Situaciones (2do cap)

Segundo capítulo

“Al amor, al baño, y a la tumba; se debe ir desnudo” - Enrique Poncela.

Capítulo 1 -

  • ¿Aún lo recuerdas? – Soltó de repente. Mirando hacia el lago, como si algo interesante sucediese a parte del vaivén suave del agua y los patitos que allí se zambullían.

El castaño dejo escapar un suspiro mientras el viento soplaba con sutileza, meneando levemente sus cabellos cortos y haciendo un desastre con el largo cabello azabache del otro.

Lo pensó un momento antes de abrir la boca, si lo recordaba, pero justo ahora no tenia el recuerdo claro de cómo había sido. Además, no estaba seguro si Sebastian se refería a lo mismo que el estaba pensando.

Decidió salir de dudas.

  • ¿A que te refieres?

Sebastian lanzo una sonrisa ladina, y los huequillos en sus mejillas se marcaron.

  • El día que nos conocimos...

Alex lo miró, intentando discernir lo que la mirada aguamarina de Sebastian quería decir. Fue después de unos segundos que comprendió  a donde quería llegar al recordar aquel día.

Volvió a mirar al cielo, como lo había hecho desde que se habían sentado en aquella banca del lago, mientras las personas a su alrededor trotaban, conversaban o paseaban a su mascota, algunos niños jugaban y otras personas leían sentados en la grama o en alguna banca.  Sin responder, retrocedió seis años atrás, intentando con todas sus fuerzas recordar con todos los detalles ese día...

Martha había salido a la misma hora de su trabajo, a las cinco. Pasó por su pequeño hijo media hora después, y quince minutos luego, estaban en la estación del metro; Esperando con ansiedad la llegada del dichoso transporte después de una larga jornada de trabajo.

Samantha se había quedado con su padre aquel viernes después de salir de clases, por lo que Alex tuvo que pasar el día en la guardería a pesar de su edad. Su madre por fin había ido a por el, y lo único que deseaba era volver a casa para instalarse con su consola de videojuegos.

La estación estaba abarrotada. Las personas se atropellaban las unas a las otras, y la tensión crecía cada vez más. Martha hablaba por teléfono en ese momento – recordó – por lo que Alex, siendo muy pequeño, se escapo de su agarre. La mujer, sin darse cuenta de la ausencia de su pequeño Alexiu, continuo hablando por teléfono. Fue cuando llego el metro que reparo en la desaparición  de su hijo. Entro en pánico.

Lo busco con la mirada rápidamente y comenzó a llamarlo, cuando se dio cuenta que las personas lo empujaban dentro del vagón contrario a la dirección que deberían haber tomado.

- ¡ALEEX! – Grito Martha haciéndose espacio entre la gente. Para cuando llegó, ya fue muy tarde. Alex iba en el vagón cargado de gente y sus puertas se habían cerrado.

- ¡Mamá! – Plañó el pequeño golpeando la puerta.

Martha corrió haciéndole señas a su pequeño, indicándole que se quedara en la próxima estación y no se moviera de allí, pero el niño no entendía por el terror que sentía al estar separado de su madre.

Sin embargo, un pelinegro de tez muy blanca le hizo señas después de retirarse los audífonos.

“Vaya a la siguiente estación tranquila...” – Alcanzo a decir mediante señas.

Martha dejó de correr y se tumbó a llorar. Los trenes pasaban cada quince minutos. ¿Cómo podía dejar a su pequeño Alex en manos de un completo desconocido? Que si bien se le veía bien vestido y sereno, eso no quitaba que podría ser un maldito pederasta, un degenerado, secuestrador, violador y matón.

Su llanto se intensifico mientras los minutos pasaban.

Por otro lado, Alex estaba llorando aclamando a su madre, cuando el joven se agacho a su lado y le tomo el rostro. Aquellos ojos aguamarina lograron distraerlo durante unos instantes.

- Hola, ¿Cómo te llamas? – Pregunto con una radiante sonrisa.

- A-Alexiu... Pero mi m-mami me dice Alex  - Dijo aspirando los mocos.

- Mucho gusto, Alex. Yo me llamo Sebas, ¿Puedes quedarte conmigo mientras tu madre nos alcanza?

Alex asintió restregándose un ojito. Sebastian sonrió aun más ampliamente.

- Bien, ¿Quieres escuchar música? – Pregunto tomando un auricular y acercándolo al niño.

Alexiu lo tomó el auricular y lo puso en su oído. Sonrió al escuchar la melodía, era un hermoso violín acompañado por una voz masculina que hablaba en un idioma que el no entendía, pero que lo había cautivado desde el momento en el que comenzó a escucharla.

- ¿Te gusta? – Pregunto Sebastian.

Alex sonrió asintiendo.

Dejó escapar una leve carcajada al ver el sonrojo de Alex, había recordado uno de los sucesos más vergonzosos y embarazosos de su infancia  y todo por culpa de ese individuo que le había ayudado seis años atrás cuando gracias a su curiosidad se había extraviado.

  • Entonces si lo recuerdas... – Comento más para sí mismo.

