Sin verguenza

Un poco de humor tampoco va mal en un relato erótico.

Sin vergüenza

1 – De un chalet a otro

Se fueron mis padres a la ciudad toda la semana y preferí quedarme en la casa estudiando. Como soy un poco miedoso, me sentía más seguro teniendo mi coche en el garaje. La urbanización no estaba muy lejos, pero se quedaba casi sola toda la semana.

Estudié bastante los primeros días. Ni estaba el ambiente para bañarse en la piscina ni me apetecía demasiado ir a dar una vuelta en bicicleta. Salí a la terraza y noté que no hacía viento frío y, como no había nubes, la luz del sol daba calor.

Subí corriendo a mi dormitorio y me quité la ropa que tenía de estar en casa y me puse unas calzonas y una camiseta de deporte. Pensé que estaría más cómodo con mis zapatillas. Pensaba darme un paseo por las calles solitarias de la urbanización. Me hice un sándwich vegetal y salí de allí dejando la puerta bien cerrada y echando el pestillo de la cancela.

Miré a un lado y a otro y me puse a caminar despacio hacia la parte más larga de la calle. Me comí todo de un bocado, pero olvidé haberme llevado algo de beber. No pensaba que iba a hacer tanto calor. Fui mirando por las bocacalles solitarias. Ni siquiera había coches aparcados. Todo el mundo estaba en la ciudad y si había alguno, estaría metido en el garaje; como el mío. A media calle me pareció ver a alguien moverse y entré por allí para ver qué hacía. Cuando me acercaba a él, se volvió y me sonrió. Era el hijo del doctor Barney, que parecía estar intentando echar un alambre por encima de la verja.

  • ¡Hi! – me saludó –

  • ¡Hi! – le contesté - ¿Necesitas algo de ayuda?

  • Mejor – dijo -, llevo toda la mañana poniendo este cable.

  • ¿Es un cable? – le dije -; supongo que no tendrá electricidad

  • ¡No, no! – rió -, es un… alambre. Sujeta un toldo que hay por dentro. Lo he quitado y ahora no puedo ponerlo. Mis padres se enfadarán.

  • ¿Quieres que te ayude?

  • ¡Oh, gracias! – me dio la mano -; mi nombre es Fred ¿Cuál es tu nombre?

  • Soy Pedro – lo miré fijamente -; te conozco de verte por aquí.

Se agachó a coger el cable y pude observar sus calzonas ajustadas a un precioso culo redondeado y sus piernas de vello rubio. Cuando se levantó, vi por primera vez su belleza. Tenía algunos rasgos americanos, su rostro era fino, su piel clara, sus ojos claros y expresivos y llevaba una camiseta de colores y un collar con cuentas de donde colgaba un anillo.

  • ¡Mira! – dijo -; he querido sacar el cable para poner este final en ese final.

  • Es un tensor – le dije -, habría que tirar bastante del alambre para engancharlo. Me parece que se haría mejor desde dentro.

  • Sí, sí, eso es – contestó -; yo he pasado el cable afuera, pero creo que es mejor adentro.

Su acento me encantaba. Hablaba muy bien en español, pero algunas de sus consonantes eran inglesas y sus frases, a veces, parecían estar traducidas en el momento.

  • Let me help you!

  • ¡Ohhh, thanks! – se rió - ¡Tu hablas un inglés muy bueno! Pero hablamos mejor español. Necesito practicar más. Pondré el… ¿alambre?... para el otro lado y pasamos al jardín para ponerlo ¿Sí?

  • ¡Claro que sí! – le dije -, lánzalo con fuerzas y lo pasas al otro lado.

Al levantar su brazo para echar el cable por encima de la verja, pude ver su cintura y me pareció que si seguía viéndole más cosas, iba a tener que disimular un bulto que me iba a salir entre mis piernas.

2 – Dentro del chalet

Entramos en el jardín de su casa y vi que había colocado dos mesas cerca de la verja.

  • ¿Estas mesas para qué son? – le pregunté -.

