SIN TECHO NI FONDO (parte 2)

Probar, conocer y que te guste es peligroso.

LIBRO SEGUNDO

Te escogí a ti porque me di cuenta de que vales la pena, vales los riesgos, vales la vida.

Pablo Neruda.

CAPÍTULO 8

ENTRE DOS MUNDOS

  • ¡Joder mujer! Me dejas sin aliento, exclama Andrés al momento de recuperar la calma después de haberse desplomado desfallecido sobre la cama, luego de un intenso y prolongado orgasmo.

  • ¡Ven acá, a tu lugar!, me dice, señalando su hombro derecho para abrazarme, -ese lugar de su anatomía es mi sitio favorito-, mientras inhalaba profundamente su cigarrillo electrónico ya que había dejado de fumar tabaco.

Relajado y más sonriente de lo habitual, suspira, sonríe y de pronto me mira y me pregunta directamente;

-Fabiola, ¿tienes algún deseo oculto que quisieras hacer realidad?, ¿tienes alguna fantasía en tus sueños que inquiete tu alma?

No puedo negar que me sorprendió su extraña pregunta. Sin dejar de disfrutar del momento, con mi cabeza pegada a su pecho y de su agitada respiración, le respondí.

  • No. No creo tener algún deseo sin cumplir, Andrés. Pienso por unos instantes y añado: creo tener todo lo que quiero y lo que necesito hasta ahora.

  • Mmmmm, ¿estás segura Fabiola? Me mira directamente a los ojos, como sabiendo de ante mano que esa no era la respuesta correcta. Siempre con esa sonrisa cómplice que en más de alguna oportunidad me hizo caer en sus invisibles redes hasta hacerme confesar y cometer más de alguna locura.

Luego de pensar por unos instantes, escarbando todos los vericuetos de mi mente, le digo.

-Bueno, para qué te voy a mentir; no es algo que me quite el sueño, pero siempre he sentido la curiosidad de cómo sería hacer un trío y sentir a otra mujer a mi lado, dije, algo sonrojada.

Me mira un tanto sorprendido y me dice sonriendo;

  • ¡Mira tú, la golosa!, exclama riéndose y sigue ¡qué bien! Sabía que no me había equivocado contigo; una mujer inteligente como tú no puede tener límites, y eso me gusta-.

Hasta allí quedó la conversación aquella tarde, a la cual no le di mayor trascendencia porque era una de las muchas tantas conversaciones que teníamos sobre nuestros sueños y deseos, hasta que  luego de un par de semanas me llama.

Era viernes por la tarde y era la primera vez en muchos meses que tenía totalmente libre el fin de semana, escenario ideal para no hacer nada, dormir y descansar todo el día.

De pronto suena mi celular, era Andrés quien estaba al otro lado de la línea y me pregunta:

-Hola guapa exquisita, ¿qué planes tienes para esta noche?

  • ¡Andrés!, hola- lo saludo algo desconcertada. El único plan que tengo es dormir hasta que olvide incluso mi nombre.

  • ¿Pasa algo?,- le pregunto un tanto inquieta

Debía preguntar si le había sucedido algo porque ese fin de semana, supuestamente, no estaría en Santiago por asuntos laborales.

Me había comentado que estaba a cargo  de unos estudios en el norte de Chile, analizando la viabilidad de en un proyecto que la empresa donde trabajaba estaba interesada en invertir y estaría fuera por varios días.

  • Nada especial ni importante. Adelanté un poco mi regreso y te quería ver. Además una entrañable amiga de años me invitó a cenar a su departamento y me encantaría que me pudieras acompañar, ¿puedes?

Cómo podía decir no a tal propuesta. ¡Por supuesto que puedo!, dame una hora para quitarme esta cara de culo, me doy una ducha y estaré lista para ti, Amo, recalcando esta última palabra con una sonrisa irónica de complicidad.

  • ¡Perfecto!, paso por ti a las diez-.

Desde que estábamos juntos nunca había tenido la oportunidad de compartir algún evento social con el círculo más  íntimo de Andrés. En más de una oportunidad Cristina nos había invitado a cenar, pero siempre su respuesta fue un no rotundo.

  • No mezclemos las cosas, Fabiola. Tener que encontrarme con ella en algún evento familiar es suficiente como para tener que seguir frecuentándola socialmente.

.-Sé que es tu mejor amiga y para mí también lo es, pero no necesariamente tiene que ser amiga de ambos como pareja.

Me di una reconfortante ducha caliente y  me vestí con cierto relajo con aquel vestido negro que tanto me gustaba.

Clásico, sin mucho corte, pero que definía sutilmente mis curvas y volúmenes, más aún si no usaba ropa interior a petición de Andrés. Era mi prenda favorita.

Tacones amarillos y el cabello suelto para quitar la formalidad a la vestimenta: era el look perfecto para la ocasión

Puntualmente Andrés me pasó a buscar y al subir a su auto pude sentir su mirada de asombro.

  • ¡Vaya guapa; qué bien te ves!,- deslizando su mano entre mis piernas palpando mi vagina, mientras me besaba mordiéndome los labios.

-¡Así me gusta que estés!, susurra en mi oído. Qué delicia sentir tu humedad.

Ante aquellas palabras, no pude evitar retorcerme de placer en el asiento mismo.

  • ¿Dónde dijiste que vamos?, pregunto tratando de disimular mi curiosidad. Lo conozco no tan bien como quisiera, pero sin duda había algo extraño tras esta inusual invitación social.

  • Bueno, quiero que conozcas a la que ha sido una de mis mejores amigas, responde observando mi reacción de reojo.

-Muriel Alzola. Es una abogada chilena que conocí en Madrid, cuando vivía en España. Luego de un tiempo le perdí la pista y por cosas del destino la volví a encontrar casualmente hace unos días en un café cerca de mi oficina.

-Hoy me llamó para invitarme a su departamento a compartir unas cañas y tapas, como lo solíamos hacer en España. Me pareció una buena idea y le dije que vendrías contigo.

-Te caerá muy bien Muriel, estoy seguro que te va a gustar, terminó por decir, sonriendo.

Llegamos al departamento de Muriel en un exclusivo barrio del sector oriente de Santiago. Edificios de poca altura pero de líneas modernas y vanguardistas con amplios jardines interiores.

  • Vaya lugar donde vive “tu amiga“,- le comenté a Andrés recalcando la palabra, mientras nos anunciamos con el conserje.

  • Jajajajaja  lindo tono tienes para para mencionar a “mi amiga “.

-Adelante Don Andrés, décimo piso la puerta de mano izquierda

Subimos por al ascensor espejado. Apenas se cerraron las puertas empujé a Andrés contra la pared y empecé a acariciar su entrepierna,  le mordí los labios y entreabrí su boca con mi lengua. De pronto me toma por las caderas y se refriega contra mi cuerpo, sintiendo de inmediato la rigidez de su pene.

-¿Quieres comprobar lo caliente que me tienes? susurra.

Detiene el ascensor, me coloca de espalda frente al espejo, se baja el cierre del pantalón, levanta mi vestido y de una vez mete su pene en mi ano. Quedé inmóvil y sin defensa, Empezó a frotar mis pechos y a morderme el cuello mientras sus caderas  me embestían, al principio suavemente para luego darle un ritmo intenso y pasional.

  • Cuenta hasta diez Fabiola, ordena agitado.

  • Uno...

  • Dos...

Podía sentir como me penetraba su caliente pene, que entraba y salía  de mi culo mientras seguía jadeante la secuencia numérica.

Antes de llegar a diez se me doblaron las piernas y en un profundo gemido mi ano atrapó con sus espasmos el pene de mi Amo que, al igual que yo, no pudo resistir las ganas de acabar junto conmigo.

A tientas traté de bajar dignamente el vestido y Andrés subir su cremallera y algo agitados volvimos a tomar rumbo al último piso.

Salimos del ascensor riéndonos a carcajadas tratando de mantener el equilibrio, cuando sentimos abrir la puerta de uno de los dos departamentos que había en el piso. La voz de una mujer nos sorprendió.

