Sirviendo a la señora Sonia

Relato de domiación y sumisión, una sirvienta narra como ha sido convertida en esclava y las humillaciones que ha sufrido.

Sirviendo a la señora Sonia

Como era ya costumbre, mientras la señora Sonia comía, me hizo permanecer de rodillas a un lado suyo.

Acerca tu plato, es hora de que comas perrita.

Su lenguaje era vulgar y humillante.

Gracias por permitirme comer mi señora – debía agradecerle por darme sus sobras.

Tenía un único plato para comer – era un plato de perros –, en el que la señora echaba todas las sobras de su comida, y algún otro poco de comida que sobrara y quisiera darme, luego lo tiraba al piso sin importar cuanto de la comida se derramara, igual yo cogería lo que caía o no caía al piso, pues era lo único que podría comer.

Desde que dejé de ser una simple sirvienta y me convertí en la esclava de la señora Sonia no me permiten utilizar las manos para comer, debo comer todo a mordiscos y para los líquidos me tienen una taza de perro en la cocina que mi señora siempre llena con agua.

Hoy cumples 18 años perrita y tú regalo va a ser 18 azotes cada hora empezando en este momento, hasta que te vayas a acostar, así que corre por el látigo – ese fue el saludo de la señora, poco antes del desayuno.

Llevaba ya casi 4 años sirviendo a la señora Sonia y a sus dos hijas, desde que mis padres me hicieron dejar los trabajos del campo y empezar a trabajar "de verdad". La señora Sonia les ofreció mucho dinero si me dejaban venir a trabajar como su criada en la ciudad; vivíamos en un pueblo pobre a unas 7 horas de aquí. Tenía 14 años cuando me vine, y hace más de dos que me fue informada de la muerte de mis padres en los silos de una compañía arrocera en la que estaban trabajando.

Desde que mis padres murieron, todo cambió para mí. Antes de eso, lo único que pensaba era en el momento en que ellos vinieran a buscarme. La señora Sonia mandaba el dinero de mi paga a mis padres, yo nunca llegué a ver ni una sola moneda. Lo único que hacía era obedecer lo que me mandaran las señoras, conformarme con la comida que me daban y aceptar malos humores y caprichos de la señora y las señoritas.

Cuando la señora Sonia me dijo que mis padres habían muerto no lo podía creer, pase todo un día llorando. Al día siguiente, un poco más calmada pregunté a la señora que pasaría conmigo, ¿me dejaría ir al pueblo?, ¿seguiría trabajando en la casa, pero esta vez recibiría un sueldo? La señora me lo dejó bien claro:

¿Crees que podrás irte? Eso nunca, seguirás sirviéndonos hasta que nos cansemos de ti y te echemos a la calle. Ya pagamos suficiente dinero a tus padres, así que olvídate. Además no tienes a donde ir, ni siquiera tienes papeles. Si llegaras a irte haría que te buscaran y te mataran, nadie se dará cuenta siquiera, tú no eres nadie en este país.

A partir de ese momento deje de ser una simple sirvienta y me convertí en una verdadera esclava. Perdí cualquier esperanza que de niña pude llegar a tener; me resigné a obedecer ciegamente todo lo que me ordenaban. Poco a poco fueron reduciéndome más, humillándome más, era algo que no podía evitar.

Cada hora de mi cumpleaños número 18 fui azotada 18 veces por la señora Sonia, era lo más cercano a un regalo que tendría. Cuando cumplí 17 recibí uno similar. Cada vez que el reloj de la sala marcaba una hora, debía correr a donde estaba la señora Sonia, ofrecerle el látigo y arrodillarme para que me azotara. Cuando terminaba con los 18 latigazos me decía "Feliz Cumpleaños"; hasta con lágrimas brotando de mis ojos debía sonreír y darle las gracias. Era algo muy humillante.

La señora Sonia era una rica mujer de 42 años, viuda de un ex-gerente de una compañía petrolera. Sus dos hijas, Marian y Carmela tienen 16 y 17 años respectivamente. En estos días no se encontraban en casa, fueron a pasar unas semanas en la montaña.

