Siracusa (parte 1)

La narradora recuerda un fin de semana en Sicilia con dos amigos. Programa sin mucho turismo : pura arrechura y algo más que amistad. A lo largo del relato aparecen sus pensamientos en cursiva...

Había sido un largo e intenso día. Insomnio, avión, reencuentro, besos, drogas, sexo, alcohol y amistad. ¿Qué otro hubiera podido esperar de un fin de semana con el barbudo?

Vamos por partes. Al cuarto de hora después de haberlo encontrado en su hotel, ya estábamos tirando, morbosos y sonrientes. Todo lo que había pasado en nuestras vidas respectivas durante este año no nos había quitado ni un gramo de la arrechura que compartimos.

Me preocupaba el rubio que le acompañaba para el viaje, aunque tenía la esperanza de que saltara la chispa entre los tres. El barbudo, que no se hubiera llevado a una persona cualquiera, me comentó que le había contado todo y suponía que no le molestaría entrar en nuestra fiesta.

Apenas calmados y tranquilos en la pequeña cama, todavía sudados por el reencuentro, el rubio tocó a la puerta. Alto, mirada adormecida, lentes negras, gran sonrisa, rizos dorados y desordenados. Este sí o sí . A algunos les podrá costar entender que unos segundos bastan para tener la certeza de lo que va a ocurrir algo con una persona. Pero les puedo jurar que cuando una conexión tiene que establecerse, se hace al toque y sin palabras. Así pasó con el rubio, pero empezamos con el juego del diálogo cortés circunstancial, cumpliendo con el primer paso normal entre dos personas que no se conocen. Mientras me explicaba a que se dedicaba en el balcón del hotel, yo tenía imágenes obscenas de cómo íbamos a cachar los tres juntos.

Nos fuimos al departamento que habían reservado para los dos días siguientes. Abandonamos las maletas y las mochilas en la sala para salir un rato a comer y pasear, bromeando sobre el hecho de que ésta iba probablemente a ser nuestra única salida de visita turística del fin de semana que empezaba. En el ambiente ya se notaba que algo iba a pasar entre los tres y me dejaba en un estado de excitación constante, al acecho.

Iglesias, ruinas, vida, mercado, gritos, cláxones, quesos, sudor, telas africanas, pescados, basura, maravillas de arquitecturas, perros, ropa secando en balcones sucios, 32°, fritura, cerveza, cigarros, calles pavimentadas y pulpo.

Regresamos al departamento para echar una siesta antes de seguir con la maratón de drogas y alcohol que los chicos habían empezado. El barbudo me alcanzó inmediatamente en mi cama, abrazándome y regalándome besos en el cuello con un “Quietitos, quietitos, hay que dormir un ratito”. Pero noté su la erección contra mis nalgas que decía todo lo contrario.

Lo besé, qué ricos eran sus labios. No solo eran suaves y se entreabrían para dejar su lengua acariciar la mía, sino que eran una invitación a hundirse deliciosamente en esta boca. Se rio, cuando le dije: “Así va a ser imposible dormir, mejor nos calmemos rápidamente y ya después descansamos”. Me subí encima suyo, nos seguimos besando y nos quitamos lo poco de ropa que nos quedaba. Bajé lentamente, pasando mis labios y mi lengua por su pecho, su barriga, me había olvidado la textura delicada de su piel. Contrastaba con su mirada rabiosa y la dureza de su verga, que empecé a lamer. Paseé mi lengua de las bolas a la punta durante unos largos minutos y dejó escapar un gemido cuando la hice entrar lentamente en mi boca. “Te la comes todita”, observó, entre dos suspiros mientras me agarraba las tetas con fuerza. Empecé a masturbarme suavemente, disfrutando de mis dedos que se deslizaban en mi clítoris húmedo. No demoré mucho en llegar al orgasmo, sofocando, la barbilla y las mejillas llenas de saliva. Hasta ahora, no encontré cosa más rica que venirme con una verga en la boca. Quizás teniendo otra en la concha mientras tanto. No bajó mi excitación para nada, acostumbrada a venirme varias veces, y le pedí que me la metiera un ratito, “Para darme otro, por favor”. Sentí otra ola deliciosa al recibirlo dentro de mí, le sonreí y nos besamos de nuevo. Me encantaba sentir sus manos que me apretaban el culo. No escuchaba bien lo que me decía, pero ya, “Mamacita”. Unas idas y vueltas profundas bastaron para que me viniera de nuevo. Santa dedicación al orgasmo tuve siempre.