  • ¡Por fin llegan! Me volví loca llamando al conserje  por su demora, y nos mira.

-¡Vaya! Parece que  lo pasaron muy bien mientras subían, ¿o me equivoco?-, dice riendo mientras saluda cariñosamente  a Andrés dándole un beso en los labios y agarrándole el culo sin timidez alguna.

Luego me dirige una mirada directa y penetrante, de arriba a abajo, mientras Andrés le dice:

  • Muriel, esta es Fabiola - la amiga de la que te hablé en el café.

  • Fabiola, ella es Muriel,  la  única mujer con la que he me he acostado varias veces en su cama, desnudo, sin poder follármela ni una vez.

Se rieron al unísono con esa mirada cómplice que, sin entender muy bien lo que decían, hizo que me relajara y me sintiera algo más más cómoda.

Grande fue mi sorpresa al entrar a aquel departamento. Era amplio y acogedor, de grandes espacios, con una decoración muy minimalista pero de muy buen gusto.

En la terraza, Muriel había preparado un pequeño bufé con delicias españolas que sin duda fueron pensadas para agasajar a su amigo y recordar buenos tiempos.

Ella estaba encantada con la visita y no lo disimulaba. Ofreció una cerveza a Andrés y sentándose a mi lado de forma insinuante me pregunta.

-¿Y tú, Fabiola? ¿Qué deseas beber?

  • Vino blanco, por favor, sonreí algo incomoda por la forma en que me miraba.

  • ¡Muy bien!, de gustos maduros tu amiga, Andrés. Me gusta, dice, mirándome sonriente.

Al principio no lograba ponerme a tono con la conversación tan íntima entre estos amigos, pero decidí no quedar al margen de las aventuras de este curioso par de personajes.

Escuchaba atentamente las anécdotas y cómo habían disfrutado en la capital de España de su religiosa procesión por los bares y clubes de la bohemia ciudad de Madrid, así que decidí integrarme a la conversación y les pregunté

  • Me pueden explicar eso de que compartieron desnudos una cama y no follaron, como dicen ustedes.

Mirándose cómplices y sin evitar las risas, Muriel se levanta de su asiento y se sienta suavemente sobre mis rodillas.

-Mira Fabiola. Te voy a contar una triste historia que confirma el dicho, se larga a reír y continúa.

-Fue por lana y salió trasquilado.

Y entre risas y tragos me entere que Muriel era lesbiana, que Andrés intentó seducirla en un bar delante de sus amigas sin saber de su condición y desde aquel bochornoso incidente se convirtieron en amigos entrañables, casi inseparables.

Los escuché con atención pero no pude evitar echarle un vistazo a aquella bella mujer, si, era una bella mujer.

Simple, fina y elegante, fueron los adjetivos que mejor le calzaron, pero por sobre todo: inteligente. Tan así,  que era capaz de reírse de sí misma como del resto; a destajo.

Una copa tras otra fue distendiendo el ambiente hasta encontrarnos los tres muertos de la risa. Despatarrados sobre el sillón,  jugábamos a morderle las orejas a Andrés, una a cada lado, haciendo un turno por vez comprobando quien lograba primero despertar su instinto animal.

Lo mordíamos y metíamos la lengua en su oreja y después palpábamos su entrepierna para comprobar si había una reacción.

  • ¡Un momento!- dice Andrés alzando la voz. Ahora es mi turno. Se levanta y se para frente a ambas, notando de inmediato la gran erección que tenía bajo su pantalón.

  • Por qué no dejan de morderme las orejas y se muerden las suyas, nos dice, riendo.

Su petición me dejó perpleja por un segundo, pero con varias copas de vino en el cuerpo le respondí riendo un tanto desafiante

  • ¿Solo las orejas? mirando a Muriel buscando su complicidad.

  • ¡Eso!, responde ¿tú sabes que podríamos morder mucho más que las orejas?, ¿cierto Fabiola?

-¡Por supuesto!, y me acerque a Muriel, tomé su cabello y despejando la oreja la recorrí con la lengua para luego darle mordiscos pequeños que la hicieron reír sin control.

-¡Eso para empezar!,- dije decidida.

Tomé su cabeza con las dos manos y la besé en la boca sin pudor.

Un tanto sorprendida, tardó un poco en responder y lo que fue un loco desafío se convirtió en el beso más apasionado que haya sentido alguna vez.

  • Vaya, me has dejado sin palabras, Fabiola, dijo Andrés, riendo sorprendido.

  • Más a mí - agrega Muriel.

  • Ven, le digo a Muriel, indicándole con mi dedo índice que se acercara.

Andrés, entusiasmado, aplaudió dichoso alardeo y nos dice: esto lo tengo que ver y disfrutar. Se sienta acomodándose en un sofá, indicándonos que siguiéramos.

Ya totalmente envalentonada, desinhibida y excitada fuera de todo prejuicio, la busco y comienzo a recorrerla suavemente con la punta de los dedos. Su cabello, sus sinuosas orejas, su suave cuello; de pronto meto uno de mis dedos en su boca a lo que ella responde con un firme agarrón a mis pechos.

Con su mano los empieza a acariciar, buscando bajo el vestido mis pezones duros, que encontró sin demasiado trabajo. Entre un dedo y  otro comenzó a apretarlos hasta sacarme un quejido que sin duda de dolor, no era.

Empecé a desabotonar su blusa y sentí como se agitaba su respiración al contacto de mis manos. Como pude desabroché el sujetador y con mi lengua comencé a recorrer sus pechos, firmes y redondos, que casualmente, como alguna vez lo había imaginado, cabían en mis manos.

Muriel no se resistió a mis caricias, hizo algunos pequeños guiños intentando por momentos tomar el control de las acciones, pero ante mis audaces incursiones dejó de resistir.

Andrés por su parte se ubicó en uno de los sitiales de la terraza, se quitó los pantalones y extasiado por el espectáculo se comenzó a masturbar lentamente.

Se recostó y abrió sus piernas, tomó su pene que estaba erecto y duro, nos muestra lo caliente que estaba con nuestros juegos para luego empezar a frotar suave y rítmicamente.

Por nuestra parte, Muriel y yo estábamos desnudas sobre la alfombra intentando de cualquier forma deshacernos de la calentura que nos inundaba.

Tomé el control de su cuerpo, la besaba y sin darle tiempo abrí sus piernas para saborearla.

Me arrodillé y metí mi cabeza mordiéndole los muslos y con la punta de la lengua comencé a realizar el camino hacia su clítoris.

Pude sentir cómo su vagina se hinchaba y comenzaba a verter, como un cauce incontrolado, la humedad propia del deseo que está a punto de explotar.

Mordí sus labios mayores y menores, chupé y lamí su clítoris, lo que hizo gemir fuertemente a mi compañera de juegos. De improviso se incorpora y pasa a ser ella quien empieza a tener ahora el control de las acciones.

Me abraza y empieza a morder mis pezones duros sin control, metiendo a la vez sus dedos en mi vagina. Sus besos lenguados le dieron un sabor inigualable a mi boca.

No pude dejar de seguir su juego y, frente a frente, con sus dedos metidos en mi vagina, hago lo mismo e introduzco los míos en la suya.

La sincronía perfecta de sus movimientos, simultáneos a los míos, nos dejaran al límite de no querer resistirnos más, renunciando a la razón para dejarnos llevar por la suprema lujuria.

Se giró con una habilidad felina y nos quedamos en la posición del 69. Tenía frente a mi cara su húmeda y caliente vagina totalmente a mi disposición, como ella tenía la mía. Empezamos a saborearnos, sacándonos mutuamente gemidos y gritos de placer.

De pronto mis ganas de poseerla se hicieron más fuertes. Tenía tanta energía acumulada que tomé a Muriel por las caderas, le abrí las piernas y las entrecrucé con las mías, dejando nuestras húmedas y resbalosas vaginas tan pegadas la una a la otra que ambas empezamos a frotarnos frenéticamente sin control.

