Skater Boy

Lo malo de veranear en el mismo pueblo todos los años es que siempre son las mismas caras y nunca hay nada nuevo. Lo bueno es cuando la frase anterior no es del todo cierta.

No sé muy bien ni siquiera cómo empezar este relato, el primero que hago de este estilo, así que no sé cómo va a salir.

Supongo que, como toda historia, lo suyo es empezar introduciendo a los personajes. Planeo que esta historia sea bastante larga, así que sólo os contaré un trozo de ella hoy, pero poco a poco iréis logrando el completo.

No tengo intención de revelar ningún dato personal ni mío ni de ninguna de las personas que aparecerán aquí, con lo cual todos los nombres serán falsos, pero podéis llamarme David.

Nunca se me ha dado bien describirme, creo que nadie sabe verse a sí mismo como realmente es, así que trataré de hacer una mezcla de cómo me veo y como suelen decir que se me ve para daros una imagen lo más cercana a la realidad posible. No voy a pecar de modesto, así que empezaré diciendo que me considero una persona bastante atractiva. No llego al punto de merecer estar en la portada de ninguna revista, pero me gusta bastante mi aspecto. En cuanto a los colores, no tengo nada demasiado especial. Soy todo lo que puedes esperar de un español, piel no demasiado clara, pelo oscuro y ojos marrones. Suelo llevar algo de barba, aunque cortita, y me gusta bastante hacer ejercicio, con lo cual mi cuerpo, si bien, como he dicho, no merece estar expuesto en ninguna portada, sí que tiene unas formas bastante definidas. En cuanto a los rasgos de mi cara, suelen decirme que lo que más atractivo tengo es la mandíbula, los labios, y los ojos. Nunca entendí esta última parte, pues me parecen bastante comunes, pero la gente dice que tengo una mirada muy intensa.

Descubrí mi bisexualidad a una edad bastante temprana, aunque no la asumí hasta más adelante.

Ahora que ya tenéis más o menos en mente como soy, os presentaré a otro personaje de la historia de mi vida (sexual), uno de los más importantes, y sobre el cual versará el relato que os cuento hoy: Alex.

Soy un chico de ciudad, pero en verano suelo ir al pueblo de mi madre. Solemos quedarnos allí todo el mes de Agosto, a veces incluso parte también de Julio o Septiembre. Esta es una costumbre que se viene repitiendo desde que soy pequeño, así que en el pueblo tengo montada parte de mi vida.

El pueblo es pequeño y, durante el curso, vacío. Pero en verano es otra cosa. Parece como si el pueblo entero se hubiese diseminado por toda España y en verano todas las personas decidiesen volver. Aún así, sigue siendo un pueblo pequeño donde todos nos conocemos, todos tenemos nuestra pandilla de amigos y todos sabemos quién es quién, quién ha estado con quién y quién quiere estar con quién.

Por eso me extrañó, en el Agosto entre mi segundo de bachiller y mi primero de carrera, encontrarme en el pueblo una cara que no asociaba.

La primera vez que le vi ese verano fue una noche. Había llegado al pueblo esa tarde de finales de Julio y aún no estaban en él todos mis amigos, pero sí tres o cuatro que acordamos salir por la noche a tomar algo al bar de la plaza.

Estando allí, mientras tomábamos unas cervezas, nos poníamos al día del último año y saludaba a algunos conocidos que se acercaban, vi pasar a un chico que llamó la atención por diversas razones. La primera fue el ruido que su skate hizo sobre las piedras de la plaza; la segunda sus ropas anchas, piercings y tatuajes, poco habituales en el pueblo; la tercera, que nos era desconocido. Y para mí, la cuarta, lo increíblemente atractivo que era.

Intercambié una mirada con mis amigos, preguntándoles sin palabras por ese chico, pero se encogieron de hombros, ellos tampoco sabían quién era.

