Sintonizando

Una historia en la radio.

Sintonizando

1 – En la escuela

En realidad yo era más un borde que un futuro profesional del mundo audiovisual. Me follé a casi todo el curso (dejando a un lado a las chicas, claro). Ferrero, heterosexual hasta los huesos, me decía una mañana que no entendía cómo había caído en mi trampa.

  • No te he puesto ninguna trampa, tío – le dije -, quizá las cosas que consigo no las consigo sino con arte. En el fondo, tienes que reconocer que por muy poco que te guste montarte una historia así, si al final te la montas, es que hay algo en tu mente que te lo permite.

  • ¡Bueno! – contestó -, no odio a mis amigos, pero me gusta el sexo con las chicas, no con los chicos. Tengo que reconocer que dices y haces tales cosas que serías capaz de follarte al más duro. No me arrepiento de haberlo hecho contigo pero, te lo advierto, no vuelvas a intentarlo.

Todo quedó en un mal susto para él, pero había conseguido follar con uno de mis mejores compañeros que, además, era el más leal, el más guapo y el más simpático de todos ellos.

2 – La entrevista

Al terminar los estudios, aunque mi nota fuese la mejor de todas, me veía buscando un trabajo digno para vivir. Necesitaba evadirme de todo ese mundo hermético de mis padres; ese mundo donde todo estaba homologado, todo se ajustaba a unas normas y cada cosa tenía su sitio. Para mí las cosas se regían por mis propias normas, que era lo mismo que decir que no tenía normas.

En vez de andar por ahí entregando currículos, dando tarjetas y esperando respuestas, recibí una curiosa llamada a medio día y pocos días después de terminar todo.

  • ¿Arturo Mestre? – preguntó una voz masculina -.

  • ¡Sí, soy yo! – contesté reticente - ¿Qué desea?

  • No vas a acordarte de mí – dijo -, pero yo sí me acuerdo de ti. Mañana, a las doce del medio día, acércate a la emisora de radio que te voy a decir ¡Toma nota! Pregunta por don Juan Pulido; es el director y te espera. Sabe de ti y le interesas. Ya sé que preferirías trabajar en la televisión, pero la radio es también un medio muy bueno para empezar ¡Escúchame con atención! Si entras a trabajar, estarás un mes haciendo guardias. Es costumbre de esa gente. Aguanta. Si eres tan bueno como pienso, dentro de poco tendrás un puesto que será la envidia de cualquiera.

Tomé nota de la dirección que me dijo y, cuando iba a hablarle por saber algo sobre quién era, colgó y me dejó con la palabra en la boca.

  • ¡Mas que una llamada misteriosa – me dije – me parece la llamada de un maleducado!

Llamé rápidamente a Ferrero y se lo dije.

  • ¡Joder, tío! – no cabía en mis ropas - ¡Y todo sin buscarlo!

  • ¡Me alegro, Arturo! – contestó sincero - ¡Sabes que, a pesar de ciertas cosas, te admiro! ¡Voy a decirle esto a varios amigos! ¡Se pondrán tan contentos como yo!

Así y todo, al día siguiente, muy arreglado, ya estaba esperando en unas instalaciones de lujo, con mucha gente pasando de un lado a otro y con una secretaria que no dejaba de preguntarme si necesitaba algo: ¿un café, un refresco?

Cuando me la vi venir otra vez, estuve a punto de mandarla a la mierda y decirle que no necesitaba nada. En realidad, sí me hubiera sentado muy bien un par de pastillas de Valium.

  • ¡Le espera don Juan! – dijo - ¡Sígame! Le aconsejo – me dijo en confianza – que no intente ser demasiado educado. Deje que intuya su nivel cultural, pero no exagere; por la radio no se sabe si el locutor es guapo o es feo o si lleva vaqueros o traje con corbata. Lo que le interesará más, seguro, es su voz… ¡Y me parece que tiene una voz muy sensual!

¡Vaya! La secretaria, además de darme unos buenos consejos, no se había quedado con las ganas de decirme que le gustaba mi voz.

Se abrió aquella puerta lacada en blanco y una señorita me hizo pasar y salió de allí. Enfrente, en una mesa muy lujosa y rodeado de radios antiguas y libros, estaba (eso creí) don Juan, el director de la casa.