  • Ammm… - pensó un poco -, son para comer. Las puse aquí, un poco separadas, para subir encima ¡Mira!

Se subió en una mesa, agarró el cable y puso un pie en la otra para quedar en medio y, supongo, pasar luego a la otra.

  • Es preciso tirar y enganchar aquí en medio – dijo -; luego paso a la otra mesa y pongo el final en el otro lado.

  • Está bien pensado – le dije -, pero me parece que estas mesas de plástico son muy endebles.

  • ¡Ah, sí! – contestó sonriendo -; eso es verdad. Cuando he puesto un pie aquí y otro allí, las mesas se mueven a los dos lados.

De un salto bajó y se puso junto a mí.

  • ¡Bien! – le puse la mano en el hombro -, la idea es buena pero necesitas un poco de ayuda ¡A ver…! ¡Súbete primero a esta!

Casi de un salto, se subió a la primera y se puso en el centro.

  • ¿Ves ahora qué? – me dijo -; en el centro no pasa nada, pero si voy a la otra se mueve mucho. Necesito una ayuda en esto.

  • ¡De acuerdo! – me mataba mirarlo desde abajo -, yo te ayudaré.

  • El primer fin ya está en su sitio – dijo -, es necesario ahora poner el centro. ¿Puedes tomarme por las piernas? No quiero caer al suelo.

  • ¿Qué te tome por las piernas? – pregunté casi temblando -.

¡Vamos, sí! – me miró sonriente -. ¡Tómame por el medio de las dos piernas, sinvergüenza!

Me eché a reír, no pude evitarlo. Me miró con extraño.

  • ¡Oh, perdón! – exclamó - ¡He dicho algo mal!

  • Sí y no, Fred – le expliqué - ¡Verás! Has hecho un juego con las palabras. Si dices ¡Vamos, sin vergüenza! Quieres decirme que no tenga vergüenza en tomarte por las piernas, pero si me dices ¡Vamos, sinvergüenza!... Es difícil.

Volví a reírme y le expliqué el resto.

  • Ya sabes algo más – le dije -, no es lo mismo «sin vergüenza» que «un sinvergüenza» ¿Comprendes?

  • ¡Oh, sí! – miró hacia abajo -, lo siento. Creo que no he dicho lo correcto.

  • ¡Vamos, Fred! – le sonreí -, no pasa nada. Te he entendido, pero ahora ya lo sabes para otra vez.

  • ¡Gracias! – sonrió -. Ahora puedo pasar la otra pierna a la otra mesa y tú puedes tomarme por las dos piernas para no caer. Sin… vergüenza. ¡Yo no tengo vergüenza!

Tuve que aguantar otra vez la risa. Lo entendía perfectamente, pero daba la sensación de que estaba diciendo otra cosa. Lo miré sonriente y subí mi mano poco a poco hasta su entrepierna poniéndola como el asiento de una bicicleta, para aguantar su peso.

  • ¡Así, así es! – dijo - ¡Hm, lo estás haciendo muy bien!

No sabía si taparme la boca para que no me viese reír o taparme el bulto que levantaba la tela de mis calzonas. Mi mano estaba agarrándolo y empujando hacia arriba justo por su entrepierna con la palma hacia su parte delantera, pero para poner las cosas más interesantes, cuando se movió para enganchar el cable allí, se le salió la polla por un pernil. La verdad es que me pareció que estaba un poco empalmado.

  • ¡Oh, perdón! – miró hacia abajo -. Yo espero que no te importe tocar ahí.

  • ¡No, Fred! – miraba arriba como el que ve una aparición -, no te preocupes, no me importa nada tocar tu cuerpo.

  • ¿Es eso cierto? – dijo trabajando -. A mí me gusta que toquen mi cuerpo.

  • ¡Ah, entiendo! – le eché morro -, si quieres puedo tocarlo un poco más.

  • ¡Bien! – dijo -, me gustas mucho cómo lo estás haciendo, pero primero necesito poner esto aquí. ¡It’s all over! Ahora sigue cogiendo hasta pasar a la otra mesa.

