SIN TECHO NI FONDO (parte 4)

Dudas, celos, amor, traición.

CAPITULO CUARTO

Amo la traición, pero odio al traidor.

Julio Cesar – Emperador Romano

CAPÍTULO 25

BARAJAS MARCADAS

-¡Andrés! ¿Querido amigo cómo estás?, café cortado para el también, dice Muriel al camarero mientras se acomodaba en la silla.

-Hace mucho que no te veía ni sabía nada de ti, llegué a pensar que nuevamente te habías perdido con alguien y desaparecido otra vez en alguna isla paradisiaca. ¿Dónde te habías metido mujer?, respondió Andrés sorprendido.

-Ojala hubiese sido eso, dice con cierto dejo de tristeza y nostalgia. Aquí estoy como me ves, trabajando como nunca y dedicada a acompañar a mi padre.

Ya no hay mucho que hacer con su cáncer y este último tiempo la maldita enfermedad se ha ensañado con él y le ha hecho muy duro el camino. Cada vez responde peor a la quimio.

-Putas, que mal rollo Muriel, lo siento mucho. Sabes de sobra y no lo tengo para que repetir; si necesitas ayuda o lo que sea, solo me tienes que  llamar y ahí estaré para ti, para eso estamos los buenos amigos.

-No sabes cómo te lo agradezco Andrés; gracias. Pero ahora no quiero hablar de eso, mientras esboza una sutil y extraña sonrisa.

-¿Qué ha sido de tu vida, Andrés? Ahhhh ¿Y Fabiola?, como vas con ella, ¿lograron solucionar vuestros problemas?

-No me digas nada, Muriel, respondió Andrés algo molesto. La verdad es que no hemos solucionado nada y no tengo idea de nada: no sé qué mierda está pasando. Es un laberinto de respuestas que no me da para armar el puzle completo. Si sumara todo como está hasta ahora y pensara con cierta lógica, todo indicaría que anda enrollada con otro tipo, pero tampoco puedo ser tan tajante al suponer algo así porque también hay indicadores que dicen otra cosa.

  • Además con este puto trabajo que me tiene loco viajando para todas partes, no me he podido sentar tranquilo a analizar fríamente la situación.

-Aunque debo reconocer que le he tenido bastante abandonada este último tiempo, dice Andrés. Pero cuando la he buscado, ella me ha evadido. No logro entender que si anda en otra cosa, ¿Por qué no me lo dice y ya está? Fin de la historia.

Pero no; la noto asustada, como si quisiera decir algo pero siempre termina por callarse. La verdad, amiga, esto me tiene desconcertado; no tengo idea que chucha pasa.

-Bueno querido Andrés, por eso estás aquí; levantó la taza de café mirándolo a los ojos.

-Tengo buenas noticias, ¡nos podemos volver a encontrar en mi departamento los tres! ¿Qué te parece la novedad?

-¿En serio? Joder, ¡me parece fantástico! ¿Cómo lo lograste Muriel?

¡Jajajajaja!, ¡Andrés no olvides que soy Abogada! y de las mejores. ¡Recuérdalo siempre!; argumentos nunca me van a faltar. Además, Fabiola también quiere retomar su relación contigo.

-Sus rollos, sus líos y sus historias no son de mi incumbencia ni me interesan; solo les doy un empujoncito para ayudarlos, dice Muriel.

-Te pasaste amiga, gracias.

-¡Ya! Menos drama y vamos a lo que nos convoca. Confirmado: el próximo viernes en mi departamento a las diez.

-¿Te parece querido?-

-¡Obvio que si, por supuesto que voy!, respondió Andrés, entusiasmado con la invitación. No sabes cuánto agradezco lo qué haces por mí; bueno, por nosotros.

-Andrés, mi amor, ¡nada de agradecer! Aquí ganamos todos, tú, yo y supongo que también Fabiola; una noche de juerga entre amigos siempre es bienvenida.

-¡Perfecto entonces! El viernes te espero, responde Muriel, mientras se levanta de su silla y se dispone a pagar la cuenta.

-¡Qué haces mujer! Yo invito, dice Andrés, mientras le daba el acostumbrado beso en los labios como despedida.

Sin duda Muriel había conseguido reencontrarnos, pero lo que no sabíamos era que su plan estaba recién comenzando.

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Durante los días siguientes  Muriel se comportó con una naturalidad fuera de serie, como si el mundo lo tuviera a sus pies.

Si bien no nos vimos durante todo ese tiempo, sí estuvo a diario pendiente de mí. Sobre todo de mi relación con Andrés, hasta que una mañana me llama y me dice;

-Fabiola, me dice del otro lado del teléfono. Mañana por la noche Andrés vendrá a casa y como sé que no tienes turno, te pregunto; ¿te gustaría venir?

-¿Amiga, es verdad lo que dices? ¿Lo lograste convencer de que repitiéramos nuestro encuentro?-

-¿Acaso lo dudaste alguna vez, Fabiola? Por supuesto que pude, no fue fácil convencer a Andrés de que nos juntáramos todos de nuevo, está con muchos resquemores al respecto, pero sé lo importante que es para ti volver a verlo, querida, así que hice mi mejor esfuerzo para lograr que viniera y  por mucho que te am… disculpa, que te quiera, no puedo hacer menos por ti y por vosotros -.

-Merecen una nueva oportunidad, ¿supongo que también vienes?

-Muriel, por supuesto que voy, respondo con asombro. No sabes cuánto agradezco lo qué haces por mí. De verdad, muchas gracias.

-Deja los sentimentalismos de lado Fabiola. Te espero y no olvides que esto es por ti y para ti, querida.

No lo olvidaré, amiga, lo prometo, respondí ansiosa y agradecida.

No pude negar que durante todo el día estuve inquieta y sorprendida con la invitación de aquella noche.

No veía a Andrés desde aquel encuentro en el que fue insistente en encontrar el motivo de mis silencios. Pero que no logró obtener respuesta. De eso ya había pasado un siglo.

También lo sentía distinto, si bien no distante y podía reconocer que sus silencios eran más prolongados, esos momentos de plenitud, abrazados después de hacer el amor, ya no tenían ese sabor de complicidad que antes tanto disfrutábamos.

Siempre tuve esa deliciosa sensación de que su piel y la mía hablaban por nosotros, pero este último tiempo ya no se comunicaban.

Deseaba tanto poder decirle la verdad, contarle que tenía una especie de relación con alguien pero que no era otro hombre sino su mejor amiga.

Quizá si hubiera insistido lo suficiente, estoy segura que me hubiese sincerado y por Dios que lo habría agradecido.

No servía para para tener una doble vida. Temía la reacción de Andrés si se llegaba a enterar que lo había traicionado, que había roto mi compromiso de lealtad y fidelidad. Por ese motivo nunca se lo dije. Iba a dejar que las cosas se enfriaran con Muriel y volver a estar con Andrés en cuerpo y alma, tal como lo era antes. Él nunca debía saber de mi aventura. Mi conciencia se encargaría de castigarme diariamente con el rigor que merece tal acto de deslealtad.

El viernes por la noche después de salir de turno me dirigí al departamento de Muriel. Llevaba una botella de vino y el vodka favorito de Andrés. Sabía que además de cerveza, en ocasiones muy especiales, esa bebida rusa combinada con tónica era la predilecta del que había sido mi Amo.

Al llegar a conserjería me iba a anunciar y de sorpresa siento una voz profunda, conocida, a mis espaldas.

-Buenas noches, al piso 10 con la señorita Muriel Alzola-

Se me estremeció desde el vientre hasta la última neurona del cerebro. Escuchar de pronto a Andrés fue como un golpe de corriente que estalló en mis oídos y bajó rauda por cada fibra de mi piel.

Al voltear no pude evitar sonrojarme, y al ver mi cara de sorpresa sonrió y me dio un abrazo prolongado y me susurró al oído:

-Qué guapa estas Fabiola, Mmmmm ese aroma no sabes cómo me enciende.

Quede atrapada entre sus brazos y el hecho de sentirlos tan cerca, rememorando en fracción de segundos otros momentos similares,  la humedad entre mis piernas se empezó a hacer evidente.

Tomamos el ascensor y presionó el botón para cerrar las puertas pero no el que marcaba el piso 10.  Quise marcar sobre la marcha el piso correspondiente pero Andrés, sonriente, me detuvo y sentí su mano cómo se deslizaba entre mis piernas.

Llevaba vestido, no llevaba ropa interior y él lo sabía.

-Así me gusta guapísima, nunca olvides como debes estar –

Estaba tan nerviosa que no sentí el viaje; fue demasiado rápido y las puertas se abrieron al instante.

Para nuestra sorpresa, Muriel nos estaba esperando a la salida y no pudo evitar su asombro al vernos juntos.

-¿Vaya?, ¡qué alegría volver a veros nuevamente!, nos mira y nos dice con una sonrisa. ¡Espero que no hayan empezado la fiesta sin mí!

¡Pasen, no sean tímidos, vamos! Mientras tomaba del brazo a Andrés quedando así una a cada lado.

No se podía negar la calidad de anfitriona que tenía Muriel. Cuando se esmeraba en atender a sus invitados era notable y esta ocasión no era la excepción.

No fue fácil en un principio distender el ambiente. Podía notar que Muriel estaba muy atenta a que Andrés se sintiera cómodo.

Vi como sutilmente le acariciaba su entre piernas mientras le pasaba una copa de cerveza. En ese momento no le di mayor importancia al gesto porque lo sentí como parte de sus códigos internos de confianza, pero no dejó que íntimamente me hiciera sentir incomoda. Me parecía extraño y poco frecuente ese nivel de intimidad entre ellos y más aun viniendo de parte de Muriel.

Ya pasada la medianoche, después de una magnifica cena y con varias copas en el cuerpo, Andrés se sienta en el sofá con los brazos abiertos y exclama;

-¡Bueno mis mujeres!, ¿qué sorpresa me tienen preparada para esta noche?

-¿Sorpresa? pregunta Muriel mirando directamente a Andrés mientras me toma por la cintura, me agarra y me acaricia el culo. Ninguna sorpresa amigo mío, solo una invitación a recordar viejos tiempos, ¿cierto Fabiola?

-Sí, claro- respondo algo confundida y desconcertada, tratando de evitar sus caricias.

-Chicas, relajémonos y vengan, siéntense cada una a mi lado, dice Andrés mientras se acariciaba su entrepiernas que ya daba indicios de estar excitado.

-¡No querido, no tan pronto! Luego, responde Muriel mientras por sorpresa me besa apasionadamente.

No me resistí ante su iniciativa y respondí con la misma intensidad.

Pude sentir su lengua traviesa entre mis labios intentando abrirme la boca. De una sola vez le quite la blusa dejando al descubierto sus pechos y al acariciarlos pude evidenciar cómo sus pezones estaban duros con  solo rozarlos.

Envueltas en caricias que nos encendían cada vez más, fuimos tomando el control de cada una para recostarnos sobre la mullida alfombra.

Andrés por su parte ya se había quitado la ropa y, desnudo, acariciaba enérgicamente su pene, que lucía ante nosotras en todo su esplendor.

Mientras Muriel jugaba con su lengua entre mis piernas no podía dejar de mirar cómo Andrés frotaba su pene. Eso me excitaba más que la lengua de Muriel.

Ver siempre cómo se masturbaba lleno de goce, había sido uno de mis grandes placeres. Incluso en muchas oportunidades le pedí que lo hiciera para mí. Solo para deleitarme visualmente.

No por mucho rato pude seguir contemplando a Andrés en su particular fiesta, porque Muriel estaba en pleno apogeo y ambas sucumbimos al goce.

Frente a frente, con las piernas abiertas, los dedos de Muriel entraban y salían de mi vagina mientras los míos hacían el mismo trabajo.

Una a una íbamos gimiendo sin control hasta que ella en un grito incontenible explota en un intenso orgasmo que nuevamente la hace eyacular, esta vez sobre la alfombra.

Como un rio incontrolable podía ver cómo brotaba de su vagina chorros de líquido, que entre mis dedos como un tibio caudal se iba derramando a pulso, mientras se retorcía murmurando mi nombre

Andrés al ver la escena exclamó;

-¡Vaya el par de calientes!, ¡Ni que hubierais estado ensayando el correrse con tanta pasión!,

Al escucharlo no pudimos evitar mirarnos de reojo con Muriel y una carcajada potente nos contagió a los tres.

Luego de un breve relajo Muriel se levanta y toma un control remoto poniendo música de fondo.

¡Amigos, que felicidad tenerlos en casa nuevamente! Debemos bailar para celebrar y sube el tono de la música.

Al ritmo de la canción “A quién le importa”, de Alaska, comienza a contonearse de manera provocativa frente a Andrés.

-¿Recuerdas esta canción amigo?- Le pregunta guiñándole un ojo.

Andrés se larga a reír y dice. Caramba cómo la podría olvidar si era el himno oficial de cada fiesta que hacías en tu casa y que junto a tus amigas cantaban en coro a gritos. Además, más de alguna vez me masturbé al ritmo de esa canción mientras las veía como follaban todas juntas en tu piso de Madrid.

-Mmmmm, que buena memoria, cómo podría olvidar todo eso.

Muriel, desnuda, siguió bailando de forma cada vez más erótica y sensual lo que hizo que Andrés retomara su tarea de masturbarse mientras la miraba. Poco a poco fue acariciando su pene hasta lograr una magnífica erección, de aquellas que irresistiblemente invitaba a cabalgarlo de una vez y sentir todo su poderío dentro de una.

Yo, por mi parte, permanecía recostada sobre la alfombra perpleja por la locura que estaba haciendo Muriel, sin perder de vista a Andrés que estaba al otro lado del sofá.

De pronto ella  se detiene enfrente de él y se acerca seductoramente hasta besarlo en los labios.

Con la lengua empezó a recorrer su boca mientras acariciaba su pecho y lentamente recorría su vientre hasta llegar a su pene y tomarlo entre sus manos. Lo metió en su boca y lo empezó a chupar.

Andrés, sorprendido, no podía creer lo que estaba sucediendo pero tampoco se resistió a la situación. Es más, respondió a sus besos y tomó su culo con las dos manos y la empezó a acariciar.

Muriel se levanta, se abre de piernas y coloca su vagina sobre el pene erecto de Andrés y lo empieza a introducir lentamente dentro de ella hasta que llega al fondo y se empieza a balancear rítmicamente sobre él.

Miraba extasiada e hipnotizada lo que estaba sucediendo. Me excitaba el ver esos cuerpos moverse y gemir de forma frenética. Hasta que de pronto entré en razón y reaccioné al ver que Muriel estaba follando con Andrés.

Ella se había montado en sus caderas y se movía enérgicamente mientras que Andrés agarraba su culo atrayéndola más hacia adentro a la vez que le chupaba y mordía sus pezones. Tenía a esa mujer encima de él y lo estaba disfrutando.