No volvía  verle hasta varios días después. También es cierto que, aunque el pueblo es pequeño, los alrededores son bastante interesantes y hay otros pueblos no muy lejos, así que no pasé mucho tiempo en este. El viernes de la semana siguiente, ya habiendo entrado en Agosto y con todos los miembros de “mi panda” ya en el pueblo, me lo volví a encontrar, esta vez en la piscina. Y si la primera vez, con su camiseta de tirantes y pantalones anchos, me había parecido atractivo, en ese momento necesitaba crear un nuevo adjetivo para lo que me parecía. Mientras salía del agua pude observar detinidamente como las gotas se deslizaban por los músculos definidos de su torso, acariciando los tatuajes de los hombros y el abdomen. Observé también los piercings, en las orejas y la aleta de la nariz, y como el bañador se pegaba a su figura en las piernas y el trasero.

Entre mis amigos y yo empezamos a hablar sobre él, sobre quién era y cómo había llegado al pueblo. Las teorías más probables eran que sería el novio de alguna chica del pueblo o algún pariente de alguien que se había unido este año a las vacaciones. De todos modos, mi amiga Sara, vecina de una de las chicas que había venido con él a la piscina, nos prometió sacar información cuánto antes.

Al día siguiente nos vino con la información prometida, se trataba de Alejandro González. Un chico que hacía tres años que no pisaba el pueblo. Pero lo raro no era eso, no. Lo raro era que la última vez que había visto a Alex era bajito, gordo, con aparato y muchísimo acné. Ninguna semejanza con el pivón que era ahora.

Al día siguiente me lo encontré cuando fui a comprar a la panadería por encargo de mi abuela. Me saludó con una sonrisa y un gesto de la mano y yo, ni corto ni perezoso, decidí sacarle conversación antes de que se fuese.

— ¿Eres Alex, no? Es lo que me han dicho, al menos.

— Sí, sí. Soy Alex. ¿David, verdad?

— Sí, el mismo. Joder, tío, estás cambiadísimo, no te había reconocido. Pero ni de coña.

Se rió suavemente, aunque supongo que más por educación que por ninguna otra razón.

— Sí, bueno, hace tres años que no nos vemos, así que normal… adelgacé bastante cuando pegué el estirón y luego me apunté al gimnasio, además de hacer skate y parkour. Me quitaron el aparato y el acné se fue, milagrosamente. Luego me empecé a tunear el cuerpo y… bueno, aquí estoy. Como el patito feo —dijo, esbozando una sonrisa. Mientras hablaba me di cuenta de que tenía un piercing en la lengua—. Pero vamos, que tú también has cambiado bastante, ya no eres aquel chiquillo escuchimizado con voz de pito. Ahora eres todo un hombre.

Corroboró esta afirmación mirándome de arriba abajo y dedicándome una sonrisa.

— En fin, ya nos veremos más tranquilamente —dijo, palmeándome el hombro y guiñándome un ojo; yo le seguí con la mirada mientras salía de la tienda, embelesado.

Pasó una semana más sin que nada digno de mención pasase. Alex y ya manteníamos conversaciones breves cuando nos cruzábamos, hablando de nuestras respectivas ciudades, la carrera que pensábamos estudiar y otro tipo de cosas banales. Me quedé con como ladeaba su sonrisa hacia la izquierda y como solía jugar con sus dientes con el piercing de su lengua. Además de los tatuajes del hombro y el abdomen, tenía otros en la parte baja de la espalda, en la muñeca derecha y en un gemelo. Todo, absolutamente todo de él, me parecía irresistible, desde el brillo azul de sus ojos hasta su andar desenfadado pasando por el color rosado de sus labios. Todo.

La noche posterior a nuestro encuentro en la panadería salimos a hacer botellón a la zona habitual. Bueno, “botellón”, porque en un pueblo como el nuestro no es que se juntase mucha gente, pero era la zona del pueblo donde se juntaba todo el mundo a beber. En una de estas veces que te levantas de tu círculo y vas a dar una vuelta a saludar a los conocidos, divisé al grupo de Alex y me acerqué a saludarles, mientras lo hacía, Alex me vio y se puso en pie, acercándose a mí. Tenía la sonrisa típica de haber bebido, pero no daba mucha más señal de ebriedad.

Estuvimos charlando un rato, entre las conversaciones oí un par de frases que me dejaron un poco tocado y más cuando me dijo que estaba claro que debía ir a un gimnasio porque los músculos no crecen solos (y me tocó el brazo como para cerciorarse). Por un momento pensé que estaba tonteando conmigo, luego deduje que aquello era imposible porque por una parte no parecía gay y por la otra, si lo fuese, él no sabía que yo lo era, así que eso estaba descartado.