  • Sí, sí – le dije -, cogeré hasta que tú quieras ¿Vas bien?

  • ¡Oh, sí! – rió -, todo se va tensando hasta el fin.

Pasó a la segunda mesa manteniendo el cable tenso, pero no le solté la polla; se había empalmado. Me miró sonriente.

  • Me gusta eso que me haces – dijo - ¿Puedes seguir más hasta que yo lleve el fin a su sitio?

  • ¡Claro! – le dije -; todo el tiempo que quieras.

  • Ya está lo más tenso – dijo -, ahora un poco de fuerza y ya está ¡Ya está dentro! ¡Oh, thanks God!

Volvió a bajar de la mesa y no se metió la polla en las calzonas. Me quedé embobado mirándosela y me sonrió. Me echó el brazo por encima y me llevó hacia la casa, pero a mitad del camino, me miró muy de cerca sonriendo y puso su otra mano sobre mi polla.

  • ¿Ves ahora? – dijo -; todo está tenso ¡Tú también! ¿Eres sin vergüenza o un sinvergüenza?

Le costaba trabajo decir aquello para que pareciese algo distinto, pero le dije riéndome:

  • ¡Verás!, en realidad soy un sinvergüenza sin vergüenza.

Se echó a reír, pero con aquella tontería me estaba magreando, así que si él no tenía vergüenza ¿por qué la iba a tener yo? Le metí mano con la derecha y lo agarré con la otra por la cintura.

  • ¡Espera, espera! – miró alrededor -; siempre parece que no hay nadie, pero a la gente de aquí le gusta mirar. Entra en mi casa ¡Vamos!

Dentro de su casa había un ambiente fresco muy agradable. Cerró la puerta y tiró de mí apretándome a su cuerpo. Nos besamos durante un buen rato. Tenía un manejo de la lengua poco normal y me acariciaba con mucha delicadeza. Me soltó y tiró de su camiseta y se acercó a mí y tiró de la mía. Luego, se agachó un poco y me bajó las calzonas haciendo un gesto para que levantara los pies para poder sacarlas. Finalmente, pude verlo frente a mí totalmente en pelotas.

  • ¡No te acerques, Fred! – le dije -.

  • ¡Oh, perdón! – se tapó la polla -, pensé que tú querías

  • ¡Sí, sí! ¡Claro que quiero! – le sonreí -; pero me gustaría ver tu cuerpo un poco ¿Puede ser?

  • ¡Ah, claro que sí! – sonrió -, esto aprovecho para ver el tuyo. Tienes una polla muy morena y muy bonita.

  • ¿Sabes lo que es una paja? – pregunté -.

  • ¿Quieres una paja?

  • ¿Sabes lo que es?

  • ¡Sí, sí! – dijo -; sé todas palabras sobre sexo ¿Y tú?

  • ¡Por supuesto! – le dije sudando -, pero no esperaba empezar una relación así; tensando un cable. Tengo sed ¿Te importa darme un vaso de agua?

  • Siéntate en el sofá y espérame, darling – dijo yendo a la cocina -; te traeré una Coca-Cola fría.

Trajo dos refrescos y comenzamos a beber mientras nos tocábamos las pollas y entrelazábamos nuestras piernas.

  • ¿Tienes vergüenza del sudor? – preguntó -.

  • No se dice así – le sonreí -, pero te he entendido. No me importa que estemos sudando.

  • Cuando ya no estés sediento – me susurró -, voy a comerte la polla.

  • Y yo a ti – eché mi cara en su hombro -; déjame beber sólo un poco más, por favor, pero haremos todo lo que tú quieras, sin… vergüenza. Me gusta que no sientas vergüenza… Y ¿Qué más sabes hacer?

  • Me gusta hacer todo – me besó en la frente -, pero necesito descansar un poco entre una cosa y otra.

  • ¡Yo también, es normal, hombre! – besé sus labios -. Te decía eso porque me gustaría hacerlo todo contigo. No podía imaginarme que iba a conocer a un chico gay y tan guapo de esta forma.