Su cara no admitía dudas y el placer era tan evidente que no pude contenerme y de un salto tomé a Muriel del cabello y la empujé violentamente hacia un costado sacándola de encima de Andrés.

¡Muriel!, -exclamé- ¡¿Que mierda estás haciendo?!

Sal de inmediato de ahí, le grité sin control. ¡¿Cómo se te ocurre hacer una locura así?! ¡Suéltalo!-

Muriel, desconcertada ante mi reacción cae rodando sobre la alfombra y aún presa de la excitación me responde;

-¡¿Qué te pasa a ti?! ¡Contrólate Fabiola!

-¡¿Qué pretendes puta de mierda?! Le grito, no te atrevas a tocar lo que me pertenece. ¡Eso no te lo voy a permitir, cabrona hija de puta!

-¿Que me estás diciendo?- exclama sonriendo mirándome irónicamente. ¿Perdón, no te entendí bien? ¿Lo que te pertenece? ¡No me hagas reír Fabiola! Por favor. Pobre ilusa, permíteme que me cague de la risa por lo que acabas de decir.

-Andrés, quiero que me aclares una cosa. ¿Le perteneces o eres propiedad de alguien? pregunta Muriel alzando la voz.

Andrés, sentado en el sofá observaba en silencio sin entender lo que estaba sucediendo. Miraba de un lado a otro tratando de descifrar el porqué de la discusión entre Muriel y yo.

-¡Andrés, responde!- le ordenó Muriel casi gritando ¿Le perteneces a alguien? Sí o No.

Andrés, desconcertado ante la insistencia y reiteración de la pregunta responde dubitativamente; No, que yo sepa.

Se levanta molesto del sofá y pregunta: ¿Me perdí de algo? ¡A qué chucha se debe este circo que están montando entre las dos!

-¿Ves Fabiola? ¡En qué idioma quieres que te explique que este hombre no le pertenece a nadie salvo a él mismo! ¡Es una ególatra narcisista! Es un voraz depredador, que mientras saborea su presa ya está alistando sus colmillos para atrapar la siguiente. ¿Viste lo mucho que se resistió para follarme ante tus ojos? ¿Viste como dijo no? ¡Fabiola despierta, tú no le importas!

-¡Muriel! ¡Cómo me pudiste hacer esto después de todo lo que vivimos! ¡Me traicionaste!

-¿Traicionarte yo? Que ingenua eres mi amor. Yo no te he traicionado.

-Si puedes mantener la calma y ver con claridad, la traición viene de él y no de mí, responde apuntando a Andrés.

¡Saca a Andrés de este rollo! ¡Esto es entre tú yo! Explícame cómo de la noche a la mañana dejas por gracia divina de ser lesbiana y no encuentras nada mejor que montarte sobre mi hombre. ¡Eres una fresca de raja, puta de mierda! le respondo muy alterada.

-Fabiola-, responde bajando el tono. No me gustan los hombres; solo te quería mostrar cómo es realmente tu Andrés. Ese que no desecha la oportunidad de follarse a cualquiera que se le ofrezca y que le guste. Siempre me quiso follar, te lo dije en más de una ocasión. Ahora tuvo la oportunidad y le importó una raja que estuvieras presente, no iba a dejar pasar la ocasión.

-Fabiola, te estoy haciendo un favor.

¿Acaso no lo entiendes?

Andrés, ya más tranquilo dentro de la tensión del momento tomó su ropa y en silencio se comenzó a vestir.

Sin embargo, en su cabeza ya empezaba a germinar la idea de que algo en este extraño puzle no le cuadraba y la pieza faltante la iba a encontrar de inmediato aunque se le fuera la vida en ello.

-Bueno señoritas esta estúpida riña sin sentido y que no entiendo me aburrió. Haber compartido estas horas con un par de locas histéricas ha sido más que suficiente por hoy.  ¡Yo me retiro! Buenas noches.

-Andrés, por favor no te vayas, deja que te explique, le digo sollozando, mientras lo tomo del brazo impidiendo que llegue a la puerta.

¡Fabiola! me responde con una tensa calma mientras retira mi mano de su brazo. ¡Nunca te he pedido y tampoco pido explicaciones! si las necesito en alguna oportunidad, te buscaré y te las pediré. Por el momento no las necesito; gracias. Y se marchó.

Fue tan fría e indiferente su reacción que con inquietud empecé a sentir por un momento que esta sería la última vez que lo iba a ver.

Cuando Andrés cerró la puerta, Muriel estaba recostada sobre el sillón, mirándome sin decir palabras.

Empecé a recoger mi vestido y me comencé a vestir con una tremenda angustia que no me dejaba respirar. Solo sollozaba.

Al tomar mi bolso, lista para retirarme, Muriel me toma de las manos y me sienta a su lado.

-Fabiola, querida, mi amor, por favor no te vayas así.

-¿Así como? ¿Decepcionada, dolida, arrepentida profundamente de haberte conocido? eres un monstruo, Muriel, inventaste este encuentro, ¿para qué? ¿Para lograr esto? destruir de un golpe todo lo que siempre quise y soñé.

-Fabiola, aún no entiendes que todo lo que hice fue por amor. Si Fabiola, amor verdadero.  Debías saber quién en realidad era Andrés. Él no es el hombre que quieres, no te merece ni una pizca, ¡entiéndelo por favor!

-Cómo te puedo hacer entender que ante cualquier nuevo desafío te va a dejar, que si ve una oportunidad mejor o ya le dejas de servir no te va a buscar. Olvídate de eso, ya eres ropa vieja y usada-.

Fabiola, no te merece y yo te amo.

-¡Muriel!, ¡ya basta!- Le respondo tratando de contener las lágrimas- Ahora quiero que me escuches atentamente porque solo te lo diré una vez;

¡Si, tienes razón!, me hiciste un gran favor, si un gran favor. Cuando vi cómo te montabas sobre Andrés te quise matar ahí mismo sin pensarlo dos veces.

-Sentí mucha rabia, no te podía permitir que tomaras lo que es mío. ¿Entiendes?

-No sentí rabia porque Andrés tomara a otra mujer,  o que me invadieron los celos estando yo ahí.

-Es Andrés; es por Andrés por quien entregaría mi vida no por ti, lo siento-.

-Por favor, no me hagas esto Fabiola- respondió Muriel perdiendo totalmente el control. Por favor, quédate conmigo, yo te amo como a nadie, ven mi amor, olvidemos lo qué pasó y comencemos de cero.

-Mira, me dice; haz tus maletas, deja tu trabajo, no, mejor pide un tiempo sin goce de sueldo y nos largamos de aquí. Vámonos lejos, al fin del mundo si quieres. Sin Andrés de por medio te aseguro que todo será diferente e incluso pensarás distinto. Dame una oportunidad. Démonos una oportunidad.

Muriel sollozaba sin poder controlar sus emociones. Ahí estaba esa mujer poderosa y segura de sí misma, llorando como una niña.

-Lo siento, respondí, ya segura de mi decisión. Como tú dijiste un día: fue entretenido, bonito, y divertido mientras duró. No me arrepiento de nada de lo que pasó e incluso si por esta razón no llegara a ver nunca más a Andrés. Sabes una cosa Muriel; el cumplió e hizo posible mi fantasía de estar con otra mujer, pero tengo la más íntima sospecha y quizá a modo de consuelo, que lo ayudé a que cumpliera su deseo frustrado. Te folló hasta por las orejas, querida.

Y como  dicen por ahí-:

-Nada me debes, nada te debo- Game Over.

-Adiós Muriel.

CAPÍTULO 26

DIME LA VERDAD

Había pasado una semana del encuentro en casa de Muriel y no había tenido el tiempo suficiente para poder armar el puzle que tenía en la cabeza. Después de aquella noche en el departamento de Muriel mis ideas estaban cada vez más confusas. No lograba entender la frenética y desbordada actitud de Fabiola cuando tenía sexo con Muriel y tampoco lograba entender la sarta de insultos y descalificaciones que profería Muriel hacia mi persona. Era un enigma el por qué discutía Fabiola con Muriel si solo estábamos pasando un buen rato, jugando y divirtiéndonos como ya lo habíamos hecho antes.

¿Celos por parte de Fabiola al ver que tenía sexo con Muriel?

No me cuadraba; solo estábamos gozando al igual que ella lo había hecho poco antes y también la vez anterior. Por qué iba a ser diferente en el caso contrario. No, no podía ser eso.

Descartado.

¿Entonces, qué? Había que rebobinar y estudiar cada secuencia paso a paso.

¿Por qué Fabiola reaccionó de forma tan violenta con Muriel?

¿Por qué Muriel me descalificaba tan groseramente y me preguntaba con tanta insistencia a quién pertenecía?

¿Por qué había tanta complicidad y conocimiento mutuo entre ellas en el momento de tener sexo, logrando incluso que Muriel llegara a eyacular?

¿Por qué Fabiola hablaba de traición, “después de lo que habían vivido”?

Me quedé pensativo, sin querer avanzar y responder la siguiente interrogante que surgió durante la cena y que en su momento no le di importancia.

¿Cómo sabía Fabiola que Muriel tenía en su estudio una litografía de Andy Warhol con la imagen de Marilyn Monroe?

Quedé petrificado al obtener la respuesta. Fabiola no había venido solo las dos veces que Muriel nos había invitado. Había estado en más ocasiones, sin que yo lo supiera.

No podía creer el resultado que me había dado la sumatoria; era imposible de creer y de pensar. Fabiola y Muriel tenían algo que me habían ocultado. Estaban enrolladas la dos, por eso el escándalo.

Muriel había embaucado a Fabiola y la hizo caer en sus garras. -Me cago en su puta madre que la parió-. Cómo no me di cuenta antes de todo esto, cómo pude ser tan ciego, cómo pude confiar en una puta lesbiana. Cómo pude ser tan imbécil y poner a Fabiola en bandeja de plata delante de ella.

Y la otra, ¿cómo mierda cayó tan redondita?

Lo que más me dolía de todo aquello era la traición y la deslealtad.

Fabiola era mi pareja y en quien confiaba ciegamente. Si hubiese sido necesario habría metido las manos al fuego por ella. Le había creído todo lo que decía cuando le preguntaba por su extraño comportamiento y ella me engañaba descaradamente. ¿Qué necesidad había de mentir si teníamos la confianza suficiente para hablar cara a cara las cosas por muy duras que estas fueran? No lo entendía.

Y Muriel, era mi mejor y más querida amiga. Cuántas noches pasamos conversando sobre la amistad, la lealtad y el amor. Cuántos consejos no me dio para que buscara una pareja que estabilizara mi vida. –Ja-

-Vaya par de embaucadoras, -pensé-.

Más que enrabiado y enojado estaba terriblemente amargado y decepcionado.

Tenía que enfriar la mente y pensar objetivamente. Esto requería un análisis de situación.

Tenía dos alternativas.

La primera, era mandar a todos a la mierda de una puta vez y dejar de complicar mi vida con tonterías emocionales que lo único que hacía era distraer mi mente del trabajo y dejar que siguieran libremente a lo suyo.

Total, si en algún momento me daba sed, el mercado ofrecía una infinidad de marcas de bebidas de todo tipo, colores y sabores. Eso no era un problema, tenía una agenda llena de amables y cariñosas proveedoras.

Lo segundo era enfrentarme a ellas y desenmascararlas. Que me dijeran a la cara la verdad con todo lujo de detalles el cómo, cuándo y por qué.

Vaya disyuntiva la que tenía por delante.

Quería a Fabiola y por eso no lograba entender cómo mierda me podía haber hecho esto. Era difícil entender y comprender bien la situación. Le había entregado mi vida, era la única persona en este mundo en quien confiaba ciegamente; sabía absolutamente todo de mí y de golpe y porrazo me di cuenta que no sabía quién era ella, que no sabía ni conocía nada de ella. Para mí era una completa desconocida.

Pues nada, estaba decidido: sería la segunda alternativa.

Me habían herido el orgullo y la confianza y no les iba a salir gratis del todo. Me pinté la cara de negro y me puse la tenida camuflada de combate.

Averiguaría y descubriría la verdad a mi manera. La manera que siempre me había dado buenos resultados. Improvisando de acuerdo a las necesidades.

El juego comenzaba.

-Buenas noches, al piso 10 departamento 1001, la señorita Muriel Alzola.

-No está, señor, aún no ha llegado.

-Bien. ¿Don Jorge, cierto?

-Sí señor, si desea la puede esperar en el hall, generalmente llega un poco más tarde-.      -¡Lo haré, gracias!

Me doy vuelta para dirigirme al hall; avanzo unos pasos y me detengo y vuelvo donde el conserje. Saco de mi billetera un fajo de billetes de 20 mil y con ellos en la mano le pregunto.

-Don Jorge, ¿le puedo hacer unas preguntas?

El conserje mira mi mano y me dice:

-Por supuesto señor ¿que desea saber?

-¿Me recuerda?

  • Por supuesto señor, usted es amigo de la señorita Muriel.

  • Buenos amigos, le digo, y le pregunto ¿Recibe muchas visitas la señorita Muriel?

  • ¿Si desea saber si la visitan otros hombres? al menos en mi turno nocturno usted es el único que la ha visitado. En realidad no recibe muchas visitas.

-¿No la visita nadie?

  • Pocas personas la vienen a visitar. Bueno, en realidad este último tiempo ha venido con su amiga.

  • ¿Con mi amiga o la de ella?

  • Sí señor, usted ha venido donde la señorita Muriel con ella, recuerdo que la semana pasada se encontraron aquí en la portería.

  • Uhmmm, es verdad, tiene razón, digo, haciéndome el desentendido.

-Don Jorge, esto es entre hombres –le digo, guiñándole un ojo- ¿Cuantas veces ha visto a mi amiga venir donde la señorita Muriel?

Sin dejar de mirar mi mano me responde.

-Bueno, varias veces señor. A veces llega sola y otras ha llegado con la señorita Muriel y suben directamente desde el estacionamiento al departamento.

-Interesante, digo, sin inmutarme

-Una pregunta un poco más complicada Don Jorge. Usted es bien hombre al igual que yo, con los huevos bien puestos, ¿cierto?, le digo, sonriendo haciéndolo cómplice de mis ideas.

-Por supuesto, señor.

-¿Sinceramente Don Jorge?, ¿Qué cree usted que hay entre la señorita Muriel y mi amiga?, le pregunto, mostrándole implícitamente los billetes.

-Bueno señor, no lo sé, pero por lo que veo en las cámaras que hay en el ascensor, diría que hay más que una amistad, dice carraspeando.

  • ¡Qué hay cámaras en el ascensor!, le pregunto, sorprendido y me largo a reír, recordando el episodio con Fabiola la primera vez que vinimos.

  • Sí señor, están detrás de los espejos, no se ven, me contesta sonriendo, mirándome de forma picaresca.

Me pongo a pensar uno segundos y le digo en forma tajante.