Antes de morir mis padres había sido castigada físicamente sólo cuatro veces, dos por la señora Sonia y dos por la señorita Marian, pero no había sido nada muy fuerte, unas simples cachetadas por no haber hecho lo que me ordenaban diligentemente. La señorita Marian es muy caprichosa y las dos veces que me castigó fue por no llevarle algo que me pedía a tiempo.

Pero la señora me hizo saber lo que me esperaba:

Ahora que ya no tenemos que rendir cuentas a nadie es cuando vas a aprender a ser una verdadera sirvienta, tendrás que obedecer todo lo se te ordene y aprenderás a ser castigada por tus faltas. Arrodíllate, voy a pegarte con mi correa para que vayas comprendiendo tu situación.

No lo dudé, me arrodillé y antes que soltara el primer correazo ya tenía lágrimas corriendo por mi cara. Recibí unos 20 correazos en la espalda y piernas por parte de la señora, que cuando terminó, me hizo arrodillar en frente de la señorita Marian y luego delante de la señorita Carmela, quienes repitieron extasiadas lo que había hecho su madre.

Desde mucho antes, ya tenían muchas costumbres que consideraba humillantes, pero éstas se fueron multiplicando rápidamente tanto en número como en grado.

Quien más me humilla es la señorita Marian, disfruta castigándome y sometiéndome, siendo dos años menor que yo. Cada vez que le place, me llama a su habitación y me utiliza por horas: me hace adoptar posiciones incomodas, lamer el piso o sus zapatos, introducirme objetos por la vulva o por el ano. Cada vez que me habla, debo arrodillarme, y debo saludarla besando sus zapatos. Cuando estoy en su cuarto y me llama la señora Sonia o la señorita Carmela, me hace esperar un momento antes de ir a atenderlas, así a pesar de que salgo a toda carrera siempre consideran que no he llegado a tiempo y me gano un castigo.

Llegan las señoritas

Justo el día después de mi cumpleaños 18 llegaron las señoritas de su viaje a la montaña. Tener a esas tres mujeres en la casa me hacía estar en tensión todo el día, debía estar corriendo de aquí para allá, cumpliendo caprichos por aquí y por allá. Con tanto que hacer, era muy raro el día que me acostaba sin siquiera un castigo.

Casi al mediodía llegaron las señoritas, pero la señora me hizo estar de rodillas en la puerta principal desde temprano en la mañana para esperarlas, no aguantaba las rodillas, agradecía cada vez que la señora me llamaba para que hiciera algo, pues fueron los únicos momentos en que podía descansar las rodillas. Cuando llegaron, abrí la puerta y volví a arrodillarme. Al entrar ambas me saludaron: "Hola perrita" dijeron casi al unísono, y yo en el más humilde tono les dije: "Bienvenidas señoritas, es un placer que estén de vuelta". Ambas rieron ante mi triste espectáculo y la señorita Carmela ordenó:

Anda, ve a guardar las maletas.

Después de un rato, las jóvenes se sentaron con su madre en la sala a conversar de todo lo que habían hecho y me llamaron para que las sirviera.

¿Ordenan algo la señora o las señoritas?

Si, ve y sírvenos unos refrescos, estas muchachas deben estar agotadas – dijo la señora Sonia.

Cuando volví de la cocina, la señora decía:

Nuestra perrita estuvo casi cuatro horas esperándolas, ahí donde la encontraron, de rodillas en la puerta, estaba ansiosa de que llegaran.

Las tres se rieron jocosamente. Y mientras servía los refrescos, la señorita Marian dijo:

Me parece muy bonito, aunque debe ser de la emoción, pero olvidó saludarme como yo me lo merezco

Palidecí al recordar que no había besado los pies de la señorita Marian.

¿Cómo que no? Mira perra inmunda, explica por que no has saludado a Marian como te ha enseñado – dijo casi gritando la señora.

Discúlpeme señora Sonia, discúlpeme señorita Marian, no volverá a ocurrir – dije mientras dejaba la bandeja en la mesa y me arrodillaba en frente de las tres mujeres que estaban en el mismo sofá.

Cállate perra. – dijo Marian – Y ni se te ocurra besarme los pies, ya el tiempo para saludarme pasó.

Por favor, permítame besar sus pies señorita Marian, por favor.

Ja ja ja eres patética perrita. – dijo la señorita Carmela – A ver, muéstranos cuanto deseas besar nuestros pies, anda, humíllate.