  • ¡Quédate en casa a comer y dormimos juntos! – me miró ilusionado -.

  • Sí – le dije -, pero necesito ir antes a casa a por el teléfono. Si llaman mis padres y no lo cojo se van a asustar.

  • Podemos dar un paseo a tu casa – dijo pensativo -, nos comemos allí la polla y te traes el celular.

  • Pues de aquí a casa hay tiempo para reponerse – le hablé besándolo -, así que podemos hacernos ahora una paja, damos el paseo, nos la comemos allí y volvemos.

Soltamos las latas inmediatamente en la mesita y comenzamos a pajearnos con fuerza hasta que nos corrimos los dos. Nos abrazamos sonrientes acariciándonos. Fue a por una toalla, me secó y se secó. Nos pusimos en pie y nos vestimos. Dimos un paseo a casa mirándonos como enamorados, aunque yo pensaba que aquello no era más que una aventura.

3 – Novedades no tan nuevas

Paseamos cogidos de la mano y mirándonos como dos enamorados. No había nadie. Sólo en cierto momento, oímos acercarse una moto y nos soltamos. Cuando se fue, seguimos agarrados hasta casa. Incluso en cierto momento, me miró los cabellos, se paró y me los peinó un poco con su otra mano.

  • Eres más guapo – dijo -; no quiero hacer esto con un español cualquiera, pero tú no eres un español cualquiera. Yo conozco españoles y todos son ¿con vergüenza? ¡No me gusta la vergüenza!

Llegamos a casa y entramos al jardín. Al acercarnos a la puerta, me pareció oír el teléfono y entré rápidamente a cogerlo. Fred se quedó esperando en la puerta y descolgué a tiempo.

  • ¿Estabas en el jardín, hijo? – preguntó mi madre -; has tardado en cogerlo.

  • Sí, mamá – le contesté -. Está el día muy bueno y se me ha olvidado aquí dentro cuando salí.

  • ¿Cuándo saliste? – se extrañó - ¿A dónde has ido si no hay nadie?

  • Salí a dar un paseo – le expliqué -; no está esto tan solo.

  • ¡Ten cuidado! – me dijo asustada -, los chorizos aprovechan ahora para asaltar las casas.

  • He cerrado muy bien, mamá – dije -, pero me he entretenido un rato en casa del doctor Barney. Su hijo también está aquí.

  • ¿No estará en casa, verdad? – me gritó - ¿Es que no sabes que ese Fred es maricón? ¡Es un sinvergüenza! ¡Seguro que ya te ha tirado los tejos! ¡Te va a pervertir!

  • ¡Cálmate, mamá! – le grité -; estoy en casa y no me va pasar nada ¿Te enteras? Ya soy mayorcito para saber con quién estar – miré de arriba a abajo a Fred y me acerqué a él -.

  • ¡Ten cuidado, hijo! – terminó -; y mejor que no salgas de casa.

  • ¡Dame un beso! – dije -.

  • Un beso, hijo. Adiós.

Fred, al oír lo del beso, se volvió y me besó y me comió la boca de tal forma que tuve que tirar de él para que entrase en la casa.

Pasamos a la cocina abrazados como dos tortolitos recién enamorados, pero mi madre había creado en mí una enorme duda: ¿Sería verdad que Fred era tan peligroso? ¿Por qué sabía mi madre que era gay?

Lo miré sonriente y quise saber algo más.

  • ¿Conoces a mi madre, Fred?

  • Sí, sí – me besó -, pero te prefiero a ti. Tu madre me ofendió un día porque la pisé descuidado. Me gritó «maricón» en la calle.

  • ¿Maricón? – exclamé - ¿Y tú qué le contestaste?

  • A ti te quiero mucho; el más – me tomó por la cintura -, pero a tu madre no quiero verla.

  • ¿Pero qué le contestaste?

Pensó un poco, me miró sonriente y dijo:

  • Pues le dije… «¡No me ofende usted señora, soy maricón! Y yo creo que no la ofendo si la llamo maleducada».