Me tomé unos segundos de descanso bajo su mirada que oscilaba entre satisfacción y lujuria. Retomé su sexo en mi boca, probando mi propio sabor, limón suave y tibio. Le invité a correrse contra mis labios y mi lengua. Bajé un poquito más para lamerle las bolas con insistencia y lengua firme. El efecto fue inmediato, sentí su mano agarrarme el cabello mientras la otra aceleraba las idas y venidas en su verga llena de saliva. Estábamos llegando al mejor momento de la partida, el que más me satisface. Abandoné sus bolas justo para sentir cómo brotaba el esperma en mi boca y se derramaba en mi lengua.

Cuánto te amo, mierda…

Me levanté para volver a besarlo, sabía que le gustaba probar su propio sabor en mi boca. La calma se instaló, propicia para dejarse llevar tranquilamente por el sueño. Conversamos un rato y, mientras le acariciaba la barriga, me preguntó qué me gustaba de él o, más bien, por qué cachaba y me arrechaba con él, “Gordo, calvo y morboso”, según sus dichos. Demoré unos segundos antes de contestarle, repentinamente tímida.

Pucha, nunca lo vas a entender.

Traté de dormir un poco mientras me abrazaba, pero mi cerebro no me dejaba en paz, quería disfrutar cada segundo de este fin de semana. Estaba ansiosa por vivirlo todo. Me di la vuelta y lo abracé yo, como lo suelo hacer con los que amo, con un cariño maternal, experimentando un profundo y encantador momento paz. Envolvía su espalda con mi brazo, manteniéndolo con mi mano y con la otra sujetaba su cabeza, movía apenas los dedos, entre caricia y rascadita. Tenía su cara contra mi pecho y lo escuchaba hundirse en el sueño a medida que sus respiros ralentizaban.

Dormité unos minutos, pero mi siesta se acortó al sentir las gotitas de sudor que se resbalaban en mi espalda. Hacía mucho calor en el departamento. A pesar de los esfuerzos constantes del ventilador, este abrazo de siesta desnudos había vuelto a despertar el talento que compartimos de convertirnos en charquitos.

El barbudo se despertó besándome suavemente. Como siempre, regresaron las imágenes y las sensaciones, volví a pensar en lo poco de vida compartida que habíamos tenido. No me podía quitar de la cabeza de que hubiera sido estar juntos pero no me atrevía a decirle que no compartía su certeza de que “no puede haber dos locos en una pareja”.

Y tu piel sigue oliendo a casa, maldito.

Casi eran las 6 de la tarde. Afuera, la luz de empezaba a disminuir, llevando con ella el calor sofocante de este agosto siciliano. Me dirigí hacia el baño y pasé delante del cuarto del rubio. Había dejado la puerta abierta y era obvio que nos había escuchado tirar. Fuera del aire acondicionado, el departamento también carecía de cualquier posibilidad de intimidad acústica. Me paré un rato para mirarlo. Estaba echado boca arriba, se había quitado el polo y las lentes. Tuve que resistir a la espontaneidad de ir a abrazarlo y darle besos para despertarlo con cariño. Sentí un ligero escalofrío en la espalda, en realidad, tenía unas ganas irreprimibles de tocarlo y pegarme contra su pecho.

Ducha, fría. Calzón, negro. Vestido, negro. Sin sostén. No sirve, fuera de esconder los pezones siempre erguidos que reinan sobre mis pequeñas tetas – “Que caben perfectamente en la palma de la mano”, dicen.