— Oye, ¿vais a ir a la fiesta del miércoles? —Me preguntó.

— ¿Qué fiesta?

— ¿No os habéis enterado? A ver… ¿Conoces casa abandonada que hay camino al pueblo de al lado? Esa que está a unos veinte minutos del pueblo, a medio camino. Gris, muy grande… pues al parecer este miércoles se va a montar buena. Va a ir muchísima gente. Lo que pasa es que es ilegal, claro, así que no se difunde de ningún modo “oficial”. Es todo más bien de boca a boca. Nosotros vamos a ir y pinta bastante bien, además, en caso contrario, en un rato estamos de vuelta aquí, así que… ¡Apúntate, hombre!

Le dije que se lo comentaría a mis amigos y así lo hice. A todos, en general, les pareció buena idea hacerlo, así que designamos los conductores (a mí me tocó ser uno de ellos, ya que era de los pocos que tenía carnet) y organizamos las compras para el miércoles.

El miércoles llegó, y con él las ganas, la excitación y, por supuesto, la fiesta.

Salimos del pueblo a eso de las doce, siguiendo la dirección que nos habían indicado. Un poco antes de llegar ya se veían las luces y una vez vislumbramos el lugar, nos quedamos alucinados. De dentro de la casa (que era bastante grande) salían luches y mucho, mucho ruido. Alrededor de ella se veían coches, gente bebiendo y fumando. Muchísima gente. Demasiada para ser sólo de los pueblos cercanos.

Aparcamos donde pudimos, sacamos las bebidas y empezamos a beber. Yo tenía que beber rápido puesto que tenía que dejar de beber a cierta hora para poder coger el coche luego al volver, pero no quería privarme de beber.

Durante la noche, mientras bebíamos, charlamos con distintas personas. A veces se acercaban ellos, otras éramos nosotros los que nos levantábamos para pasear. A veces eran conocidos y otras gente que nunca habíamos visto, pero siempre simpática y con ganas de pasarlo bien.

Pero ni rastro de Alex.

Pasado ya un tiempo, cuando las botellas habían mermado bastante en su contenido, decidimos pasar a dentro, donde estaba la música y el baile. No había mucho espacio personal, pero tampoco nos importaba, bailamos y bebimos algo más. Bueno, bebieron, yo ya había abandonado el alcohol para estar decente cuándo el coche fuese necesario, pero en aquel momento había bastante corriendo por mis venas.

Tras un rato que no puedo delimitar, decidí salir fuera a tomar un poco el aire y decidido que, al entrar, buscaría a Alex.

Tras abrirme paso entre la gente, a codazos y empujones, y estando ya cerca de la puerta, noté como alguien me sujetaba del hombro y tiraba de mí hacia atrás. Me giré de mal humor, dispuesto a encarar a quien fuese, pero la cara que me encontré disipó todo mal humor.

— ¡Pensé que no habías venido! —gritó Alex, de modo que pudiese oírle.

— ¡Llevamos un buen rato aquí! ¡No te veía! —contesté, alzando igualmente la voz para facilitar la comunicación.

Me dedicó una sonrisa y yo, entre las expectativas y el alcohol, sentí como si me fallasen las piernas. Qué guapo era. Llevaba unos pantalones anchos y una camiseta de tirantes negra bastante ajustada, que le quedaba de maravilla.

— ¿A dónde ibas? —me preguntó.

— A fuera, a tomar un poco el aire, y a ver si te veía.

— Te acompaño fuera.

Empecé a abrirme camino, girándome de vez en cuando para comprobar que me seguía, hasta que él consideró oportuno agarrar mi mano para asegurarse de que no nos separamos. Logramos salir de la casa y me apoyé contra la pared, agradecido de poder respirar. Seguía siendo verano, claro, pero las noches en la sierra son más suaves y además, en comparación con el sopor que se vivía dentro, con la gente, el cambio fue enormemente agradecido.

— ¿Te importa si me hago un porro? —me preguntó Alex, sacando de su bolsillo las cosas necesarias para ello.

— En absoluto.

Me dedicó otra sonrisa y yo se la devolví, observando sus manos mezclar la hierba con el tabaco.