Le sonreí.

  • Si ya sabía más cosas, le hubiera dicho «sinvergüenza».

Me eché a reír y supo que no me importaba lo que pensara de mi madre. Le propuse llevarnos algo de comer y beber, pero me dijo que en casa tenía de todo. Por mucho que lo miraba, por mucho que hablábamos, Fred seguía pareciéndome un encanto. Ni me consideraba un idiota, ni me equivoqué. Mi madre tuvo que pasarse y tuvo la respuesta adecuada. Quizá otro no le hubiese contestado con tanta diplomacia.

4 – La casa del sinvergüenza

Volvimos despacio de la misma forma; mirándonos sonrientes y cogidos de la mano. Cuando entramos en su casa, me abrió la puerta con cortesía y me hizo pasar primero. Fuimos a la cocina besándonos y acariciándonos. Me cogió la polla y me miró riéndose: «Soy un sinvergüenza. Esta es tu casa».

No. No era un sinvergüenza; era un chico sin vergüenza. Sin vergüenza a que le tildasen de maricón, sin vergüenza a que le tocasen cualquier parte de su cuerpo por ser necesario, sin vergüenza a contestarle a una señora (mi madre) la verdad, cuando lo había ofendido.

Comimos algunas cosas muy ricas que había preparado su madre y descansamos un poco en el sofá abrazados. Hablamos lo suficiente para que yo me diese cuenta de que no era un tío de esos que se acuesta con el primero que se lo propone, sino que era un chico sin vergüenza, que había encontrado a alguien que le ayudó y que le gustaba y… acabó diciéndome que necesitaba estar conmigo. Lo miré casi asustado, pero la verdad es que yo deseaba estar con él todo el tiempo que pudiese.

Echó su cabeza sobre mis calzonas y comenzó a acariciarme las piernas subiendo poco a poco hasta encontrar mi polla erecta. Me miró como si me pidiera permiso, tiró de los elásticos hacia abajo y comenzó a mamármela. Noté entonces que no era un experto y le agarré con cariño la cabeza.

  • ¡Espera, Fred! – le dije -.

  • ¿Vas a correr ya?

  • No, darling – apoyé mi cabeza en la suya -, sólo quiero decirte dos cosas. Una, que la vergüenza la tienen los que dicen que no la tienen. Tú eres mi sinvergüenza preferido. Sé que no voy a encontrar a otro como tú. La segunda cosa, es que no quiero que pienses que yo soy como mi madre

  • ¡Pedro! – sollozó -; yo no he dicho esa cosa.

  • Lo sé, darling – acaricié su pelo -, no me lo tomes a mal, pero me gustaría enseñarte a mamarla para mí.

  • ¿No te gusta cómo hago? – se entristeció -.

  • Sí, darling, sí – lo besé -, porque me estás demostrando que no eres un maricón que se va con cualquiera para follar o pasar un rato.

  • ¡No, no, no dices eso! – grito -; ¡Te quiero a ti!

  • I only Love You too ¡Come on!

¡Hear me out! No te estoy mintiendo. Te quiero sólo a ti.

Me miró asombrado.

  • ¿Y por qué no quieres que siga mamando? – dijo - ¿Te molesto?

  • No, precioso. No me molestas – le acaricié la barbilla -, pero voy a enseñarte cómo hacerlo bien y, si es necesario, voy a enseñarte muchas cosas más. Cosas para que seas feliz y para que me hagas feliz. Sigue, sigue mamando, pero ten cuidado de no hacerlo rápidamente, sino para disfrutarlo tú mismo. Y debes cuidar mucho de no rozar con los dientes en mi polla. Eso produce una mala sensación ¿Comprendes? Déjame que yo te la mame antes, si quieres, y te diga cómo hacerlo.

  • ¿Me enseñarás? – se ilusionó - ¡Aprenderé para ti!

Cuando hicimos casi de todo, me di cuenta de que no era un experto en mamadas ni en nada. Era el sinvergüenza más bonito que había encontrado en mi vida.