En ese último momento de descontrol le tomo el cabello con fuerza y le tiro la cabeza hacia atrás, sintiendo en ese instante cómo llegaba a mi vagina una violenta corriente de espasmos que se trasladaban hasta Muriel, para lograr un clímax tan intenso que nos hizo gritar y gemir a las dos desaforadamente.

Era tan inmensa la culminación de nuestro orgasmo que Andrés se acercó en el preciso instante, cuando estábamos vibrando con los espasmos, se arrodilla masturbándose frente a nosotras que jadeábamos acostadas sobre la alfombra y eyacula, chorreándonos a las dos con su viscoso, caliente y abundante lanzamiento de semen.

Luego de eso, Andrés nos abraza y nos dice: ¡par de calientes maleducadas, podrían invitar! es de muy mala educación servirse solas el postre.

No largamos los tres a reír hasta que Muriel de pronto pasa la mano por su vientre, la mira, levanta la vista y con cara de asco le dice a Andrés;

-Joder con el tío guarro, otra vez me bañaste con tu asqueroso moco.

Nos miramos los tres y nuevamente nos largamos a reír.

CAPÍTULO 9

SI ME BUSCAS, ME ENCUENTRAS

  • Muriel ¿Cómo conseguiste mi número? Respondí incrédula al escuchar su voz al otro lado de la línea.

  • Andrés tuvo la gentileza de dármelo, no se pudo negar ante la llamada de auxilio de su mejor amiga  para conseguir la vacuna de la gripe. ¿No te parece una buena excusa?

Siete días antes esa mujer se había convertido en la protagonista de la experiencia más inconcebible dentro de mi existencia, la más sorprendente y sin duda la más inolvidable.

Pocas veces había quedado rendida a unos labios como para desearlos de nuevo; es más, han sido mis labios los que han dejado huellas por un largo tiempo.

Muriel y yo tuvimos sexo. Sí, con Andrés de testigo.

Mientras nosotras nos devorábamos en la alfombra sin control, su cuerpo contra el mío, sedientos de placer aun siendo desconocidas, y que con ansias nos recorríamos cada rincón de nuestras locas geografías; él se masturbaba pleno de goce enfrente de nosotras.

No fue desenfreno lo que viví aquella noche,  sino un “déjà vu “eso de“: esto ya lo he vivido antes. No, ya lo había sentido antes.

No porque haya tenido encuentros lésbicos durante mi historia, es porque tuve la sensación de haber recorrido curvas femeninas, caminos sinuosos conocidos, rincones ya probados, pero solo en mi piel.

Creo que por eso no tuve cuestionamientos al verme frente a frente a Muriel, dos mujeres desnudas y llenas de deseo, que poco a poco  fuimos dando forma a esa emoción infinita de un orgasmo universal.

Su libertad ya consolidada y la mía en estreno  se dieron la mano para jugar juntas en un mar de risas cómplices y caricias audaces, que salieron a relucir, locas, después de un par de copas.

Andrés, por su parte, disfrutaba de sí mismo y de la maravillosa danza de sus mujeres.

Un trío, eso es lo que fuimos.

Por eso fue grande mi sorpresa cuando Muriel me llamó para invitarme a un café.

Acepté sin pensarlo, sin medir las consecuencias.

Aquella mujer era un misterio para mí. De cabello oscuro y piel blanca, risa fresca y boca delicada. Detalles  que podía recordar con los ojos cerrados.

Poseía un cuerpo sin grandes cualidades pero irresistible en su conjunto; de pechos pequeños y firmes que me cabían en las manos; caderas algo estrechas, pero curvilíneas, que invitaban a recorrerlas con la punta de los dedos; largas piernas que le daban la estatura propia de su hidalguía. Magnifica, por naturaleza.

Su atractivo sin duda estaba en su entrega al placer con una capacidad de obrar a su propia voluntad envidiable,  y yo una aprendiz que tuve el privilegio de disfrutar.

Nuestro encuentro fue en un café cerca de la Clínica donde trabajo, el lugar  perfecto para mí; así no tendría oportunidad de extender la conversación más allá de lo necesario.

Cuando llegué a la puerta del local me costó reconocerla:

Traía el cabello recogido con elegancia, lo que hacía lucir su rostro radiante. Vestía  traje formal de dos piezas, ceñido sutilmente a sus curvas, y tacones  muy altos que resaltaban aún más su presencia. Sin duda a nadie dejo indiferente, incluyéndome.

Nada reconocible de aquella mujer de cabello revuelto, ropa ligera y deslumbrante sonrisa que recordaba.

  • ¡Fabiola! - exclama sin disimular su alegría- Mil disculpas por el retraso, pero los alegatos en el tribunal se extendieron más de lo esperado y este tráfico del demonio Uffff, casi me enloquecieron si no te llegaba a ver.

Un beso en ambas mejillas liberó algo mi tensión, pero la demora intencional del contacto  erizo mi piel de manera preocupante.

Esa mujer estrujaba mis sentidos.

  • Muriel, ¿para qué me llamaste? - le pregunto, tratando de hacer lo más breve el encuentro tomando la taza de café de tal modo que no notara que temblaba.

  • Fabiola, ¿es que no lo sabes? y va acercándose lentamente hasta quedar frente a mí, casi incomodándome.

-Para verte, obvio, -responde sin titubeos-. Desde que te conocí no puedo dejar de pensarte, menos de recordar tus besos.

Me tienes atrapada Fabiola, subyugada a tu piel. Suena cursi pero es la verdad.

Sonreí sorprendida y confusa tratando de mantener la calma luego de la tormenta que se avecinaba en mi cabeza.

Aquella confesión me dejó helada y sin palabras. Un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo, como si los dedos de aquella mujer se deslizaran otra vez por el mapa de mi espalda desnuda y yo indefensa sin poder moverme.

  • Creo que estás equivocada  Muriel, -le respondo con una disfrazada calma-. Dudo que Andrés no te haya explicado el porqué de nuestra experiencia.

Ustedes son amigos desde que vivían en España y sé que perdieron el contacto por circunstancias de la vida, pero imagino que la razón para invitarte a participar en este juego fue por la plena confianza que comparten-.

No creo estar equivocada.

  • Sí querida, sé perfectamente los motivos que lo llevaron a hacerme parte de tu fantasía erótica y el más importante fue sin duda para complacerte.

Yo habría hecho lo mismo, claro qué hay un detalle que se le escapó y ahora entiendo el por qué.

Eras una mujer de aquellas de las que no se regresa.

Al terminar su frase un suspiro de nostalgia la dejó pensativa.

  • No estoy entendiendo Muriel, creo que estás confundiendo las cosas, -la miro abrumada por su comentario-.

  • Fabiola, no estoy confundiendo cosa alguna. Tú me gustas. Me gustaste desde que te vi allí desnuda en la alfombra; tan vital, tan radiante, disfrutando sin prejuicios del regalo que Andrés te había preparado.

Pocas mujeres, muy pocas se entregan con tanto desparpajo al arte del placer y no sabré yo de aquello.

Soy lesbiana de tomo y lomo,  me gustan las mujeres y ¡mucho!, he tenido parejas increíbles durante mi vida, pero una que me hiciera sentir que muero en cada orgasmo, que me rinda sin poner resistencia a sus caricias haciendo de mi deseo el suyo y que me haga vibrar tanto como para tocar el cielo, eso solo tú lo  has conseguido.

Cuéntame, ¿cómo haces para ser irresistible e inolvidable?

Mientras Muriel me hablaba casi a susurros, por debajo de la mesa deslizada su pie descalzo entre mis piernas haciendo que casi derramara mi taza de café.

Incrédula miraba una y otra vez a que Muriel. Aún no comprendía lo que estaba diciendo:

-¿Yo?, ¿gustarle a una mujer?

  • ¡Por Dios!, ¡de qué me estaba hablando!

Siempre me gustaron los hombres, durante toda mi vida sexual me sentí plena y completa en los brazos de un espécimen masculino que me follara con tantas ganas que me hiciera perder la vida.

