Situaciones Inesperadas (IV)

Imaginacines Soeces

Silvia disfrutaba aun de su autosatisfacción y Cecilia y Elena seguían en un juego seductor que las tenía distraídas por su cuenta. Laura y Débora traían un montón de cosas en sus manos. La música que sonaba se prestó para llamar la atención sobre Silvia que, sirviéndose de una silla que estaba allí, la utilizara para un striptease que nadie esperaba. Silvia tendría unos 35 años, según mi cálculo. Blanca y delicada, tenía una cintura y unas caderas que invitaban a pecar a cualquiera. Se contorneaba al ritmo de la música mientras esas poses clásicas despertaban el lívido de todas. Elena fue la única que se le acercó por detrás para, con los dientes, bajar la cremallera de su vestimenta de gatúbela. Ella le facilitó las cosas quitándose toda la ropa sin dejar de bailar y mientras eso ocurría, los vítores de todas ensordecían la habitación. Yo permanecía sentada en la cama viendo todo aquello mientras Elvia se había acomodado con las piernas abiertas detrás de mí. Sentía todo su olor desde allí.

Cecilia me miró con su capa embrujada preguntándome si alguna vez me habían hechizado. Le respondí que no.

  • Mmmm, entiendo. Pero estoy segura que a pesar de que Elvia está detrás de ti, puedo hacerte caer en la tentación. ¿Quieres ver que sí?

Mi cara debió ser un poema cuando  sin ningún tipo de vergüenza apartó la capa que la cubría para mostrar una manzana roja en su entrepierna. La sostenía allí con las mismas entrecruzadas. Haciendo señas con sus dedos de que me acercara hasta la manzana puedo asegurar que sí, me había hipnotizado y sin percatarme, me convertí en una de ellas.

Su monte de Venus rasurado solo dejaba un mechón corto que parecía más una flecha que vellos. Me levanté y caminé hacia ella que permanecía de pie sosteniendo la manzana. Me agaché sosteniéndome de sus caderas, pero acariciándolas con mis uñas. La miré desde allí abajo al tiempo que ella solo seguía mis movimientos. Al tocar la manzana, que destilaba sus jugos amorosos, la mordí y de inmediato la aparté de allí para encontrarme de lleno con sus labios y su clítoris erecto. Comencé a chuparlo repetidas veces y hundí mi lengua allí lo más que pude. Elvia y Laura tomaron el control de ella en su parte superior. Las tres observaban lo que yo le hacía y se tocaban entre sí. Se besaban las tres a la vez haciendo una guerra de lenguas desesperadas. Débora se acercó hasta mí y colocando su mano en mi mentón me invitó a ponerme de pie, y una vez erguida y cuando la tuve de frente, allí como un capitán de navío, traté de seducirla colocando sus manos sobre mis senos. Ella me correspondió y quiso ir por más pero hice que me soltara  y le di una cachetada suave, pero contundente. Quedó boquiabierta.

- Eso te pasa por reprender a Elvia delante de mí. Te lo merecías. Y si ahora quieres más de mí, convénceme- le dije mientras me apartaba de ella-.

-No desafíes a la autoridad, Luisa.

-¿En serio? Porque hasta donde yo recuerdo, tú debes hacer lo que yo te diga ¿No es así?

Si había de verdad una fantasía que yo tenía sin realizar era precisamente esa. Estar con una mujer uniformada. Me excitaba solo la idea de que era su subordinada. Así que opté por sentarme en el borde de la cama y lamer mis propios pezones, a la vez que abría las piernas y frotaba mi clítoris. Se abalanzó sobre mí. Busque sus senos para literalmente, comérmelos.

¡Lo sabía! – Decía Elvia- ¿Viste Laurita? que es así como el instinto te lleva a hacer cosas inimaginables.

Para ese momento, Laura estaba en manos de Elena, quien se había colocado detrás de ella para desvestirla. De verdad parecían ama y sirvienta.

Para ese entonces, perdí la noción de tiempo y espacio, pero me sentía ya sostenida por un orgasmo inminente. Le quité toda la ropa también a Débora y como sentía que ya no aguantaba más, tomé sus dedos para introducirlos en mi vagina. Ella no quiso entrar así de rápido. Acariciando mis labios se dio todo el postín del mundo para penetrarme pero cuando lo hizo, sentí no uno sino tres de sus dedos que divinamente me hacían suya. Quise sentir el contacto de toda su piel sobre mí. Mis senos rozaban los suyos  mientras sus dedos entraban y salían en un vaivén de mis entrañas.

- ¿Eso es todo lo que tienes?- le dije- ¡Dame lo más duro que puedas!