Salimos buscando donde tomar algo y comer en las callecitas del centro histórico. Caminaba detrás, mirando al barbudo y al rubio avanzar en la muchedumbre y las luces, ya quería que fueran míos juntos. Trataba de contener mi necesidad de contacto físico, temía que no fuera apropiado. Somos amigos, claro. El plan que había expuesto el barbón era: salir, festejar, conversar, divertirnos, emborracharnos, disfrutar de la noche, el resto es “extra”. Ya.

Encontramos un bar donde sentarnos y nos alegramos con la generosidad de las copas de vino. Me hubiera gustado poner mi mano en el muslo del barbudo mientras estábamos sentados, pero solo me atreví a poner mi pierna contra la suya, con una presión suave. Me gustaba sentirlo cerca, hubiera querido que nos congeláramos así para siempre.

Si supieras cuánto te extraño.

Conversamos bastante y nos reímos mucho, son amores estos dos chicos. A cada minuto me gustaba más y más el rubio, quería tomarle la mano o tocarlo, darle una señal para que sepa que a él también le tenía ganas, pero no me atreví tampoco. Tenía la sensación de se estaba estableciendo un equilibrio entre los tres. Era una intimidad compartida y efímera, solo para este par de días, pero me daba miedo ir demasiado rápido y que el uno o el otro saliera de este triangulo naciente. Qué pena hubiera sido, ahora que imaginaba los mejores escenarios para el final de la noche.

De copas de vino pasamos a cocteles en un bar con música electrónica. Encontramos a un par de alemanas amables y que estaban muy borrachas, una flaca y una más gordita, se veían más jóvenes que nosotros, unos 25, por allí. Eran sonrientes y bullosas, me cayeron bien, aunque no entendía lo que les estaban contando el rubio y el barbudo, cuya mirada viva acompañaba el flujo continuo y entusiasta de su voz ronca. Me pregunté si él también se las estaba imaginando a cuatro patas con sus falditas de verano levantadas por la cintura en el sofá del departamento, porque a mí no me costó mucha imaginación tener esa imagen nítida des estos dos culos blanquitos en ofreciéndose a quién fuera que los quisiera cuidar. Es otro rasgo que compartimos, el gran talento de imaginar a cualquier persona desconocida en la posición más obscena que sea – imagínense el infierno cotidiano: que sea un viaje en metro o una reunión de trabajo aburrida, es un esfuerzo de cada instante para no terminar en el baño masturbándose cada dos horas . Me hubieran cambiado un poco los planes estas dos chicas, pero no me iba a hacer la celosa, teníamos suficiente morbo para contagiar a dos más, sin problema. Las tetas de la más carnosa, daban saltitos cuando se ría, como si hubieran querido escaparse del encaje que las apretaba y se dejaba adivinar. Tomando un sorbo de gin, me imaginaba sacarlas de sus nidos respectivos y dejarlas expuestas a las luces de la noche, para que el rubio y el barbudo las agarrasen y las mamasen. Sonreí, me quedé educada y amable, tratando de comunicar con ella con algunas palabras de inglés.

Si supieras lo que estoy imaginando, tontita

Mientras me perdía en mis fantasías, no me di cuenta de que habían decidido cambiar de sitio y alcanzar un callejón que habían conocido el día anterior, famoso para sus bares y repleto de gente. Terminamos los tragos y nos fuimos, seguidos por las alemanas y sus risitas. Trataron de conversar conmigo, buscando mi aprobación acerca de la belleza de los italianos con un castellano aproximativo. Cuando cruzamos un grupo de cuatro chicos morenos y con acento a pasta con pesto, obviamente se dieron la vuelta y les siguieron. “Ciao tetas”, pensamos los tres.

