Sissy es una bonita palabra
Buenas noches. Acabo de abrir mi cuenta en esta comunidad. Quiero mostrarles lo que será una serie erótica de travestis.
Sissy es una bonita palabra
Mónica se puso el vestido que compró en una tienda de ropa usada. Se moría de vergüenza, pero se armó de valor y lo hizo. Y así, vestida, arreglada, maquillada y femenina como ella sola, miró por la ventana y espió a su vecino, un joven que siempre le hizo bullying en el colegio y que recientemente se había mudado justo frente a su casa. Aquel joven, de nombre Fernando, era el típico rudo de la escuela. Había acosado a Mónica (en ese momento era Pepe) toda la secundaria. Ella (o sea él) se resistía y rechazaba ser molestada. El día que lo vio llegar al barrio, se le despertaron de pronto todas sus tendencias femeninas, y dio cuenta de que había luchado inútilmente contra el deseo de sentir y ser una mujer. Habían pasado ya dos años desde que dejaron el colegio y Fernando tenía una imagen física distinta. Más “agarrado”, con músculos firmes y una masculinidad desbordante. Pero no fue su figura lo que más alteró la personalidad de Mónica, sino el recuerdo de los momentos que pasaron juntos en el colegio, siempre él burlándose de ella por su forma amanerada de comportarse, cosa que hacía con naturalidad, sin darse cuenta siquiera de que en verdad ya deseaba secretamente ser una mujer, tan secretamente que aún ella no lo sabía. Y lo supo, de golpe, en un solo instante.
Por eso fue a la tienda de ropa usada. Vio a varios chicos atendiendo y a una sola mujer. No quiso ser atendida por varones, así que esperó que la chica termine de atender a una señora pesada. Uno de los chicos se le acercó, pero ella le dijo que sólo estaba mirando.
–Miras en la zona de ropa de mujeres.
–Quiero comprar algo para mi mamá.
–¿Te puedo aconsejar?
–La verdad es que quiero seguir mirando antes de decidir –respondió, temiendo que el chico hubiese percibido algo raro en ella.
La única vendedora del local terminó la fatigosa tarea de venderle un pantalón a la vieja antipática, y apenas la vio libre, Mónica se dirigió velozmente a ella, pero la chica estaba tan cansada que le pidió a un compañero que la atienda.
El chico era, claro, aquel que antes trató de atender a Mónica.
–Mucho gusto, soy Pedro. Yo sé de ropa para señoras. Voy a elegir algo lindo para tu vieja. ¿Qué talla es ella?
–Bueeeno…. Es algo así como yo. Nos parecemos mucho en talla y en contextura.
–O sea que si te lo pruebas tú y te queda bien, le quedará bien a tu mamá también.
–¿No estarás sugiriendo que me pruebe un vestido?
–¿Tienes algún prejuicio? Me pareces una persona inteligente y de pensamiento liberal. No me parece que seas uno de esos patanes homofóbicos. ¿Qué tiene de malo ponerse una prenda de mujer si eso es para el bien de tu mamá?
Y así terminó ella en el vestidor de chicas, pues se vería raro que Pedro le alcance ropa de mujer en el vestidor de hombres.
–No me gusta éste. Trae algo más juvenil.
Y Pedro fue llevándole vestido tras vestido, y ella disfrutó como nunca de contemplarse en el espejo.
–Los llevo todos. Y pagó con la tarjeta de crédito adicional que su mamá le dio cuando terminó el colegio.
No bien salió ella del local, Pedro tomó el celular e hizo una llamada.
–¿Fernando? ¿A qué no sabes quien ha estado por la tienda?
–¿Te acuerdas de Pepe, ese chico afeminado que nunca salió del clóset y al que fastidiábamos a cada rato?
–¡Sí! ¡No te creo! ¿Le pediste su teléfono?
–No, pero tengo todos sus datos. En la factura están su dirección y su teléfono. Ha comprado ropa de mujer con el pretexto de que es para su mamá.
–¡Dame todos sus datos!
–No vas a creerlo. Vive frente a tu casa. Es la misma cuadra y la misma avenida de la tuya.
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