismo. Llegaba siempre en un Hummer inmenso, se quedaba solo unos minutos y cuando le alargábamos el registro hacía firmar al chófer. —respondió Laureano.

—Ajá. Interesante. —dije yo tomando nota mental de la conversación— ¿Vino por aquí el día del asesinato?

—No. —respondieron los dos guardias al unísono.

—¿Alguna visita extraña esos días, aunque no fuese a la casa del señor Smith?

—¡Ah!  Sí. Un día antes  del asesinato vino un tipo en una furgoneta de una empresa de telefonía. —dijo Agustín— De mediana edad y muy borde. Se acercó a la garita y exigió que le abriésemos paso  diciendo que venía por una avería. El caso es que todas las incidencias deben ser consignadas en la oficina, si no, no podemos dejar pasar a nadie, así que le dije que no podía pasar y le pregunté quién era el vecino que  le reclamaba. Respondió con vaguedades. Cuando le dije que no le permitiría el paso, montó en cólera y solo se largó cuando le amenacé con llamar a la policía.

—¿No volvió a intentarlo cuando cambiasteis la guardia? —pregunté.

—Todos esos incidentes se apuntan y se notifican a la persona que viene a darte el relevo y que yo sepa ningún compañero volvió a verle. ¿Tú tampoco te has enterado de nada? —le preguntó  a su compañero.

—No, y de haber pasado algo me hubiese enterado, estoy seguro. —respondió Laureano con aire de entendido.

—¿Podrías describírmelo?

—Me temo que no puedo ayudarte mucho, llevaba una gorra bien calada y gafas de sol. Solo puedo decirte que era de mediana edad y tenía un gesto agrio como si estuviese chupando un limón. —dijo Agustín haciéndome recordar la corta conversación que había tenido con el desconocido— De todas maneras no logré averiguar qué era lo que quería, a lo mejor no tenía nada que ver con su caso.

—Cierto, pero no deja de ser interesante. —le dije al segurata— Tomaré nota. Una última cosa, ¿Os fijasteis en la furgoneta?

—Espera un momento. Creo que apunte algo para poner sobre aviso a mi relevo. Ya sabe, por si volvía a intentarlo.

El hombre cogió un A-Z que tenía sobre la mesa y pasó un par de páginas. Era evidente que no había muchos incidentes en aquel lugar. Repasó con el dedo una serie de notas hasta que encontró la que buscaba:

—Aquí está. Sabía que lo había apuntado. —dijo el hombre hinchando el pecho orgulloso—El hombre vino en una Peugeot Partner con un rótulo de TELTALCO en el lateral. Lamentablemente no apunté el número de matrícula, a nosotros nos bastaba con eso.

—Entiendo, buen trabajo. —le adulé esperando que el dato me sirviese para confirmar una sospecha que crecía en mi mente.

Tras un rato de charla intrascendente, María nos interrumpió para decirme que tenía diez minutos con el señor Mirto y aproveché para despedirme.

Ya en la moto, camino del centro,  pensé que la conversación, a pesar de que no me había aportado demasiado para resolver el crimen, sí que me había ayudado a poner las cosas en su sitio y me evitaría gastar el precioso tiempo que tenía con el empresario en preguntas inútiles. Cada vez estaba más convencido de que había una relación algo más que casual entre Omar y Jorge Mirto.

Cuando llegué a la oficina después de comer, eché un vistazo más detenido al listado de empresas de las que era accionista. La nómina era enorme, pero solo en el caso de unas pocas era accionista mayoritario o propietario exclusivo. Apunté el nombre de las dos que llamaron mi atención, me serví un par de dedos de Whisky y me dispuse a dormir una siesta en el sofá antes de la visita al constructor.

Al salir  a la calle pude ver que al fin la niebla había levantado. Lástima que lo hubiese hecho justo para que viese la puesta de sol. Mientras arrancaba no podía evitar pensar lo mucho que Dios se estaba cachondeando de nosotros  estos días mandándonos un tiempo de mierda.

Manejando con ternura el acelerador me desplacé entre el trafico vespertino, recordando con un pelín de nostalgia las largas derrapadas que hacía con mi vieja Ossa en el asfalto húmedo, que ahora con el control de tracción de la Ducati eran casi imposibles.

