Situaciones Inesperadas

Siempre se consigue lo que se busca... solo que muchas veces la vida nos sorprende con lo que hallamos en el camino.

El despertador sonó como siempre a las 06:00 en punto. Decidí quedarme unos minutos más en la cama un poco aletargada y recordando lo que había soñado. Era viernes y el jefe no estaba en la ciudad, así que podía tomar con calma esos minutos extras que me venían muy bien después de una semana de tanto ajetreo.

Me levanté y coloqué mi música suave favorita para alegrar más la mañana. Me duche y me vestí y sin desayunar salí a la calle a enfrentarme de nuevo contra el día a día. Al ir caminando me percaté que llegó gente nueva al vecindario. A unas cuadras había un grupo de  tres mujeres recogiendo sus pertenencias del camión de la mudanza. ¡Más ruido aledaño! –Pensé para mis adentros – y proseguí mi caminata.  El autobús llego rápido y el subterráneo también.

Trabajé con calma ese día. Todo transcurrió con absoluta normalidad y como siempre, al salir fui al Café por mi respectivo cappuccino y me dispuse a ir de vuelta  a la casa. Mi mejor amigo, Pepe, quería que saliéramos un rato para charlar un poco, pero no me sentía dispuesta.

Cuando viajaba en el colectivo de regreso, miraba por la ventana y pensaba en lo muy rutinaria que estaba mi vida, veía las parejas saliendo de los locales, familias haciendo mercados, arboles, carros, perros al trote con sus dueños, pero yo misma huía hacia esa soledad interminable y me gustaba. Muchas veces no me sentía nada a gusto escuchando problemas y quejas ajenos, ya para eso tenía los míos. Al sociabilizar es inevitable tener que calarse los llantos y alegrías de otras personas, pero ese día de verdad, no me apetecía hacer eso en lo absoluto. Estaba cascarrabias y ausente.

Decidí apearme unas cuadras antes para caminar un poco y ejercitar mis sedentarias piernas. Había lloviznado y se sentía un agradable aroma proveniente de los húmedos árboles. Solo se escuchaban los ruidos de los pocos autos que pasaban por allí y las aves regocijadas por la tarde de lluvia. Caminé pesando aun en mi rutina y como cambiarla. Me sentí egoísta por haber dejado a Pepe solo deambular sin rumbo un viernes, pero me prometí que no le dejaría igual la próxima oportunidad.

Pasé por la casa de las nuevas vecinas y pude cerciorarme que eran tres y no parecían ser familia porque no tenían parecido físico ninguna con respecto a las otras. Antes bien, eran como un collage de razas y físicos. Muy bien parecidas las tres, vestían muy coquetamente y se reían mientras seguían arreglando sus pertenencias. Una de ellas, la más alta, al verme pasar, me guiñó un ojo, a lo que yo lo tomé como un saludo y solo atiné a corresponderle con un ‘Buenas Tardes’.

Desconozco la razón por la cual sentí un estupor cuando esa chica me saludó. Sentí que las orejas se me pusieron rojas y calientes, como si el saludo hubiese venido de un personaje de la vida pública. Y se me alegró un poco el día con ese guiño inesperado.

Una vez instalada en casa, me serví un whisky y me senté a leer. Luego vi una película mientras merodeaba en internet por páginas diversas para matar el tiempo y el aburrimiento.

Llegó el sabado con su acostumbrada alegría del descanso. Nada tan agradable como disfrutar de un café matutino y sentir esa tranquilidad propia del fin de semana. Sabía que tenía que ir a comprar varios víveres y me preparé para buscarlos antes de que el automercado estuviera a reventar. Tomé mi cartera y escuchando música fui a comprar las cosas. Hoy quería cocinar algo diferente.

¡Era una actividad que realmente disfrutaba! Metiendo cada cosa en el carrito ya visualizaba el gusto que iba a darme! A veces, mis fantasías pasaban a lo propio del apetito sexual, sobre todo cuando veía esas fresas tan deliciosas, la crema batida, el chocolate en sirope… ¡Dios! Debía situarme en la realidad, pero de verdad, me encantaba imaginarme mil cosas.