-Don Jorge, hagámosla cortita. Necesito ahora y ya una copia de esas imágenes de Muriel con su amiga. Usted tiene el registro de los días que ella vino. No será complicado obtenerlas en una hora. Le paso un pendrive que siempre llevo conmigo. El favor que me hará lo compensaré generosamente no lo dude. ¿Trato hecho?, le pregunto, ofreciéndole mi mano derecha.

Me extiende su mano y me dice; Si señor, trato hecho.

-Don Jorge, regreso en una hora y 200.000 mil pesos serán suyos.

Al cabo de una hora regresé y retiré el pendrive cargado con las imágenes de las visitas de Fabiola a Muriel. No había más dudas: tenía la evidencia.

Me senté en el hall a esperar a que apareciera Muriel. El conserje me avisaría cuando llegara.

No pasó mucho rato cuando Don Jorge me avisó que el coche de Muriel estaba ingresando al estacionamiento.

-Don Andrés, el Mercedes de la señorita Muriel acaba de entrar.

-Ok. Ahora cuando ingrese al edificio dígame en qué ascensor sube.

Me levanto del asiento y me dirijo a la puerta de los ascensores y me pongo a esperar.

El conserje miraba detenidamente las pantallas que emitía las pequeñas imágenes de las muchas cámaras que había en el edificio, de pronto me grita: subió en el 2.

Miro a Don Jorge, levanto el pulgar en señal de aprobación y aprieto el botón para que el ascensor se detuviera. Este se detiene y abre sus puertas.

-Hola Muriel, le digo, y entro.

-¡Andrés!, dice sorprendida, evidenciando el nerviosismo que se apoderó al verme. Qué haces aquí, pregunta con voz trémula.

La miro, sonriendo, mientras apretaba el botón de su piso y le digo.

-Muriel, ¿cómo no imaginas a lo que vine? A terminar lo que dejamos inconcluso la semana pasada; recuerda que no terminamos de follar ya que nos interrumpieron abruptamente en plena faena. Supongo que no querrás dejar a tu querido amigo caliente como tetera de campo.

Muriel, pálida, no pronunciaba ninguna palabra. Subió a su departamento en completo silencio.

Entramos y una vez que cerró la puerta inmediatamente le pregunté.

-Muriel!, dime que sucede entre Fabiola y tú. ¡Quiero la verdad!

-¿Quieres una cerveza?, me pregunta, recuperada del impacto inicial.

-No quiero nada; solo que respondas lo que te acabo de preguntar.

Deja su maletín sobre una mesa, se quita la chaqueta que traía puesta, se dirige al bar, se sirve una generosa cantidad de whisky y se sienta en el sofá.

Me mira y esboza una leve sonrisa

-Andrés, cariño, no pasa nada con tu novia. Si lo crees o no es tu problema.

-¿Por qué discutieron violentamente la otra noche?, contra pregunto

¿Andrés?  Me dice con voz lastimera. Me sorprende que un hombre inteligente y con la experiencia que tienes no sepas distinguir lo que es un ataque de celos.

¿Así que celos? ¿por ti o por mí?

-Que pregunta más estúpida haces. ¡Por supuesto que por ti! Acaso no viste que se puso como una fiera cuando nos vio jugando a los dos.

-¿Muriel, cuantas veces has visto a Fabiola?

-¿Acaso estamos en un juicio?, porque si es así tengo derecho a guardar silencio hasta que llegue mi abogado, dice, largándose irónicamente a reír.

-¡Muriel!, ¡déjate de juegos, y responde de una puta vez!

-¡La he visto cuatro veces! ¡Si es lo que tanto te interesa saber! Las dos veces que vinieron a mi departamento y dos veces que fui a la clínica después de que me dieras su celular para que me pudiera vacunar. Aprovechamos de tomarnos un café y conversar un rato; nada más.

-Entiendo, ¿estás segura de lo que estás diciendo?

-¡Por supuesto, no tengo necesidad de mentir sobre eso! y me mira desafiante.

-¿Que ideas locas tienes en tu cabeza?- me pregunta – ¿supongo que no estarás pensando que tengo algún rollo con tu novia?-

-¡Yo no pienso nada Muriel!, todavía, no.

  • Mira Andrés, me dice después de beber un largo sorbo de su vaso.

-Fabiola es una chica excepcional; inteligente, profesional, culta, guapa, atractiva, inocente y folla como una diosa, pero no, no tengo nada con ella.

-Entiendo, le digo esbozando una sonrisa. Muriel, ¿tienes un portátil a mano?

-¿Para que necesitas un computador en este momento?

-Nada especial, solo una tontería que salió en la web y que te quiero mostrar. Me pareció interesante y quiero que la veas.

Se dirige al estudio y regresa con un portátil, lo enciende y esperamos a que abriera Windows.

-Andrés, paso todo el día sentada frente a uno de estos aparatos estudiando, redactando querellas y demandas. Estoy súper cansada, espero que lo tuyo sea importante de leer.

-Querida amiga, estoy seguro que te va a interesar, nunca dudes de mí.

Una vez abierto Windows, saco el pendrive de mi bolsillo y lo inserto en uno de los puertos USB; espero unos segundos hasta que la máquina reconoce el dispositivo y lo abre. Pincho sobre la carpeta y empiezan a aparecer las imágenes de video.

Una tras otra fueron desplegándose ante nuestros ojos lo pequeños trozos de videos que mostraban a Fabiola y Muriel. Fabiola llegando sola presentándose en la portería y otras con Muriel en su coche. Las mejores imágenes eran dentro del ascensor donde se veía cómo se acariciaban y besaban apasionadamente e incluso algunas tomas bastante subidas de tono.

-¿Así que cuatro veces Muriel?, le digo, calmadamente.

Muriel estaba hipnotizada mirando la pantalla del portátil, no despegaba la vista de las imágenes que pasaban ante sus ojos.

Sin dejar de mirar los videos me pregunta.

-¿De dónde sacaste esto Andrés?, con la voz tiritando a la vez que empezaba a empalidecer.

-Querida amiga, le digo sonriendo calmadamente. Tú, como buena abogado, deberías saber que jamás se revelan las fuentes de información.

-Quien hizo esto se va a cagar por el resto de su vida. Juro por Dios que me voy a querellar por violación de intimidad y privacidad. Me grita de forma destemplada. ¡Esto es un delito!, exclama histéricamente.

-Lo sé, artículo 161 del Código Penal con una pena entre dos a tres años de prisión remitida más una multa. Puedes enviar a tus abogados a mi casa porque yo lo hice. No creo que sea necesario que te diga donde vivo y trabajo porque lo sabes de sobra; así que los espero. Le respondo con frialdad.

-¿Que lo hiciste tú? ¿Y cómo? –Pregunta- sorprendida e incrédula.

-Muriel querida, qué poco me has llegado a conocer en todos estos años. Recuerdas que soy ingeniero y uno de mis hobbies es la informática y la programación. Fue simple; hackee el servidor del edificio con un simple correo y busqué hasta encontrar la información que necesitaba.

Mentía descaradamente porque tenía que proteger y despejar cualquier sombra de duda que pudiera caer sobre el conserje. Tampoco Muriel tenía por qué saber que yo no tenía ni puta idea de informática ni programación, salvo de forma teórica. Conocía y bien uno que otro programa de diseño o edición de fotos y videos, nada más.

  • Ahora Muriel ya que tenemos la evidencia de que eres una farsante y mentirosa, te daré otra oportunidad para que empecemos todo de nuevo. ¡Quiero que me lo cuentes todo y esta vez sin mentiras!, le digo, en forma seria y tajante.

Se vuelve a sentar sobre el sofá totalmente desarmada. Con los ojos vidriosos me mira emocionada, dobla su cuerpo, apoyando su cabeza sobre las rodillas, se larga a llorar y de golpe me dice con la voz entrecortada por los sollozos.

-¡La amo Andrés, la amo! -

CAPÍTULO 27

AL RESCATE DEL PERDON

En ese mismo instante se produjo un sepulcral silencio que me costó romper, debido a que su confesión me impactó de tal manera que dejó mi mente en blanco sin saber a ciencia cierta qué hacer o responder ante semejante declaración.

Era impactante ver a Muriel  en aquella situación. La conocía tantos años con ese carácter dominante, segura de sí misma, con todos los flancos de su vida bien cubiertos y todo bajo control. Esa imagen contrastaba de manera abismal con la mujer que en este momento tenía enfrente; frágil, derrotada, meciéndose al compás de los sentimientos y emociones.

Una vez repuesto de su forzada confidencia intenté nuevamente tomar el control de la situación, conminándola a que confirmara lo dicho para asegurarme que había entendido bien su respuesta.

-¿Qué mierda me estás diciendo? Pregunté, alzando la voz para que reiterara su respuesta.

Levanta la vista, me mira directamente a los ojos y dice.

-¡Lo que acabas de oír! ¡La amo Andrés; la amo! y no tengo la más puta idea de cómo pudo ocurrir, que ni yo lo entiendo; simplemente, pasó. No creas que es fácil estar metida en un huracán de emociones que no te dejan tranquila, no te dejan pensar, solo actuar y nada más.

-Bueno, para qué gasto mis palabras explicándote eso si ni siquiera conoces el significado de la palabra emoción. ¡Qué sabes tú de sentimientos! Respondió, dibujando una irónica sonrisa en sus labios.

-A ver si nos entendemos, Muriel; le digo, molesto. Tengo que  saber y conocer la verdad de tu parte, sin rodeos ni mentiras, y no te voy a permitir ironías como la que acabas de decir. Nos conocemos lo suficientemente bien para que sepas que cuando algo se me mete en la cabeza soy implacable y no descanso ni escatimo recursos para conseguir mi objetivo. Y continúo.

-Déjame Muriel entender bien el escenario para no equivocarme.

Me levanto de la silla y comienzo a pasearme de un lado a otro del salón ordenando mis ideas y tratando de mantener la calma.

Veamos. Has salido a escondidas durante meses con mi pareja sin que yo me entere; la engatusaste y te la follaste las veces que se te dio en gana y ahora me sales con que te enamoraste de ella, ¿me has visto cara de idiota Muriel?

-¿Que parte de la historia olvidaste querida amiga?

-¿Cómo qué parte de la historia olvidé Andrés? ¡Qué quieres saber, hombre, por dios! ¡Dilo de una vez!,  ¡ya basta! No me sigas torturando de esta manera, ¡Sabes toda la verdad!  Exclama exasperada casi a gritos.

-¡Qué equivocada estás Muriel!, respondo irritado por su respuesta. Deja tu memoria selectiva para otros. Quiero que me digas en qué lugar quedó la lealtad y el cariño que nos profesábamos al ser amigos.

-Esa que prometimos no empeñar por mucho que la vida nos pusiera a prueba.

No fue gratis  ser amigos Muriel ¿recuerdas? teníamos códigos que respetábamos a conciencia y ahora por arte de magia los olvidaste. ¡Qué conveniente! ¿No crees?-

-No Andrés. Te equivocas; no los he olvidado, pero tampoco lo entenderías. No es sencillo de explicar; incluso yo aún lo estoy digiriendo.

-No te preocupes, tengo el tiempo suficiente para que me lo expliques con peras, manzanas y el resto de las frutas de estación, y mientras, me siento en el sofá junto a ella.

-Siendo el último en enterarme que las dos personas que más quería en el mundo me engañaban ¿no crees que tengo el pleno derecho a saber los motivos?

-¡Andrés, por favor!- Respondió Muriel secándose las lágrimas – No seas tan irónico. Abre esa cabecita cuadriculada y estructurada por una vez  y trata de entender. Y continúa.

-Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sintiendo ya estaba con la mierda hasta el cuello. Ni con Erika sentí algo tan determinante. ¡Ni con Erika; para que veas!

Luego de un hondo suspiro continuó su relato.

-Fue a primera vista y no fue físicamente lo que me desarmó, fue la simpleza e inocencia con que aceptó tu regalo.

¿Sabes por qué acepte tu propuesta? De curiosa; por pura curiosidad.

-Eso de jugar a ser amo y sumisa lo tenía que ver. ¿Qué mujer relativamente normal acepta ser dominada y ser obediente a un hombre? Andrés; tú me conoces, podría ser la reina de las independientes. Además sabes que soy una feminista acérrima.

-Todo eso lo puedo entender, Muriel. Saciar tu morbo pudo más que nuestra amistad, pero de ahí a enrollarte con Fabiola hay una gran diferencia, respondo, tratando de asimilar sus palabras.

¡Déjame terminar de una vez! Responde, perdiendo ya la paciencia.

-Imaginé a Fabiola de rodillas, circulando a tu alrededor con una soga atada al cuello, casi lamiéndote las zapatos ante el chasquido de tus dedos. Sin embargo, me encontré con una mujer simpática, fresca, auténtica y muy inteligente, que me cautivó de inmediato. Lo siento Andrés, fue inevitable.

-¿Fabiola aceptó tus insinuaciones de buenas a primeras? Pregunté, dirigiendo la conversación por donde me interesaba.

-¡No puedo creer Andrés lo que preguntas! Dice Muriel, poniéndose en pie. ¡Qué importa eso ahora! ¿Quieres la historia de verdad? O lo único que te interesa es encontrar un culpable, mandarlo a la horca y así sentirte satisfecho ya que habrás recuperado tu honor y el orgullo herido. Por ahí vas mal amigo.

-Vamos a ver, digo, molesto por sus argumentos. ¡Chulerías; las menos conmigo, Muriel, lo sabes, así que cuida bien tu lenguaje! ¡Lo que quiero lograr entender es qué mierda pasó por tu cabeza o por tu vagina para tirar por la borda nuestra confianza, nuestra amistad y traicionarme sin asco ni remordimiento! ¿Porque hasta ahora, veo que te importa una mierda?

-Si pusieras más atención y no sacaras conclusiones apresuradas podrías  encontrar las respuestas que buscas, respondió Muriel, mientras saca una cerveza de la nevera y se sirve una copa de vino.

-Si lo quieres saber y saciar tu morbosa curiosidad, Fabiola no aceptó mis invitaciones. Yo insistí una y otra vez para poderla ver y por dios qué mujer terca y testaruda.

-Dijo que no unas cuantas veces hasta que un día, después de mucho insistir, aceptó una invitación a cenar. Fue tan agradable, tan divertida, tan natural, tan ella.

-Tú andabas desaparecido por no sé dónde así que comenzamos a salir. Como comprenderás una cosa llevó a la otra, donde pasado un tiempo llegué incluso a pensar por un momento que ella podía decidir que nos quedáramos juntas.

-¡Y qué más, que más! Pregunté insistentemente. Veo que eligió jugar con dos barajas al mismo tiempo, porque nunca me dijo nada. Medité mis palabras y seguí.

-¡No sabes cuantas veces le pregunté qué diablos le pasaba! ¡Tuvo miles de oportunidades para contármelo! pero cada vez que le preguntaba me respondía: “nada”. Digo esta última palabra de forma burlesca con una mueca en la cara.