  • ¡Siéntese, siéntese, don Arturo! – dijo - ¿Fuma?

  • ¡No, señor! ¡Gracias! – dije mientras me sentaba -; no es que no me guste, es que tal como está el precio del tabaco, me he visto obligado a dejar de fumar.

  • ¡Tiene voz de locutor! – me miró fijamente -; ya sabe que no está aquí por haber hecho méritos ningunos, sino recomendado. Puede que tenga una buena voz para la radio, pero siento decirle que aquí sólo trabajan los mejores. Esos papeles que trae ahí puede guardarlos. No quiero saber qué nota tiene o si ha trabajado antes. La persona que me ha recomendado que le contrate es el mejor certificado de que sabe hacerlo bien. Pero… ¡aquí no se empieza por arriba! ¡Me importaría un bledo que viniese de ser el director de una buena emisora!

  • Haré lo que sé hacer, don Juan – le dije en voz baja -, y lo mejor que sepa hacerlo.

  • ¡De acuerdo! – se levantó y me tendió la mano - ¡Gracias por venir! ¡Mañana aquí a las doce!

  • ¿A las doce? – me levanté extrañado - ¿Podría decirme por dónde voy a empezar?

  • ¡Por el tejado no, desde luego! – rió - ¡Hablo de las doce de la noche! Descanse hoy y mañana y cuando llegue, con tiempo, venga relajado y sin beber ¡Quiero a gente sobria! Pregunte por «Control» al vigilante de la entrada y dígale quién es.

Cuando salí del despacho, y a punto de dar saltos de alegría, vi la realidad. Aquel hombre me conocía, tenía todos mis datos; estaba muy bien informado pero… ¿y el contrato? ¿No había firmas? Ya no podía volver. La señorita tan amable me acompañó a la entrada y me despidió: «¡Hasta mañana, don Arturo!».

3 – El estreno

Aunque tuviese que ir bien relajado y descansado, no podía conciliar el sueño ¡Tenía trabajo! El tiempo pasó rápidamente y me vi a pocas horas de salir para la emisora. No me puse mucha ropa ni demasiado elegante. Hacía calor, así que me llevé una chaquetilla para ponérmela en los estudios. Allí todo era interior y el aire acondicionado estaba al máximo.

Al llegar a la puerta del edificio miré hacia arriba un tanto asustado, suspiré y di el primer paso decidido. La puerta se abrió sola y quedé encerrado en un recibidor que no me dejaba ni seguir ni volverme. Desde un rincón, más adentro, me miraba un guardia. Vi claramente cómo pulsaba un botón (sin preguntarme quién era) y se abrió la otra puerta.

  • ¡Buenas noches!

  • ¡Buenas noches, don Arturo! – contestó - ¡Llega con tiempo de sobra!

  • ¿Por dónde voy a «Control»?

  • Va al control del estudio 4 – dijo -; suba en ese ascensor hasta la quinta planta. Allí le espera Tito, su compañero de programa. Ha llegado antes que usted. Ahora están dando los deportes, pero él le dirá mientras lo que tiene que hacer ¡Suba! ¡Suerte!

No puedo negar que me sudaban las manos en el ascensor, pero cuando se abrieron las puertas, encontré al frente a un joven guapísimo sentado en medio de un sofá y con las piernas cruzadas. Di unos pasos al frente y se levantó sonriente.

  • ¿Arturo?

  • ¡Sí! – le di la mano - ¡Supongo que eres Tito!

  • ¡Soy Tito! – dijo tomándome de la mano - ¡Ven! ¡Siéntate conmigo aquí un rato! Tenemos que esperar a que termine «Tribuna 4». Mientras tanto te diré de qué irá nuestro trabajo. No hay que hacer nada complicado. Digamos que es un programa que preparo en media hora y que dura tres. Entre frase y frase, poemas estúpidos inventados para los que se aburren en la noche, se conversa alguna gilipollez, se pone la música adecuada y a esperar… ¡Hay algo más, claro!, pero eso lo iremos viendo sobre la marcha - puso su mano en mi pierna -; ¡es fácil!