A lo lejos de pronto, vi que estaba la misma chica que me había guiñado el ojo comprando cosas. Me hice la loca y cambié mi ruta hacia otro pasillo porque me dio por ponerme nerviosa y casi salir corriendo. Yo misma no entendía por qué razón le huía, pero me apresuré en escoger las compras y salir de allí lo antes posible; cuando vi un frasco de mermelada que me robó la mirada porque era mi favorita. El problema es que estaba muy alto para mi estatura. Traté de asirlo pero una mano se atravesó para agarrar el mismo frasco. Cuando observo quien era, no pude evitar sobresaltarme y sonrojarme, era ella que con una delicada sonrisa, me entregó el frasco sin pronunciar palabra.

  • Gracias- le dije-. Es lo bueno de tener buena estatura.

  • Ni tanto, más lo hice porque me di cuenta que tienes buen paladar- Respondió guiñándome el ojo de nuevo-.

Un escalofrío intenso me recorrió toda la espalda y ya no supe que responder, pero me dio tanta curiosidad que no me iba a quedar con esa respuesta en el aire. Este tipo de clichés suelen suceder con hombres, no con mujeres.

  • Entonces la has probado ¿Verdad?

  • Sí. ¡Y de qué manera! El asunto aquí no es tanto el sabor de la mermelada, sino en qué  la untas.

Aquello me tomó desprevenida. Esta mujer era un lince con las palabras y eso lo noté enseguida. Decía estas cosas con un brillo tan natural en los ojos, era de ese tipo de personas que parecen estar felices siempre. Y siguió hablándome de algo más pero mi atención estaba enfocada en su físico y el aroma que su piel desprendía. Era una mezcla de coco y canela. Tenía unos ojos negros profundos, pero tiernos. Cuando se dio cuenta que no le estaba prestando suficiente atención, fue porque sus últimas palabras en una oración me hicieron salir de mi ensueño.

-… y pues como queremos hacer el open house esta noche, si quieres pasas por nuestra casa y así nos conocemos mejor porque igual somos vecinas ¿No?

Me estaba invitando a una recepción en su casa así como así. Me quedé callada y le correspondí moviendo la cabeza asintiendo y le pregunté a qué hora y qué podía llevar. Sonrió de nuevo al ver mi aceptación y me dijo:

  • A las 8:00. Pero puedes ir antes si gustas y nos ayudas con los preparativos. Claro, si no estás muy ocupada.

  • Un momento pero ¿Cómo te llamas?

  • Elvia ¿y tú?

  • Luisa –Respondí- .

Ella estiró la mano y yo la así con firmeza, pero ella recorrió la palma de mi mano con su dedo medio de un extremo a otro en segundos. Aquel primer roce con esa mujer me provocó una marejada de nervios en mi estómago que no supe manejar. Era dulce y sencilla. Al soltarme, volvió unos pasos atrás para tomar el frasco de la mermelada y dirigiéndose a mí, aseveró:

  • Como sé que te veré esta noche, ya sabes que encontrarás lo que te gusta, si no vas, te lo pierdes. Nos vemos en la noche Luisa. Te espero.

  • Ok. Está bien. Pero hasta ahora no me has dicho que puedo llevar. Porque no sé cuantas personas son.

  • ¡oh Claro! Seremos pocas personas. Quizás unas doce, y seremos solo chicas. Espero que eso no te moleste. Y para llevar, solo quiero que te vengas con ganas… eso será suficiente.

Por un momento no supe que decir. Ella era una total desconocida y yo también lo era. Aquel encuentro casual ya se había transformado en una invitación y obvio que sentí miedo. Quería preguntarle: ganas… ¿de qué? ¿De pasarla bien? ¿De compartir solo entre chicas? ¿De conocer gente nueva? ¿Y si son miembros de una secta o algo así? Ya mi mente cobarde divagaba por los laberintos de los cambios. Solo le sonreí y decidí seguir mis compras. Me despedí y seguí mi recorrido.

Cuando estaba en la caja escuché la voz de la muchacha que con el ceño fruncido me decía con voz nada armoniosa:

  • Son Doscientos Cincuenta.

Volví a mi realidad. Lo que había pasado minutos antes me había nublado la percepción de todo. Sentía un cosquilleo extraño cuando pensaba en que iba a volver a ver a Luisa. Pagué y salí con más alegría que con la que había despertado en la mañana.