-Andrés, dice Muriel en tono de súplica, no la puedes juzgar de forma tan fría y superficial. Yo no la voy a defender aunque no sabes cuánto quisiera hacerlo  porque sé, y de eso estoy segura, que en el fondo sí te lo quería decir, ya que pude sentir esa nostalgia que sentía en su corazón por ti. No imaginas cuantas veces te envidié; hubiese pagado o empeñado mi alma por estar en tu lugar, amigo.

¿Y entonces por qué el par de putas no me dijo nada? ¿No crees que habría sido más fácil conversar civilizadamente y aclarar el tema para que cada uno pudiera decidir libremente el camino que quería tomar, sin dañar a otros?

¿No crees que hubiese sido lo mejor?

-Estoy tratando de entender qué te molesta tanto Andrés; sé que estás dolido y molesto, incluso te puedo llegar a comprender, pero esto no fue planeado, no fue premeditado, fue ocurriendo; nada más. Ella se sentía cómoda conmigo y yo con ella. Así de simple.

-¡Ahhhh, fantástico; de puta madre!- exclamó y continuó. Y disfrutando de esa comodidad, enrolladas entre las sábanas se confesaron amor para siempre. Ever forever!- termino por decir, molesto por sus argumentos.

¡No seas ridículo, Andrés! dice Muriel, bebiendo lentamente su copa de vino. Fui yo quien le confesó el amor que sentía.

Ya imagino a la pobre mina, débil de carácter dominada y embrujada por tus encantos cayendo rendida a tus pies. ¡Hay que joderse Muriel! ¿Al menos Fabiola tuvo la decencia de tener algún dejo de duda o quizá algún un tipo de remordimiento? Respondí, molesto.

-¡Detente ya Andrés!, ¡no sigas diciendo estupideces! Si no quieres oír la historia completa de mi boca, de Muriel Alzola, ¡tu amiga!, trata de no recrearla ni obtenerla de tu imaginación ni de tu cabeza. ¡Te pido por favor que no me interrumpas! Exclama, molesta.

Bajé la cabeza y también tuve que bajar la guardia. Tenía que poner más atención en lo que me decía. Muy a mi pesar, Muriel tenía razón. Mi cabeza estaba totalmente revolucionada tratando de encajar las piezas del puzle donde siempre se me escapaba o faltaba alguna.

Qué ironía, pensé, recordando a Fabiola cuando me decía: la paciencia es un don que se cultiva a diario, no es de generación espontánea.

-Yo sé lo que quieres saber Andrés y no lo puedes disimular, me dice Muriel. Estás herido y te sientes traicionado ¿no es cierto?, aunque no lo creas te entiendo y reconozco que me equivoqué. Lo siento de verdad, lo siento.

Muriel se  sentó a mi lado, me quitó  lata de cerveza y la dejó en la mesa; luego me tomo las manos y me dijo.

-Andrés, querido amigo; por favor, escúchame. Ni siquiera puedes imaginar lo difícil que fue, al menos para mí, mantener en secreto esta relación. Por un segundo imagina es siguiente escenario:

Yo, Muriel Alzola, saliendo con tu mujer, pareja, novia o como le quieras llamar, la que por esas casualidades de la vida o no tanto, resulta ser ¡la mujer de mi mejor y único amigo!, hasta ahí nada extraño ni raro.

-¡Pero me enamoré, Andrés! y ante eso no había mucho que hacer. Exclamó, lamentando y bajando el tono de la voz.

Medité en silencio las palabras de Muriel, intentando guardar distancia; pero mi intuición decía que no mentía. La conocía lo suficientemente bien para reconocer cada gesto, cada palabra, cada mirada, cada expresión de su rostro y por sobre todo, la tonalidad de su voz. Muy a mi pesar y de mi gran decepción no tuve otra alternativa que creer. Si, le creía, lamentablemente, le creía.

¿Que sientes por ella Andrés?  Me pregunta sorpresivamente dirigiéndome la mirada directamente.

¿Por Fabiola? – le respondí, algo confuso por la pregunta

-¡Si Andrés!, ¡no va a ser por la vecina! por favor, no rehúyas la pregunta como habitualmente lo haces cuando te preguntan por sentimientos. Por si no entendiste bien la pregunta, te la reitero; ¿Que sientes por Fabiola?

-¡Muriel!, lo que yo sienta o deje de sentir por Fabiola no es algo que te deba importar mucho y menos que se convierta en algo de tu incumbencia. Además, querida y bien ponderada amiga, una vez confíe en ti, te la llegué a presentar y mira donde hemos terminado.

Miro a Muriel y me sonrió irónicamente mientras le digo advirtiéndole – Esta vez no voy a caer en tu juego, no sigas por ahí.

-¡Está bien Andrés!, sé que estás herido y molesto, lo entiendo y reconozco mi parte de culpa; fui desleal contigo; de verdad lo siento, pero a pesar de ello te debo aclarar un punto, más bien te quiero dar un pequeño consejo.

¡Jajajajaja Muriel!, esa faceta de caradura no te la conocía. ¡Estoy sorprendido! Digo, de forma irónica.

-¡Tu, además de todo, te atreves a empezar a dar consejos! No lo puedo creer; primero me das una puñalada trapera por la espalda y luego te das el lujo de dar consejos ¡Qué desfachatez!

-Andrés; amigo. Relájate y baja la guardia; deja de estar a la defensiva y escúchame.  Quizá sea la última vez que nos dirijamos la palabra, -de corazón espero que no-, pero lo que te quiero decir o más bien aconsejar, es importante.

-Si no quieres a Fabiola como se ella se merece, si no quieres o no le puedes dar ese sentido de pertenencia que tanto sueña y anhela, si no quieres ser el último en su vida como ella siempre dice, suspira y continúa.

Andrés: déjala ir; de verdad: déjala ir.

-Pero no para mi Andrés, si eso estás pensando, -aunque lo quisiera con toda mi alma-. No te preocupes; no lo digo por mí.

-Tiene el derecho a tener lo que desea en la vida; tiene todos los méritos y atribuciones para ser la mejor compañera de cualquier persona, sin importar el género. Merece que la amen intensamente y que sea feliz. Si no es lo mismo para ti, si no sientes lo mismo, no la retengas Andrés; no la doblegues ni la subyugues a tus deseos.

Me sorprendió aquella proclama reivindicatoria de Muriel porque era una prueba fehaciente de que lo que decía era cierto. Estaba enamorada, pero tampoco se la iba a poner fácil.

-¡Bravo, bravo! Casi se me saltan las lágrimas de la emoción con tu discurso, Muriel, digo irónicamente, mientras me levanto y me paro enfrente de ella. ¿Serías tan gentil querida amiga de responder una última pregunta?-.

-Por supuesto amigo, si es que aún te puedo seguir llamando así.

-Todo a su tiempo, eso ya lo veremos en su momento, y pregunto.

¿Fabiola también siente lo mismo por ti?

Jajajajaja, se ríe Muriel, mira tú como van saliendo las cosas. ¡Algo sientes por ella!

-¡No estás respondiendo mi pregunta!, ¡amiga!-. Termino la frase recalcando la última palabra.

¿Quieres saber si estamos enamoradas? ¡No Andrés! ella no me ama y creo que nunca me va amar como yo quisiera, y sigue.

-Cuando  le declaré el amor que sentía por ella no dudó ni tardó un segundo en aclarar que, si bien me quería como una buena amiga, la posibilidad de ser pareja o tener una relación era imposible.

-¿Te dijo por qué?-  Contra pregunté de  inmediato.

-¡Ya respondí tu última pregunta! Pero en honor a estos años de amistad te lo diré. Está bien; recuerdo perfectamente lo que me dijo cuándo le puse el mundo a sus pies. Lo tengo grabado a fuego en mi mente:

“No quiero más poder Muriel, ni quiero nada más. Tengo el poder supremo en mi trabajo, con mis subalternos; en mi hogar; en mi círculo social; entre mis conocidos y amistades, pero en la intimidad me entrego a Andrés, y él siempre me recibe”

¿Qué te dice eso?

-Fue allí donde tome una medida desesperada y se me ocurrió repetir el trío.

-Tenía la secreta y remota esperanza de que si nos veía juntos no soportaría la idea de que la engañara con un hombre y así se daría cuenta que era conmigo con quien se quería quedar, era a quien debía elegir.

-Parece que te salió el tiro por la culata, agregué.

Pues sí, Andrés; no resultó como esperaba. Ella sintió celos tal como lo había planeado. Pero de ti, no de mí, terminó por decir.

-Está bien Muriel, entiendo, respondí. Tenía las respuestas que buscaba por tanto tenía la mitad del puzle armado. Faltaba la otra mitad que ya buscaría en el momento adecuado.

Ya calmado y con la cabeza más fría, no podía dejar de mirar a Muriel.

No me había mentido; me había dicho la verdad pura y dura, estaba seguro de eso. Porque a pesar de mi rabia y decepción pude ver la congoja y el sufrimiento ante la posibilidad de romper nuestra duradera y larga amistad.

Además, -pensé- ¿quién era yo para juzgar y empezar a dar cátedras de lealtad? Me vino a la mente como un rayo la imagen de Colette.

Tenía tejado de vidrio y eso me iba a pesar tarde o temprano

Era bastante tarde; habíamos pasado horas conversando y al otro día tenía que viajar temprano, así que me levanté y me comencé a despedir.

Me acerqué a Muriel, que se levantó de improviso. Me abrazó y me estrechó fuertemente entre sus brazos, lo que me dejó totalmente paralizado, mientras me decía.

¡Andrés, amigo mío!- me dice sollozando- Mi mejor y único amigo; ¡Perdóname, por favor te lo pido, perdóname! No puedo justificar lo que hice, pero no tenía salida. De verdad la amo y hubiese dado todo lo que tengo por tenerla a mi lado. Hice todo lo que una persona enamorada haría e incluso me atreví a luchar en tu contra. Pero calculé mal. No medí lo que ella sentía por mí, y por ti.

Sé que me equivoque; estoy consciente de que cometí un gran error y por eso apelo a la bondad de tu corazón. No te quiero perder Andrés. Perdóname.

Me quedo pensando por algunos minutos y finalmente le digo: -¡Esta bien Muriel! , no tengas la menor duda de que no ha sido fácil digerir todo este maldito rollo, pero aunque no lo creas lo puedo entender.

-Aunque no me pidas que todo vuelva a ser como antes; no tengo rencor por lo que ha pasado, solo estoy decepcionado y eso no se pasa de un día para otro.

-¡Ven acá!- la estrecho fuertemente entre mis brazos y le digo: ya es suficiente; acabemos con esta historia, pero ni se te ocurra volver a hacerme una jugarreta como esta.

-¡Ahhhh! un último favor- le digo.

-Lo que quieras Andrés, responde, secando sus lágrimas.

-No le digas a Fabiola que tuvimos esta conversación, prométeme que no se va a enterar de que estuve aquí.

-No te preocupes André, respondió con nostalgia. Después de nuestra última conversación no creo que alguna vez la vuelva a ver.

Si así lo deseas y si puedes volver a confiar nuevamente en mí; tu secreto está seguro.

-¡Ahhhh!, antes de que me olvide, dice Muriel. Como soy buena persona y como muestra de nuestra duradera y verdadera amistad, no te voy a demandar por las imágenes que robaste del edificio-.

-Uffff, gracias amiga; me has sacado un peso de encima. No sabes lo preocupado que estaba por eso le respondo con una irónica sonrisa.

-No tenía idea que habían cámaras en el ascensor, me comenta Muriel.

-¡Ni yo tampoco! y me largo a reír.

Caminamos con Muriel abrazados hacia la puerta, la abrimos y nos despedimos como siempre lo habíamos hecho. Con un beso en los labios. No separamos y antes de que me fuera, Muriel riendo me detiene de un brazo y me dice:

Andrés ¿Te puedo decir algo sin que te enojes ni te molestes? tómalo como una mala broma-

-Por supuesto- le digo

-Me lo prometes, ¿palabra de boy scout? Y entrecruza sus dedos

-Te lo prometo, ¿Qué?

-Ella besa mucho mejor que tu- se larga a reír y cierra la puerta.

No supe qué decir; si enojarme o largarme a reír. En ese momento había algo mucho más grande e importante que esa broma. Habíamos rescatado nuestro más preciado tesoro.

Nuestra amistad.

CAPÍTULO 28

FABIOLA

Hace más de un mes que no sabía nada de Fabiola. Debía reconocer que estaba preocupado por ella.

Después  de haber conversado con Muriel hace un par de semanas y saber cómo habían sucedido los hechos por boca de una de las protagonistas; tanto  el cómo, el cuándo y él por qué, me faltaba la otra  mitad de la historia; aún  no conocía  la  otra versión. La necesitaba para completar el puzle y decidir los pasos que iba a seguir.

Había esperado el tiempo prudente para que las aguas se calmaran así que decidí echar a andar nuevamente la maquinaria. Esta vez le tocaba el turno de confesión a Fabiola. Así es que la llamé.

-Hola Fabiola, ¿puedes hablar? Si estás ocupada puedo llamar en otro momento.

-Estoy trabajando, pero dime, respondió de manera tajante y sería.

  • Quería saber cómo estabas y si quieres hablar.

-Estoy fantásticamente bien como podrás imaginar. De qué quieres hablar; más bien ¿tenemos algo de qué hablar?

  • Creo que tenemos mucho que conversar, respondo, manteniendo la calma.

  • No creo Andrés. Quiero dar vuelta la página de lo que sucedió y olvidarme de todo y de todos.

  • Típica actitud de cobardes, le digo algo molesto. Arrancar sin dar la cara.

  • Si tú piensas así, me parece bien; no voy a discutir contigo.

-No se trata de discutir, se trata de hablar.

  • ¿De qué Andrés? ¿de Muriel, de ti o de mí?, porque del clima o del trabajo no creo que vayamos a conversar.

-Es posible, pero tampoco imposible, le respondí tratando de distender la conversación

-Andrés; tengo la consulta llena, así que lo que tengas que decir dímelo ahora y listo. Acabemos de una vez con esta agonía.

-Veo Fabiola que hay cosas que nunca cambian. Terca y orgullosa hasta el muerte.

No pude disimular una sonrisa.

-No se trata de eso Andrés; simplemente no quiero hablar más de lo mismo, ¿para qué?, ¿vamos a cambiar el pasado? ¿Vamos a cambiar lo que pasó? ¿De qué vamos a hablar?

-Ya la cagué y listo, no hay nada más que explicar, no tengo ganas ni ánimo de volver a revolcarme en la misma mierda.

Fabiola era tan terca y orgullosa que a veces llegaba a exasperar; pero era ella. Debo confesar que no la hubiese querido de ningún otro modo. Me encantaba tal y como era, así de indecisa y a veces complicada. Siempre me habían gustado los retos y definitivamente ella era uno de ellos.

-Ok. Fabiola – le respondo tratando de terminar con el tema. Sé que estás ocupada y no quiero ser inoportuno.

Te voy a proponer algo, ¡escúchame bien!