  • ¡Ah! – miré su mano con disimulo - ¿Y cómo se llama tu programa?

  • ¡Nuestro, Arturo! – rió - ¡Es nuestro programa! Se llama «Acompañados». El compañero anterior sólo me duró dos noches. He tenido que improvisar. Hoy espero que improvisemos los dos ¡Espero que se te dé bien! Al menos, me han dicho que eres muy bueno… y… - bajó la voz - ¡estás riquísimo!

  • ¿Ah, sí? – puse descaradamente mi mano en su pierna -; si supiera que no iba a abrirse esa puerta del ascensor con alguien dentro… ¡no te salvabas!

  • ¡Eh, eh, espera! – me dijo en voz baja -; esa puerta ya no se abrirá hasta el amanecer, pero se abrirá la del estudio y saldrá el estúpido ese de los deportes. Cuando nos avise y se vaya ¡puedes estar seguro de que aquí no aparecerá un alma!

  • ¡Pues espera, guapo! – le guiñé un ojo -; ¡entre tema y tema da tiempo a mucho! ¡Creo que el trabajo puede ser aburrido, pero si la cosa es como la planteas…!

  • Si no estuviera ese imbécil ahí – dijo – empezaba ahora mismo.

  • ¡No hay prisas! – sonreí sensualmente - ¡Hay muchas horas por delante y más días que ollas! Creo que este período de pruebas se me va a hacer corto.

  • ¿De pruebas?

  • ¡Eso me han dicho! – aclaré -, que después de un tiempo tendría un puesto más que importante.

  • No oyes la radio, ¿verdad?

  • ¡No! – contesté casi con desprecio - ¡Ya sabes el refrán! ¡En casa de herrero, cuchillo de palo!

  • ¿Y en emisora seria… folleteo?

  • ¡Espera y verás!

4 – On Air

  • ¡Eh, tú, Arturo! – se puso erguido - ¡Sale el «deportista»!

  • ¡Buenas noches, señores! – dijo aquel hombre - ¡Supongo que usted es don Arturo! Le deseo un buen comienzo ¡Tito! – miró a mi compañero -; hay cuñas para seis minutos y entra tu sintonía ¡Suerte!

  • ¡Gracias! – nos levantamos - ¡Hasta mañana! (se fue en el ascensor) ¡Vamos al estudio, entramos tras esa horrenda publicidad! Ahora atenúo las luces y mejoramos el ambiente.

Se acercó a unos controles de la pared y las luces bajaron creando un clima que creí que me iba a dejar dormido de aburrimiento hasta las cuatro.

  • ¡Sólo tienes que imaginar que estamos con los oyentes! ¡Hablándoles y poniéndoles música! Hay gente muy sola en sus casas y nos sintonizan; si eres bueno, volverá a subir la audiencia.

  • ¡Ok! – me acerqué peligrosamente a él -; dime lo que tengo que hacer y lo haré ¡Has dicho que me ibas a echar una mano!

Sin previo aviso, puso sus dedos cálidos sobre mi polla con suavidad, sonrió y asintió.

  • ¡Pues claro que te voy a echar una mano! – dijo - ¡Así empezamos todos, chico!

Nos sentamos en unas cómodas sillas en el control; sin nadie más. Unos cuantos discos elegidos para ese programa y algunos apuntes ilegibles que traía en un papel.

  • ¡Vamos! – dijo - ¡Se acaba la publicidad! ¡Entra sintonía! Tienes que pulsar ese botón verde; se iluminará ¡Espera a que te avise, fundes volumen del 1 y esperas a que yo salude! ¡Micro en el canal 2! Súbelo siempre a tope ¡Dale!

Entró una sintonía muy suave ¡Flotante! ¡Larga! Tito me miró y se lamió el labio superior mirándome. Me estaba poniendo nervioso. Después de la larga sintonía, me hizo un gesto con la mano. Subí el 2 a tope y fui fundiendo el 1. Desde aquel momento todo fue muy lento, relajado, íntimo.

