Sissy 02: trade

Nuestro protagonista, sin saber muy bien cómo, casi sin darse cuenta, va introduciéndose en su nueva condición. CONTIENE ESCENAS DE SEXO HOMOSEXUAL

Por la mañana, me desperté con una sensación extraña de irrealidad. Sabía que lo sucedido era cierto, pero ello no lo convertía en verosímil. Supongo que aquel día mi inocencia había estallado en pedazos.

Acudí al insti con aquellas braguitas blancas de pequeñas flores de color de rosa. De alguna manera, sentía una continua consciencia de que las llevaba, y me causaba excitación.

Sandra me esperaba en la puerta. Sin decir palabra, me indicó que la siguiera y lo hice. Me condujo hasta el retrete donde el día antes había propinado la paliza a Tano que había desencadenado todo lo siguiente poniendo mi mundo del revés.

Se encerró conmigo en uno de los retretes, me desabrochó los pantalones, sonrió al ver no sé si que llevaba sus bragas, o que mi pollita estaba como una piedra, y sonrió.

-          ¿Estás muy caliente?

-          Sí…

-          Pues te aguantas, mariconcita. Como me entere de que te has corrido, te la corto.

-          Vale…

-          A la salida me esperas.

Y se marchó de allí dejándome solo y desconcertado.

Tano no había ido a clase. Por el insti circulaba el rumor de que alguien le había dado una paliza, pero nadie acertaba a saber quién había sido. No había dicho nada. El recuerdo continuo de Sandra armada de aquella estaca sacudiéndole, por alguna razón parecía excitarme más. Se le añadían la conciencia de llevar sus bragas puestas y la incertidumbre que me causaba aquella cita sin información a que me había convocado para configurar un estado de calentura agotador.

-          Venga, vamos.

-          ¿Dónde?

-          ¿Y qué te importa, mariconcita? A mi casa, joder.

-          Ah…

-          Oye… ¿Cómo te llamas?

-          Sebas.

-          ¿Sebas? Silvia, te llamas Silvia.

Me desnudó nada más llegar a su buhardilla. Disponía de mí sin dudar. Parecía tener asumido que era su derecho, y yo no se lo negaba.

-          ¡Joder, las has dejado echas un asco! Anda, ponte estas.

Me dio otra de sus bragas, una tanguita amarilla en la que ni siquiera mi pollita cabía. Estuvo manipulándola hasta que decidió colocármela hacia arriba, con el capullo asomando, y comenzó a probarme ropa. Finalmente, terminé con un vestidito corto de tirantes de color rosa con un estampado de diminutas florecitas amarillas con tallos verdes y de un tejido liviano. Me maquilló un poquito, me pintó los ojos y los labios y, al terminar, me colocó frente al espejo. Parecía una niña. Mi propia imagen me excitaba, aunque me causaba también mucha vergüenza. Ella parecía contenta, y eso lo compensaba todo.

-          Así triunfas seguro. Estás guapa, Silvia.

-          Gracias…

Enseguida sonó el timbre y Sandra abrió la puerta a un hombre de unos treinta o treinta y tantos que entró en la buhardilla con decisión. Vestía un traje gris marengo muy elegante que le sentaba como un guante. Se me quedó mirando fijamente y sentí muchísima vergüenza.

-          ¿Lo de siempre?

-          Ciento cincuenta.

-          ¿Y eso?

-          Está sin estrenar. Se llama Silvia.

Sonriendo, el hombre sacó su billetera y, tras poner en manos de Sandra la cantidad convenida, se me acercó con paso decidido. Me cogió la barbilla con dos dedos y me miró a los ojos haciéndome humillar la mirada. Era alto, y parecía fuerte. Me besó los labios abrazándome. Me manoseaba el culo y me apretaba contra sí.

-          ¿De verdad nunca te han follado, zorrita?

-          No… Yo…

-          ¿Ni te has comido una polla?

-          No…

Comprendí lo que se esperaba de mí y yo mismo desabroché su cinturón haciendo caer sus pantalones. Algo en mi interior me impelía a cumplir la voluntad de aquella nueva amiga. Agarré su polla. La tenía muy dura, y era muy grande. Mientras la acariciaba, él mismo terminó de desnudarse y me llevó hasta el sillón. Sandra nos miraba con expresión divertida.

-          Vamos, putita, enséñame lo que sabes hacer.

Me arrodillé entre sus piernas y la agarré. Comencé a acariciarla. Deslizaba la piel sobre el tronco duro. Nunca había estado tan cerca de una polla. Notaba el perfil del borde de su capullo al rebasarlo con la mano y la textura nudosa en su interior. Una gotita de liquido denso y transparente apareció en la punta. Sonriendo, pellizcó mi nariz con dos dedos y tiró de ella hasta colocarme frente a ella.

-          No te hagas de rogar, cielo. Sé una putita buena y cómetela.