El próximo martes a las 21.00 hrs te voy a esperar en la habitación de mi hotel. Pero hay una condición: si decides venir, tendrás que cumplir con el requisito de usar vestido, como siempre lo hacías las veces que nos encontrábamos.

Supongo que no lo has olvidado. Esta vez tú decides.

Después de unos segundos eternos respondió dubitativa:

-Lo voy a pensar Andrés, lo voy a pensar. Adiós.

Martes 11.30 AM

Suena mi celular, lo levanto y veo que Muriel es la que llama.

Dude en contestar su llamada. No habíamos hablado desde nuestro encuentro en su departamento. Si bien habíamos aclarado totalmente las cosas no puedo negar que aún me dolía la traición por parte de mi amiga. La confianza no iba a ser igual que antes, al menos por ahora.

Por una fracción de segundos pasó por mi cabeza la coincidencia de su llamada con el día. Hoy era martes, el día que había citado a Fabiola a la habitación del hotel para aclarar los temas que teníamos pendientes. Esperando que Muriel hubiese cumplido su promesa de no contactar ni hablar nunca más con Fabiola, levante el celular y contesté.

-Hola Muriel, ¿cómo estás? ¿a qué se debe esta sorpresa?

-Andrés, me dice sollozando; anoche falleció mi padre.

Me quedé un largo rato en silencio y solo atiné a decir. Lo siento, Muriel.

Sabía del profundo amor y admiración que profesaba Muriel por su padre. El único hombre que había amado en su vida, la causa y motivo de su regreso a Chile. Por él había dejado todo atrás sin importarle nada el éxito y honores que recibía en España. Fue el único hombre que jamás juzgo ni criticó su orientación sexual; más bien la apoyó y le enseñó a amar sin importar el género.

Había tenido la suerte de haberlo conocido. Era un hombre admirable totalmente fuera de serie.

Primó el cariño y el profundo afecto que sentía por Muriel. Ella, por sobre cualquier error que hubiese cometido, era mi amiga; mi más querida amiga.  En más de una oportunidad cuando la necesité siempre estuvo incondicionalmente a mi lado. En todo momento me tendió su mano amiga, generosa y cariñosa. No era el tiempo de rencor, resquemores ni odiosidades. No le podía fallar en estos momentos.

-¿Dónde estás?- le pregunto – Ok, en veinte minutos estoy ahí -

CAPÍTULO 29

SI ME LLAMAS VOY

Logré sacar la nariz a flote luego después de un mes nadando en aguas profundas. Me sumergí tanto en el trabajo que llegó a tal punto que la Clínica me consideró parte del inventario.

Pero una vez rendida en casa, el ánimo solo me alcanzaba para llegar a la cama, para acostarme y dormir profundamente. La imagen de Muriel cabalgando frenéticamente sobre Andrés me trastornaba logrando nuevamente dejarme insomne.

Las noches eran cruelmente interminables. En una de esas llegó sorpresivamente mi amiga Cristina de visita al departamento.

Éramos también colegas y trabajábamos en la misma Clínica. No nos frecuentábamos tanto como me hubiese gustado, así es que esta visita caía del cielo para sacarme de encima un poco la obsesión al trabajo.

Entre  copas y conversación llegamos inevitablemente a hablar de Andrés.

-¿Fabiola, puedo hacerte una pregunta?

-Si me vas a preguntar algo sobre Andrés, la interrumpí abruptamente, ahórrate las palabras porque no tengo nada que decir.

-Era sobre Andrés amiga. Solo quiero saber una cosa y deseo que me la expliques, por favor. ¿Qué pasó entre ustedes? Anoche en el cumpleaños de su hermana nos encontramos en la cena e inocentemente le pregunté por ti. Con la mirada que me dio, te juro que me dejó aplastada contra la muralla del restaurante. Si no es por el mozo, que apareció justo a tiempo para llenar mi copa de vino, estaría reventada como una cucaracha, me comentó acongojada.

-Cristi, yo no te voy a aplastar contra la muralla pero, por favor, no insistas. No quiero hablar de Andrés ni contigo ni con nadie.

-Pero Fabi, perdona que insista. No me gusta verte así como estás ¿qué pasó entre ustedes? Imagínate que luego de recuperarme de su amable y gentil mirada me respondió con su habitual simpatía: ¡Cristina, no lo sé!, y si tanto te interesa saber qué pasa, a mí no me preguntes nada, pregúntale a ella, ustedes se ven casi todos los días. Me lo dijo con tanta frialdad que casi sentí que era un viaje al polo sur y norte sin escalas. Si Andrés es a veces desagradable, anoche era desagradable entero.

-Fabiola,  no quiero ni me voy a entrometer en tu vida; sabes que somos amigas y respeto mucho tu vida privada.

-Pero hace algunas semanas que te observo y te has vuelto invisible; como si estuvieses de procesión purgando faltas.

-Te repito Cristina, contesto fastidiada,  Andrés no es tema; ya no es mi tema. ¡Punto final!

  • Parece que hasta las malas costumbres se contagian; te has puesto tan hermética como el desagradable de anoche, largándose a reír, ¡está bien!: me rindo. Pero antes permíteme hacer un ¡salud! por nuestra amistad y también por nuestro amigo, el innombrable.

Al chocar nuestras copas no pude contener la risa y de las carcajadas estruendosas pase al llanto silencioso. En un segundo y enrollada sobre mis rodillas no pude contener las lágrimas.

Me hacía tanta falta ese  desahogo porque, desde el desafortunado incidente del trío en el departamento de Muriel, no me di el permiso para despojarme de la congoja que oprimía ferozmente mi pecho, para así alivianar en parte el sentimiento de culpa que me afligía.

Cristina generosamente me abrazó y apoyó mi cabeza sobre sus rodillas. Solo me permití sollozar hasta que me quede profundamente dormida.

En la tarde del día siguiente, cuando ingresaba a la consulta sonó mi celular. Lo saqué del bolsillo de la bata, lo miré y apareció el nombre de Andrés la pantalla.

¿Andrés?

Habían pasado semanas que ya había perdido toda esperanza de hablar nuevamente con Andrés. Mi mente se convirtió en un torbellino que tardé una eternidad en responder, porque temblaba desde el pelo hasta la última neurona de mi sistema nervioso.

Intentando tranquilizarme, deslicé el índice por la pantalla para contestar y escucho su voz:

-Hola Fabiola, ¿Puedes hablar? Si estás ocupada podemos hablar en otro momento.

Inmóvil y con el corazón saliéndome por la garganta le respondí sin que notara mi nerviosismo.

-Estoy trabajando, pero dime, respondí, tratando de sentarme en la estación de enfermería ya que tiritaba como gelatina.

De ahí en adelante solo puedo recordar palabras y no el diálogo en sí porque mi cerebro a mil revoluciones recordaba su irresistible sonrisa, su piel tibia y su hombro derecho.

¡Qué ridiculez!  Su  hombro derecho, ese lugar que lo tomé como mío para refugiarme después de hacer el amor.

¡Uffff! No podía seguir pensando en eso porque saldría corriendo en ese mismo instante a sus brazos.

Ya  me había hecho la idea de que Andrés ya no pertenecía a mi vida y que yo era la responsable de ello.

Había roto el compromiso de lealtad y exclusividad  y el precio era este: no estar con él.

Si bien era dolorosa la situación, no era injusta.

Por eso la propuesta de encontrarnos bajo las condiciones de vestir según lo acordado en los viejos tiempos en la habitación de su hotel encendió una pequeñísima e ilusoria idea:

Sentir su boca y su piel  aunque fuese por última vez.

Pudo salir un sí de mi boca como estallido pero no pude lograr modularlo, y decir nada más que:

-Lo voy a pensar Andrés, lo voy a pensar-.

CAPITULO 30

TODO O NADA

Después de acompañar a Muriel todo el día en los tristes y dolorosos trámites correspondientes a la muerte de su padre, me dirigí al hotel con la esperanza de que Fabiola decidiera acudir a nuestra cita.

Era la ocasión perfecta para ambos. Ella para que me explicara su responsabilidad y participación en este extraño triangulo emocional y yo para entender los motivos que la llevaron a involucrase en este juego.

Con gran esmero preparé la habitación para poder recibirla. Estaba todo en el lugar como ella lo hubiese querido; cada detalle de esa habitación era suyo, así es que abrí una lata de cerveza y me senté a esperar.

Cuando faltaban dos minutos para las 21 horas me avisaron de la recepción que Fabiola había llegado y que estaba subiendo en el ascensor.

No pude negar la alegría que sentí al recibir el aviso. Saber que había decidido venir era una buena señal; por lo tanto debía esperarla como merecía.

No alcanzó a tocar la puerta cuando nos encontramos frente a frente y apenas me vio se arrojó llorando a mis brazos pidiendo perdón.

-Perdóname Andrés, por favor perdóname, susurraba sollozando en mi pecho.

La estreché fuertemente entre mis brazos intentando calmarla para luego cubrirla con besos suaves mientras acariciaba su cabello.

Vestía su clásico vestido negro, que realzaba su exquisita figura y zapatos altos de tacón del mismo color, que la hacían ver más alta de lo que era en realidad.

Generalmente ese era su estilo para ocasiones especiales y esta lo era.

Entramos a la habitación aun abrazados y mientras caminábamos hacia el interior le susurré al oído.

-¿Vienes como siempre Fabiola?, metiendo mi mano entre sus piernas.

Con la habitación a media luz y esparcidas en el suelo cientos de pétalos de rosas rojas, con una vista panorámica de Santiago de noche resaltando majestuosa la Cordillera de Los Andes, era el escenario perfecto para ella.

-Si Andrés, vine tal como lo pediste, respondió agitada ante mi pregunta.

-¿Andrés?  Inquirí, tomando distancia. Qué rápido has perdido la memoria Fabiola.

¿También olvidaste  quién soy?

  • ¡No señor! ¡Disculpe mi Amo!  La emoción pudo más conmigo, no se volverá a repetir, lo siento.

-¿Entonces quién soy?  Pregunté, endureciendo el tono

  • Mi Amo, si Mi Amo.

-¡Ahora nos estamos entiendo, perra! al mismo tiempo que la tomé del cabello con firmeza para tirar su cabeza hacia atrás y morder discretamente su cuello.

-¡Así me gusta!, obediente y húmeda ¿No es cierto?

  • Si Amo. ¿Qué más deseas? siguiendo el juego con total sumisión.

Me acerqué lentamente, le levanté la barbilla y le mordí los labios. Sentí la contracción de su cuerpo ante mis besos.

-Arrodíllate, le ordené.

Fabiola se arrodilló frente a mis piernas. Se recogió el cabello y frotó su rostro sobre mi pene erecto aún cubierto por el pantalón.

Cumplió mi orden sin decir palabra, bajó la cremallera del pantalón y sentí como su mano se fijó  en la base, abarcando mi pene sólido mientras su boca, tibia, se deslizaba por la superficie aumentando la tensión de mis ganas. Su lengua lo recorría con esa sutileza que solo ella conocía, pero que en más de una ocasión por descuido ante el placer me hizo explotar.

Cuando estaba al borde de llegar al punto de no retorno y eyacular, alcé la voz y le dije:

-¡Detente, zorra! ¿Acaso crees que puedes hacer que me corra porque tú quieres?

-¡Ponte de pie! ¡Te voy a enseñar nuevamente como son las cosas!

Fabiola se puso de pie, despeinada y con la respiración agitada, sin pronunciar palabra.

Le quité el vestido y quedó completamente desnuda frente a la cama. Quedé impresionado; no por su cuerpo, que ya conocía de memoria, sino por la nostalgia que sentí por no haberlo tenido conmigo todas las veces que pude; de no gozarlo como merecía, de no haberlo tomado seriamente en cuenta antes de que apareciera Colette.

La tiré sobre la cama y me senté sobre ella, le até las manos detrás de su espalda, cubrí sus ojos con una pañoleta y comencé a besar su cuello, descendiendo por los hombros hasta llegar a sus pechos, que evidenciaban su grado de excitación por la dureza de los pezones.

Los pellizque suavemente al principio y ante cada gemido fui aumentando la presión hasta tenerlos totalmente comprimidos con la punta de mis dedos.

Se estremecía en la cama ante las caricias y pude comprobar que la humedad entre sus piernas era por mí.

-¡Niña malcriada, te he dicho que no te muevas! Fabiola volvió a gemir y su voz se convirtió en adictiva. ¡Abre las piernas!,  ordené.

Me sumergí en su vagina y al tener las manos atadas no se podía resistir y mi cuerpo entre sus piernas impedía que las cerrara.

-¡No cierres las piernas! ¡No te  lo he permitido! Le ordené, mientras me desvestía por completo. Puse mi pene en la entrada de su vagina y lo comencé a rozar contra ella.

  • ¡Andrés por favor no me hagas esperar, mételo de una vez, vamos! gemía sin control.

  • ¿Qué quieres? ¿Qué te lo meta?, Vaya milagro de la naturaleza, ahora te vuelven a gustar los penes, ¡Aleluya! ¡No querida; eso lo decidiré yo!

Mi lengua recorrió sus labios mayores y menores hasta la hendidura de camino hacia su clítoris con  una lentitud que la hizo estremecer mientras bebía suavemente aquel néctar que manaba de su vagina.

Me aferré a su culo inmovilizándola para dejarla completamente a mi merced mientras con mi lengua la penetraba de manera infatigable.

Ella cerró los ojos conteniendo los jadeos. Intentaba controlar su instinto como podía, es como si estuviera racionalizando la excitación y las sensaciones para ralentizar su carrera desesperada hacia el orgasmo.

Pero no le permití pensar y mis dedos comenzaron a incursionar en sus glúteos; empapé mis dedos en su humedad y comencé a jugar en su ano.

La penetré solo unos centímetros mientras mi lengua se deslizaba por su vagina.

Ya sabía que el orgasmo solo pendía de un hilo de voluntad que pronto ya no existiría.

-¡No puedo más Andrés!  ¡Mételo por favor!- Dejó escapar Fabiola. Se mordió los labios tratando de no ceder a su placer.

Ella jamás pedía nada pero ahora estaba a en mi dominio. Hundí dos de mis dedos en su vagina mientras mi lengua seguía hurgueteando su clítoris hasta que pude oírla:

-¡Andrés!- Grito de nuevo, e incapaz de resistirse se aferró a las sábanas con ambas manos, aún atadas, tratando desesperadamente de encontrar un asidero.

Me aparté ligeramente, logrando serenarme ante tanto deseo y le dije:

-¡Quiero que ruegues, Fabiola!-

-¡Estás loco! – respondió ella y volvió a gemir con fuerza cuando fue más intenso el vaivén de mis dedos.

-¡Pídemelo Fabiola o te juro que dejaremos esto hasta aquí! respondí con la voz entrecortada.

Soltó un gemido de desdén pero no pudo hacer nada por ocultar su lucha.

Apoyé de nuevo mi boca sobre su sexo y succioné su clítoris con fuerza.