Aquello era una súplica. Que hacían el resto ya no me importaba. Quería acabar. Mis uñas las clavé en su espalda a medida que iba acrecentándose mi llegada al clímax que ya no podía evitarse. Con mis gemidos ella lo supo. Sacó sus dedos lentamente que chorreaban mi eyaculación. (No es un mito, las mujeres también eyaculamos).

Me sentí en la gloria y como en el despertar de un sueño. Débora tuvo la osadía de chuparse los dedos que destilaban mis fluidos. No imaginé que lo hiciera pero era cierto, aquellas mujeres no tenían límites para el sexo, pero sin caer en señalamientos, yo tampoco.

Laurita que era la más pequeña de esa manada de fieras, aun esperaba que yo le diera un poco de atención. Entre los accesorios que habían traído había un arnés que sin pedir permiso lo tomé y me lo coloque ajustándolo muy bien y robándosela a Elena, la tumbé boca abajo sobre la cama y le pase la lengua a su vulva para luego introducir suavemente el dildo hasta el fondo. Aquella mujer gritaba suavemente a medida que mis movimientos le producían espasmos. Cada vez que entraba, mi clítoris era aspirado por su ano. Y la tenía allí, al borde de la locura.

- Me pregunto si alguna vez has hecho un “trencito”. –Dijo Elena mientras me agarraba los senos-.

- Nada pierdo con intentarlo- respondí sin dejar de moverme-.

  • Así me gusta, sabía desde que entraste por esa puerta que eras de mi talla.

- Aun no me conoces del todo, Elena.

Ya ella estaba preparada con un arnés muy parecido al que yo tenía y solo buscó con sus dedos la abertura de mi vagina. Entró y a la vez lo hacía yo con Laura. Íbamos al mismo ritmo las tres y sentía como yo penetraba a Laura y Elena me penetraba a mí. Yo estaba en el medio de las dos y el sudor de mi cuerpo las bañaba a ambas. Laurita ya se venía y le propiné varias nalgadas a medida que estaba llegando, pero no me quité de allí porque ya yo estaba al tope para el segundo orgasmo. Elena iba más rápido mientras seguía estrujando mis senos y mordía mi espalda hasta que no di más. Fue apoteósico.

Cecilia sirvió bebidas para todas. Era necesario refrescarse en medio de aquel frenesí. Yo había hecho tríos y los había disfrutado de muchas maneras pero nunca había estado con seis libertinas y tan hermosas todas. ¿Y si hubiesen venido las otras cuatro? No, no, no, -pensé- Ya no sabía si embriagarme con el vodka o con el éxtasis que estas féminas me prodigaban dulcemente.

Luisa, Luisa- repetía seductoramente Silvia. - ¿Qué ibas a imaginarte tú que nuestras fiestas son así? Pero ven,  que quiero que hagamos algo, porque no me has dejado hacerte nada

-¡Vaya, vaya! En este sitio la gente si es inconforme. –le dije caminando hacia ella-

-¡Desde luego! ¿Cómo no voy a estarlo si todas han probado tu piel menos yo?

- ¡No inventes! Fuiste la primera en esta emboscada o ¿ya no lo recuerdas?

- Lo sé, pero quiero más, me quedé con las ganas de saborearte.

Ella yacía sobre la cama. Con mi saliva moje mi mano y la coloqué en su vulva. Ella se estremeció porque sabía cuáles eran mis intensiones. Abrí sus piernas y me acomodé sobre ella, de modo que mi clítoris rozaba el suyo, y así lo mojaba también. Estuve así unos minutos pero decidí sentarla y colocar mis piernas alrededor de su cintura. La acosté de nuevo y allí el contacto era absoluto. Me sostenía de sus dos senos a medida que me movía en círculos sobre su cuerpo. Esa postura me encantaba. Podía sentirse como si de verdad mi clítoris la estuviera penetrando. Silvia sudaba y gemía, estaba disfrutando. Elvia quiso mejorar la acción. Se acercó hasta  mí para besarme apasionadamente mientras yo seguía haciendo aquello y luego se sentó, por así decirlo, sobre la cara de Silvia, para que ella le hiciera el sexo oral mientras Elvia me besaba a mí. Un triangulo lascivo.

Silvia quería correrse y lo hizo pausadamente para demostrarlo con un gemido casi ahogado por la posición en donde estaba su cara. Al terminar, su mirada me acusaba pidiéndome más. Y ya estaba preparada para ello, pero Elvia que parecía un mago con cajita de sorpresas, colocó su dedo índice sobre mis labios y susurró:

- ¿Qué te parece si añadimos la mermelada que tanto nos gusta?

Nota de la autora: Gracias por el apoyo y los comentarios!!