Nos sentamos en unas gradas del callejón en medio de la gente, el rubio y el barbudo estaban en lo que llamaban su “viajecito” suave de drogas, a penas para estar despiertos y sentir las cosas como si todo fueran muestras de nubes. Pedimos otros tragos antes de que cerrase el bar más cercano, prendimos un pequeño que tenían e impuse una cumbia villera que llevaba hace días en la cabeza. El rubio, sentado a mi lado, se iluminó: “Es exactamente lo que necesitaba”. Noté que me miraba con más intensidad y que me hablaba más cerca, ya se estaba despejando un poco su timidez. Su pierna estaba claramente contra la mía mientras conversamos. Creo que el barbudo se dio cuenta y se quedó quieto a mi otro lado “disfrutando del viaje”. Se desprendía del rubio un equilibrio perfecto entre deseo ligero y ternura, lo quería besar. Sus rizos ondulaban en las luces del callejón cuando se ría con mis bromas. Era guapo, era tierno y sentía que mis ganas eran compartidas. Ya era tiempo de regresar al horno de departamento que alquilábamos.

Son las 5 de la mañana, siento todavía el chorreo amargo de la coca en mi garganta.

Hacía un calor infernal en la sala. Los chicos se quitaron los polos y prendieron los ventiladores. Me dejé caer en el piso de mayólica buscando algo de frescura mientras el barbudo empezaba a prepararse un porro, sentado en un sillón. Miradas cómplices entre nosotros dos, compartíamos las mismas expectativas. El rubio regresó a la sala con una botella de agua y se sentó a mi lado, mientras le pedía al barbudo que me haga un cigarro. “Te hago un cigarro si le das un beso al rubio”, me contestó.

Ay, tú…

“No hace falta que me hagas un cigarro para que le bese”, le dije, dándome la vuelta para encontrar los labios sonrientes del rubio.

Allí estamos.

Fue un beso compartido, esperado, rico y ardiente. Yo llevaba mucho tiempo sin besar a alguien por primera vez. Sonreímos, disfrutando de cómo desaparecía la vergüenza y la timidez. El barbudo había abierto el sofá negro en L y estaba cubriendo el cuero sintético metódicamente con una sábana blanca que había robado en la habitación más cercana. “Para estar más comoditos”, dijo, al darse cuenta de que lo estábamos mirando con curiosidad. La sábana contrastaba con todo el resto, parecía irreal, con su color blanco limpio y puro, su olor a florcitas de detergente y la dedicación del barbudo, porro en la boca, para armar esta cama gigante.

El rubio permaneció sentado en el piso, mientras el barbudo retomó su sillón. Me instalé en el sofá cama, sentada con las piernas extendidas, los brazos abiertos y apoyados en respaldo, regia. Me sentía como una santa en su altar o alguna cosa sagrada parecida. “¿No tienes calor, Bellota? ¿Por qué no te quitas el vestido?”, me preguntó el barbudo, buscando un encendedor en la mesa baja como si no pasara nada. De repente me agarró el pudor por la presencia del rubio, aunque le tenía ganas, no sabía hasta donde hubiera aceptado llegar. Tenía calor obviamente, era demasiado excitada y a la vez tenía miedo de que todo se cayera a pedazos con un solo gesto mío. Sonaba una cumbia electrónica, lenta y mareante, miré al barbudo en los ojos. Abrí el cierre que estaba en el costado de mi vestido, dejando adivinar la curva ligera de mi teta. Me dejé caer más en el sofá y subí mi vestido corto por mis piernas, se veía todo mi calzón. El barbudo ya se mordió el labio inferior al mirarlo mientras el rubio estaba disfrutando de sus últimos segundos de duda acerca de lo que iba a suceder, tratando de enfocarse en lo que estaba fumando antes que lo interrumpiese.

“Rubio, súbete en esta nave gigante, por favor, quiero abracito…”