Pero  después de lo sucedido aquella noche de tres, en lo más íntimo de mí ser, como secretillo innombrable no puedo negar que el sexo con Muriel fue una de las experiencias más placenteras que puedo recordar.

Ese suave cabello oscuro que no alcanzaba a cubrir sus pechos, esa boca ansiosa que guardaba una lengua traviesa y esas caderas que sin duda abrigaban un calor sin control, que lograron que viviera orgasmos universales.

Mientras más atención prestaba a su discurso la rigidez de mi cuerpo se hacía más evidente, dando a entender que estaba incómoda.

Muriel se dio cuenta y rápidamente dejó de jugar entre mis piernas y tomó la distancia suficiente para que no saliera corriendo.

Tras un breve silencio y presintiendo que la conversación solo llegaría hasta allí me tomó de las manos, me miró fijamente a los ojos y exclamó con sutileza:

-Por favor Fabiola no te asustes, creo que me excedí al confesar de buenas a primeras lo que me pasa contigo.

Carezco de filtro cuando se trata de decir la verdad.

Es un defecto que no he podido corregir: si quiero algo voy y lo tomo sin medir los riesgos.

De verdad lo siento.

Por un  instante pude sentir que era honesta, incluso cierta ternura en sus gestos impidió mi inminente salida de escena.

No te preocupes Muriel. No te puedo decir que olvidemos  este asunto porque sin duda no puedo, pero tampoco es de vida o muerte. ¿Vale?

-Vale, responde ya recuperada del incómodo momento  ¿Otro café? Solo así me convenceré que me disculpaste-, y sonríe maliciosamente.

  • No me puedo quedar - respondí de inmediato - Andrés me espera y no me gusta hacerlo esperar.

Tú mejor que nadie sabes cómo se encoleriza tu amigo ante la impuntualidad.

Sonreí guiñándole un ojo.

  • Está bien, -responde consciente de que ya no podría prolongar el encuentro-. No me olvides...

Ahhhh y saluda a Andrés de mi parte.

Me puse de pie con el alma temblorosa y le di un  breve beso de despedida.

Emprendí la marcha lo más rápido que pude  hasta el estacionamiento y sin voltear. Podía sentir su mirada penetrante recorriendo mis íntimos puntos cardinales sin pudor.

Encendí el auto y el ring del teléfono me sacó del trance.

  • ¿Alo?- ¿Andrés? contesto  desconcertada.

  • Fabiola voy saliendo, ¿estás en casa? Pregunta sin disimular su ansiedad.

  • No aún, voy en camino, tuve una urgencia en la clínica pero en un segundo estoy lista.

  • Pasa por mí a la hora que convenimos.

-Ah! Adivina quién me llamó hoy para preguntar por tu número de teléfono.-

-¿Mi número? ¿Quién?- Pregunto  disimulando mi nerviosismo

  • ¿No te llamo Muriel? Necesitaba un favor tuyo.

-Puede ser, pero como estaba en pabellón dejé el celular en mi bolso y aún no he mirado los mensajes ni llamados. Tú eres el primero al que respondo-.

  • Bueno, te llamará si te necesita. ¡Ya! Paso por ti en breve, espérame como me gusta: desnuda, caliente y húmeda .Te deseo, susurra.

  • Así estaré para ti, AMO

  • Si, yo también te deseo, respondo, con el perfume de Muriel rondando mis recuerdos.

CAPÍTULO 10

ENTRE AMIGAS ES PELIGROSO

Durante los días siguientes, el episodio con Muriel había perdido importancia. La campaña de prevención de influenza estaba en su peak y el poco tiempo libre que me quedaba le pertenecía a Andrés.

El ser Sumisa  fue para mí un desafío que, como todos los de mi vida, debía sortear con excelencia.

Mis primeros pasos en ese arte fueron a través de la literatura, con el Marqués de Sade como referente; luego di un paseo por los  artículos especializados  y termine con la revisión de material audiovisual que abundaba en la web.

Descarté al primer bocado  todas las sombras de Sr .Grey  con su Anastasia. No podía creer que tanta mujer creyó aquella historia y fantaseó sin límites hasta convertirla en Best Seller.

Este hecho me confirmó tristemente que conformarse con migajas aún es una conducta arraigada en el vientre y que va a ser un arduo trabajo, como género, legitimar el placer como un derecho.

Pero aplaudí que se haya instalado el tema, aunque sea de manera mediocre.

Si deseaba ser la sumisa de Andrés  debía  aplicarme y trabajar duro.

Por esas, ser estudiosa y dedicada, fueron las cualidades indispensables durante todo este tiempo para lograr mis objetivos. Los que me han otorgado el lugar que he ocupado en mi trabajo y también en las otras áreas de mi vida.

La curiosidad fue dando frutos. Pude experimentar sensaciones de otros universos, comencé a liberar los prejuicios de la carne  y, por sobre todo,  este hombre enigmático  que tanto me gustaba, se había convertido en el maestro  perfecto.

Así fui tomando la forma de sumisa. El cumplir las órdenes de mi Amo, las lecciones de entrega y voluntad  fraguadas en la confianza a toda  prueba y el deseo de cuerpos ya maduros,  le dieron forma a una relación perdurable y gloriosa.

Las aventuras entre las sábanas, (que luego se trasladaron a los lugares más insospechados)  conjugando su piel y la mía,  mis senos y sus manos, su pene y mi vagina, fueron  dando el resultado de una minuciosa  labor.

¡Cómo no consentir al hombre que sin ser Dios me había hecho para sí!

Cada sesión la veíamos como un banquete y me iba transformando para él; esa serie de múltiples orgasmos multicolores con pasajes al universo, que solo él y yo podíamos describir, fueron las letras con las que nos haríamos historia.

Esta era la vida que yo quería desde hace algunos años, por la que habría pedido a cualquier deidad a la que pudiese rogar con un toque de fe.

El tener la libertad de ser única y pertenecer a la existencia de otro humano, sin cadenas ni ataduras, solo por voluntad, era un privilegio que pocas podíamos obtener, y yo recién lo estaba comenzando a disfrutar.

Por eso el ver a Muriel en la sala de espera de la clínica donde terminaba mi turno me dejó paralizada.

  • Muriel? ¿Qué haces aquí? le pregunto, sin recuperarme de la sorpresa.

  • ¡Fabiola! ¿Qué tal? Vine por ti, pensé que querrías comer algo antes de volver a casa.

  • Y por lo que veo, necesitas un buen relajo - dijo mirando alrededor.

No me digas no, ¡Vamos!  ¡Anímate!

Después de algunos segundos, le dije;

  • Esta bien; déjame ir por mis cosas, dame solo unos minutos, respondí de manera impulsiva.

Con la facilidad que acepté la invitación no me di tiempo a pensar si era o no correcto.

Salimos del lugar  caminando sin rumbo fijo; era una noche tibia de otoño  que aún no desalentaba planes por el frío

Durante la caminata pude observar que Muriel llevada el cabello suelto, que al jugar con la brisa le daba un aire de frescura; vestía jeans ajustados y una chaqueta de abrigo, sin mayores adornos.

Se veía relajada, hablaba de su trabajo con una pasión inconfundible que, aunque no conociera las leyes, podía comprender perfectamente  lo que me estaba relatando.

También disfrutaba de su compañía. Mi amiga Cristina estaba de viaje junto a su marido  en su enésima luna de miel perdida en algún lugar de la polinesia, así que prácticamente me había quedado sola.

He sido una mujer bastante solitaria y muy cuidadosa de mantener mi vida en el ámbito de lo más privado.

Aprendí  con duras lecciones que mientras menos te involucres con el entorno, menos problemas tienes.

Desde pequeña me las arregle para pasar desapercibida, escabulléndome en lo cotidiano sin llamar la atención.

La clave era ser invisible.

Por lo tanto la compañía de Muriel fue como caída del cielo.

Cenamos en un pequeño restaurant  ubicado cerca del Parque Forestal, en el centro de Santiago, especialista en comida Thai.

La podía mirar una y otra vez y no me dejaba de sorprender. A pesar de lo casual de la cena, todo detalle en ella era muy bien cuidado.