  • ¡Buenas noches, amigos! ¿Solos? ¡Vaya! Desde ahora vais a estar acompañados… ¡Por Tito… mmmmmm… y por su nuevo amigo! ¡Arturo! …… ¡Ahora os lo presento! Os gustará su voz. Oiremos esa música que os gusta. Id apagando las luces ¡Vamos a haceros compañía un buen rato! ¡Ya lo sabéis!

Me hizo señas y cerré micro.

Sube sintonía, guapo. En el 3 tienes el primer tema. Cuando acabe la siguiente parrafada, funde, ¿ok?

  • ¡Vale, Tito, me tienes nervioso!

  • ¡Tranquilo, guapo! – me apretó la pierna - ¡Esto es coser y cantar!

Hizo señas para bajar sintonía.

  • ¡Sube 2! – puso su voz muy sensual - ¡Hola, Arturo! ¡Ya les he dicho a los amigos que vendrías hoy! ¿Cómo te sientes?

Impulsado por un sentimiento que me estaba transmitiendo y por el ambiente acogedor de la noche, comencé a hablarle sensualmente.

  • ¿Tú qué crees? ¡Contigo… encantado!

  • ¿Feliz?

  • ¡Más que feliz! – susurré - ¡Ya lo sabes!

  • ¡Sí! – comenzó a cogérmela -; nuestros amigos también lo saben ¿Verdad chicos? Por eso os voy a poner un tema que os va a subir… ¡los ánimos! ¡Dale, Arturo; empieza!

Bajé su micro extrañado.

  • ¡Eh, Tito! – exclamé sensualmente - ¡Me encanta que me la cojas y todo eso, pero has insinuado que empiece yo y estaba el micro abierto!

  • ¿Ah, sí? – me pareció asustado - ¡Ostias, como me haya oído el dire!

  • ¡Pasa, pasa! – me acerqué a él -; este tema es largo ¡Como tu polla! La tienes dura ¿Empezamos, no?

  • ¡Tenemos bastantes minutos, guapo, pero vamos a aguantar un poco para que dure!, ¿vale?

  • Te voy a destrozar, cariño – le susurré al oído - ¡Me vas a estrenar y no sabes cómo me la monto!

  • ¿Ah, no? – dijo insinuante - ¡Demuéstramelo!

  • Te voy a quitar todo esto que te sobra, guapo ¡No te quejes! ¡Vamos a estar muy solos!, ¿no?

  • ¡Claro! – gimió -; tira, tira de los pantalones ¡Ya están abiertos! ¡Estate atento, que cuando acabe la música habrá que poner más!

  • ¡Claro, pero eso será cuando ya estemos los dos bien empalmados! ¡Me estás dando más gusto del que esperaba!, ¿sabes?

  • ¡Pues tú, además de ser comida de los dioses, tienes una polla que la quiero dentro ya!

En eso estábamos, cuando sonó el teléfono. Sin hacerme señas (el micro estaba cerrado), me pasó el auricular:

  • ¡Es para ti! – hizo un gesto de extrañeza -.

  • ¿Sí?

  • ¿Eres imbécil, Arturo? ¿Qué quieres, ponerme en ridículo? ¡Cierra el micro, cabrón, que te estoy oyendo follarte a tu compañero!

  • ¿Quién eres? ¡El micro está cerrado! ¡Lo he cerrado yo!

  • ¡Y una mierda! – gritó - ¡Te he oído follando con ese tal Tito!

No dije nada. Empezaba a imaginarme algo que me pareció una trampa, pero… ¿podría ser aquello mi catapulta de lanzamiento?

  • ¡No sé de qué me hablas, capullo! – le grité al que me llamaba - ¡Por lo menos, te podías haber identificado! ¡Que te den por el culo, cabrón!

Cuando colgué, Tito volvió a mirarme sonriente.

  • ¿Seguimos? ¡Hay cada gilipollas por ahí suelto…!

  • ¡No se te ha bajado nada la polla, nene! – le dije - ¡Déjame estrenarte!, ¿no?

  • No quiero mancharte la camisa, Arturo ¡Quítatela! ¡Voy a poner mis pies sobre tus hombros! ¡Mira mi culo! ¿Te gusta?

  • ¡Vaya! – me excité - ¡Esto hay que estrenarlo, cariño!