Me agaché hacia él para recogerlo y atraerlo con un beso. Se subió a bordo con mi lengua buscando la suya. Nos abrazamos con fuerza sin que se parara el largo beso, sentía sus manos que recorrían mi espalda, apenas se atrevía a tocarme las nalgas. Pero desde la mañana le tenía unas ganas que le iban a mandar a volar bien lejos y quise pasar a una velocidad superior. Lo empujé y me senté a horcajadas sobre él. Se quitó los lentes y la sonrisita, más rico aún. Me encantó ver cómo se transformaba su expresión a medida que aumentaba el tamaño del bulto entre sus piernas, en lo cual estaba sentada. Era una mirada hambrienta, con una chispa de rabia que anunciaba que el pudor y la buena educación se estaban alejando. Me quité el vestido, mientras el rubio se deshizo de su short con un movimiento apurado. Levanté la mirada y vi que el barbudo había tomado su posición favorita de voyerista, sentado en el sillón a nuestro lado. Su mano estaba tocando suavemente su sexo a través de su bóxer, se estaba aguantando. Yo sabía que se moría por empezar a corrérsela mirándonos. El efecto de tenerlo tan cerca fue inmediato. Empecé a respirar hondo y a sentir este inaguantable vacío entre mis piernas abiertas, mientras mi calzón mojado torturaba deliciosamente mi clítoris y se pegaba a los labios. Quise esperar todavía un poco y darme el gusto de probar al rubio, ansiosa por lamer y chupar este sexo que mi mano acababa de encontrar duro e impaciente. Bajé lentamente desnudándolo y acercando mi cabeza a su pubis beso tras beso. Parecía que lo poco de pudor que le hubiera quedado se había evaporado con la excitación, no le importaba la mirada del barbudo ni su mano que ya se estaba agitando en una masturbación franca. Olía rico el rubio, me gustaba su piel, tenía algo que me dio escalofríos de felicidad en la espalda. Su verga era perfectamente contundente, parecida al tamaño de la del barbudo.

Podría pasar de una a otra sin darme cuenta .

La lamía, lentamente, tal como lo había hecho en la tarde con la del barbudo, con todo lo ancho de mi lengua cálida. Escuchaba sus suspiros y sentía los espasmos de sus piernas que revelaban su excitación cuando mi lengua recorría sus bolas y las dejaba mojadas para que mi mano se deslizara sobre ellas con una caricia suave. Subí hasta la punta de su verga para recoger la gotita que se había formado allí, delicioso detalle. Gimió de alivio en el momento de entrar en mi boca, acompañado por mi lengua que se apoderaba de su sexo, jugaba con él y lo invitaba a entrar más profundo, sin que mi mano soltara sus bolas. Tenía la otra mano l en mi calzón, me tocaba como me gusta, con la palma que apretaba mi pubis y dos dedos acomodados en mi sexo que se consumía por un fuego húmeda. Me estaba acercando al colmo de la excitación con su verga que me ocupaba toda la boca. Sentía que me podía venir en cualquier momento y solté un poco la presión de mi palma para contenerme un rato más. Parecía que al rubio también le estaban costando estos preliminares y me levantó por debajo de los brazos para que mi boca regresara a la altura de la suya. Se volvieron a encontrar nuestras lenguas y me quitó mi calzón. Agarró su verga y me la metió de una vez, entrando sin pena en mi concha chorreante. Una onda de choque me recorrió todo el cuerpo.

Qué rico me llena.

Nos estamos sonriendo vorazmente. “Te tuve ganas todo el puto día”, le dije. El barbudo se había levantado y se estaba masturbando a nuestro lado. Su verga estaba a la altura de mi cabeza y levanté los ojos para dirigirle la mirada de aprobación que anhelaba, arrecho e inquieto. Mi boca volvió a encontrar esta hermosa pinga que había dejado en la tarde, y yo me encontraba en una posición obscena teniéndolos a ambos. Me llenaban por ambos lados y no iba a poder aguantar mucho el orgasmo que sentía subir en esta deliciosa sincronía de idas y vueltas. Miré al barbudo que me había agarrado la cabeza y me mantenía su verga profundamente en la garganta, mi saliva se resbalaba en mi barbilla.

Así de es como más te gusta verme ¿verdad?

No hizo falta nada más que este intercambio de miradas para que me viniera, con la delicia de tener la boca llena y sintiendo cómo mi concha apretaba la verga del rubio con espasmos frenéticos.

Me dejé caer de costadito, con una sonrisa beata. El rubio, que seguía muy excitado, no me dejó tiempo para.......

-- Segunda parte pronto ;) --