Fabiola se estremeció entre sollozos. Las lágrimas se deslizaban por sus sienes y su interior se contrajo rítmicamente de manera involuntaria.

-Bendita madre naturaleza, –exclamé–. Pensé que te gustaba que te chuparan y te metieran solo los dedos. Hasta donde yo sé, las mujeres no tienen pene.

-Mételo- dijo en un susurro casi imperceptible.

Me retiré de su cuerpo de nuevo y Fabiola gimió presa de la desesperación.

-¿Qué quieres Fabiola?,  Dímelo.

—Mételo ahora, mételo por favor, mételo, murmuró en un suspiro agónico.

Me incorporé, sonriendo. Ya estaba condenada al infierno. La visión de mi erección brotó como un regalo haciendo que Fabiola se deshiciera en deseo.

—Así no se piden las cosas Fabiola, dije casi casi cruel acariciándola con el glande por encima de su clítoris. Muy cerca, pero sin llegar a tocarlo. Ella se estremeció entre gemidos.

-Ahora que reconoces un verdadero pene y no estas tonteras plásticas con las que jugaban, tendrás que pedirlo por favor. ¿Vamos, no escucho?-

-¡Por favor Andrés! ¡Por favor, por favor!- obedeció ella ahora sin ningún reparo.

Había perdido toda contención. Cualquier atisbo de vergüenza había desaparecido. Necesitaba sentirlo dentro. Necesitaba esa liberación.

Aún con las manos atadas a su espalda y con la vista vendada la levanté, dejándola arrodillada sobre la cama. Me recosté enfrente de ella y le dije;

-Bien querida Fabiola, has sido buena y obediente. Te daré la oportunidad de saciar tus deseos con algo de verdad, algo que sientas que entra hasta la garganta. Móntate y cabalga frenéticamente como te gustaba hacerlo. Este placer no es algo que puedas hacer con tus amiguitas - ¡vamos no te quedes ahí como estatua!, ¡no tengo toda la noche!

Fabiola avanzó sin titubear y se posó sobre mi pene duro como estaca. Lo coloqué en la entrada de su vagina y ella empezó a bajar suavemente hasta introducirlo entero. Gimió.

Empezó una danza frenética, moviéndose desesperadamente hasta que de golpe se quedó suspendida en el aire, su piel se erizó y empezó a temblar. Su vagina empezó a palpitar una y otra vez sostenidamente hasta que profirió un largo y profundo grito, cayendo doblada profundamente agitada sobre el mío.

Dejé que se calmara unos momentos y luego le susurré al oído;

-¡Viste Fabiola lo que es un orgasmo de verdad! Y no las otras mariconadas.

Mientras dejaba que se recuperara del intenso orgasmo que había tenido, di unas chupadas a mi cigarrillo electrónico decidiendo los pasos a seguir.

-Bien querida Fabiola -le dije abrazándola ¿ahora tendrás que purgar tus culpas? ¿Estás dispuesta?-

  • Si Amo, tu ordenas yo obedezco.

-¡Así me gusta! obediente y sumisa. Colócate en cuatro con el culo levantado y quédate quieta, le ordene.

Me dirigí al maletín que había traído conmigo de donde saqué una larga y flexible fusta de cuero negro. Desde mi posición podía observar a Fabiola quieta con su hermoso culo levantado esperando mi decisión. No deseaba jugar este juego, solo le quería hacer el amor, sentirla nuevamente mía, la deseaba como nunca. Pero había roto su promesa, su contrato de lealtad. Desgraciadamente y muy a mi pesar merecía ser castigada.

Le di el primer fustazo y Fabiola dio un brinco, luego otro. Fui dándole una y otra vez hasta que su hermoso y delicioso culo estaba enrojecido. Nunca emitió ni una queja ni un reclamo. Simplemente se limitó a gemir y decir; Dame más, no pares, sigue.

No resistí mucho más ese brutal juego. La puse en cuatro  y sin piedad la penetré de una sola y certera embestida.

El grito de alivio mezclado con dolor que Fabiola exhaló me hizo perder el control.

Comencé a  moverme  en su interior como un salvaje, levantando su culo que antes de cada embestía su cuerpo golpeaba contra la cama.

Fabiola podía sentir que el mundo desparecía bajo sus pies. Estaba entregada. Haría cualquier cosa que le  pidiera. Escuchaba sus  gritos  llamándome por mi nombre pidiendo que le diera más fuerte, los que se mezclaban con mis gruñidos primitivos. En un momento ambos nos vimos arrastrados por la furia de un clímax abrasador.

Por un breve instante nos desconectamos de la realidad y por instinto nos convertimos en dos animales exhaustos a merced de la pasión. El depredador y su presa. El ganador y la vencida.

Fabiola obedeció cada una de mis órdenes sin oponer ninguna resistencia como si verdaderamente estuviese purgando sus pecados.

Luego de esta explosión de deseos retenidos en la que ambos caímos deshechos y jadeantes, Fabiola se levantó de la cama y se dirigió al baño.

-Me daré una ducha ¿vienes? - No pude ver su rostro pero si me llamó la atención el tono de voz algo entrecortado.

Sentí como el agua comenzaba a correr y despacio me incorporé con el ánimo de acompañarla. Grande fue mi sorpresa al oír sollozos muy tenues que se confundían con el ruido del agua.

-¿Pasa algo Fabiola?

  • No Amo, respondió, tratando de ocultarse bajo la ducha.

-Dame un segundo, ya salgo.

Pude entrever a través del cristal del baño que insistentemente se secaba el rostro mirándose al espejo.

-¡Guapa; ya basta de llamarme Amo, se acabó este jueguito!, ¡Y ahora dime qué pasa! exclamé molesto. Y Nada de decir “no pasa nada” porque aunque sea un nada a medias me confié de esa respuesta y mira el rollo en que estabas metida.

Se queda una segundos pensando hasta que dice;

  • Si pasa; y mucho, Andrés.

  • ¿Y con eso que quieres decir? ya puedes empezar a hablar, te escucho. Le respondí, buscando su respuesta.

Sollozando empieza a hablar

  • Que no puedo con esta culpa Andrés; reconozco mi responsabilidad en todo esto aunque tampoco lo llamaré error, porque Muriel no lo merece. Si hay una responsable aquí soy la primera de la lista, sin necesidad de justificarme porque no conduce a nada trascendental. Lo mío es solo tristeza.

Fui cuidadoso al escuchar esa palabra porque cualquier paso en falso podría tirar por la borda cualquier buena intención que pudiese tener.

-¿Fabiola, te puedo preguntar algo?- invitándola a que se recostara a mi lado en la cama.

  • Por supuesto -respondió bajando la mirada.

  • Pero mírame Fabiola, vamos, mírame.

Levantó su rostro y tímidamente me miró a los ojos, sin lágrimas esta vez.

-¿Que pasó entre nosotros que nos distanciáramos tanto? De pronto y sin aviso nos convertimos en un par de extraños.

-Andrés; me dices que de pronto nos convertimos en un par de extraños ¿de pronto?  -respondió seriamente – ¿Quieres decir así como por arte magia?-

  • ¡Claro que sí!, estábamos en la cima de una relación de adultos, sin presiones y libres.

  • Cómo envidio la manera que tienes de ver las cosas, me responde. Sin duda tu prisma tiene ángulos muy distintos a los míos.

  • Fabiola, no te entiendo ¿podrías ser un poco más explícita?

  • ¡Por supuesto, no faltaba más! sonriendo irónicamente. ¡Somos extraños Andrés!, ¡totalmente extraños! ¿Acaso no te habías dado cuenta que lo único que sostenía esta relación era el sexo?

  • Sinceramente creo que estás exagerando, había mucho más que eso.

  • ¿Más de eso para quién?  A ver, veamos: ¿qué sabes de mí? … no digo lo que es evidente y correcto, eso lo sabes de sobra; donde trabajo, mi familia, cuáles son mis comidas favoritas, que tipo de cine o libros me gustan, o que hago con el tiempo libre.

¿Pero qué sabes de mí?  ¿De lo que pienso de nosotros?, de cuánto me ha costado amarte de la forma en que lo hago.

¿Has pensado siquiera alguna vez si tengo sueños, miedos? ¿Si tengo culpas? Me pregunta con un tono desafiante mirándome directamente a los ojos.-

-¡A ver Fabiola! ordenemos el cuento. No tengo idea a dónde quieres llegar con todo este rollo. Solo quiero saber en qué mierda estabas pensando cuando te enrollaste con mi mejor amiga.

-Quiero llegar a que mientras estábamos en la cama sacándonos las ganas, ¿dónde estaba cada uno de nosotros? ¡Fácil! ¡Cada uno estaba en su vida!  Tú en una orilla y yo en la otra. Estábamos viviendo en mundos paralelos, que cuando sentían la nostalgia de la carne y nos unía el puente del deseo nos juntábamos, saciábamos las ganas, para luego seguir cada uno su camino, independientes y separados.

-Esa es la clave para tener una relación plena y satisfactoria. No involucrarse emocionalmente y saber lo justo y necesario para llevarse bien.

-Pero resulta que yo quiero ser una parte importante tuya, me gustaría saber qué sueñas, a qué le temes. Si dices querer, por lo menos saber quién te enseña y quién te motiva. Termina por decir Fabiola, algo molesta.

-Fabiola, sabes muy bien que las utopías no van conmigo. Además, desde el primer día nunca prometí algo para nosotros. Juntos lo pasábamos increíblemente bien.

-Ese es el pequeño y gran detalle; ¡yo te amo! ¿Sabes lo que es eso? ¡Amor del bueno!

-Del que cuando te levantas te pienso  y  me acuesto rogando que sea el día en que nos podemos ver.

¡Pero tú qué sabes de eso! Me respondió molesta ¿que se de ti? ¿Qué sabes de mí?

¡No sabemos absolutamente nada el uno del otro!

-Sigo sin entender muy bien a dónde quiere llegar con toda esta charla. ¡Qué tiene que ver con qué te acostaras con Muriel! Porque por más que trato, aún no lo entiendo.

  • ¡Por dios Andrés! Ella me hacía sentir bien. Con sentido de pertenencia, estar acompañada más allá de la cama, compartir algo de la vida, quizá hasta tonterías cotidianas.

  • Nunca tuve la intención, ni siquiera imaginé involucrarme con ella, pero fue tan fácil de hacer, fue todo tan simple que solo fluyó casualmente. Ella me buscaba sutilmente y podía llenar mis días, termina por decir.

-¡Finalmente resultó que te gustaban las mujeres!  Exclamé, molesto

-Me sorprende que un hombre tan inteligente como tu sea tan subnormal para ciertas cosas. Como si no tuvieras ningún grado de responsabilidad en todo aquello.

-¡Joder! ¡Era lo último que me faltaba por oír! ¡Ahora resulta que soy el responsable de que te estuvieras revolcando con una mujer! Atiné a responder con rabia.

-¡Andrés! ¡Tú me presentaste a Muriel! Nunca fue mi idea la de estar con otra mujer.

-Me preguntaste cuál era mi fantasía oculta, una tontería y te lo conté, ¡pero nunca te pedí que lo hicieras!

-Bueno, te quise complacer, eso fue todo.

¡Claro! ¡Eso fue todo!, ¿qué simple, no crees?

-Fue un regalo, Fabiola, ¡un regalo! Lo merecías y si yo te lo podía ofrecer ¿porque no?

-¿Después de ese encuentro? ¿Alguna vez tocaste el tema Andrés? ¿Conversamos acerca de lo que sentí? ¿Qué me pareció? ¿Qué sentiste tú?, ¡nada de nada, desapareciste y no pronunciaste ni una palabra!

-No era necesario Fabiola, simplemente fue un juego. Suponía, al menos yo, que iba a ser el primero y el último. No había razón para darle más importancia de la que tenía.

-¡Claro! ¡Quizá para ti, pero no para mí! No imaginas cuántos días pasé tratando de explicar en mi cabeza cómo pude aceptar tal juego.

-Era una osadía tener sexo con una mujer, lo reconozco. Pero lo que vino después no estaba en ningún libreto.

-Apareció Muriel y empezó a llenar ese espacio que te pertenecía, aquel que nunca quisiste tomar. Más bien; el que nunca te interesó tomar.

-Fabiola, creo recordar que lo nuestro estaba claro desde un principio. Que nuestra relación era al día y la vivíamos con intensidad. Lo conversamos muchas veces y siempre estuviste de acuerdo-.

¡Claro! ¡Cómo no estar de acuerdo! ¡Si te amo! ¡Te amo! ¿Sabes lo que es eso? Lo que quisieras y te pudiera dar sería todo para para ti. Si tú eras feliz, yo también lo era.

-Por eso acepte tus silencios y las muchas condiciones que pusiste para estar juntos.

-¡Joder, no tenía idea de que me acostaba con la nueva Teresa de Calcuta!  Exclamé, sin contener mi ironía.

  • Creo ya es hora de que me vaya, dijo, levantándose de la cama sin poder disimular su molestia.

  • ¡A ver guapa, tranquila!, la afirmé de un brazo intentando que se quedara en la cama.

Era pasada la medianoche y seguramente había venido en su auto para llegar al hotel. Por lo tanto no tenía inconveniente en tomar sus cosas y marcharse.

-¡A ver, Andrés!, zanjemos el tema de una vez por todas. Creo que fue una muy mala decisión venir, respondió suspirando. No quiero ni tengo ganas de empezar a divagar en reflexiones acerca del cómo, el cuándo, el dónde y el por qué.

-Si me citaste hasta aquí para hacerme sentir el peso de la traición  ¡ya estás listo! Fui tu sumisa, bien humillada y basureada. Cumplí con el papel que querías a la perfección.

-No dramatices tanto, Fabiola. Pienso que cualquiera querría saber al menos porque tiene cuernos de alce ¿no crees?

  • ¡Ya te lo dije y te lo vuelvo a repetir! me sentí tan ajena a ti, a tu mundo casi autista, que estar sola o estar contigo se había convertido en lo mismo.

  • Pensé que era verdad, que algo te importaba lo que nos estaba sucediendo. Pero cada vez que hacías preguntas ¿cuánto insististe? ¿Te preocupaste? ¿Me llamaste?

  • Creo que hice lo suficiente, le respondí, poco convencido de mis palabras.

  • ¡Suficiente para ti!, ¡pero no para mí! Quizá lo hacías para que no se dijera después que no preguntabas que pasaba.

-¡Una postura súper cómoda, Andrés! Hubieses insistido solo un poco más y te hubiese confesado todo, porque no sabes cómo me pesaba la culpa. ¡Era angustiante y aterrador! ¡Necesitaba saber que era importante para ti, que te preocupabas por mí, pero nada!

-Que equivocada estás Fabiola. No fue comodidad; simplemente, te creí. Confié en que me estabas diciendo la verdad.

-¿Sabes lo que llegué a pensar? Que no era más que la primera de tu lista, la de turno y la que estaba siempre disponible.