Alex lo miró por unos instantes y le dio un severo golpe en el brazo. Haciendo que Sebastian se quejara.

  • Sí – Respondió al fin – Por su puesto que lo recuerdo. Ese día te conocí...

Sebastian dejó de sobarse el brazo herido por Alex y le coloco una mano en la cabeza, para luego alborotar sus castaños cabellos.

  • Después de eso llegamos a la estación y nos bajamos – Comenzó a decir, volviendo a mirar al lago y resguardando su brazo con una mano – Y no quisiste despegar de los audífonos, te hable sobre esa clase de música y tus ojos brillaban... – Concluyó con una sonrisa.

  • Sí... por cierto, por todo eso... gracias. – Soltó con un leve sonrojo en las mejillas

Sebastian se volvió a carcajear. Se habían hecho muy buenos amigos, a pesar de la enorme diferencia de edad, el azabache a partir de ese momento había sido la influencia de Alex. Le había enseñado sobre la guitarra – la cual tocaba con destreza – y la música instrumental con letras japonesas. Además de enseñarle sobre todo lo que al pequeño le inquietara; desde sus tareas en primaria, hasta como nacían los bebés.

Para nadie era un secreto que Martha no era la mejor madre de todas, con tres divorcios encima y un hijo sin padre, no había mucho más que decir...

Por lo tanto había permitido que sea Sebastian quien se encargase de Alex, lo visitaba casi a diario y en varias ocasiones llegó a quedarse en el piso de universitarios de Sebas. Así paso el tiempo, Alex tenía doce, cumplía en dos meses los trece, y Sebastian había cumplido los veinticuatro. Aún así, seguían siendo amigos.

  • ¿A que vino todo eso? – Pregunto Alex mientras caminaba al lado se Sebastian por alrededor de la laguna.

Sebastian lo miro por unos segundos, para luego volver la vista al frente. Suspiro y respondió con seguridad:

  • Lo siento mucho, si hubiese estado aquí, te hubiese podido aconsejar y Samantha no estaría muerta.

  • No es tu culpa. – Respondió cortante. A partir de la muerte de su hermana mayor había desarrollado una actitud cortante con lo que refería temas que le hicieran doler el pecho. – Yo no dije nada porque tampoco había mucho que decir. Sam tenía una vida social muy amplia, no podría haber adivinado que estaba en problemas.

  • ¿Sabes que fue lo que realmente pasó?

  • No, pero lo supongo. – Respondió pateando una piedra – Sam estaba enamorada pero se equivoco de trabajo...

  • ¿Cómo dices? – Interrogo Sebastian frunciendo el ceño.

Alex cubrió su boca con una mano y apretó el ceño, sus ojos se llenaron de lagrimas y su cara de puso roja.

  • Te he mentido cuando te dije que solo escuche que la matarían, también la había escuchado hablar por teléfono. Ella le decía a alguien que “El trabajo pagaba bien” pero que había que hacer ciertos sacrificios... – Respondió con la voz quebrada.

  • Oh, dios... No me digas que...

-... Samantha se prostituía a mafiosos. Y la descubrieron en un romance con otro hombre, un hombre que ella amaba...

Sebastian cerró los ojos al momento que una lágrima salía de sus orbes turbios.

  • Les han matado a los dos.... – Concluyó Alex. Rompiendo a llorar.

Sebastian lo tomo por la cabeza y lo acerco a su pecho. Aprensándolo, lo mantuvo allí. Para que Alex llorase todo lo que había estado aguantando por tanto tiempo. Aún era un niño, podía parecer muy maduro, pero no dejaba de ser un niño, un niño que había pasado por mucho, y que aun así, seguía siendo fuerte.

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Llegó a casa alrededor de las seis y media. Cerro la puerta detrás si y entro a la cocina, pegada a la puerta del refrigerador con un imán había una nota.

“Lo siento hijo, mamá tiene que resolver sus dudas; Te he dejado dinero para que lo emplees para comer. Los gastos de la casa están pagados y en la nevera hay comida, mamá regresará en cuanto se sienta mejor...

Atte.: Martha.

Posdata: Puedes decirle a Sebastian que se quede contigo, cuídate hijo”

¿Me ha abandonado? – Se pregunto Alex mientras dejaba la nota encima del mesón de la cocina y corría a revisar los cuartos.

La habitación que compartían Martha y Eduardo estaba vacía.

¿Cómo diablos podía una madre dejar a su hijo pequeño solo?

Corrió de nuevo a la cocina y se tomo con un abultado sobre arriba del refrigerador. Era dinero, mucho dinero.

Quiso llorar. Pero no lo hizo, tomo el dinero y lo guardo en su gabetero. Después de lanzarse en la cama tomó su teléfono celular y marco a quien lo ayudaría.

Porque el siempre estaría allí. Sin importar qué.

- ¿Qué sucedió?

  • Se ha ido.

- ¿Cómo?

  • Se ha ido, Sebastian, mi madre me ha abandonado a mi suerte...

- Eso no... – Hizo una pausa para chistar – Espérame justo allí. Llegaré en unos minutos...