Sin remitente

La cara oculta de la vida.

SIN REMITENTE

Yo soy el prisionero que escapó de la caverna. Desde mi nacimiento he permanecido encadenado cara a la pared, contemplando en ella las sombras de mis captores. Sombras mentirosas, en forma de esperanza, en cuyas promesas creí. Pero me dieron tantos palos que sin pretenderlo rompieron mis cadenas, me liberé y contemplé el fuego tras de mí. Fuego de la hipocresía, culpable de proyectar las sombras. Caminé por el túnel del desengaño, hasta alcanzar la luz. Ahora, al borde del umbral, soy consciente: la moral y la justicia no son más que entelequias, su existencia se limita a la imaginación humana; pero la imaginación es la pared donde se proyectan las sombras. El mundo es una cueva, y la única verdad quizá la muerte.

Tal vez nunca llegues a leer esta carta. Quizás se extravíe por el camino, o ya no viváis en la misma casa; tal vez tu madre la intercepte antes que tú, o tal vez nada más intuir quien soy no quieras seguir leyendo. O puede que seas demasiado joven para entenderme, aunque algún día lo harás, pero al menos a mi me servirá como desahogo.

No te escribo en busca de auxilio ni de perdón, sino para prevenirte sobre los infortunios de la virtud. Este consejo será la única herencia que te pueda legar: la verdad es que el mundo no es para los piadosos, ni tan siquiera para los sabios, ni los fuertes, ni los intrépidos. Son los malvados y los corruptos los destinados a dominar el mundo, pues ellos juegan con ventaja; no permiten que la moral les limite.

He sufrido mucho antes de llegar a esta conclusión, y quiero compartirla contigo por si puedo ahorrarte el mal trago. El amargo sabor de la desilusión que se quedará por siempre en tu paladar cuando toda esta ignominia, a la que llamamos vida, te desilusione igual que a mí.

Por un lado estoy decepcionado con la propia existencia, con los poderes que gobiernan nuestro universo; llámalo naturaleza, Dios, leyes de la física, o como quieras. Y por otro lado, y más concretamente, estoy decepcionado y muy enfadado con los hombres; y no me refiero exclusivamente al género masculino.

Con los dioses o la naturaleza no puedo enfadarme, ni culparles de nada, ya que no creo en ellos. Ni la fortuna favorece a los audaces, ni existe la justicia divina, ni ninguna inteligencia todopoderosa lo organiza todo según un plan: por el contrario, las leyes que gobiernan nuestro universo son arbitrarias y ajenas a la voluntad humana. La vida no tiene ningún sentido, simplemente estamos aquí por casualidad; somos un accidente y el azar nuestro único y legítimo Dios.

Dejé de creer en Dios cuando tu abuelo murió siendo yo adolescente, o al menos me volví agnóstico. Mi ruptura con lo divino no me supuso ningún trauma, pero el día que dejé de creer en el ser humano fue mas duro.

¿No nos preocupamos por nuestros propios congéneres y nos creemos dignos de la ayuda de un ser todopoderoso? Doy por hecho, en lo que a mi respecta, que estoy solo en este mundo. Pues si nadie aparca el coche para preguntar como me encuentro, menos aún va a bajar nadie de los cielos para echarme una mano.

No existiendo ningún fin, ni tan siquiera premio ni castigo: ¿Qué utilidad tienen el bien y el mal o la justicia? Finalmente habrá que darles la razón a los sofistas, y si incluso la física se rinde ante la relatividad y la incertidumbre, no queda sino resignarse; se declara vencedor al nihilismo y aquí sálvese quien pueda.

"El animal racional" ¡ja! Que sobre valorada tenemos nuestra supuesta capacidad de raciocinio. Nos creemos el ombligo del mundo, el culmen de la creación, sin embargo; somos la única especie, sobre la tierra, lo suficientemente estúpida y arrogante como para poner en peligro la existencia de nuestro propio mundo. Sobre explotamos los recursos del planeta, destruimos ecosistemas, jugamos con el clima, experimentamos con poderes que no alcanzamos a comprender y cuyo efecto a largo plazo desconocemos, ¡jugamos a ser dioses! En cambio, que insignificantes somos. Una minúscula parte de un satélite de un astro perdido entre miles de millones de estrellas, mucho menos que un grano de arena en mitad del desierto. Solo estaremos aquí durante una breve fracción de tiempo, mientras que el mundo existe mucho antes que nosotros y seguirá existiendo mucho después de que nos vayamos, y aún así todavía pensamos que nos pertenece.