-¿Para que ibas a insistir si teniendo sexo una, dos o tres veces por semana lo demás convenido en esta relación era obvio?

-¡Tú por tú lado y yo por el mío! ¡No insististe más porque no te interesaba!

-¡Creo que te estás extralimitando Fabiola! No te voy a permitir que me juzgues de esa manera, parece que no me conoces.

-¡Exacto Andrés! ¡Muy bien! Por fin dices algo inteligente y que tiene sentido: No te conozco.

-¡A ver Fabiola, nada de victimizarse! Me conoces mejor que cualquier persona en este mundo y sus alrededores, respondí, perdiendo ya la paciencia.

-Si hubieses insistido solo una vez más, ¡solo una vez! Demostrar que de verdad te interesaba saber qué pasaba, suspiró con nostalgia mientras se cubría el rostro con ambas manos para no llorar.

Era difícil y complicado entrar en su mente y comprender cabalmente sus argumentos. Si bien era cierto que las expresiones sentimentales y emocionales no eran mi fuerte, no me gustaba ver a Fabiola en ese estado de congoja y desasosiego.

Decidí entonces mostrar mi carta más audaz y arriesgada. Mostrar esa carta significaba jugar nuestra relación al todo o nada. Ya no había nada más que perder. Tenía que equilibrar la balanza donde quizá podíamos empatar y en el mejor de los casos, ganar algo.

Bajé mi tono agresivo e inquisidor y asumí un rol condescendiente.

-¡Fabiola deja ya de culparte!, En algún momento todos nos podemos equivocar y tomar decisiones erróneas sin medir las consecuencias posteriores.

-¡Pero me pesa Andrés! Dice con lágrimas en los ojos. Te traicioné e incumplí nuestro compromiso de lealtad. Por más que intente salvar la situación soy yo la que no se puede perdonar.

-Fabiola, no lo tomes como una tortura. Se bien que no es fácil y en algo, aunque no lo creas, te puedo llegar a entender, respondí en tono conciliador.

-¡Yo te engañe! Tuve una relación y sexo con tu mejor amiga, Andrés y no sabes cuánto me pesa esta mochila ¡Tú no sabes lo que es eso!

-¡Pues si lo sé! Respondí, decidido a confesar mi relación con Colette. Yo también falté a nuestro compromiso Fabiola.

Me mira con cara de sorpresa. Abre los ojos y me pregunta de forma dubitativa.

-¿Que estás diciendo? Se ríe. ¿A veces eres tan generoso que eres capaz de inventar una historia para que no me mate la conciencia y la culpa?

-No es un invento Fabiola. Mientras estábamos juntos también tuve una especie de relación por llamarlo así, con otra mujer. Bueno con una chica casi adolecente.

Me mira sorprendida y su cara pasó de la tristeza a la rabia en un segundo.

-¡Para Andrés; detente un poco! ¿Me estás diciendo que me engañaste con otra? ¿Qué estuviste con otra estando conmigo?

-Si Fabiola. Eso te estoy diciendo; para que veas que puedo entender perfectamente lo que estás sintiendo, le confesé, intentando tomarle la mano.

Fabiola se levantó y se puso su vestido a medias mientras daba vueltas por la habitación buscando sus zapatos. Podía ver como su cuerpo se volvía rígido y tenso sin querer creer lo que había oído.

De pronto se dio media vuelta y muy serena se paró enfrente de mí y exclamó:

-¡Eres un desgraciado! ¿Qué mierda hiciste? Eres peor que yo Andrés.

-Tener sexo con otra mujer de la misma forma que lo hacía tú ¿es ser peor? No veo la diferencia.

-¡Qué descarado eres! ¡Qué gran hijo de puta! Yo, la muy ingenua, hundiéndome en la culpa y el remordimiento, con el inmenso dolor de haber traicionado tu confianza, de no estar a tu altura, y resulta que no me llegas ni a los talones.

-Si me dejaras explicar la situación sería menos dramático.

-¡Déjame adivinar!, saliste de tu búnker mental y en la esquina te encontraste casualmente con una mujer a tu altura. Te la follaste hasta que te dio la gana y para coronar la escena me dices que era; ¿una adolecente?

¡No lo puedo creer, Andrés! ¡Explícame! ¡Vamos, dime, veamos si tienes los huevos bien puestos!

La carta ya estaba tirada. Ahora había que jugarla con inteligencia y estrategia.

-¡Esta bien! Hace algún tiempo conocí una chica en un café. Comenzamos a salir y tuvimos un pequeño affaire. ¿Ves? Estamos en la misma situación.

Fabiola, sentada sobre la cama, me miró largamente por minutos en silencio. Minutos que parecían interminables hasta que dice;

-¡Ahhhh, que bien! ¿Eso es todo? ¡Mira tú que interesante! Dijo alzando la voz con una tensa calma.

-No me vengas con esa actitud irónica. Te conozco, Fabiola, y puedo ver que no es eso lo que en realidad quieres decir. ¡Vamos dispara todo de una vez!

-¡Te acostaste con otra estando conmigo, desgraciado! ¡Y más encima tienes el descaro de decir que estamos en la misma situación!

-¿Quién es ella?- Preguntó bajando la cabeza sin poder disimular su enojo.

-¿Importa eso ahora Fabiola, o quieres que te cuente todos los detalles?-

-¡Sí importa y mucho! Contestó enérgicamente, ¡quiero todos los detalles, hasta el más mínimo!

-Conocí a Colette por casualidad en un café cercano a la oficina. Una hermosa chica y te digo chica y no mujer porque solo tenía 18 años.

Mientras  iba relatando la historia podía observar cómo Fabiola se iba hundiendo en la tristeza. Sus hombros parecían abrazarla para que no se derrumbara.

Escuchó atentamente de principio a fin. Desde que la visite en su casa, de su traumática experiencia y tener sexo conmigo siendo su primera vez.

-¿Su primera vez? ¿Contigo? ¡Ahora lo entiendo todo! El sueño de cualquier hombre mayor de desvirgar a una chica joven y virgen. ¡Por supuesto! El león frente a su presa ideal, cómo desaprovechar la oportunidad ¿cierto?

¿Entonces donde quedó ese discurso de?: “cuando estoy con una mujer, estoy solo con ella como ella conmigo. Aprendemos y crecemos juntos, nos potenciamos porque es primordial para la relación como lo es la exclusividad”

-¡Supongo que diste el mismo discurso antes de acostarte con ella!

-¡No inventes respuestas que no son, Fabiola! Solo te estoy contando todas las cosas tal como lo pediste. ¡Deja esa actitud de mina herida y escucha sin interrumpir! ¿Podrías?

  • No cumplí con nuestro acuerdo de la misma forma que tú tampoco lo hiciste y de verdad lo siento.

-Pero no dudaste en crucificarme una y mil veces. Hice el camino de la culpa sin estaciones. Me sentí pequeña y sucia. Estoy segura de que si hubieses podido tirar del gatillo en mi sien lo hubieses hecho sin asco.

-Que injusta eres Fabiola. Pude haber guardado esta historia y nunca te hubieses enterado de la existencia de Colette. Pero no quiero que seas tan drástica contigo misma.

Se levantó abruptamente y comenzó  aplaudir enfrente de mí.

-¡Bravo! ¡Bravo Andrés! ¡Ahora me arrodillo para agradecer el magnífico gesto de magnificencia! ¡El semi Dios se dignó a bajar del Olimpo a perdonar a los mortales, haciéndose pasar por uno de ellos!- ¡Alabado seas!

-¡Estás hablando a través de la rabia Fabiola! También me equivoqué y lo reconozco. En el camino me di cuenta lo importante que eras para mí.

-¿Y por qué nunca lo dijiste? Siempre sintiendo ese miedo a vivir como si fuese un pecado. No más bien dicho como si fuese una forma de destruirse. ¡Sentir el cariño hace bien! Le da sentido a la vida .Siempre es mejor de a dos.

-Fabiola, eres más importante de lo que imaginas. Y tampoco pretendas hablar por mí. Te lo he repetido mil veces.

-¡No Andrés! ¡Jamás me atrevería a pensar de forma tan retorcida como lo haces tú! ¡Me traicionaste! ¡Me humillaste! ¡Trapeaste el suelo conmigo! ¡Afortunadamente no soy cono tú!

-Vaya Fabiola, resulta que ahora soy el malo de la película. Te enrollaste y tuviste una relación amorosa con Muriel. ¿Acaso eso no es traición y falta de lealtad?

-Jajajajaja, ¡por supuesto que lo es! Salvo por un pequeño detalle. ¿Te presenté yo a Colette?, ¿Así se llama cierto?, ¿Acaso yo la metí en tu vida? ¿Yo la incité a que se acostara y tuviera sexo contigo?

-No lo logras entender Fabiola. ¡Mi única intención fue que cumplieras tu fantasía! ¡Era un regalo!

-¡Un regalo que jamás pedí y que luego de dármelo nunca lo hablamos! ¡Es más, te importo una mierda! Tuve sexo con una mujer en tus narices y lo disfrutaste. ¡Me compartiste Andrés, me compartiste!

-¡Recapacita un poco Fabiola! ¡Eso ya es pasado! ¡Nos equivocamos y ya está! Para qué seguir girando sobre lo mismo y no aprender de esto. Podemos darnos otra oportunidad.

-¡No quiero ni puedo, Andrés! ¡Quédate con tu Colette, fóllatela bien follada y sigue con tu vida cazando chicas tontas e ingenuas, que de esas no te faltan! ¡Yo me retiro!

-Uffff, ¡joder! ¡Qué dramática y que extremista eres! ¡Yo te quiero Fabiola!, eres la única persona que realmente he querido en mi vida.

-¡Yo te quiero Fabiola! Te creo cuando lo dices, de verdad te creo. De la misma forma cuando dices que quieres una bebida, un sándwich, como quieres a tu perro o al Barcelona. ¡No, me equivoco! ¡Al Barca lo quieres más que a nada!

-Que no lo diga ni lo publique a través de todas las redes sociales no quiere decir que no lo sienta y obviamente es más que al perro. No pude disimular mi sonrisa.

-Andrés, lo has dicho demasiado tarde. No hay vuelta atrás en todo esto. ¡Esto se acabó! ¡Tú a lo tuyo y yo a lo mío! Y te diré esa frase que tanto te gusta. Nada me debes, nada te debo  y todo el mundo en paz.

¡Muy bien Fabiola! Si así lo has decidido no me voy a desgastar tratando de persuadirte de lo contrario. ¡Está bien, es tu decisión! ¡La respeto pero no la comparto! Pero hay una última cosa que te debo decir;

No te atrevas a volver a advertirme de que esto es un error Andrés, respondió molesta.

-¡No Fabiola! El tema ya lo diste por terminado y lo nuestro desde ahora pertenece al pasado. Volvamos al presente.

-Solo te quería decir que anoche falleció el padre de Muriel. Creo que es necesario que lo sepas.

-¿Qué dices? ¡Por Dios! ¿Cómo te enteraste? ¿Cómo está ella? preguntó angustiada.

-Como es comprensible Muriel está deshecha. A pesar de que este desenlace era predecible, más temprano que tarde, sucedió anoche. He estado todo el día acompañándola y ayudándola en lo que fuese necesario. Antes de venir para acá la dejé sola en la capilla.

  • Qué pena más grande. Se… bueno, sabemos lo importante que fue su padre en la vida de Muriel. ¿Sabes cuándo serán sus funerales?

-Mañana a mediodía es la misa en la iglesia que queda cerca de su departamento. Supongo que no te tengo que dar la dirección porque sabes donde es, y luego será trasladado al crematorio. Te lo comento porque sé que te unen muchas cosas a Muriel

-Gracias por decírmelo, muchas gracias. Me dijo, obviando la ironía.

Se comenzó a vestir con prisa, temblorosa y sin mirarme. Como si aquella noche fuera el punto final a nuestra historia.

Cerró la puerta con lentitud para no demostrar su rabia y su taconeo firme se perdió cuando subió al ascensor.

Me levanté y me dirigí al frigobar de donde saqué una cerveza fría. La abrí y mirando la majestuosidad de la Cordillera de Los Andes me dije:

“Quien se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen.”

Y sonreí.

CAPÍTULO 31

ADIOS PADRE, ADIOS CHILE

Cuando sonó la alarma del teléfono ya era cerca del mediodía. Después de haber pasado gran parte de la noche con Andrés iba a necesitar más que un café para estar despierta.

La intensidad del encuentro no estuvo marcada por la pasión que hubiera deseado tener pegada a la piel. Aunque intenté hacer el amor de manera sublime, asumiendo plena y conscientemente mí rol de sumisa, existía siempre una sombra de decepción y deslealtad cuyo resultado fue un dolor que sobrepasó lo humano, faltando poco para trizar el alma.


Mientras buscaba en el closet una vestimenta adecuada no dejaba de pensar si era apropiado y conveniente asistir al funeral del padre de Muriel.

Recordé más de alguna conversación que tuvimos sobre su familia, más bien de la única que le quedaba; su padre.

No era lo que contaba sobre la relación que los unía, era más bien la forma como lo hacía lo que me emocionó en más de una vez.

Mientras estábamos abrazadas en la cama, más de una vez me expresó que su mente guardaba como un tesoro cada palabra que le había dicho su padre el día que le confesó su condición de lesbiana.

-Nunca me sentí tan protegida y más segura que en los brazos de mi padre; me amó incondicionalmente, no siendo tan perfecta como le hubiese gustado que fuera.

No quise seguir dándole más vueltas al asunto. Tomé el coche y me dirigí al lugar de la triste ceremonia porque estaba segura de que en estos momentos Muriel necesitaba un abrazo, aunque no tuviera el poder de ser su consuelo.

Al llegar divisé a Muriel sentada en la primera banca de la iglesia. Vestía de riguroso negro, pero su abrigo llevaba ciertos matices en rojo que eran el detalle silencioso de que aún en los formalismos siempre estaba en el límite.

Caminé entre los asistentes a la misa sin poder evitar seguir con la mirada a cualquiera que pudiera ser Andrés. Sabía del cariño y el afecto que se profesaban y en ese difícil momento estaba segura que no iba a faltar, por mucho que las cosas no estuvieran bien entre ellos.

Me puse en la fila de las personas que entregaban el pésame y al llegar mi turno pude sentir su emoción en la mirada.

Se lanzó a mis brazos, aferrándose fuertemente, y sollozando me dijo al oído:

-¡Estaba segura de que ibas a venir! Gracias Fabiola. Gracias y por favor no me sueltes y no me dejes de abrazar, porque solo así podré pasar este inmenso dolor.

  • Lo siento tanto, Muriel; no sé qué más decir.

  • No digas nada -responde sollozando-. Estás aquí y es lo único que me importa; las palabras sobran. Gracias, Fabiola; muchas gracias.

Me senté a su lado y tomadas de la mano nos mantuvimos así durante toda la ceremonia.