Su piel no revelaba la edad que tenía; lucia lozana y radiante; de manos delicadas, pero fuertes y su boca; ese par de labios con carácter, me traía los recuerdos de aquellos besos que estrenamos por primera vez aquella noche.

Mientras con el dedo índice recorría el borde de mi copa la miro fijamente.

  • ¿Muriel? ¿Porque me buscaste nuevamente? Le pregunto sin intención alguna de incomodarla.

  • ¿Buscarte? Fabiola, no exageres.- sonriendo dulcemente

  • Solo pensé que sería entretenido comer algo diferente, más aún en buena compañía así es que pensé en pasar por ti, es todo. No siempre se debe tener un motivo, Fabiola, relájate- .

  • Bueno- respondí  tranquilizándome- tienes razón: no es necesario cuestionar.

-Así es querida, fluir sin resistencia es el primer paso para perder los miedos, dijo, alzando su copa para hacer un brindis.

Envueltas en risas habíamos roto el hielo  dejando al descubierto la puerta a la emoción  y de a poco las historias  fueron saliendo como  fugitivas, como que estuvieran bajo llave y  que ante el más mínimo descuido  decidieran escapar.

Fue así como me enteré que era hija única de un matrimonio ya mayor y conservador, que puso todas las energías en que su tesoro humano tuviese todas las oportunidades para ser feliz.

Como era de suponer, su paso por el colegio fue de excelencia académica de principio a fin, pero en más de alguna ocasión tuvo que cumplir con alguna penitencia en la capilla del colegio, por ser más que cercana con alguna compañerita de curso.

Ni en aquellos tiempos ni ahora ha sido fácil convivir con la homosexualidad; más si la institución pertenecía a la Iglesia Católica.

Luego de una adolescencia llena de desafíos y de viajes por el mundo, decidió que la abogacía era su elección.

Desde que tenía uso de razón se alucinaba viendo a sus padres ensayando los alegatos de algún caso judicial importante. Estaba decidido: las leyes serían su destino.

De ahí en adelante solo sería cosechar éxito: en la Universidad, en el Magister y luego el Doctorado, en España.

Es allí donde conoció a Andrés, que con el tiempo se convirtió en uno de sus mejores amigos.

  • ¡No lo podrías creer, Fabiola! Ese espécimen masculino de buenas formas, talante gallardo y sonrisa irresistible (eso tú lo sabes de sobra) ¡tratando de agregarme a su lista!

Tal como te dije la noche que estuviste en mi casa; ¡Fue por lana y salió trasquilado!

-Después de tan, tan, bochornoso incidente,  Andrés  se convirtió en mi mejor amigo.

No pudo evitar reírse a carcajadas cuando recuerda el incidente.

Su paso por la Universidad Complutense de Madrid, a su corta edad, sumó otra medalla a su excelencia. Y como era de esperar la institución no dudó un momento en ofrecerle la Cátedra de Derecho Romano como profesora  titular.

El mundo académico se rendía a sus pies.

Pero al enfermarse su padre decidió hacer maletas y regresar .El único hombre que amaría en la vida la necesitaba y ella no se iba a negar a su llamado.

A pesar de ser un hombre bastante apegado a las formas valóricas tradicionales fue el primero en enterarse que el objeto del afecto de Muriel eran las mujeres, y al enfrentar esa realidad no había podido ser más generoso.

  • Mi pequeña, le dice besando sus manos: si eres feliz amando a las mujeres, ¿Quién soy yo para decir lo contrario?

Nada cambiará el amor que siento por ti.

Al recordar su historia, Muriel no pudo contener la emoción y su bella sonrisa se combinó con un par de lágrimas.

Me estremecí con aquel gesto. La imagen de mujer empoderada y segura que tenía en mi retina contrastaba felizmente con la que tenía enfrente.

Que ganas de envolverla en mis brazos para así calmar esa fragilidad que la hacía tan humana, tan, bella.

Como pude sequé sus lágrimas improvisando un pañuelo con una servilleta y al darse cuenta del gesto dice:

-¡Qué haces mujer! Queda prohibido tocar mis sensibles fibras, no sé cómo logras llegar hasta allí, dice sonriendo confiada.

Transcurría la noche sin apuro.

Salimos del restaurant riéndonos a carcajadas del mozo que intentando coquetear con nosotras quedó de una pieza al ver cómo Muriel me agarraba culo sin el más mínimo recato.

Durante el viaje de regreso hubo un dulce silencio, que más parecía nostalgia, al darnos cuenta que la velada había llegado a su fin

Al bajar de su auto Muriel me toma la mano suavemente y cruzando miradas dice:

-Gracias Guapa, no me equivoque al pasar por ti, fue una  cena inolvidable-.

  • También para mí - respondo

Y al inclinarme para besar su mejilla fueron sus labios los que encontré primero.

Una oleada de fuego subió por mi vientre, nubló mis pensamientos y me bajó al abismo.

Pero como si el universo hubiera conspirado a mi favor; suena mi teléfono en el bolsillo.

Como pude, salí del trance de su boca y mire la pantalla:

Era Andrés quien estaba llamando.

  • ¡Alo!- Contesto de inmediato para disimular aquel impulso que casi me lleva a besarla.

  • ¡Fabiola! ¿Dónde andas metida? - me pregunta con curiosidad.

  • ¡Hola! Estoy llegando a casa. ... ¿Sucedió alguna cosa? - le pregunto porque es muy extraño que llame a esa hora.

  • No, nada, es que he intentado hablar con Muriel y no me contesta el teléfono. ¿Tú sabes algo de ella?

  • ¿Yo?- Le pregunto con extrañeza tratando de disimular que sí sabía dónde estaba su amiga.

¿Porque tendría que saber dónde está Muriel?-  Le respondo algo incomoda.

  • Como me pidió tu número pensé que le había pasado algo, en fin, Intentaré hablar con ella más tarde.

  • Ahhhh, casi lo olvido, hubo cambio de planes para el fin de semana.

Debo viajar con urgencia a Copiapó para estudiar la factibilidad de aceptar o no el modelo de negocios que nos ofrecieron hace un tiempo.

  • Está bien- respondo poco convencida, – entonces te veré al regreso, buen viaje y descansa mi guapo.

Luego de terminar la llamada me doy cuenta que Muriel estaba conteniendo la risa y exclama.

-¿Porque tendría que saber yo donde esta Muriel?-  ¡Fabiola!  Te aviso que ni yo te creería esa respuesta. Querida; lamentablemente no sabes mentir.

Tenía razón, si hay algo que me delata de inmediato es que no puedo ocultar la verdad.

  • ¡Ya!   Es hora de irme   , los jueves son  días del terror en el tribunal, y necesito estar descansada, a menos que tú tengas otros planes... dice Muriel encendiendo el motor del auto.

  • ¡No!- Respondo sorprendida; fue un gusto compartir contigo. Mil gracias.

  • Más que un gusto Fabiola, un placer; un delicioso placer.

Al bajarme traté de evitar mirarla a los ojos y le di un beso en la mejilla casi con el ánimo de salir corriendo.

Tenía razón había sido un verdadero placer.

CAPÍTULO 11

MUJER CONTRA MUJER

  • ¿Hoy? No puedo Andrés, debo cumplir con un turno extra que me es imposible evadir, Cristina está enferma  de gripe y no hay nadie que la pueda reemplazar, lo siento.

No te enojes, prometo que una vez que pase esta emergencia sanitaria, todos los días de vacaciones que me quedan son tuyos.

  • Mmmmm, esto me parece una ensalada de evasivas Fabiola. ¿Segura que no pasa nada?

  • ¡Nada mi Guapo! Es solo trabajo; pasando la tormenta seré toda tuya, Amo, respondo con cierto tono insinuante para escapar de sus inquisidoras preguntas.

Andrés me conocía mejor que nadie por decir menos. Parecía  que ese hombre tuviera un poder sobrenatural para detectar pecados humanos. Su inteligencia emocional llegaba a ser casi un don de clarividente. Por lo tanto no cualquier argumento podía  ser válido, si no se estuviese convencido, porque buscarle las cuatro patas al gato era su especialidad y de seguro le encontraría ocho o quizá diez.