Quizá te preguntarás que ha sido de mi vida en todo este tiempo y donde estoy ahora. Pues he vivido en muchos lugares; pero ahora mismo resido a las afueras de nuestra ciudad, en un descampado entre la autopista y la verja que delimita la pista de aterrizajes del aeropuerto. Aquello fueron en otros tiempos tierras de cultivo pero ahora solo hay matorrales, hierba, basura, algunos árboles, y una vieja casita en ruinas de esas donde los labradores guardan la ropa y las herramientas de trabajo. Tras limpiarla de escombros y amueblarla con plásticos y cartones me instalé allí. Y aquí estoy ahora mismo, con la única compañía de las ratas, los piojos y un cartón de vino. Es curioso que los únicos establecimientos donde me permiten la entrada sean aquellos donde venden alcohol.

Por que hay días en los que me he quedado sin comer, pero nunca sin honrar a Baco. Es lo primero que compro con la limosna que consigo en la entrada del aeropuerto, y luego si sobra algo ya me preocupo de la comida. De todas formas siempre se encuentra algo comestible removiendo basura en las papeleras de la terminal. Hoy además me encontré una pequeña libreta a medio usar y un bolígrafo; lo cual me animó a escribirte.

Pero alcohol que no falte. Cuando ya has renunciado a la vida, cuando te han arrebatado todas tus ilusiones y anhelos ¿quien puede atreverse a decirte que tienes un problema con la bebida? Si tuviese ilusión por algo sería un problema, un impedimento el no poder dejarlo. Pero en mis circunstancias no es mas que un síntoma, podría considerarse una cura incluso; pues creo que de no ir borracho todo el día, hace tiempo que habría decidido desaparecer, fusionándome con la nada.

Un buen padre nunca debería justificar ante su hijo el consumo irresponsable de alcohol, pero yo hace tiempo que dejé de intentar ser bueno en algo. Además, dudo mucho que estés por la labor de tomarme como ejemplo a seguir, y en muchos aspectos haces bien.

No creo en el más allá ni tampoco en la trasmigración de las almas pero, metafóricamente hablando, antes era otra persona. En otra vida fui tu padre, antes de reencarnarme en indigente.

A veces en sueños vuelvo a ser el de antes, y estoy en nuestra antigua casa, contigo y con tu madre. Luego al despertar, como le sucediera al protagonista de la "Metamorfosis" de Kafka, ya no me reconozco. Ingiero varios tragos de vodka antes de recobrar toda la conciencia; con tal de que el mundo parezca lo mas onírico posible. Por que el sol todavía me ciega, y aunque era mas feliz contemplando las sombras, ya es tarde para volver allí.

Hace años, en aquella otra vida junto a vosotros, jamás me hubiera imaginado durmiendo entre cartones. Tú eras solo un bebé y no llegaste a conocerme, no sé que te pueden haber contado pero yo era un hombre de bien, trabajador y honrado; o al menos pretendía serlo. Aún así, me pasó lo que me pasó.

Años antes convencí a unos antiguos compañeros de la facultad de económicas para fundar una pequeña agencia de asesoramiento financiero. Durante años invertí todo mi talento en ella. La empresa creció, salimos a bolsa y diversificamos nuestra oferta de servicios. Gestionábamos el dinero de nuestros clientes por medio de inversiones en bolsa y los beneficios fueron cada vez más copiosos.

Conseguimos un buen estatus social y económico. Pero cuando más éxito y dinero teníamos, más éxito y dinero necesitábamos; hasta que finalmente nos volvimos codiciosos. Pero no todos estábamos dispuestos a conseguir nuestros objetivos a cualquier precio.

Yo era de los que, contradiciendo a Maquiavelo, pensaba que el fin no siempre justifica los medios. Fue en una cena de empresa, tras varias botellas de vino tinto, cuando algunos de mis socios comentaron, aparentemente en broma, la posibilidad de obtener un rendimiento mucho mayor; ofreciendo unos intereses muy elevados que serían devueltos a los primeros clientes con el dinero de los nuevos accionistas, previendo que éstos fuesen numerosos. Es decir, se propuso organizar una estafa piramidal.

-¿Por que no? , ¿Y quien dice que no funcionaría?- comentó uno de ellos. Se trataba de Martínez, un abogado megalómano, tan hipócrita como avaricioso. Pusilánime en todo lo demás, se mostraba excepcionalmente audaz a la hora de desplumar incautos. Pese a no ser uno de los socios fundadores, se había convertido en un referente en todo lo relativo a hacer dinero, y era muy admirado por el resto de la plantilla.