De reojo intentaba encontrar a Andrés en algún lugar o rincón de la iglesia, pero mi búsqueda fue infructuosa; no había señales de él.

Una vez finalizado el último responso nos pusimos de pie y me propuse salir de la iglesia para dirigirme a mi auto y tomar ubicación en el cortejo.

Pero Muriel no me permitió que la abandonara y tomadas del brazo hicimos el largo y penoso trayecto de despedida hasta llegar al exterior del templo.

Me sorprendió la gran cantidad de asistentes que había en el sepelio. No solamente estaban presentes las personas que conocían a la pequeña familia, sino también el gran círculo de conocidos, amigos y colegas que había cultivado Muriel después de su regreso al país.

Por nuestra cercanía podía sentir las curiosas miradas, que no podía evitar y que poco me importaban. Ella me pidió compañía y en este doloroso momento por ningún motivo se la iba a negar.

El cariño y la admiración que sentía por ella no había cambiado. Permanecía intacta.

Iba concentrada  en que Muriel no se fuera a tropezar al bajar las escalinatas de la iglesia, cuando al llegar a un pequeño jardín que se encontraba a la salida se suelta de mi brazo y corre hacia una figura masculina que no pude identificar en un principio por estar a contraluz; el sol me daba en pleno rostro.

-Fabiola, qué placer y que sorpresa verte aquí, me sonrió Andrés, mientras seguía abrazado a Muriel.

-Hola Andrés. No te vi en la misa.

-¿Acaso te sorprende? Sabes sobradamente que la Iglesia no es una de mis instituciones preferidas, pero le prometí a Muriel que la acompañaría hasta el final de la ceremonia.

Ninguno de los dos quiso extender más la conversación, lo que agradecí porque las piernas me temblaban y mi voz entrecortada era evidente.

Muriel, ajena a la situación y un poco más calmada se coloca sus lentes oscuros y mirando a Andrés le dice:

-Andrés; nos esperan a nosotros para que el coche fúnebre pueda partir ¿nos vamos?

-Fabiola, ¿vienes con nosotros?

  • Ehhhh, sí; vayan ustedes delante, que esperan por ustedes. Yo iré por el auto y me sumo al cortejo.

Mientras caminaban al coche para dar inicio a la triste comitiva pude mirar a Andrés con atención. Iba impecablemente vestido con un traje negro y camisa blanca, que lucía con una elegancia irresistible, agregando a ello su sello característico: no llevaba corbata.

Subí al auto y me uní a la interminable fila de vehículos que le darían el último adiós al padre de Muriel.

Una vez que llegamos al Cementerio nos dirigimos a la Capilla, para el último responso. Desde lejos podía ver cómo Muriel se aferraba en Andrés para no desfallecer.

El dolor que pesaba sobre sus hombros era elocuente. La fragilidad ante la despedida para siempre me conmovió profundamente.

Durante la breve ceremonia de despedida, Muriel se puso de pie con gran aplomo y seguridad y se dirigió a los presentes, frente al ataúd de su padre:

-Mi amado Joaquín Alzola, mi padre. No me gustan las despedidas y lo sabes muy bien.

Aquí están todos los que tuvieron el privilegio de compartir algunos momentos de tu vida con afecto y cariño.

Y digo privilegio porque hombres como tú son inolvidables. Mientras solo una persona te recuerde, aunque sea solo una, con cariño y admiración, serás eterno.

Estoy segura de que en estos momentos estas abrazando a mi madre y a los amigos que partieron antes que tú. Sé que estás feliz por todo eso.

Sr. Joaquín Alzola; esto no es una despedida, es una invitación a que me esperes, porque te seguiré, estés donde estés.

Estoy segura de que nos volveremos a ver otra vez.

Vuela alto, padre mío. Feliz viaje a la eternidad.

Adiós mi hombre maravilloso, adiós mi entrañable amigo.

Adiós, papá. Te amo.

Admire la entereza con que pronunció esas hermosas palabras sin quebrarse.

Se dirigió al féretro y le dio un interminable beso mientras éste empezaba a bajar a los hornos que lo convertirían en cenizas.

Andrés estaba a su lado en todo momento; no la dejaba sola ni un segundo y creo que ella lo agradecía con el alma.

Yo presenciaba el triste ritual a distancia pero podía sentir como Andrés me buscaba con la mirada y cuando se encontraba con la mía toda mi piel se estremecía.

Fijamente mantuvo sus ojos en los míos durante un largo rato y hubiese pagado cualquier precio por conocer qué estaba pasando por su cabeza.

La noche anterior habíamos estado juntos donde había sentido todo el rigor de su castigo.

Haberme graduado de sumisa fue una de las experiencias que no se me ocurre cómo expresar sin quedar debiendo emociones.

Me sentí única para mi Amo; entregué cada centímetro de la piel de mi cuerpo a su voluntad que, con solo tocarla, por cuenta propia se rendía a sus caricias, a sus besos y a sus implacables castigos.

Nunca sentí dolor. Nunca salieron de mi boca más que gemidos de placer, y si lloré descontroladamente al abrazarlo después de haber alcanzado el primero de los muchos orgasmos, fue solo para agradecer que aun habiéndolo defraudado en el más importante de los acuerdos me hizo suya y fui inmensamente feliz.

Estaba embobada en esos pensamientos cuando sentí un par de manos que me tomaban por la cintura con tanta naturalidad que las pude reconocer de inmediato.

Era Muriel que aún tomada del brazo de  Andrés regresaba de la capilla del crematorio y con un gesto me pidió que le tomara el antebrazo opuesto.

Parecía una imagen de película y no pude evitar sonreír bajando el rostro.

-Andrés, Fabiola, tengo que hablar con ustedes, dijo Muriel mirándonos con los ojos humedecidos.

-Muriel, creo que no tenemos nada de qué hablar y si es para agradecer, dijo Andrés en tono conciliador, sería una tontería que lo hicieras. Eres mi amiga y te quiero. Sabes de sobra que voy a estar siempre a tu lado cuando me necesites.

-Como siempre ha sido entre nosotros, continuó diciendo Andrés. Tú me necesitas y estoy; yo te necesito y estás. Ni más ni menos.

-Cuenta conmigo de la misma forma, dije emocionadamente; no somos extrañas y hay cariño, ¡así que nada de andar agradeciendo!

¿Oíste Muriel?  Mientras le acariciaba el cabello.

-Les agradezco este hermoso gesto, pero no es sobre eso que les quiero hablar, nos dice suspirando. Disculpen las lágrimas pero no lo puedo evitar. Parece que en un solo día se han juntado todas las veces que he necesitado llorar.

-Es totalmente comprensible y lógico Muriel. El dolor por mucho que lo desees controlar no se puede contener; agregó Andrés, abrazándola con cariño.

Me pareció asombrosa aquella actitud de Andrés, de una ternura infinita que no conocía de forma tan evidente.

Conocer sus emociones era igual que un puzle de mil palabras en la que cada una de ellas era imperceptible pero a la vez imprescindible para poderlo completarlo.

-¡Bueno, basta de llanto! – dijo Muriel- Lo que les quiero decir es que he decidido regresar a España.

-¿Regresar?  Ir por un tiempo de vacaciones me parece una excelente idea, le respondí afirmativamente; te debes reponer de este doloroso trance y así podrás volver a retomar tu trabajo con mayor serenidad y tranquilidad.

-Fabiola; me mira y me dice Muriel con cariño, son más que vacaciones. Regreso para quedarme. Voy a retomar mi cátedra en la Universidad y quiero cumplir el sueño de mi padre de instalar un bufete de abogados en Madrid.

-Muriel, ¿no crees que es una decisión un tanto apresurada? una decisión tomada en caliente, producto de este triste suceso, preguntó Andrés sin salir de su asombro.

-No lo es querido amigo. Durante su enfermedad tuve tiempo para conocer los bienes y negocios de la familia. Estos últimos meses me hice cargo de todo ellos. Está todo en orden y puedo partir tranquila.

-Pero, Muriel, ¿no crees que es muy pronto para decidir simplemente trasladarse a otro lugar y dejar botado todo lo que lograste conseguir en Chile? Aquí está tu casa, tu trabajo, tu gente, tus amigos ¿por qué no lo piensas mejor? Insistí, tratando de persuadirla a que cambiara de idea.

-Mi guapa, responde con ternura acariciándome la mejilla. Es una decisión que ya tomé; no tengo ninguna obligación ni temas pendientes que impidan que me vaya.

-¡Muriel; no seas tan drástica!  Piensa bien lo que estás diciendo y haciendo. Lo conversamos ayer por la tarde. ¡Estás tomando decisiones apresuradas!, no estás sola en esto. Dijo Andrés, intentando hacer que cambiara de parecer.

-Andrés; mí querido Andrés. Lo mira con ternura y le dice; recuerdo perfectamente la conversación que tuvimos ayer y no sabes la emoción que sentí al saber que me considerabas una parte importante de tu vida.

-Tu eres mi familia; la única familia que me va quedando eres tú, amigo.

-¡No estoy  de acuerdo! exclamé al instante, conteniendo las lágrimas; también quiero ser parte de tu familia, Muriel.

Las miradas de sorpresa de Muriel y Andrés al mismo tiempo no me intimidaron.

-Quizá pueda parecer una locura lo que estoy diciendo pero siento que conocernos no fue casual. Hemos compartido parte de nuestras historias, en lo íntimo y en lo personal. Tenemos lazos, ¡si, eso es! lazos que no  puedes romper diciendo solo: regreso a España. ¿Qué es eso?

Andrés estaba perplejo por lo que decía, pero dejó que continuara.

-Podría apelar a  la típica frase; después de lo que hemos vivido, etcétera, etcétera. Pero no es al pasado a lo que me quiero referir sino al ahora; de hoy en adelante.

-Permíteme ser tu persona también, al igual que Andrés lo es contigo. Dame la posibilidad de acompañarte cuando me necesites, déjame ser opción, más que un recuerdo para cuando el mundo se te venga encima. Te puedo ofrecer esto: mientras, le tomo las manos y las pongo en mi pecho; siempre que lo necesites estaré para ti.

No sé cómo pude terminar esa frase y mantenerme firme; suspire hondo y baje la cabeza para no llorar.

Sentí de pronto cómo Andrés y Muriel me estrechaban en un cálido abrazo, en uno de esos donde se puede armar el alma aunque esté deshecha en diminutos y pequeños pedazos.

Luego de tanta emoción Muriel vuelve a la calma; a la misma que mantuvo durante toda su vida ante las decisiones difíciles.

-Me siento honrada al tener una familia: que seamos familia. Ustedes son un regalo; un bendito regalo. No tengo mucho más que agregar, simplemente: ¡gracias amigos!

-Por eso, familia, no me pidan que cambie de opinión. Tengo el vuelo reservado para el sábado a las tres de la tarde y no me digan que lo puedo cancelar, porque eso ya lo sé.

¡No quiero dejar de hacerlo!, siento que es una oportunidad.

-¡Muriel! -exclama Andrés molesto- ¡creo que tenemos que hablar!

-¡No Andrés!, si es sobre esto, no tenemos nada de qué hablar. ¡Está decidido!

-¡Esta bien! - agregó Andrés resignado para distender la emoción- Sé que será inútil hacerte cambiar de opinión; ¡pero no te librarás de nosotros! ¿Puedo decir nosotros Fabiola?, buscando mi complicidad.

Dudé unos segundos antes de contestar, hasta que finalmente dije; ¡Por supuesto!, respondí sorprendida, ¡Andrés tiene razón!, no te podrás librar de nosotros aunque estés al otro lado del mundo.

  • ¡Lo sé!; tener familia también tiene sus costos, exclamó Muriel de buena gana.

Llegamos al estacionamiento del cementerio tomados los tres del brazo y al despedirnos Muriel no pudo aguantar el llanto cobijándose nuevamente en  los brazos de Andrés.

Entre sollozos pude oír cómo le pedía perdón. También lo quería abrazar. También le quería pedir perdón.

Poco a poco fue tranquilizándola y dio lugar a que también me pudiera despedir.

Envuelta en lágrimas solo bajó la cabeza y permitió que la besara en la frente.

Andrés se despidió con un largo y doloroso beso en los labios.

Una vez que Muriel subió al coche en compañía de su chofer, retomé el camino para regresar a casa cuando siento que Andrés me llama.

-¡Fabiola, espera! mientras se cuelga de mi abrigo ¿y eso es todo?

¿No vas a decir nada de nuestra conversación de anoche?

-¿Hay algo más que agregar Andrés? tú a lo tuyo y yo a lo mío ¿no quedamos en eso?

-¡Bueno, si! pero pensé que podrías haber cambiado de opinión.

-¿Yo? No; Andrés. No quiero cambiar de opinión; no quiero volver a sentir la culpa de la traición. ¡Tú! ¡Pudiste haberme dicho que también faltaste a nuestro contrato! ¡Pudiste hacerme sentir menos humillada ante la evidencia! ¿Pero qué hiciste?

-¡Me tiraste al suelo y me pisoteaste una y otra vez con tu indiferencia!

¡Y yo, la tonta!, porque no encuentro otro adjetivo para poderme definir, la tonta, sufriendo con el peso de la culpa cuando tú ¡tú, Andrés! ¡También me traicionaste!

-¡Lo reconocí Fabiola, también cometí un error!

-¡No Andrés! Te equivocas, no reconociste el error: más bien me informaste del error, que es totalmente distinto.

  • ¿Sabes cuál es la diferencia entre tu error y el mío?

-Ninguna por supuesto, respondió molesto.

-La diferencia es que nunca me pude perdonar la deslealtad hacia mi compañero y amigo y esto ¡grábatelo bien en la memoria!;

-¡A mi amor! ¡Mi, a m o r! – dije recalcando estás últimas letras.

¡Por eso no quiero perder más el tiempo en esto!

-Ya es hora de que me vaya Andrés. Tengo turno esta noche y quiero descansar un poco antes de ir a la Clínica.

-¡Pero te lo conté Fabiola!, perfectamente lo podría haber ocultado y nunca te hubieras enterado. Lo hice para que alivianaras tu culpa ya que ambos estuvimos expuestos a cometer errores. ¡La cagamos, y ya está! Que sirva de lección para el futuro.

-Esto no ha terminado aquí, guapa, respondió molesto. Cuando estés más tranquila y menos sensible volveremos a conversar.

-¡No es necesario que te tomes tantas molestias!, ya di por terminado el capítulo.

¡Adiós Andrés!

-¡Esa es tu respuesta! ¡No hables por mí! Yo todavía no doy por finiquitado ningún capítulo, como dices. ¡Ya conversaremos con más calma!

-Adiós Fabiola-.

No sé cómo llegue y logré abrir la puerta del coche para ponerlo en marcha. Sentía como si un huracán de “te quieros” quisiera salir corriendo tras de él y gritárselo a los cuatro vientos. Pero la razón salió a mi rescate susurrándome en la mente: Fabiola da vuelta la hoja.

¡Andrés ya es historia!

CONTINUARÁ