  • ¡Pues dame fuerte un poco, se nos va el tiempo y hay que poner otro disco!

  • Pon uno más largo, Tito ¡Cuando todavía no ha entrado, ya se está acabando la música!

  • ¡Me quedaré callado! – dijo susurrando - ¡Mete la siguiente y sigue metiéndomela a mí! ¡Tu polla está que arde!

5 – En el suelo

No sabía qué había estado pasando aquella noche, pero follamos como bestias oyendo música y Tito hablaba sensualmente conmigo a los oyentes. Parecía insinuarles que estábamos haciendo cosas; ¡pero es que estuvimos haciendo cosas!

  • ¡Idiota! – me esperaba Ferrero al salir - ¡Has estado follándote a ese Tito mientras ponías la música y te has dejado el micro abierto todo el programa!

  • ¡No! – lo miré indiferente - ¿Crees que me chupo el dedo? Cuando yo cerraba el micro, no se cerraba uno de ambiente. La gente que está sola en su casa desea compañía, ¿sabes? ¡Nadie me ve la cara! ¡«Arturos» hay bastantes!

  • ¿Me estás diciendo que no te importa follar contándoselo a los demás?

  • ¡Mira, imbécil! – me paré - ¡Me follo a quien me dé la gana y, si me da la gana, dejo que los demás lo oigan! Me huele a que hay algo de eso, pero no estoy seguro ¡Cuando me entere te lo contaré! ¡Deja de sintonizar «Acompañados»! ¡Me parece que es sólo para gays!

Antes de llegar a la esquina, se puso frente a mí un hombre muy trajeado. Me pareció policía secreta; llevaba un cablecillo en el oído.

  • ¡Eh, don Arturo! – dijo - ¿A dónde se cree que va?

Me asusté enormemente.

  • ¡Voy a casa! – le dije - ¡He terminado mi trabajo!

  • ¡Lo sé, don Arturo! – contestó inexpresivo -; lo he oído. Pero me parece que no sabe usted que debe volver a la emisora. Don Juan le espera para tener unas palabritas con usted.

¡Oh, no, Dios mío! El director tenía que haber oído aquello. No sabía si era una broma o parte del programa o un fallo, pero por las palabras del poli me dio la sensación de que se acabó mi trabajo.

Abrí yo mismo, sobre las cinco de la mañana, la puerta lacada del despacho del director. Entré cabizbajo, pero jamás arrepentido de lo que había hecho.

  • ¡Buen trabajo, don Arturo! ¡Nunca he oído una emisión como la de hoy! ¡Tan natural como si estuviera ahí, follando con Tito! Tengo buenos chivatos para saber la audiencia, ¿sabe? El gilipollas que tuvimos que echar hace dos días, nos arruinó el programa. Hemos empezado con una audiencia mínima y, en menos de un minuto, estaba superando la audiencia que tenía anteriormente ¡Siéntese! – no sabía que decir - ¡Duplíqueme la audiencia en una semana y cobrará el doble al final de esta! ¡Dos mil! ¿Qué?

  • ¡Es mi trabajo, señor! – le dije cabizbajo -; me alegro de que le haya gustado y puedo asegurarle que… puedo asegurarle que lo que ha oído no era teatro. Seguiré así. Me gusta Tito y yo le gusto. No nos importa hacer partícipes a los demás y «acompañarlos» en sus noches solitarias.

  • No le como la boca al profesor que me dijo que le contratara, Arturo – rió -, porque no me gusta… ¡pero no he oído nada parecido en esta emisora desde que la fundé! ¡Lo dicho! Siga así, porque ha remontado la audiencia en minutos; suba la audiencia y subiremos el sueldo ¡Esta misma semana!

6 – Fame

  • ¡Me has engañado, Tito, pero qué engaño más bonito me has hecho! ¡Te quiero y sé que me quieres! ¡Ahora es decisión de los dos seguir o parar!

  • A mí no me importa seguir – dijo -; no voy a perderte, amor.

  • ¡No, no vas a perderme! – susurré - ¡Te follaré todas las noches, haremos felices a muchos y viviremos juntos! ¡La audiencia se ha duplicado!, pero no sólo por mí; ¡eres un genio!