Si bien es cierto que gracias a sus contactos y a su contribución capital habíamos llegado muy lejos; siempre desconfié de él, y tenía motivos. En una ocasión discutimos por que me propuso contratar a algún "pardillo", por si alguna vez era necesario colgarle un marrón a alguien. Además me declaré en más de una ocasión contrario a sus "agresivos" métodos para captar clientes, y por tanto me gané su enemistad.

Tras su pregunta se hizo el silencio alrededor suyo. Acto seguido comenzó a detallar como se podría llevar a cabo la supuesta operación, y no parecía que todos esos pormenores pudieran ser improvisados. Al resto de comensales les cambio el semblante jovial por otro más serio, cual apóstoles en presencia del Mesías, todos le escuchaban atentamente. Aquella cena, alegre e informal, se estaba transformando en el primero de los oscuros cenáculos donde se gestaría la conspiración que me llevaría a la ruina.

El resto de las reuniones tuvo lugar a mis espaldas. A sabiendas de que yo me opondría y por miedo a que los delatase, prefirieron conspirar contra mí, me utilizaron como cabeza de turco. Todo ocurrió de la noche a la mañana, aprovecharon mis vacaciones para llevarlo a cabo; estafaron millones, luego encontraron la manera de hacerme cargar con las culpas. En el juicio todos declararon contra mí; yo fui a prisión, y ellos se fueron a celebrar que sus cuentas en Suiza acababan de multiplicar sus créditos.

De mi estancia en la cárcel prefiero no hablar. Al salir estaba solo y sin un duro, nos lo habían embargado todo. Así que tu madre; acostumbrada a una vida que ya no podía ofrecerle, juzgó necesario pedir el divorcio y buscar otro mecenas que subvencionase sus abrigos de visón y sus bolsos de cocodrilo con diamantes incrustados, (y pensar que en la universidad siempre asistía a todas las manifestaciones contra del capitalismo…).

Durante meses después estuve viviendo en un piso de alquiler y busqué trabajo como contable en una gestoría. Pero debido a mi incipiente alcoholismo y bajo rendimiento laboral, como consecuencia de aquello, fui despedido. A los dos meses ya no podía hacer frente a los pagos y finalmente me echaron del piso, el resto se puede deducir.

Ya comienza a clarear y no se me ocurre nada más que contarte, así que va siendo hora de dejarte. Solo espero que no me guardes rencor y haberte servido para que no cometas los mismos errores que yo. ¿Sabes? Incluso rodeado de inmundicia; el amanecer continua pareciendo hermoso.

No se si finalmente voy a enviarte esta carta, puede que la guarde y algún día te la entregue en mano. Tampoco estaba previsto que continuase escribiendo, pero he de confesarte algo. Anoche no fui del todo sincero, el ánimo de darte consejo no era mi única intención con esta carta; esto era una carta de despedida. Anoche pensaba suicidarme.

El plan era el siguiente: pediría limosna en la entrada del aeropuerto, como todas las mañanas. Con el primer par de euros que consiguiese compraría un sobre y un sello, iría al buzón de correos y mandaría la carta sin indicar remitente. Acto seguido caminaría hacia el arcén de la autopista, y me tiraría delante del primer camión que pasase con cierta velocidad.

Pero al entrar en la papelería y pasar frente a las estanterías donde se exponía la prensa, un fantasma del pasado me vino a visitar dejándome paralizado. De repente mi cerebro se quedo bloqueado e incapaz de pensar en otra cosa que en ese nombre. Lo acababa de leer al ojear por casualidad uno de los periódicos; el nombre de mi antigua empresa en uno de los titulares. Continué leyendo el artículo, pero no daba crédito: Los miembros de la empresa, ¡habían muerto anoche en un accidente de avión! que precisamente les debería haber traído aquí, cuando volvían de Japón, de un viaje de negocios.

Recordé que teníamos contratada una línea privada que nos llevaba en exclusiva. Fui corriendo a la ventanilla de información, y tras convencer a la empleada de que era uno de los familiares conseguí la lista de pasajeros que venía en ese vuelo. Estaban todos allí, todos mis antiguos socios, la gente que me había traicionado. Habrían llegado a estas horas, y se habrían encontrado con un atasco en la autopista por que un mendigo habría decidido suicidarse.

No sentí alegría, ni alivio, pero tampoco remordimientos por haberles deseado la muerte en tantas ocasiones. Solo un pensamiento me pasó por la cabeza: Si le hubiese seguido el juego a Martínez, si hubiese contratado a aquel pardillo, si hubiese participado en la estafa; ahora mi nombre estaría en esa lista. Pero como te dije no creo en la justicia divina, esto ha sido solo casualidad.