— ¿Te importa si nos ponemos en algún sitio más discreto? Que aquí hay gente con mucho morro y en cuanto huelen a porro vienen a gorronear.

— Claro, sin problemas. Tengo el coche aquí, nos podemos poner detrás.

Fuimos hasta allí y nos sentamos detrás, de modo que la proporción de gente que nos veía fuese bastante menor, sentados en el suelo con la espalda apoyada en la carrocería.

Le observé en silencio mientras terminaba de hacer el porro, casi deleitándome con el recorte de la luz lunar en su piel, en cómo se movían sus tatuajes al moverse los músculos que cubrían.

Terminó de liarlo y se lo encendió, dando dos hondas caladas que dejó salir con un suspiro mientras apoyaba la cabeza hacia atrás, en mi coche. Fumar siempre me había parecido un acto muy sexy y en aquel momento, con mi mente imaginando lo que esperaba que pasase, yo ya la tenía a reventar. Hecho al que no ayudaba que hubiese decidido colocar su mano en mi rodilla.

Dio otra calada y me lo cedió. Lo cogí con una sonrisa y le di un par de caladas, no más, soltando la última sobre su cara. Pareció hacerle gracia porque cuando tuvo de nuevo el porro en su poder, hizo lo mismo. Y con la siguiente calada, cada vez más cerca. Abrí la boca para aspirar el humo que él soltaba, como había visto en alguna serie juvenil. Y la segunda vez que lo hizo, con su boca tan cerca de la mía, la situación siendo la que era y el alcohol y la maría provocando mi desinhibición, acorté la distancia que nos separaba y pegué mis labios a los suyos.

No sé que esperaba realmente, si rechazo o aceptación, pero desde luego me alivió notar como relajaba su boca y me permitía el paso, al tiempo que su mano empezaba a bajar por mi pierna, acariciando la cara interna de mi muslo. Yo mismo moví mi mano y la coloqué en su vientre, empezando a acariciar su abdomen por dentro de la camiseta.

Se separó de mi lentamente, sonriéndome y dando una nueva calada.

— Menos mal que te has lanzado, yo soy incapaz de hacerlo y no sabía qué narices más hacer para provocarte.

Me reí, al tiempo que cierta alegría me dominaba al saber que no me había respondido solo por la situación, sino que él también deseaba que pasase.

— ¿No te habrías lanzado tú?

— Nah —dijo, dando otra calada—, nunca lo hago. Yo tonteo mucho, pero nunca me lanzo, soy incapaz. Además, con lo descarado que soy, si no se lanzan ellos lo interpreto como que no quieren nada.

— Eso puede salirte mal.

— Bueno, esta vez ha funcionado, ¿no? —preguntó, mirándome con una sonrisa traviesa. Se inclinó sobre mí, colocando el porro de nuevo en mis labios para que le diese la última calada y tirándolo luego, mientras me besaba al tiempo que yo soltaba el humo.

Estuvimos simplemente besándonos durante un rato que, como podéis imaginar, no calculé hasta que nuestras manos empezaron a impacientarse. La mía acariciaba toda la piel que podía abarcar bajo su camiseta, acariciando con las yemas de los dedos los contornos de sus músculos, mientras que su mano tanteaba mi entrepierna por encima de los vaqueros, hasta que se decidió a tantearla por debajo, acariciando mi polla como la ropa le permitía.

No sé como acabó sentado a horcajadas encima de mí, con mis manos en sus nalgas y el botón de mis vaqueros desabrochado para permitir mayor movilidad de sus manos. Hasta que me separé por la necesidad de dar una bocanada de aire, parón que pareció devolverle a la realidad y que provocó que sacase su mano de debajo de mi ropa interior.

— Me da un poco de corte. Nos puede pillar cualquiera —dijo, con voz ronca, aunque no se apartó de encima de mí.

Curioso, porque a mí me daba más morbo que vergüenza, pero desde luego que no quería que se sintiese incómodo.

— Podemos apartarnos un poco, con mi coche… si quieres — sugerí, clavando mi mirada en sus ojos (qué jodidamente bonitos). El asintió, esbozando una sonrisa, y se apresuró a levantarse.