La misma joven del otro día, me recibió con una sonrisa tan deslumbrante como falsa y esta vez me precedió por un largo pasillo hasta el despacho de Don Jorge, como ella lo llamaba. Yo no me apresuré y aproveché para observar cómo se mecían los pechos de la joven dentro de la blusa, mostrando la ausencia de ropa interior y el suave bamboleo de su culo firme y redondo dentro de la minifalda de lana.

Cuando llegó a la puerta, llamó suavemente y la abrió sin esperar respuesta, franqueándome el paso.

—Adelante, señor Smallbird. —dijo antes de dejarme solo y desconsolado por su ausencia.

—Gracias Malena, puedes irte.—una voz afinada a base de décadas de trujas me devolvió a la realidad— Buenas tardes, señor Smallbird.

—Buenas tardes, señor Mirto, perdone que le moleste, sé que es un hombre muy ocupado y le agradezco que me reciba con tanta celeridad.

—Venga, déjese de florituras señor Smallbird, ambos sabemos que el tiempo es oro. —dijo el hombre con un gruñido.

—De acuerdo, iré al grano entonces. Estoy investigando el asesinato de una persona con la que usted ha tenido relación y me gustaría saber si tiene alguna información que pueda serme útil para encontrar al asesino.

Le mostré la foto. El empresario hizo un casi imperceptible gesto de disgusto al devolverme la foto tras examinarla atentamente unos segundos.

—Vamos, señor Mirto, sé que era algo parecido a su suegro, no hace falta que finja que no lo conoce.

—Está bien, conoció a mi hija en una de mis fiestas benéficas y se enamoraron. Pero no llegó a ser oficialmente mi yerno, mi hija murió en un accidente de tráfico antes de que llegasen a casarse. Desde que ella murió le he visto una vez en un concierto que organicé hace unos meses en mi casa.

—No son esas las noticias que tengo. —dije yo— Creo que le arrebató una importante mercancía no hace mucho.

—¡Ah! —respondió tras fingir que no sabía de qué estaba hablando— ¿Te refieres a la subasta?

—Según los testigos presentes, la cosa se puso bastante caliente y tú saliste bastante cabreado. —continué fingiendo revisar unas notas en una pequeña libreta.

—Bah, nimiedades. Es verdad que en ese momento me sentó como un tiro, pero yo fui el que le introdujo en el club. Desde que murió mi hija, le veía siempre triste y melancólico y pensé que podría animarse. —dijo el constructor recostándose ligeramente en su sillón— Pero se dedicó a sentarse en una esquina una subasta tras otra sin hacer una sola puja hasta aquel día. Me molestó en un principio, pero en el fondo me alegré por él. Necesitaba echar un buen polvo. Además yo no soy nada escrupuloso y cuando el portero me dijo dónde podía encontrar a la furcia me la calcé por mucho menos dinero. Por cierto, no sé si sabes que al final ese jodido idiota ni siquiera la desvirgó. Nunca entendí lo que mi hija vio en él.

—Por cierto, —dije procurando que pareciese que se me acababa de ocurrir la pregunta— ¿Cómo le conoció?

—Lo conocí en una fiesta en la embajada saudí. Charlamos, y como parecía tener dinero a espuertas, decidí invitarle a mi fiesta benéfica...

—La fiesta donde conoció a su hija...

—Sí —respondió él con rostro serio.

—¿Lo conocía mucho?

—Apenas, la verdad es que era bastante discreto. Venía de vez en cuando a visitarme con mi hija y acudía a todos sus conciertos. Era cuando más coincidíamos. Yo también intentaba perderme la menor cantidad de conciertos posible y la verdad es que en un acontecimiento de este tipo no hay mucho tiempo para hablar.

—¿Sabía si tenía enemigos? ¿Le vio últimamente más nervioso de lo normal?

—No que yo sepa, pero desde que murió Gemma apenas le he visto un par de veces en la sala de subastas.

—¿Tenían negocios juntos? —pregunté.

—No, ¿Por qué iba a tenerlos?

—No sé. —dije encogiéndome de hombros— Usted es el socio mayoritario de dos empresas dedicadas a la fabricación de fusiles de asalto y minas antipersonales, por no hablar de sus negocios en Oriente Medio.

—¿Y?

—Que por lo que he podido averiguar, su yerno era traficante de armas...

—No sé que pretende insinuar, —me interrumpió el hombre levantándose con un inconfundible gesto de enfado, pero sin mostrar sorpresa cuando le insinué que su yerno era un delincuente de talla internacional— Sé que cuando una persona como usted viene a esta oficina y se asoma por estos ventanales, viendo como tengo todo el mundo a mis pies, piensa automáticamente que es imposible que haya logrado todo esto por medios honestos, pero mis negocios son todos estrictamente legales y el negocio de las armas, con las correspondientes licencias, es tan lícito como cualquier otro. Ahora, si no desea nada más, creo que esta reunión ha concluido.