Habían pasado un par de semanas desde que Muriel y yo salimos a cenar. Desde aquella vez no habíamos dejado de comunicarnos casi a diario; hablábamos horas interminables por teléfono  haciendo que su compañía ya no molestara a mi conciencia.

Esa mañana me llamó como de costumbre, antes de salir a su oficina. Mi turno de noche también había terminado y me encontraba a punto de meterme a la cama.

  • ¡Fabiola! El vino que tanto te gusta aún está en mi nevera esperándote; sería hora que decidieras descorcharlo. Es un desperdicio dejarlo para otros menesteres en la cocina. ¿No crees?

No tenía excusas para negarme otra vez, así es que después de cavilar unos segundos le digo:

  • Ummmm, ¿esta noche te parece?  Cruzando los dedos  para que esta noche no estuviera disponible.

  • ¡Por fin! Exclama llena de júbilo - Te espero a las diez; así me das tiempo a preparar algo ligero para cenar.

  • ¡Nos vemos querida!

El tiempo de rechazar sus invitaciones había expirado y esta vez tampoco me quería negar.

Las cartas estaban echadas.

Desde que aquella mujer  apareció en la historia de Andrés y de la mía, de alguna forma hizo que nuestra relación dejara de tener esa magia envolvente que nos  había consumido en pasión y dio paso a encuentros más esporádicos,  con incómodos silencios.

¿Cómo le podía explicar que después de recibir el generoso regalo de cumplir mi fantasía, esa ola de deseo lujurioso y desenfrenado no estaba en su mar, sino que había tomado rumbo hacia otra playa?

Por el momento podía sortear el vendaval de preguntas con respuestas convincentes, podía manejar la situación así es que sin pensarlo mucho lo decidí: iría  por Muriel.

Aquel viernes el tráfico era infernal, lo que hizo que llegara al departamento con algo de retraso. La vez anterior no puse mayor atención a la ruta, los dedos de Andrés jugueteando en mi vagina fueron suficiente motivo para no darle importancia al domicilio al que nos dirigíamos.

Esta vez era distinto, estaba nerviosa  de manera inexplicable. Durante  toda la tarde había repasado con detalles la vez que estuvimos en su casa, en su alfombra, tratando de convencerme que solo había sido un encuentro regalado por mi Amo para cumplir con mis deseos fantasiosos.

El conserje me anunció y no tardé mucho en tomar el ascensor.

  • Piso diez a la izquierda -me repetía concentrada- y frente a su puerta esperé a que Muriel me abriera.

  • ¡Fabiola, por fin! creí que te habías arrepentido -me dice aliviada– pasa, me faltan solo un par de detalles y cenamos.

¿Te parece en la terraza?

  • Donde quieras Muriel -respondí- entregándole un par de cervezas que había comprado y que sabía eran sus favoritas.

  • ¡Gracias! Me responde asombrada por el gesto; -que lindo detalle-, las pondré  enfriar.

Que distinto me pareció el departamento. Si bien el grado de elegancia y sencillez calzaban con ella, había detalles que esa vez no llamaron mi atención como ahora.

Durante las diarias y extensas conversaciones me fui enterando que Marilyn Monroe era una figura a la cual admiraba.

-No solo era bella, Fabiola. -Argumentando en su defensa- más de alguna vez dijo:

“Una buena chica conoce sus límites, una mujer inteligente no tiene ninguno.”

Tenía toda la razón.

Me costó reconocer que aún tenía prejuicios con la belleza, que para mí era sinónimo de tontería, sin embargo, Muriel se convirtió en esa mirada desde otro ángulo del prisma que me hacía falta.

Por eso no me pareció extraño que tuviese en una de las paredes de su estudio la obra icónica de Andy Warhol  con la imagen de Marilyn.

Cenamos sin contratiempos, intercambiando puntos de vista de la vida en general, relatando como habíamos sobrevivido a las últimas semanas, y a las interminables circunstancias que vivíamos.

Luego de beber un par de copas, Muriel se pone de pie y me toma de la mano sin intención alguna y me dice:

  • Fabiola, ven, te quiero mostrar algo que seguro te va a gustar.

Nos dirigimos a su estudio y risueña me cubre los ojos con sus manos.

  • ¡Cierra los ojos querida! ¡No temas!

Y a ciegas traspaso el umbral de la puerta. Al descubrir mis ojos me encuentro frente a su escritorio, donde hay un paquete, que sin duda era un libro.

  • ¿Muriel? ¿Qué es esto? pregunto intrigada

  • Un regalo, por supuesto. Ábrelo y luego te explico el resto de la historia; porque tiene historia, responde tratando de calmar mi asombro.

Tomo el presente y cuidadosamente le quito el envoltorio. Grande fue mi sorpresa al ver que era el libro “El Amor en los tiempos del cólera“, en su primera edición del año 1985.

Sin salir de mi asombro  le abrazo de manera impulsiva  como quien agradece desde el alma tan valioso detalle.

-¡No lo puedo creer! ¡Es mi libro favorito! ¡Y en su primera edición! ¿Cómo lo conseguiste?

  • Jajajajaja, no fue  gran trabajo Fabiola, aunque no lo creas solo fue una grandiosa casualidad.

La semana pasada fui a visitar a mi padre y dando vueltas por su biblioteca buscando un viejo tratado de leyes que necesitaba para una investigación, lo encontré.

-Entonces  me lo traje, es tuyo. ¡Ahhhh mira su primera hoja!, dice, guiñándome un ojo.

Al abrirlo  encuentro una dedicatoria:

“Para mi entrañable amigo Joaquín.

Un Abrazo

Gabriel García Márquez

  • ¡Esta autografiado! - Exclamo eufórica.

  • Por supuesto querida, sabía que te iba a gustar.

Nuevamente le abrazo, pero esta vez no alcanzamos a separarnos porque su boca se enfrentó con la mía, sin poder evitarla.

Sentí cómo sus labios se entregaban sin excusas. Los míos los mordían ansiosos, como queriendo castigarlos por ser irresistibles.

Sus manos, libres de prejuicios, comenzaron a deslizarse por mi espalda hasta llegar a mis pechos que bajo el vestido y el sujetador no pudieron disimular los pezones duros y sensibles ante esas caricias.

Bajó luego por mi cintura y se estacionó en mi culo sin ningún prejuicio.

Ante la evidencia de mi excitación traté de detenerla pero sin dejar de abrazarme me susurró dulcemente:

  • Calma Fabiola, solo toma el momento.

  • Deja,  yo te enseño.

Y así dejé que Muriel tomara el control;  se sentó sobre el escritorio con las piernas entreabiertas y recién allí me di cuenta que no llevaba ropa interior.

Se quitó el vestido y quedó totalmente desnuda frente a mí.

Sin poder evitarlo  la tomé del cabello firmemente y comencé a  mordisquear sus orejas, recorrer su cuello con mi lengua para estacionarme entre sus pechos.

Podía sentir cómo se agitaba cuando lamía y manoseaba sus pezones. Entonces, ante mi descuido, desabotona mi blusa y baja el cierre de mi pantalón para meter su mano en mi entrepiernas.

Suavemente dos de sus dedos recorrieron mi vulva, inundada, y con movimientos circulares se acercó a mi clítoris, que al sentir su roce me hizo gemir de placer.

  • ¡Ohhh Querida! - susurra- No sabes cuánto tiempo esperé para tenerte así.

Sin freno, me quite la blusa y los pantalones quedando ambas desnudas.

Me pongo de rodillas y me sumerjo entre sus muslos lamiéndolos de un lado a otro, recorriéndola por todos sus puntos cardinales, hasta que mi lengua llega al umbral de su vagina.

Con ambas manos separo sus labios mayores y menores dejando al descubierto su clítoris duro y firme, que ante cada juego de mis labios, Muriel encorvaba su espalda y levantaba su culo gimiendo deliciosamente.