Aproveché para mandar un mensaje a mis amigos indicándoles que estaba ocupado y me monté en el coche, conduciendo en dirección a campo abierto, a un sitio lo bastante lejos de la casa para que nadie nos pillase. Mi coche no lo soportaba del todo bien, no es un todoterreno, pero yo estaba más ocupado con la mente pensando en otras cosas.

— Puedes hablar mientras —le dije.

— Es que… estoy flipando. No me puedo creer que realmente esté pasando.

Sonreí.

— ¿El qué?

— Esto. Cuando mi madre me dijo que volvíamos después de tres años al pueblo no me esperaba encontrarme con ningún chico que fuese gay, guapo, soltero e interesado en mí.

Solté una carcajada.

— Yo llevo toda la vida viniendo y nunca me había pasado, así que…

Cuando pensé que ya estábamos lo bastante lejos (se veía la casa y sus luces a lo lejos, pero era difícil que alguien nos viese desde allí, con las luces del coche apagadas) paré el coche y me giré, sonriéndole. Me acerqué a besarle brevemente antes de abrir el coche y salir, bordeándolo para llegar hasta su puerta, abriéndola y volviéndole a besar tan pronto como puso un pie fuera del coche. En cuanto estuvo de pie, mis manos se lanzaron veloces a la parte baja de su camiseta, alzándola para quitársela lo antes posible.

— ¿Vaya prisas, no? —preguntó, riendo, mientras apartaba sus labios de los míos para que pudiese deshacerme de su camiseta.

— No llevo tres semanas viéndote semidesnudo en la piscina para ahora aguantarme las ganas de desnudarte yo —le respondí, rodeándole la cintura y atrayéndolo hacia mí, besándole nuevamente. Sus manos se dirigieron a mis hombros, deslizando hacia atrás mi camisa de cuadros y después hacia mi cintura, tirando de mi camiseta hacia arriba para que quedásemos en igualdad de condiciones.

Mis manos recorrían tanto de su cuerpo como podían, mientras mis labios alternaban entre su boca y su cuello, punto que parecía gustarle pues con cada beso o mordisco que depositaba en él le arrancaba un gemido que me ponía más cachondo aún.

Desabrochó el botón de mi pantalón y bajó la cremallera, metiendo su mano dentro, rodeando mi pene con ella y empezando a masajearlo. Metí yo también mis manos en su ropa, acariciando ese culazo que tan loco me volvía y comprobando al tacto que estaba depilado. Por si no estaba lo bastante cachondo.

Como si mis dedos acariciando su ano fuesen la señal que esperaba, se apartó de mi un par de segundos para dedicarme una sonrisa y empezar a bajar por mi torso depositando besos hasta acabar arrodillado delante de mí. Bajó mis pantalones sin dejar de mirarme y aún me sostenía la mirada, con un deje travieso en ella, mientras sacaba mi polla y la acercaba a su boca, acariciando el glande con su lengua. Después procedió a metérsela entera y ahí rompimos el contacto visual, así que me recliné sobre el coche y disfruté de la mamada que estaba recibiendo.

Era la primera vez que me la chupaban con un piercing en la lengua y desde luego que me gustó. Notaba la bolita subir por el tronco de mi verga al tiempo que su lengua. Suena típico, pero Alex la chupaba de maravilla. Se la metía tan adentro como podía, acariciando con la lengua mientras entraba en su boca, después se la sacaba, depositando besos en ella, la acariciaba con la lengua y se centraba en el glande antse de volver a metérsela entera. Todo ello ayudado con las manos y con ocasionales visitas a mis pelotas.

A mí nunca se me ha dado bien simplemente dejarme hacer, así que de vez en cuando movía mis caderas, follándome su boca, o le agarraba la cabeza obligándole a llevar cierto ritmo, cosa que a él no parecía importarle.

Me conocía lo bastante como para saber cuando estoy cerca de correrme y como me negaba a acabar esa noche sin visitar su puerta de atrás, cuando noté que estaba cerca le agarré del pelo y le retiré la cabeza hacia atrás. Hecho que pareció gustarle pues sonrió antes de volver a acercarse a mi polla. Por muy cachondo que me pusiese su aparente necesidad de chupármela, tuve que recordarme a mí mismo que si le dejaba hacerlo acabaría en seguida, y no era esa mi intención, así que le besé mientras mis manos tiraban de sus brazos para indicarle que se levantase.