Por favor, se los ruego, déjenme besar sus hermosos pies, es lo que más deseo.

No, no es suficiente con eso, sigue convenciéndonos perrita – acotó la señora Sonia.

Se los suplico, se los ruego, sus pies son los más hermosos de todo el mundo, permítanme besarlos – seguía yo, que empezaba a besar el suelo cerca de donde estaban los zapatos de las señoras. Sólo podía escuchar risotadas.

Cuando llevaba unos minutos besando el suelo y suplicando que me permitieran besar sus pies, la señora Sonia dijo:

Ya es suficiente, no nos convenciste, deja de babosear el piso y ve a buscar el látigo, te vamos a castigar.

Me paré destrozada, sabía que me iban a castigar, pero debía hacer hasta el último intento por salvarme. "Como usted ordene señora Sonia" atiné a decir con mi voz bajita y una lágrima cayendo por mi rostro. Tenían 30 minutos las señoritas en la casa, y ya me había ganado el primer castigo.

Cuando regresé, le ofrecí el látigo a la señorita Marian, ya que por ella era que iba a ser castigada. Me arrodillé y dirigí la mirada a sus pies. Me hicieron estar un rato así, mientras hablaban de otras cosas y Marian jugaba con el látigo en sus manos. Al rato la señorita Carmela le dijo a la señorita Marian:

Mejor la castigamos mas tarde, estoy cansada.

Es verdad, yo también. – respondió la señorita Marian – Ve y guarda el látigo perrita, recuérdanos en la tarde que te demos el castigo. Anda, muévete.

Como usted ordene señorita Marian.

Durante el almuerzo me esmeré en atender a las señoras, sobre todo a la señorita Marian. Ese día comí las sobras de las tres, era una de las pocas veces que comía tanto. Cuando estaba tomando agua en mi taza en la cocina, la señorita Marian entró, inmediatamente dejé de beber y me arrodillé.

  • En diez minutos te quiero en mi cuarto perra – me dijo, mientras escupía en mi taza.

Pensé que seguramente quería darme un adelanto del castigo.

Permiso señorita Marian, aquí estoy, a sus órdenes – dije al llegar al cuarto luego de los diez minutos. Me hizo pasar y me arrodillé cerca de su cama, en donde estaba envuelta entre las sábanas.

Quiero que sepas que por tu falta de hoy pienso darte un castigo severo.

Si señorita Marian, lo merezco – dije.

Aunque podrías hacer algo para ver si me apiado un poco de ti y no te castigo tan fuerte – dijo volteándose, llevando consigo las sábanas y dejando su trasero desnudo a mi vista, se había bajado los pantalones y las pantis que cargaba.

Me había dado más que una indirecta, quería que le lamiera el ano. La señora Sonia y la señorita Carmela me utilizaban para darles placer sexual, pero no la señorita Marian, lo más parecido que me hacía hacer era esto, comerle el culo. Unos meses atrás quería humillarme y me hizo lamer su ano, pero para su sorpresa, el placer que sintió fue grande, y desde entonces lo he tenido que repetir innumerables veces.

Podría besar su trasero señorita Marian, si usted me lo permite.

Ja ja Tal vez eso te ayudaría. ¿Tienes la boca limpia perra?

Si señorita.

A ver, acércate más, quiero comprobarlo, me da asco que me beses con la boca sucia.

Iba a lamer su culo y debía tener la boca limpia, que degradante. Me agarró la cara y me hizo abrir la boca.

Esta bien, anda, destácate perrita – me dijo mientras me daba una bofetada.

Me acerqué a su culo y con mis manos abrí un poco las nalgas para poder meter bien la boca, pero la señorita me paró en seco:

¿Qué haces puerca? Aparta tus manos de mi cuerpo, quiero que utilices sólo tu boca.

Si señorita Marian, discúlpeme – dije con voz temblorosa.

Sus nalgas eran amplias y de formas perfectas. Decidí comenzar a besarlas y a soplarlas suavemente, realmente necesitaba complacerla todo lo que fuera posible. El olor no era muy agradable, el sudor, restos de sus excrementos, hacían no muy placentera mi tarea. Como las nalgas de la señorita son grandes y carnosas, debí hacerme camino hacia su ano moviendo mi cara de lado a lado, hasta que logré enterrar mi boca y empezar a lamer el agujerito de la señorita, estaba caliente, sentía un vapor en mi boca.