La muerdo, la rozo, la beso con ganas incontrolables, como si en ese instante solo la pasión me guiara.

De pronto escucho como entre quejidos me pide más...

  • ¡Dame más Fabiola! ¡No te detengas, por favor no te detengas!

Entonces metí mis dedos en su vagina,  que resbalaron sin dificultad ante la humedad que casi era un río.

Mientras mis dedos entraban y salían con frenesí yo la besaba incansablemente, mordía sus pechos hasta que en un instante infinito pude sentir como Muriel apretaba sus piernas, dejándome sentir cómo su vagina se contraía firmemente.

Un largo gemido fue el anuncio de que un orgasmo la estaba invadiendo, haciéndola retorcerse sobre aquel escritorio.

Aun jadeando y retirando el cabello de su rostro me sonreía, incrédula del viaje que habíamos hecho.

  • Querida, querida- me susurra al oído.- eres tan irresistible

-Déjame disfrutarte, ven-.

Me toma de las manos y me guía a su habitación, que se encontraba contigua al estudio.

Sin resistencia la sigo y me desplomo sobre la cama aún incrédula de toda la emoción que estaba sintiendo por la piel.

Muriel se recuesta a mi lado recorriendo con sus dedos mis labios y los besa suavemente, mientras con sus dedos juega con mi vagina sacando gemidos  y susurros.

Se mete entre mis piernas saboreando mis labios y mordiendo mi clítoris hasta casi hacerme estallar.

Pero se detiene un instante, se levanta y abriendo sus piernas se monta sobre las mías que también estaban abiertas.

Vagina contra vagina, nos frotábamos excitadas subiendo la intensidad de la danza de caderas.

Mordía yo sus labios, mordía ella mis pezones hasta que no pudimos más y moviéndonos frenéticamente, al unísono liberamos un grito final de placer que resonó en toda la habitación.

Agotadas de tanta pasión logramos separar los cuerpos sudados y húmedos, aún temblorosos después de aquel orgasmo.

Y tendidas en la cama Muriel se gira hacia mi hombro y exclama:

  • Ahora entiendo a nuestro Andrés, Fabiola, ahora lo entiendo-.

  • ¿De qué hablas?- Pregunto sin entenderla.

  • De ti: de ti, no se regresa- suspira en silencio.

Ahora  mi cabeza estaba en la guillotina y era mi Amo quien tenía la cuerda en la mano.

CAPÍTULO 12

NO HAY SEXO INCORRECTO

“La gente comenzó a decir que yo era lesbiana. –Sonreí- No hay sexo incorrecto si hay amor en él.”

(Marilyn Monroe)

Eran aproximadamente las 8 de la mañana cuando sonó el celular. No lo podía creer, ¿quién puede llamar a esta hora? ¡Era Domingo! Mi cerebro ya estaba elaborando una serie de improperios para contestar la llamada.

  • ¡Fabiola! ¿Te desperté? Sonó la voz Muriel al otro lado de la línea sin poder contener la risa. Bueno, te doy cinco minutos para que te levantes. Nos vamos de paseo.

  • ¿De paseo? ¿Estás loca? Respondo aún dormida. ¡Imposible! Es mi día libre y decidí dormir todo el día; además, puede venir Andrés y no le podría volver a mentir.

  • Jajajajaja. Lo siento querida, pero Andrés no vendrá hoy por ti; lo acabo de llamar y está fuera de Santiago por negocios, así que busca otra excusa; esa ya no sirve.

  • ¡Verdad! Lo había olvidado, pero igual no quiero salir Muriel estoy muy cansada.

  • ¡Qué te cuesta mujer! Duermes durante el viaje, prometo no cantar en el auto para que puedas descansar. ¿Vamos?

Lo pensé durante unos instantes y dije:

  • ¡Esta bien!, dame un par de minutos y estoy lista.

Muriel no tenía límites cuando se trataba de conseguir lo que deseaba. Como buena abogada no existía ningún argumento válido que no fuera el propio, así que negarse era imposible.

Había olvidado por completo que Andrés estaba de viaje. El último tiempo nuestra relación se había vuelto bastante fría y distante.

Andrés tampoco contribuía mucho a mejorar la situación; entre sus viajes, su trabajo y sus múltiples reuniones, el tiempo para que nos pudiéramos ver era cada vez más escaso.

Por mi parte intentaba siempre estar dispuesta para nuestras citas, aunque no podía evitar el deseo oculto de excusarme.

Muriel se estaba haciendo más frecuente en mi vida mientras que Andrés estaba perdiendo su lugar.

Cosa que tarde o temprano me iba a pasar la cuenta.

En más de alguna oportunidad estando en la cama, Andrés me observaba atentamente como buscando respuestas.

  • ¿Fabiola te puedo preguntar algo otra vez? Usando ese serio tono de voz que de verdad preocupaba, porque sabía que la respuesta de su interés estaba en mi lenguaje no verbal, que sin duda podía analizar correctamente.

  • Lo que quieras mi Amo, le respondía mientras me acomodaba desnuda en su hombro derecho entrelazando sus piernas con las mías.

  • ¿Pasa algo contigo? Y no me respondas: “nada“, porque estoy seguro que no es verdad. Este último tiempo has estado distante y evasiva, no solo para que nos podamos ver, lo que ya es casi un milagro, sino que también cuando estamos juntos pareciera que no estás conectada, como si tu cabeza estuviese en otra parte.

¿O me equivoco?

  • Andrés- le respondo algo melosa, pero evitando mirarlo a los ojos: ¡no me pasa nada!

-El trabajo me tiene cansada, hacer turnos tan seguido para cubrir la licencia médica de Cristina me ha consumido el tiempo y la energía. Pronto va a pasar; ten un poco de paciencia, terminó por decir.

  • Mmmmm, esta es la última vez que te lo pregunto Fabiola, no olvides que te conozco incluso mejor que tú, mientras me mira de soslayo y sonríe.

Cada vez que estábamos juntos esta conversación ya se estaba convirtiendo en un ritual y no sabía hasta cuándo podría sostener esta situación. Estaba recién comenzando.

Muriel me pasó a buscar poco tiempo después de terminar la llamada. Sospeché de inmediato que ya estaba en camino mientras me invitaba.

Me conocía, tenía que evitar que me arrepintiera o que dudara; mi lenguaje no verbal era tan claro que Andrés y Muriel lo leían a la perfección.

Al subir al auto me di cuenta que llevaba una de aquellas clásicas canastas que servían para picnic.

-¿Muriel? ¿Cuáles son tus planes?

  • No te lo voy a decir hasta que lleguemos, como dice Andrés, ¡si te lo digo dejaría de ser sorpresa!,

Jajajajaja, río a carcajadas.

No me cabía la menor duda de que lo conocía muy bien. Esa respuesta era típica en él.

Tomó la carretera y luego enfiló hacia la cordillera por un camino bastante pintoresco que se hacía más atractivo en la medida que avanzábamos más aún, ahora que estábamos en otoño.

Podía ver la paleta de colores ocre en toda su magnitud, y lo disfrutaba.

De pronto nos salimos de la carretera y tomamos una ruta alternativa que nos llevó a una pequeña cabaña inmersa en un frondoso bosque, muy cerca del río.

Ese era desde pequeña el refugio de Muriel; su tesoro familiar.

Lo frecuentaba cada vez que el tiempo se lo permitía. Ahí fue donde encontró alguna de las respuestas vitales que la agobiaron durante su vida en más de una oportunidad.

Dejó de ir cuando decidió viajar a Europa, pero en el viejo continente buscó incansablemente, sin encontrarlo, un símil al lugar de su niñez donde se sentía verdaderamente libre.

Por eso al abrir la puerta la detuvo un profundo suspiro y tomándome la mano me invito a pasar.

Era una casa pequeña pero acogedora, de grandes ventanales que dejaban pasar libremente la luz del sol, donde cada uno de sus balcones tenía vista al río.

Estaba impecablemente mantenida y sin duda sus cuidadores sabían del viaje de su dueña.

Había café preparado y pan de campo recién horneado, además de una nevera surtida para la ocasión.

