Sin ti los minutos me parecen años

Esta es la continuación de "Provocativo", los tres 1º capítulos no tienen sexo pero si mucho sentimiento. El 4 es, a mi juicio, simplemente incendiario. Hyoga e Ikki... de nuevo.

SIN TI LOS MINUTOS ME PARECEN AÑOS

Fue un polvo glorioso. Y un te quiero tan lleno de promesas que pareció real. Casi tangible. Pero después... después todo se desvaneció como un azucarillo en agua. El rubio solo podía pensar en lo estúpido que había sido intentando capturar alguien tan esquivo como el fénix. ¡¡¡Pero qué imbécil!!! ¿Cómo le dijo? Aposté lo más valioso que tenía en una única jugada, su corazón y alma. Ikki le dijo que había ganado pero no... no fueron más que palabras dichas en un momento de lujuria.

Y dolía. Dolía más que cualquiera de las heridas físicas que le infligieran en las duras batallas del pasado. Dolía tanto que a veces creía que le faltaba el aire y se ahogaba. Pero como digno representante de la casa de Acuario fingía que estaba bien. Colocándose la máscara que siempre había llevado, que le permitía aislarse de los demás y que no vieran lo que realmente sentía. Lo que sufría. No por vergüenza sino por miedo a que las muestras de cariño que sabía que los chicos le profesarían provocaran que se hundiera en un abismo del que sabía que, esta vez, no saldría.

Hyoga Kido, ojos azules, cabellos rubios recién cortado pero aún con el suficiente largo como para que si su amante quisiera perdiese sus manos entre aquel indómito pelo, reflejo del mismo corazón que latía en el pecho de su propietario. Cuerpo delgado pero firme, elástico, fuerte, con manos finas y delicadas. Las manos de un guerrero y de un pianista. De un hombre que había luchado por que el mundo viviera en paz, que había estado dispuesto a dar una vida recién estrenada para conseguirlo. Y que ahora se preguntaba el porqué de que hubiera salido respirando de todo aquello para afrontar una situación para la que no sabía donde hallar las fuerzas.

Sentado a la sombra de uno de los árboles de la mansión intentaba concentrarse en los apuntes que tenía delante. Buena idea la de Saori. Que sus caballeros se preparasen para dirigir la fundación, darles estudios y las herramientas para poder manejarse en un mundo que, desde luego, se les antojaba más complicado de lo que habría cabido esperar. ¿Quedarse como niños ricos para vivir de la fortuna familiar sin merecerse el derecho a haber sobrevivido a la guerra? No, ella les dijo que aquello no era para sus hermanos. Se empeñó en que rebuscaran en su interior y decidieran qué querían hacer con sus futuros. Ella sufragaría sus carreras o lo que quisieran hacer. Pero el futuro era de ellos y tenían que cogerlo firme con ambas manos y caminar hacia él sin titubeos.

Saori les dijo que estaba orgullosa de ellos y que lo estaría siempre. Pero que no pensaba sufragar la vida contemplativa de nadie. Así que en octubre del año anterior Hyoga se plantó en el área administrativa de la universidad, solicitando inscribirse en el Instituto de Investigación Oceanográfica. Él era el único al que su maestro en la orden de caballería había exigido que estudiase durante su entrenamiento, las palabras de Camus a su reiterativa pregunta sobre porqué tenía que leerse todos esos enormes libros y examinarse después de lo que había en ellos fue; no vaya a ser que sobrevivas

... Como siempre el otro había tenido razón.

Y ahora, la época de exámenes era un bienvenido alivio para su atolondrada cabeza. Llena de imágenes de su cuerpo sobre el suyo. De piel con piel. De labios devorando los suyos. De sentimientos y sensaciones que habían salido por la ventana la siguiente mañana del mejor polvo que había podido vivir jamás. Porque no había sido solo un polvo. Ikki y él habían hecho el amor. E Ikki lo había destruido todo huyendo... como solía hacer siempre.

El ruso suspiró apretándose los ojos con dos dedos. Pugnado por evitar las lágrimas que amenazaban con mojar sus mejillas. No iba a llorar. No iba a hacerlo. Levantó la cabeza para mirar al cielo y su rostro adquirió un inusitado color rojo. Saori estaba frente a él mirándole con una sonrisa. Se acuclilló frente a él.

  • ¿Eres mi hermano? - le preguntó ella. Hyoga frunció el ceño.
  • Eres mi dio... - la muchacha acalló la respuesta poniendo su suave mano sobre sus labios. Y se lo volvió a preguntar.
  • ¿Eres mi hermano? - Hyoga la miró indeciso, tras unos segundos una tímida sonrisa asomó.
  • Sí.
  • ¿Y sabes lo mucho que te quiero?
  • Tanto como puedo quererte yo a ti... - fue la repentina y sincera respuesta del rubio hacia la chica en cuyo cuerpo vivía una diosa. Pero sí, al margen de eso, Saori era su hermana. Le había dado un hogar, una familia. Cosas que no creyó fuera a tener nunca después de perder a su madre. Y la quería con toda su alma.
  • No nos alejes, Hyoga. Apóyate en nosotros, déjanos ser tu sostén. Deja que él vuelva a ti...
  • No lo hará...
  • ¿No te han enseñado todos estos años pasados a creer en lo increíble? E Ikki es increíble. - Hyoga rió suavemente estando de acuerdo con ella.
  • ¿No lo ves mal?
  • ¿Cómo puede ser mal visto el amor? Se dará cuenta, se dará cuenta de lo afortunado que es y regresará. Te lo prometo. Pero mientras déjanos ser tus hermanos. Déjanos cuidar de ti. No nos alejes. - el norteño notó un nudo en la garganta. Los ojos le escocieron, su cuerpo se movió imperceptiblemente. La joven agarró una de sus manos y tiró de él para envolverlo entre sus brazos. Ante aquel abrazo protector Hyoga se rindió, ocultando su rostro en el hombro de su diosa, de su hermana descargó en forma de lágrimas el dolor que atenazaba su corazón. Y ella le sostuvo. - Eres humano, Hyoga. Eres humano. Y te quiero. Y te prometo que mi amor no se desvanecerá mañana. Como tampoco lo ha hecho el de él.