Sin dejar de besarle, le dirigí hacia el capó del coche, donde le empujé para que se tumbase con la espalda apoyada en él, levanté sus piernas y, de un tirón, le quité los pantalones, dejándole completamente desnudo.

Joder, qué bueno estaba. Qué cuerpazo, qué músculos, cuantos tatuajes y ni un solo pelo. Y qué sonrisa mezcla de niño travieso y perra cachonda tenía. Cómo me ponía. Y que suerte tenía de tenerlo así para mí.

Me incliné sobre él, lanzándome sobre su boca casi con ferocidad, mordiéndole el labio en un beso más violento y apasionado que tierno o sensual. Él respondió agarrándome la cabeza con las manos para que no me separase mientras me devolvía el beso con las mismas ganas, echando un pulso de labios, lengua y hasta dientes.  Bajé hasta su cuello, mordiendo y besando, arrancando sus gemidos y alguna frase ocasional.

— Joder como me pones —gimió en mi oído. Y yo tuve que contenerme para no agarrar mi polla, sacudirla un par de veces y correrme en ese momento.

Que como le ponía, decía el cabrón. Cómo me ponía él a mí.

Bajé acariciando su cuerpo con mis labios y mi lengua, delineando cada músculo, recorriendo cada tatuaje, jugando con los piercings de sus pezones.

Acaricié su verga con mi lengua desde la base hacia arriba, sin dejarme ni un centímetro de tronco, besando el glande con mis labios cuando llegué. Me la introduje en la boca, tanto como me había, y empecé a chupársela con constancia, notándola entrar y salir, jugando con mi lengua. De vez en cuando la sacaba y la volvia a recorrer a lametones o besos. Sus manos se encontraban enredadas en mi pelo, pero sin ejercer presión, más pidiéndome que no parase que obligándome a ello. Me encantaba oír los gemidos que soltaba con mi boca en su pene.

Bajé por sus bolas, jugando un poco con ellas, hasta llegar a su ano. Me encantaba, rosado, depilado. Pasé mi lengua por él y obtuve un nuevo gemido que me indicó que no le desagradaba. Empecé a lamerlo mientras lo acariciaba, de vez en cuando, con el dedo. Finalmente, introduje el dedo en su ano, sin dejar de acariciarlo con la lengua. De su boca escapó el mayor gemido por el momento y su espalda se arqueó, mientras sus manos apretaban mi cabeza contra él, exigiéndome que continuase.

Lo hice durante unos minutos, hasta que consideré oportuno introducir un segundo dedo que él recibió con facilidad y otro gemido. Empecé a aumentar el ritmo con el que mis dedos entraban y salían de su culo mientras subía a dedicar otro rato a su pene. Los gemidos que soltaba, sus manos en mi cabello y como se retorcía su cuerpo me estaban poniendo como una moto y no aguantaba más sin follármelo.

Subí a besarle, y casi me corro al tener un plano directo de su cara, contraída de placer y gimiendo mientras mis dedos le masturbaban.

— ¿Te gusta? — Le pregunté al oído.

— ¡Sí! — Gimió.

Le deposité otro beso en los labios, que él recibió sin dejar de gemir y con la misma pasión que yo se lo daba. Me despegué de él mordiendo su labio inferior y logró dejar de gemir lo suficiente para hablar.

— Dime que has traído condones.

Le sonreí y saqué los dedos de su ano, yendo a la guantera del coche a coger uno y ponérmelo rápidamente. Él ya se había levantado del capó cuando hube acabado y me esperaba con una media sonrisa. Le volteé, de modo que me diese la espalda, rodeándole con mi brazo derecho y agarrando sus huevos y su polla, mientras que con la izquierda cogía la mía para llevarla a la entrada de su trasero. La pasé por entre sus nalgas un par de veces, con la intención de hacerle pedirme que le follase, pero el que no aguantó el contacto fui yo y la coloqué en la entrada de su culo, presionando con la cadera para meterla. Gemí junto a su oreja mientras entraba, acompañado por un gemido emitido por él antes de girar la cabeza para besarme. Compartimos el beso mientras yo iba sacándola y volviéndola a meter lentamente, intentando que su culo se adaptase, no tardé mucho en empezar a aumentar el ritmo y él no pareció quejarse, pues rompió el beso debido a su necesidad de gemir.