La pequeña cesta que Muriel traía en el auto conservaba también algún que otro bocado, de aquellos de los cuales eran mis favoritos.

Todo en ella estaba repleto de detalles.

Luego de desayunar en la terraza, entre café y panecillos, fuimos cayendo irremediablemente en la tentación de repetir los hechos sucedidos en su estudio.

Me acerqué suavemente y tome el pañuelo que llevaba al cuello y con un guiño cómplice le dije:

  • ¿Puedo?-

  • Puedes y debes querida- me responde insinuando que se entregaba al juego.

Vendé sus ojos mientras mordía su oreja y mi lengua recorría su cuello.

Risueña, Muriel intenta mirar a través de la pañoleta, pero la detuve atrapándola de las muñecas.

-¡A ver Muriel, no estás entendiendo!, yo tengo hoy el control.

  • Mmmmm, suena interesante, Fabiola. Ven, ¡sorpréndeme!  Y se deja caer sobre el sillón.

Me arrodillé frente a ella y mientras con una mano sostengo sus muñecas, con la otra intento desabotonar su blusa dejando al descubierto sus pechos, que sobresalían de un sugerente sostén.

Me deslicé entre ellos besándolos intensamente, tratando de morder sus pezones que ya delataban su estado de excitación.

  • ¡Deja tus manos sobre la cabeza y no las bajes!- , le susurré, mientras intentaba bajar el cierre de sus jeans. Al mismo tiempo también iba desnudándome para así poder sentir su piel contra la mía.

Cuando le abría sus piernas Muriel intentó tomar mis cabellos y alzar mi cabeza para besarme. La tome firmemente por la melena echando su cabeza hacia atrás y le ordeno:

  • ¡Quieta, ultima vez!, voy a tener que morder tus labios como castigo: los de tu entrepiernas, por si no lo entiendes.

  • Ohhh querida, estoy a tus órdenes-, soy tuya, exclama entre gemidos y suspiros.

  • Veremos si es verdad, respondo agitada mientras froto sus pechos desnudos contra los míos.

Ya estaba húmeda y caliente pudiendo sentir como Muriel se encontraba en el mismo estado.

La desnudé por completo, metí mi cabeza entre sus muslos y con mis dedos entreabrí su vulva dejando a la vista su clítoris que, henchido y sensible, me invitaba a recorrerlo con la lengua.

Ante cada movimiento podía sentir cómo se retorcía, intentando mantener su posición según mis órdenes.

Mordí sus labios mayores y menores, noté que su humedad ya era más que evidente y me monté sobre ella.

Metí mis dedos en su vagina ordenándole que hiciera lo mismo en la mía.

Ambas enloquecidas por la pasión nos besábamos con total libertad. Lenguas locas y bocas insaciables hacían su fiesta mientras nuestros cuerpos danzaban sin poderse separar.

De pronto, Muriel se detiene y me dice:

Yo también te quiero poseer, ven.

De un bolsillo de su pantalón saca un pequeño vibrador color azul con doble línea de brillantes.

Me lo enseña diciendo:

-Mi joya, para otra joya.

Lo encendió y comenzó a recorrer suavemente mis pezones y con cada movimiento mis caderas respondían retorciéndose.

Viajó por mi vientre y al llegar al umbral de mi vagina lo fue metiendo con movimientos circulares, hasta que una vez adentro, con la experiencia digna de una maestra, lo movió una y otra vez, de adentro hacia afuera hasta que mordiéndome los labios logró hacerme tocar el cielo.

Rendida, poco a poco comencé a recobrar los sentidos y pude sentir a Muriel recostada sobre mi pecho besándome de manera casi imperceptible.

Poco a poco sus besos y los míos fueron subiendo de intensidad hasta nuevamente arremeter con el ánimo de poseernos.

Abrió sus piernas y las entrecruzamos con las mías. Clítoris con clítoris nos refregábamos entre nuestras humedades con tal pasión que gritamos al mismo tiempo cuando llegamos al orgasmo.

Jadeantes y cansadas permanecimos abrazadas sin decir nada por un largo rato, escuchando nuestros intensos latidos que solo  rogaban por salir del pecho en plena libertad.

Así estuvimos durante todo el día: desnudas, entre la cama y la cocina pegadas a nuestras pieles y riéndonos de la vida.

Nos devoramos todo lo que había en la nevera y en la canasta. ¡Era Domingo!

Día de licencia para ser feliz, decía Muriel saltando en la cama como loca tratando de dar en el blanco con las almohadas sobre mi cabeza.

El juego se interrumpió con el sonido del celular que estaba en mi bolso. Como pude lo saqué entre tanta algarabía para ver quien llamaba: ¡era Andrés!

Muriel se sentó al borde de la cama esperando que contestara el llamado. Decidí dejarlo sonar hasta que por fin se quedó en silencio.

  • Era Andrés ¿cierto?- Preguntó sin esperar respuesta.

  • Ehhhh, sí, era Andrés-.

Mirando al vació meditando sus palabras me dice:

  • Vaya hombre, ¿te puedo confesar un secreto Fabiola?

  • ¡Por supuesto! prometo que quedará entre nosotras, entre tus pechos y los míos, respondí, al mismo tiempo que me recostaba sobre su vientre.

  • Andrés es un tipo fuera de serie, si me hubieran gustado los hombres, sería mi compañero ideal.

En más de una oportunidad lo tuve entre las cuerdas con algunas de mis amigas. Pero nunca logré sacarlo de sus casillas.

Mirando siempre al vacío, se larga a reír y me dice:

Recuerdo que una vez estábamos de juerga en el departamento con mis amigas donde generalmente invitábamos a más gente. Entre ellas la hermana de mi novia, una atractiva alemana a la que le gustaban los hombres.

Entre copas y copas esta chica se le comenzó a insinuar, pero mi amigo, fiel a sus principios y al temor de quedar nuevamente en ridículo, no la intento seducir presumiendo que era lesbiana al igual que el resto.

Cuando ya amanecía escuchamos un portazo en la habitación de mi amigo, donde lo encuentro metido bajo el agua fría maldiciendo sin piedad.

  • ¡Muriel, saca a esta loca de mi cama! ¡No deja de rezar diciendo que mi verga es milagrosa! que gracias a ella le gustan los hombre, ¡me cago en la leche, joder! ¡Esta weona está pirada!- gritaba indignado.

¡Solo le metí la puntita, como decimos en Chile!-

Sentada en el baño escuchaba su historia mientras estaba en la ducha; no podía hablar de lo doblada que estaba de la risa.

Por un tiempo Ingrid, la alemana, se convirtió en una fiel y devota seguidora de su salvador, como le empezamos a decir a modo de broma.

-La verdad es que Ingrid estaba bastante loca, pasaba todo el día fumando hachís y Andrés, apenas la veía, salía arrancando-. Terminó de contar muerta de la risa.

Me resultaba muy difícil reconocer a ese Andrés bajo la visión de Muriel. A pesar de compartir más que la cama con él, había mucho que me era totalmente desconocido.

  • Ese hombre me tiene de cabeza. - dije pensativa

  • Mmmmm, ese hombre tiene a mi mujer, remata Muriel suspirando.

No quise darme por aludida ante su comentario y la abracé con mis piernas.

  • ¡Ven acá mujer!  Te dejare besos para que sobrevivas la semana.

  • ¡Fabiola, nunca serán suficientes! dice Muriel en tono conciliatorio. Ven para acá -.

El atardecer nos anunció que debíamos volver a la realidad. Cada una tomó su ropa y nos vestimos con dulzura: ella a mí, yo a ella.

Abrazadas de locura subimos al auto y besándome la frente me dijo:

  • Duerme y descansa querida Fabiola, mi Fabiola, yo manejo.

Agradecí el gesto, porque en mi cabeza aún daba vueltas la llamada de Andrés.

Durante el viaje de regreso, con los ojos cerrados recorrí cada detalle de aquel domingo. Todo en ella era perfecto, tanto pensar en todo eso, que Andrés dejó de ser importante.

CONTINUARÁ