Estuve una media hora lamiendo ese ano, metiendo la lengua por su estrecho camino. "Ya es suficiente" fue todo lo que dijo la señorita, se le notaba la excitación en su voz, excitación que pude comprobar mientras me paraba y veía como había dejado mojada la sábana con sus líquidos vaginales.

Lo hiciste bien perrita, tal vez esto ayude a aliviar tu castigo. Ahora vete, anda a lavarte la boca y regresas.

Gracias señorita, con su permiso, vuelvo en seguida.

Cuando regresé y me arrodillé, me hizo coger sus zapatos con mis manos y acercar mi nariz a ellos. Los olí por unos minutos, hasta que se oyó la voz de la señorita Carmela "Perra". Inmediatamente pedí permiso a la señorita Marian para ir a atender a su hermana, que se quedó mirándome sin dar respuesta. "¡Perra!", era la segunda llamada, a la voz de la cual la señorita Marian me dio el permiso para ir.

Gracias señorita Marian, con su permiso.

Apenas salí del cuarto, corrí hasta el estudio donde estaba la señorita Carmela. Me arrodillé a sus pies:

A sus órdenes señorita Carmela.

Que lenta eres, ¿acaso quieres ganarte otro castigo? Sírveme un refresco.

Después que le serví el refresco, me volví a arrodillar cerca de ella.

Acércate más, y ofrece bien la cara para pegarte.

Me acerqué cuanto pude y alcé la cara. Una cachetada a cada lado fue mi castigo por llegar tarde. Me quedaron marcados los dedos de la señorita en mis cachetes, sentí cada golpe profundamente, pero no me moví, luego de la segunda cachetada seguí en la misma posición, esperando más, pero la señorita fue buena y no lo hizo.

Retírate – fue su orden.

Sabía que a la hora del té sería mi castigo. Estaban nuevamente las tres sentadas en el mismo sofá en el que me humillaron temprano. Les serví el té mientras ellas se contaban cosas, apenas y me veían, yo me había parado al lado de la mesita. Cuando terminaron me ordenaron a llevar todo a la cocina y volver. Cuando entré de nuevo al salón me arrodillé en frente de ellas. No me hicieron caso, no paraban de hablar, por lo que tuve que juntar mis manos, como si estuviera rezando. Esa era la señal para pedirles permiso para hablar, porque no debía interrumpirlas.

Habla perra – dijo la señora Sonia.

Con su permiso. Señorita Marian por favor recuerde que debo ser castigada.

Si, tranquila, ya vas a recibir tu castigo, se paciente ja ja ja – dijo la señorita Marian – A ver, gánate el castigo, pídelo, convéncenos de que debemos castigarte ja ja ja.

Por favor, castíguenme, necesito ser castigada. Por favor señora Sonia castígueme, por favor señorita Marian castígueme, por favor señorita Carmela castígueme, por favor. Se los ruego.

No aguantaron las risas, soltaron varias carcajadas llenas de morbo.

Esta bien perrita, ve y busca el látigo – dijo la señora Sonia.

Muchas gracias señora Sonia, con su permiso.

No aguanté y empecé a llorar en el camino. Como en la mañana, le ofrecí el látigo a la señorita Marian y me arrodillé en frente de ella.

Recibí 12 azotes que me dejaron marcada la espalda unos días. No sé si haberle comido el culo a la señorita le haya hecho ser menos dura, o si eso no le importó y esos 12 azotes eran los que creyó necesarios, o si simplemente me pegó cuanto le pareció en el momento.

Con eso creo que será suficiente para que no vuelvas a olvidar saludarme como es debido.

No lo haré señorita Marian. Gracias por corregirme – dije solloza mientras me secaba las lágrimas.

Ve a guardar el látigo y regresas – terminó la señorita Marian.

Después de mi castigo, si me permitieron besar sus pies, me tuvieron un buen rato besando sus zapatos, luego me hicieron que las descalzara y continué besando sus pies, mientras me humillaban verbalmente.

Las obligaciones sexuales

Mis obligaciones sexuales con la señorita Carmela se limitan a lo que mi lengua podía hacer en su vulva y en su ano. Tampoco son muy frecuentes, pero si intensas. Me hace comerle el coñito hasta llevarla al orgasmo varias veces y recibir todo su regalo en mi boca.