Lamí aquella gotita con la lengua y el hombre gimió al sentirla. Me metí su capullo en la boca. No sabía a nada. Sin saber muy bien qué hacer, comencé a succionarla como si mamara. Sus jadeos se hicieron rítmicos, ajustándose al compás con que se la chupaba. Mi pollita estaba dura, muy dura. Casi me dolía.

-          Así… zorrita… Así…

Su mano en mi cabeza acompañaba el movimiento con que metía y sacaba su capullo de la boca notando en los labios el borde prominente. Pronto empezó a empujarme, a obligarme a tragármela un poquito más cada vez, más adentro. Gemía cada vez más fuerte y más deprisa, y le temblaban las piernas.

-          Traga… te… lá…

Empujó con fuerza sin previo aviso, y noté cómo se me clavaba en la garganta. Me ahogaba. Permaneció así unos segundos, no sé cuántos, antes de sacarla. Me permitió respirar y toser unos segundos más antes de volver a clavármela y en aquella ocasión la dejó dentro más tiempo. Noté que me mareaba, que se me llenaban los ojos de lágrimas y una miríada de lucecillas de colores distorsionaban la imagen que percibía. Le oía gemir como a lo lejos. Comenzó a correrse, a llenarme de leche tibia que me salía por la nariz. Me parecía ir a desmayarme. Casi perdí la consciencia.

-          Serán otros ciento cincuenta.

-          Si serás bruja…

Sin saber cómo había llegado hasta allí, me encontré tendido en el sillón, y era él quien estaba entre mis piernas lamiéndome el culo, causándome un cosquilleo excitado y violento, un temblor. Comprendí mi situación y tuve miedo.

-          Por favor… No… Por… favor…

-          No tengas miedo, putita.

-          No… no…

-          Shhhhhhhhh…

Se metía mis pelotas en la boca, me penetraba con la lengua. Mi pollita, apretada contra mi pubis por la tanguita amarilla resbalaba en mi vientre. Cada vez que se las tragaba, sentía un calambre violento de placer.

-          Por… favoooor… ¡Ahhhhhhhhh…!

Cuando la apuntó entre mis nalgas dejando a un lado la tirilla de tela amarilla, y empezó a empujar despacio pero inexorablemente hasta clavármela entera, sentí como si me partiera en dos. Lloriqueaba incapaz de resistirme. Sandra, a su espalda, mi miraba riendo. Parecía empujar su culo con la mano.

-          Ya ha pasado lo peor, zorrita. Tranquila… tranquilla…

Comenzó un bombeo lento. Sujetaba mis muñecas con las manos y metía y sacaba despacio su polla en mi culito. En mi interior, se confundía el dolor con un estallido extraño de placer cuando terminaba de clavármela y parecía presionar el centro mismo. Dejé de resistirme. Gemía y lloriqueaba al mismo tiempo.

-          ¿Lo ves?

Me escuchaba gemir como a lo lejos. Creo que empecé a acompañar sus movimientos como buscándolo. Ya no importaba aquel ardor, que desapareció en el mismo momento en que lo sentí correrse llenándome de calor por dentro y logrando que el movimiento de su polla en mi interior se hiciera fluido y suave. Noté un último aguijonazo de placer cuando se me quedó clavado, empujándome fuerte, causándome un calambre intenso, un temblor que me sacudía al tiempo que me corría sobre mi vientre manchando el vestido en un fluir manso, como un chorro continuo de lechita templada que parecía llevárseme la vida.

-          ¡Vaya con la mariconcita! ¿Quién lo iba a decir? Toma, esto es tuyo, te lo dejo en el bolsillo del pantalón. Esto para mí, y esto para las nenas…

Fue como despertarme de un sueño. El hombre se había ido. Helena untaba una crema en mi culito que me proporcionaba mucho alivio, una agradable sensación de frescura. Al sentirme extraño, traté de tocar mi polla. Una cápsula como la de Max la encerraba. La caricia de Helena me provocó un amago de erección que hizo que se quedara constreñida dentro causándome una extraña impresión casi de dolor.

-          No te preocupes, que ya te acostumbrarás. Hay que cuidar la mercancía, no quiero que te mates a pajas y me jodas el negocio.

-          Claro…

-          Toma, ponte estas.

Me puse las braguitas rosas de encaje que me pasaba. Vivía todo aquello como en un mundo irreal, sintiéndome un poco espectador de una vida que, en cierto modo, no me parecía la propia, como en un sueño.

-          Oye, cielo, el sábado di a tu mami que te quedas a dormir en mi casa ¿Vale? Tenemos una fiesta.

Salí a media tarde con la cara lavada y una sensación extraña. Me encontré en el bolsillo dos billetes de cincuenta. Sin saber cómo, era una puta. De camino, en unos grandes almacenes, me compré mis propias bragas, de color marfil, suaves y brillantes, con un cachemir casi imperceptible, preciosas.

Aquella noche, durante muchas noches a partir de aquella, me costó dormir. Me resultaba imposible sacar de mi memoria mi propia imagen. Me veía tumbado, lloriqueando sacudido por aquel hombre que me follaba, y mi polla se apretaba contra su jaula de acero. Me dolía.