Capitulo 2

Elvia se sentía dichosa. -¡Por fin conseguimos la casa apropiada para todas!- Se decía a sí misma. “Laura tiene cerca la universidad, Silvia su trabajo y yo la comodidad de un sitio que es espacioso para lo que necesito. Esta noche vamos a reunirnos para celebrar este logro. Estaremos las seis compartiendo de lo lindo y ¡como mejor sabemos hacerlo! ¿Será que Luisa vendrá como espero? ¿La habré intimidado o solo siguió el juego pícaro por cortesía? ¡No lo sé! Pero de verdad me llama mucho la atención. Tiene unos ojos verdes muy curiosos e interesantes. Me fijé en sus manos. Se notan suaves y cálidas. Ojalá se sienta a gusto aquí. Después de todo he notado que siempre anda sola, aunque la he visto pocas veces. Ya veremos qué pasa”.

Una tormenta eléctrica comenzó a azotar la tarde del sabado. Truenos, relámpagos y rayos hicieron estruendo en toda la zona de la Calle Paraíso. Nubes obscuras se observaban desde cualquier ventana y mientras Luisa se deleitaba con el pasticho que preparó ese mediodía, Elvia aguardaba con el paso de las horas, que dicha tormenta no dañara los planes. Se dedicó a arreglarse el cabello mientras su mente rebobinaba una y otra vez aquella conversación en el automercado. Esto le daba emoción a su tranquila y apacible vida.

“Después de esperar ¡Valió la pena! Y no es por alarde ni porque lo haya preparado yo pero, este pasticho me quedó ¡delicioso! –Pensaba Luisa-  Y una copa de vino tinto, le dio el toque mágico a la comida. Lástima que a veces estas cosas se disfruten a solas.”

“Ya por fin veo que la lluvia ha cesado un poco y a lo lejos se siente un rayo de sol que es una maravilla con este frío. Decidí que llevaré dos botellas de vino a la recepción que me convidó Elvia. No la aparto de mi mente por voluntad propia pero ¡No puedo tener expectativas! Es muy probable que una mujer así de hermosa no ande sola por la vida. Eso es casi seguro, así que no me haré ilusiones porque es posible que esté tomando las cosas de la manera equivocada, y después de todo lo que me ha tocado vivir antes, no estoy para andar inventando. Es mejor pensar que es una noche de sábado fuera de mi rutina y que me permitirá conocer gente nueva. Solo eso. Pero no dejaré que el encanto de una mujer me doblegue”.

Luisa se dedicó a buscar que ropa ponerse. Al final se decidió por una blusa color turquesa que le hacía juego con sus ojos. Un pantalón negro le destacaba su mejor porte y unos tacones que la hicieran sentir un poco más alta, quizás a la altura de Elvia. Cosas de mujeres. Ego y coquetería en su máxima expresión.

Elvia por su parte vistió con un vestido naranja sencillo y jovial. Ya tenían los pasapalos y las bebidas preparadas. Con el paso de las horas fueron llegando todas las chicas. Primero se presentó Elena. Vestía un esmoquin femenino de lo más elegante. No se sabía si resaltaba más su lado masculino o el femenino, pero para ser una mujer delgada y con buen busto, le quedaba perfecto. Luego llegó Cecilia. Era una pelirroja muy coqueta. Llegó alborotando todo con sus chistes y su alegría contagiosa. Débora, se presentó a los pocos minutos. Era la más callada del grupo pero cuando hablaba, decía todo de una forma muy particular.

Laura era la más joven de todas. Estudiante universitaria se divertía con cualquier cosa donde estuvieran y siempre estaba preguntando cosas a las demás. Tenía sed del conocimiento que todas esas mujeres treintañeras le prodigaban. Silvia por su lado era la que imponía el orden y las mejores decisiones para todas. Alegre y optimista, decidió arreglar toda la casa nueva con su estilo Feng Shui. Le dio a todo el lugar un espacio acorde con lo necesario sin dejar rincón descuidado. Era impresionante como en tan poco tiempo habían decorado y arreglado la casa que hasta hace poco lucía triste y apagada.

A las 7:50 de la noche Luisa  ya estaba en la puerta de la casa de Elvia. Al tocar el timbre, estaba nerviosa. Tenía motivos para estarlo y ni siquiera sabía cómo iba a cambiar su vida al cruzar aquel portal…