La señora Sonia en cambio, me utiliza más. Con ella tuve mis primeras experiencias sexuales y es la única persona que me ha hecho llegar al orgasmo. Hasta ahora sólo he estado con ellas dos, jamás un hombre me ha tocado, ni yo he tocado a ninguno.

Tenía 15 años cuando la señora empezó a utilizar mi lengua para darle placer. Y hace casi un año que ella también me ha dado placer en mi cosita, aunque sólo se ha dado en contadas ocasiones.

Casi siempre que las señoritas no están en casa, la señora suele llevarme a su cuarto a complacerla. En la cama es mucho menos dura que fuera de ella, me hace comenzar besando sus pies y lentamente ir subiendo hasta su entrepierna, muy lentamente voy besando cada centímetro de sus pies, sus muslos, hasta llegar ahí. Le doy besitos por encima de la tanga, hasta que se calienta y me ordena que se la quite y empiece a usar mi lengua. Grita con cada orgasmo que alcanza. A veces se olvida que soy su sirvienta y me acaricia mientras le como el coñito.

También le acaricio los senos, beso todo su cuerpo. Me ha besado en la boca. Estos son los únicos momentos en que no me siento tan humillada, siento una especie de protección cuando me mete en su cama y me toca.

Casi siempre, después que se siente complacida, me da una almohada y me hace dormir en la alfombra. Solamente cuanto queda realmente extasiada me permite quedarme en su cama; para mí, eso es el cielo.

Al día siguiente que me ha utilizado sexualmente, es mucho menos severa conmigo, pero rápidamente se le va pasando a medida que vuelven sus deseos de lujuria. Algunas veces me ha salvado de ser castigada por sus hijas, "Déjala, otro día la castigaremos" les dice.

Con Carmela ocurre todo lo contrario, normalmente después de utilizarme se comporta más dura y menos tolerante conmigo.

La misma noche en que llegaron de su viaje a la montaña, Carmela me llamó a su habitación y me mandó a besar sus pies, pude notar que estaba desnuda, tapada sólo por las sábanas. Se notaba que tenía su mano tocándose el coñito. Al cabo de un momento me dijo "Ve subiendo…", subí lamiendo sus piernas y me metí entre las sábanas hasta ubicarme donde ella quería, allí me quedé hasta arrancarle un fuerte orgasmo, tras el cual me apartó violentamente con sus manos:

Ya vete perra – fue lo que me dijo.

Humildad y resignación

  • Si señorita, con su permiso, que tenga buenas noches – le dije, doblando mi cuerpo como siempre, a manera de reverencia.

No tengo otra opción que mostrarme sumisa ante quienes tienen el poder. Sin importar que tan sucias sean las palabras que me digan, yo debo desvivirme en elogios y halagos a quien las haya dicho.

Mis primeros días como esclava fueron muy difíciles, pasaba las noches llorando en mi cuarto, en el único lugar que me sentía segura. Desde aquel día dejaron de llamarme por mi nombre, sólo cuando hay otras personas en la casa me llaman "Anita", me tratan generalmente de "perra", "perrita" o "puerca". Desde aquel día empecé a ser castigada por el más mínimo error.

A veces todavía lloro a solas, cuando me tratan muy mal, pero ya me he acostumbrado a ser tratada como me tratan, y a tratar a la señora y a las señoritas como diosas. He aprendido a arrastrarme por mi misma ante ellas, a humillarme yo misma antes que ellas me humillen. Cuanto más me rebajo, menos sufro, ya sea por piedad de las señoras o por lástima, pero sufro menos.

Cuando imagino que alguna de ellas desea que le bese los pies, me ofrezco a besárselos antes que me lo ordenen de forma humillante. Cuando cometo un error y no está alguna de ellas, yo misma voy ante alguna, le informo de mi falta y le ruego que me castigue. Les encanta verme doblegada y servil ante ellas, y si están a gusto conmigo entonces serán menos severas.

A los pies de estas mujeres he vivido mi juventud, y no sé cuantos años más me esperen así. Mis deseos son las órdenes de la señora y las señoritas, mi voluntad es servir humildemente a quienes me poseen. A ellas me debo.