Siempre me han gustado los chicos que gimen y, joder, cómo gemía Alex.

Se tumbó sobre el capó, facilitando la presentación, y yo aproveché para presionar sobre su nuca, empujando su cabeza contra el coche. Me encantaba aquel rollo dominante y él parecía disfrutarlo igualmente, usando su mano para agarrar mis nalgas, como queriendo impedir que en algún momento mi polla saliese de su culo.

Disfrutaba tanto de la penetración en su perfecto culo como de las vistas, los musculos de su espalda, el tatuaje con las fases lunares que bajaba por su columna vertebral. Pero me perdía su cara, sus ojos, y no era imbécil, sabía que manteniendo ese ritmo, contando con la mamada previa y las ganas que le tenía, no iba a aguantar mucho.

Saqué mi pene de él y le dediqué un par de minutos con mi lengua y mis dedos, para que no se quejase, antes de darle un cachete para que se incorporase, de modo que yo pudiese girarle y follarle de frente, tumbándole sobre el capó nuevamente.

Era sorprendente como nos compenetrábamos y entendíamos, casi sin hablar.

Coloqué la punta de mi polla en su ano, sin meterla, y alcé la cabeza para mirarle a la cara mientras se la metía. Mi plan era hacerlo lentamente, pero una vez le tuve en mira y vi su expresión traviesa y su mirada intensa, no pude resistirme a clavársela de golpe y ver como su cara se contraía en una mueca de sorpresa y placer, ahogando un gemido.

Qué zorra era.

Empecé a masajear su pene, consciente de que yo mismo no iba a tardar mucho en correrme, y en poco tiempo le vi plantar las palmas en el capó, mientras su espalda se arqueaba, su esfínter se contraía y echaba la cabeza para atrás, gimiendo mientras se corría. Seguí embistiéndole mientras cogía con mis dedos parte de su semen y lo llevaba a su boca, que el aceptó sin problemas.

Aquello fue demasiado para mí y apenas y tuve tiempo de sacar mi polla, quitarle el condón y apuntar a su abdomen para correrme sobre él. Cuando terminé, me incliné sobre él para besarle y rodé hasta quedar medio tumbado sobre el capó, a su lado.

Pasamos un par de minutos en silencio, soltando los últimos suspiros y relajando las respiraciones.

— ¿Sabes? —dijo, girándose y quedando de lado, de modo que parte del semen cayó sobre la carrocería, mientras alargaba su mano para acariciar mi abdomen y mi pene, ya flácido con las yemas de sus dedos—, mañana se llevan a mi abuela al hospital para una revisión y tendré casi toda la tarde la casa sola. Por si quieres pasarte…

Esbozó una nueva sonrisa, de esas traviesas características suyas, mordiéndose el labio.

— ¿Y qué me ofreces? —pregunté, haciéndome el interesante.

— Bueno, puedes volver a tener mi culo… sólo que esta vez yo encima, me suelen decir que se me da muy bien… o puedes correrte en mi boca, si quieres, o…

Solté una carcajada.

— Acepto, acepto.

Sonrió y se acercó para besarme.

— No te creas que lo de correrse en mi boca se lo ofrezco a cualquiera.

Y volvió a besarme, esta vez más lento y prolongado.

— Sé que no debería decir esto, pero prefiero soltarlo ahora que después y llevarme la hostia. Pero me gustas un montón.

Le sonreí. Y luego tragué saliva. Era una declaración incómoda pero, de algún modo, compartida. No le conocía mucho. Claramente no estaba enamorado de él, pero aquello era más que mera atracción sexual, aquel chaval me volvía loco.

— Tú también.

Y así fue como empezamos Alex y yo. Y digo empezamos porque, aunque esto pasó hace ya unos años, aún nos vemos. No somos novios, puesto que vivimos en ciudades distintas y estudiamos en ciudades distintas también, pero se puede decir que estamos en una relación abierta, preparándonos para, cuando las circunstancias lo permitan, empezar a salir formalmente, sin coartarnos sexualmente el uno al otro mientras esperamos. Y la verdad es que nos va muy bien.

Espero que os haya gustado este relato. Y Alex, porque si sigo por aquí leeréis más de él. Y de otros personajes que aún tengo que presentaros.