—Solo una pregunta más, si me lo permite,  —dije levantándome del asiento— ¿Dónde se encontraba el martes... digamos entre las seis de la tarde y las doce de la noche?

—En viaje de negocios en Qatar. Mi secretaria tiene todos los detalles si tiene interés en consultarlos. —respondió el hombre abriendo la puerta del despacho— Ahora si tiene alguna acusación que hacerme, venga con la policía y deténganme. Por hoy hemos terminado.

—Muchas gracias por todo, Señor Mirto. Si se le ocurre algo más por favor llámeme a este número da igual la hora del día o de la noche.

El hombre cogió mi tarjeta con gesto airado y cerró la puerta donde ya me esperaba la escultural secretaria con una melosa sonrisa. Yo deshice el camino sin prisas, curioseando entre los empleados que se movían atareados como abejas en sus cubículos.

—Veo que las constructoras están recuperándose. —dije señalando a Malena la febril actividad que reinaba en el edificio.

—La verdad es que hemos pasado tres o cuatro años bastante malos, pero ahora estamos empezando a recuperarnos. Poco a poco están empezando nuevas promociones y nos hemos ido labrando un nombre en el exterior, con lo que nuestra situación, en realidad es bastante más solvente que antes de la crisis.

—Sí, tengo entendido que tenéis muchos negocios con esos jeques cargados de petrodólares...

—En efecto, —respondió la mujer con una nueva y seductora sonrisa— aunque no se crea que sueltan el dinero como si lo tuviesen por castigo, aprietan todo lo que pueden.

—Me lo figuro, prefieren gastarse en dinero en furcias. —dije yo provocando un leve gesto de disgusto en la joven—Y me figuro que su jefe se pasará todo el día de viaje de aquí para allá.

—Ya lo creo. —respondió la secretaria abriéndome la puerta de salida.

—Tengo una curiosidad. El material y las herramientas, los mandan desde aquí o lo compran en el extranjero.

—La verdad es que no estoy muy metida en el tema, pero creo que ambas cosas.

—Entiendo, muchas gracias por todo, Malena.

—Gracias a usted, espero haberle sido de ayuda.

—No le quepa la menor duda, ha sido muy interesante. Por cierto, si alguna vez necesita un detective eficiente y discreto, soy su hombre. —dije alargándole una tarjeta— Me ocupo de cualquier cosa, desde jefes con la mano larga hasta infidelidades, ya me entiende. Soy un tipo insistente y jamás doy un caso por perdido.—le dije a la mujer mirándole en plan conozco todos tus secretos.

Malena  cogió la tarjeta con manos temblorosas y me  despidió con un gesto. Salí a la calle sin poder evitar pensar en las similitudes entre aquella noche oscura y brumosa y los negocios del señor Mirto.

Mi olfato me decía que aquel hombre me había despachado con una sarta de mentiras adornada con unos ligeros toques de verdad, para hacer su cuento un poco más verosímil.

Un hombre que viaja por trabajo a Oriente Medio con frecuencia y que envía material a esa parte del mundo en grandes cantidades resulta que tiene un par de fábricas de armas y conoce a un traficante de armas por pura casualidad. Justo en el momento en que las constructoras las están pasando más canutas.

No sería muy difícil enviar un montón de armas  en esos enormes contenedores, camufladas entre el material de construcción y las herramientas. Si de algo estaba seguro, era de que aquellos dos hombres fueron socios antes de ser familia.

¿Pudo el gran empresario ponerse nervioso al ver con quién hacia negocios su yerno? ¿O le pareció que el chaval estaba perdiendo el norte persiguiendo putas que se pareciesen a su esposa perdida y decidió que era un riesgo demasiado grande para su incipiente carrera política?

Podía ser, desde luego iba directo a engrosar la lista de sospechosos, pero estaba seguro de que si aquel hombre hubiese sido el asesino, hubiese mandado a alguien a matar a Omar mientras él se  procuraba una  coartada a prueba de bomba. Seguiría investigándole, quizás la secretaria a la que había puesto nerviosa tan fácilmente, supiese algo.

Esta nueva serie de Smallbird consta de 18 capítulos. Publicaré uno  a la semana. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella